Este largo documento discute la importancia de la preparación para hablar en público, pero también reconoce la necesidad de dejar espacio para la improvisación. Explica que improvisar significa usar palabras no planeadas para discutir ideas y conceptos que ya se conocen. Proporciona consejos para improvisar de manera efectiva, como elegir un tema familiar, organizar ideas clave y centrarse en expresarlas con claridad usando el vocabulario propio.
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Indiscutiblemente uno de los mayores temores que enfrenta el ser humano es hablar en público.
En las páginas siguientes, usted aprenderá a hablar más claro, profesional y efectivamente en cualquier presentación de un tema o punto de vista.
Diez estrategias le enseñarán como convertir la tensión en energía y establecer una adecuada presencia personal.
Con práctica, usted aprenderá a disfrutar de esta situación que enfrentamos casi a diario.
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LA IMPROVISACIÓN
Cuando hay que hablar ante el público, todo debe ser preparado. Hay que pensar
antes de hablar, hablar pensando y pensar hablando. Conectar la mente a nuestro
recurso físico para hacerlo con inteligencia.
En muchas oportunidades vemos a un expositor desempeñándose con facilidad y
creemos que las ideas le nacieron en ese momento, pero esa habilidad se
adquiere con ensayos y previa preparación.
El expositor – presentador exitoso conoce el tema, lleva apuntes, utiliza ayudas
audiovisuales, se concentra únicamente en la responsabilidad de informar y no
deja ocupar su mente en otras ideas.
La preparación concienzuda, de una exposición verbal, reflejada además, en un
plan – esquema correcto, no resolvería los problemas de una buena comunicación
ni garantizaría sus resultados aun en el caso de que el que la realizó tenga una
buena dicción, un léxico rico y gobierne con soltura y acierto su propio cuerpo al
servicio de una expresión eficaz. La buena preparación es imprescindible, pero no
suficiente. Da mucha confianza y seguridad al que la realiza, pero no resuelve
todos los problemas que presenta una acertada transmisión verbal del mensaje
propuesto.
Hay que dar un margen a lo improvisado, entendida la improvisación en el sentido
de que se dirá luego. Y esto porque el lenguaje verbal tiene como una de sus
características más atrayentes y más específicas la de la espontaneidad y el calor
que da la palabra dicha de viva voz. Una fidelidad excesiva al plan previamente
preparado y estructurado en forma de guión podría convertirlo, y así suele ocurrir a
veces, es frialdad, es poca naturalidad, y perjudicará con ello los frutos que de otro
modo se conseguirían.
El orador responsable ensaya su discurso ante el espejo, se graba la voz antes de
estar frente al grupo, se pone ese día el vestido que más le gusta, lleva zapatos
cómodos, revisa cinturones y corbata para sentirlos libres y sin fuertes ataduras,
come alimentos livianos 40 minutos antes, llega al escenario del evento con media
hora de anticipación, no ingiere ni una copa de licor, no debe fumar ante el
auditorio, compenetrarse con la energía del salón y probar con tiempo el sonido, la
presentación, fotografías y filmaciones a utilizar.
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EL DILEMA EXACTITUD – ESPONTANEIDAD
No se trata de objetivos incompatibles. Una buena exposición verbal debería ser
exacta, o sea, decir todo lo que estaba previsto decir en ella, y ser espontánea, o
sea, decirlo con naturalidad, de modo cálido y sincero. Es un hombre o mujer el
que se dirige a otros hombres o mujeres, y todo lo que descubre la palabra debe
respirar por encima de toda humanidad. Esta segunda exigencia tiene, empero,
primacía sobre la anterior aunque en una hipótesis óptima y posible no tiene por
qué excluirla. Partiendo, pues, de la convivencia de realizar en todo caso un
esfuerzo para ser exactos y también mostrarse naturales, lo que se quiere decir es
que si fuera posible atender por igual a ambos objetivos es mejor no sacrificar la
espontaneidad a la exactitud.
Lo que se dice de viva voz, cuando el pensamiento y la palabra se producen en
cierto modo simultáneamente, no puede ser, además, corregido sobre la marcha
como ocurre con el lenguaje escrito. Al que se produce mediante la palabra
hablada no se le exige, por lo demás, esa precisión que algunos consiguen
cómodamente a veces recurriendo a la lectura continuada. Es éste un precio
demasiado caro, el de ser exactos y precisos a base de estar pendiente a todas
horas no de unas notas esquemáticas – el guión – sino de unas engorrosas
cuartillas (que incomunican incluso materialmente al emisor con los receptores)
escritas con todos los pelos y señales. El precio, por de pronto, de perder una
buena parte de la atención y a veces toda.
¿QUÉ ES IMPROVISAR?
Lo contrario de improvisar es inventar. No se improvisan ideas, sino palabras.
Las ideas están preconcebidas. Improvisar es el arte de hablar ordenadamente de
lo que sabemos, en forma inesperada, lo que no es leído es improvisado. Las
mejores improvisaciones han sido preparadas. Evitar muletillas y dudas. Mostrar
dominio y conocimiento, moviéndose y hablando a plena conciencia. “Nada es
improvisado o inventado sobre la marcha; todo obedece a la preparación”. Un
buen lector siempre tiene tema para hablar, ponerle sentido a las frases.
Improvisar es el arte y la técnica de decir con palabras no previstas conceptos e
ideas ya previstos. Quede claro, pues, de entrada, que improvisar es algo muy
distinto de repentizar. Ha de haber un pequeño margen, mínimo si se quiere, para
una rápida preparación próxima y el tema sobre el que se improvisa es un tema ya
conocido de antemano y en líneas generales.
Se improvisan vocablos, no ideas. Se dicen palabras que no estaban previstas
pero sobre conceptos que ya estaban claros en la mente del que improvisa. Lo
que no sea esto nos parece imposible, y sería en cualquier caso e inevitablemente
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una mala improvisación y una mala costumbre. Para improvisar mal y para decir
tonterías no existe, naturalmente, ninguna técnica.
Improvisar, por otra parte, es un tipo de comunicación que todos realizamos
habitualmente. Cuando uno explica una película que ha visto o un viaje que
realiza está haciendo un continuo ejercicio de improvisación. La visión de la
película es reciente y el viaje también o en cualquier caso, incluso tratándose de
unas realidades algo alejadas en el tiempo han dejado impacto en nosotros. La
imaginación ha sido herida por muchas partes y se han recibido muchas y fuertes
impresiones.
Se recuerdan por ello fácilmente los hechos que han excitado la imaginación y
luego se exponen a una tercera persona que no ha visto la película o no ha
realizado el viaje.
Es posible, sobre todo si se trata de la narración de una película o de una obra de
teatro, que si el que está a punto de escuchar quiere ver dicha película o pieza
teatral prefieran que no se les diga por extenso y por adelantado lo que piensa ver
por sí mismo y que de ese modo no se le prive de la emoción que el desarrollo de
la película le puede proporcionar a él cuando la vaya a ver. Nadie transcribe a la
letra el guión de la película o de la obra teatral, sino que se limita a decir lo
esencial o lo que más le ha llamado la atención. Lo que se explica en todo caso
es el argumento o la idea central del film y no se repiten nunca las mismas
palabras de los protagonistas.
Lo mismo ocurre cuando se quiere reproducir en términos generales una
conversación que se haya escuchado o un suceso cualquiera que uno haya tenido
ocasión de presenciar como testigo más o menos de excepción. En este caso
último la versión de uno, si es fiel, coincidirá en lo esencial con la versión de otra
persona que también procure atenerse fielmente a lo ocurrido (con todos los
matices diferenciales e importantes que se quieran dada la perspectiva personal
de cada uno), pero con toda seguridad las palabras serán muy distintas. Cada
uno lo dirá a su modo y en rigor cada uno dirá fundamentalmente lo mismo.
La improvisación consiste precisamente en esto que sin darnos cuenta hacemos
todos los días. Explicar, exponer un hecho o una idea cualquiera que conozcamos
bien y vestirlo con las palabras de nuestro léxico habitual. Es un ejercicio
relativamente fácil cuando se trata de decir algo que entra dentro de nuestro
dominio de conocimientos y sobretodo cuando lo decimos ante personas
conocidas y de nuestro círculo habitual de relaciones, familia o amistades.
Queda claro que se improvisan palabras y no ideas. Hacer esto último sí sería
realmente difícil y aún imposible, si ha de hacerse bien. Representa un esfuerzo
extraordinario y superior del que muy pocas personas son capaces, si es que hay
alguna que realmente lo sea. La inspiración puede proporcionarnos de vez en
cuando una idea feliz que acaso maduraba desde hacía tiempo en nuestro
subconsciente, pero no es aconsejable fiarse de la inspiración para, sin otra ayuda
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que ella, lanzarse a improvisar. El estar inspirado es algo ocasional y esporádico,
casi excepcional, y no puede contarse con un estado de ánimo así para comunicar
algo a un público desconocido.
Lo que hace compleja la improvisación es la dificultad de realizarla delante de
personas extrañas a nuestra relación habitual y sobre un tema que conocemos
muy poco y a veces nada. Vuelve a parecer aquí aquella ignorancia culpable de la
que antes se trató y la inseguridad remediable. El hecho de ser el centro de las
mirada y de la atención de un grupo grande o pequeño produce automáticamente
una cierta inhibición y parece que, de repente, pone en evidencia delante de
nosotros mismos que estamos al descubierto, que sabemos muy poco de aquello
que se nos pregunta y sobre lo cual, cuando estamos a solas, nos parecía que
estábamos bien preparados.
Con la inhibición viene la pérdida real aunque transitoria de buena parte de
nuestras facultades. A este estado de ánimo se añade la impresión de que han de
decirse necesariamente cosas sustanciosas, que ha de pronunciarse un discurso,
y por la vanidad o el prurito de quedar muy bien y de dar la nota con un discurso
perfecto que llame la atención poderosamente cuando la finalidad de la
improvisación tiene un alcance mucho más modesto.
Y sin embargo, el objeto de una improvisación es sobretodo salir airosamente del
paso que no es lo mismo que querer lucirse. El lucimiento, si es que se considera
una meta válida, se consigue con una amplia preparación próxima y remota del
tema sobre el que se improvisa.
Una improvisación en este sentido sería una exposición normalmente breve, en la
que ha habido una buena preparación remota sin preparación próxima.
Cualquiera es capaz, ejercitándose en ello, de improvisar sobre sus hobbies, su
profesión, su deporte favorito, o hablando de una persona o personaje al que
quiere, odia o admira. Un fuerte sentimiento es en este sentido un buen manantial
para improvisar palabras inspiradas por él.
COMO IMPROVISAR
Se sugieren unas normas básicas para la realización de los ejercicios de
improvisación y en general para fomentar el hábito – la agilización de la palabra,
en definitiva – de la buena improvisación.
1. Escoger, para improvisar sobre él, un tema fácil o un tema ya conocido. Se ha
de partir en cualquier caso. Si la improvisación supone una cierta creatividad, el
campo de esta creatividad serían las palabras solamente o fundamentalmente.
2. Contando con que se dispone de un espacio de tiempo brevísimo – un minuto o
dos como máximo – utilizar este tiempo para clarificar u ordenar las ideas que ya
se tienen, los conceptos que ya se saben. Una idea un poco densa es fácilmente
susceptible de dividirse en dos o tres partes claramente definidas y luego
numeradas. Puede constituirse con ellas, mentalmente, una especie de mini guión.
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En algún caso, si hay más tiempo, puede transcribirse este mini guión a un papel.
No por ello dejaremos de estar en el ámbito de la improvisación.
3. Concertar la atención exclusivamente en uno o dos puntos concretos, claros,
sencillos. Dos minutos son pocos minutos, pero pueden ser suficientes, supuesto
el tema fácil o el tema conocido, para detener el pensamiento en ellos de modo
eficaz puesto que en definitiva la improvisación subsiguiente a esta reflexión será,
o debe ser, siempre breve. Si se evita la dispersión sobre aspectos secundarios y
se centra el esfuerzo intelectual en lo que considera esencial, este tiempo de
preparación breve, casi simbólico, puede ser suficiente.
4. No preocuparse de los vocablos con los que se va a vestir la idea o ideas en las
que ha pensado en el minuto o minutos de reflexión previa. Hacerlo sería contra
lo que antes se ha dicho y sería falsear la finalidad de las normas indicadas.
Nunca suele haber tiempo ni serenidad además para en uno o dos minutos
construir textualmente una serie de frases correctas, bien hilvanadas y
memorizadas luego. La preocupación por los vocablos que es, recuérdese bien, lo
que hay que improvisar realmente sobre la marcha, nos distraería de lo principal
que es decir con orden y con claridad la idea que queremos exponer.
5. Cuando el tema no se pueda escoger porque nos viene dado, por ejemplo, por
las afirmaciones de aquel a quien, improvisadamente, queremos replicar, se
produce una situación muy parecida a la que hasta aquí se ha considerado. Las
afirmaciones de las que supuestamente discrepamos, aparte de herir y avivar
nuestra imaginación, son precisamente las que suscitan el tema y nos sugieren
ideas o despiertan las que estaban dormidas en nosotros. El hecho mismo de no
estar de acuerdo con el conferencista, ponente, profesor, entre otros, que es el
que nos determina a replicarle, es un buen punto de partida.
Aquel de quien discrepamos nos ofrece en cierto modo, y bien enmarcado por sus
afirmaciones concretas (las que provocan, por ejemplo, nuestra protesta interior) el
tema de improvisación, tema bien conocido por cierto ya que sobre él se tiene ya,
desde siempre acaso, unas opiniones definidas, contrarias en esta hipótesis a las
del ponente, que son las que se tiene necesidad de decir en voz alta y son las que
afloran fácilmente, con palabras improvisadas, en la réplica.
OBJETIVOS DE LA IMPROVISACIÓN
La improvisación tiene dos objetivos, primero, rellenar lagunas del guión, y
segundo, salir al paso, airosamente se atiende, ante situaciones no previstas y
fácilmente previsibles.
Ciñéndonos, ahora, al primero y a nuestro juicio más importante de los objetivos
señalados, la improvisación entendida a la vez como arte y como técnica, debe
cubrir, cuando se realiza bien, los vacíos inevitables de un esquema que no lo
puede prever todo. Hay que decir sobre la marcha palabras en las que no ha
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habido tiempo de pensar previamente, han de cubrirse baches que se han
producido por cualquier causa, exterior a la voluntad del que habla. Interrupciones,
interpelaciones, cortes, entre otros, y a veces ha de cambiarse, también sobre la
marcha, y siquiera parcialmente, el plan que se había concebido como
consecuencia de situaciones nuevas que no eran tampoco previsibles.
Si el emisor no tiene recursos y agilidad mental para resolver, sin interrumpirse y
sin alterarse, la situación nueva y no prevista, el guión que tiene delante, por muy
correcto que sea, le va a servir de poco o de nada.
La vida ordinaria está llena de momentos que nos colocan continuamente ante
situaciones en las que es más importante saber improvisar correctamente que dar
una conferencia o pronunciar un discurso.
A este fin respondería el segundo objetivo acerca de saber salir del paso,
airosamente, de momentos difíciles o delicados que no han podido ser previstos
en el marco de una previsión normal.
El estar bien preparado en algunos temas y en el objeto de la profesión de uno no
bastaría por sí solo para resolver tales situaciones. Hace falta mucha flexibilidad y
mucha agilidad mental y es necesario ejercitarse expresamente en el hábito de
improvisar para salvar con decoro tales situaciones imprevistas.