2. Después de condenado en burdo juicio,
coronada tu frente por espinas,
sobre tu misma mano la reclinas
en el breve descanso del suplicio.
3. ¿Qué se esconde, Señor, bajo tu frente?
¿Qué piensas mi Señor en ese instante?
¿Es acaso, Jesús, que no es bastante
hacerte condenar, siendo inocente?
4. Sólo a tus jueces la condena infama
por el torpe baldón de su sentencia,
y todo el orbe con ardor se inflama
5. al noble resplandor de tu inocencia.
Y para siempre con amor te aclama,
Señor de la Humildad y la Paciencia.
(Federico Acosta)
6.
7. Nos ha guiado en este segundo día el Doctor de la
humildad como sólo él sabe hacerlo: humildemente.
Estaba hoy de confidencias al decir que la perfección
es la humildad. Ella, sí, clave de la vida espiritual. Ella,
palanca del monje. Nos ha salido al camino como
maestro de tal virtud en obras y palabras. Médico de
las almas, sigue recetándonos humildad como
medicina contra nuestro orgullo y prepotencia.
8. La suprema ciencia del espíritu consiste en conocer
que el hombre de suyo es nada. Cuanto él es, de Dios
y por Dios lo recibe. Se trata no sólo de que seas
humilde por él, sino ante todo en él. Porque Dios está
presente en ti más íntima y profundamente que los
más íntimo y profundo de ti. Los humildes de corazón,
ellos, son morada del Altísimo. Recuerda el triple
modelo en Cristo: 1) Humilitas carnis (Encarnación); 2)
Humilitas passionis (Padecimientos de la Cruz); 3)
Humilitas mortis. Los tres, resumidos en la humildad
de la Eucaristía.
9. Nos ha dejado Jesús en este día su exhorto dulce y
suave: Venid a mí y aprended de mí (Mt 11, 28). ¿Qué
hemos de aprender de ti, Señor? Que soy manso y
humilde de corazón (Mt 11, 29). Esta es la suprema
ciencia del monje. Por eso la pregunta se hace
necesaria: ¿A qué vine yo a la Trapa? La respuesta va
de suyo: A ser humilde. ¿Qué pretendo yo aprender de
la vida monástica en Escalonias? Ser humilde.
10. No podemos ir a Cristo por otra senda que no sea ésta
de la humildad, cuyo simple conocimiento brinda los
tesoros todos de la sabiduría y la pureza misma del
corazón. Humiliter ad humilem venite. Lo dijo san
Agustín a las vírgenes (De s.virginit. 52,53). Poco sería
saber que el Humilde nos espera, nos invita, nos
llama. Preciso es también acudir a él humildemente.
11. Otro estilo sería el fracaso, porque Jesucristo se hizo
modelo nuestro humillándose. San Pablo en Filipenses
dejó para siempre el llamado himno de la humildad, es
decir, de la infirmitas, para que san Agustín exclame:
Fortitudo Christi te creavit; infirmitas autem Christi te
recreavit (In Io. Ev. tr. 15, 6). En la fortitudo Christi está
el Hijo de Dios in forma Dei, igual al Padre. En la
infirmitas Christi, la forma serui, o sea el
anonadamiento, visto en clave de obediencia hasta la
muerte, y muerte de cruz.
12. Otro estilo sería el fracaso, porque Jesucristo
se hizo modelo nuestro humillándose. San Pablo en
Filipenses dejó para siempre el llamado himno de la
humildad, es decir, de la infirmitas, para que san
Agustín exclame: Fortitudo Christi te creavit; infirmitas
autem Christi te recreavit (In Io. Ev. tr. 15, 6). En la
fortitudo Christi está el Hijo de Dios in forma Dei, igual
al Padre. En la infirmitas Christi, la forma serui, o sea
el anonadamiento, visto en clave de obediencia hasta
la muerte, y muerte de cruz.
13. El Doctor de la humildad, Jesucristo, se ha
hecho este segundo día de ejercicios pura presencia
de amor en nosotros y ha querido enseñarnos la
magna ciencia de la humildad en obras y palabras.
Hondo, claro, nítido mensaje el suyo: para gozar de la
radiante luz del Cristo pascual, cumple adiestrarse
primero en la humilde disciplina de saborear a un Dios
hecho carne que padeció y murió en cruz. Piadosa
disciplina la de beber el cáliz de la humildad y de la
pasión. Murió ya el día. Llegan las horas del descanso.
El corazón, lleno de luz en medio de las sombras de la
noche, puede ahora reposar gozoso de haberse visto
acompañado en esta jornada imborrable por el Doctor
de la humildad. Amén.
Meditación elaborada
por el padre Pedro
Langa, OSA
Fr. Abdón, OCSO.