1. Herejía eclesiológica. En la segunda mitad del s. II,
coincidiendo con el periodo de crecimiento de la
Iglesia, se inició un movimiento ideológico
sumamente peligroso para el desarrollo interior de la
joven Iglesia: la tendencia rigorista. Esta nueva
corriente, representada en su primera aparición por
Montano y sus discípulos, surge no por influencia de
ideas filosóficas como en el gnosticismo
sino de las mismas entrañas del cristianismo. Se presenta como el ideal de perfección del mismo
Jesús y trata de corregir supuestas desviaciones del espíritu cristiano. Se llamó a sí misma nueva
profecía. Los que la combatieron la designaron como la «herejía de los frigios», con lo que aluden
al espacio geográfico en que se inició el movimiento. Sólo en el s. iv halló la denominación de m.,
cuando se quiso poner de relieve el papel que M. desempeñó en su génesis.
2. En los primeros años de la Iglesia
Dios derramó con frecuencia sobre
sus fieles el Don de la profecía.
Entre ellos había aparecido, acá y
allá, algún falso profeta, que
despertó la desconfianza sobre la
actuación de tales Dones. El peligro
era real y de él avisaba la Didaché
(escrito que recopilaba los dichos
de Jesus.). Tampoco faltaron a
veces tensiones pero se logró el
equilibrio ya que la profecía se
reconoció siempre que fuese
juzgada juzgada por la fe y, por
tanto, por la tradición apostólica es
decir pasaba por el filtro de la
Autoridad de la Iglesia tal y como lo
confirman los registros de los
Padres apostólicos (Patristica)
Los representantes. Montanistas., en cambio,
defiende y sostiene una concepción de la profecía
que le lleva a chocar con la autoridad de la Iglesia,
y a separarse de la comunión eclesiástica ya que
creían que esta recaía en lo que el Don podía
manifestar en el creyente dándole a la profecía una
supuesta autoridad al Espíritu Santo por encima
del juicio de la autoridad de la iglesia que defendia
la doctrina de la iglesia
Ellos consideraban a la Iglesia jerárquica y que
esta se oponía a una iglesia carismática,
proclamando que los poderes espirituales se
perpetúan en la Iglesia, no por la fe apostólica sino
por la trasmisión de Dones, de la que Montano y
sus profetas se presentan como herederos. La
evolución del montanismo pasa por una fase inicial,
un estado de modificación por obra de Tertuliano
(Teologo y padre de la Iglesia.), y un periodo de
definitiva decadencia tras la victoria de la Iglesia.
3. Los representantes. Montanistas., en cambio, defiende y sostiene
una concepción de la profecía que le lleva a chocar con la
autoridad de la Iglesia, y a separarse de la comunión eclesiástica ya
que creían que esta recaía en lo que el Don podía manifestar en el
creyente dándole a la profecía una supuesta autoridad al Espíritu
Santo por encima del juicio de la autoridad de la iglesia que
defendia la doctrina de la iglesia
Ellos consideraban a la Iglesia jerárquica y que esta se oponía a una
iglesia carismática, proclamando que los poderes espirituales se
perpetúan en la Iglesia, no por la fe apostólica sino por la
trasmisión de Dones, de la que Montano y sus profetas se
presentan como herederos. La evolución del montanismo pasa por
una fase inicial, un estado de modificación por obra de Tertuliano
(Teologo y padre de la Iglesia.), y un periodo de definitiva
decadencia tras la victoria de la Iglesia.
4. Siendo Grato procónsul del Asia Menor (ca. 172)
el neófito Montano comenzó a predicar en la
aldea de Ardabau, en las provincias asiáticas de
Frigia y Misia (cfr. Eusebio, Historia eclesiástica,
5,16,19). Poco después de su bautismo se
presentó como profeta y reformador,
pretendiendo ser el órgano del Espíritu Santo
que sólo ahora, por obra suya iba a conducir a
la cristiandad a la verdad entera.
FASE INICIAL DEL MONTANISMO
A los comienzos se recibió este mensaje con
escepticismo, mas cuando dos mujeres, Priscila
y Maximila, se adhirieron y pronunciaron
también en forma extática sus profecías y, sobre
todo, cuando Montano prometió a sus secuaces
lugar eminente en la venidera Jerusalén
celestial, una ola de entusiasmo acabó con los
reparos (cfr. S. Epifanio, Panarion, 48,10;
Tertuliano, De exhortatione castitatis, 10).
Los tres profetas se limitaban a la
propaganda oral. No escribieron sus
profescias, ni se dispuso en los comienzos
de ningún escritor de fama para ponerlos
por escrito. Más tarde los oráculos de
Montano. y sus compañeras se recogieron
y difundieron, pero nos han llegado muy
pocos. Escritos, Solamente se hallan
consignados en los escritores
antimontanistas o en Tertuliano.
Si se quiere responder a la pregunta
sobre el fondo de la nueva profecía, hay
que valerse de los informes de sus
adversarios. No puede realmente
demostrarse una conexión entre los
antiguos cultos frigios y la nueva profecía,
pero parece existir cierta propensión de la
población del interior de Asia Menor hacia
la exaltación religiosa.
5. Fase inicial del
Montanismo
La característica más saliente de la doctrina de Montano es el
mensaje escatológico: la vuelta del Señor es inminente y con
ella empezará, en la llanura junto a la pequeña ciudad de
Pepuza, la Jerusalén celestial. En algunos distritos del Imperio
Romano se notaba cierta disposición a recibir tal mensaje, que
hacían deseable las graves calamidades que bajo Marco Aurelio
habían traído consigo la peste, la guerra y la miseria social. De
haberse limitado a predicar su mensaje escatológico, la ola
montanista hubiera quedado sin profundidad ni repercusión
lejana: el fallo de las predicciones hubiera desemborrachado
los espíritus. Pero los profetas en cuestión sacaron de su misión
muchas consecuencias que suponían amplias y decisivas
incisiones en la vida de la comunidad eclesiástica. Si la venida
de Cristo era inminente, decían, debía vivirse un ayuno riguroso
como medio para preparar el alma al advenimiento de Cristo.
6. Orientación fundamentalmente escatológica tienen también otras exigencias del
montanismo incitaba al cristiano huir o esconderse en época de persecución; evitar el
martirio significaba, decían, un apego a este mundo, que se encaminaba a su fin. A los
que habían cometido pecados graves (capitales): apostasía, homicidio o adulterio les era
negada para siempre la admisión en la Iglesia; punto éste muy característico del rigorismo
montanista que implicaba además un error eclesiológico grave: suponer que la Iglesia no
tenía poder para llevar a las personas a ser perdonadas a Jesus
.
Fase inicial del Montanismo
También es significativa la actitud de los dirigentes del montanismo. frente al matrimonio.
Lo condenan por considerar que encadena las personas a este mundo y piden que se
renuncie a él. Las dos profetisas Priscila y Maximila abandonaron la comunidad conyugal
con sus maridos, pusieron como deber imitar su ejemplo y prohibieron la celebración de
matrimonios en el corto espacio que, según sus visiones, faltaba para la venida del Señor.
Priscila a las razones escatológicas contra el matrimonio, añadía otra: la abstención de la
vida matrimonial, decía, incapacita particularmente para las visiones y comunicaciones
proféticas (cfr. Eusebio, o. c., 3,5.18.3).
7. .El efecto de esta campaña de
supuesta reforma y rigorismo fue de
momento arrollador. A los numerosos
adeptos en Frigia se añadieron pronto
nuevas fundaciones en Lidia y
Galacia. Saliendo de las provincias
del Asia Menor, hizo su entrada en
Siria, y ganó secuaces
particularmente en Antioquía. Pronto
alzó también cabeza en Tracia,
extendiéndose así al Occidente. En
fecha temprana tuvieron noticia del
movimiento montanista las iglesias de
Lyón y Vienne en las Galias, como
hace notar Eusebio (o. c., 5,3.4), el
cual conoció una correspondencia
entre dichas iglesias y «hermanos»
de Asia y Frigia.
Fase Expansión del Montanismo
También es significativa la actitud de los
dirigentes del montanismo. frente al
matrimonio. Lo condenan por considerar que
encadena las personas a este mundo y
piden que se renuncie a él. Las dos
profetisas Priscila y Maximila abandonaron
la comunidad conyugal con sus maridos,
pusieron como deber imitar su ejemplo y
prohibieron la celebración de matrimonios en
el corto espacio que, según sus visiones,
faltaba para la venida del Señor. Priscila a
las razones escatológicas contra el
matrimonio, añadía otra: la abstención de la
vida matrimonial, decía, incapacita
particularmente para las visiones y
comunicaciones proféticas (cfr. Eusebio, o.
c., 3,5.18.3).
8. El obispo de Roma Eleuterio (175-189), fue informado sobre la aparición de la nueva profecía. No
parece que la considerara un serio peligro, pues no consta que pronunciara condenación alguna.
Algo después, en los inicios de su pontificado, el Obispo Ceferino (198-217) no lo juzgó al
principio desfavorablemente, pues expidió cartas de paz a sus seguidores, lo que equivalía a
expresar la comunión eclesiástica. Posteriormente cambió da actitud. Tertuliano atribuye ese
cambio al influjo del asiático Práxeas, que le habría informado más puntualmente de la herejia(cfr.
Tertuliano, Adv. Praxeam, 1).
Fase Expansión del Montanismo
También es significativa la actitud de los dirigentes del montanismo. frente al matrimonio. Lo
condenan por considerar que encadena las personas a este mundo y piden que se renuncie a él.
Las dos profetisas Priscila y Maximila abandonaron la comunidad conyugal con sus maridos,
pusieron como deber imitar su ejemplo y prohibieron la celebración de matrimonios en el corto
espacio que, según sus visiones, faltaba para la venida del Señor. Priscila a las razones
escatológicas contra el matrimonio, añadía otra: la abstención de la vida matrimonial, decía,
incapacita particularmente para las visiones y comunicaciones proféticas (cfr. Eusebio, o. c.,
3,5.18.3).
9. Fase Expansión
del Montanismo
• La muerte de los tres primeros representantes de la
profecía representó un primer golpe para la ulterior
propagación del movimiento. Maximila murió el a. 179 y ella
precisamente había anunciado: «Después de mí no vendrá
ningún profeta, sino la consumación del fin» (cfr. S. Epifanio,
o. c., 48,2.4). Con este oráculo o profecia permitió a muchos
adeptos un juicio sobre la autenticidad de la predicción, que
sólo podía ser negativo. Probablemente se hubiera parado
completamente el movimiento, y con seguridad hubiera
tomado otras formas la polémica de la Iglesia con él, si un
hombre de la talla de Tertuliano (v.) no se hubiera adherido a
semejante concepción, volviendo a llamar la atención sobre
la nueva profecía
10. Tertuliano no poseía un temperamento como para someterse sin más a la nueva profecía.
Pensó los puntos doctrinales esenciales del movimiento y los modificó en sus pormenores,
tan fuertemente, que el m. de Tertuliano no representa ya en absoluto el de la primera
hora. Las tres grandes figuras proféticas de la primera fase no son para él una autoridad
intangible, ni se acomoda necesariamente a ellas. Conoce una colección de sus oráculos
proféticos, que aprovecha escasamente, y prefiere apelar directamente al Paracleto
mismo. Niega a la mujer en la comunidad montanista un puesto semejante al que tuvieron
Priscila y Maximila. Le quita toda función sacerdotal y tampoco tolera que enseñe ni actúe
en el culto divino. Sólo le concede un carisma de profecía que únicamente tiene vigencia
en el ámbito privado (cfr. Tertuliano, De virginibus velandis, 9). También se aparta de datos
demasiado concretos en la profecía, en cuanto se refieren al descenso de la Jerusalén
celestial. A la ciudad de Pepuza no la menciona en absoluto. Se diría que quiere desligar la
profecía de su vinculación a personalidades de la primera fase y de condiciones locales de
Asia Menor, para darle un carácter universal. Esta visión se patentiza en la nueva
motivación, dentro de la historia de la salvación, que Tertuliano da a la nueva profecía,
cosa de que no eran capaces los Momtanistas. y sus auxiliares femeninas. Su verdadera
misión, dice, consiste en llevar a la cristiandad, por obra y gracia del Espíritu Santo, a su
edad madura (cfr. ib.).
Fase Expansión del Montanismo
11. En sus escritos montanistas (De fuga in persecutione, De monogamia, De ieiunio
adversus psychicos, De pudicitia, De virginibus velandis) defiende los postulados rigoristas
con apasionado lenguaje. Afirma la prohibición de huir en la persecución, presenta el
matrimonio único como mandato ineludible del Paráclito, pero niega las segundas nupcias:
«secundae nuptiae-adulterium» (De monogamia, 15). Demuestra la obligación del ayuno,
que no quieren admitir los psíquicos (así llama a los cristianos ortodoxos), a los que insulta
desenfrenadamente. De despiadada dureza es un ataque contra la práctica de la Iglesia
en la cuestión de la Penitencia, que lo convirtió en enemigo por principio de la Iglesia.
El intento de Tertuliano al final de sus días de ganar para el movimiento montanista a
la comunidad cristiana de Cartago, hubo de abandonarlo muy pronto. Después de él, las
fuentes apenas recogen datos sobre el montanismo en África. Poco antes de la muerte de
Agustín de Hipona se unió a la Iglesia un residuo de tertulianistas.
Fase Expansión del Montanismo
12. La actitud de la Iglesia. Acogido en un principio benévolamente como un movimiento de
reforma y exigencia espiritual, se pasó a una oposición cuando el movimiento fue
examinado más de cerca: se hizo patente su contraste con la ordenación cristiana de la vida
y la tradición apostólica. Esa evolución se explica fácilmente. Exhortar al ayuno y la prontitud
para el martirio, loar la disciplina en la vida matrimonial eran antiguos temas familiares en la
predicación primitiva. Tampoco tenía por qué alarmar que se tuviera en alta estima el
carisma profético. Además no podía descubrirse en la predicación de la nueva profecía
conexión alguna con las herejías hasta la fecha combatidas. Sólo cuando se vio claro que
los temas citados, quedaban desfigurados por una falsificación de la tradición cristiana, se
hizo ineludible su condenación. La primera medida fue refutarlos por escrito. Eusebio nos
informa de la acción en este sentido de Apolinar de Hierápolis, Melitón de Sardes (v.),
Milcíades el Apologeta, Apolonio y un anónimo interesante.
Fase Final del Montanismo
13. Con ocasión del movimiento montanista se reunieron diversos sínodos -los primeros
que conocemos en la historia de la Iglesia En ellos fueron examinadas las nuevas
doctrinas, y las juzgaron falsas y heréticas y sus fautores fueron excluidos de la
comunión con la Iglesia. La condenación pública y oficial la dio el obispo Ceferino (199-
217). Antes de mediar el s. III se ocupó un sínodo de obispos en Iconio de esta cuestión.
Grupos sueltos se encuentran a fines del s. IV en España, a comienzos del s. V en
Roma y en Oriente entrado el IX. Desde Constantino el Grande fueron publicados contra
los montanistas severos decretos imperiales. Todavía el concilio in Trullo del 692 (can.
95) y León el Isáurico (722) adoptaron medidas contra ellos. Con el tiempo se dividieron
en varios grupos: esquinistas, proclianos, quintilianos, priscilianos, tertulianistas, etc.
Algunos cayeron además en otros errores teológicos. Así el partido de un cierto Eschine
adoptó la doctrina de los patripasianos (v.), otros adhirieron al novacianismo (v.
NOVACIANO).
Fase Final del Montanismo
14. La victoria alcanzada por la Iglesia en su repulsa del M. tuvo para ella consecuencias
que pusieron más de relieve su peculiar naturaleza, y contribuyeron a su posterior
desenvolvimiento. Por haberse negado a hacer suyo el exagerado programa ascético
de M., escapó al peligro de degenerar en una insignificante secta de exaltados y se
mantuvo fiel a su misión de llevar el mensaje de Cristo a todos los hombres, y actuarlo
eficazmente en cualquier ambiente cultural. Al desechar el subjetivismo religioso
irrefrenable, con su pretensión sobre la dirección exclusiva de los creyentes, como
soñaban los montanistas, aseguraba a las comunidades de cristianos y a las almas
una dirección objetiva en manos de los ministros que hasta entonces la habían
desempeñado, y cuya vocación se regía por criterios ciertos, sin caer en manos de un
entusiasmo subjetivista. Al condenar finalmente, una esperanza escatológica de
inmediato cumplimiento, puso de relieve la necesidad de contemplar con mirada
objetiva y serena las tareas presentes y futuras de la historia y manifestó toda la
hondura y el valor del ulterior trabajo apostólico.
Fase Final del Montanismo