1. Azorín. Los pueblos
Yo me acerco al escaparate de mi amigo
don Baltasar. Yo voy viendo estos señores,
estas damas, estas muchachas. Y de pronto
mis miradas caen sobre una fotografía que
me causa viva y honda emoción. ¿Lo habéis
sospechado ya? Es Julín. Yo la miro absorto,
olvidado de todo, emocionado.
Don Baltasar me dice:
- ¿Qué mira usted, Azorín?
Yo digo:
- Miro a Julín, la hija de don Alberto.
Don Baltasar exclama:
- ¡Ah, sí! Cuando yo la retraté estaba ya
muy enferma.
Julín aparece sentada en un banquillo
rústico; su cara es más ovalada y más fina
que cuando yo la vi por última vez; su
cuerpo es más delgado, sus ojos parecen más
pensativos y más grandes; sus brazos caen a
2. lo largo de la falda con un ademán
supremo de cansancio y de melancolía. Y
un abanico a medio abrir yace entre los
dedos, largos y transparentes... En el zaguán
de la casa reina un profundo silencio; un
moscardón revuela en idas y venidas
incongruentes, con un zumbido sonoro.
Leopoldo Alas, Clarín. La regenta
...¡Hospa!, dijo el harapiento. Le halagan las
alhajas. El hijo de Heliodoro es un arrapiezo
indomable e impertérrito. El haragán
zascandil es la hez de la sociedad humana.
La hembra de la hiena quedó ahíta de
comer.... Continuó con otras tan curiosas
como ...El mahometano trashumante se
sentó junto al menhir y vió a un hugonote
ahorcarse. Ayer supe que el ujier era
batihoja. El bisojo hizo un hexámetro
incoherente. Hastiado de creer en hechizos,
en agüeros y hados, se hizo eremita. El
himnario está en la hornacina de la
sacristía. El hotentote era hostil a las
huelgas.
3. La heroica ciudad dormía la siesta. El viento
Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes
blanquecinas que se rasgaban al correr
hacia el Norte. En las calles no había más
ruido que el rumor estridente de los
remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles
que iban de arroyo en arroyo, de acera en
acera, de esquina en esquina revolando y
persiguiéndose, como mariposas que se
buscan y huyen y que el aire envuelve en
sus pliegues invisibles. Cual turbas de
pilluelos, aquellas migajas de la basura,
aquellas sobras de todo se juntaban en un
montón, parábanse como dormidas un
momento y brincaban de nuevo
sobresaltadas, dispersándose, trepando unas
por las paredes hasta los cristales temblorosos
de los faroles, otras hasta los carteles de
papel mal pegado a las esquinas, y había
pluma que llegaba a un tercer piso, y
arenilla que se incrustaba para días, o para
años, en la vidriera de un escaparate,
agarrada a un plomo.
4. Era el hijo de D. Baldomero muy bien
parecido y además muy simpático, de estos
hombres que se recomiendan con su figura
antes de cautivar con su trato, de estos que
en una hora de conversación ganan más
amigos que otros repartiendo favores
positivos. Por lo bien que decía las cosas y la
gracia de sus juicios, aparentaba saber más
de lo que sabía, y en su boca las paradojas
eran más bonitas que las verdades. Vestía
con elegancia y tenía tan buena educación,
que se le perdonaba fácilmente el hablar
demasiado. Su instrucción y su ingenio
agudísimo le hacían descollar sobre todos los
demás mozos de la partida, y aunque a
primera vista tenía cierta semejanza con
Joaquinito Pez, tratándoles se echaban de
ver entre ambos profundas diferencias, pues
el chico de Pez, por su ligereza de carácter y
la garrulería de su entendimiento, era un
verdadero botarate.
5. El león vencido por el hombre.
Cierto artista pintó
una lucha en que, valiente,
un Hombre tan solamente
a un terrible León venció.
Otro León, que el cuadro vio,
sin preguntar por su autor,
en tono despreciador
dijo: ¡Bien se deja ver
que es pintar como querer,
y no fue León el pintor!
6. Los tres quejosos
¡Qué mal (gritó la mona)
que estoy sin rabo!
¡Qué mal estoy sin astas!
Repuso el asno.
Y dijo el topo:
Más debo yo quejarme,
que estoy sin ojos.
No reniegues, Camilo,
de tu fortuna;
que otros podrán dolerse
más de la suya.
Si se repara,
nadie en el mundo tiene
dicha colmada.
Lección Moraleja:
No te quejes de circunstancias que son
propias de tu naturaleza, todos en este
mundo tenemos ventajas desventajas ,
virtudes defectos... y siempre existe el que los
tiene peores (a nuestro entender) .
7. Perdóname por ir así buscándote
Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en lo alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eres.
Pedro Salinas
La víbora y la sanguijuel
8. No confundamos la buena
crítica con la mala
«Aunque las dos picamos -
dijo un día
la víbora a la simple
sanguijuela-,
de tu boca reparo que se fía
el hombre, y de la mía se
recela».
La chupona responde: «Ya,
querida;
mas no picamos de la
misma suerte:
yo, si pico a un enfermo, le
doy vida;
tú, picando al más sano, le
das muerte».
Vaya ahora de paso una
advertencia:
muchos censuran, sí, lector
benigno;
pero a fe que hay bastante
diferencia
de un censor útil a un
censor maligno.
9. Por odio a la ortografía
que olvidó, si la sabía,
mi buen amigo Barrientos
ha dado en la atroz manía
de suprimir los acentos.
Ayer, desde Panticosa,
esta posdata me endosa
al fin de un pliego enlutado:
Chico me tiene alelado
la perdida de tu esposa.
10. TRES HERMANAS QUE BELLAS SON
Estos versos tratan de una declaración
amorosa que un joven poeta dirige a
tres chicas. Sólo que al escribir sus versos el
poeta no utilizó signos de puntuación. Las
jóvenes debían colocar los signos y, de esa
forma, tratar de adivinar los sentimientos
del joven.
De esta forma, el joven envía la carta con
los versos a las tres interesadas:
Tres hermanas que bellas son
me han exigido las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón
Si obedecer el razón
digo que amo a Soledad
No a Julia cuya bondad
persona humana no tiene
No aspira mi amor a Irene
que no es poca su beldad.
Soledad, que abrió la carta, la leyó a
su conveniencia así:
Tres hermanas, que bellas son,
11. me han exigido las tres,
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer es razón,
digo que amo a Soledad;
no a Julia, cuya bondad
persona humana no tiene;
No aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.
La hermosa Julia no estuvo de
acuerdo y leyó así por dar por cierto
que era ella la preferida:
Tres bellas, que bellas son,
me han exigido las tres,
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón.
Si obedecer el razón,
digo que... )Amo a Soledad?
(No!, a Julia, cuya bondad
persona humana no tiene.
No aspira mi amor a Irene,
que no es poca su beldad.
Irene, convencida de que sus
12. hermanas estaban equivocadas la
leyó así:
Tres bellas, que bellas son,
me han exigido las tres,
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón
Si obedecer el razón,
digo que )Amo a Soledad?
(No! )A Julia cuya bondad
persona humana no tiene?
(No! Aspira mi amor a Irene
que no es poca su beldad. .
Ante la duda, decidieron
preguntarle al joven. El joven que
se sintió acediado por las tres
jóvenes no encontró por cual
decidirse y esto fue lo que les
respondió:
Tres bellas que bellas son,
me han exigido las tres,
que diga de ellas cuál es
la que ama mi corazón,
Si obedecer el razón,
digo que )Amo a Soledad?
(No! ...)A Julia cuya bondad
13. persona humana no tiene?
(No!...)Aspira mi amor a Irene?
que...(No!...Es poca su beldad.
Y a ti, ¿cómo habrías acomodado el poema
de amor?
Si tocas una ortiga conteniendo la
respiración, no te pinchará.
Inmediatamente, el niño se agachó y frotó
entre sus dedos la ortiga. Mantuvo la boca
apretada, en un leve temblor; como si
dentro de ella algún pájaro atrapado
quisiera escapar. Le imité, adormecida por
su fe, por el sol, por el aroma verde y
zumbante que nos rodeaba, y sentí el
escozor ácido de las ortigas en la palma de
las manos. Pero el niño se volvía a mí,
radiante:
- ¡Es verdad!¡Mira, es verdad!
Contemplé sus dedos morenos, suaves e
intactos, y escondí las palmas de mis
manos para que no las viera.
Continuamos buscando moras y endrinas.
Pero yo sabía, sudando tras él, pisando la
hierba que él doblaba bajo los pies, que no
eran sólo nombres de flores lo que había
14. olvidado, lo que perdemos, y nunca
podremos regresar.
PUNTUACIÓN
(Contestación a una carta)
Señora: perdone usted
mi ruda descortesía,
como yo le perdoné
las faltas de ortografía
que en su epístola encontré.
¡Señora, usted me ha ofendido!
¿Por qué conmigo se enfada
y me insulta de corrido,
todo seguido, seguido,
sin punto, coma, ni nada?
Su falta de puntuación
yo no me atrevo a tachar
que, en justa compensación,
tiene usted una intención
de un toro de Colmenar.
Dice usted que yo pequé
15. de atrebido, y me encocora
tamaño insulto, ¿está usté?
¡Soy atrebido con b!
¡Eso es muy grabe, señora!
¿Cuál ha sido mi pecado?
–¡No, turbe usted mi reposo!
¿Es quizá que he asegurado
que su marido es dichoso
desde que se ha divorciado?
Pues si esa la causa fue,
y eso, señora, es lo grave,
debo asegurar a usté
que todo el mundo lo sabe
lo mismo que yo lo sé.
¡Sólo un mes vivieron juntos!
Y ya que con malas artes
me habla usted de otros asuntos,
señora, vamos por partes.
Primeramente: (Dos puntos).
Digo que, primeramente
–no me ando con paliativos–
su marido es muy decente,
y, en cambio, dice la gente
que usted... (Puntos suspensivos).
16. No dudo de que se encuentre
sin su esposo en un edén.
¿Quién ha de dudarlo? ¿Quién?
Pero él, al dejarla (entre
paréntesis), ¡hizo bien!
Dicen que es rico, y no quiero
pensar en que por dinero
se casó usted. ¡Quiá! ¡Ni en broma!
Fue el amor; pero... (este pero
debe llevar punto y coma).
Mas ya que atrevido he sido,
contésteme usted al instante.
Sólo franqueza le pido.
Usted nunca le ha querido,
¿no es verdad? (Interrogante).
¿Qué es infame mi opinión?
¿Que usted ha querido a ese hombre
con todo su corazón?
Permítame usted que me asombre,
¡oh, señora! (Admiración).
Tráteme usted bien o mal,
me consta que en este asunto
es usted la criminal...
17. Pero, en fin, hagamos punto,
es decir (punto final).