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EL MUDO TESTIGO
La lluvia caminaba lenta ya pasando el cerro Grande, gris es el cielo sobre un cerro del Este hoy, ahí,
entre sus veredas algo pasa, un niño huye entre los árboles hacia el río, pues sabe de los horrores que le
esperan si es atrapado. Ágil se esconde de los criminales perdiéndose entre los mezquites verdes y secos,
respira agitado, aprieta el crucifijo en su cuello, y es que sabe que sólo será salvado por un milagro.
Y sus pequeños pies sangran la sangre del perseguido, trae daños por las espinas y las piedras; ya no
sabe cuánto ha corrido ni a dónde ha ido, sólo bajó por la colina hacia el Este cuando los sacerdotes
antiguos lo descubrieron orando, ahora lo siguen sedientos de sangre, la Fe que pende de su cuello lo ha
condenado ante los ojos de los ministros herejes, esos ojos que no lo encuentran, esos mezquites que le
protegen pueden ser la leña de su hoguera. Corrió colina abajo hasta el cansancio.
Al Sur no hay sol ni horizonte, el niño calla mientras reza, alguien está cerca de él, abre los ojos
temeroso, es un señor barbado quien se le acerca, su recia mirada le ordena no moverse mientras extiende
su mano y sella los infantiles labios; el niño suspira triste y espera paciente por su destino.
El hombre barbado sale del escondite para esperar a los perseguidores, Deja Vu en su mirada desafiante
al verlos llegar, y detiene a los iracundos sacerdotes con voz potente, ellos han sido tomados por sorpresa,
sienten curiosidad de saber cómo pretende detenerlos un hombre tan solo; lo rodean los 6 antiguos pero él
no teme, sabe lo que viene y parece estar preparado.
La lluvia los ha alcanzado también, para bien o para mal, oraciones rompen el silencio, al igual que el
sonido de las gotas sobre la hojarasca, los ademanes trazan signos en el aire, sus magias colisionan
haciendo temblar la húmeda tierra, el niño trata de observar pero la lluvia y la vegetación de la rivera del
río no le deja ver bien; de pronto, un gran resplandor, negros montículos de cenizas quedan donde antes
estaban los sacerdotes, 6 antiguos inmolados, hechos trizas.
Pero el salvador del niño también fue dañado, el hombre barbado permanece inmóvil, con los brazos
abiertos, por sus venas la magia negra lo paraliza, sus carnes se van tornando en madera, el niño lo ve
asombrado, se acerca, trata de decirle algo pero no puede, el habla lo ha abandonado.
- No trates de hablar pequeño, no podrás, mi mano te acalló y sólo mi mano te haría hablar, pero
ahora es madera y no la puedo mover. Regresa a tu casa, ya nadie te perseguirá, yo seré parte de lo que
ya era.
La lluvia deslava las cenizas y las lleva al río bajo el sol que ilumina de nuevo formando un arcoíris, la
paz toma el lugar de la crisis, el niño baja al pueblo muy de prisa para buscar quien pueda ayudar a aquel
señor quien lo ayudó, en su camino se encuentra a un indio, sin palabras le indica que lo siga por el
camino, pero el indio tiene una tarea que realizar y duda en seguir al infante, es uno de cuatro a quienes
han mandado buscar materia prima para una escultura, no obstante, se compadece del niño mudo y lo
sigue, es llevado al lugar de la batalla que observó minutos antes el niño, señala hacia su salvador y el
indio se admira, pues el niño abraza el árbol aquel, como tratando de decir “Sálvale”.
El indio toma al niño en brazos y corre a buscar apoyo, ahora son dos los mudos en medio del nuevo día,
llegan al pueblo y el indio les cuenta lo que vio con asombro y alegría, pide a quienes escuchan sus
palabras vayan con él, todos aceptan, lo siguen peones, indios y monjes, y también se asombran al llegar
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al lugar aquel, los monjes oran en silencio, luego hacen pasar al frente a los escultores, ellos se disponen a
quitar la corteza con destreza.
El niño sonríe porque salvarán a su salvador, está seguro que debajo de la corteza está su amigo, pues
ante la realidad cada quien anhela algo diferente y moldea su verdad.
Cae la corteza y el monje cae de rodillas.
- ¿Qué has encontrado aquí hijo?, es la imagen perfecta del crucificado.
- No hay más menester que ponerle la encarnación – afirma uno de los escultores.
- Denle aviso al Juez Ecuménico de este hallazgo, llevemos el árbol con mucho cuidado al barrio de
pescadores.
Desde ese día el niño no habló, pero lo que le ocurrió ese día se lo escribió al juez Ecuménico en su
idioma infantil, el juez fue quien le dio la advocación a la escultura del Señor del Socorro.
Y ahora la historia de ese niño y su salvador yace en el sótano de algún templo, quizá en la pared de un
túnel que no existe, ahí reposa un pergamino amarillo o quizá ya sólo cenizas queden de ese relato.
Mientras el Señor del Socorro ve pasar el tiempo en el Barrio de San Juan.
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al lugar aquel, los monjes oran en silencio, luego hacen pasar al frente a los escultores, ellos se disponen a
quitar la corteza con destreza.
El niño sonríe porque salvarán a su salvador, está seguro que debajo de la corteza está su amigo, pues
ante la realidad cada quien anhela algo diferente y moldea su verdad.
Cae la corteza y el monje cae de rodillas.
- ¿Qué has encontrado aquí hijo?, es la imagen perfecta del crucificado.
- No hay más menester que ponerle la encarnación – afirma uno de los escultores.
- Denle aviso al Juez Ecuménico de este hallazgo, llevemos el árbol con mucho cuidado al barrio de
pescadores.
Desde ese día el niño no habló, pero lo que le ocurrió ese día se lo escribió al juez Ecuménico en su
idioma infantil, el juez fue quien le dio la advocación a la escultura del Señor del Socorro.
Y ahora la historia de ese niño y su salvador yace en el sótano de algún templo, quizá en la pared de un
túnel que no existe, ahí reposa un pergamino amarillo o quizá ya sólo cenizas queden de ese relato.
Mientras el Señor del Socorro ve pasar el tiempo en el Barrio de San Juan.
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al lugar aquel, los monjes oran en silencio, luego hacen pasar al frente a los escultores, ellos se disponen a
quitar la corteza con destreza.
El niño sonríe porque salvarán a su salvador, está seguro que debajo de la corteza está su amigo, pues
ante la realidad cada quien anhela algo diferente y moldea su verdad.
Cae la corteza y el monje cae de rodillas.
- ¿Qué has encontrado aquí hijo?, es la imagen perfecta del crucificado.
- No hay más menester que ponerle la encarnación – afirma uno de los escultores.
- Denle aviso al Juez Ecuménico de este hallazgo, llevemos el árbol con mucho cuidado al barrio de
pescadores.
Desde ese día el niño no habló, pero lo que le ocurrió ese día se lo escribió al juez Ecuménico en su
idioma infantil, el juez fue quien le dio la advocación a la escultura del Señor del Socorro.
Y ahora la historia de ese niño y su salvador yace en el sótano de algún templo, quizá en la pared de un
túnel que no existe, ahí reposa un pergamino amarillo o quizá ya sólo cenizas queden de ese relato.
Mientras el Señor del Socorro ve pasar el tiempo en el Barrio de San Juan.