La revelación y salvación de Dios estaban destinadas a todos los hombres. Los Apóstoles entregaron a la Iglesia lo que recibieron de Cristo y el Espíritu Santo para que esta misión se cumpliera. La Iglesia continúa la acción salvadora de Cristo a través de la predicación y reconciliación. Aunque el ministerio de los Apóstoles terminó, la misión de predicar el Evangelio continúa a través de la Iglesia para todas las personas de todos los tiempos y lugares.
2. La revelación y la salvación de Dios estaban
destinadas a todos los hombres, de todos los
tiempos y lugares. Para que ese designio divino
pudiera realizarse, los Apóstoles entregaron a la
Iglesia lo que ellos habían recibido de Cristo y del
Espíritu Santo. La Iglesia es, entonces, la que
continúa la acción salvadora de Cristo por medio
de la predicación y la reconciliación, y el ámbito
en el que se encuentra la realidad plena de la
verdad salvadora. Su misión respecto a lo recibido
consiste en conservarlo y transmitirlo fielmente
hasta el final de los tiempos.
3. El ministerio apostólico, en cuanto testimonio de
los Apóstoles elegidos por Dios como testigos de
Jesús y enviados a predicar, es un ministerio
llamado a terminar con su desaparición de la
escena de la historia. Pero si la función de los
Apóstoles, en cuanto tales, concluye con ellos
mismos, no sucede lo mismo con la misión de
predicar el Evangelio, que trasciende a la
contingencia de una vida particular y se dirige y
se proyecta constantemente hacia adelante, el
Evangelio no es sólo para un grupo limitado en el
tiempo o en el espacio, sino para todas las
gentes, de todos los tiempos.
4. La revelación ha sido confiada a la Iglesia, con
la misión —que forma parte de su mismo ser
Iglesia— de serle fiel (conservarla) y anunciarla
(transmitir). Por eso, la Iglesia se halla en la
misma línea de la mediación de Cristo
participada por los Apóstoles. Ella continúa esa
mediación que hace accesible a los hombres el
mensaje de la salvación, y les introduce en el
misterio de Dios revelado en Cristo. La Iglesia
forma parte esencial del designio divino de
autocomunicarse.
5. La relación entre revelación e Iglesia no se
debe entender como una relación
extrínseca, como si la Iglesia se hubiera
constituido independientemente de la
revelación, y sólo en un momento posterior
recibiera la misión de conservarla y
transmitirla. En realidad, se da una
dependencia mutua, de forma que la Iglesia
implica la revelación, y la revelación
implica la existencia de la Iglesia. La Iglesia
depende completamente en su existencia
de la acción reveladora de Dios en la
historia.
6. Para recibir la revelación cristiana es necesario tener fe
en la Iglesia. Tener fe en la Iglesia es llegar a Jesucristo y
encontrarle en la Iglesia. El acto de fe no es el «creo» del
individuo aislado, sino el «creo» de la Iglesia. La fe en la
Iglesia en cuanto «lugar» donde se encuentra y confiesa a
Cristo es lo que expresa la célebre afirmación de San
Cipriano: «No puede tener a Dios por Padre, quien no
tiene a la Iglesia por madre». El sentido de «lugar» o
ámbito de la fe que corresponde a la fe en la Iglesia, debe
ir más allá, hasta confesar a la Iglesia como objeto mismo
de fe. Tener fe en la Iglesia significa también reconocer su
relación esencial con la revelación y su carácter divino, en
cuanto realidad querida por Dios, que tiene su origen en la
Santísima Trinidad. La «fe en la Iglesia» no es,
naturalmente, una fe al nivel de la fe en Dios.
7. La Iglesia transmite la revelación a través de «la
doctrina, la vida y el culto». La doctrina y la vida como
medios de transmisión prolongan las palabras y los
hechos a través de los cuales tiene lugar la revelación.
Lo mismo que las palabras y los hechos se dan
intrínsecamente unidos, así sucede también con la
doctrina y la vida en la transmisión de la fe. Una
transmisión que se redujera a doctrina sería incapaz de
entregar el misterio de Cristo en su totalidad; por lo
mismo, una transmisión que sólo comprendiera hechos,
vida, no lograría transmitir la enseñanza contenida en
la palabra de Dios. Doctrina y vida, pues, deben ir
plenamente unidas para que la transmisión de la
revelación sea real.