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ACEPCIONES Y CONCEPCIONES DEL BIEN 
Mucho se ha escrito acerca del bien, inclusive sin definición alguna. Se 
ha hablado a veces de “el bien”, también con mayúscula: “el Bien”, como si 
esta expresión designara alguna realidad o algún valor. Cuando tal realidad o 
valor son considerados absolutos, se habla del Sumo Bien. Bien es usado 
asimismo para designar alguna cosa valiosa, como cuando se habla de «un 
bien» o de “bienes”. Se usa asimismo “bien” para indicar que algo es como es 
debido (“Esta casa está bien”, “Tomás hace las cosas bien”). 
El bien también es concebido como un objeto que satisface determinada 
necesidad humana, que responde a los intereses o anhelos de las personas, 
posee, en general, un sentido positivo para la sociedad, para una clase, para el 
individuo. Si un objeto dado es un bien, posee un valor positivo para el 
hombre. 
Pero ¿Qué es el bien? ¿Cómo lo definimos? Nadie ha logrado dar una 
buena definición del bien, y más que considerar diversas acepciones de “el 
Bien” (bueno: Que tiene bondad, útil para algo, gustoso, apetecible, agradable. 
bondad: Inclinación natural a hacer el bien, etc.), distinguiendo cada una de 
ellas de las otras, consideraremos diversas concepciones filosóficas, cada una 
de las cuales presenta a menudo heterogéneas acepciones. 
 ARISTÓTELES: "El bien es aquello que todas las cosas persiguen", con 
esta declaración Aristóteles empieza su Ética. Esto no debe tomarse 
como una definición del bien, sino solamente como un reconocimiento 
de la relación entre el bien y el fin. Dice: el fin es "aquello por amor de 
lo cual una cosa es hecha". “Es lo que todas las cosas apetecen”, por lo 
tanto el concepto de bien es relativo. El bien es fin puesto que atrae la 
actividad de los seres. 
 PLATÓN: El Bien es la Suprema Personificación de lo divino y se halla 
en la cumbre de todas las ideas. La idea de bien es la causa de todo lo 
recto y bello que hay en todas las cosas. 
 HERÁCLITO: Todo es bien o todo es mal, según se considere: El agua 
del mar es la más pura y la más impura. Para los peces es potable y 
saludable, para los humanos es perjudicial.
 SÓCRATES: También se encuentra en el carácter relacional del bien. 
Para él, la fundamental característica del bien es la utilidad: no hay bien 
que no sea bien para alguna cosa. Lo que es útil es bien para aquel que 
le es útil. 
La mayor parte de las teorías sobre el significado de “bueno” admiten la 
posibilidad de análisis o definición de este término. Otras teorías, y muy en 
particular la de George E. Moore, sostienen que “bueno” es indefinible o no 
analizable. La cuestión de la definibilidad del bien cobró actualidad gracias a 
este filósofo a fines del siglo pasado y principios del presente. Su 
razonamiento es en el sentido de que toda definición es un análisis de un 
concepto en sus efectos; que el bien es un concepto simple no analizable, y 
que por consiguiente, el concepto del bien es indefinible, y en este sentido 
“bueno” no tiene definición, porque es simple y no tiene partes. 
EL BIEN COMO FIN 
Los antiguos desarrollaron uno de sus aspectos más fecundos, el del bien 
como fin. Todo fin es un bien y todo bien es un fin, un fin no se perseguiría a 
menos que fuera algo bueno para el que lo persigue, y el bien, al ser 
perseguido, es el fin o propósito del afán de quien lo busca. Este es el principio 
de finalidad o teleología, que Santo Tomás explica como sigue: “Todo agente 
actúa por necesidad, por algún fin”. Ningún individuo en su cabal juicio puede 
negar que los seres humanos actúen con miras a fines. Inclusive aquel que se 
propusiera demostrar que no lo hacen, tendría esta demostración como su fin. 
La noción de fin está íntimamente unida a la de bien, porque el bien 
tiene de suyo, razón de fin. Todo lo que es bueno puede constituirse como fin 
para el deseo de alguien, provocando un movimiento del apetito que no cesa 
hasta haber alcanzado ese bien. El bien en cuanto tal, es fin; y el fin mueve 
bajo la razón de bien. Lo que es bueno nos atrae a conseguirlo. 
EL BIEN COMO VALOR 
El término valor o precio parece tener su origen en economía, pero ya 
mucho antes del advenimiento de la axiología como estudio formal se aplicó 
analógicamente a otros aspectos de la vida. No hay mayor acuerdo del que hay 
con respecto a la definición del bien.
Los valores son bipolares: un polo positivo y otro negativo (fáciles, 
difíciles; bello, feo) el polo positivo es el preferido, en tanto el negativo es mejor 
no llamarlo valor en absoluto, sino ausencia de valor. No son homogéneos, 
sino de muchas clases. Trascienden los hechos, en el sentido de que nada 
resulta jamás tal como lo esperábamos; inclusive si algo lo hiciera, no haría 
más que mostrar que nuestras expectativas apuntaban demasiado bajo y que, 
en realidad, queremos algo más. 
Los valores, al igual que los demás universales, están extraídos de los 
datos de la experiencia y tienen su realización concreta en las personas, las 
cosas y los actos existentes. Es un hecho que apreciamos los bienes que 
compramos, las personas que empleamos, los estudiantes que 
recompensamos, los candidatos por quienes votamos, y los amigos con 
quienes vivimos. Lo hacemos así porque vemos en ellos algunas cualidades 
objetivas que los hacen merecedores. Lo que pretende ser una introducción a 
la cuestión de los valores morales, es decir, decimos que un individuo es buen 
profesor, buen político, buen científico, etc., pero no decimos que es una buena 
persona porque reconocemos que es distinto de los demás y más fundamental, 
más valioso que los demás valores. Entendiendo como valor moral aquello que 
hace a un hombre bueno, pura y simplemente como hombre y porque los 
valores morales son personales. 
El bien como valor destaca el bien intrínseco, el bien perfecto, aquello 
que es bueno en sí mismo independientemente de la bondad que pueda tener 
para cualquier otra cosa. Este ha de ser el aspecto más fundamental del bien. 
El problema del bien tiene una doble formulación: metafísica y ética. 
EL BIEN METAFÍSICO 
Entendiendo el Bien como aquello que en sí mismo tiene el 
complemento de la perfección en su propio género, o mejor dicho, la 
consumación perfecta de un ideal en una determinada realidad, debemos 
definir, como la cátedra nos lo ha enseñado, la metafísica o acercarnos a lo 
que ella en sí “es”. 
Etimológicamente la palabra metafísica proviene del griego μετὰ (mas 
allá) y φυσικά (lo físico), mas allá de lo físico, mas allá de la realidad, lo que no 
se puede percibir o sentir. Dicho esto podemos decir que la Metafísica es la
parte de la filosofía que trata del ser en cuanto tal, y de sus propiedades, 
principios y causas primeras. 
En su libro Introducción a la Filosofía Mariano Artigas nos ofrece ésta 
definición: “Es la filosofía entendida en su sentido más estricto, estudia la 
realidad buscando sus causas últimas de modo absoluto, ha de remontarse 
más allá de lo material y sensible hasta las realidades espirituales. Estudia 
toda la realidad, pues todo lo real tiene ser, su objeto material es toda realidad, 
y su objeto formal, es el ser de la realidad”. 
Ahora bien, en el aspecto metafísico del bien, es preciso distinguir entre 
la estructura fenomenológica del bien (ratio boni de los escolásticos) y la 
estructura ontológica, que más adelante hablaremos de ella (natura boni). 
La estructura fenomenológica; entendiendo como fenomenología, el 
sistema filosófico que tiene como finalidad llegar a la esencia misma de las 
cosas, responde a la definición formal del bien en su relación con el sujeto, y 
expresa aquello por lo que el bien se enuncia inmediatamente como bien. El 
bien, si bien es cierto, no puede definirse en sentido estricto (género y 
diferencia), sino caracterizar y diferenciar a partir de sus efectos (tendencia y 
deseo). 
La estructura fenomenológica radica en la apetibilidad, que no es otra 
cosa sino aquello que todas las cosas apetecen, Dentro de esta apetibilidad el 
bien comporta una exigencia o solicitación, una llamada que desde el punto de 
vista del objeto se traduce en un “deber ser” y de la perspectiva del sujeto en 
un “deber hacer”. 
En la estructura fenomenológica el bien es el objeto de una tendencia 
natural. Indudablemente, al hablar de un bien metafísico, se habla de aquello 
que sabemos que existe, sabemos que está, más no lo podemos ver, no es 
real, en cuanto a que no lo vemos, no lo sentimos, más se hace realidad en la 
individualidad, en la tendencia que cada uno de nosotros podemos tener hacia 
el, tendencia que se explicará a continuación en el bien ontológico.
EL BIEN ONTOLÓGICO 
Teniendo claro que el bien, no puede definirse, sino acercarnos a él por 
sus efectos, pasemos ahora a definir lo que es la Ontología. 
La Ontología es la parte de la metafísica que trata del ser en general y 
de sus propiedades trascendentales, la definición que Abbagnano nos ofrece, 
es que “es la doctrina que estudia los caracteres fundamentales del ser, 
caracteres que todo ser tiene y no puede dejar de tener”. 
Entendiendo al ente como todo aquello que existe, y al ser, como todo 
aquello que hace que el ente sea y no pueda dejar de ser, pasemos a explicar 
el Bien Ontológico como tal. 
Cuatro son los atributos trascendentales del ser, ellos son: Unum (lo 
uno); Verum (lo verdadero); Bonum (lo bueno, la bondad); y Pulchrum (lo bello). 
Nos detendremos en lo bueno, en la bondad. Todo ente es bueno en 
cuanto a que es apetecible. Para cada ente su bien consiste en ser según su 
naturaleza, por tanto puede decirse que ente y bien son equivalentes, el bien 
no es una realidad distinta del ser de los entes, sino todo lo que es bueno. El 
bien se funda en el ente, surge de él y revierte de él, pero a la vez el bien es lo 
primero, por tener razón de fin, que es la primera de las causas, el bien es lo 
perfecto, que es lo perfectivo de otros. El ser no es una realidad distinta al ser 
de los entes: todo lo que es, es bueno. 
No nacemos como poseedores del bien, sino como buscadores 
constantes de él. Nuestra existencia es un paso de la perfectibilidad a la 
perfección, todo aquello que satisface nuestro apetito es llamado bien. 
El bien exige ser, merece ser, debería ser realizado, y debería existir. 
Pero el mismo reconocimiento de que una cosa debería ser no implica, por sí 
mismo, que sea yo quien deba hacerla ser. Todo bien, excepto el moral, es 
optativo, en tanto que el bien moral es necesario, y será explicado más 
adelante. 
Para entenderlo mejor iniciaremos desde el principio. Dios es el creador 
de todo lo que existe. Entonces todo lo que existe es. Entendemos por ser, 
toda cosa que exista. Una manzana es un ser, un hombre es un ser, un caballo 
es un ser, como son cosas materiales se entiende sin mayor problema. Pero si 
les digo que una idea también es un ser, ya es más complicado entenderle. 
Pero así es. Una idea es una cosa, un caballo es una cosa, la belleza es una
cosa y así nos podemos ir. Pero sin embargo cada cosa difiere de otra, no es lo 
mismo un caballo, que una manzana, o una idea. Cada cosa difiere de otra por 
un carácter o muchos caracteres, y cada uno de estos caracteres también 
existe, y por existir es un ser.. 
Por lo que el concepto “ser” es polivalente, con una multiplicidad de 
ideas o modos (caracteres, también se llaman rostros universales del ser) muy 
amplios e infinitos que se llaman trascendentales. Lo uno, lo verdadero, el bien 
y lo bello son los trascendentales del ser, de cada ser que existe. 
Y porque todo es creado por Dios, todo ser creado por Él es 
intrínsecamente bueno. Todo ser es metafísicamente bueno, es decir apto para 
ser querido o amado. Este es el bien que se llama metafísico u ontológico. 
¿Como es el amor de Dios por las cosas?: no es debido a la amabilidad de las 
cosas, sino que Él crea e infunde amabilidad de las cosas que ama. Pero el 
hombre, no las crea y considera bueno todo lo creado por Dios. Así que cada 
cosa tiene un bien ontológico, esa cosa puede ser una idea, un acto que el 
hombre realiza por ejemplo: repartir dinero es de entrada un bien ontológico 
Y en cuanto al bien moral ¿Cómo lo entenderíamos? Para empezar el 
bien moral no es un trascendental, sino que el hombre en la moral humana lo 
ha particularizado, para realizarse mejor como humano, hacer lo que es bueno, 
y esto se puede hacer después de mucha experiencia. Ya con esto se puede 
entender que un bien moral es pues un bien ontológico particularizado. Cuando 
decíamos que el acto de dar dinero es un bien ontológico, si este dinero se da 
a un pobre para ayudarlo, en este caso particular estamos hablando de un bien 
moral, de un acto moralmente bueno. Pero si este dinero se lo damos a un 
policía para sobornarlo, no es un bien moral, sino un acto malo. De esta 
manera podemos entender la diferencia entre el bien ontológico y el bien moral. 
En el hombre existen dos inclinaciones, una enraizada en la naturaleza 
animal del hombre (como los instintos: de supervivencia, procreación, etc.) y 
otra en la naturaleza racional del hombre (inclinaciones propiamente humanas, 
como la apetencia al bien), el empleo de la razón es lo que lo hace diferente a 
los animales, y en su actuar es el resultado de una libertad de acción, o sea el 
libre albedrío, por eso se dice que actúa como agente libre. Su inteligencia le 
permite pasar del bien ontológico al bien moral (sabe cuando hace bien) y esto
se aprende en el transcurso de su vida, por eso se dice que este paso supone 
experiencia moral. 
Esto es sabido desde hace mucho tiempo atrás, ya Aristóteles decía: “El 
bien es lo que todas los cosas apetecen” y el bien es algo que es apetecible. 
En la Edad Media Santo Tomas de Aquino dijo: “Lo primero, entonces, para 
saber si un acto es bueno o malo es considerar su objeto. Un acto que consiste 
en ayudar al prójimo será bueno y el que consiste en dañarlo será malo. Ya se 
vio que la naturaleza humana tiene una finalidad en consonancia con la cual 
deben estar todos los actos y los objetos de estos actos”. 
Sin duda alguna al referirnos al bien Ontológico, lo hacemos a aquel 
atributo trascendental del hombre, que por ser imagen de Dios, le es adherido a 
su naturaleza. Dios no es bueno, Él es toda bondad, el ser humano es reflejo 
de esa bondad, y a ello se debe su tendencia a la apetibilidad del bien. 
Depende pues de la voluntad del hombre el obrar según su naturaleza o no 
hacerlo, dependiendo de su conciencia y lo que le dicte su razón por el bien 
moral. Lo que llamamos actos buenos (caridad) sólo son reflejos de la suma 
bondad a la cual tendemos y a la que queremos llegar y aquí se cumple lo que 
se dijo anteriormente, con respecto a la bondad y lo bueno, siendo lo bueno lo 
perfectible, y la bondad la perfección. 
EL BIEN MORAL 
El bien moral coincide con el bien completo de la persona en la medida 
exacta en que ese bien está en juego la conducta humana y ha de ser 
realizado a través de ella. El bien de la persona es Fin moral de la acción libre, 
y su bien pleno o completo tiene carácter de fin moral último de la conducta. El 
Bien moral puede ser estimado como objeto de la razón, de la intuición o de la 
voluntad. 
Todo bien, excepto el bien moral, es optativo, en tanto que el bien moral 
es necesario. No hay manera de substraerse a las exigencias de la moral, al 
imperativo de vivir una vida buena y de ser, así, una buena persona. 
A menudo la elección está entre un bien moral y alguna otra clase de 
bien, y esta otra clase parece ser, en aquel momento, con mucho la más 
atractiva. Si consideramos el bien únicamente como objeto de deseo, como fin 
a perseguir, el bien aparente podrá llamarnos acaso con sonrisas seductoras,
en tanto que el bien verdadero señalará gravemente el camino más arduo. Y 
es el caso que estamos obligados a seguir el bien verdadero y no el 
meramente aparente. 
¿Cuál es la naturaleza de este deber ser moral que nos manda con 
semejante autoridad? Es una especie de necesidad que es única e 
irreductible a ninguna otra. No se trata de una necesidad lógica o metafísica 
basada en la imposibilidad de pensar contradicciones o de conferirles 
existencia. No se trata de una necesidad física, de un deber que nos empuje 
desde fuera destruyendo nuestra libertad. Ni se trata tampoco de una 
necesidad biológica o psicológica, de una imposibilidad interna, incorporada a 
nuestra naturaleza y destructora asimismo de nuestra libertad, de actuar en 
otra forma. Es, antes bien una necesidad moral, la del deber ser, que nos guía 
hacia aquello que reconocemos constituir el uso apropiado de nuestra 
libertad. Es una libertad que es una necesidad y una necesidad que es una 
libertad. 
En su ser real, el acto es algo contingente que puede ser o no ser; 
pero, en su ser ideal, en cuanto es presentado a mi razón y mi voluntad para 
deliberación y elección, asume una necesidad práctica que requiere decisión. 
La exigencia es absoluta. El mal uso de mis capacidades artísticas, 
económicas, científicas y otras particulares, es penalizado con el fracaso, no 
con la culpa, porque yo no tenía obligación alguna de realizar dichos esfuerzos 
y, por consiguiente, no tenía obligación alguna de llevarlos a buen fin. En 
cambio, no puedo dejar de ser hombre y de haber de triunfar absolutamente 
como tal. Si fracaso en ello, es culpa mía, porque el fracaso ha sido escogido 
deliberadamente. No resultó ser malo en determinado aspecto, sino que soy 
un hombre malo. Todo lo que hago expresa en alguna forma mi personalidad, 
pero el uso de mi libertad es el ejercicio real de mi personalidad única en 
cuanto constitutiva de mi ser más íntimo. 
Tomemos el caso de un individuo al que se ofrece una gran cantidad por el 
acto de asesinar a su mejor amigo. Reduzcamos los peligros y subrayemos 
las ventajas lo más que podamos. Hagamos que el acto sea absolutamente 
seguro. Sin embargo, no debería hacerse. ¿Por qué no? 
Eliminemos la sanción legal. Supongamos que el individuo está seguro no 
sólo de que no será detenido, sino que encuentra también alguna escapatoria
en virtud de la cual ni siquiera vulnera ley civil existente alguna, de modo que 
no podrá ser perseguido por delito alguno. Y sin embargo, se ve a sí mismo 
como asesino y no puede aprobar su acto. 
Eliminemos la sanción social. Puesto que nadie lo sabrá, no ha de tener la 
desaprobación de nadie. Sin embargo, merece la desaprobación, aun si no la 
sufre. ¡Cuan distinto es esto cuando las sanciones sociales son inmerecidas! 
No nos acusamos a nosotros, si somos inocentes, sino que acusamos a la 
sociedad que nos condena injustamente. 
Eliminemos la sanción psicológica. Los sentimientos de depresión, 
disgusto y vergüenza, la incapacidad de comer o dormir a causa de las 
punzadas de remordimiento o culpa, todo esto podrá molestarle a él, pero los 
demás serán inmunes a semejantes sentimientos, e inclusive en él podrán 
provenir acaso de otras causas. El elemento moral subsiste, con todo. Si en 
alguna forma los sentimientos de culpa pudieran eliminarse, de modo que ya 
no percibiera trastorno psicológico alguno por causa de su acto, aun así 
juzgaría el individuo su acto, con toda sinceridad, como malo, y sabría que es 
culpable, a pesar de la ausencia de dichos sentimientos. 
Eliminemos la sanción religiosa. Si Dios no fuera a castigarlo y si 
estuviéramos seguros de que no iba a hacerlo, aun es esta hipótesis absurda 
no debería el acto llevarse a cabo. El autor celebrará acaso escapar a dicha 
sanción, pero seguirá sabiendo que no merecía escapar. El acto es de tal 
naturaleza, que Dios debería condenarlo, y nos decepcionaría si no lo hiciera. 
Empezaríamos a poner en entredicho la justicia de Dios, de modo que Dios 
mismo ya no seguiría representando lo ideal. Esta es tal vez la indicación más 
clara del carácter absoluto del orden moral. 
Lo que subsiste es la sanción moral. Es intrínseca al acto mismo, idéntica 
con la elección deliberada de la voluntad, con la relación entre el autor y su 
acto. 
Al despreciar el bien moral me desprecio a mí mismo. Según que 
acepte o rechace el bien moral, subo o bajo en mi propio valor como hombre. 
El bien moral proporciona la escala con la que necesariamente me mido a mí 
mismo, con la que me juzgo inevitablemente a mí mismo. Este juicio no es 
meramente una opinión subjetiva, sino una apreciación objetiva de mi 
verdadero valor en el orden de las cosas. Este ascenso o descenso no es
algo optativo; no me está permitido caer. No es una cuestión de si estoy o no 
interesado en mi propia mejora; no me está permitido no ser. No se trata de 
una necesidad disyuntiva: haz esto o acepta las consecuencias. Es 
simplemente: haz esto. No me está permitido exponerme a mí mismo a las 
consecuencias de no hacerlo. De hecho, cualesquiera que sean las 
consecuencias, han de juzgarse ellas mismas por este criterio moral, y las 
consecuencias últimas han de contener su propio valor moral. 
NOCIONES DEL BIEN COMUN 
Dentro del pensamiento filosófico griego se encuentra ya la cuestión del 
bien común en las discusiones de los sofistas y en Platón. 
 PLATON: Para Platón el bien común trasciende de los bienes 
particulares en tanto que la felicidad global o del Estado debe ser 
superior, y hasta cierto punto independiente de la felicidad de los 
individuos. 
 ARISTOTELES: Hace mención del bien común en su política al 
indicar que la sociedad organizada en un Estado tiene que 
proporcionar a cada uno de los miembros lo necesario para su 
bienestar y felicidad. 
Hacia la Edad Media relevantes filósofos hacen alusión al bien común 
como por ejemplo: 
 SÉNECA: Coloca de manifiesto a la sociabilidad como exigencia 
fundamental y por ende busca el bien común, así mismo declara 
que la sociabilidad es principio de solidaridad y auxilio mutuo. 
 SANTO TOMÁS DE AQUINO: Afirmó que la sociedad como tal 
tiene sus propios fines, los cuales son “fines naturales” a los 
cuales hay que atender y los cuales hay que realizar. Expresó 
además que los fines espirituales y el bien supremo no son 
incompatibles con el bien común de la sociedad. Para Santo 
Tomás la justicia es la virtud ordenada al bien común. Para el 
gran filósofo de la Edad Media, el bien común es el bien de todos 
los miembros de la comunidad.
En el Renacimiento surgen grandes pensadores cristianos del siglo XVI 
algunos de ellos son: Erasmo, Luis Vives y Tomás Moro netamente católicos y 
Campanella quien era protestante francés. 
 ERASMO: Describe que existe una moral universal que a todos 
obliga. El principio regulador es el bien común del género 
humano. 
 LUIS VIVES: Manifiesta que es en el afán de concordia donde se 
supera el individuo y logra una disciplina en aras del bien común. 
 TOMÁS MORO: Escribe la Utopía en 1516 en donde denuncia a 
los nobles que ociosos como zánganos viven del trabajo de los 
demás, los exprimen y los lastiman hasta la carne para aumentar 
sus rentas, por otra parte propone que la convivencia ha de regir 
en la medida de lo posible para el bien común. 
Más tarde en el siglo XVII retoma esas ideas Campanella quien difunde un 
republicanismo decidido que deriva de la igualdad natural de los hombres, para 
él la servidumbre es el estado en el que un hombre esta entregado 
exclusivamente a un bien ajeno y no – común. 
Dentro de la Escolástica Francisco de Vitora es uno de los grandes 
filósofos escolásticos españoles que cabe señalar como particularmente 
sobresaliente en este terreno. Sostiene que la República nace de la 
sociabilidad natural del hombre. Así mismo, toda agrupación humana requiere 
una autoridad que asegure el bien común. La autoridad no puede abolir las 
leyes no puede violarlas, su poder no es sólo sobre los individuos sino sobre la 
colectividad. 
Cabe destacar que en el Concilio Vaticano II en “Gaudium et spes”: el 
bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de la vida social, con 
las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con 
mayor plenitud y facilidad su propia perfección. 
El Catecismo concreta el bien común en tres fines: 
 El respeto a la persona en cuanto tal 
 El bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo
 El bien común implica la paz, la estabilidad y la seguridad de un orden 
justo 
Los autores modernos consideran el bien común del Estado como el 
único bien posible, para KANT el bien común consiste en satisfacer las 
necesidades materiales de una sociedad. Por otra parte en la época 
contemporánea JACQUES MARITAIN, filósofo católico, manifiesta que el 
fin de la sociedad política es perseguir el bien común. 
EL BIEN COMÚN DE ORDEN TEMPORAL 
El bien común de orden temporal consiste en una paz y seguridad de las 
cuales las familias y cada uno de los individuos pueden disfrutar en el ejercicio 
de sus derechos, y al mismo tiempo en la mayor abundancia de bienes 
espirituales y materiales que sea posible en esta vida mortal. 
El bienestar material vinculado al orden temporal es, en su aspecto de 
elemento o factor del bien común, la satisfacción resultante de la participación 
de todos los ciudadanos en esos bienes Esta idea no entraña ningún 
materialismo. Sencillamente, se limita a asumir la índole humana en su íntegra 
complejidad corpórea anímica. 
Ahora bien; si aquí nos ocupamos del bienestar material, es solamente 
en función del bien común, o sea, por representar un valor que ha de integrarse 
en el bien de la sociedad, que es a su vez un bien del que deben participar 
todos los miembros de ella. Por consiguiente, lo que en último término se 
comporta en el bienestar material como un cierto elemento indispensable del 
bien común no son los simples medios o recursos de que la sociedad dispone, 
sino la conveniente y debida participación de todos los ciudadanos en ellos. Sin 
duda alguna, la prueba más clara de que el bienestar material se integra en el 
bien común como en una estructura superior donde las partes se requieren 
mutuamente, está en las complicaciones que de un modo inmediato surge en 
este mundo. 
En torno a la noción del bienestar material aparece, en efecto, una 
constelación de relaciones que impiden considerarlo de una manera aislada e 
independiente. Así, por ejemplo, el bienestar material se nos presenta como 
indispensable no solamente por la obvia razón de su necesidad instintiva o
biológica, sino también en función de su positiva utilidad para el ejercicio de la 
virtud. Cierto que este segundo carácter viene, a su vez, condicionado por el 
primero, pero ello mismo es una prueba más de la compleja interrelación que 
señalamos. Tal es la causa de que la propia Iglesia, cuya misión se define 
esencialmente por la índole espiritual de sus objetivos, no pueda, sin embargo, 
menospreciar la importancia de los bien materiales, y de su justa distribución, 
en el orden social de la convivencia. «Como quiera que el bien social, señala 
León XIII, debe ser tal que los hombres se hagan mejores al participar en él, es 
verdaderamente en la virtud donde se le debe hacer consistir, antes que en 
cualquier otra cosa. Pero también corresponde a una sociedad bien constituida 
el facilitar los bienes corporales y externos cuyo uso es necesario para el 
ejercicio de la virtud (Enc. Rerum Novarum, n°25). 
El bien común no es la suma de los bienes particulares. 
Es el error de los socialismos históricos. No se trata de hacer el 
bien común eliminando los bienes individuales para alcanzar una suma 
acumulativa que luego se reparte entre todos los ciudadanos. 
La concepción colectivista del bien común es injusta, dado que tal 
igualitarismo es contrario a la justicia que demanda que se dé a cada 
uno lo que le pertenece."El bien común es el fin de las personas 
singulares que existen en la comunidad, como el fin del todo es el fin de 
las partes. Sin embargo el bien de una persona singular no es el fin de 
otra (Sto. Tomás). 
El bien común no es lo que resta en el reparto general. 
Error del liberalismo. El bien común es el bien de toda la 
sociedad: el conjunto social se orienta a un bien general, que ha de ser 
compartido por todos y cada uno de los individuos. La sociedad humana 
es una sociedad de personas. El bien común, es pues el bien del todo, al 
cual contribuye cada uno de los individuos y en consecuencia de él 
participan todos. Se requiere que la participación en el bien común sea 
justa. El dinamismo del bien común de un pueblo viene regido por la 
Cooperación común y el Reparto proporcional.
BIEN COMÚN Y BIEN SOBRENATURAL 
El fin del hombre es la participación, de la vida divina, es la eterna 
beatitud. Al realizar este fin el hombre colma su razón de existir, en otras 
palabras realiza su felicidad. El hombre es un todo subsistente, cuyo bien 
trasciende el bien temporal. 
Es cierto, que todo el universo está ordenado al ser humano para que, 
por medio de éste, logre su fin a que está destinado. Todo el universo material, 
está ordenado a eso, a que la persona humana realice su fin, lo cual no es 
extraño porque, como es sabido, el bien sobrenatural de una sola alma supera 
a todo el bien creado y temporal. 
Citando a Su Santidad Pío XI, (Encíclica 'Divini Redemptoris') dice: Que 
el hombre tiene un alma espiritual e inmortal; es una persona adornada 
admirablemente por su Creador con dones de cuerpo y de espíritu, un 
verdadero “microcosmos” como decían los antiguos, un pequeño mundo que 
excede con mucho valor a todo el inmenso mundo inanimado. Dios sólo es su 
último fin en esta vida como en la otra; la gracia santificante lo eleva al grado 
de Hijo de Dios y lo incorpora al reino de Dios en el cuerpo místico de Cristo. 
Dentro de este mismo orden de ideas, podemos decir, que la persona 
humana como tal, esta llamada a un destino superior, de lo temporal. O dicho 
de otro modo, la sociedad misma y su bien común están indirectamente 
subordinados y referidos a un todo trascendental, está sobre todas las 
sociedades temporales y es superior a ellas. 
En la sociedad humana, existen dos extremos, es una sociedad de 
personas que son individuos materiales y que están aisladas en sí mismas, 
pero con una necesidad de comunicarse las unas con las otras y cuyo Bien 
Común en la tierra es, por un lado, superior al bien propio de cada una, aunque 
vuelva sobre cada una de ellas y, por otra parte, mantienen, todas ellas, las 
aspiraciones hacia su propio bien eterno, hacia el Todo trascendental, 
superando así el orden en que se realiza el Bien Común de la ciudad terrenal. 
Por tanto podemos decir que el fin último del ser humano, no está en 
este mundo sino por el contrario radica en la trascendencia, en un mundo
futuro, donde al fin podrá ser feliz, que es la participación de una gloria futura, 
y esta gloria futura puede variar según las creencias, que posee cada persona. 
Una sola alma humana vale más que todo el universo y todo el conjunto de 
bienes temporales; ninguna cosa es superior a un alma inmortal, sino 
solamente Dios. 
BIEN COMÚN Y BIEN PARTICULAR 
El bien común es, por su misma esencia, un bien en el que pueden y 
deben participar todos los ciudadanos. No se trata de nada que en sí mismo se 
ordene únicamente a favor de unos pocos, por grande que sea, la sociedad. 
Por el contrario, lo que beneficia a un solo hombre, o a un grupo o conjunto de 
hombres que no son todos los que en la sociedad se integran, es meramente 
un bien particular, que posee su propio dueño. 
La diferencia entre el bien común y el bien particular, no se puede 
establecer entre la minoría y la mayoría de los ciudadanos ni tampoco tiene 
nada que ver con el resultado de una consulta al pueblo. Para ser común, este 
bien ha de poder beneficiar a todos los ciudadanos, aunque la mayoría de ellos 
pretendiesen excluir de ese beneficio a una pequeña parte de la sociedad. 
El bien tiene carácter de fin; y así como el fin común de los seres 
humanos que conviven, permite la existencia de los respectivos fines 
particulares de cada uno de ellos, siempre que éstos se adapten y se sometan 
a él, también los bienes particulares son armonizables y compatibles con el 
bien común, bajo la correspondiente condición de que, en efecto, le estén 
subordinados. 
El bien común no solamente no excluye al bien particular, sino que 
además exige que cada ciudadano tenga el suyo. Esto resulta fácil de entender 
cuando se piensa en una situación en la que nadie pudiese disponer 
privadamente de ninguna clase de bien propio. Tal situación sería, 
indudablemente, un mal común, es decir, un efectivo y verdadero mal de todos, 
incluyendo a la autoridad, que habría de cargar con el deber de suministrar en 
cada momento a cada ciudadano los medios necesarios para satisfacer las 
necesidades respectivas.
Siguiendo la idea del párrafo anterior podemos ver, lo bueno de que 
cada persona tengo sus propios bienes privados, para que cada uno pueda 
disponer personalmente de sus vienes. 
Finalmente, conviene examinar la relación jerárquica entre el bien particular 
y el bien común. A este propósito, S. Tomás, recogiendo igualmente en este 
punto las ideas de Aristóteles, atribuye al bien común la primacía, con la única 
salvedad de que la comparación sea establecida dentro de un mismo plano de 
bienes. «Si un mismo bien puede valer para un solo hombre o para toda la 
sociedad, evidentemente es mucho mejor y más perfecto decidirse por lo que 
es bueno para ésta que por lo que lo es para aquél. No cabe duda de que el 
amor que debe existir entre los hombres autoriza a procurar también lo que es 
bueno para uno sólo. Pero es mucho mejor y más divino que se actúe en 
beneficio de todos (...) Y ello es más divino en el sentido de que significa una 
mayor semejanza con Dios, que es la última causa de todos los bienes» (GER). 
Así pues, el bien de la sociedad como sociedad es superior al de cualquiera de 
sus partes precisamente en tanto que son partes. 
EL ESTABLECIMIENTO DE LA JUSTICIA Y EL DERECHO PARA LA 
REALIZACIÓN DEL BIEN COMÚN 
Ahora bien, para que pueda establecerse la convergencia de los 
esfuerzos de los mismos de la sociedad en busca de la constitución del bien 
común o, en otros términos, para la realización de la sociedad política, es 
menester la implantación del orden jurídico en los distintos sectores de la 
misma. 
La virtud de la justicia tiene como objeto el derecho. Este es lo debido 
-objeto, obra y acción- a otro. El derecho objetivo supone un derecho subjetivo 
de la persona o sociedad a quien se debe, y que, implica, en los demás, la 
obligación moral de acatarlo. Finalmente la ley o derecho natural y la ley o 
derecho positivo son las que confieren el derecho objetivo y el subjetivo, éste a 
quien compete tal derecho objetivo. La virtud de la justicia, entonces, inclina de 
un modo permanente a las personas a dar cada uno su derecho. 
Según sea el sujeto de derecho al que mira la justicia, ésta podrá ser 
conmutativa, cuando confiere tal derecho a las personas individuales y morales 
frente a otra del mismo orden. Así el devolver el dinero a otro, es objeto de la
justicia conmutativa. Esta justicia da el derecho propio a cada uno, lo que se le 
debe. Se ordena de un individuo o grupo a otro, en pie de igualdad. 
En segundo lugar, hay una justicia que mira el derecho de la sociedad 
frente a sus miembros: es la justicia legal. A ella compete exigir a los súbditos 
el cumplimiento de las leyes de la sociedad, como el pagar los impuestos y 
cumplir las demás imposiciones del Estado. Es la justicia más importante pues, 
gracias a ella, es posible la constitución de la sociedad y la vigencia de su 
autoridad, sin la cual no es posible el Estado. 
Finalmente la virtud de la justicia distributiva es la que ejerce el 
gobernante de la sociedad-poder legislativo, ejecutivo y judicial- frente a los 
súbditos, para distribuir obligaciones y derechos de un modo proporcional y 
equitativo entre los distintos miembros de la sociedad, de acuerdo a sus 
contribuciones propias dentro de la misma y de acuerdo también a los méritos 
con que cada uno colabora al bien común o fin de la misma. 
La justicia social ofrece a cada uno lo necesario para su vida individual y 
colectiva y está incluida en la distributiva y legal. Cuando tales virtudes 
cumplen con su objeto, dando a cada uno: personas, familias, sociedades 
intermedias y comunidad política lo que les es debido, su derecho, todos los 
sectores del Estado cumplen su misión y están orgánica y jerárquicamente 
ubicados en el cuerpo social y, por eso mismo, se logra el bien de la 
comunidad: el bien común. 
El orden logrado por la justicia, el orden justo de la sociedad y el bien 
común son lo mismo, son denominaciones distintas que indican una misma 
realidad: el orden logrado en la sociedad para conseguir su fin.
REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA 
UNIVERSIDAD CATÓLICA CECILIO ACOSTA 
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA 
CÁTEDRA: FILOSOFÍA DEL DERECHO 
EL BIEN, Y EL BIEN COMÚN 
Integrantes: 
Cámbar Antonio C.I. 17.939.577 
Cantillo Rafael C.I. 85.373.521 
Medina Jesús C.I. 17.332.886
Quintero Alberto C.I. 19458646 
Urdaneta David C.I. 15.639.023 
Vega Fernando C.I 12.100.377 
Maracaibo, marzo 2007. 
ESQUEMA 
Unidad II 
 El Bien. ¿Qué es? Diversas acepciones y concepciones. 
 Bien Ontológico – Bien Metafísico – Bien Moral. 
 Noción del Bien Común desde la antigüedad hasta la 
actualidad. 
 Relación de Bien Común y Bien Temporal. 
 Relación de Bien Común y Orden Sobrenatural. 
 Relación de Bien Común y Bien Particular. 
 Relación de Bien Común y Justicia. 
BIBLIOGRAFÍA 
· ANGEL RODRIGUEZ, Luño: Ética. Ed. Universidad de Navarra. Pamplona, 1984. 
· AA. VV. Gran E. Rialp. Ediciones Rialp. Madrid, 1984.
· Catecismo de la Iglesia católica. 
· FERRATER MORA, José: Diccionario filosófico. Ed. Arial. Barcelona, 
1994. Tomo 1 y 3. 
· FAGOTHEY, Austin: Ética teoría y aplicación. Ed. Programas 
educativos. México 1991. 
· Pío XI, Encíclica “Divini Redemptoris”

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Trabajo de filosofía del derecho

  • 1. ACEPCIONES Y CONCEPCIONES DEL BIEN Mucho se ha escrito acerca del bien, inclusive sin definición alguna. Se ha hablado a veces de “el bien”, también con mayúscula: “el Bien”, como si esta expresión designara alguna realidad o algún valor. Cuando tal realidad o valor son considerados absolutos, se habla del Sumo Bien. Bien es usado asimismo para designar alguna cosa valiosa, como cuando se habla de «un bien» o de “bienes”. Se usa asimismo “bien” para indicar que algo es como es debido (“Esta casa está bien”, “Tomás hace las cosas bien”). El bien también es concebido como un objeto que satisface determinada necesidad humana, que responde a los intereses o anhelos de las personas, posee, en general, un sentido positivo para la sociedad, para una clase, para el individuo. Si un objeto dado es un bien, posee un valor positivo para el hombre. Pero ¿Qué es el bien? ¿Cómo lo definimos? Nadie ha logrado dar una buena definición del bien, y más que considerar diversas acepciones de “el Bien” (bueno: Que tiene bondad, útil para algo, gustoso, apetecible, agradable. bondad: Inclinación natural a hacer el bien, etc.), distinguiendo cada una de ellas de las otras, consideraremos diversas concepciones filosóficas, cada una de las cuales presenta a menudo heterogéneas acepciones.  ARISTÓTELES: "El bien es aquello que todas las cosas persiguen", con esta declaración Aristóteles empieza su Ética. Esto no debe tomarse como una definición del bien, sino solamente como un reconocimiento de la relación entre el bien y el fin. Dice: el fin es "aquello por amor de lo cual una cosa es hecha". “Es lo que todas las cosas apetecen”, por lo tanto el concepto de bien es relativo. El bien es fin puesto que atrae la actividad de los seres.  PLATÓN: El Bien es la Suprema Personificación de lo divino y se halla en la cumbre de todas las ideas. La idea de bien es la causa de todo lo recto y bello que hay en todas las cosas.  HERÁCLITO: Todo es bien o todo es mal, según se considere: El agua del mar es la más pura y la más impura. Para los peces es potable y saludable, para los humanos es perjudicial.
  • 2.  SÓCRATES: También se encuentra en el carácter relacional del bien. Para él, la fundamental característica del bien es la utilidad: no hay bien que no sea bien para alguna cosa. Lo que es útil es bien para aquel que le es útil. La mayor parte de las teorías sobre el significado de “bueno” admiten la posibilidad de análisis o definición de este término. Otras teorías, y muy en particular la de George E. Moore, sostienen que “bueno” es indefinible o no analizable. La cuestión de la definibilidad del bien cobró actualidad gracias a este filósofo a fines del siglo pasado y principios del presente. Su razonamiento es en el sentido de que toda definición es un análisis de un concepto en sus efectos; que el bien es un concepto simple no analizable, y que por consiguiente, el concepto del bien es indefinible, y en este sentido “bueno” no tiene definición, porque es simple y no tiene partes. EL BIEN COMO FIN Los antiguos desarrollaron uno de sus aspectos más fecundos, el del bien como fin. Todo fin es un bien y todo bien es un fin, un fin no se perseguiría a menos que fuera algo bueno para el que lo persigue, y el bien, al ser perseguido, es el fin o propósito del afán de quien lo busca. Este es el principio de finalidad o teleología, que Santo Tomás explica como sigue: “Todo agente actúa por necesidad, por algún fin”. Ningún individuo en su cabal juicio puede negar que los seres humanos actúen con miras a fines. Inclusive aquel que se propusiera demostrar que no lo hacen, tendría esta demostración como su fin. La noción de fin está íntimamente unida a la de bien, porque el bien tiene de suyo, razón de fin. Todo lo que es bueno puede constituirse como fin para el deseo de alguien, provocando un movimiento del apetito que no cesa hasta haber alcanzado ese bien. El bien en cuanto tal, es fin; y el fin mueve bajo la razón de bien. Lo que es bueno nos atrae a conseguirlo. EL BIEN COMO VALOR El término valor o precio parece tener su origen en economía, pero ya mucho antes del advenimiento de la axiología como estudio formal se aplicó analógicamente a otros aspectos de la vida. No hay mayor acuerdo del que hay con respecto a la definición del bien.
  • 3. Los valores son bipolares: un polo positivo y otro negativo (fáciles, difíciles; bello, feo) el polo positivo es el preferido, en tanto el negativo es mejor no llamarlo valor en absoluto, sino ausencia de valor. No son homogéneos, sino de muchas clases. Trascienden los hechos, en el sentido de que nada resulta jamás tal como lo esperábamos; inclusive si algo lo hiciera, no haría más que mostrar que nuestras expectativas apuntaban demasiado bajo y que, en realidad, queremos algo más. Los valores, al igual que los demás universales, están extraídos de los datos de la experiencia y tienen su realización concreta en las personas, las cosas y los actos existentes. Es un hecho que apreciamos los bienes que compramos, las personas que empleamos, los estudiantes que recompensamos, los candidatos por quienes votamos, y los amigos con quienes vivimos. Lo hacemos así porque vemos en ellos algunas cualidades objetivas que los hacen merecedores. Lo que pretende ser una introducción a la cuestión de los valores morales, es decir, decimos que un individuo es buen profesor, buen político, buen científico, etc., pero no decimos que es una buena persona porque reconocemos que es distinto de los demás y más fundamental, más valioso que los demás valores. Entendiendo como valor moral aquello que hace a un hombre bueno, pura y simplemente como hombre y porque los valores morales son personales. El bien como valor destaca el bien intrínseco, el bien perfecto, aquello que es bueno en sí mismo independientemente de la bondad que pueda tener para cualquier otra cosa. Este ha de ser el aspecto más fundamental del bien. El problema del bien tiene una doble formulación: metafísica y ética. EL BIEN METAFÍSICO Entendiendo el Bien como aquello que en sí mismo tiene el complemento de la perfección en su propio género, o mejor dicho, la consumación perfecta de un ideal en una determinada realidad, debemos definir, como la cátedra nos lo ha enseñado, la metafísica o acercarnos a lo que ella en sí “es”. Etimológicamente la palabra metafísica proviene del griego μετὰ (mas allá) y φυσικά (lo físico), mas allá de lo físico, mas allá de la realidad, lo que no se puede percibir o sentir. Dicho esto podemos decir que la Metafísica es la
  • 4. parte de la filosofía que trata del ser en cuanto tal, y de sus propiedades, principios y causas primeras. En su libro Introducción a la Filosofía Mariano Artigas nos ofrece ésta definición: “Es la filosofía entendida en su sentido más estricto, estudia la realidad buscando sus causas últimas de modo absoluto, ha de remontarse más allá de lo material y sensible hasta las realidades espirituales. Estudia toda la realidad, pues todo lo real tiene ser, su objeto material es toda realidad, y su objeto formal, es el ser de la realidad”. Ahora bien, en el aspecto metafísico del bien, es preciso distinguir entre la estructura fenomenológica del bien (ratio boni de los escolásticos) y la estructura ontológica, que más adelante hablaremos de ella (natura boni). La estructura fenomenológica; entendiendo como fenomenología, el sistema filosófico que tiene como finalidad llegar a la esencia misma de las cosas, responde a la definición formal del bien en su relación con el sujeto, y expresa aquello por lo que el bien se enuncia inmediatamente como bien. El bien, si bien es cierto, no puede definirse en sentido estricto (género y diferencia), sino caracterizar y diferenciar a partir de sus efectos (tendencia y deseo). La estructura fenomenológica radica en la apetibilidad, que no es otra cosa sino aquello que todas las cosas apetecen, Dentro de esta apetibilidad el bien comporta una exigencia o solicitación, una llamada que desde el punto de vista del objeto se traduce en un “deber ser” y de la perspectiva del sujeto en un “deber hacer”. En la estructura fenomenológica el bien es el objeto de una tendencia natural. Indudablemente, al hablar de un bien metafísico, se habla de aquello que sabemos que existe, sabemos que está, más no lo podemos ver, no es real, en cuanto a que no lo vemos, no lo sentimos, más se hace realidad en la individualidad, en la tendencia que cada uno de nosotros podemos tener hacia el, tendencia que se explicará a continuación en el bien ontológico.
  • 5. EL BIEN ONTOLÓGICO Teniendo claro que el bien, no puede definirse, sino acercarnos a él por sus efectos, pasemos ahora a definir lo que es la Ontología. La Ontología es la parte de la metafísica que trata del ser en general y de sus propiedades trascendentales, la definición que Abbagnano nos ofrece, es que “es la doctrina que estudia los caracteres fundamentales del ser, caracteres que todo ser tiene y no puede dejar de tener”. Entendiendo al ente como todo aquello que existe, y al ser, como todo aquello que hace que el ente sea y no pueda dejar de ser, pasemos a explicar el Bien Ontológico como tal. Cuatro son los atributos trascendentales del ser, ellos son: Unum (lo uno); Verum (lo verdadero); Bonum (lo bueno, la bondad); y Pulchrum (lo bello). Nos detendremos en lo bueno, en la bondad. Todo ente es bueno en cuanto a que es apetecible. Para cada ente su bien consiste en ser según su naturaleza, por tanto puede decirse que ente y bien son equivalentes, el bien no es una realidad distinta del ser de los entes, sino todo lo que es bueno. El bien se funda en el ente, surge de él y revierte de él, pero a la vez el bien es lo primero, por tener razón de fin, que es la primera de las causas, el bien es lo perfecto, que es lo perfectivo de otros. El ser no es una realidad distinta al ser de los entes: todo lo que es, es bueno. No nacemos como poseedores del bien, sino como buscadores constantes de él. Nuestra existencia es un paso de la perfectibilidad a la perfección, todo aquello que satisface nuestro apetito es llamado bien. El bien exige ser, merece ser, debería ser realizado, y debería existir. Pero el mismo reconocimiento de que una cosa debería ser no implica, por sí mismo, que sea yo quien deba hacerla ser. Todo bien, excepto el moral, es optativo, en tanto que el bien moral es necesario, y será explicado más adelante. Para entenderlo mejor iniciaremos desde el principio. Dios es el creador de todo lo que existe. Entonces todo lo que existe es. Entendemos por ser, toda cosa que exista. Una manzana es un ser, un hombre es un ser, un caballo es un ser, como son cosas materiales se entiende sin mayor problema. Pero si les digo que una idea también es un ser, ya es más complicado entenderle. Pero así es. Una idea es una cosa, un caballo es una cosa, la belleza es una
  • 6. cosa y así nos podemos ir. Pero sin embargo cada cosa difiere de otra, no es lo mismo un caballo, que una manzana, o una idea. Cada cosa difiere de otra por un carácter o muchos caracteres, y cada uno de estos caracteres también existe, y por existir es un ser.. Por lo que el concepto “ser” es polivalente, con una multiplicidad de ideas o modos (caracteres, también se llaman rostros universales del ser) muy amplios e infinitos que se llaman trascendentales. Lo uno, lo verdadero, el bien y lo bello son los trascendentales del ser, de cada ser que existe. Y porque todo es creado por Dios, todo ser creado por Él es intrínsecamente bueno. Todo ser es metafísicamente bueno, es decir apto para ser querido o amado. Este es el bien que se llama metafísico u ontológico. ¿Como es el amor de Dios por las cosas?: no es debido a la amabilidad de las cosas, sino que Él crea e infunde amabilidad de las cosas que ama. Pero el hombre, no las crea y considera bueno todo lo creado por Dios. Así que cada cosa tiene un bien ontológico, esa cosa puede ser una idea, un acto que el hombre realiza por ejemplo: repartir dinero es de entrada un bien ontológico Y en cuanto al bien moral ¿Cómo lo entenderíamos? Para empezar el bien moral no es un trascendental, sino que el hombre en la moral humana lo ha particularizado, para realizarse mejor como humano, hacer lo que es bueno, y esto se puede hacer después de mucha experiencia. Ya con esto se puede entender que un bien moral es pues un bien ontológico particularizado. Cuando decíamos que el acto de dar dinero es un bien ontológico, si este dinero se da a un pobre para ayudarlo, en este caso particular estamos hablando de un bien moral, de un acto moralmente bueno. Pero si este dinero se lo damos a un policía para sobornarlo, no es un bien moral, sino un acto malo. De esta manera podemos entender la diferencia entre el bien ontológico y el bien moral. En el hombre existen dos inclinaciones, una enraizada en la naturaleza animal del hombre (como los instintos: de supervivencia, procreación, etc.) y otra en la naturaleza racional del hombre (inclinaciones propiamente humanas, como la apetencia al bien), el empleo de la razón es lo que lo hace diferente a los animales, y en su actuar es el resultado de una libertad de acción, o sea el libre albedrío, por eso se dice que actúa como agente libre. Su inteligencia le permite pasar del bien ontológico al bien moral (sabe cuando hace bien) y esto
  • 7. se aprende en el transcurso de su vida, por eso se dice que este paso supone experiencia moral. Esto es sabido desde hace mucho tiempo atrás, ya Aristóteles decía: “El bien es lo que todas los cosas apetecen” y el bien es algo que es apetecible. En la Edad Media Santo Tomas de Aquino dijo: “Lo primero, entonces, para saber si un acto es bueno o malo es considerar su objeto. Un acto que consiste en ayudar al prójimo será bueno y el que consiste en dañarlo será malo. Ya se vio que la naturaleza humana tiene una finalidad en consonancia con la cual deben estar todos los actos y los objetos de estos actos”. Sin duda alguna al referirnos al bien Ontológico, lo hacemos a aquel atributo trascendental del hombre, que por ser imagen de Dios, le es adherido a su naturaleza. Dios no es bueno, Él es toda bondad, el ser humano es reflejo de esa bondad, y a ello se debe su tendencia a la apetibilidad del bien. Depende pues de la voluntad del hombre el obrar según su naturaleza o no hacerlo, dependiendo de su conciencia y lo que le dicte su razón por el bien moral. Lo que llamamos actos buenos (caridad) sólo son reflejos de la suma bondad a la cual tendemos y a la que queremos llegar y aquí se cumple lo que se dijo anteriormente, con respecto a la bondad y lo bueno, siendo lo bueno lo perfectible, y la bondad la perfección. EL BIEN MORAL El bien moral coincide con el bien completo de la persona en la medida exacta en que ese bien está en juego la conducta humana y ha de ser realizado a través de ella. El bien de la persona es Fin moral de la acción libre, y su bien pleno o completo tiene carácter de fin moral último de la conducta. El Bien moral puede ser estimado como objeto de la razón, de la intuición o de la voluntad. Todo bien, excepto el bien moral, es optativo, en tanto que el bien moral es necesario. No hay manera de substraerse a las exigencias de la moral, al imperativo de vivir una vida buena y de ser, así, una buena persona. A menudo la elección está entre un bien moral y alguna otra clase de bien, y esta otra clase parece ser, en aquel momento, con mucho la más atractiva. Si consideramos el bien únicamente como objeto de deseo, como fin a perseguir, el bien aparente podrá llamarnos acaso con sonrisas seductoras,
  • 8. en tanto que el bien verdadero señalará gravemente el camino más arduo. Y es el caso que estamos obligados a seguir el bien verdadero y no el meramente aparente. ¿Cuál es la naturaleza de este deber ser moral que nos manda con semejante autoridad? Es una especie de necesidad que es única e irreductible a ninguna otra. No se trata de una necesidad lógica o metafísica basada en la imposibilidad de pensar contradicciones o de conferirles existencia. No se trata de una necesidad física, de un deber que nos empuje desde fuera destruyendo nuestra libertad. Ni se trata tampoco de una necesidad biológica o psicológica, de una imposibilidad interna, incorporada a nuestra naturaleza y destructora asimismo de nuestra libertad, de actuar en otra forma. Es, antes bien una necesidad moral, la del deber ser, que nos guía hacia aquello que reconocemos constituir el uso apropiado de nuestra libertad. Es una libertad que es una necesidad y una necesidad que es una libertad. En su ser real, el acto es algo contingente que puede ser o no ser; pero, en su ser ideal, en cuanto es presentado a mi razón y mi voluntad para deliberación y elección, asume una necesidad práctica que requiere decisión. La exigencia es absoluta. El mal uso de mis capacidades artísticas, económicas, científicas y otras particulares, es penalizado con el fracaso, no con la culpa, porque yo no tenía obligación alguna de realizar dichos esfuerzos y, por consiguiente, no tenía obligación alguna de llevarlos a buen fin. En cambio, no puedo dejar de ser hombre y de haber de triunfar absolutamente como tal. Si fracaso en ello, es culpa mía, porque el fracaso ha sido escogido deliberadamente. No resultó ser malo en determinado aspecto, sino que soy un hombre malo. Todo lo que hago expresa en alguna forma mi personalidad, pero el uso de mi libertad es el ejercicio real de mi personalidad única en cuanto constitutiva de mi ser más íntimo. Tomemos el caso de un individuo al que se ofrece una gran cantidad por el acto de asesinar a su mejor amigo. Reduzcamos los peligros y subrayemos las ventajas lo más que podamos. Hagamos que el acto sea absolutamente seguro. Sin embargo, no debería hacerse. ¿Por qué no? Eliminemos la sanción legal. Supongamos que el individuo está seguro no sólo de que no será detenido, sino que encuentra también alguna escapatoria
  • 9. en virtud de la cual ni siquiera vulnera ley civil existente alguna, de modo que no podrá ser perseguido por delito alguno. Y sin embargo, se ve a sí mismo como asesino y no puede aprobar su acto. Eliminemos la sanción social. Puesto que nadie lo sabrá, no ha de tener la desaprobación de nadie. Sin embargo, merece la desaprobación, aun si no la sufre. ¡Cuan distinto es esto cuando las sanciones sociales son inmerecidas! No nos acusamos a nosotros, si somos inocentes, sino que acusamos a la sociedad que nos condena injustamente. Eliminemos la sanción psicológica. Los sentimientos de depresión, disgusto y vergüenza, la incapacidad de comer o dormir a causa de las punzadas de remordimiento o culpa, todo esto podrá molestarle a él, pero los demás serán inmunes a semejantes sentimientos, e inclusive en él podrán provenir acaso de otras causas. El elemento moral subsiste, con todo. Si en alguna forma los sentimientos de culpa pudieran eliminarse, de modo que ya no percibiera trastorno psicológico alguno por causa de su acto, aun así juzgaría el individuo su acto, con toda sinceridad, como malo, y sabría que es culpable, a pesar de la ausencia de dichos sentimientos. Eliminemos la sanción religiosa. Si Dios no fuera a castigarlo y si estuviéramos seguros de que no iba a hacerlo, aun es esta hipótesis absurda no debería el acto llevarse a cabo. El autor celebrará acaso escapar a dicha sanción, pero seguirá sabiendo que no merecía escapar. El acto es de tal naturaleza, que Dios debería condenarlo, y nos decepcionaría si no lo hiciera. Empezaríamos a poner en entredicho la justicia de Dios, de modo que Dios mismo ya no seguiría representando lo ideal. Esta es tal vez la indicación más clara del carácter absoluto del orden moral. Lo que subsiste es la sanción moral. Es intrínseca al acto mismo, idéntica con la elección deliberada de la voluntad, con la relación entre el autor y su acto. Al despreciar el bien moral me desprecio a mí mismo. Según que acepte o rechace el bien moral, subo o bajo en mi propio valor como hombre. El bien moral proporciona la escala con la que necesariamente me mido a mí mismo, con la que me juzgo inevitablemente a mí mismo. Este juicio no es meramente una opinión subjetiva, sino una apreciación objetiva de mi verdadero valor en el orden de las cosas. Este ascenso o descenso no es
  • 10. algo optativo; no me está permitido caer. No es una cuestión de si estoy o no interesado en mi propia mejora; no me está permitido no ser. No se trata de una necesidad disyuntiva: haz esto o acepta las consecuencias. Es simplemente: haz esto. No me está permitido exponerme a mí mismo a las consecuencias de no hacerlo. De hecho, cualesquiera que sean las consecuencias, han de juzgarse ellas mismas por este criterio moral, y las consecuencias últimas han de contener su propio valor moral. NOCIONES DEL BIEN COMUN Dentro del pensamiento filosófico griego se encuentra ya la cuestión del bien común en las discusiones de los sofistas y en Platón.  PLATON: Para Platón el bien común trasciende de los bienes particulares en tanto que la felicidad global o del Estado debe ser superior, y hasta cierto punto independiente de la felicidad de los individuos.  ARISTOTELES: Hace mención del bien común en su política al indicar que la sociedad organizada en un Estado tiene que proporcionar a cada uno de los miembros lo necesario para su bienestar y felicidad. Hacia la Edad Media relevantes filósofos hacen alusión al bien común como por ejemplo:  SÉNECA: Coloca de manifiesto a la sociabilidad como exigencia fundamental y por ende busca el bien común, así mismo declara que la sociabilidad es principio de solidaridad y auxilio mutuo.  SANTO TOMÁS DE AQUINO: Afirmó que la sociedad como tal tiene sus propios fines, los cuales son “fines naturales” a los cuales hay que atender y los cuales hay que realizar. Expresó además que los fines espirituales y el bien supremo no son incompatibles con el bien común de la sociedad. Para Santo Tomás la justicia es la virtud ordenada al bien común. Para el gran filósofo de la Edad Media, el bien común es el bien de todos los miembros de la comunidad.
  • 11. En el Renacimiento surgen grandes pensadores cristianos del siglo XVI algunos de ellos son: Erasmo, Luis Vives y Tomás Moro netamente católicos y Campanella quien era protestante francés.  ERASMO: Describe que existe una moral universal que a todos obliga. El principio regulador es el bien común del género humano.  LUIS VIVES: Manifiesta que es en el afán de concordia donde se supera el individuo y logra una disciplina en aras del bien común.  TOMÁS MORO: Escribe la Utopía en 1516 en donde denuncia a los nobles que ociosos como zánganos viven del trabajo de los demás, los exprimen y los lastiman hasta la carne para aumentar sus rentas, por otra parte propone que la convivencia ha de regir en la medida de lo posible para el bien común. Más tarde en el siglo XVII retoma esas ideas Campanella quien difunde un republicanismo decidido que deriva de la igualdad natural de los hombres, para él la servidumbre es el estado en el que un hombre esta entregado exclusivamente a un bien ajeno y no – común. Dentro de la Escolástica Francisco de Vitora es uno de los grandes filósofos escolásticos españoles que cabe señalar como particularmente sobresaliente en este terreno. Sostiene que la República nace de la sociabilidad natural del hombre. Así mismo, toda agrupación humana requiere una autoridad que asegure el bien común. La autoridad no puede abolir las leyes no puede violarlas, su poder no es sólo sobre los individuos sino sobre la colectividad. Cabe destacar que en el Concilio Vaticano II en “Gaudium et spes”: el bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de la vida social, con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección. El Catecismo concreta el bien común en tres fines:  El respeto a la persona en cuanto tal  El bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo
  • 12.  El bien común implica la paz, la estabilidad y la seguridad de un orden justo Los autores modernos consideran el bien común del Estado como el único bien posible, para KANT el bien común consiste en satisfacer las necesidades materiales de una sociedad. Por otra parte en la época contemporánea JACQUES MARITAIN, filósofo católico, manifiesta que el fin de la sociedad política es perseguir el bien común. EL BIEN COMÚN DE ORDEN TEMPORAL El bien común de orden temporal consiste en una paz y seguridad de las cuales las familias y cada uno de los individuos pueden disfrutar en el ejercicio de sus derechos, y al mismo tiempo en la mayor abundancia de bienes espirituales y materiales que sea posible en esta vida mortal. El bienestar material vinculado al orden temporal es, en su aspecto de elemento o factor del bien común, la satisfacción resultante de la participación de todos los ciudadanos en esos bienes Esta idea no entraña ningún materialismo. Sencillamente, se limita a asumir la índole humana en su íntegra complejidad corpórea anímica. Ahora bien; si aquí nos ocupamos del bienestar material, es solamente en función del bien común, o sea, por representar un valor que ha de integrarse en el bien de la sociedad, que es a su vez un bien del que deben participar todos los miembros de ella. Por consiguiente, lo que en último término se comporta en el bienestar material como un cierto elemento indispensable del bien común no son los simples medios o recursos de que la sociedad dispone, sino la conveniente y debida participación de todos los ciudadanos en ellos. Sin duda alguna, la prueba más clara de que el bienestar material se integra en el bien común como en una estructura superior donde las partes se requieren mutuamente, está en las complicaciones que de un modo inmediato surge en este mundo. En torno a la noción del bienestar material aparece, en efecto, una constelación de relaciones que impiden considerarlo de una manera aislada e independiente. Así, por ejemplo, el bienestar material se nos presenta como indispensable no solamente por la obvia razón de su necesidad instintiva o
  • 13. biológica, sino también en función de su positiva utilidad para el ejercicio de la virtud. Cierto que este segundo carácter viene, a su vez, condicionado por el primero, pero ello mismo es una prueba más de la compleja interrelación que señalamos. Tal es la causa de que la propia Iglesia, cuya misión se define esencialmente por la índole espiritual de sus objetivos, no pueda, sin embargo, menospreciar la importancia de los bien materiales, y de su justa distribución, en el orden social de la convivencia. «Como quiera que el bien social, señala León XIII, debe ser tal que los hombres se hagan mejores al participar en él, es verdaderamente en la virtud donde se le debe hacer consistir, antes que en cualquier otra cosa. Pero también corresponde a una sociedad bien constituida el facilitar los bienes corporales y externos cuyo uso es necesario para el ejercicio de la virtud (Enc. Rerum Novarum, n°25). El bien común no es la suma de los bienes particulares. Es el error de los socialismos históricos. No se trata de hacer el bien común eliminando los bienes individuales para alcanzar una suma acumulativa que luego se reparte entre todos los ciudadanos. La concepción colectivista del bien común es injusta, dado que tal igualitarismo es contrario a la justicia que demanda que se dé a cada uno lo que le pertenece."El bien común es el fin de las personas singulares que existen en la comunidad, como el fin del todo es el fin de las partes. Sin embargo el bien de una persona singular no es el fin de otra (Sto. Tomás). El bien común no es lo que resta en el reparto general. Error del liberalismo. El bien común es el bien de toda la sociedad: el conjunto social se orienta a un bien general, que ha de ser compartido por todos y cada uno de los individuos. La sociedad humana es una sociedad de personas. El bien común, es pues el bien del todo, al cual contribuye cada uno de los individuos y en consecuencia de él participan todos. Se requiere que la participación en el bien común sea justa. El dinamismo del bien común de un pueblo viene regido por la Cooperación común y el Reparto proporcional.
  • 14. BIEN COMÚN Y BIEN SOBRENATURAL El fin del hombre es la participación, de la vida divina, es la eterna beatitud. Al realizar este fin el hombre colma su razón de existir, en otras palabras realiza su felicidad. El hombre es un todo subsistente, cuyo bien trasciende el bien temporal. Es cierto, que todo el universo está ordenado al ser humano para que, por medio de éste, logre su fin a que está destinado. Todo el universo material, está ordenado a eso, a que la persona humana realice su fin, lo cual no es extraño porque, como es sabido, el bien sobrenatural de una sola alma supera a todo el bien creado y temporal. Citando a Su Santidad Pío XI, (Encíclica 'Divini Redemptoris') dice: Que el hombre tiene un alma espiritual e inmortal; es una persona adornada admirablemente por su Creador con dones de cuerpo y de espíritu, un verdadero “microcosmos” como decían los antiguos, un pequeño mundo que excede con mucho valor a todo el inmenso mundo inanimado. Dios sólo es su último fin en esta vida como en la otra; la gracia santificante lo eleva al grado de Hijo de Dios y lo incorpora al reino de Dios en el cuerpo místico de Cristo. Dentro de este mismo orden de ideas, podemos decir, que la persona humana como tal, esta llamada a un destino superior, de lo temporal. O dicho de otro modo, la sociedad misma y su bien común están indirectamente subordinados y referidos a un todo trascendental, está sobre todas las sociedades temporales y es superior a ellas. En la sociedad humana, existen dos extremos, es una sociedad de personas que son individuos materiales y que están aisladas en sí mismas, pero con una necesidad de comunicarse las unas con las otras y cuyo Bien Común en la tierra es, por un lado, superior al bien propio de cada una, aunque vuelva sobre cada una de ellas y, por otra parte, mantienen, todas ellas, las aspiraciones hacia su propio bien eterno, hacia el Todo trascendental, superando así el orden en que se realiza el Bien Común de la ciudad terrenal. Por tanto podemos decir que el fin último del ser humano, no está en este mundo sino por el contrario radica en la trascendencia, en un mundo
  • 15. futuro, donde al fin podrá ser feliz, que es la participación de una gloria futura, y esta gloria futura puede variar según las creencias, que posee cada persona. Una sola alma humana vale más que todo el universo y todo el conjunto de bienes temporales; ninguna cosa es superior a un alma inmortal, sino solamente Dios. BIEN COMÚN Y BIEN PARTICULAR El bien común es, por su misma esencia, un bien en el que pueden y deben participar todos los ciudadanos. No se trata de nada que en sí mismo se ordene únicamente a favor de unos pocos, por grande que sea, la sociedad. Por el contrario, lo que beneficia a un solo hombre, o a un grupo o conjunto de hombres que no son todos los que en la sociedad se integran, es meramente un bien particular, que posee su propio dueño. La diferencia entre el bien común y el bien particular, no se puede establecer entre la minoría y la mayoría de los ciudadanos ni tampoco tiene nada que ver con el resultado de una consulta al pueblo. Para ser común, este bien ha de poder beneficiar a todos los ciudadanos, aunque la mayoría de ellos pretendiesen excluir de ese beneficio a una pequeña parte de la sociedad. El bien tiene carácter de fin; y así como el fin común de los seres humanos que conviven, permite la existencia de los respectivos fines particulares de cada uno de ellos, siempre que éstos se adapten y se sometan a él, también los bienes particulares son armonizables y compatibles con el bien común, bajo la correspondiente condición de que, en efecto, le estén subordinados. El bien común no solamente no excluye al bien particular, sino que además exige que cada ciudadano tenga el suyo. Esto resulta fácil de entender cuando se piensa en una situación en la que nadie pudiese disponer privadamente de ninguna clase de bien propio. Tal situación sería, indudablemente, un mal común, es decir, un efectivo y verdadero mal de todos, incluyendo a la autoridad, que habría de cargar con el deber de suministrar en cada momento a cada ciudadano los medios necesarios para satisfacer las necesidades respectivas.
  • 16. Siguiendo la idea del párrafo anterior podemos ver, lo bueno de que cada persona tengo sus propios bienes privados, para que cada uno pueda disponer personalmente de sus vienes. Finalmente, conviene examinar la relación jerárquica entre el bien particular y el bien común. A este propósito, S. Tomás, recogiendo igualmente en este punto las ideas de Aristóteles, atribuye al bien común la primacía, con la única salvedad de que la comparación sea establecida dentro de un mismo plano de bienes. «Si un mismo bien puede valer para un solo hombre o para toda la sociedad, evidentemente es mucho mejor y más perfecto decidirse por lo que es bueno para ésta que por lo que lo es para aquél. No cabe duda de que el amor que debe existir entre los hombres autoriza a procurar también lo que es bueno para uno sólo. Pero es mucho mejor y más divino que se actúe en beneficio de todos (...) Y ello es más divino en el sentido de que significa una mayor semejanza con Dios, que es la última causa de todos los bienes» (GER). Así pues, el bien de la sociedad como sociedad es superior al de cualquiera de sus partes precisamente en tanto que son partes. EL ESTABLECIMIENTO DE LA JUSTICIA Y EL DERECHO PARA LA REALIZACIÓN DEL BIEN COMÚN Ahora bien, para que pueda establecerse la convergencia de los esfuerzos de los mismos de la sociedad en busca de la constitución del bien común o, en otros términos, para la realización de la sociedad política, es menester la implantación del orden jurídico en los distintos sectores de la misma. La virtud de la justicia tiene como objeto el derecho. Este es lo debido -objeto, obra y acción- a otro. El derecho objetivo supone un derecho subjetivo de la persona o sociedad a quien se debe, y que, implica, en los demás, la obligación moral de acatarlo. Finalmente la ley o derecho natural y la ley o derecho positivo son las que confieren el derecho objetivo y el subjetivo, éste a quien compete tal derecho objetivo. La virtud de la justicia, entonces, inclina de un modo permanente a las personas a dar cada uno su derecho. Según sea el sujeto de derecho al que mira la justicia, ésta podrá ser conmutativa, cuando confiere tal derecho a las personas individuales y morales frente a otra del mismo orden. Así el devolver el dinero a otro, es objeto de la
  • 17. justicia conmutativa. Esta justicia da el derecho propio a cada uno, lo que se le debe. Se ordena de un individuo o grupo a otro, en pie de igualdad. En segundo lugar, hay una justicia que mira el derecho de la sociedad frente a sus miembros: es la justicia legal. A ella compete exigir a los súbditos el cumplimiento de las leyes de la sociedad, como el pagar los impuestos y cumplir las demás imposiciones del Estado. Es la justicia más importante pues, gracias a ella, es posible la constitución de la sociedad y la vigencia de su autoridad, sin la cual no es posible el Estado. Finalmente la virtud de la justicia distributiva es la que ejerce el gobernante de la sociedad-poder legislativo, ejecutivo y judicial- frente a los súbditos, para distribuir obligaciones y derechos de un modo proporcional y equitativo entre los distintos miembros de la sociedad, de acuerdo a sus contribuciones propias dentro de la misma y de acuerdo también a los méritos con que cada uno colabora al bien común o fin de la misma. La justicia social ofrece a cada uno lo necesario para su vida individual y colectiva y está incluida en la distributiva y legal. Cuando tales virtudes cumplen con su objeto, dando a cada uno: personas, familias, sociedades intermedias y comunidad política lo que les es debido, su derecho, todos los sectores del Estado cumplen su misión y están orgánica y jerárquicamente ubicados en el cuerpo social y, por eso mismo, se logra el bien de la comunidad: el bien común. El orden logrado por la justicia, el orden justo de la sociedad y el bien común son lo mismo, son denominaciones distintas que indican una misma realidad: el orden logrado en la sociedad para conseguir su fin.
  • 18. REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA UNIVERSIDAD CATÓLICA CECILIO ACOSTA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA CÁTEDRA: FILOSOFÍA DEL DERECHO EL BIEN, Y EL BIEN COMÚN Integrantes: Cámbar Antonio C.I. 17.939.577 Cantillo Rafael C.I. 85.373.521 Medina Jesús C.I. 17.332.886
  • 19. Quintero Alberto C.I. 19458646 Urdaneta David C.I. 15.639.023 Vega Fernando C.I 12.100.377 Maracaibo, marzo 2007. ESQUEMA Unidad II  El Bien. ¿Qué es? Diversas acepciones y concepciones.  Bien Ontológico – Bien Metafísico – Bien Moral.  Noción del Bien Común desde la antigüedad hasta la actualidad.  Relación de Bien Común y Bien Temporal.  Relación de Bien Común y Orden Sobrenatural.  Relación de Bien Común y Bien Particular.  Relación de Bien Común y Justicia. BIBLIOGRAFÍA · ANGEL RODRIGUEZ, Luño: Ética. Ed. Universidad de Navarra. Pamplona, 1984. · AA. VV. Gran E. Rialp. Ediciones Rialp. Madrid, 1984.
  • 20. · Catecismo de la Iglesia católica. · FERRATER MORA, José: Diccionario filosófico. Ed. Arial. Barcelona, 1994. Tomo 1 y 3. · FAGOTHEY, Austin: Ética teoría y aplicación. Ed. Programas educativos. México 1991. · Pío XI, Encíclica “Divini Redemptoris”