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Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
1 
INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE 
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 28 
EL EVANGELIO DE JUAN 
(Sexta parte) 
VERSÍCULO POR VERSÍCULO 
(Capítulos 17 al 21) 
INTRODUCCIÓN 
Le damos la bienvenida al último de una serie de seis 
fascículos con notas para quienes desean estudiar el Evangelio de 
Juan versículo por versículo. Al comenzar este último fascículo de 
esta serie de comentarios para quienes han escuchado los ciento 
treinta programas radiales de nuestro Instituto Bíblico del Aire, lo 
aliento a obtener los cinco fascículos anteriores, para no perder la 
continuidad del estudio. Comuníquese con nosotros, y le enviaremos 
los otros cinco fascículos para que pueda estudiar y enseñar este 
Evangelio versículo por versículo y capítulo por capítulo. 
Le recuerdo que el apóstol Juan nos dejó muy en claro su 
propósito al escribir este cuarto Evangelio: “Hizo además Jesús 
muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no 
están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis 
que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis 
vida en su nombre” (20:30, 31). 
En este estudio, comenzamos con el capítulo 17, que es el 
“capítulo santísimo” del Evangelio de Juan. Concluyamos ahora 
nuestro estudio de cómo Juan nos presenta a Jesús, el Cristo, para 
que podamos creer y tener vida en su nombre.
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
2 
Capítulo 1 
La Oración del Señor 
(17:1-5) 
El capítulo 17 es donde encontramos lo que debería llamarse 
“la Oración del Señor”. La oración que Jesús enseñó a los discípulos, 
el Padrenuestro (Mateo 6:9-13), se denomina en inglés “la Oración 
del Señor” (The Lord’s Prayer). En realidad, esa oración debería 
llamarse “la Oración de los Discípulos”. Porque Él no oraba como 
enseñó que oraran los discípulos. Por ejemplo, Jesús no pediría el 
perdón de sus pecados. Ahora vamos a ver la oración que Jesús sí 
hizo, la que deberíamos llamar “la Oración del Señor”. 
Hay otra oración que deberíamos llamar “la Oración del 
Señor”. Se encuentra en todos los Evangelios Sinópticos (Mateo, 
Marcos y Lucas). Antes de enfrentar la cruz, Jesús, “su sudor como 
grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”, hizo esta oración: 
“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, 
sino la tuya” (Lucas 22:42). 
Esta oración, en Juan 17, debería llamarse “la Oración de 
Jesús como Sumo Sacerdote”. Luego de estar en el aposento alto con 
los once discípulos, en lo que yo he llamado su último retiro con 
ellos, ahora pronuncia una bendición sobre toda esa enseñanza al orar 
por los hombres con quienes ha pasado los últimos tres años y sus 
últimas horas, antes de morir en la cruz. 
Su oración comienza así: “Padre, la hora ha llegado; glorifica 
a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has 
dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los 
que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único 
Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he 
glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. 
Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que 
tuve contigo antes que el mundo fuese” (1-5). 
Juan escribe, en el primer versículo del capítulo: “Estas cosas 
habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo:...” Las “cosas que 
habló Jesús” es la enseñanza que dio en el aposento alto. Esta 
declaración inicial de Juan relaciona la oración más larga registrada 
de Jesús con su discurso más largo registrado, su discurso del 
aposento alto. 
Ahora quisiera comenzar nuestro estudio de esta oración con 
un resumen. Esta oración se divide en tres partes. Los primeros cinco 
versículos –citados arriba– son la primera parte de la oración. Del 
versículo 6 al 19, tenemos la segunda parte. La tercera parte 
comienza en el versículo 20 y finaliza en el 26. 
En los primeros cinco versículos, luego de dirigirse a Dios 
como su Padre –la forma en que nos enseñó que deberíamos 
dirigirnos a Dios en “la Oración del Discípulo”–, las primeras 
palabras que le dice son: “La hora ha llegado”. Como señalé en mi 
comentario sobre el capítulo 12, esta es una frase que Jesús usa a lo 
largo de este Evangelio. Esta frase culmina en la primera afirmación
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
3 
de Jesús en esta oración. Esa “hora”, obviamente, no es una hora de 
sesenta minutos, sino el momento en que moriría en la cruz para 
nuestra salvación. 
En estos primeros cinco versículos, Él define uno de los 
propósitos para los cuales Juan escribió este Evangelio. Juan nos dijo 
que su objetivo al escribir este Evangelio es que creamos que Jesús 
es el Cristo, para que podamos tener vida eterna (20:30, 31). En los 
primeros versículos de esta oración, Jesús nos dice que la vida 
(eterna) consiste en conocer el Padre, y al Cristo que ha sido enviado 
por el Padre. 
Jesús también presenta su propia vida y obra delante del 
Padre. Cuando Jesús ora por su propia vida y ministerio, nos dice 
cómo podemos glorificar a Dios. Él lo glorificó al terminar las obras 
que el Padre le había asignado en sus treinta y tres años de vida. 
Obviamente, nosotros glorificamos a Dios de la misma forma. Así 
como Jesús estaba preocupado por su vida y su obra en la tierra, 
usted y yo deberíamos estar preocupados por nuestra vida y nuestra 
obra en la tierra luego que llegamos a conocer a Jesucristo como 
nuestro Salvador y Señor. 
Cuando el apóstol Pablo resaltó la verdad de que no somos 
salvos por buenas obras, también enfatizó la verdad de que somos 
salvos para buenas obras, y Dios había ordenado previamente que 
deberíamos hacer estas buenas obras para nuestro Señor y Salvador 
(Efesios 2:8-10). 
Eso significa que, cuando Dios nos salva, hay un propósito 
para nuestra salvación en esta vida. Por supuesto, hay un propósito 
en el estado eterno por venir pero, desde el momento que nos salva y 
hasta que nos lleve a su hogar, hay un propósito presente para nuestra 
salvación. Es la obra para la cual nos ha escogido, para la cual nos ha 
salvado y a la cual nos está llamando (Juan 15:16; Efesios 2:8-10). 
Así como Jesús oró por la obra que el Padre quería que hiciese, 
nosotros deberíamos orar por la obra que el Señor ha escogido para 
que hagamos para Él. 
Su pedido final en esta primera parte de la oración nos dice 
algo acerca de la creación y de la persona de Jesucristo. El relato de 
la creación, que se encuentra en el primer capítulo del Libro de 
Génesis, usa, en el hebreo, pronombres plurales cuando se refiere al 
Creador. Leemos: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. Al 
estudiar el Discurso del Aposento Alto, concluimos que Dios existe 
en tres personas, reveladas a nosotros como el Padre, el Hijo y el 
Espíritu Santo. 
Cuando oímos orar a Jesús: “Ahora pues, Padre, glorifícame 
tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el 
mundo fuese”, sabemos que Jesús existió antes que el mundo fuera 
creado y participó en el milagro de la creación (Juan 1:3). Dado que 
se nos dice que el Espíritu se movía sobre las primeras etapas de la 
creación, podemos suponer que, cuando Dios creaba, el Padre, el 
Hijo y el Espíritu Santo trabajaban juntos en perfecta armonía en el 
milagro de la creación.
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
4 
Este pedido también nos enseña que Jesús no comenzó a 
existir cuando nació en Belén. Los eruditos llaman a esto “la 
existencia del Cristo preencarnado”, que significa, simplemente, que 
Él existía antes que el Verbo eterno se encarnara y viviera entre 
nosotros (Juan 1:1, 14). En realidad, Jesús existió de cinco formas 
distintas. Existió antes de encarnarse y nacer en Belén. Vivió en un 
cuerpo durante treinta y tres años. Tuvo un cuerpo glorificado en el 
cual vivió cuarenta días luego de su resurrección. 
Tres de los apóstoles estuvieron con Jesús en lo que llamamos 
el “monte de la transfiguración”. Mateo escribe que Jesús fue se 
transfiguró ante estos apóstoles: “... y se transfiguró delante de ellos, 
y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron 
blancos como la luz” (Mateo 17:2). Conversaba con Moisés y Elías, 
y fue cambiado completamente. La palabra “transfiguración” que usa 
Mateo aquí es, en realidad, “metamorfosis”, la palabra que usamos 
para describir la forma en que una oruga se convierte en una hermosa 
mariposa. Al considerar las diferentes formas en las que existió 
Jesús, debemos incluir su transfiguración. 
Luego de establecer la realidad, en el primer capítulo de su 
breve carta, de que él y los demás apóstoles habían visto y tocado el 
cuerpo resucitado de Jesús, el apóstol Juan dice que aún no se ha 
revelado lo que seremos, porque seremos como Jesús, y lo veremos 
como Él es ahora (1 Juan 3:1, 2). Esto nos lleva a la próxima 
pregunta: “¿Con qué forma existe Jesús ahora?”. En su sermón del 
Día de Pentecostés, Pedro nos dice que Cristo está sentado a la 
diestra de Dios (Hechos 2:3). Pablo escribe que nuestra única 
esperanza es que Cristo vive en nuestros corazones hoy (Colosenses 
1:27). 
El pedido final en este párrafo inicial de esta oración es, 
ciertamente, profundo, y nos lleva a formularnos la misma pregunta 
que se hicieron los apóstoles cuando vivieron esos tres años con 
Jesús: “¿Quién es éste?” (Marcos 4:41). 
En la segunda sección de la oración (6-19), Jesús ora por esos 
once hombres en quienes ha invertido tanto. Él los reclutó, y, 
podríamos decir, durante tres años los instruyó, les mostró cómo 
hacer las cosas y los entrenó. Ahora está a punto de comisionarlos y 
darles el poder para alcanzar al mundo para Él. Han estado 
continuamente con Él a lo largo de sus tres años de ministerio 
público. Antes de enfrentar los juicios injustos y la cruz, lo último 
que hace por estos hombres es orar por ellos. 
La esencia del Nuevo Mandamiento que Jesús dio a los 
apóstoles en este, su último retiro con ellos, fue su carga de 
establecer una nueva y única comunidad espiritual en este mundo. 
Note cómo Jesús repite el pedido de que sean uno. Cinco veces, 
mientras ora por ellos, y en la tercera sección de la oración por los 
que creerían a través de ellos, Jesús ora pidiendo que fueran uno, así 
como Él era con uno con el Padre, y el Padre, uno con Él. 
La esencia de la enseñanza del aposento alto fue: “Yo estoy 
en el Padre, y el Padre está en mí. Toda obra que hago y toda palabra 
que digo es resultado del hecho de que yo estoy en el Padre, y el
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
5 
Padre está en mí”. En la segunda y tercera sección, la esencia de la 
oración es que los discípulos tengan esa característica de unidad; con 
Él y entre ellos. 
En esta segunda división de la oración, note la forma en que 
describe a estos hombres por los que está orando: “He manifestado tu 
nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los 
diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las 
cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me 
diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido 
verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” (6-8). 
En el capítulo 16, casi da la impresión de que ellos no han 
creído en Él. Pero, al orar por ellos, dice que han aceptado su 
palabra, que la han obedecido y han creído. Tal vez, los ve como 
serán cuando el Espíritu Santo les dé poder en el Día de Pentecostés. 
El mundo odia a estos hombres porque creen, aceptan y 
obedecen su palabra. Jesús ora pidiendo que el Padre ahora los 
proteja mientras quedan en el mundo y Él vuelve al Padre. Ellos 
están en el mundo, pero no son del mundo. Él los ha protegido 
mientras estuvo con ellos, pero ahora pide al Padre que los proteja 
del maligno. En la Oración de los Discípulos, les enseñó que oraran 
cada día: “Líbranos del mal” (“del maligno”, NVI; Mateo 6:13). 
Jesús muestra vez tras vez que el poder del mal (o del maligno) debe 
ser vencido por la fe en Aquel que ha vencido al mundo (16:33; 1 
Juan 4:4; 5:4). 
Jesús resalta la importancia de dar 
Jesús describe a estos hombres como aquellos que el Padre le 
ha dado. Note que el Padre da al Hijo. El Hijo da a estos hombres, y 
el Hijo pide que los apóstoles den a este mundo todo lo que el Padre 
ha dado al Hijo y el Hijo ha dado a ellos. En este contexto, fíjese en 
la profunda definición de la palabra “comunión” en el Nuevo 
Testamento: esta palabra significa, literalmente, ‘sociedad’. 
En una sociedad de negocios igualitaria, todo lo que usted 
tiene pertenece a su socio, y todo lo que él tiene le pertenece a usted. 
Jesús hace esta aplicación de su relación con el Padre y la relación 
que tiene con estos hombres: “Todo lo que tengo es de ustedes, y 
todo lo que tienen ustedes es mío”. La bendición devocional en esta 
definición está cuando le decimos a Cristo: “Todo lo que tienes es 
mío”. El desafío está en decirle, en oración: “Todo lo que tengo es 
tuyo”. 
En el mundo, pero no del mundo 
Jesús ora pidiendo que el Padre no los saque del mundo, sino 
que los proteja del mal y de los peligros que enfrentarán en el mundo. 
El énfasis ahora pasa a ser la realidad gloriosa que pronto tendrá 
lugar. Como velas en el candelabro que Él ha escogido, los envía al 
mundo con la comisión de hacer discípulos en todas las naciones de 
la tierra. 
Nos da otra joya devocional al orar pidiendo que sean 
santificados o apartados para el Padre mediante la verdad. Todo
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
6 
pastor o líder espiritual debería ser desafiado a hacer esta oración 
cuando ora por aquellos que el Espíritu Santo ha puesto para que él 
pastoree: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también 
ellos sean santificados en la verdad” (17:19). 
En este contexto, Jesús da mi definición y perspectiva 
favorita de cómo acercarse a la Palabra de Dios. Pide al Padre que los 
santifique a través de la verdad, y luego hace esta declaración: “Tu 
palabra es verdad” (17). Según Jesús, la Biblia es verdad, y debemos 
acercarnos a la Biblia buscando la verdad. Hay muchos que leen la 
Biblia preguntándose: “¿Qué es?”. En otras palabras, “¿Cuál es la 
forma literaria de lo que estoy leyendo? ¿Es historia, poesía, sermón, 
parábola, alegoría, mito o fábula?”. 
Jesús nos dijo anteriormente en este Evangelio que debíamos 
acercarnos a su enseñanza buscando la verdad, con el compromiso de 
que aplicaremos la verdad que encontramos en su enseñanza. Es 
cuando aplicamos la verdad que probamos que las enseñanzas de 
Jesús son la Palabra de Dios. Si queremos probar que toda la Biblia 
es la Palabra inspirada e infalible de Dios, creo que debemos leer la 
Biblia buscando la verdad. Cuando asumimos el compromiso de 
aplicar y obedecer la verdad que encontramos en la Biblia, probamos 
que toda la Biblia es la Palabra de Dios. Jesús enseñó de manera 
realista que el saber no siempre lleva al hacer. Él enseñó –y esto 
coincide con mi propia experiencia– que el hacer siempre lleva a la 
convicción absoluta de que la Biblia es la Palabra de Dios. 
Jesús ora por su iglesia 
En la tercera parte de la oración (20-26), Jesús ora por las 
personas que van a creer gracias a esos once hombres. Eso significa 
que Él ora por usted y por mí, porque a lo largo de más de veinte 
siglos, las personas han creído y se incorporado a la iglesia que 
Cristo ha estado construyendo gracias al testimonio de esos once 
hombres. 
En la sección final de esta oración, Él ora por usted y por mí: 
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de 
creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, 
oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; 
para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, 
yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo 
en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el 
mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos 
como también a mí me has amado” (20-23). 
Al considerar esta tercera parte de su oración, note, ante todo, 
que la unidad que Jesús desea para nosotros sigue el modelo de la 
forma en que Él y el Padre son uno. Nos dijo, en el capítulo 10 de 
este Evangelio, que Él y el Padre son uno (10:30). Ahora su unidad 
es un modelo de la forma en que debemos ser uno con el Padre, con 
nuestro Salvador y entre nosotros. 
Jesús no solo oraba por el tipo de unidad que muchos 
proclaman hoy, que está basada, de hecho, en la triste realidad de que 
pueden tener unidad con personas de otras creencias porque ya no
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
7 
creen en las doctrinas básicas de su fe. No es difícil estar de acuerdo 
sobre lo que ya no creemos. 
La principal interpretación y aplicación de esta unidad es la 
fuente dinámica de las obras y las palabras de Jesús que resultan de 
la realidad milagrosa de que Él y el Padre son uno. Jesús dijo a estos 
discípulos en el huerto, a través de su metáfora de la vid y las ramas: 
“Yo estoy en Él, y Él está en mí. De la misma forma, ustedes pueden 
estar en mí y yo, en ustedes” (21). Esa es la forma en que Jesús 
describió la unidad que pidió que el Padre diera a los apóstoles y a 
aquellos que creyeran y formaran parte de su iglesia a lo largo de la 
historia. 
“Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, 
también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has 
dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” 
(24). 
En este versículo, Jesús dice que quería que estos once 
hombres estuvieran con Él para que pudieran ver su gloria. Promete 
estar con quienes prediquen el evangelio y hagan discípulos para Él a 
lo largo de la historia de la iglesia (Mateo 28:18-20). Podemos 
suponer que, así como les dio su gloria a esos once hombres, Él ha 
dado y continuará dando su gloria a quienes lo llaman Señor y 
Salvador hasta que vuelva. 
Para que el mundo sepa y crea 
En el aposento alto, Jesús dijo a estos hombres que, cuando 
experimentaran esta unidad, harían obras mayores que las que Él 
había hecho. Ahora entendemos por qué invirtió estos tres años en la 
capacitación de ellos. Él quiere que experimenten esta unidad y que 
hagan estas obras, porque quiere que el mundo sepa y crea dos 
verdades específicas: que el Padre lo ha enviado a este mundo, ¡y que 
el Padre los ama a ellos tanto como ama a su Hijo unigénito! Resalté 
estos pedidos para usted en los versículos 20 al 23, que cité arriba, 
porque creo que son el centro básico y más dinámico de esta oración. 
En muchos sentidos, la clave para la comprensión del centro 
de esta oración se encuentra en los últimos dos versículos: “Padre 
justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos 
han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, 
y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, 
esté en ellos, y yo en ellos” (17:25-26). 
En esta oración de Jesús, el centro es el mundo. Aun cuando 
le dice al Padre que no ora por el mundo, ¡menciona al mundo 
diecinueve veces en esta oración! Encontramos la carga de su oración 
en estas palabras: “Padre justo, ¡el mundo no te ha conocido!”. Dice 
que no ora por el mundo, porque el mundo no conoce. 
Ora por estos apóstoles porque conocen, y son su forma de 
convencer al mundo de dos hechos del evangelio (buenas nuevas) 
que ha ejemplificado y predicado por tres años. El hecho número 1 es 
que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para la salvación del
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
8 
mundo. El hecho número 2 es la asombrosa verdad de que Dios ama 
a las personas de este mundo tanto como ama a su Hijo unigénito. 
Estos dos hechos del evangelio están registrados para 
nosotros en el tercer capítulo de Juan, cuando Jesús dice al rabí 
Nicodemo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a 
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, 
mas tenga vida eterna” (3:16). 
Jesús, en realidad, estaba orando por estos apóstoles en los 
primeros cinco versículos de esta oración cuando oró por su propia 
vida y obra, porque, en cierto sentido, estos hombres habían sido su 
obra más importante. Cinco siglos después que hizo esta oración, 
todo el mundo romano había abrazado la fe que fue proclamada por 
los apóstoles. Esta magnífica oración fue contestada cuando el Padre 
bendijo poderosamente la estrategia de su Hijo para alcanzar al 
mundo a través de estos apóstoles y aquellos que creyeron y creerán 
a través de su predicación. 
Capítulo 2 
El arresto de Jesús 
(18:1-27) 
Al acercarnos a los capítulos finales de este cuarto Evangelio, 
comenzamos un estudio del relato más completo de la muerte y 
resurrección de Jesús que se encuentra en los cuatro Evangelios. 
Como he señalado, Juan asigna aproximadamente la mitad de su 
Evangelio a registrar los treinta y tres años de la vida más importante 
que se haya vivido jamás, y aproximadamente la otra mitad a 
registrar la última semana de la vida de Jesucristo. A partir del 
capítulo 12, nos da un relato muy completo de la última semana que 
vivió Jesús. 
En sus cuatro últimos capítulos, Juan relata detalladamente el 
arresto, el juicio, la crucifixión y la resurrección de Jesucristo. Mi 
comentario sobre estos capítulos finales será en forma de resumen de 
lo que nos cuentan con relación a estos sucesos vitalmente 
importantes en la vida del unigénito Hijo de Dios. 
El primero de estos cuatro capítulos describe el arresto de 
Jesús. Al comenzar nuestro estudio del capítulo 18, leemos: 
“Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro 
lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró 
con sus discípulos. Y también Judas, el que le entregaba, conocía 
aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus 
discípulos. Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y 
alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con 
linternas y antorchas, y con armas. 
“Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de 
sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Le 
respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba 
también con ellos Judas, el que le entregaba. Cuando les dijo: Yo
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
9 
soy, retrocedieron, y cayeron a tierra. Volvió, pues, a preguntarles: 
¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno. Respondió 
Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a 
éstos; para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me 
diste, no perdí ninguno. 
“Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, 
e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el 
siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada 
en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” 
(18:1-11). 
Observe la forma en que Juan comenta que Jesús estaba 
cumpliendo la Escritura y la hora para la cual había venido a este 
mundo. Juan inserta continuamente comentarios que ubican a estos 
sucesos y acontecimientos en el contexto de la Providencia de Dios. 
Por ejemplo, Jesús sabe todo lo que le va a ocurrir, y cumple la 
Escritura cuando salva la vida de sus apóstoles. 
La pregunta que Jesús le hace a Pedro enfatiza la tremenda 
realidad de que Él está simplemente a punto de beber la copa que el 
Padre quiere que Él tome (11). Los que escriben los demás 
Evangelios –especialmente Mateo– agregan el mismo tipo de 
comentario a sus inspiradas biografías de Jesús. 
Juan, también, enfatiza continuamente la verdad de que Jesús 
era más que un hombre. Establece este punto en este pasaje cuando 
relata que las personas que fueron a arrestar a Jesús cayeron hacia 
atrás cuando Él pronunció las palabras: “Yo soy” (6). Estas son las 
palabras características de Jehová: esencialmente, “Yo soy el que 
fue, es y siempre será”. 
Una palabra importante en el pasaje anterior es la que usa 
Juan para describir la cantidad de soldados que vienen a arrestar a 
Jesús. La palabra que se traduce como “compañía” indica que fueron 
seiscientos soldados romanos a arrestar a Jesús. 
Era típico que los militares romanos enviaran una gran 
cantidad de soldados cuando hacían un arresto. En el Libro de 
Hechos, leemos que cuatrocientos setenta soldados romanos 
escoltaron al apóstol Pablo de una cárcel a otra (Hechos 23:23). Estos 
soldados que arrestaron a Jesús quizás hayan llevado muchas armas 
porque temían que los discípulos de Jesús pudieran luchar y que 
Jesús usara sus poderes milagrosos para evitar el arresto. 
Esto hace que la respuesta de Pedro sea asombrosa. La 
palabra que usa Juan para la espada que usa Pedro es, en realidad, la 
palabra que en griego se usa para designar a un cuchillo largo. ¿Qué 
hacía Pedro con un arma así? ¿Compartía con algunos de los demás 
apóstoles la convicción de que Jesús derrocaría a Roma y 
establecería su reino en la tierra? (Hechos 1:6). 
La respuesta de Pedro ante el arresto de su Señor puede 
interpretarse de diferentes formas. Una interpretación podría ser que 
Pedro demostró una valentía increíble cuando sacó su arma contra 
seiscientos soldados romanos. Otra sería que Pedro no tenía la 
valentía y la fuerza ungidas por el Espíritu Santo para aplicar la 
enseñanza que Jesús dio en el monte: que debemos amar a nuestros
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
10 
enemigos y no resistir el mal (Mateo 5:39, 44). Esta segunda 
perspectiva está respaldada por las palabras que Jesús dice a Pedro 
indicándole que guarde su arma. 
Juan continúa: “Entonces la compañía de soldados, el tribuno 
y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le 
llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era 
sumo sacerdote aquel año. Era Caifás el que había dado el consejo a 
los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el 
pueblo. 
“Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Y este 
discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio 
del sumo sacerdote; mas Pedro estaba fuera, a la puerta. Salió, pues, 
el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, y habló a la 
portera, e hizo entrar a Pedro. Entonces la criada portera dijo a Pedro: 
¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dijo él: No lo 
soy. Y estaban en pie los siervos y los alguaciles que habían 
encendido un fuego; porque hacía frío, y se calentaban; y también 
con ellos estaba Pedro en pie, calentándose” (12-18). 
No debemos ser demasiados duros con Pedro, porque cada 
uno de estos once discípulos huyó cuando fue arrestado Jesús. Haré 
algunas observaciones y compartiré más puntos de vista sobre las 
negaciones de Pedro al resumir el último capítulo de este Evangelio. 
Juan nos da un relato de la aparición de Jesús ante Anás: “Y 
el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su 
doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; 
siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen 
todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas 
a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, 
ellos saben lo que yo he dicho. 
“Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que 
estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo 
sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está 
el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Anás entonces le envió atado 
a Caifás, el sumo sacerdote” (19-24). 
La forma en que Jesús es atado y tratado por estos soldados 
romanos era un procedimiento habitual cuando hacían un arresto. Lo 
que es extraordinario es el hecho que lo llevaron ante Anás antes de 
llevarlo ante Caifás, el sumo sacerdote. ¿Por qué compareció Jesús 
ante Anás, que no era el sumo sacerdote? 
Anás era el poder detrás de un sistema religioso muy corrupto 
que explotaba a los peregrinos judíos que acudían a Jerusalén para 
sus muchos días y festividades sagradas, que requerían que 
ofrecieran sacrificios de animales. Los animales que ofrecían para los 
sacrificios eran examinados por los sacerdotes y declarados limpios o 
impuros. 
Anás controlaba la venta de animales en las más de cuatro 
hectáreas del patio del templo así como en los mercados de Jerusalén, 
donde a estos peregrinos se les cobraba setenta y cinco veces el 
precio normal de los animales que compraban. A menos que los 
peregrinos compraran sus animales en un mercado propiedad de
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
11 
Anás, sus animales serían declarados impuros por los sacerdotes, y 
no podrían ser ofrecidos como sacrificios. Obviamente, estos 
sacerdotes estaban controlados por Anás. Cuando los romanos 
destruyeron completamente Jerusalén, cuarenta años después, 
encontraron en la caja de seguridad del templo el equivalente de 
cinco millones de dólares estadounidenses. 
Esta era una extorsión religiosa sumamente corrupta y 
lucrativa, que posiblemente le reportara a Anás el equivalente a 
millones de dólares al año. Podemos entender por qué Jesús, 
expresando una gran y justa indignación, despejó ese gran patio 
derribando las mesas y echando a los mercaderes con un látigo que 
había hecho con una soga. Cuando entendemos esta vil extorsión de 
los piadosos peregrinos religiosos por este hombre Anás, sus palabras 
también tienen un gran significado: “Y les enseñaba, diciendo: ¿No 
está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las 
naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Marcos 
11:17). 
Esta información que nos dan los estudiosos nos ayuda a 
entender por qué Anás llamó a Jesús para que compareciera ante él 
inmediatamente luego de ser arrestado. También podemos apreciar la 
dura realidad de que, cuando Jesús limpió el mercado corrupto en 
que se había convertido el templo, estaba confrontando directamente 
a este malvado hombre, Anás. Su aparición ante Anás no fue un 
juicio. ¡Era una confrontación obligada, cara a cara, con su peor 
enemigo! 
La ley judía decía que a ningún acusado se le podían hacer 
preguntas que pudieran ser contestadas de forma que lo incriminara. 
Entonces entendemos por qué, cuando Jesús contestó: “¿Por qué me 
preguntas a mí?”, ¡uno de los guardias del templo le da una 
cachetada! 
El pueblo judío había sido conquistado y estaba sufriendo las 
duras realidades de la ocupación romana. A los líderes religiosos de 
los judíos se les permitía hacer juicios religiosos con relación a las 
interminables leyes y restricciones que habían agregado a los 
mandamientos que Dios había dado a través de Moisés. Sin embargo, 
Roma no les había dado a estos tribunales religiosos la autoridad para 
ejecutar a ninguna persona. Dado que los judíos querían que Jesús 
fuera crucificado, debía pasar por un juicio romano además del 
religioso. Este juicio religioso tiene lugar cuando Anás envía a Jesús 
a Caifás. Los otros Evangelios registran el juicio religioso de Jesús. 
Juan no nos habla de ese juicio, pero relata detalladamente el juicio 
romano de Jesús ante el gobernador romano, Poncio Pilato. 
Juan retoma su relato de la triple negación de Pedro: “Estaba, 
pues, Pedro en pie, calentándose. Y le dijeron: ¿No eres tú de sus 
discípulos? El negó, y dijo: No lo soy. Uno de los siervos del sumo 
sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le 
dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? Negó Pedro otra vez; y en 
seguida cantó el gallo” (18:25-27). 
Dado que Juan está interesado principalmente en relatar el 
arresto y el juicio romano de Jesús, no nos dice que, cuando ocurrió
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
12 
esto, Pedro salió corriendo hacia la oscuridad y lloró amargamente. 
Lucas da el relato conmovedor que cómo trajeron a Jesús, después 
del trato cruel que había sufrido ante Anás, y Él miró a Pedro. Fue 
cuando Pedro se encontró con la mirada de Jesús, con la corona de 
espinas en su cabeza y los signos evidentes del abuso en su rostro, 
que cantó el gallo, y él lloró en la oscuridad (Lucas 22:60-62). 
¿Por qué usó el Espíritu Santo a Pedro poderosamente para 
enseñar el gran sermón en el Día de Pentecostés? Estoy convencido 
de que fue porque Pedro había aprendido algo cuando lloró en la 
oscuridad, que lo convirtió en un vehículo y un canal del poder 
vigorizante del Espíritu Santo. En una palabra, Pedro aprendió lo que 
podemos llamar el “quebrantamiento”. Jesús expresó el mismo 
concepto cuando enseñó la hermosa actitud que nos convierte en sal 
de la tierra y luz del mundo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3). 
Los eruditos nos dicen que la palabra “pobre”, en la primera y 
bienaventurada actitud, puede traducirse como “quebrantado” 
(quebrantado en espíritu). La segunda actitud que Dios bendice es la 
de los que lloran (Mateo 5:4). Al menos una aplicación de la segunda 
actitud bienaventurada es que lloramos mientras aprendemos a ser 
quebrantados, o pobres en espíritu. Pedro fue usado grandemente en 
el Día de Pentecostés porque, cuando salió a la oscuridad y lloró 
amargamente porque había negado a su Señor tres veces, tuvo un 
quebrantamiento de espíritu. Pedro fue escogido para ser el recipiente 
usado por el Espíritu Santo el Día de Pentecostés para guiar a la 
iglesia del Nuevo Testamento porque había aprendido y 
experimentado las dos primeras verdades que enseñó Jesús en ese 
monte de Galilea. 
Una paráfrasis de las dos primeras actitudes bienaventuradas 
es esta confesión: “Yo no puedo, ¡pero Él sí puede!”. Estoy 
convencido de que Dios usó a Pedro poderosamente como el líder de 
esa primera generación de la iglesia de Jesucristo porque, mientras 
lloraba en esa oscuridad, aprendió a confesar: “Yo no puedo, ¡pero Él 
sí puede!”. Obviamente, Pedro experimentó la segunda actitud que 
Dios bendice mientras aprendía la primera. Aprenderemos mucho 
más acerca de Pedro en el último capítulo de este Evangelio. 
Capítulo 3 
El juicio romano de Jesús 
(18:28-19:16) 
Juan escribe que el juicio romano de Jesús comenzó así: 
“Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y 
ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder 
comer la pascua. Entonces salió Pilato a ellos, y les dijo: ¿Qué 
acusación traéis contra este hombre? 
“Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te 
lo habríamos entregado. Entonces les dijo Pilato: Tomadle vosotros,
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
13 
y juzgadle según vuestra ley. Y los judíos le dijeron: A nosotros no 
nos está permitido dar muerte a nadie; para que se cumpliese la 
palabra que Jesús había dicho, dando a entender de qué muerte iba a 
morir” (28-32). 
Recuerde que, cuando estudiamos la narración de Juan, solo 
tenemos las palabras escritas, y no se nos dice cuál fue la inflexión de 
voz usada. Además, raramente se nos dice la expresión facial y el 
lenguaje corporal de la persona que se menciona cuando leemos el 
pasaje. Si conociéramos estos aspectos de la comunicación entre 
Pilato y estos judíos, sería obvio que Pilato odiaba a estos líderes 
judíos religiosos, y que ellos lo odiaban a él. 
Antes de resumir el juicio romano de Jesús, creo que es 
importante que conozcamos a este gobernador romano, llamado 
Poncio Pilato. El historiador romano Josefo, que escribió su historia 
judía y vivió su vida durante los tiempos del Nuevo Testamento, nos 
informa que Pilato se convirtió en gobernador de Judea en el año 25 
d.C., y gobernó durante diez años. Comenzó con el pie izquierdo con 
estos líderes religiosos judíos, porque la primera vez que visitó 
Jerusalén desde su cuartel general en Cesarea, los soldados que lo 
escoltaban hicieron flamear algunas banderas con bustos de bronce 
del emperador Tiberio Julio César Augusto. 
Dado que el emperador era considerado como un dios por 
Roma, y luego de su cautividad en Babilonia los judíos se 
propusieron nunca volver a adorar ídolos, estaban totalmente 
decididos a nunca más adorar la imagen de un dios. Por lo tanto, 
objetaron estos bustos del emperador, que los romanos adoraban y 
que los judíos debían respetar. Enviaban delegaciones continuamente 
a Pilato, insistiendo en que estas imágenes del emperador fueran 
quitadas de las banderas de sus soldados. Como gobernador romano, 
Pilato no quiso hacer nada para apaciguar a estos líderes religiosos. 
Cuando la tensión sobre este tema alcanzó su punto máximo, 
Pilato convocó a los líderes para que se encontraran en un anfiteatro 
para hablar sobre esta controversia. Hizo rodear el anfiteatro, y su 
plan era masacrar a todos estos líderes. Pero ellos fueron tan 
fervientes en su protesta que muchos de ellos se arrodillaron, dejaron 
sus cuellos al descubierto y dijeron: “Preferimos que nos corten las 
cabezas con sus espadas antes que ver ídolos en nuestra ciudad 
santa”. 
No sabemos con certeza por qué, pero Pilato se retractó en 
esa oportunidad. Esa fue una victoria para estos judíos. Sin embargo, 
dado el gran ego y orgullo del gobernador romano, podemos suponer 
que su relación fue más hostil a partir de ese día. 
El segundo incidente que tensó su relación fue que Pilato 
construyó un acueducto para mejorar la deficiente provisión de agua 
en Jerusalén. Para financiar el costo del acueducto, robó del tesoro 
del templo. Aun después que Pilato robó gran parte del tesoro judío, 
cuando los romanos destruyeron Jerusalén, cuarenta años después, 
encontraron el equivalente de cinco millones de dólares en el tesoro. 
Una vez que hubo disturbios en las calles, Pilato hizo que se 
infiltraran soldados entre la muchedumbre en ropa de civil con armas
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
14 
ocultas. Ante una señal de él, mataron a cientos de judíos a golpes y 
puñaladas. Esto incitó un fiero odio hacia Pilato en los corazones de 
estos líderes judíos. 
Un tercer incidente ocurrió cuando Pilato equipó adrede a sus 
soldados en el palacio de Herodes con escudos de oro con la imagen 
del emperador. Hubo una protesta tan grande que el emperador 
mismo ordenó a Pilato que hiciera quitar esas imágenes de los 
escudos. 
Josefo escribe que, luego de la muerte y resurrección de 
Jesús, hubo un incidente final que puso fin a la carrera política de 
Pilato. En 36 d.C., hubo una revuelta en Samaria, y Pilato la sofocó 
de forma tan cruenta que el principal oficial romano de Siria informó 
al emperador, que entonces hizo reemplazar a Pilato. 
Mientras Pilato iba camino a Roma, el emperador Tiberio 
murió. Calígula asumió el cargo y, dado que era loco, solo podemos 
imaginarnos cuál habrá sido el destino de Pilato cuando llegó a 
Roma. En este punto, desaparece de las páginas de la historia. 
Comparto esta lección de historia para ayudarnos a entender el 
trasfondo de hostilidad que había entre Pilato y estos judíos. Pilato 
odia a estos líderes religiosos, y ellos lo odian a él. 
El juicio romano de Jesús comienza cuando Pilato sale de su 
palacio para dirigirse a los judíos, porque ellos no quieren entrar en 
su palacio, dado que esto los haría impuros y, entonces, no se les 
permitiría celebrar la Pascua. Me resulta fascinante que estos líderes 
religiosos judíos estén preocupados con estar ceremonialmente en 
regla mientras están por matar al Hijo de Dios. 
Pilato sale y pregunta a los judíos qué cargos específicos 
están presentando contra este hombre. Ellos responden que, si Jesús 
no fuera un criminal, no hubieran pedido este juicio. Pilato contesta 
que deberían tomar a Jesús y juzgarlo por su cuenta, según sus 
propias leyes religiosas. Ellos contestan que no tienen la autoridad 
para matar a este hombre, y lo quieren muerto. Entonces, Pilato, 
probablemente, se da cuenta de que no será un juicio, sino la acción 
de una multitud asesina. 
Este intercambio inicial nos muestra que la atmósfera de este 
juicio romano es un conflicto entre enemigos y que la relación entre 
Pilato y estos judíos está llena de hostilidad. Juan inserta el 
comentario de que todo ocurría en cumplimiento de la forma en que 
las Escrituras habían descrito proféticamente la muerte de Jesús, el 
Mesías (29-32). 
Pilato entonces vuelve al palacio y convoca a Jesús para que 
comparezca ante él. Tienen una conversación profunda en la que 
Pilato pregunta a Jesús si es el rey de los judíos. Jesús contesta que 
su reino no es de este mundo. En el contexto de su diálogo con 
Pilato, Jesús hace una declaración profunda acerca de su misión en 
este mundo. Dice: “Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? 
Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y 
para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo 
aquel que es de la verdad, oye mi voz” (18:37).
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
15 
Aquí es donde Pilato hace su famosa pregunta: “¿Qué es la 
verdad?”. No espera una respuesta, sino que vuelve a salir y anuncia 
a los judíos que no encuentra ninguna razón para hacer ninguna 
acusación contra Jesús. Esto podría ser porque está impresionado por 
Jesús, o porque odia a estos judíos y simplemente no quiere hacer 
nada que ellos le pidan. 
En el capítulo 18 de este Evangelio, nuestra respuesta a la 
pregunta “¿Quién es Jesús?” es que es el Testigo fiel, el que vino a 
dar testimonio de la verdad. ¿No es trágico que, cuando Pilato hace 
esta pregunta, estaba contemplando el rostro de Aquel que es la 
Verdad, y ni siquiera esperó una respuesta? 
De acuerdo con la costumbre romana de soltar a un prisionero 
en celebración de la Pascua, Pilato entonces ofrece liberar a Jesús. 
Ellos gritan que el prisionero llamado Barrabás debe ser el liberado 
(33-40). 
El gobernador romano entonces hace azotar cruelmente a 
Jesús, como si fuera un criminal común. Esto, nuevamente, era un 
procedimiento habitual romano: azotar a un prisionero con un azote 
formado por muchas tiras de cuero y puntas de metal o hueso que 
arrancaban la piel de la víctima. Luego de ser azotado, le colocaron 
una túnica púrpura (real) a Jesús. Los soldados le vendaron los ojos, 
se burlaron de Él, le pegaron con los puños y le colocaron una corona 
de espina en la cabeza. Pilato entonces saca a Jesús ante los judíos y 
les dice: “Miren, lo saco para que lo vean y para hacerles saber que 
no encuentro ninguna base para acusarlo”. Leemos: “Y salió Jesús, 
llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les 
dijo: ¡He aquí el hombre!” (19:5). 
En el idioma original, el espíritu de estas palabras es, en 
realidad: “¡Vean a este patético, pobre y abusado hombre!”. No 
conocemos con certeza la intención de Pilato. Algunos eruditos creen 
que estaba intentando despertar la compasión de estos líderes 
religiosos. Si esa hubiera sido su intención, tendría que haberse dado 
cuenta de que personas como Anás, o las que formaban parte de su 
sistema vil, difícilmente tendrían compasión por alguien que estaba 
amenazando la supervivencia de la economía de sus maquinaciones 
religiosas. 
Por esta razón compartí esa larga lección de historia con 
usted. Estoy convencido, personalmente, de que Pilato estaba lleno 
de ira hacia estos judíos, y todo lo que hizo fue con sarcasmo y 
desprecio hacia Jesús y estos líderes religiosos de los judíos. No 
debemos sorprendernos cuando leemos: “Así que, entonces tomó 
Pilato a Jesús, y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de 
espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de 
púrpura; y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! y le daban de 
bofetadas. Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo 
traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió 
Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato 
les dijo: ¡He aquí el hombre! Cuando le vieron los principales 
sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale! 
¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
16 
yo no hallo delito en él. Los judíos le respondieron: Nosotros 
tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí 
mismo Hijo de Dios” (19:1-7). 
¿No es interesante y triste que algunas de las mismas 
personas que cantaron “¡Hosana!” cuando Jesús entró a Jerusalén 
montado en un asno al comienzo de esta semana crítica de su vida y 
ministerio están ahora gritando y pidiendo que Jesús sea crucificado? 
Pilato entonces vuelve al palacio y descubre que Jesús no 
quiere hablar con él. Cuando expresa su asombro porque no quiere 
hablar con él, que tiene el poder de crucificarlo o dejarlo ir, Jesús le 
informa que no tendría ningún poder si no le hubiera sido dado (9- 
11). Este recordatorio de que Dios está a cargo y en control es un 
énfasis del autor de este Evangelio. 
Leemos que, a partir de este punto, Pilato, directamente, 
quiso dejar ir a Jesús. Sin embargo, los judíos presionaron entonces 
fuertemente a Pilato cuando dijeron que todo el que dejara libre a 
este hombre no sería amigo de César (12). Había un círculo interior 
políticamente correcto en Roma llamado “los amigos de César”. A 
Pilato no le iba bien en su carrera política como gobernador de Judea, 
principalmente porque estos líderes religiosos de los judíos se 
quejaban constantemente de él. Ellos tenían el poder para provocar 
una investigación, algo que Pilato, obviamente, no quería. Pilato no 
quería que la acusación de no ser un amigo de César llegara a oídos 
romanos. 
También presionaron a Pilato cuando dijeron que Jesús decía 
ser rey: “Todo el que se hace rey, a César se opone” (12). Este era un 
crimen penado con la muerte en el imperio romano. Cuando estos 
sacerdotes y líderes espirituales dicen: “No tenemos más rey que 
César” (15), me asombra muchísimo. Cuando se opusieron a los 
primeros impuestos romanos, lucharon en una rebelión porque decían 
que Dios era su rey y nunca debían pagar impuestos a un rey terrenal. 
Su odio de Jesús y su perspectiva espiritual corrupta revelan qué 
lejos de Dios estaban realmente en este momento de la historia 
hebrea, cuando Jesús caminó entre ellos. 
Pilato vuelve a salir junto con Jesús. Leemos que se sentó en 
el tribunal. Este era un asiento para juzgar que había sido construido 
en la parte superior de unas escaleras elaboradas. En realidad, era un 
trono desde donde se pronunciaban juicios. Cuando leemos: “Llevó 
fuera a Jesús, y se sentó”, las palabras utilizadas en el griego original 
para decir “se sentó” deberían traducirse como “lo sentó”. Jesús 
había dicho que era el rey de los judíos. Para demostrar su desprecio 
por Jesús y para seguir su burla de Él, Pilato sienta a Jesús sobre este 
trono y luego dice: “¡He aquí vuestro rey!” (14). 
Cuando estos judíos dijeron: “Todo el que se hace rey, a 
César se opone” (12) y “No tenemos más rey que César” (15), Pilato 
se lavó literalmente las manos y les entregó a Jesús para que fuera 
crucificado (Mateo 27:24). 
Este falso juicio romano de Jesús da algunas respuestas a 
nuestras tres preguntas básicas: ¿Quién es Jesús? Él es la Verdad y es
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
17 
Aquel que vino a dar testimonio de la verdad. Él es el Rey de los 
judíos y el Juez de toda la tierra. Cuando leo que Pilato se burló de 
Jesús sentándolo en ese trono de juicio, recuerdo que, un día, Pilato 
será juzgado por Jesús (5:22-24). En ese día, Pilato no se burlará de 
Jesús, porque estará mirando el rostro del Juez de toda la tierra, el 
Rey de reyes y Señor de señores (Romanos 14:11, 1 Timoteo 6:13- 
16). 
¿Qué es la fe? En Pilato encontramos una respuesta negativa 
a esa pregunta. Pilato fue un hombre que juzgó la vida de Jesús según 
las normas de la ley romana, y declaró tres veces: “No encuentro 
ninguna base para acusarlo”. Nadie consideró más cuidadosamente a 
Jesús que Pilato, aun cuando lo hizo porque las circunstancias lo 
obligaban. 
Pero Pilato no creyó, aun cuando vio la verdad acerca de 
Jesús legalmente y objetivamente. Estaba mirando el rostro de la 
Verdad, y todo lo que hizo fue hacer esa pregunta: “¿Qué es la 
verdad?” (18:38). Y ni siquiera esperó una respuesta. Pilato es una 
triste ilustración de lo que no es la fe. 
Al leer este Evangelio de Juan conmigo, ¿es usted como 
Pilato? ¿Está mirando el rostro de la verdad y pregunta: “¿Qué es la 
verdad?”? Yo busqué la verdad por años, antes de darme cuenta de 
que estaba mirando el rostro de la verdad cada vez que pensaba en 
Jesús. Seguí el cristianismo por años, mientras buscaba la verdad en 
la teología, la filosofía y la psicología. 
Alguien ha dicho: “La psicología que no está basada en la 
verdad que mostró y enseñó Jesús es como buscar una cama negra en 
una habitación oscura. La filosofía sin Jesús es como buscar, en una 
habitación oscura, una cama que no está allí. El ateísmo, el 
materialismo o cualquier otro intento por explicar la vida sin Dios, 
según la interpreta Jesús, es como buscar, en una habitación oscura, 
una cama que no está allí y luego gritar: “¡La encontré!”. 
Todo el mundo busca la verdad. ¡La verdad se encuentra en 
Jesucristo! Él fue y es la verdad personificada. Fue el mayor Testigo 
de la verdad que el mundo ha visto jamás. Su vida y su enseñanza 
fueron y son la verdad más profunda que este mundo haya visto u 
oído. Aquel que dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” 
(14:6), también nos dijo, en su oración sacerdotal: “Tu palabra es 
verdad” (17:17). Al encontrar retratos de Cristo y su profunda 
enseñanza en este Evangelio, espero que su búsqueda de la verdad 
finalice como la mía, al darse cuenta de que está frente a la Verdad 
absoluta cuando se encuentre con Cristo por fe. 
Mi experiencia ha sido y es que, cuando nuestra búsqueda de 
la verdad comienza y finaliza en Cristo, hemos encontrado al menos 
una respuesta más a la pregunta: “¿Qué es la vida?”. La vida es estar 
relacionado con Aquel que es la Verdad. La vida es ir más allá de la 
página sagrada de la Biblia y encontrar comunión con la Palabra 
Viva, Jesucristo. Especialmente para un buscador de la verdad, la 
vida es encontrar y conocer la verdad. La vida consiste en saber que 
lo que sabemos es verdad. La vida consiste en saber que ya no
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
18 
estamos buscando, en una habitación oscura, una cama negra que no 
está allí. 
Capítulo 4 
Ha llegado su hora 
(19:16-42) 
A lo largo del Evangelio de Juan, el autor ha hecho referencia 
a una hora de la vida y ministerio de Jesús. Juan no quiere dar a 
entender que esta es una hora de sesenta minutos, sino que se refiere 
a la hora para la cual Jesús ha venido al mundo. En el capítulo 12, 
aproximadamente en la mitad de esta biografía de Jesús, Juan lo cita 
cuando dice a su Padre, en oración, que su hora ha llegado (12:23). 
Menciona que Jesús dice estas mismas palabras a su Padre cuando 
hace la magnífica oración del capítulo 17: “Padre, la hora ha llegado; 
glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti” (17:1). 
Esta hora es la hora de su muerte en la cruz. Su crucifixión es 
el propósito más importante por el cual vino a este mundo (3:14-21). 
Cuando los autores de los primeros tres Evangelios registran la 
muerte de Jesús en la cruz, usan solo dos palabras: “Lo crucificaron”. 
Sugiero que estudiemos cada una de estas palabras. La 
primera palabra –que está implícita en el verbo–, “ellos”, plantea el 
tema de quiénes mataron a Jesucristo. ¿Fueron los romanos? ¿Fueron 
los judíos? Mi respuesta es que Dios sacrificó a su Hijo unigénito 
para nuestra salvación (Isaías 53:10; 2 Corintios 5:21). 
La palabra “crucificaron” se centra en el método usado por 
Roma, los judíos y su amado Padre celestial para lograr nuestra 
salvación. Los autores de los Evangelios sinópticos no enfatizan los 
detalles atroces de la crucifixión. Esto podría ser porque sus lectores 
conocen bien los horrores de esa cruel forma de pena capital. O 
podría ser que la importancia de la hora más significativa de Jesús no 
fue la agonía física, sino el sufrimiento espiritual que experimentó su 
alma en la cruz, y esto es lo que tiene importancia para los profetas y, 
también, para estos autores. Y es lo que enfatizan en sus Evangelios. 
El profeta Isaías escribió: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y 
quedará satisfecho” (Isaías 53:11). 
Sin ninguna duda, la palabra más importante es la primera: 
“Lo crucificaron” (o “lo crucificaron a Él”). Roma crucificó a cientos 
de miles de personas de los pueblos que conquistó. A veces, 
crucificaban aldeas o pueblos enteros que se rebelaban y rehusaban 
pagar sus impuestos. Durante los primeros trescientos años de la 
historia de la iglesia, muchos miles de cristianos fueron crucificados. 
Nerón vertía cera derretida sobre los creyentes luego de crucificarlos 
para que iluminaran sus fiestas en los jardines. 
Las muertes de todos los que Roma crucificó no podrían 
siquiera comenzar a expiar nuestros pecados o lograr nuestra 
salvación. Jesús era Dios encarnado cuando murió en la cruz, y eso 
fue lo que hizo de su muerte el sacrificio que Dios aceptó por la
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
19 
salvación de todos los que creen. Él era el Cordero de Dios que 
murió para quitar los pecados del mundo en general, y de cada uno 
de nosotros en particular (Efesios 5:2; Hebreos 7:26-28; 10:10; 1 
Juan 2:2; 4:10). En la capital del imperio romano no crucificaron a 
muchas personas, porque los ciudadanos romanos no podían ser 
crucificados. Las crucifixiones se hacían mayormente en las 
provincias o en sus colonias. Esta horrible forma de pena capital se 
reservaba principalmente para los esclavos, o para personas que se 
rebelaban contra Roma, como los zelotes judíos, que eran 
guerrilleros y siguieron combatiendo a los romanos aun cuando ya 
habían sido conquistados por Roma. 
La crucifixión estaba reservada para los criminales más 
despreciados y odiados. No era solo la forma más dolorosa de morir 
sino, también, la más vergonzosa. Las víctimas eran crucificadas 
desnudas, y se las dejaba colgar de la cruz por una semana o más, 
hasta que los buitres comían su carne que se iba pudriendo. Cuando 
sacaban a las víctimas de la cruz, raramente se las enterraba, sino que 
eran abandonadas a los buitres y los animales salvajes. Era una forma 
muy horrenda y vergonzosa de morir. 
En la Biblia, el profeta del Antiguo Testamento, Isaías, así 
como los apóstoles del Nuevo Testamento, nos dan el significado 
teológico de lo que ocurría cuando “lo crucificaron”. Hay varios 
versículos en el capítulo 53 de Isaías que son mi descripción favorita 
del Antiguo Testamento del significado profetizado de la crucifixión 
de Jesucristo: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por 
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su 
llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos 
como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en 
él el pecado de todos nosotros [...] Con todo eso, Jehová quiso 
quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su 
vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y 
la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la 
aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento 
justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de 
ellos. [...], habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los 
transgresores” (5, 6, 10–12). 
El profeta Daniel nos da una gran descripción resumida de la 
importancia de lo que ocurrió cuando Jesús murió en su cruz. Según 
Daniel, cuando Jesús murió en la cruz, expió la iniquidad, trajo 
justicia perdurable, selló (cumplió) la visión y la profecía, y ungió al 
Santo de los santos de una forma muy especial (Daniel 9:24). 
En las epístolas del Nuevo Testamento, los dos grandes 
apóstoles de la iglesia neotestamentaria nos dan hermosas 
interpretaciones y aplicaciones del significado de la muerte de Cristo 
en la cruz. Pedro aplica el capítulo de Isaías que cité anteriormente al 
escribir: “...llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el 
madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a 
la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais 
como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y 
Obispo de vuestras almas” (1 Pedro 2:24, 25).
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
20 
En el quinto capítulo de 2 Corintios, Pablo escribe que, 
mientras moría Jesús en la cruz, Dios estaba en Cristo reconciliando 
al mundo consigo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus 
pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de reconciliación (18, 
19). 
Esto significa que, mientras Jesús pendía de la cruz, todo el 
mundo estaba siendo reconciliado con Dios. Un versículo dinámico 
de este pasaje nos dice que, cuando Jesús terminó su obra en la cruz 
por nuestra salvación, a partir de ese momento Dios ya no nos culpa 
por nuestros pecados, porque ya los cargó todos sobre su Hijo 
unigénito (19). Todos debemos aceptar, personalmente e 
individualmente, su sacrificio y confesarlo como nuestro Señor y 
Salvador. 
Esta es la esencia de las Buenas Nuevas que debemos contar 
a todo el mundo. Las Buenas Nuevas que debemos compartir con los 
perdidos de este mundo no es que van a ir al infierno por sus 
pecados. El Evangelio (las Buenas Nuevas) que se nos encarga 
contar es que no tienen que ir al infierno (Marcos 16:15). Si 
confiesan y creen, serán salvados, porque Dios no toma en cuenta sus 
pecados (Romanos 10:9-11). Los tomó en cuenta en la persona de su 
Hijo unigénito, cuando Jesús fue al infierno y volvió, por usted y por 
mí, en su cruz. 
Ese gran quinto capítulo de 2 Corintios finaliza con estas 
palabras: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, 
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Si 
dejamos de lado la división en capítulos, los versículos que siguen a 
continuación nos desafían: “Así, pues, nosotros, como colaboradores 
suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de 
Dios. Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, Y en día de 
salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí 
ahora el día de salvación” (2 Corintios 5:21; 6:1, 2). 
En su primera carta a los corintios, Pablo hace la afirmación 
más clara de la Biblia acerca de lo que es el evangelio (15:3, 4) que 
se nos ha encargado predicar a toda criatura en la tierra (Marcos 
16:15). Al comenzar esa carta, dice que, cuando fue a Corinto, se 
había propuesto no predicar nada más que Jesucristo, y a Él 
crucificado (2:1, 2). Tal vez quiso decir que no citaría a filósofos y 
poetas griegos, como había hecho en Atenas antes de viajar a Corinto 
(Hechos 17 y 18). 
Cuando concluye su primera carta a los corintios, recuerda a 
la iglesia que había plantado allí el evangelio preciso que les había 
predicado. Les recuerda que esto era lo que él había predicado; que 
esto es lo que ellos habían creído; este evangelio era el que los había 
salvado y, si no creían en este evangelio, se perderían. Al recordarles 
que el evangelio que les había predicado era el fundamento de su fe, 
dice que el evangelio se trata de simplemente dos hechos acerca de 
Jesucristo: Jesucristo murió y resucitó de la muerte para el perdón de 
sus pecados, según las Escrituras. 
Si bien Juan usa la misma frase –“lo crucificaron”–, a 
continuación nos da el relato más completo de la muerte de Jesús en
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
21 
la cruz que se encuentra en las inspiradas biografías de Jesús. Ahora 
que hemos considerado la aplicación personal del significado de la 
muerte de Jesús, comenzaré mi resumen de la narración inspirada de 
Juan de la hora más importante de la vida y el ministerio del Señor. 
A partir del versículo dieciséis del capítulo diecinueve, 
leemos: “Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese 
crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron. Y él, cargando su 
cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; y 
allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en 
medio. 
“Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el 
cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. Y muchos 
de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue 
crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en 
hebreo (arameo, NVI), en griego y en latín. Dijeron a Pilato los 
principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; 
sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo que he 
escrito, he escrito” (16-22). 
El texto en latín era para los romanos. El griego era el idioma 
más común de ese tiempo, y el arameo era para los judíos. Muchos se 
preguntan por qué los tres idiomas no fueron hebreo, latín y griego. 
La respuesta es que, mientras los judíos estuvieron en la cautividad, 
aprendieron a hablar en arameo. Si estudió el Antiguo Testamento 
conmigo, tal vez recuerde que Nehemías estaba muy molesto porque 
los judíos que volvieron de la cautividad no estaban enseñando el 
idioma hebreo a sus hijos (Nehemías 13:23-25). 
Cuando un prisionero de Roma era crucificado, el oficial 
romano que iba al frente de la procesión llevaba un cartel que 
indicaba la razón por la que el prisionero iba a morir. Al crucificarlo, 
el cartel se clavaba sobre la cruz. La justicia romana decretaba que, si 
alguna persona en la multitud podía probar que el cargo era falso, 
podría presentarse con su protesta y podría haber otro juicio. La 
gente no hacía esto a la ligera, porque si no lograban probar la 
inocencia del prisionero, podrían terminar crucificados ellos también. 
El relato continúa: "Cuando los soldados hubieron crucificado 
a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada 
soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un 
solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, 
sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para 
que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis 
vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes" (19:23-24a). 
Juan luego agrega su comentario personal, en la segunda 
parte del versículo 24: “Esto fue para que se cumpliese la Escritura, 
que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron 
suertes” (tomado de Salmos 22:18). Como ocurría en las 
crucifixiones romanas, esto significa que fue crucificado desnudo. 
Por eso se nos dice que sufrió la cruz, menospreciando el oprobio 
(Hebreos 12:2).
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
22 
A continuación, tenemos una observación que solo hace el 
apóstol del amor: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la 
hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. 
Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que 
estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo 
al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la 
recibió en su casa” (19:25-27). 
Dado que se nos dice que: “Todos los discípulos, dejándole, 
huyeron” (Marcos 14:50), es interesante leer que estas cuatro mujeres 
y el apóstol Juan estaban ahí, junto a la cruz. La hermana de su 
madre, que se menciona aquí, habría sido la esposa de Zebedeo y la 
madre de Santiago y Juan. 
El relato continua: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya 
todo estaba consumado dijo, para que la Escritura se cumpliese [Juan 
sigue insistiendo en que todo esto está cumpliendo las Escrituras]: 
Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos 
empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la 
acercaron a la boca. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: 
Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” 
(28-30). 
Los otros escritores de los Evangelios dicen que sus palabras: 
“Consumado es” fueron un grito de triunfo. Dicen: “clamó a gran 
voz”, al entregar su vida (Mateo 27:46; Marcos 15:37; Lucas 23:46). 
En el griego que usó Juan para escribir, este gran grito es una sola 
palabra: tetelestai. Significa, simplemente, “¡Está terminado!” o 
“¡Está cumplido!”. 
Cuando se cumplía una condena en una cárcel, los romanos 
escribían esta palabra –tetelestai– en los registros de ese prisionero. 
El significado de la palabra era similar al sello de “pagado” que 
colocamos cuando se ha pagado una deuda. Cuando un prisionero 
había sido crucificado, a menudo escribían esta misma palabra en un 
cartel y lo clavaban a su cruz en lugar del cartel que describía la 
razón de su ejecución. Dado que ese prisionero pendía de la cruz 
hasta una semana antes de morir, y mucho tiempo después también, 
esa palabra –tetelestai– exhibía la justicia romana e inspiraba terror 
en las vidas de las personas que habían conquistado y querían 
controlar. ¡Qué pertinente que Jesús escogiera esta palabra para su 
grito de triunfo desde la cruz! 
Recuerde que, a lo largo de todo el Evangelio, Juan ha 
registrado declaraciones de Jesús que nos muestran que Él estaba 
preocupado por las obras que el Padre quería que hiciera. “Me es 
necesario hacer las obras del que me envió” (9:4); “Mi comida es que 
haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (4:34). En 
su magnífica oración, dijo: “Yo te he glorificado en la tierra; he 
acabado la obra que me diste que hiciese” (17:4). Y, cuando llega al 
final de su vida y de su obra más significativa, su sufrimiento en la 
cruz, grita: “¡Tetelestai!, ¡Consumado es!” (19:30). 
Estas son palabras hermosas, porque significan que no es 
necesario que nosotros agreguemos nada a lo que Él ha terminado
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
23 
por nosotros en la cruz para asegurarnos del perdón y la 
reconciliación con Dios a través de Cristo. ¿Puedo hacerle una 
pregunta? ¿Cree que es necesario o posible que nosotros agreguemos 
algo a lo que los teólogos llaman “la obra terminada de Cristo en su 
cruz?”. La respuesta correcta a mi pregunta es que, dado que Él 
claramente terminó o cumplió en la cruz todo lo que era necesario 
para salvarnos, lo único que nos ha dejado para hacer es creer en 
Dios y creer también en Él, que fue la exhortación que hizo a los 
apóstoles al comenzar su discurso en el aposento alto (14:1). No 
podemos agregar nada a la obra terminada de Cristo en su cruz, 
¡porque ya ha sido terminada! 
El Libro de Hebreos dice muy claramente que no puede haber 
más sacrificios por pecados si el Sacrificio ha sido hecho (ver 
Hebreos 7:27; 10:12). Si Cristo dijo tetelestai y Dios ha quedado 
satisfecho, es ignorancia, necedad o, directamente, ingratitud intentar 
agregar algo a lo que nuestro Salvador hizo por nosotros en la cruz. 
Cuando la Biblia enseña que la obediencia a lo que sabemos valida la 
fe auténtica, no sugiere que podamos agregar algo a la obra completa 
de Cristo en su cruz. 
Es fascinante que, cuando Juan escribe: “Y habiendo 
inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (19:30), las palabras griegas 
en realidad sugieren que echó su cabeza hacia atrás, como si la 
estuviera apoyando sobre una almohada. Si uno investiga los detalles 
físicos de la crucifixión, se dará cuenta de que Juan está describiendo 
un milagro. Cuando las manos de la víctima están clavadas a una 
cruz, y ésta expira, la cabeza cae hacia delante. Pero Juan nos dice 
que echó su cabeza hacia atrás cuando entregó su espíritu. 
Esta es una forma más en que Juan nos recuerda el milagro de 
que la vida de Jesús no le fue quitada. Recuerde cómo Juan cita a 
Jesús en el capítulo diez, cuando habla de su propia vida: “Nadie me 
la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para 
ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento 
recibí de mi Padre” (18). Obviamente, Jesús entregó su vida 
voluntariamente. Juan está diciendo lo mismo cuando escribe que 
Jesús echó su cabeza hacia atrás y entregó voluntariamente su 
espíritu en obediencia según la voluntad de su Padre. 
La historia continúa en el versículo 31: “Entonces los judíos, 
por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos 
no quedasen en la cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo 
era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las 
piernas, y fuesen quitados de allí”. 
Consideremos brevemente los horrores de la crucifixión: 
cuando una víctima moría por este medio, el dolor de las manos y los 
pies, que soportaban el peso del cuerpo –como podrá imaginar–, eran 
indescriptiblemente atroces. Para intentar respirar, y para aliviar el 
dolor de sus manos, hombros y brazos, la víctima luchaba para que 
los pies cargaran con el peso. 
Trate de imaginar el horror absoluto de una víctima de la 
crucifixión que sufría de esta forma durante cinco días o una semana 
antes de ser rescatada por la muerte. Se puede ver que quebrar las
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
24 
piernas de la víctima aceleraría mucho esta horrenda forma de morir. 
No podría obtener ningún apoyo de la parte inferior de su cuerpo. 
Las piernas eran rotas usando un mazo de madera grande. 
Leemos: “Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las 
piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con 
él. Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le 
quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado 
con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da 
testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, 
para que vosotros también creáis” (32-35). 
Este es Juan, que agrega su comentario al relato, señalando 
que este suceso cumplía la Escritura: “Porque estas cosas sucedieron 
para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo. Y 
también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron” (36). Esto 
es, claramente, una referencia al cordero pascual, al que no se le 
debía romper ningún hueso (Éxodo 12:46). Recuerde cómo Juan el 
Bautista presentó a Jesús: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el 
pecado del mundo” (1:29). Esta es la forma en que Juan aplica el 
significado de este trágico suceso de la crucifixión de su Señor. 
Algunos teólogos encuentran un gran significado en la frase 
“y al instante salió sangre y agua”, cuando su costado fue traspasado 
con una lanza. Creen que la sangre representa la base de nuestra 
salvación, la sangre sagrada que fue vertida por los pecados del 
mundo en general y por los pecados de cada uno de nosotros en 
particular. También creen que el agua representa nuestra profesión de 
fe en esa sangre sagrada por nuestro bautismo en obediencia a la 
Gran Comisión (Mateo 28:18-20). Juan tendrá más para decirnos 
sobre esto en su breve epístola, que encontramos al final del Nuevo 
Testamento (1 Juan 5:6). 
El último párrafo de este capítulo 19 nos habla de dos 
hombres: José de Arimatea y Nicodemo. Nicodemo es el rabí del que 
leemos en el tercer capítulo, que fue a verlo a Jesús de noche. Ambos 
eran miembros del sanedrín y eran creyentes secretos porque 
aparentemente temían la ira de sus pares si confesaban públicamente 
su fe en Jesucristo. 
La realidad negativa de este párrafo final es que estos 
hombres podrían haber hablado cuando el sanedrín llevó a cabo el 
juicio religioso de Jesús que lo condenó a la crucifixión por el pecado 
de blasfemia. La realidad positiva es que, cuando vieron morir a 
Jesús, ya no pudieron seguir siendo discípulos secretos. 
Encuentro que es muy interesante que no fue lo que vieron 
estos dos hombres en la vida de Jesús lo que los llevó al nivel de fe 
en que confesaron abiertamente que eran sus discípulos. Fue su 
muerte la que llevó a Nicodemo y a José a profesar públicamente que 
eran discípulos de Jesús. Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la 
tierra, a todos atraeré a mí mismo” (12:32). 
Los estudiosos nos dicen que Nicodemo era el hermano del 
historiador judío Josefo y que su profesión abierta de fe en Jesús 
cambió su condición, de ser el rabí más renombrado de Jerusalén, al 
más despreciado. Su profesión de fe en Jesús le provocó una pobreza
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
25 
personal. La última referencia que se hace de él en la historia es que 
se lo vio recogiendo comida que había sido arrojada a la basura para 
poder alimentar a su familia. 
En este párrafo final leemos: “También Nicodemo, el que 
antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de 
mirra y de áloes, como cien libras” (38). Como ya señalé, los 
romanos no enterraban a las víctimas que crucificaban, sino que 
dejaban sus cuerpos a los buitres y animales salvajes. Identificarse 
con un prisionero que había sido crucificado podía llevar a la propia 
crucifixión. Vimos en el relato de Lázaro que envolvían al cuerpo 
muerto con vendas en las que introducían especias para tapar los 
terribles hedores que siempre acompañaban la muerte. Cuando pidió 
a Pilato el cuerpo de Jesús, creo que José de Arimatea tiene que 
haber aparecido con suficientes especias como para enterrar a un rey. 
Así termina este tremendo capítulo 19. Recuerde, al leer este 
capítulo, que no son los atroces detalles físicos de la crucifixión los 
importantes. Es el sufrimiento espiritual de Jesús sobre la cruz el que 
logró nuestra salvación. Ese capítulo 53 de Isaías nos dice que fue el 
sufrimiento del alma de Jesús, cuando todos nuestros pecados fueron 
puestos sobre él, lo que logró nuestra salvación. 
Pablo nos dice que Dios hizo que el que no conoció pecado 
fuera hecho pecado por nosotros (2 Corintios 5:21). Esa verdad 
debería colocarse al lado de las últimas palabras de Jesús sobre la 
cruz, que citó del Salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has 
desamparado?” (Salmos 22:1; Marcos 15:34). 
Los eruditos conservadores de la Biblia están convencidos de 
que, cuando los pecados de cada ser pecador que vivía entonces, ha 
vivido alguna vez o vivirá fueron puestos sobre Jesús, la relación 
perfecta que Jesús tenía con el Padre fue rota, ya que un Dios santo 
no puede ver el pecado. Fue entonces, y por esto, que clamó al Padre: 
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. La comunión 
rota con su Padre fue lo que causó el sufrimiento de su alma que 
logró nuestra salvación. Los escritores del Evangelio no enfatizan los 
horribles detalles físicos de la crucifixión porque lo que nos salvó fue 
el sufrimiento espiritual del alma de Jesús. 
Un pastor inglés que enseñaba la Biblia ilustró el concepto de 
nuestros pecados puestos sobre Jesús de la siguiente forma: 
“Imaginen que todas las cloacas del mundo fueran descargadas sobre 
la cabeza de una persona que era inmaculadamente limpia y que tenía 
un celo obsesivo-compulsivo por la limpieza. Entonces tendrán una 
idea de lo que quería decir Isaías cuando profetizó que todas nuestras 
iniquidades y todo el castigo que merecíamos para que tuviéramos 
paz con Dios serían echados sobre el Mesías. Entonces también 
apreciarán estas palabras del apóstol Pablo: ‘Al que no conoció 
pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos 
hechos justicia de Dios en él’” (Isaías 53:5, 6; 2 Corintios 5:21). 
Al salir de una reunión, una mujer muy culta le dijo al pastor, 
el Dr. G. Campbell Morgan: “¡Creo que usted usó una ilustración 
horrenda y espantosa esta mañana!”. El gran expositor de la Biblia le
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
26 
contestó: “¡Lo único horrendo y espantoso es su pecado y mi pecado 
que hizo que el sacrificio de nuestro Salvador fuera necesario!”. 
¿Quién es Jesús en este gran capítulo del Evangelio de Juan? 
Es el Cordero de Dios, que vino a quitar los pecados del mundo. 
¿Qué es la fe, según este capítulo? La fe es seguir el ejemplo 
de José de Arimatea y Nicodemo, identificándose abiertamente y 
públicamente con Jesús en su muerte y resurrección. 
Según el capítulo 19 del Evangelio de Juan, ¿qué es la vida? 
La vida es la salvación que el unigénito Hijo de Dios compró para 
todos nosotros cuando pendió de la cruz. La vida es reconciliación y 
paz con Dios. Lo que Juan llama “vida eterna” es la calidad de vida 
que experimentamos cuando somos reconciliados con Dios porque 
hemos asumido el compromiso de poner nuestra confianza en 
Jesucristo. 
Capítulo 5 
¡Verdaderamente ha resucitado! 
La máxima señal 
(20:1-31) 
Cuando leemos el capítulo 20 de este Evangelio, encontramos 
a Juan que describe la última de las señales o evidencias milagrosas 
que está convencido de que nos persuadirán para que creamos que 
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Ahora llegamos a lo que tal vez 
sea la máxima señal que Juan presenta en su inspirada versión de una 
biografía de Jesús. 
Juan no puede esperar hasta los últimos capítulos de su 
Evangelio para presentar esta máxima señal que demuestra todas las 
afirmaciones de Jesús acerca de Quién, para qué y por qué Él vino a 
este mundo. Nos habla acerca de esta señal en el segundo capítulo. 
Cuando Jesús estaba limpiando el templo y las autoridades religiosas 
le pidieron una señal que demostrara su autoridad para una acción tan 
severa, Jesús contesta: “Destruyan este templo, y en tres días lo 
volveré a levantar”. 
Los otros escritores de los Evangelios cuentan, junto a este 
diálogo hostil, que los líderes religiosos pensaban que se estaba 
refiriendo al templo de Salomón cuando dijo esto. Sin embargo, 
insertan su comentario de que Jesús se estaba refiriendo al templo de 
su propio cuerpo. Nos dicen que Él les dijo, básicamente: “Una 
generación mala y adúltera pide una señal porque no tiene fe. Así 
como Jonás estuvo en el vientre de un pez durante tres días, yo estaré 
sepultado durante tres días y luego resucitaré. Esta es la única y 
máxima señal que les daré” (ver Mateo 12:39-41). 
Según hemos visto, dado que este es el propósito prioritario 
del Evangelio de Juan, el amado apóstol Juan ha registrado a Jesús 
mientras presenta muchas señales que son evidencias y validan todas 
las afirmaciones que hizo con relación a Quién y qué es, y por qué 
vino a este mundo. Sin embargo, estoy convencido de que Juan
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
27 
comenzó y concluyó deliberadamente su presentación de estas 
evidencias milagrosas en el capítulo 2 y 20 de este Evangelio con 
esta señal fundamental: ¡la resurrección de Jesucristo de entre los 
muertos! 
También estoy persuadido de que esta es la razón por la que 
Juan nos cuenta de la purificación del templo al principio de su 
Evangelio, mientras que los otros autores de los Evangelios colocan 
este suceso cerca del final. Estoy persuadido de que Juan hizo esto 
por dos razones, al menos: primero, este milagro fortalece 
considerablemente el propósito básico por el cual Juan escribió su 
Evangelio, que era convencernos que Jesús es el Cristo, o el Mesías. 
Su segunda razón para colocar esta señal al comienzo de su 
Evangelio fue afirmar que Jesús es Dios. Juan no estaba interesado 
principalmente en el orden cronológico, sino en convencernos a 
todos los que leyéramos su Evangelio de las verdades básicas que 
quiere que creamos, las que afirma claramente al finalizar su capítulo 
20. 
El capítulo 20 presenta el corazón del evangelio que Jesús 
encargó a sus apóstoles y discípulos para que predicaran a toda 
criatura en toda nación sobre la tierra (Marcos 16:15). La 
resurrección es la mitad más emocionante del Evangelio. El 
evangelio es la muerte de Jesucristo por nuestros pecados y la 
resurrección de Jesucristo. 
En el capítulo 15 de Primera de Corintios, cuando Pablo 
resume lo que es el evangelio, escribe, básicamente: “Este es el 
evangelio que prediqué cuando estuve en Corinto. Esto es lo que 
ustedes creyeron. Este es el fundamento sobre el cual están parados, 
y si su fe está edificada sobre algún otro fundamento, ¡están 
perdidos! Este es el evangelio: Jesucristo murió por nuestros pecados 
de acuerdo con las Escrituras. Fue sepultado y resucitó según la 
Escrituras” (1 Corintios 15:1-4). 
El Evangelio tiene que ver, básicamente, con dos hechos 
acerca de Jesucristo: su muerte para el perdón de nuestros pecados y 
su resurrección, que demuestra que estaba calificado para ser el 
Cordero de Dios cuya muerte quitó todos los castigos –pasados, 
presentes y futuros– que merecíamos por nuestros pecados. En el 
capítulo 19 de este Evangelio, Juan presenta el primer hecho del 
Evangelio y, en el capítulo 20, el segundo hecho acerca de Jesucristo: 
¡su resurrección! 
El capítulo 20 relata tres sucesos diferentes. El primero es 
cuando los apóstoles, junto con los que estaban especialmente cerca 
del Jesús crucificado, ¡descubrieron el glorioso milagro de que la 
tumba estaba vacía! El primer suceso tiene lugar temprano en la 
mañana de lo que hoy consideramos como el primer Domingo de 
Pascua. 
El día que Jesús resucitó de los muertos no es solo la base 
para lo que llamamos la “Pascua” o “Domingo de Resurrección”, 
sino para el asombroso fenómeno que hizo que los mismos apóstoles 
judíos cambiaran su día de adoración del día de reposo (el séptimo 
día o sábado) al primer día de la semana, el domingo. ¿Qué podría
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
28 
haberlos motivado a cambiar su día de adoración? Si leemos 
atentamente, encontraremos que ellos nunca llaman al primer día de 
la semana “el día de reposo”. Se refieren a este día especial como “el 
día del Señor”. ¡Cambiaron su día de adoración porque el primer día 
de la semana fue el día que Jesús resucitó de los muertos! El hecho 
de que los cristianos hayan adorado en el día domingo durante dos 
mil años es una de las muchas pruebas de que Jesús resucitó. 
La historia que relata este primer suceso comienza antes del 
alba del domingo después que fue crucificado Jesús. El segundo 
suceso descrito en este capítulo tiene lugar en la tarde del domingo 
de esa primera Pascua. El tercer suceso ocurre una semana después, 
cuando Tomás, “el que dudó”, aprende y nos enseña una respuesta 
vital a la pregunta: “¿Qué es la fe?”. 
Así relata Juan el primero de estos sucesos: “El primer día de 
la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al 
sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue 
a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les 
dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le 
han puesto” (20:1, 2). 
Cuando María Magdalena llegó a esta tumba mientras aún 
estaba oscuro, leemos que vio que la piedra había sido removida. En 
el idioma griego está claro que esto significa, en realidad, que había 
un surco o depresión sobre el cual esta enorme piedra se hacía rodar 
cuando se sellaba la tumba. Juan nos dice que María vio que esa gran 
piedra había sido quitada del surco. 
Hay varias palabras griegas que pueden traducirse como 
“vio”. La primera palabra que usa Juan aquí para “vio” indica que 
ella vio a la distancia. Fue solo una observación casual. Ella corrió 
inmediatamente para contarle a Simón Pedro. Me fascina esta 
respuesta de María. Pedro había negado al Señor tres veces y, sin 
embargo, ella consideraba que él debía ser el primero en saber acerca 
de este problema. Aparentemente, ella veía a Pedro como el líder el 
movimiento en ese momento. 
Esto podría significar que nadie sabía acerca de las 
negaciones de Pedro aparte de Jesús y tal vez uno o dos apóstoles. 
También nos preguntamos cómo y dónde Pedro pasó el tiempo entre 
el momento en que salió a la oscuridad y lloró amargamente y el 
momento en que escuchó estas buenas noticias de la resurrección. 
Algunos estudiosos creen que hay evidencia en estos pasajes de que 
pasó este tiempo con Juan. Si tienen razón, eso significa que Juan 
amaba a Pedro lo suficiente como para tenerlo en su casa. El apóstol 
del amor que escribió este Evangelio no solo amaba a Jesús. También 
amaba a Pedro. 
Aparentemente, María Magdalena aún consideraba a Pedro 
como el líder de los discípulos. Obviamente, era el líder de este 
pequeño círculo de quienes estaban junto a Jesús y descubrieron la 
segunda mitad del Evangelio. La palabra “evangelio” significa 
“¡buenas noticias!”. Podemos suponer que Pedro no había olvidado 
por completo la promesa de Jesús de que Él edificaría a su iglesia 
sobre la realidad de que Pedro podía ser un vocero de Dios (Mateo
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
29 
16:13-18). A causa de sus negaciones, Pedro tiene que haberse 
preguntado cómo podría cumplirse alguna vez esa promesa. 
Encontraremos la respuesta a esa pregunta en el último capítulo de 
este Evangelio. 
María corre hacia Pedro y Juan, y les dice: “Se han llevado 
del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (2). 
¿Quiénes son “ellos” aquí? Podría estar haciendo referencia a los 
judíos que hicieron crucificar a su Señor. También podría referirse a 
los romanos que habían llevado a cabo, literalmente, su ejecución por 
medio de la crucifixión. Ella usa el verbo en primera persona de 
plural (“sabemos”) porque, según el relato de los demás Evangelios, 
no fue a la tumba sola. 
La historia sigue: “Y salieron Pedro y el otro discípulo, y 
fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo 
corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro 
[probablemente porque ese otro discípulo, al ser Juan, era más joven 
que Pedro]. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no 
entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio 
los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza 
de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. 
Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero 
al sepulcro; y vio, y creyó. Porque aún no habían entendido la 
Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos” (3-9). 
Este apóstol del amor –el que usa la palabra “amor” más 
veces que ningún otro autor del Nuevo Testamento– nunca superó el 
hecho de que, cuando se encontró con Jesús, se encontró con Alguien 
que lo amó como nunca antes había sido amado. Sesenta años 
después de escribir el cuarto Evangelio, cuando dedica el último libro 
de la Biblia a Jesús, el primer recuerdo que tiene de Él es “[el] que 
nos amó” (Apocalipsis 1:5). Su inspirada carta, que se encuentra 
cerca del final del Nuevo Testamento, nos da, en un solo pasaje, diez 
razones por las que debemos amarnos los unos a los otros (1 Juan 
4:7-21). 
La historia de la iglesia nos cuenta que Juan fue el único 
apóstol que vivió hasta una edad avanzada. Al final de su larga vida, 
estaba tan débil y endeble que tenía que ser llevado a las reuniones 
de la iglesia de Éfeso, donde pasó sus últimos años. Con un aspecto 
muy distinguido, con su larga barba blanca, este apóstol del amor 
acostumbraba levantar su mano en bendición y decir en una voz 
aguda y débil: “Hijitos, ¡ámense los unos a los otros!”. 
Recuerde que estas palabras que se usan con el significado de 
‘ver’ son diferentes (Juan 20:5, 6). Al examinar las palabras griegas 
en el original, al leer que “él vio” podemos tener alguna idea de lo 
que ocurrió realmente en la tumba donde fue sepultado Jesús. 
Cuando Pedro entra en la tumba vacía, Juan escribe que ve algo. La 
palabra que Juan usa esta vez significa que Pedro examinó 
detenidamente lo que vio. Pedro analizó en detalle el mayor milagro 
de los cuatro Evangelios. 
Si usted estudia detenidamente este pasaje, encontrará que 
todos los estudiosos concuerdan en que lo que vieron Pedro y Juan
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
30 
fue que esas vendas que envolvían el cuerpo de Jesús estaban aún 
intactas, como si fueran un capullo. ¡El milagro era que Jesús ya no 
estaba adentro! No habían sido quitadas; es decir, no había una pila 
de vendas en un rincón de esa tumba. Trate de imaginar lo que 
vieron. Vieron la ropa mortuoria todavía con la forma de un cuerpo, 
como un capullo vacío. Las vendas de la cabeza estaban aparte, pero 
no de una forma que sugiriera que la tumba había sido robada. 
Cuando entraron en esa tumba, ¡inmediatamente supieron que 
estaban viendo el mayor milagro que ha conocido jamás este mundo! 
Cuando leemos que Juan “vio, y creyó”, Juan usa otra palabra 
más para la acción de “ver”. Esta palabra significa que vio en el 
sentido que usamos la palabra cuando queremos decir “¡Ahora veo y 
entiendo!”. Cuando usamos esta palabra de esta forma, queremos 
decir: “Comprendo y creo lo que veo”. En realidad, estamos 
expresando el concepto de “ver” de la misma forma en que Juan la 
usa cuando escribe: “Vio con la plena conciencia de lo que había 
ocurrido, y creyó”. 
Luego Juan inserta este comentario: “Porque aún no habían 
entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los 
muertos” (9). Y luego continúa con el relato: “Y volvieron los 
discípulos a los suyos. Pero María estaba fuera llorando junto al 
sepulcro” (10, 11). 
Aparentemente, Pedro y Juan estaban tan extasiados por lo 
que habían visto que pasaron corriendo al lado de María Magdalena. 
No se detuvieron a explicarle lo que habían visto y lo que 
significaba. Imagine lo que hubiera significado esta buena noticia 
para María. Sin embargo, podemos entender cómo, en su emoción, la 
dejaron llorando afuera de la tumba mientras ellos iban a difundir las 
buenas noticias de la primera Pascua. Los enemigos de Jesús habían 
destruido el templo –el cuerpo de Jesús– al que hizo referencia Él 
cuando les habló de su máxima señal (2:19). A lo largo de este 
Evangelio, Juan se asegura de que sepamos que Jesús entregó su 
cuerpo por su propia voluntad. Él tenía el poder para entregarlo y 
para resucitarlo (10:18). 
Leemos que María lloró: “Pero María estaba fuera llorando 
junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del 
sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban 
sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de 
Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les 
dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. 
Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas 
no sabía que era Jesús” (20:11-14). 
Note que, en estas apariciones luego de la resurrección de 
Jesús, los que lo conocieron y amaron antes de su muerte y 
resurrección no lo reconocen. Su cuerpo, luego de la resurrección, 
obviamente era diferente del que tenía el Jesús que conocían. Él 
ahora le habla a María: “Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A 
quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si 
tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” (15).
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
31 
Entonces leemos: “Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le 
dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me 
toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, 
y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro 
Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las 
nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas 
cosas” (16-18). 
Esta es una historia muy conmovedora. En los otros 
Evangelios, leemos que María Magdalena era la mujer de la que 
habían sido expulsados siete demonios. Esto es simbólico –el siete es 
el número de la perfección en la Biblia– de que estaba 
completamente poseída y que Jesús había echado todos esos 
demonios de ella (un exorcismo, Lucas 8:1-3). No nos debe extrañar 
que estuviera al pie de la cruz, ya que su presencia allí estaba 
diciendo: “¡Nunca olvidaré lo que hiciste por mí!”. 
Imagine que usted hubiera estado poseído por demonios y 
Jesús lo hubiera liberado de ese espantoso tormento; cuánto amor 
tendría por Él. En uno de los otros Evangelios, Jesús dijo de esta 
María: “Ella pecó mucho, así que, cuando fue perdonada, amó 
mucho”. Bueno, esta María pecó mucho y amaba mucho al que la 
había salvado (liberado) de sus pecados (Lucas 7:47-50). Por esto 
está allí, junto a la cruz, cuando todos sus discípulos lo habían 
abandonado. 
Muchos se preguntan por qué Jesús le dijo a esta María: “No 
me toques, porque aún no he subido a mi Padre” (17) cuando, una 
semana después, invitó a Tomás a tocarlo (27). Lo que Jesús le dijo, 
literalmente, fue: “No te aferres a mí”. Aparentemente, cuando se dio 
cuenta de que era Jesús, se asió de Él. ¡Estaba extática de alegría! Así 
que Jesús le dijo, en realidad: “No te aferres a mí”. 
Él había explicado a los apóstoles en el aposento alto que 
tendrían una relación nueva y más íntima con Él después de su 
muerte, su resurrección y la venida del Espíritu Santo. Él estaría en 
ellos y ellos estarían en Él de una forma más íntima de la que habían 
experimentado en sus tres años juntos. Sin embargo, estas verdades 
no habían sido explicadas a María Magdalena. 
Ahora habla de los apóstoles como sus hermanos y le da la 
noticia de su ascensión a ella: “Ve a mis hermanos”. Les había dicho 
a los apóstoles: “Uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros 
sois hermanos” (Mateo 23:8). Ahora habla de ellos como hermanos 
cuando le dice a María: “Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi 
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (17). El autor 
del Libro de los Hebreos parece hacer un comentario sobre este 
pasaje cuando expresa su asombro porque Jesús no se avergüenza de 
llamar hermanos a los hombres (Hebreos 2:11). 
Note la distinción aquí: el Padre de Él y el Padre de ellos; el 
Dios de Él y el Dios de ellos. Es posible que estas palabras de Jesús 
tengan dos significados. Su relación con el Padre era única. Rara vez 
lo encontramos orando con estos apóstoles. Les enseña cómo orar 
pero, cuando ora, casi siempre ora solo. Él es el Hijo, no un hijo. Tal 
vez quiso decir esto.
Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 
32 
Tal vez quiso decir lo que enseñó a los discípulos en el 
aposento alto: “Mi Padre es la explicación para cada palabra que digo 
y cada obra que hago. Yo soy el Camino al Padre. Ahora, Él es el 
Padre de ustedes también. Mi Dios es la explicación para todas las 
cosas que me han visto hacer y me han oído decir. Ahora ustedes 
pueden estar tan cerca del Padre como yo”. 
Así que María Magdalena se dirige a los discípulos y grita: 
“¡He visto al Señor!” (18). ¡Qué noticia tan gloriosa! Y les dijo que 
le había dicho “estas cosas”; aparentemente, lo que Él le había dicho 
acerca de su ascensión. 
La Gran Comisión en el Evangelio de Juan 
"Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la 
semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos 
estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en 
medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les 
mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo 
al Señor. 
“Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me 
envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, 
sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los 
pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son 
retenidos” (Juan 20:19-23). 
Este es un pasaje fascinante de la Biblia. Las puertas están 
trabadas. Los apóstoles siguen con temor de que el corrupto sistema 
religioso que llevó a su Señor a la cruz los venga a buscar a ellos. Así 
que están llenos de temor, reunidos detrás de puertas trabadas. Sin 
que se abran las puertas, Jesús aparece de pronto entre ellos. Dos 
veces les da su bendición de paz. Luego les da la Gran Comisión 
según Juan. Podría traducirse así: “Los envío a ustedes al mundo 
exactamente de la misma forma en que el Padre me envió a mí al 
mundo” (17:18, 20:21). 
Al dar la Gran Comisión, sopla sobre ellos y dice: “Recibid el 
Espíritu Santo” (22). Los eruditos discrepan en cómo interpretar este 
pasaje. Algunos creen que simplemente estaba diciéndoles que, 
cuando viniera el Día de Pentecostés, iban a recibir el Espíritu Santo. 
El original griego sugiere que Jesús inspiró y espiró, y luego dijo: 
“Reciban (o incorporen) el Espíritu Santo”. Podría haber querido 
decir que, cuando viniera el Espíritu Santo, recibirlo sería tan simple 
como inspirar y espirar. 
En el contexto de obedecer la Gran Comisión, Jesús dice, 
esencialmente: “Si ustedes perdonan los pecados de una persona, son 
perdonados. Si no perdonan sus pecados, no son perdonados” (23). 
Esta enseñanza de Jesús también puede entenderse de dos formas 
diferentes. Algunas personas en la historia de la iglesia han entendido 
que significa que el ministro, el que predica el evangelio a los 
pecadores y la Biblia a los creyentes, tiene el poder y la opción de 
perdonar o no perdonar. Creen que esta persona puede decir: “Te 
absuelvo, o te perdono”. También tiene el poder y la opción de decir: 
“No te perdono”.
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  • 1. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 28 EL EVANGELIO DE JUAN (Sexta parte) VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Capítulos 17 al 21) INTRODUCCIÓN Le damos la bienvenida al último de una serie de seis fascículos con notas para quienes desean estudiar el Evangelio de Juan versículo por versículo. Al comenzar este último fascículo de esta serie de comentarios para quienes han escuchado los ciento treinta programas radiales de nuestro Instituto Bíblico del Aire, lo aliento a obtener los cinco fascículos anteriores, para no perder la continuidad del estudio. Comuníquese con nosotros, y le enviaremos los otros cinco fascículos para que pueda estudiar y enseñar este Evangelio versículo por versículo y capítulo por capítulo. Le recuerdo que el apóstol Juan nos dejó muy en claro su propósito al escribir este cuarto Evangelio: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:30, 31). En este estudio, comenzamos con el capítulo 17, que es el “capítulo santísimo” del Evangelio de Juan. Concluyamos ahora nuestro estudio de cómo Juan nos presenta a Jesús, el Cristo, para que podamos creer y tener vida en su nombre.
  • 2. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 2 Capítulo 1 La Oración del Señor (17:1-5) El capítulo 17 es donde encontramos lo que debería llamarse “la Oración del Señor”. La oración que Jesús enseñó a los discípulos, el Padrenuestro (Mateo 6:9-13), se denomina en inglés “la Oración del Señor” (The Lord’s Prayer). En realidad, esa oración debería llamarse “la Oración de los Discípulos”. Porque Él no oraba como enseñó que oraran los discípulos. Por ejemplo, Jesús no pediría el perdón de sus pecados. Ahora vamos a ver la oración que Jesús sí hizo, la que deberíamos llamar “la Oración del Señor”. Hay otra oración que deberíamos llamar “la Oración del Señor”. Se encuentra en todos los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Antes de enfrentar la cruz, Jesús, “su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”, hizo esta oración: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Esta oración, en Juan 17, debería llamarse “la Oración de Jesús como Sumo Sacerdote”. Luego de estar en el aposento alto con los once discípulos, en lo que yo he llamado su último retiro con ellos, ahora pronuncia una bendición sobre toda esa enseñanza al orar por los hombres con quienes ha pasado los últimos tres años y sus últimas horas, antes de morir en la cruz. Su oración comienza así: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (1-5). Juan escribe, en el primer versículo del capítulo: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo:...” Las “cosas que habló Jesús” es la enseñanza que dio en el aposento alto. Esta declaración inicial de Juan relaciona la oración más larga registrada de Jesús con su discurso más largo registrado, su discurso del aposento alto. Ahora quisiera comenzar nuestro estudio de esta oración con un resumen. Esta oración se divide en tres partes. Los primeros cinco versículos –citados arriba– son la primera parte de la oración. Del versículo 6 al 19, tenemos la segunda parte. La tercera parte comienza en el versículo 20 y finaliza en el 26. En los primeros cinco versículos, luego de dirigirse a Dios como su Padre –la forma en que nos enseñó que deberíamos dirigirnos a Dios en “la Oración del Discípulo”–, las primeras palabras que le dice son: “La hora ha llegado”. Como señalé en mi comentario sobre el capítulo 12, esta es una frase que Jesús usa a lo largo de este Evangelio. Esta frase culmina en la primera afirmación
  • 3. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 3 de Jesús en esta oración. Esa “hora”, obviamente, no es una hora de sesenta minutos, sino el momento en que moriría en la cruz para nuestra salvación. En estos primeros cinco versículos, Él define uno de los propósitos para los cuales Juan escribió este Evangelio. Juan nos dijo que su objetivo al escribir este Evangelio es que creamos que Jesús es el Cristo, para que podamos tener vida eterna (20:30, 31). En los primeros versículos de esta oración, Jesús nos dice que la vida (eterna) consiste en conocer el Padre, y al Cristo que ha sido enviado por el Padre. Jesús también presenta su propia vida y obra delante del Padre. Cuando Jesús ora por su propia vida y ministerio, nos dice cómo podemos glorificar a Dios. Él lo glorificó al terminar las obras que el Padre le había asignado en sus treinta y tres años de vida. Obviamente, nosotros glorificamos a Dios de la misma forma. Así como Jesús estaba preocupado por su vida y su obra en la tierra, usted y yo deberíamos estar preocupados por nuestra vida y nuestra obra en la tierra luego que llegamos a conocer a Jesucristo como nuestro Salvador y Señor. Cuando el apóstol Pablo resaltó la verdad de que no somos salvos por buenas obras, también enfatizó la verdad de que somos salvos para buenas obras, y Dios había ordenado previamente que deberíamos hacer estas buenas obras para nuestro Señor y Salvador (Efesios 2:8-10). Eso significa que, cuando Dios nos salva, hay un propósito para nuestra salvación en esta vida. Por supuesto, hay un propósito en el estado eterno por venir pero, desde el momento que nos salva y hasta que nos lleve a su hogar, hay un propósito presente para nuestra salvación. Es la obra para la cual nos ha escogido, para la cual nos ha salvado y a la cual nos está llamando (Juan 15:16; Efesios 2:8-10). Así como Jesús oró por la obra que el Padre quería que hiciese, nosotros deberíamos orar por la obra que el Señor ha escogido para que hagamos para Él. Su pedido final en esta primera parte de la oración nos dice algo acerca de la creación y de la persona de Jesucristo. El relato de la creación, que se encuentra en el primer capítulo del Libro de Génesis, usa, en el hebreo, pronombres plurales cuando se refiere al Creador. Leemos: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. Al estudiar el Discurso del Aposento Alto, concluimos que Dios existe en tres personas, reveladas a nosotros como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando oímos orar a Jesús: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”, sabemos que Jesús existió antes que el mundo fuera creado y participó en el milagro de la creación (Juan 1:3). Dado que se nos dice que el Espíritu se movía sobre las primeras etapas de la creación, podemos suponer que, cuando Dios creaba, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajaban juntos en perfecta armonía en el milagro de la creación.
  • 4. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 4 Este pedido también nos enseña que Jesús no comenzó a existir cuando nació en Belén. Los eruditos llaman a esto “la existencia del Cristo preencarnado”, que significa, simplemente, que Él existía antes que el Verbo eterno se encarnara y viviera entre nosotros (Juan 1:1, 14). En realidad, Jesús existió de cinco formas distintas. Existió antes de encarnarse y nacer en Belén. Vivió en un cuerpo durante treinta y tres años. Tuvo un cuerpo glorificado en el cual vivió cuarenta días luego de su resurrección. Tres de los apóstoles estuvieron con Jesús en lo que llamamos el “monte de la transfiguración”. Mateo escribe que Jesús fue se transfiguró ante estos apóstoles: “... y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2). Conversaba con Moisés y Elías, y fue cambiado completamente. La palabra “transfiguración” que usa Mateo aquí es, en realidad, “metamorfosis”, la palabra que usamos para describir la forma en que una oruga se convierte en una hermosa mariposa. Al considerar las diferentes formas en las que existió Jesús, debemos incluir su transfiguración. Luego de establecer la realidad, en el primer capítulo de su breve carta, de que él y los demás apóstoles habían visto y tocado el cuerpo resucitado de Jesús, el apóstol Juan dice que aún no se ha revelado lo que seremos, porque seremos como Jesús, y lo veremos como Él es ahora (1 Juan 3:1, 2). Esto nos lleva a la próxima pregunta: “¿Con qué forma existe Jesús ahora?”. En su sermón del Día de Pentecostés, Pedro nos dice que Cristo está sentado a la diestra de Dios (Hechos 2:3). Pablo escribe que nuestra única esperanza es que Cristo vive en nuestros corazones hoy (Colosenses 1:27). El pedido final en este párrafo inicial de esta oración es, ciertamente, profundo, y nos lleva a formularnos la misma pregunta que se hicieron los apóstoles cuando vivieron esos tres años con Jesús: “¿Quién es éste?” (Marcos 4:41). En la segunda sección de la oración (6-19), Jesús ora por esos once hombres en quienes ha invertido tanto. Él los reclutó, y, podríamos decir, durante tres años los instruyó, les mostró cómo hacer las cosas y los entrenó. Ahora está a punto de comisionarlos y darles el poder para alcanzar al mundo para Él. Han estado continuamente con Él a lo largo de sus tres años de ministerio público. Antes de enfrentar los juicios injustos y la cruz, lo último que hace por estos hombres es orar por ellos. La esencia del Nuevo Mandamiento que Jesús dio a los apóstoles en este, su último retiro con ellos, fue su carga de establecer una nueva y única comunidad espiritual en este mundo. Note cómo Jesús repite el pedido de que sean uno. Cinco veces, mientras ora por ellos, y en la tercera sección de la oración por los que creerían a través de ellos, Jesús ora pidiendo que fueran uno, así como Él era con uno con el Padre, y el Padre, uno con Él. La esencia de la enseñanza del aposento alto fue: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí. Toda obra que hago y toda palabra que digo es resultado del hecho de que yo estoy en el Padre, y el
  • 5. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 5 Padre está en mí”. En la segunda y tercera sección, la esencia de la oración es que los discípulos tengan esa característica de unidad; con Él y entre ellos. En esta segunda división de la oración, note la forma en que describe a estos hombres por los que está orando: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” (6-8). En el capítulo 16, casi da la impresión de que ellos no han creído en Él. Pero, al orar por ellos, dice que han aceptado su palabra, que la han obedecido y han creído. Tal vez, los ve como serán cuando el Espíritu Santo les dé poder en el Día de Pentecostés. El mundo odia a estos hombres porque creen, aceptan y obedecen su palabra. Jesús ora pidiendo que el Padre ahora los proteja mientras quedan en el mundo y Él vuelve al Padre. Ellos están en el mundo, pero no son del mundo. Él los ha protegido mientras estuvo con ellos, pero ahora pide al Padre que los proteja del maligno. En la Oración de los Discípulos, les enseñó que oraran cada día: “Líbranos del mal” (“del maligno”, NVI; Mateo 6:13). Jesús muestra vez tras vez que el poder del mal (o del maligno) debe ser vencido por la fe en Aquel que ha vencido al mundo (16:33; 1 Juan 4:4; 5:4). Jesús resalta la importancia de dar Jesús describe a estos hombres como aquellos que el Padre le ha dado. Note que el Padre da al Hijo. El Hijo da a estos hombres, y el Hijo pide que los apóstoles den a este mundo todo lo que el Padre ha dado al Hijo y el Hijo ha dado a ellos. En este contexto, fíjese en la profunda definición de la palabra “comunión” en el Nuevo Testamento: esta palabra significa, literalmente, ‘sociedad’. En una sociedad de negocios igualitaria, todo lo que usted tiene pertenece a su socio, y todo lo que él tiene le pertenece a usted. Jesús hace esta aplicación de su relación con el Padre y la relación que tiene con estos hombres: “Todo lo que tengo es de ustedes, y todo lo que tienen ustedes es mío”. La bendición devocional en esta definición está cuando le decimos a Cristo: “Todo lo que tienes es mío”. El desafío está en decirle, en oración: “Todo lo que tengo es tuyo”. En el mundo, pero no del mundo Jesús ora pidiendo que el Padre no los saque del mundo, sino que los proteja del mal y de los peligros que enfrentarán en el mundo. El énfasis ahora pasa a ser la realidad gloriosa que pronto tendrá lugar. Como velas en el candelabro que Él ha escogido, los envía al mundo con la comisión de hacer discípulos en todas las naciones de la tierra. Nos da otra joya devocional al orar pidiendo que sean santificados o apartados para el Padre mediante la verdad. Todo
  • 6. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 6 pastor o líder espiritual debería ser desafiado a hacer esta oración cuando ora por aquellos que el Espíritu Santo ha puesto para que él pastoree: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad” (17:19). En este contexto, Jesús da mi definición y perspectiva favorita de cómo acercarse a la Palabra de Dios. Pide al Padre que los santifique a través de la verdad, y luego hace esta declaración: “Tu palabra es verdad” (17). Según Jesús, la Biblia es verdad, y debemos acercarnos a la Biblia buscando la verdad. Hay muchos que leen la Biblia preguntándose: “¿Qué es?”. En otras palabras, “¿Cuál es la forma literaria de lo que estoy leyendo? ¿Es historia, poesía, sermón, parábola, alegoría, mito o fábula?”. Jesús nos dijo anteriormente en este Evangelio que debíamos acercarnos a su enseñanza buscando la verdad, con el compromiso de que aplicaremos la verdad que encontramos en su enseñanza. Es cuando aplicamos la verdad que probamos que las enseñanzas de Jesús son la Palabra de Dios. Si queremos probar que toda la Biblia es la Palabra inspirada e infalible de Dios, creo que debemos leer la Biblia buscando la verdad. Cuando asumimos el compromiso de aplicar y obedecer la verdad que encontramos en la Biblia, probamos que toda la Biblia es la Palabra de Dios. Jesús enseñó de manera realista que el saber no siempre lleva al hacer. Él enseñó –y esto coincide con mi propia experiencia– que el hacer siempre lleva a la convicción absoluta de que la Biblia es la Palabra de Dios. Jesús ora por su iglesia En la tercera parte de la oración (20-26), Jesús ora por las personas que van a creer gracias a esos once hombres. Eso significa que Él ora por usted y por mí, porque a lo largo de más de veinte siglos, las personas han creído y se incorporado a la iglesia que Cristo ha estado construyendo gracias al testimonio de esos once hombres. En la sección final de esta oración, Él ora por usted y por mí: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (20-23). Al considerar esta tercera parte de su oración, note, ante todo, que la unidad que Jesús desea para nosotros sigue el modelo de la forma en que Él y el Padre son uno. Nos dijo, en el capítulo 10 de este Evangelio, que Él y el Padre son uno (10:30). Ahora su unidad es un modelo de la forma en que debemos ser uno con el Padre, con nuestro Salvador y entre nosotros. Jesús no solo oraba por el tipo de unidad que muchos proclaman hoy, que está basada, de hecho, en la triste realidad de que pueden tener unidad con personas de otras creencias porque ya no
  • 7. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 7 creen en las doctrinas básicas de su fe. No es difícil estar de acuerdo sobre lo que ya no creemos. La principal interpretación y aplicación de esta unidad es la fuente dinámica de las obras y las palabras de Jesús que resultan de la realidad milagrosa de que Él y el Padre son uno. Jesús dijo a estos discípulos en el huerto, a través de su metáfora de la vid y las ramas: “Yo estoy en Él, y Él está en mí. De la misma forma, ustedes pueden estar en mí y yo, en ustedes” (21). Esa es la forma en que Jesús describió la unidad que pidió que el Padre diera a los apóstoles y a aquellos que creyeran y formaran parte de su iglesia a lo largo de la historia. “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (24). En este versículo, Jesús dice que quería que estos once hombres estuvieran con Él para que pudieran ver su gloria. Promete estar con quienes prediquen el evangelio y hagan discípulos para Él a lo largo de la historia de la iglesia (Mateo 28:18-20). Podemos suponer que, así como les dio su gloria a esos once hombres, Él ha dado y continuará dando su gloria a quienes lo llaman Señor y Salvador hasta que vuelva. Para que el mundo sepa y crea En el aposento alto, Jesús dijo a estos hombres que, cuando experimentaran esta unidad, harían obras mayores que las que Él había hecho. Ahora entendemos por qué invirtió estos tres años en la capacitación de ellos. Él quiere que experimenten esta unidad y que hagan estas obras, porque quiere que el mundo sepa y crea dos verdades específicas: que el Padre lo ha enviado a este mundo, ¡y que el Padre los ama a ellos tanto como ama a su Hijo unigénito! Resalté estos pedidos para usted en los versículos 20 al 23, que cité arriba, porque creo que son el centro básico y más dinámico de esta oración. En muchos sentidos, la clave para la comprensión del centro de esta oración se encuentra en los últimos dos versículos: “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (17:25-26). En esta oración de Jesús, el centro es el mundo. Aun cuando le dice al Padre que no ora por el mundo, ¡menciona al mundo diecinueve veces en esta oración! Encontramos la carga de su oración en estas palabras: “Padre justo, ¡el mundo no te ha conocido!”. Dice que no ora por el mundo, porque el mundo no conoce. Ora por estos apóstoles porque conocen, y son su forma de convencer al mundo de dos hechos del evangelio (buenas nuevas) que ha ejemplificado y predicado por tres años. El hecho número 1 es que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para la salvación del
  • 8. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 8 mundo. El hecho número 2 es la asombrosa verdad de que Dios ama a las personas de este mundo tanto como ama a su Hijo unigénito. Estos dos hechos del evangelio están registrados para nosotros en el tercer capítulo de Juan, cuando Jesús dice al rabí Nicodemo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (3:16). Jesús, en realidad, estaba orando por estos apóstoles en los primeros cinco versículos de esta oración cuando oró por su propia vida y obra, porque, en cierto sentido, estos hombres habían sido su obra más importante. Cinco siglos después que hizo esta oración, todo el mundo romano había abrazado la fe que fue proclamada por los apóstoles. Esta magnífica oración fue contestada cuando el Padre bendijo poderosamente la estrategia de su Hijo para alcanzar al mundo a través de estos apóstoles y aquellos que creyeron y creerán a través de su predicación. Capítulo 2 El arresto de Jesús (18:1-27) Al acercarnos a los capítulos finales de este cuarto Evangelio, comenzamos un estudio del relato más completo de la muerte y resurrección de Jesús que se encuentra en los cuatro Evangelios. Como he señalado, Juan asigna aproximadamente la mitad de su Evangelio a registrar los treinta y tres años de la vida más importante que se haya vivido jamás, y aproximadamente la otra mitad a registrar la última semana de la vida de Jesucristo. A partir del capítulo 12, nos da un relato muy completo de la última semana que vivió Jesús. En sus cuatro últimos capítulos, Juan relata detalladamente el arresto, el juicio, la crucifixión y la resurrección de Jesucristo. Mi comentario sobre estos capítulos finales será en forma de resumen de lo que nos cuentan con relación a estos sucesos vitalmente importantes en la vida del unigénito Hijo de Dios. El primero de estos cuatro capítulos describe el arresto de Jesús. Al comenzar nuestro estudio del capítulo 18, leemos: “Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos. Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos. Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas. “Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba. Cuando les dijo: Yo
  • 9. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 9 soy, retrocedieron, y cayeron a tierra. Volvió, pues, a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno. Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos; para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno. “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (18:1-11). Observe la forma en que Juan comenta que Jesús estaba cumpliendo la Escritura y la hora para la cual había venido a este mundo. Juan inserta continuamente comentarios que ubican a estos sucesos y acontecimientos en el contexto de la Providencia de Dios. Por ejemplo, Jesús sabe todo lo que le va a ocurrir, y cumple la Escritura cuando salva la vida de sus apóstoles. La pregunta que Jesús le hace a Pedro enfatiza la tremenda realidad de que Él está simplemente a punto de beber la copa que el Padre quiere que Él tome (11). Los que escriben los demás Evangelios –especialmente Mateo– agregan el mismo tipo de comentario a sus inspiradas biografías de Jesús. Juan, también, enfatiza continuamente la verdad de que Jesús era más que un hombre. Establece este punto en este pasaje cuando relata que las personas que fueron a arrestar a Jesús cayeron hacia atrás cuando Él pronunció las palabras: “Yo soy” (6). Estas son las palabras características de Jehová: esencialmente, “Yo soy el que fue, es y siempre será”. Una palabra importante en el pasaje anterior es la que usa Juan para describir la cantidad de soldados que vienen a arrestar a Jesús. La palabra que se traduce como “compañía” indica que fueron seiscientos soldados romanos a arrestar a Jesús. Era típico que los militares romanos enviaran una gran cantidad de soldados cuando hacían un arresto. En el Libro de Hechos, leemos que cuatrocientos setenta soldados romanos escoltaron al apóstol Pablo de una cárcel a otra (Hechos 23:23). Estos soldados que arrestaron a Jesús quizás hayan llevado muchas armas porque temían que los discípulos de Jesús pudieran luchar y que Jesús usara sus poderes milagrosos para evitar el arresto. Esto hace que la respuesta de Pedro sea asombrosa. La palabra que usa Juan para la espada que usa Pedro es, en realidad, la palabra que en griego se usa para designar a un cuchillo largo. ¿Qué hacía Pedro con un arma así? ¿Compartía con algunos de los demás apóstoles la convicción de que Jesús derrocaría a Roma y establecería su reino en la tierra? (Hechos 1:6). La respuesta de Pedro ante el arresto de su Señor puede interpretarse de diferentes formas. Una interpretación podría ser que Pedro demostró una valentía increíble cuando sacó su arma contra seiscientos soldados romanos. Otra sería que Pedro no tenía la valentía y la fuerza ungidas por el Espíritu Santo para aplicar la enseñanza que Jesús dio en el monte: que debemos amar a nuestros
  • 10. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 10 enemigos y no resistir el mal (Mateo 5:39, 44). Esta segunda perspectiva está respaldada por las palabras que Jesús dice a Pedro indicándole que guarde su arma. Juan continúa: “Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo. “Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Y este discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote; mas Pedro estaba fuera, a la puerta. Salió, pues, el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, y habló a la portera, e hizo entrar a Pedro. Entonces la criada portera dijo a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dijo él: No lo soy. Y estaban en pie los siervos y los alguaciles que habían encendido un fuego; porque hacía frío, y se calentaban; y también con ellos estaba Pedro en pie, calentándose” (12-18). No debemos ser demasiados duros con Pedro, porque cada uno de estos once discípulos huyó cuando fue arrestado Jesús. Haré algunas observaciones y compartiré más puntos de vista sobre las negaciones de Pedro al resumir el último capítulo de este Evangelio. Juan nos da un relato de la aparición de Jesús ante Anás: “Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. “Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote” (19-24). La forma en que Jesús es atado y tratado por estos soldados romanos era un procedimiento habitual cuando hacían un arresto. Lo que es extraordinario es el hecho que lo llevaron ante Anás antes de llevarlo ante Caifás, el sumo sacerdote. ¿Por qué compareció Jesús ante Anás, que no era el sumo sacerdote? Anás era el poder detrás de un sistema religioso muy corrupto que explotaba a los peregrinos judíos que acudían a Jerusalén para sus muchos días y festividades sagradas, que requerían que ofrecieran sacrificios de animales. Los animales que ofrecían para los sacrificios eran examinados por los sacerdotes y declarados limpios o impuros. Anás controlaba la venta de animales en las más de cuatro hectáreas del patio del templo así como en los mercados de Jerusalén, donde a estos peregrinos se les cobraba setenta y cinco veces el precio normal de los animales que compraban. A menos que los peregrinos compraran sus animales en un mercado propiedad de
  • 11. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 11 Anás, sus animales serían declarados impuros por los sacerdotes, y no podrían ser ofrecidos como sacrificios. Obviamente, estos sacerdotes estaban controlados por Anás. Cuando los romanos destruyeron completamente Jerusalén, cuarenta años después, encontraron en la caja de seguridad del templo el equivalente de cinco millones de dólares estadounidenses. Esta era una extorsión religiosa sumamente corrupta y lucrativa, que posiblemente le reportara a Anás el equivalente a millones de dólares al año. Podemos entender por qué Jesús, expresando una gran y justa indignación, despejó ese gran patio derribando las mesas y echando a los mercaderes con un látigo que había hecho con una soga. Cuando entendemos esta vil extorsión de los piadosos peregrinos religiosos por este hombre Anás, sus palabras también tienen un gran significado: “Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Marcos 11:17). Esta información que nos dan los estudiosos nos ayuda a entender por qué Anás llamó a Jesús para que compareciera ante él inmediatamente luego de ser arrestado. También podemos apreciar la dura realidad de que, cuando Jesús limpió el mercado corrupto en que se había convertido el templo, estaba confrontando directamente a este malvado hombre, Anás. Su aparición ante Anás no fue un juicio. ¡Era una confrontación obligada, cara a cara, con su peor enemigo! La ley judía decía que a ningún acusado se le podían hacer preguntas que pudieran ser contestadas de forma que lo incriminara. Entonces entendemos por qué, cuando Jesús contestó: “¿Por qué me preguntas a mí?”, ¡uno de los guardias del templo le da una cachetada! El pueblo judío había sido conquistado y estaba sufriendo las duras realidades de la ocupación romana. A los líderes religiosos de los judíos se les permitía hacer juicios religiosos con relación a las interminables leyes y restricciones que habían agregado a los mandamientos que Dios había dado a través de Moisés. Sin embargo, Roma no les había dado a estos tribunales religiosos la autoridad para ejecutar a ninguna persona. Dado que los judíos querían que Jesús fuera crucificado, debía pasar por un juicio romano además del religioso. Este juicio religioso tiene lugar cuando Anás envía a Jesús a Caifás. Los otros Evangelios registran el juicio religioso de Jesús. Juan no nos habla de ese juicio, pero relata detalladamente el juicio romano de Jesús ante el gobernador romano, Poncio Pilato. Juan retoma su relato de la triple negación de Pedro: “Estaba, pues, Pedro en pie, calentándose. Y le dijeron: ¿No eres tú de sus discípulos? El negó, y dijo: No lo soy. Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? Negó Pedro otra vez; y en seguida cantó el gallo” (18:25-27). Dado que Juan está interesado principalmente en relatar el arresto y el juicio romano de Jesús, no nos dice que, cuando ocurrió
  • 12. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 12 esto, Pedro salió corriendo hacia la oscuridad y lloró amargamente. Lucas da el relato conmovedor que cómo trajeron a Jesús, después del trato cruel que había sufrido ante Anás, y Él miró a Pedro. Fue cuando Pedro se encontró con la mirada de Jesús, con la corona de espinas en su cabeza y los signos evidentes del abuso en su rostro, que cantó el gallo, y él lloró en la oscuridad (Lucas 22:60-62). ¿Por qué usó el Espíritu Santo a Pedro poderosamente para enseñar el gran sermón en el Día de Pentecostés? Estoy convencido de que fue porque Pedro había aprendido algo cuando lloró en la oscuridad, que lo convirtió en un vehículo y un canal del poder vigorizante del Espíritu Santo. En una palabra, Pedro aprendió lo que podemos llamar el “quebrantamiento”. Jesús expresó el mismo concepto cuando enseñó la hermosa actitud que nos convierte en sal de la tierra y luz del mundo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3). Los eruditos nos dicen que la palabra “pobre”, en la primera y bienaventurada actitud, puede traducirse como “quebrantado” (quebrantado en espíritu). La segunda actitud que Dios bendice es la de los que lloran (Mateo 5:4). Al menos una aplicación de la segunda actitud bienaventurada es que lloramos mientras aprendemos a ser quebrantados, o pobres en espíritu. Pedro fue usado grandemente en el Día de Pentecostés porque, cuando salió a la oscuridad y lloró amargamente porque había negado a su Señor tres veces, tuvo un quebrantamiento de espíritu. Pedro fue escogido para ser el recipiente usado por el Espíritu Santo el Día de Pentecostés para guiar a la iglesia del Nuevo Testamento porque había aprendido y experimentado las dos primeras verdades que enseñó Jesús en ese monte de Galilea. Una paráfrasis de las dos primeras actitudes bienaventuradas es esta confesión: “Yo no puedo, ¡pero Él sí puede!”. Estoy convencido de que Dios usó a Pedro poderosamente como el líder de esa primera generación de la iglesia de Jesucristo porque, mientras lloraba en esa oscuridad, aprendió a confesar: “Yo no puedo, ¡pero Él sí puede!”. Obviamente, Pedro experimentó la segunda actitud que Dios bendice mientras aprendía la primera. Aprenderemos mucho más acerca de Pedro en el último capítulo de este Evangelio. Capítulo 3 El juicio romano de Jesús (18:28-19:16) Juan escribe que el juicio romano de Jesús comenzó así: “Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua. Entonces salió Pilato a ellos, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? “Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado. Entonces les dijo Pilato: Tomadle vosotros,
  • 13. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 13 y juzgadle según vuestra ley. Y los judíos le dijeron: A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie; para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, dando a entender de qué muerte iba a morir” (28-32). Recuerde que, cuando estudiamos la narración de Juan, solo tenemos las palabras escritas, y no se nos dice cuál fue la inflexión de voz usada. Además, raramente se nos dice la expresión facial y el lenguaje corporal de la persona que se menciona cuando leemos el pasaje. Si conociéramos estos aspectos de la comunicación entre Pilato y estos judíos, sería obvio que Pilato odiaba a estos líderes judíos religiosos, y que ellos lo odiaban a él. Antes de resumir el juicio romano de Jesús, creo que es importante que conozcamos a este gobernador romano, llamado Poncio Pilato. El historiador romano Josefo, que escribió su historia judía y vivió su vida durante los tiempos del Nuevo Testamento, nos informa que Pilato se convirtió en gobernador de Judea en el año 25 d.C., y gobernó durante diez años. Comenzó con el pie izquierdo con estos líderes religiosos judíos, porque la primera vez que visitó Jerusalén desde su cuartel general en Cesarea, los soldados que lo escoltaban hicieron flamear algunas banderas con bustos de bronce del emperador Tiberio Julio César Augusto. Dado que el emperador era considerado como un dios por Roma, y luego de su cautividad en Babilonia los judíos se propusieron nunca volver a adorar ídolos, estaban totalmente decididos a nunca más adorar la imagen de un dios. Por lo tanto, objetaron estos bustos del emperador, que los romanos adoraban y que los judíos debían respetar. Enviaban delegaciones continuamente a Pilato, insistiendo en que estas imágenes del emperador fueran quitadas de las banderas de sus soldados. Como gobernador romano, Pilato no quiso hacer nada para apaciguar a estos líderes religiosos. Cuando la tensión sobre este tema alcanzó su punto máximo, Pilato convocó a los líderes para que se encontraran en un anfiteatro para hablar sobre esta controversia. Hizo rodear el anfiteatro, y su plan era masacrar a todos estos líderes. Pero ellos fueron tan fervientes en su protesta que muchos de ellos se arrodillaron, dejaron sus cuellos al descubierto y dijeron: “Preferimos que nos corten las cabezas con sus espadas antes que ver ídolos en nuestra ciudad santa”. No sabemos con certeza por qué, pero Pilato se retractó en esa oportunidad. Esa fue una victoria para estos judíos. Sin embargo, dado el gran ego y orgullo del gobernador romano, podemos suponer que su relación fue más hostil a partir de ese día. El segundo incidente que tensó su relación fue que Pilato construyó un acueducto para mejorar la deficiente provisión de agua en Jerusalén. Para financiar el costo del acueducto, robó del tesoro del templo. Aun después que Pilato robó gran parte del tesoro judío, cuando los romanos destruyeron Jerusalén, cuarenta años después, encontraron el equivalente de cinco millones de dólares en el tesoro. Una vez que hubo disturbios en las calles, Pilato hizo que se infiltraran soldados entre la muchedumbre en ropa de civil con armas
  • 14. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 14 ocultas. Ante una señal de él, mataron a cientos de judíos a golpes y puñaladas. Esto incitó un fiero odio hacia Pilato en los corazones de estos líderes judíos. Un tercer incidente ocurrió cuando Pilato equipó adrede a sus soldados en el palacio de Herodes con escudos de oro con la imagen del emperador. Hubo una protesta tan grande que el emperador mismo ordenó a Pilato que hiciera quitar esas imágenes de los escudos. Josefo escribe que, luego de la muerte y resurrección de Jesús, hubo un incidente final que puso fin a la carrera política de Pilato. En 36 d.C., hubo una revuelta en Samaria, y Pilato la sofocó de forma tan cruenta que el principal oficial romano de Siria informó al emperador, que entonces hizo reemplazar a Pilato. Mientras Pilato iba camino a Roma, el emperador Tiberio murió. Calígula asumió el cargo y, dado que era loco, solo podemos imaginarnos cuál habrá sido el destino de Pilato cuando llegó a Roma. En este punto, desaparece de las páginas de la historia. Comparto esta lección de historia para ayudarnos a entender el trasfondo de hostilidad que había entre Pilato y estos judíos. Pilato odia a estos líderes religiosos, y ellos lo odian a él. El juicio romano de Jesús comienza cuando Pilato sale de su palacio para dirigirse a los judíos, porque ellos no quieren entrar en su palacio, dado que esto los haría impuros y, entonces, no se les permitiría celebrar la Pascua. Me resulta fascinante que estos líderes religiosos judíos estén preocupados con estar ceremonialmente en regla mientras están por matar al Hijo de Dios. Pilato sale y pregunta a los judíos qué cargos específicos están presentando contra este hombre. Ellos responden que, si Jesús no fuera un criminal, no hubieran pedido este juicio. Pilato contesta que deberían tomar a Jesús y juzgarlo por su cuenta, según sus propias leyes religiosas. Ellos contestan que no tienen la autoridad para matar a este hombre, y lo quieren muerto. Entonces, Pilato, probablemente, se da cuenta de que no será un juicio, sino la acción de una multitud asesina. Este intercambio inicial nos muestra que la atmósfera de este juicio romano es un conflicto entre enemigos y que la relación entre Pilato y estos judíos está llena de hostilidad. Juan inserta el comentario de que todo ocurría en cumplimiento de la forma en que las Escrituras habían descrito proféticamente la muerte de Jesús, el Mesías (29-32). Pilato entonces vuelve al palacio y convoca a Jesús para que comparezca ante él. Tienen una conversación profunda en la que Pilato pregunta a Jesús si es el rey de los judíos. Jesús contesta que su reino no es de este mundo. En el contexto de su diálogo con Pilato, Jesús hace una declaración profunda acerca de su misión en este mundo. Dice: “Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (18:37).
  • 15. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 15 Aquí es donde Pilato hace su famosa pregunta: “¿Qué es la verdad?”. No espera una respuesta, sino que vuelve a salir y anuncia a los judíos que no encuentra ninguna razón para hacer ninguna acusación contra Jesús. Esto podría ser porque está impresionado por Jesús, o porque odia a estos judíos y simplemente no quiere hacer nada que ellos le pidan. En el capítulo 18 de este Evangelio, nuestra respuesta a la pregunta “¿Quién es Jesús?” es que es el Testigo fiel, el que vino a dar testimonio de la verdad. ¿No es trágico que, cuando Pilato hace esta pregunta, estaba contemplando el rostro de Aquel que es la Verdad, y ni siquiera esperó una respuesta? De acuerdo con la costumbre romana de soltar a un prisionero en celebración de la Pascua, Pilato entonces ofrece liberar a Jesús. Ellos gritan que el prisionero llamado Barrabás debe ser el liberado (33-40). El gobernador romano entonces hace azotar cruelmente a Jesús, como si fuera un criminal común. Esto, nuevamente, era un procedimiento habitual romano: azotar a un prisionero con un azote formado por muchas tiras de cuero y puntas de metal o hueso que arrancaban la piel de la víctima. Luego de ser azotado, le colocaron una túnica púrpura (real) a Jesús. Los soldados le vendaron los ojos, se burlaron de Él, le pegaron con los puños y le colocaron una corona de espina en la cabeza. Pilato entonces saca a Jesús ante los judíos y les dice: “Miren, lo saco para que lo vean y para hacerles saber que no encuentro ninguna base para acusarlo”. Leemos: “Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!” (19:5). En el idioma original, el espíritu de estas palabras es, en realidad: “¡Vean a este patético, pobre y abusado hombre!”. No conocemos con certeza la intención de Pilato. Algunos eruditos creen que estaba intentando despertar la compasión de estos líderes religiosos. Si esa hubiera sido su intención, tendría que haberse dado cuenta de que personas como Anás, o las que formaban parte de su sistema vil, difícilmente tendrían compasión por alguien que estaba amenazando la supervivencia de la economía de sus maquinaciones religiosas. Por esta razón compartí esa larga lección de historia con usted. Estoy convencido, personalmente, de que Pilato estaba lleno de ira hacia estos judíos, y todo lo que hizo fue con sarcasmo y desprecio hacia Jesús y estos líderes religiosos de los judíos. No debemos sorprendernos cuando leemos: “Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! y le daban de bofetadas. Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre! Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque
  • 16. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 16 yo no hallo delito en él. Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios” (19:1-7). ¿No es interesante y triste que algunas de las mismas personas que cantaron “¡Hosana!” cuando Jesús entró a Jerusalén montado en un asno al comienzo de esta semana crítica de su vida y ministerio están ahora gritando y pidiendo que Jesús sea crucificado? Pilato entonces vuelve al palacio y descubre que Jesús no quiere hablar con él. Cuando expresa su asombro porque no quiere hablar con él, que tiene el poder de crucificarlo o dejarlo ir, Jesús le informa que no tendría ningún poder si no le hubiera sido dado (9- 11). Este recordatorio de que Dios está a cargo y en control es un énfasis del autor de este Evangelio. Leemos que, a partir de este punto, Pilato, directamente, quiso dejar ir a Jesús. Sin embargo, los judíos presionaron entonces fuertemente a Pilato cuando dijeron que todo el que dejara libre a este hombre no sería amigo de César (12). Había un círculo interior políticamente correcto en Roma llamado “los amigos de César”. A Pilato no le iba bien en su carrera política como gobernador de Judea, principalmente porque estos líderes religiosos de los judíos se quejaban constantemente de él. Ellos tenían el poder para provocar una investigación, algo que Pilato, obviamente, no quería. Pilato no quería que la acusación de no ser un amigo de César llegara a oídos romanos. También presionaron a Pilato cuando dijeron que Jesús decía ser rey: “Todo el que se hace rey, a César se opone” (12). Este era un crimen penado con la muerte en el imperio romano. Cuando estos sacerdotes y líderes espirituales dicen: “No tenemos más rey que César” (15), me asombra muchísimo. Cuando se opusieron a los primeros impuestos romanos, lucharon en una rebelión porque decían que Dios era su rey y nunca debían pagar impuestos a un rey terrenal. Su odio de Jesús y su perspectiva espiritual corrupta revelan qué lejos de Dios estaban realmente en este momento de la historia hebrea, cuando Jesús caminó entre ellos. Pilato vuelve a salir junto con Jesús. Leemos que se sentó en el tribunal. Este era un asiento para juzgar que había sido construido en la parte superior de unas escaleras elaboradas. En realidad, era un trono desde donde se pronunciaban juicios. Cuando leemos: “Llevó fuera a Jesús, y se sentó”, las palabras utilizadas en el griego original para decir “se sentó” deberían traducirse como “lo sentó”. Jesús había dicho que era el rey de los judíos. Para demostrar su desprecio por Jesús y para seguir su burla de Él, Pilato sienta a Jesús sobre este trono y luego dice: “¡He aquí vuestro rey!” (14). Cuando estos judíos dijeron: “Todo el que se hace rey, a César se opone” (12) y “No tenemos más rey que César” (15), Pilato se lavó literalmente las manos y les entregó a Jesús para que fuera crucificado (Mateo 27:24). Este falso juicio romano de Jesús da algunas respuestas a nuestras tres preguntas básicas: ¿Quién es Jesús? Él es la Verdad y es
  • 17. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 17 Aquel que vino a dar testimonio de la verdad. Él es el Rey de los judíos y el Juez de toda la tierra. Cuando leo que Pilato se burló de Jesús sentándolo en ese trono de juicio, recuerdo que, un día, Pilato será juzgado por Jesús (5:22-24). En ese día, Pilato no se burlará de Jesús, porque estará mirando el rostro del Juez de toda la tierra, el Rey de reyes y Señor de señores (Romanos 14:11, 1 Timoteo 6:13- 16). ¿Qué es la fe? En Pilato encontramos una respuesta negativa a esa pregunta. Pilato fue un hombre que juzgó la vida de Jesús según las normas de la ley romana, y declaró tres veces: “No encuentro ninguna base para acusarlo”. Nadie consideró más cuidadosamente a Jesús que Pilato, aun cuando lo hizo porque las circunstancias lo obligaban. Pero Pilato no creyó, aun cuando vio la verdad acerca de Jesús legalmente y objetivamente. Estaba mirando el rostro de la Verdad, y todo lo que hizo fue hacer esa pregunta: “¿Qué es la verdad?” (18:38). Y ni siquiera esperó una respuesta. Pilato es una triste ilustración de lo que no es la fe. Al leer este Evangelio de Juan conmigo, ¿es usted como Pilato? ¿Está mirando el rostro de la verdad y pregunta: “¿Qué es la verdad?”? Yo busqué la verdad por años, antes de darme cuenta de que estaba mirando el rostro de la verdad cada vez que pensaba en Jesús. Seguí el cristianismo por años, mientras buscaba la verdad en la teología, la filosofía y la psicología. Alguien ha dicho: “La psicología que no está basada en la verdad que mostró y enseñó Jesús es como buscar una cama negra en una habitación oscura. La filosofía sin Jesús es como buscar, en una habitación oscura, una cama que no está allí. El ateísmo, el materialismo o cualquier otro intento por explicar la vida sin Dios, según la interpreta Jesús, es como buscar, en una habitación oscura, una cama que no está allí y luego gritar: “¡La encontré!”. Todo el mundo busca la verdad. ¡La verdad se encuentra en Jesucristo! Él fue y es la verdad personificada. Fue el mayor Testigo de la verdad que el mundo ha visto jamás. Su vida y su enseñanza fueron y son la verdad más profunda que este mundo haya visto u oído. Aquel que dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (14:6), también nos dijo, en su oración sacerdotal: “Tu palabra es verdad” (17:17). Al encontrar retratos de Cristo y su profunda enseñanza en este Evangelio, espero que su búsqueda de la verdad finalice como la mía, al darse cuenta de que está frente a la Verdad absoluta cuando se encuentre con Cristo por fe. Mi experiencia ha sido y es que, cuando nuestra búsqueda de la verdad comienza y finaliza en Cristo, hemos encontrado al menos una respuesta más a la pregunta: “¿Qué es la vida?”. La vida es estar relacionado con Aquel que es la Verdad. La vida es ir más allá de la página sagrada de la Biblia y encontrar comunión con la Palabra Viva, Jesucristo. Especialmente para un buscador de la verdad, la vida es encontrar y conocer la verdad. La vida consiste en saber que lo que sabemos es verdad. La vida consiste en saber que ya no
  • 18. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 18 estamos buscando, en una habitación oscura, una cama negra que no está allí. Capítulo 4 Ha llegado su hora (19:16-42) A lo largo del Evangelio de Juan, el autor ha hecho referencia a una hora de la vida y ministerio de Jesús. Juan no quiere dar a entender que esta es una hora de sesenta minutos, sino que se refiere a la hora para la cual Jesús ha venido al mundo. En el capítulo 12, aproximadamente en la mitad de esta biografía de Jesús, Juan lo cita cuando dice a su Padre, en oración, que su hora ha llegado (12:23). Menciona que Jesús dice estas mismas palabras a su Padre cuando hace la magnífica oración del capítulo 17: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti” (17:1). Esta hora es la hora de su muerte en la cruz. Su crucifixión es el propósito más importante por el cual vino a este mundo (3:14-21). Cuando los autores de los primeros tres Evangelios registran la muerte de Jesús en la cruz, usan solo dos palabras: “Lo crucificaron”. Sugiero que estudiemos cada una de estas palabras. La primera palabra –que está implícita en el verbo–, “ellos”, plantea el tema de quiénes mataron a Jesucristo. ¿Fueron los romanos? ¿Fueron los judíos? Mi respuesta es que Dios sacrificó a su Hijo unigénito para nuestra salvación (Isaías 53:10; 2 Corintios 5:21). La palabra “crucificaron” se centra en el método usado por Roma, los judíos y su amado Padre celestial para lograr nuestra salvación. Los autores de los Evangelios sinópticos no enfatizan los detalles atroces de la crucifixión. Esto podría ser porque sus lectores conocen bien los horrores de esa cruel forma de pena capital. O podría ser que la importancia de la hora más significativa de Jesús no fue la agonía física, sino el sufrimiento espiritual que experimentó su alma en la cruz, y esto es lo que tiene importancia para los profetas y, también, para estos autores. Y es lo que enfatizan en sus Evangelios. El profeta Isaías escribió: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11). Sin ninguna duda, la palabra más importante es la primera: “Lo crucificaron” (o “lo crucificaron a Él”). Roma crucificó a cientos de miles de personas de los pueblos que conquistó. A veces, crucificaban aldeas o pueblos enteros que se rebelaban y rehusaban pagar sus impuestos. Durante los primeros trescientos años de la historia de la iglesia, muchos miles de cristianos fueron crucificados. Nerón vertía cera derretida sobre los creyentes luego de crucificarlos para que iluminaran sus fiestas en los jardines. Las muertes de todos los que Roma crucificó no podrían siquiera comenzar a expiar nuestros pecados o lograr nuestra salvación. Jesús era Dios encarnado cuando murió en la cruz, y eso fue lo que hizo de su muerte el sacrificio que Dios aceptó por la
  • 19. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 19 salvación de todos los que creen. Él era el Cordero de Dios que murió para quitar los pecados del mundo en general, y de cada uno de nosotros en particular (Efesios 5:2; Hebreos 7:26-28; 10:10; 1 Juan 2:2; 4:10). En la capital del imperio romano no crucificaron a muchas personas, porque los ciudadanos romanos no podían ser crucificados. Las crucifixiones se hacían mayormente en las provincias o en sus colonias. Esta horrible forma de pena capital se reservaba principalmente para los esclavos, o para personas que se rebelaban contra Roma, como los zelotes judíos, que eran guerrilleros y siguieron combatiendo a los romanos aun cuando ya habían sido conquistados por Roma. La crucifixión estaba reservada para los criminales más despreciados y odiados. No era solo la forma más dolorosa de morir sino, también, la más vergonzosa. Las víctimas eran crucificadas desnudas, y se las dejaba colgar de la cruz por una semana o más, hasta que los buitres comían su carne que se iba pudriendo. Cuando sacaban a las víctimas de la cruz, raramente se las enterraba, sino que eran abandonadas a los buitres y los animales salvajes. Era una forma muy horrenda y vergonzosa de morir. En la Biblia, el profeta del Antiguo Testamento, Isaías, así como los apóstoles del Nuevo Testamento, nos dan el significado teológico de lo que ocurría cuando “lo crucificaron”. Hay varios versículos en el capítulo 53 de Isaías que son mi descripción favorita del Antiguo Testamento del significado profetizado de la crucifixión de Jesucristo: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros [...] Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. [...], habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (5, 6, 10–12). El profeta Daniel nos da una gran descripción resumida de la importancia de lo que ocurrió cuando Jesús murió en su cruz. Según Daniel, cuando Jesús murió en la cruz, expió la iniquidad, trajo justicia perdurable, selló (cumplió) la visión y la profecía, y ungió al Santo de los santos de una forma muy especial (Daniel 9:24). En las epístolas del Nuevo Testamento, los dos grandes apóstoles de la iglesia neotestamentaria nos dan hermosas interpretaciones y aplicaciones del significado de la muerte de Cristo en la cruz. Pedro aplica el capítulo de Isaías que cité anteriormente al escribir: “...llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pedro 2:24, 25).
  • 20. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 20 En el quinto capítulo de 2 Corintios, Pablo escribe que, mientras moría Jesús en la cruz, Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de reconciliación (18, 19). Esto significa que, mientras Jesús pendía de la cruz, todo el mundo estaba siendo reconciliado con Dios. Un versículo dinámico de este pasaje nos dice que, cuando Jesús terminó su obra en la cruz por nuestra salvación, a partir de ese momento Dios ya no nos culpa por nuestros pecados, porque ya los cargó todos sobre su Hijo unigénito (19). Todos debemos aceptar, personalmente e individualmente, su sacrificio y confesarlo como nuestro Señor y Salvador. Esta es la esencia de las Buenas Nuevas que debemos contar a todo el mundo. Las Buenas Nuevas que debemos compartir con los perdidos de este mundo no es que van a ir al infierno por sus pecados. El Evangelio (las Buenas Nuevas) que se nos encarga contar es que no tienen que ir al infierno (Marcos 16:15). Si confiesan y creen, serán salvados, porque Dios no toma en cuenta sus pecados (Romanos 10:9-11). Los tomó en cuenta en la persona de su Hijo unigénito, cuando Jesús fue al infierno y volvió, por usted y por mí, en su cruz. Ese gran quinto capítulo de 2 Corintios finaliza con estas palabras: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Si dejamos de lado la división en capítulos, los versículos que siguen a continuación nos desafían: “Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, Y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 5:21; 6:1, 2). En su primera carta a los corintios, Pablo hace la afirmación más clara de la Biblia acerca de lo que es el evangelio (15:3, 4) que se nos ha encargado predicar a toda criatura en la tierra (Marcos 16:15). Al comenzar esa carta, dice que, cuando fue a Corinto, se había propuesto no predicar nada más que Jesucristo, y a Él crucificado (2:1, 2). Tal vez quiso decir que no citaría a filósofos y poetas griegos, como había hecho en Atenas antes de viajar a Corinto (Hechos 17 y 18). Cuando concluye su primera carta a los corintios, recuerda a la iglesia que había plantado allí el evangelio preciso que les había predicado. Les recuerda que esto era lo que él había predicado; que esto es lo que ellos habían creído; este evangelio era el que los había salvado y, si no creían en este evangelio, se perderían. Al recordarles que el evangelio que les había predicado era el fundamento de su fe, dice que el evangelio se trata de simplemente dos hechos acerca de Jesucristo: Jesucristo murió y resucitó de la muerte para el perdón de sus pecados, según las Escrituras. Si bien Juan usa la misma frase –“lo crucificaron”–, a continuación nos da el relato más completo de la muerte de Jesús en
  • 21. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 21 la cruz que se encuentra en las inspiradas biografías de Jesús. Ahora que hemos considerado la aplicación personal del significado de la muerte de Jesús, comenzaré mi resumen de la narración inspirada de Juan de la hora más importante de la vida y el ministerio del Señor. A partir del versículo dieciséis del capítulo diecinueve, leemos: “Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron. Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. “Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. Y muchos de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en hebreo (arameo, NVI), en griego y en latín. Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito” (16-22). El texto en latín era para los romanos. El griego era el idioma más común de ese tiempo, y el arameo era para los judíos. Muchos se preguntan por qué los tres idiomas no fueron hebreo, latín y griego. La respuesta es que, mientras los judíos estuvieron en la cautividad, aprendieron a hablar en arameo. Si estudió el Antiguo Testamento conmigo, tal vez recuerde que Nehemías estaba muy molesto porque los judíos que volvieron de la cautividad no estaban enseñando el idioma hebreo a sus hijos (Nehemías 13:23-25). Cuando un prisionero de Roma era crucificado, el oficial romano que iba al frente de la procesión llevaba un cartel que indicaba la razón por la que el prisionero iba a morir. Al crucificarlo, el cartel se clavaba sobre la cruz. La justicia romana decretaba que, si alguna persona en la multitud podía probar que el cargo era falso, podría presentarse con su protesta y podría haber otro juicio. La gente no hacía esto a la ligera, porque si no lograban probar la inocencia del prisionero, podrían terminar crucificados ellos también. El relato continúa: "Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes" (19:23-24a). Juan luego agrega su comentario personal, en la segunda parte del versículo 24: “Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes” (tomado de Salmos 22:18). Como ocurría en las crucifixiones romanas, esto significa que fue crucificado desnudo. Por eso se nos dice que sufrió la cruz, menospreciando el oprobio (Hebreos 12:2).
  • 22. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 22 A continuación, tenemos una observación que solo hace el apóstol del amor: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (19:25-27). Dado que se nos dice que: “Todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Marcos 14:50), es interesante leer que estas cuatro mujeres y el apóstol Juan estaban ahí, junto a la cruz. La hermana de su madre, que se menciona aquí, habría sido la esposa de Zebedeo y la madre de Santiago y Juan. El relato continua: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado dijo, para que la Escritura se cumpliese [Juan sigue insistiendo en que todo esto está cumpliendo las Escrituras]: Tengo sed. Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (28-30). Los otros escritores de los Evangelios dicen que sus palabras: “Consumado es” fueron un grito de triunfo. Dicen: “clamó a gran voz”, al entregar su vida (Mateo 27:46; Marcos 15:37; Lucas 23:46). En el griego que usó Juan para escribir, este gran grito es una sola palabra: tetelestai. Significa, simplemente, “¡Está terminado!” o “¡Está cumplido!”. Cuando se cumplía una condena en una cárcel, los romanos escribían esta palabra –tetelestai– en los registros de ese prisionero. El significado de la palabra era similar al sello de “pagado” que colocamos cuando se ha pagado una deuda. Cuando un prisionero había sido crucificado, a menudo escribían esta misma palabra en un cartel y lo clavaban a su cruz en lugar del cartel que describía la razón de su ejecución. Dado que ese prisionero pendía de la cruz hasta una semana antes de morir, y mucho tiempo después también, esa palabra –tetelestai– exhibía la justicia romana e inspiraba terror en las vidas de las personas que habían conquistado y querían controlar. ¡Qué pertinente que Jesús escogiera esta palabra para su grito de triunfo desde la cruz! Recuerde que, a lo largo de todo el Evangelio, Juan ha registrado declaraciones de Jesús que nos muestran que Él estaba preocupado por las obras que el Padre quería que hiciera. “Me es necesario hacer las obras del que me envió” (9:4); “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (4:34). En su magnífica oración, dijo: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (17:4). Y, cuando llega al final de su vida y de su obra más significativa, su sufrimiento en la cruz, grita: “¡Tetelestai!, ¡Consumado es!” (19:30). Estas son palabras hermosas, porque significan que no es necesario que nosotros agreguemos nada a lo que Él ha terminado
  • 23. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 23 por nosotros en la cruz para asegurarnos del perdón y la reconciliación con Dios a través de Cristo. ¿Puedo hacerle una pregunta? ¿Cree que es necesario o posible que nosotros agreguemos algo a lo que los teólogos llaman “la obra terminada de Cristo en su cruz?”. La respuesta correcta a mi pregunta es que, dado que Él claramente terminó o cumplió en la cruz todo lo que era necesario para salvarnos, lo único que nos ha dejado para hacer es creer en Dios y creer también en Él, que fue la exhortación que hizo a los apóstoles al comenzar su discurso en el aposento alto (14:1). No podemos agregar nada a la obra terminada de Cristo en su cruz, ¡porque ya ha sido terminada! El Libro de Hebreos dice muy claramente que no puede haber más sacrificios por pecados si el Sacrificio ha sido hecho (ver Hebreos 7:27; 10:12). Si Cristo dijo tetelestai y Dios ha quedado satisfecho, es ignorancia, necedad o, directamente, ingratitud intentar agregar algo a lo que nuestro Salvador hizo por nosotros en la cruz. Cuando la Biblia enseña que la obediencia a lo que sabemos valida la fe auténtica, no sugiere que podamos agregar algo a la obra completa de Cristo en su cruz. Es fascinante que, cuando Juan escribe: “Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (19:30), las palabras griegas en realidad sugieren que echó su cabeza hacia atrás, como si la estuviera apoyando sobre una almohada. Si uno investiga los detalles físicos de la crucifixión, se dará cuenta de que Juan está describiendo un milagro. Cuando las manos de la víctima están clavadas a una cruz, y ésta expira, la cabeza cae hacia delante. Pero Juan nos dice que echó su cabeza hacia atrás cuando entregó su espíritu. Esta es una forma más en que Juan nos recuerda el milagro de que la vida de Jesús no le fue quitada. Recuerde cómo Juan cita a Jesús en el capítulo diez, cuando habla de su propia vida: “Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (18). Obviamente, Jesús entregó su vida voluntariamente. Juan está diciendo lo mismo cuando escribe que Jesús echó su cabeza hacia atrás y entregó voluntariamente su espíritu en obediencia según la voluntad de su Padre. La historia continúa en el versículo 31: “Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí”. Consideremos brevemente los horrores de la crucifixión: cuando una víctima moría por este medio, el dolor de las manos y los pies, que soportaban el peso del cuerpo –como podrá imaginar–, eran indescriptiblemente atroces. Para intentar respirar, y para aliviar el dolor de sus manos, hombros y brazos, la víctima luchaba para que los pies cargaran con el peso. Trate de imaginar el horror absoluto de una víctima de la crucifixión que sufría de esta forma durante cinco días o una semana antes de ser rescatada por la muerte. Se puede ver que quebrar las
  • 24. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 24 piernas de la víctima aceleraría mucho esta horrenda forma de morir. No podría obtener ningún apoyo de la parte inferior de su cuerpo. Las piernas eran rotas usando un mazo de madera grande. Leemos: “Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él. Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis” (32-35). Este es Juan, que agrega su comentario al relato, señalando que este suceso cumplía la Escritura: “Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron” (36). Esto es, claramente, una referencia al cordero pascual, al que no se le debía romper ningún hueso (Éxodo 12:46). Recuerde cómo Juan el Bautista presentó a Jesús: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (1:29). Esta es la forma en que Juan aplica el significado de este trágico suceso de la crucifixión de su Señor. Algunos teólogos encuentran un gran significado en la frase “y al instante salió sangre y agua”, cuando su costado fue traspasado con una lanza. Creen que la sangre representa la base de nuestra salvación, la sangre sagrada que fue vertida por los pecados del mundo en general y por los pecados de cada uno de nosotros en particular. También creen que el agua representa nuestra profesión de fe en esa sangre sagrada por nuestro bautismo en obediencia a la Gran Comisión (Mateo 28:18-20). Juan tendrá más para decirnos sobre esto en su breve epístola, que encontramos al final del Nuevo Testamento (1 Juan 5:6). El último párrafo de este capítulo 19 nos habla de dos hombres: José de Arimatea y Nicodemo. Nicodemo es el rabí del que leemos en el tercer capítulo, que fue a verlo a Jesús de noche. Ambos eran miembros del sanedrín y eran creyentes secretos porque aparentemente temían la ira de sus pares si confesaban públicamente su fe en Jesucristo. La realidad negativa de este párrafo final es que estos hombres podrían haber hablado cuando el sanedrín llevó a cabo el juicio religioso de Jesús que lo condenó a la crucifixión por el pecado de blasfemia. La realidad positiva es que, cuando vieron morir a Jesús, ya no pudieron seguir siendo discípulos secretos. Encuentro que es muy interesante que no fue lo que vieron estos dos hombres en la vida de Jesús lo que los llevó al nivel de fe en que confesaron abiertamente que eran sus discípulos. Fue su muerte la que llevó a Nicodemo y a José a profesar públicamente que eran discípulos de Jesús. Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (12:32). Los estudiosos nos dicen que Nicodemo era el hermano del historiador judío Josefo y que su profesión abierta de fe en Jesús cambió su condición, de ser el rabí más renombrado de Jerusalén, al más despreciado. Su profesión de fe en Jesús le provocó una pobreza
  • 25. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 25 personal. La última referencia que se hace de él en la historia es que se lo vio recogiendo comida que había sido arrojada a la basura para poder alimentar a su familia. En este párrafo final leemos: “También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras” (38). Como ya señalé, los romanos no enterraban a las víctimas que crucificaban, sino que dejaban sus cuerpos a los buitres y animales salvajes. Identificarse con un prisionero que había sido crucificado podía llevar a la propia crucifixión. Vimos en el relato de Lázaro que envolvían al cuerpo muerto con vendas en las que introducían especias para tapar los terribles hedores que siempre acompañaban la muerte. Cuando pidió a Pilato el cuerpo de Jesús, creo que José de Arimatea tiene que haber aparecido con suficientes especias como para enterrar a un rey. Así termina este tremendo capítulo 19. Recuerde, al leer este capítulo, que no son los atroces detalles físicos de la crucifixión los importantes. Es el sufrimiento espiritual de Jesús sobre la cruz el que logró nuestra salvación. Ese capítulo 53 de Isaías nos dice que fue el sufrimiento del alma de Jesús, cuando todos nuestros pecados fueron puestos sobre él, lo que logró nuestra salvación. Pablo nos dice que Dios hizo que el que no conoció pecado fuera hecho pecado por nosotros (2 Corintios 5:21). Esa verdad debería colocarse al lado de las últimas palabras de Jesús sobre la cruz, que citó del Salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmos 22:1; Marcos 15:34). Los eruditos conservadores de la Biblia están convencidos de que, cuando los pecados de cada ser pecador que vivía entonces, ha vivido alguna vez o vivirá fueron puestos sobre Jesús, la relación perfecta que Jesús tenía con el Padre fue rota, ya que un Dios santo no puede ver el pecado. Fue entonces, y por esto, que clamó al Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. La comunión rota con su Padre fue lo que causó el sufrimiento de su alma que logró nuestra salvación. Los escritores del Evangelio no enfatizan los horribles detalles físicos de la crucifixión porque lo que nos salvó fue el sufrimiento espiritual del alma de Jesús. Un pastor inglés que enseñaba la Biblia ilustró el concepto de nuestros pecados puestos sobre Jesús de la siguiente forma: “Imaginen que todas las cloacas del mundo fueran descargadas sobre la cabeza de una persona que era inmaculadamente limpia y que tenía un celo obsesivo-compulsivo por la limpieza. Entonces tendrán una idea de lo que quería decir Isaías cuando profetizó que todas nuestras iniquidades y todo el castigo que merecíamos para que tuviéramos paz con Dios serían echados sobre el Mesías. Entonces también apreciarán estas palabras del apóstol Pablo: ‘Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él’” (Isaías 53:5, 6; 2 Corintios 5:21). Al salir de una reunión, una mujer muy culta le dijo al pastor, el Dr. G. Campbell Morgan: “¡Creo que usted usó una ilustración horrenda y espantosa esta mañana!”. El gran expositor de la Biblia le
  • 26. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 26 contestó: “¡Lo único horrendo y espantoso es su pecado y mi pecado que hizo que el sacrificio de nuestro Salvador fuera necesario!”. ¿Quién es Jesús en este gran capítulo del Evangelio de Juan? Es el Cordero de Dios, que vino a quitar los pecados del mundo. ¿Qué es la fe, según este capítulo? La fe es seguir el ejemplo de José de Arimatea y Nicodemo, identificándose abiertamente y públicamente con Jesús en su muerte y resurrección. Según el capítulo 19 del Evangelio de Juan, ¿qué es la vida? La vida es la salvación que el unigénito Hijo de Dios compró para todos nosotros cuando pendió de la cruz. La vida es reconciliación y paz con Dios. Lo que Juan llama “vida eterna” es la calidad de vida que experimentamos cuando somos reconciliados con Dios porque hemos asumido el compromiso de poner nuestra confianza en Jesucristo. Capítulo 5 ¡Verdaderamente ha resucitado! La máxima señal (20:1-31) Cuando leemos el capítulo 20 de este Evangelio, encontramos a Juan que describe la última de las señales o evidencias milagrosas que está convencido de que nos persuadirán para que creamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Ahora llegamos a lo que tal vez sea la máxima señal que Juan presenta en su inspirada versión de una biografía de Jesús. Juan no puede esperar hasta los últimos capítulos de su Evangelio para presentar esta máxima señal que demuestra todas las afirmaciones de Jesús acerca de Quién, para qué y por qué Él vino a este mundo. Nos habla acerca de esta señal en el segundo capítulo. Cuando Jesús estaba limpiando el templo y las autoridades religiosas le pidieron una señal que demostrara su autoridad para una acción tan severa, Jesús contesta: “Destruyan este templo, y en tres días lo volveré a levantar”. Los otros escritores de los Evangelios cuentan, junto a este diálogo hostil, que los líderes religiosos pensaban que se estaba refiriendo al templo de Salomón cuando dijo esto. Sin embargo, insertan su comentario de que Jesús se estaba refiriendo al templo de su propio cuerpo. Nos dicen que Él les dijo, básicamente: “Una generación mala y adúltera pide una señal porque no tiene fe. Así como Jonás estuvo en el vientre de un pez durante tres días, yo estaré sepultado durante tres días y luego resucitaré. Esta es la única y máxima señal que les daré” (ver Mateo 12:39-41). Según hemos visto, dado que este es el propósito prioritario del Evangelio de Juan, el amado apóstol Juan ha registrado a Jesús mientras presenta muchas señales que son evidencias y validan todas las afirmaciones que hizo con relación a Quién y qué es, y por qué vino a este mundo. Sin embargo, estoy convencido de que Juan
  • 27. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 27 comenzó y concluyó deliberadamente su presentación de estas evidencias milagrosas en el capítulo 2 y 20 de este Evangelio con esta señal fundamental: ¡la resurrección de Jesucristo de entre los muertos! También estoy persuadido de que esta es la razón por la que Juan nos cuenta de la purificación del templo al principio de su Evangelio, mientras que los otros autores de los Evangelios colocan este suceso cerca del final. Estoy persuadido de que Juan hizo esto por dos razones, al menos: primero, este milagro fortalece considerablemente el propósito básico por el cual Juan escribió su Evangelio, que era convencernos que Jesús es el Cristo, o el Mesías. Su segunda razón para colocar esta señal al comienzo de su Evangelio fue afirmar que Jesús es Dios. Juan no estaba interesado principalmente en el orden cronológico, sino en convencernos a todos los que leyéramos su Evangelio de las verdades básicas que quiere que creamos, las que afirma claramente al finalizar su capítulo 20. El capítulo 20 presenta el corazón del evangelio que Jesús encargó a sus apóstoles y discípulos para que predicaran a toda criatura en toda nación sobre la tierra (Marcos 16:15). La resurrección es la mitad más emocionante del Evangelio. El evangelio es la muerte de Jesucristo por nuestros pecados y la resurrección de Jesucristo. En el capítulo 15 de Primera de Corintios, cuando Pablo resume lo que es el evangelio, escribe, básicamente: “Este es el evangelio que prediqué cuando estuve en Corinto. Esto es lo que ustedes creyeron. Este es el fundamento sobre el cual están parados, y si su fe está edificada sobre algún otro fundamento, ¡están perdidos! Este es el evangelio: Jesucristo murió por nuestros pecados de acuerdo con las Escrituras. Fue sepultado y resucitó según la Escrituras” (1 Corintios 15:1-4). El Evangelio tiene que ver, básicamente, con dos hechos acerca de Jesucristo: su muerte para el perdón de nuestros pecados y su resurrección, que demuestra que estaba calificado para ser el Cordero de Dios cuya muerte quitó todos los castigos –pasados, presentes y futuros– que merecíamos por nuestros pecados. En el capítulo 19 de este Evangelio, Juan presenta el primer hecho del Evangelio y, en el capítulo 20, el segundo hecho acerca de Jesucristo: ¡su resurrección! El capítulo 20 relata tres sucesos diferentes. El primero es cuando los apóstoles, junto con los que estaban especialmente cerca del Jesús crucificado, ¡descubrieron el glorioso milagro de que la tumba estaba vacía! El primer suceso tiene lugar temprano en la mañana de lo que hoy consideramos como el primer Domingo de Pascua. El día que Jesús resucitó de los muertos no es solo la base para lo que llamamos la “Pascua” o “Domingo de Resurrección”, sino para el asombroso fenómeno que hizo que los mismos apóstoles judíos cambiaran su día de adoración del día de reposo (el séptimo día o sábado) al primer día de la semana, el domingo. ¿Qué podría
  • 28. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 28 haberlos motivado a cambiar su día de adoración? Si leemos atentamente, encontraremos que ellos nunca llaman al primer día de la semana “el día de reposo”. Se refieren a este día especial como “el día del Señor”. ¡Cambiaron su día de adoración porque el primer día de la semana fue el día que Jesús resucitó de los muertos! El hecho de que los cristianos hayan adorado en el día domingo durante dos mil años es una de las muchas pruebas de que Jesús resucitó. La historia que relata este primer suceso comienza antes del alba del domingo después que fue crucificado Jesús. El segundo suceso descrito en este capítulo tiene lugar en la tarde del domingo de esa primera Pascua. El tercer suceso ocurre una semana después, cuando Tomás, “el que dudó”, aprende y nos enseña una respuesta vital a la pregunta: “¿Qué es la fe?”. Así relata Juan el primero de estos sucesos: “El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20:1, 2). Cuando María Magdalena llegó a esta tumba mientras aún estaba oscuro, leemos que vio que la piedra había sido removida. En el idioma griego está claro que esto significa, en realidad, que había un surco o depresión sobre el cual esta enorme piedra se hacía rodar cuando se sellaba la tumba. Juan nos dice que María vio que esa gran piedra había sido quitada del surco. Hay varias palabras griegas que pueden traducirse como “vio”. La primera palabra que usa Juan aquí para “vio” indica que ella vio a la distancia. Fue solo una observación casual. Ella corrió inmediatamente para contarle a Simón Pedro. Me fascina esta respuesta de María. Pedro había negado al Señor tres veces y, sin embargo, ella consideraba que él debía ser el primero en saber acerca de este problema. Aparentemente, ella veía a Pedro como el líder el movimiento en ese momento. Esto podría significar que nadie sabía acerca de las negaciones de Pedro aparte de Jesús y tal vez uno o dos apóstoles. También nos preguntamos cómo y dónde Pedro pasó el tiempo entre el momento en que salió a la oscuridad y lloró amargamente y el momento en que escuchó estas buenas noticias de la resurrección. Algunos estudiosos creen que hay evidencia en estos pasajes de que pasó este tiempo con Juan. Si tienen razón, eso significa que Juan amaba a Pedro lo suficiente como para tenerlo en su casa. El apóstol del amor que escribió este Evangelio no solo amaba a Jesús. También amaba a Pedro. Aparentemente, María Magdalena aún consideraba a Pedro como el líder de los discípulos. Obviamente, era el líder de este pequeño círculo de quienes estaban junto a Jesús y descubrieron la segunda mitad del Evangelio. La palabra “evangelio” significa “¡buenas noticias!”. Podemos suponer que Pedro no había olvidado por completo la promesa de Jesús de que Él edificaría a su iglesia sobre la realidad de que Pedro podía ser un vocero de Dios (Mateo
  • 29. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 29 16:13-18). A causa de sus negaciones, Pedro tiene que haberse preguntado cómo podría cumplirse alguna vez esa promesa. Encontraremos la respuesta a esa pregunta en el último capítulo de este Evangelio. María corre hacia Pedro y Juan, y les dice: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (2). ¿Quiénes son “ellos” aquí? Podría estar haciendo referencia a los judíos que hicieron crucificar a su Señor. También podría referirse a los romanos que habían llevado a cabo, literalmente, su ejecución por medio de la crucifixión. Ella usa el verbo en primera persona de plural (“sabemos”) porque, según el relato de los demás Evangelios, no fue a la tumba sola. La historia sigue: “Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro [probablemente porque ese otro discípulo, al ser Juan, era más joven que Pedro]. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó. Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos” (3-9). Este apóstol del amor –el que usa la palabra “amor” más veces que ningún otro autor del Nuevo Testamento– nunca superó el hecho de que, cuando se encontró con Jesús, se encontró con Alguien que lo amó como nunca antes había sido amado. Sesenta años después de escribir el cuarto Evangelio, cuando dedica el último libro de la Biblia a Jesús, el primer recuerdo que tiene de Él es “[el] que nos amó” (Apocalipsis 1:5). Su inspirada carta, que se encuentra cerca del final del Nuevo Testamento, nos da, en un solo pasaje, diez razones por las que debemos amarnos los unos a los otros (1 Juan 4:7-21). La historia de la iglesia nos cuenta que Juan fue el único apóstol que vivió hasta una edad avanzada. Al final de su larga vida, estaba tan débil y endeble que tenía que ser llevado a las reuniones de la iglesia de Éfeso, donde pasó sus últimos años. Con un aspecto muy distinguido, con su larga barba blanca, este apóstol del amor acostumbraba levantar su mano en bendición y decir en una voz aguda y débil: “Hijitos, ¡ámense los unos a los otros!”. Recuerde que estas palabras que se usan con el significado de ‘ver’ son diferentes (Juan 20:5, 6). Al examinar las palabras griegas en el original, al leer que “él vio” podemos tener alguna idea de lo que ocurrió realmente en la tumba donde fue sepultado Jesús. Cuando Pedro entra en la tumba vacía, Juan escribe que ve algo. La palabra que Juan usa esta vez significa que Pedro examinó detenidamente lo que vio. Pedro analizó en detalle el mayor milagro de los cuatro Evangelios. Si usted estudia detenidamente este pasaje, encontrará que todos los estudiosos concuerdan en que lo que vieron Pedro y Juan
  • 30. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 30 fue que esas vendas que envolvían el cuerpo de Jesús estaban aún intactas, como si fueran un capullo. ¡El milagro era que Jesús ya no estaba adentro! No habían sido quitadas; es decir, no había una pila de vendas en un rincón de esa tumba. Trate de imaginar lo que vieron. Vieron la ropa mortuoria todavía con la forma de un cuerpo, como un capullo vacío. Las vendas de la cabeza estaban aparte, pero no de una forma que sugiriera que la tumba había sido robada. Cuando entraron en esa tumba, ¡inmediatamente supieron que estaban viendo el mayor milagro que ha conocido jamás este mundo! Cuando leemos que Juan “vio, y creyó”, Juan usa otra palabra más para la acción de “ver”. Esta palabra significa que vio en el sentido que usamos la palabra cuando queremos decir “¡Ahora veo y entiendo!”. Cuando usamos esta palabra de esta forma, queremos decir: “Comprendo y creo lo que veo”. En realidad, estamos expresando el concepto de “ver” de la misma forma en que Juan la usa cuando escribe: “Vio con la plena conciencia de lo que había ocurrido, y creyó”. Luego Juan inserta este comentario: “Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos” (9). Y luego continúa con el relato: “Y volvieron los discípulos a los suyos. Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro” (10, 11). Aparentemente, Pedro y Juan estaban tan extasiados por lo que habían visto que pasaron corriendo al lado de María Magdalena. No se detuvieron a explicarle lo que habían visto y lo que significaba. Imagine lo que hubiera significado esta buena noticia para María. Sin embargo, podemos entender cómo, en su emoción, la dejaron llorando afuera de la tumba mientras ellos iban a difundir las buenas noticias de la primera Pascua. Los enemigos de Jesús habían destruido el templo –el cuerpo de Jesús– al que hizo referencia Él cuando les habló de su máxima señal (2:19). A lo largo de este Evangelio, Juan se asegura de que sepamos que Jesús entregó su cuerpo por su propia voluntad. Él tenía el poder para entregarlo y para resucitarlo (10:18). Leemos que María lloró: “Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús” (20:11-14). Note que, en estas apariciones luego de la resurrección de Jesús, los que lo conocieron y amaron antes de su muerte y resurrección no lo reconocen. Su cuerpo, luego de la resurrección, obviamente era diferente del que tenía el Jesús que conocían. Él ahora le habla a María: “Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré” (15).
  • 31. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 31 Entonces leemos: “Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas” (16-18). Esta es una historia muy conmovedora. En los otros Evangelios, leemos que María Magdalena era la mujer de la que habían sido expulsados siete demonios. Esto es simbólico –el siete es el número de la perfección en la Biblia– de que estaba completamente poseída y que Jesús había echado todos esos demonios de ella (un exorcismo, Lucas 8:1-3). No nos debe extrañar que estuviera al pie de la cruz, ya que su presencia allí estaba diciendo: “¡Nunca olvidaré lo que hiciste por mí!”. Imagine que usted hubiera estado poseído por demonios y Jesús lo hubiera liberado de ese espantoso tormento; cuánto amor tendría por Él. En uno de los otros Evangelios, Jesús dijo de esta María: “Ella pecó mucho, así que, cuando fue perdonada, amó mucho”. Bueno, esta María pecó mucho y amaba mucho al que la había salvado (liberado) de sus pecados (Lucas 7:47-50). Por esto está allí, junto a la cruz, cuando todos sus discípulos lo habían abandonado. Muchos se preguntan por qué Jesús le dijo a esta María: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre” (17) cuando, una semana después, invitó a Tomás a tocarlo (27). Lo que Jesús le dijo, literalmente, fue: “No te aferres a mí”. Aparentemente, cuando se dio cuenta de que era Jesús, se asió de Él. ¡Estaba extática de alegría! Así que Jesús le dijo, en realidad: “No te aferres a mí”. Él había explicado a los apóstoles en el aposento alto que tendrían una relación nueva y más íntima con Él después de su muerte, su resurrección y la venida del Espíritu Santo. Él estaría en ellos y ellos estarían en Él de una forma más íntima de la que habían experimentado en sus tres años juntos. Sin embargo, estas verdades no habían sido explicadas a María Magdalena. Ahora habla de los apóstoles como sus hermanos y le da la noticia de su ascensión a ella: “Ve a mis hermanos”. Les había dicho a los apóstoles: “Uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos” (Mateo 23:8). Ahora habla de ellos como hermanos cuando le dice a María: “Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (17). El autor del Libro de los Hebreos parece hacer un comentario sobre este pasaje cuando expresa su asombro porque Jesús no se avergüenza de llamar hermanos a los hombres (Hebreos 2:11). Note la distinción aquí: el Padre de Él y el Padre de ellos; el Dios de Él y el Dios de ellos. Es posible que estas palabras de Jesús tengan dos significados. Su relación con el Padre era única. Rara vez lo encontramos orando con estos apóstoles. Les enseña cómo orar pero, cuando ora, casi siempre ora solo. Él es el Hijo, no un hijo. Tal vez quiso decir esto.
  • 32. Fascículo N.º 28: El Evangelio de Juan, versículo por versículo 32 Tal vez quiso decir lo que enseñó a los discípulos en el aposento alto: “Mi Padre es la explicación para cada palabra que digo y cada obra que hago. Yo soy el Camino al Padre. Ahora, Él es el Padre de ustedes también. Mi Dios es la explicación para todas las cosas que me han visto hacer y me han oído decir. Ahora ustedes pueden estar tan cerca del Padre como yo”. Así que María Magdalena se dirige a los discípulos y grita: “¡He visto al Señor!” (18). ¡Qué noticia tan gloriosa! Y les dijo que le había dicho “estas cosas”; aparentemente, lo que Él le había dicho acerca de su ascensión. La Gran Comisión en el Evangelio de Juan "Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. “Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:19-23). Este es un pasaje fascinante de la Biblia. Las puertas están trabadas. Los apóstoles siguen con temor de que el corrupto sistema religioso que llevó a su Señor a la cruz los venga a buscar a ellos. Así que están llenos de temor, reunidos detrás de puertas trabadas. Sin que se abran las puertas, Jesús aparece de pronto entre ellos. Dos veces les da su bendición de paz. Luego les da la Gran Comisión según Juan. Podría traducirse así: “Los envío a ustedes al mundo exactamente de la misma forma en que el Padre me envió a mí al mundo” (17:18, 20:21). Al dar la Gran Comisión, sopla sobre ellos y dice: “Recibid el Espíritu Santo” (22). Los eruditos discrepan en cómo interpretar este pasaje. Algunos creen que simplemente estaba diciéndoles que, cuando viniera el Día de Pentecostés, iban a recibir el Espíritu Santo. El original griego sugiere que Jesús inspiró y espiró, y luego dijo: “Reciban (o incorporen) el Espíritu Santo”. Podría haber querido decir que, cuando viniera el Espíritu Santo, recibirlo sería tan simple como inspirar y espirar. En el contexto de obedecer la Gran Comisión, Jesús dice, esencialmente: “Si ustedes perdonan los pecados de una persona, son perdonados. Si no perdonan sus pecados, no son perdonados” (23). Esta enseñanza de Jesús también puede entenderse de dos formas diferentes. Algunas personas en la historia de la iglesia han entendido que significa que el ministro, el que predica el evangelio a los pecadores y la Biblia a los creyentes, tiene el poder y la opción de perdonar o no perdonar. Creen que esta persona puede decir: “Te absuelvo, o te perdono”. También tiene el poder y la opción de decir: “No te perdono”.