2. Cristo, además de elegir e instruir a los Apóstoles
les da una misión concreta: predicar la Buena
Nueva, el Evangelio, primero a «las ovejas perdidas
de la casa de Israel» (Me 3,13-14), preparándoles
para la gran misión posterior (Mt 28, 19).
3. Aunque el encargo de predicar no es exclusivo de los Doce, la misión
de predicar que ellos reciben es única entre los demás, porque deriva
de su elección particular como testigos de Cristo y enseñados por el
Espíritu Santo, así como de la enseñanza e instrucción más
profun das que recibieron del Señor: ellos son los testigos
auténticamente directos de Cristo, los únicos que tienen el
conocimiento inmediato y pleno del misterio revelador del Verbo
encarnado.
4. El envío de los Apóstoles por Cristo es un momento ulterior del envío de Cristo por el
Padre (cfr. Jn 17, 18). La misión apostólica, por tanto, de predicar y transmitir la
Revelación no es sólo una exigencia del carácter histórico de la Iglesia, sino que
responde a una disposición eterna del Padre, y al orden de la dispensación de la
Revelación y salvación que Cristo les hace explícita. Este principio es esencial de cara
a la comprensión no sólo de la misión apostólica, sino incluso de la naturaleza misma
de la Iglesia. La Iglesia querida por Jesús se apoya en la elección y en la misión divina
de los Doce.
5. Así pues, los Apóstoles se sitúan en la línea de la revelación iniciada por Dios
cuando se manifestó por primera vez al hombre; continuada por medio de los
patriarcas y profetas de Israel y culminada en Cristo. De la misión de Cristo
participan los Apóstoles. San Clemente Romano, a finales del siglo I, lo expresa
de un modo sintético: «Los Apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del
Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado por Dios. En resumen, Cristo de parte de
Dios y los Apóstoles de parte de Cristo: una y otra cosa (...) sucedieron
ordenadamente en cumplimiento de la voluntadde Dios»
6. De modo análogo a como la revelación se realiza por hechos y palabras, la
predicación apostólica no está formada sólo por la transmisión de una enseñanza
(palabras) sobre el misterio de Cristo, sino también por una comunicación de
«bienes divinos», estos bienes divinos son los sacramentos, carismas, etc., que
dependen del Evangelio. La estrecha unión entre predicación y comunicación de
bienes divinos manifiesta la fuerza o dinamicidad de la predicación apostólica, que
posee una eficacia transformadora que prepara para la recepción de los
sacramentos, es decir la predicación de los apóstoles iba siempre encaminada a
recibir los bienes divinos, es decir, repito, los sacramentos, sacramentales, carismas,
etc.