RESUMEN DE LA PELÍCULA DE CHERNOBYL ENFOCADO A MEDICINA DEL TRABAJO
Padres Cistercienses (S XII) Guillermo de Saint Thierry
1.
2. Señor Jesucristo, verdad y
vida, que proclamaste
quiénes debían ser los
verdaderos adoradores de tu
Padre, los que le adoraran
en espíritu y verdad. Te
suplico que libres mi alma de
la idolatría. Líbrala para que
buscándote no me una a tus
compañeros y comience a
vagar detrás de sus rebaños
durante el sacrificio de su
oración. Haz que se acueste
contigo y se apaciente de ti
en el ardor del mediodía de
tu amor.
3. Por una especie de sentido natural procedente de su principio, el alma
sueña en cierta manera en tu rostro, a cuya imagen ha sido creada. Pero ha
perdido la costumbre, o quizá nunca la adquirió. Además no ha cesado de recibir
imágenes una tras otra, que se le presentan como en tromba en el momento de
su oración.
4. Pero cuando trata
de orientar la punta de
su intención sobre ese
rostro que no ve, le pesa
a veces el esfuerzo de su
atención. Con frecuencia
sólo con mucho sudor de
su rostro puede comer su
pan en pena de su vieja
maldición. E incluso ni
eso, porque se le fuerza a
volver a la casa de su
pobreza, pobre y
hambrienta. Tan pronto
nada en la abundancia,
como desfallece.
5. Sucede como en la vista. De
nada sirve a la visión de la pupila que
envíe un rayo natural por sí misma, y que
sea claro y puro el medio del aire que
atraviesa la mirada, si no incide en el
cuerpo que se pretende y destina. Si
sigue más allá no se mantiene la atención
por cansancio, sino que escindida en
partes, se divide y se pierde. Lo mismo
ocurre con la intención de quien
contempla u ora: si la inteligencia de la
razón o del amor no se propone algo
concreto de ti, sobre lo que descanse la
afección y sea el fin de la intención,
ofrezca y deponga el fruto de la
devoción, la contemplación se marchita,
la oración se entibia, la intención se
cansa, la inteligencia se debilita y la razón
se siente impotente.
6. Pero ¿qué tengo yo
en el cielo? Y contigo ¿qué
me importa la tierra? Si con
mi oración te busco en este
cielo, hermoso sí, pero
material, que veo arriba, me
equivoco de igual modo que
si te buscara en la tierra que
piso; o si te incluyo o excluyo
en algún lugar o fuera de
lugar, siempre será un lugar
que has creado. Si te imagino
con alguna forma o con algún
sucedáneo, Dios mío, cometo
idolatría
7. Oh verdad, respóndeme, por favor. Maestro ¿dónde vives? Ven, dice, y mira.
¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Gracias a ti, Señor; no es poco lo
que hemos conseguido: hemos encontrado tu lugar. Tu lugar es también tu Padre. En
este lugar estás localizado. Pero tu localización es mucho más sublime y oculta que
cualquier falta de localización. Esta localización es la unidad del Padre y del Hijo, la
consubstancialidad de la Trinidad.
8. Pero ¿hemos encontrado
solamente un lugar para el Señor?
Procura, alma mía, esforzarte cuanto
te es posible no tanto por una razón
efectiva cuanto por el afecto del amor.
Y si el lugar de Dios es Dios, si esta
localidad de la Trinidad es la
consubstancialidad, elimina toda
representación de lugares y de locales
y comprende que has encontrado a
Dios en sí mismo. Él te lo ha mostrado
y es tanto más cierto y verdadero
cuanto que de sí mismo, en sí mismo y
por sí mismo es lo que es. Y como
aquellos viejos filósofos han dicho de
la verdad, Dios tiene de tal modo el
ser que en modo alguno puede dejar
de ser. ¿Hay algo más cierto y sólido
donde se oriente nuestra atención y
pueda sostenerse nuestra afección?.
9. Si alguna vez en nuestra oración abrazamos los pies de Jesús, nos adherimos a
la forma de su humanidad como si fuera una persona con el Hijo de Dios, y nos
formamos una especie de afecto corporal, no nos equivocamos; sin embargo
retrasamos e impedimos la oración espiritual, y él mismo nos dice a nosotros: Os
conviene que yo me vaya. Si no me marcho, el Paráclito no vendrá a vosotros.
10. Pero si cedemos a la
indolencia y a la inercia, y gritamos a
Dios desde lo profundo de la
ignorancia, como si estuviéramos
encerrados en un calabozo; si
queremos ser solamente escuchados
sin preocuparnos de la gracia del rostro
de aquel a quien suplicamos, sin dar
importancia a que esté irritado o
apaciguado con tal de recibir lo que
pedimos, sepa quien tales cosas recibe
de Dios que no sabe pedir grandes
cosas a Dios, ni es gran cosa lo que
recibe.