Los estados fallidos se caracterizan por gobiernos débiles que tienen poco control de su territorio, altos niveles de corrupción y criminalidad, y una incapacidad para proveer servicios básicos. Surgen de circunstancias como presión demográfica, descontento grupal, crisis económicas y deterioro de servicios públicos. Algunos ejemplos notables son Somalia, República Democrática del Congo y Afganistán.