1º seminario encuentro de los padres celd "Relación Padres e hijos"
RELACIÓN ENTRE PADRES
E HIJOS
Proyecto Semillas del Futuro - Celd
Encuentro de los Padres – 1º Seminario 2012
Claudia Werdine
El Dr. Pimentel cortó el cordón umbilical, enrolló la criatura
en una toquilla - era una linda niña - colocándola
cuidadosamente en nuestros brazos…
Teníamos 23 años y, por primera vez en la vida se agitaban en
nosotros las poderosas emociones de la paternidad (maternidad),
con toda la perplejidad, complejidad y expectativas.
Nos aproximamos mirando el pequeño paquete para ver de cerca
de nuestra hija. Pensaba, tal vez, encontrarla durmiendo y soñando
aún, con los misterios de sus orígenes.
Fue una sorpresa observar que tenía los ojitos oscuros
bien abiertos, atentos e iluminados, y me contemplaban
de manera enigmática e inquisitiva. Recuerdo
perfectamente el esfuerzo que hacía al levantar su
cabecita pelona, como si se preguntase a sí misma:
- ¿Será que este sujeto va a ser un buen padre para
mí? ¿Dónde está mi madre? Y ahora, ¿qué van a hacer
conmigo? ¿Cuánto tiempo voy a quedarme aquí,
enrollada en este trapo?
En cuanto a mi, no me acuerdo de los pensamientos que
pasaban por mi mente, pero sé que eran muchos y
descoordinados. Creo que me hacía tantas preguntas como
ella, tal vez más, no lo sé. Una cosa era cierta: Ana María
acababa de llegar.
Que había llegado, no había duda, pues estaba allí con sus
ojos curiosos, preparada para comenzar a explorar el nuevo
mundo en que iba a vivir.
Mi duda era otra:
¿De dónde venía aquel ser? La lógica me decía que
había llegado aquí desde algún lugar en el que estaba
antes de venir, ¿de dónde, pues?
Aprendí en tiempos, ahora remotos, en la infancia, que
Dios creaba un alma nuevecita para cada niño que nacía,
pero yo tenía dificultad con esas y otras informaciones. No
había manera de cuestionar la sabiduría, la grandeza y el
poder de Dios que, allí estaban patentes, ya que
obviamente, mi joven esposa y yo no podíamos haber
creado a aquella personita de la nada.
Más tarde, yo aprendería que el ser humano descubre
cosas pero no las crea, puede inventar otras, pero
nosotros, ciertamente, no habíamos inventado aquel
paquetito tibio que atentamente nos expiaba.
¿Quién sería aquel ser?, ¿De dónde venía?, ¿Qué pretendería de la
vida?, ¿Cómo sería ella?, ¿Qué papel nos correspondería a su madre
y a mi, en la vida que comenzaba?, ¿O sería que no estaba
comenzando y sí continuando?
Yo no sabía, pero quería saber, tener respuestas para esas preguntas y muchas
otras, de las cuales no recuerdo si quiera si fueron formuladas, pues estaba
sumergido en un torbellino de inesperadas e insospechadas emociones.
A pesar de todo, no me producían temores e inquietudes, y sí una extraña alegría
al percibir que también tenía condiciones de participar, con mi modesta
contribución, en aquel deslumbrante espectáculo de renovación de la vida.
Miramos una vez más a Ana María y sentimos sus ojitos
esperando que la tomásemos en nuestros brazos, y
después, de las manos, para mostrarle como era nuestro
mundo. Y ya sentíamos, en las profundidades de la
memoria, el futuro, aquel día en que ella no precisase más
de nuestras manos y partiera para vivir la vida. Nosotros
recelamos un poquito. No es que falte confianza, es que
amenaza siempre un vago temor de que nuestros hijos no
consigan acertar con los invisibles caminos del cielo que
tienen que recorrer en un vuelo aún incierto.
Pero eso, no puede ser una tristeza al final de la vida,
porque a fin de cuentas, la vida era de ella y no nuestra,
como yo aprendería posteriormente. Antes de ser hijos unos
de otros, somos todos hijos de un solo Padre. Y Él ha sido
muy competente, pues siempre dio buena cuenta de
nosotros.
Mas… Él nos confió a Ana María y precisábamos empezar
inmediatamente nuestro trabajo.
¿Comenzar? ¿Por dónde?
Los niños no vienen con esos bien acabados
folletos impresos que explican
minuciosamente como funcionan los
aparatos que adquirimos en las tiendas.
No traen un manual de instrucciones que
enseñe cómo debemos abrir el paquete,
sacar el aparato de la caja, instalarlo y
hacerlo funcionar.
Tampoco traen un certificado de garantía,
que se pueda presentar al representante
autorizado, junto a la factura, en caso de que
haya algún defecto de fabricación.
Con el tiempo vamos aprendiendo a resolver
los pequeños problemas que surgen. Y los
grandes también, si acaso surgieran.
Para facilitar las cosas, existen libros de pediatras, que sustituyen
razonablemente bien a las instrucciones que acompañan a los
electrodomésticos de hoy, y ayudan a solucionar, a prevenir
algunos de los “obstáculos” más comunes.
Recibimos enseñanzas minuciosas sobre la manera de cuidar del
bebé durante sus primeros días de vida: el baño, el sueño, la
ropa, la alimentación, además de la interpretación de ciertos
signos típicos que marcan las diferentes etapas de desarrollo: los
primeros pasos, los dientes de leche, peso, altura, hábitos de
higiene…
Toda esa logística tiene por objetivo proporcionar a los padres
una crianza sana para que en ella se desenvuelvan las
facultades más nobles de la inteligencia.
En cuanto el problema consiste apenas en dar este o aquel
alimento, dormir la tarde o la mañana, abrigarlo o no, ventilar
el cuarto de dormir, tomar el sol…las opiniones pueden variar,
pero podemos llegar a un consenso, adaptándolas a nuestras
propias condiciones, y obviamente, a las del bebé. Acabamos
acertando con el alimento que mejor “concuerda” con él,
como dicen los americanos, o con sus hábitos de reposo y de
actividad, o la ropita que más le conviene.
Pero, ¿y en cuanto a él? ¿Es apenas un bebé, un cuerpo recién
creado? ¿Por qué es tan temperamental o apático? ¿Qué lo hace
pacífico y sereno o agitado y malhumorado? ¿Por qué le gustan unas
personas y no otras? ¿Por qué llora tanto, o no llora, a no ser
excepcionalmente? Y más tarde, ¿Por qué le gustan las matemáticas
y no las lenguas, o viceversa? ¿Por qué son tan buenos cuando son
pequeños y después se vuelven tan rebeldes?
Y además, cuando se tienen dos o más hijos, ¿Por qué son tan
diferentes entre sí, si han sido generados a partir del mismo conjunto
de genes, y creados, en el hogar, en idénticas o muy parecidas
condiciones?
Al final, ¿quiénes son nuestros hijos, qué representan en nuestras
vidas y que representamos nosotros en la vida de ellos, aparte de la
simple relación de padres e hijos?
La primera cosa que precisamos entender, con relación a los
niños, es que ellos no heredan las características psicológicas
como la inteligencia, dotes artísticas, temperamento, buen o mal
gusto, simpatía o antipatía, dulzura o agresividad.
Cada ser es único en su estructura psicológica, preferencias,
inclinaciones. Solamente las características físicas son
genéticamente trasmisibles: color de la piel, de los ojos, del
pelo… cada niño, cada persona, es única, es diferente, y aunque
puedan tener dos o más características en común o muy
semejantes, cada uno de ellos es un universo propio, así como
individualizado. Hasta los gemelos univitelinos, generados a
partir de un solo óvulo, traen, a pesar de la similitud de los
aspectos físicos, diferencias fundamentales de temperamento y
carácter que los identifican con precisión, como individuos
perfectamente autónomos y singulares.
Vamos entonces a definir un importante aspecto: los padres
producen apenas el cuerpo físico de los hijos, no el espíritu de
ellos.
Esos espíritus que nos son confiados, ya envueltos en los
cuerpos físicos, que nosotros mismos les proporcionamos, a
través del proceso generador, no son creaciones nuevas sin
pasado, sin historia. Ellos ya existían antes en algún lugar,
tienen una biografía personal, traen vivencias y experiencias, y
aquí vuelven para revivir, no para vivir.
Están, por lo tanto, renaciendo y no apenas naciendo.
Somos todos seres creados por Dios, sí, pero hace mucho,
mucho tiempo, y no en el momento de la concepción o en el
momento del nacimiento, para “ocupar” un nuevo cuerpo
físico.
Este concepto constituye la viga maestra de toda la arquitectura
de la vida, el concepto director que nos lleva al entendimiento
de sus enigmas, misterios y bellezas inmortales. Es, por lo tanto,
este concepto, esta verdad que la Doctrina Espírita nos trae, la
que nos ayuda a valorar la vida y, también, nos ayuda a
comprender mejor las relaciones entre padres e hijos.
El niño es un ser espiritual, creado por Dios, ahora viviendo en el
plano del Espíritu, ahora respirando en un cuerpo material. El
niño es antes que nada un espíritu reencarnado, un alma que
recomienza una nueva existencia en la carne.
Nuestros hijos, en realidad, no son nuestros hijos: son hijos de
Dios, y temporalmente se encontrarán bajo nuestros cuidados.
Junto a los hijos simpáticos, pacíficos y obedientes, surgen
también aquellos otros que, desde la cuna, ya comienzan a
provocar preocupaciones, irritación, tensiones emocionales,
enfados, angustias y cansancio físico y psíquico, por presentar un
temperamento fuerte de rebeldía y desobediencia,
destacándose por la insubordinación y liviandad.
Los lazos de familia no se verifican por casualidad: hay una Ley
Divina comandando el destino y la unión de las almas en la vida
corporal.
Antes de acoger en los brazos con ternura al pequeño ser, por las
vías de la maternidad sagrada, idealizamos para él lo mejor: el
cuerpo más perfecto, la salud orgánica integral, la inteligencia
lúcida; pero no debemos olvidar que esa elección fue hecha
realmente por nosotros, hace mucho tiempo, sin ilusiones y
sueños, la mayoría de las veces, antes de reencarnarnos. De ese
modo no debemos a alarmarnos sobre si los hijos pueden
traernos trabajo, dificultades y problemas, desde tierna edad.
“Los hijos sufrientes, rebeldes, son mensajeros
que el Amor de Dios te envía, para que el amor
se libere de cualquier forma de egoísmo
enquistado y se inflame de Luz, la Luz de la
sublimación.”
(Emmanuel)
Son los hijos-problema que la Ley de la Reencarnación trajo a la
convivencia familiar, enseñando la oportunidad de la renovación
de sus destinos.
Es el reencuentro para la reconciliación indispensable entre
padres e hijos, en busca de un mejor futuro espiritual. En la
intimidad del corazón, los padres siempre indagan quienes son
estos hijos diferentes que traen una mayor dosis de luchas y
trabajos.
El mentor espiritual Emmanuel explica: “los hijos-
problema son aquellos mismos espíritus que
perjudicamos, desfigurándoles el carácter y
envenenándoles los sentimientos.”
Los hijos difíciles son hijos de nuestras propias obras, en
vidas pasadas, y que la Providencia Divina encuentra
ahora la posibilidad de unirnos por los lazos de la
consanguineidad, dándonos la maravillosa oportunidad
del rescate, la reparación y los arduos servicios de la
educación.
La primera actitud constructiva de los padres, ante los
hijos rebeldes, es que desenvuelvan en si mismos, la gran
comprensión, para no dejarse dominar por la revuelta y la
amargura, juzgando que son infelices y perseguidos por la
mala suerte…
El Evangelio segun el Espiritismo, Allan Kardec nos enseña: “No
rechacéis, por tanto, al hijo que en la cuna repele a la madre, ni
a aquel que os paga con la ingratitud: no fue por casualidad
que lo hizo así y os lo envió. Una intuición imperfecta del
pasado se rebela, y de ella podéis deducir que uno u otro ya
odió o fue odiado, que uno u otro vino para perdonar o para
expiar.”
Pero precisamos estar muy atentos, pues muchas veces, los
hijos-problema, rebeldes, difíciles… son nada más que
consecuencia de nuestros actos en relación a su educación.
La falta de disciplina y límites, desde la más tierna edad, serán
responsables por el surgimiento de los hijos problemas del
futuro.
En la próxima conferencia sabremos más al
respecto….