1. LA HISTORIA DE SILVIA
Cuando empecé a trabajar en la Institución Educativa Felipe Ramón Documet
Silva, hace un poco más de tres años, aún con muy poca experiencia en el
campo educativo fue cuando conocí a Silvia, quien cursaba para entonces el
segundo año de educación secundaria, la veía lista y ávida, pero a medida que
pasaban los días y cuando tenía que leer, responder interrogantes o ejecutar
un trabajo asignado simplemente no lo hacía, eso al principio me pareció
realmente extraño.
Inicialmente me di cuenta que Silvia no podía descifrar correctamente los
signos gráficos o mejor dicho no decodificaba ni entendía lo que leía de
acuerdo al grado que estaba, claro que había estudiantes que también eran
lentos como en toda aula, pues no todos aprenden al mismo ritmo, sin
embargo, Silvia si presentaba notorias dificultades.
Los problemas de Silvia a medida que transcurrían los días continuaron, pues
fueron múltiples las oportunidades en las que no podía realizar un trabajo en
aula, dar un examen o simplemente realizar alguna instrucción.
Entonces empecé a preguntarle que le gustaría leer, ella respondió condorito,
las historietas de superhéroes, historias que hablaban de príncipes y también
historias reales de terror de nuestra región; entonces empecé a buscar todos
aquellos textos con los cuales Silvia soñaba; sin embargo, me di cuenta que de
aquellos textos hoy en día ya quedan pocos.
En la bajadita de Belén más o menos por la calle 6 me encontré con Doña
Ishaquita una viejita que más que una señora de su edad le gustaba narrar
historias de terror de nuestra región, entonces se me ocurrió ll evarla a clases.
Cuando Ishaquita entró al salón de clases muchos se espantaron, pues su apariencia
parecía a la de Rosita Lu, una viejita muy conocida, pero que atemorizaba por su forma
de hablar y comer aguaje, pero cuando doña Ishaquita empezó a narrar una historia
todos escucharon atentamente, y Silvia estaba como siempre. Sin embargo, cuando
realicé las preguntas de comprensión esta niña empezó a entregar mucho de lo que
guardaba en su mentecita. Hoy Silvia aún habla de príncipes, tunchis y chullachaquis, lee
mucho más que antes y habla sin temor.
Lili G. Camones Pariamachi