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Un vistazo a nuestros alegres años de estudios, a nuestros amigos y
compañeros de entonces y de casi toda la vida, a nuestros profesores y a
nuestra evolución profesional durante los últimos 50 años

I.
II.

III.

IV.
V.
VI.

Introducción
La Promoción 1963
1. Antes del ingreso
2. El bautismo: “Perros” y padrinos
3. ¿Quiénes éramos en 1959?
4. Los años de convivencia
5. Las argollas y las yuntas
6. Prácticas y viajes de práctica
7. El deporte que nos une
8. El internado
9. La graduación
10. Amistades que perduran o que se renuevan
Nuestros profesores más queridos, respetados y
recordados
1. Arturo y Lily Cornejo
2. Luis Paz Silva
¿Qué hicimos durante los últimos cincuenta años?
Los compañeros que nos dejaron
1. Carlos Olivares Mongrut
Contribuciones especiales
1. Del caimán, con cariño
2. Planificación nacional y la `63`
3. La promoción 63 en el campo empresarial del Perú
Noviembre 2013
3

Nos complace presentar este recuento de nuestra época de estudiantes y de nuestra vida durante los
últimos 50 años. Hacerlo fue una decisión tomada en una de las más frecuentadas reuniones
preparatorias de los festejos de la Promoción 1963, el 28 de mayo de este año. El encargo fue hecho
a nuestro amigo Marc Dourojeanni habida cuenta de sus dotes de escritor y de haberse ofrecido
voluntariamente a desarrollar la faena.
No ha sido fácil obtener que nuestros compañeros colaboren. De una parte, simplemente porque
varios no han podido ser contactados. De otra parte, son demasiados los compañeros ya fallecidos.
Y de los demás, se recibieron solamente unos 50 aportes, algunos de lo que incluían fotografías de
nuestra época de estudiantes, fotografías de tiempos más recientes, un resumen de sus actividades
y pensamientos sobre sus vidas. Además, algunos como Marco Cueva, Manuel Montero, Miguel
Orihuela, Efraín Palti, Gustavo Gonzalez y Carlos López hicieron notas especiales y otros varios se
encargaron de compilar los resúmenes de algunos de sus amigos desaparecidos más próximos.
El resultado es lo que van a leer y ver ahora. De un lado rejuvenece y alegra el corazón rever, juntas
y ordenadas, tantas recordaciones gratas, tanta alegría en nuestras caras de jóvenes veinteañeros
con pocas preocupaciones, aun llenos de ilusiones y de perspectivas. De otro lado, se lee lo que
fueron nuestras vidas y, aunque seguramente muchos no alcanzamos nuestros ideales juveniles, se
constata que somos una promoción de la que la que todos nosotros podemos estar orgullosos.
Hemos contribuido al desarrollo del Perú y a mejorarlo, sin duda, tanto en los temas de nuestras
especialidades como en la procura de crear una sociedad más justa. Eso lo hemos hecho desde la
actividad privada o desde la que es pública, desde la academia y desde las organizaciones
internacionales, desde el laboratorio y la teoría científica o política y desde el campo.
Leer y ver eso, en especial si se hace solitariamente, nos hará sonreír pero también nos hará llorar.
Pero vale la pena.

La Comisión
E. Palti, M. Orihuela, E. La Hoz Y L. Romero
Hernán Pajuelo y Benjamín Otero
4

La última promoción que ingresó a la Escuela Nacional de Agricultura, en 1959, fue la nuestra. En
1960 se creó la Universidad Agraria, que ahora se
llama Universidad Nacional Agraria de La Molina. Ese
hecho hizo que adoptáramos
el nombre de
“Promoción Escuela Nacional de Agricultura”,
rompiendo la tradición de rendir homenaje a nuestros
profesores dándoles su nombre a la promoción. Lo
hicimos a medias pues nuestra promoción también
lleva el nombre de Octavio Velarde Nuñez, nuestro
muy admirado profesor de botánica, fallecido
precisamente en 1963.
También, como todas las promociones, escogimos
padrinos y esto fue hecho por especialidad. La más
numerosa, la de Agronomía, escogió a la pareja Arturo
Cornejo y Lily Brown de Cornejo, respectivamente
nuestros profesores, entre otros, de ingeniería agrícola
y de fitopatología. Los compañeros de Zootecnia
escogieron a Carlos Luna de la Fuente y los de
Ingeniería Agrícola a Jorge Quiroz Rivas (“Machazo” o
con “Quiroz habrá arroz”). Los egresados de Ciencias
Sociales y los de Pesquería no tuvieron padrinos
especiales pues ellos aprovecharon de las
circunstancias iniciales de sus facultades para terminar
sus estudios en el exterior.
Nosotros fuimos víctimas o beneficiarios -todo es relativo- del famoso currículo flexible que a
algunos de nosotros nos permitió concluir nuestros estudios de uno a dos semestres antes de lo
previsto e, inclusive, en el caso de nuestro buen compañero Luis Guiulfo, le permitió graduarse en
1963 a pesar de haber ingresado en 1960.
Fuimos, en gran medida, una promoción privilegiada ya que gozamos de ambas instituciones: La
tradicional Escuela Nacional de Agricultura y la moderna Universidad Nacional Agraria, ambas con
sus peculiaridades, ventajas y desventajas. En esa época, en que las facultades aún estaban en
formación, tuvimos la suerte de mantenernos muy unidos, como un solo grupo.
5

Comenzamos a sufrir mucho antes de enfrentar el examen de ingreso. Primero tuvimos que resolver
el obvio problema de decidir la carrera que seguiríamos. Para los hijos de agricultores o los que
nacieron en el campo esa parte no fue tan difícil. La Escuela Nacional de Agricultura, La Molina, era
la única opción y era una elección muy deseable. En efecto, por entonces, era reputada como la
mejor de todas las instituciones universitarias peruanas.
Pero, para la mayoría de nosotros, nacidos en centros urbanos y sin mucha relación con el campo, la
selección de nuestra futura profesión era más difícil. En el caso de los que definitivamente no
teníamos inclinaciones hacía las letras, las discusiones abarcaban las ventajas y desventajas de ser
ingeniero agrónomo, civil o mecánico o de ser arquitecto, médico o veterinario. Yo, por ejemplo, ya
estaba atraído por el campo pero no por la agricultura. Me atraía la naturaleza y, en especial, la
Selva. Para trabajar en ese medio podía orientarme a la antropología o a la etnografía, áreas que me
interesaban mucho, pero las largas disquisiciones con los compañeros de colegio me hicieron creer
que si me dedicaba a los indios amazónicos me moriría de hambre. Ser agrónomo era una opción
mejor. Luego constaté que, en realidad, me equivoqué. Ahora sé que cualquier profesión, si se
aborda con verdadero interés, rinde frutos. Pero no me arrepiento de haber escogido la agronomía.
Una vez decidido que La Molina era el lugar cierto para estudiar era obvio que necesitábamos
aprender más para garantizar el ingreso. Así que muchos de nosotros pasamos un año entero
sufriendo largas horas nocturnas haciendo estudios preparatorios en academias. Yo asistía a una
academia, en Breña, que pertenecía a profesores de la Escuela Nacional de Ingeniería y que se
centraba en las matemáticas (el “cuco” para la mayoría de nosotros) y la física. El año entero de
malas noches sirvió de poco.
El examen escrito era difícil pero nuestro verdadero terror fue enfrentar el examen oral donde
personajes como “Pajarito” Estremadoyro y el “Loco” Krumdieck, entre otros, se hicieron famosos
como inquisidores impiedosos de muchas generaciones de agrónomos. En aquellos días se
sospechaba que el tal examen oral era discriminatorio. Muchos afirmaban que ese era el mecanismo
utilizado para bloquear el ingreso de los que no eran parte de la élite social rural. Lo cierto es que
esa hipótesis resultó malévola, como dicho sea de paso lo demuestra la variada composición social
de nuestra promoción. Pero eso era lo que muchos creían firmemente. Sobre el particular basta con
leer la opinión de Ricardo Letts (La Ruptura - Diario Íntimo 1959-1963).
A pesar del sacrificio, del terno (el primero de mi vida) que usé para presentarme “bien” ante el
jurado y de los consejos personales del patriarca Jules Gaudron, amigo personal de mi abuelo, como
tantos otros, no conseguí transponer la alta valla del examen de ingreso y me re-encontré con otras
víctimas del filtro en la famosa Sección Preparatoria (la “Pre”) de la Avenida Cuba (por entonces la
entrada era por ese lado).
“Coco” Montoya nos recuerda que él fue uno de los 7 que ingresaron directamente, concluyendo el
colegio y sin hacer la “Pre”, entre los 34 que aprobaron el examen de ingreso de 1959. Con él
estuvieron Palti y San Martín y otros cuatro.
6
La “Pre”, aunque no guardo buenos recuerdos de sus inmensas salas frías y de sus bancos duros, fue
en parte un buen anticipo de lo que vendría en la Universidad. Varios de los profesores de la Pre
eran los mismos que tendríamos en el primer y segundo año y, de otra parte, ese año permitió ir
construyendo algunas amistades que se mantuvieron firmes en los años subsiguientes. Como dicho,
no se puede decir que la Pre fue un periodo gratificante, pero pudo ser peor. Tuvimos allí algunos
profesores memorables, no necesariamente por ser buenos docentes, entre ellos el famoso
“Lengüita” Güerinoni, que jamás se levantaba y que si escribía algo en la pizarra lo hacía estirándose
peligrosamente sobre la silla que parecía atornillada a su trasero. Nunca lo vimos caer, como tanto
deseábamos. Era, literalmente, un dictador pues dictaba lo que leía de un cuaderno obviamente
muy viejo. Ese personaje repitió el plato en el primer año y el resultado es que en nuestra
promoción somos muy poco los que aprendimos alguna cosa de geología, una materia muy
importante para la profesión agronómica.
Felizmente, “Lengüita” fue la excepción y, habiendo los demás profesores cumplido adecuadamente
sus responsabilidades, al final del año, ingresamos muchos de los que formamos la promoción 63.
Los más inteligentes o suertudos, claro, ingresaron directamente, sin pasar por la preparatoria.
7

Ya estábamos “adentro”….. A poco de la lectura emocionada de nuestros nombres en la vitrina ya
merodeaban los “ingenieros” como lobos para capturar
“perros”. Había que moderar la alegría para no llamar la
atención. Algunas veces los verdugos eran estudiantes más
antiguos amigos de la familia, en cuyo caso el trato era algo
más gentil. Pero a otros literalmente se nos capturó y nos
fue cortado el pelo sin ningún miramiento ni consideración.
Aquellos detectados antes y los no capturados el primer día
eran esperados al día siguiente, a la puerta de sus casas.
Camionetas llenas de “ingenieros” luciendo jeans, botas
cortas y camisas coloridas, llegaban antes de las siete de la
mañana para recolectar “perros”. Alguien les pasaba las
direcciones y ellos se disputaban las presas. A veces llegaba
más de una camioneta frente a la casa. Ante la sorpresa
mezclada de alegría y de preocupación de las madres,
padres, hermanas y hermanos, así como en presencia de los
regocijados vecinos, los “perros” eran arrodillados a la
fuerza y liberados de sus últimos cabellos. Después eran
izados a la tolva de las camionetas que partían raudamente
ante la creciente inquietud de la familia.
La primera estación era un bar de mala muerte o un restaurante de barrio que ofrecía desayuno
para los “ingenieros” y mucho trago, usualmente pisco barato (en esa época todos los piscos eran
baratos) o ron (probablemente el por entonces famoso Pomalca) para los “perros”. Esos
establecimientos ya sabían de la jornada que por entonces era tradicional. Algunos “ingenieros” de
corazón más negro que el de los demás mezclaban tabaco de cigarrillos y ají en los tragos. El
propósito era, obviamente, prepararnos para la jornada. El desayuno (de ellos) estaba acompañado
de elegantes retoques a nuestro apresurado mal corte de pelo y por una primera decoración de
nuestros cuerpos y ropas con
pinturas no muy apropiadas para
la piel humana. Las cuentas del
desayuno y del alcohol debían,
como en el resto del día, ser
cubiertas sin protestas por los
“perros”. Antes de salir del antro
se nos quitaba los cinturones los
que nos eran colocados en el
pescuezo como correa de perro.
En ausencia de cinturones nos
amarraban cuerdas. En ese
momento nos convertimos en
una jauría de canes, cada uno
conducido por su respectivo
8
dueño o patrón. Inmediatamente después éramos obligados a aprender a ladrar y, especialmente, a
aullar. Aún no sabíamos la razón de eso, aunque el ejercicio era coherente con eso de ser “perros”.
De nuevo en la tolva de las camionetas fuimos llevados a La Molina. Por entonces eso era un viaje
que saliendo del centro o sur de
Lima, desde antes de lo que ahora es
el
“Zanjón”,
atravesaba
interminables campos de algodón y
maíz apenas interrumpidos por la
cabecera
del
aeropuerto
internacional de Lima, Limatambo,
cuya instalaciones hasta el presente
son la sede del Ministerio del
Interior. En La Molina nos esperaba
lo que probablemente fue la peor
parte del bautismo. A mí, entre
otros, me tocó bucear en parte del
desagüe del camal de la Escuela. A
medida que avanzábamos por ese túnel, espantando a las ratas pero aplastando cucarachas y otros
bichos repulsivos, en medio de sangre coagulada y de toda clase de restos tan asquerosos como
grasientos y pegajosos, nos preguntábamos que tanto habíamos hecho de tan malo para merecer
eso. Al salir de allí apestábamos tanto que los “ingenieros” nos bañaron con manguera. A otros, por
lo que se supo, los llevaron a la granja y les obligaron a ser figurantes en una batalla con estiércol de
ganado vacuno bastante fresco. También fueron regados con manguera de alta presión… en el
mejor estilo del Rochabús (camión rompe-manifestaciones mediante fuertes chorros de agua).
No todo fue tranquilo. Algunos
“perros”, perros bravos, se
rebelaban contra los insultos y
los maltratos o contra las
órdenes
estrambóticas
que
recibíamos. A otros, muy
alterados por el alcohol barato
que posiblemente no estaban
acostumbrados
a
beber,
adquirían el síndrome de
“diablos azules”. Todo eso se
arreglaba en medio de muchos
gritos, llamadas a la tranquilidad
y, claro, de algunos golpes, sin
pasar a “mayores”. Otros, la
mayoría, nos resignábamos al
maltrato.
Antes del mediodía recibimos un
entrenamiento especial sobre
ladridos y aullidos, cosas que
todo perro respetable debe
9
saber. Los aullidos debían parecerse a canciones románticas como “Danubio Azul” y otras
semejantes. Los “ingenieros” estaban muy interesados en obtener de sus perros la mejor exhibición
posible.
Cuando
nuestros
amos
quedaron
satisfechos
con
nuestras nuevas habilidades
artístico-caninas
fuimos
embarcados, otra vez, en las
tolvas de las camionetas de las
cuales algunas, como la mía, se
dirigieron a Miraflores y San
Isidro, en procura de los
colegios de niñas ricas de esos
barrios. Antes de la salida de las
niñas que, obviamente, sabían
lo que iba a ocurrir, nos
obligaron a salir de la posición a cuatro patas y de instalarnos en dos patas, es decir de rodillas pero
con el trasero casi en el piso. Cuándo las meninas aparecieron comenzamos a aullar el maldito
“Danubio Azul” y las otras tonadas que habíamos aprendido. Estábamos sucios, absurdamente
pintados, con la ropa en pedazos y haciendo un papel ilimitadamente ridículo para chicas que no
conocíamos y que se reían de nosotros
coqueteando con los “ingenieros”, algunos de
los cuales, como descubrí después, eran sus
enamorados. La verdad es que entre el
desayuno alcoholizado y el maltrato en La
Molina ya no teníamos ningún atisbo de
dignidad y ya no nos importaba casi nada. Creo
que hasta disfrutamos de nuestros aullidos
lastimeros y de nuestra condición canina. Las
profesoras de los colegios y los guardias del
local trataron más de una vez de apartarnos de
la entrada pero los “ingenieros” eran tenaces y
no desistieron, hasta que la última de las
mozas se embarcó en un ómnibus o en el carro
que la esperaba.
Pero ese memorable día estaba lejos de
concluir. Cuando ya no habían colegialas
saliendo de colegios era bastante tarde y
todos, tanto “ingenieros” como “perros”
estábamos con hambre. Los restaurantes
criollos del tipo “recreo”, los “chifas” baratos y
otros locales de medio pelo similares ya
estaban esperándonos en diversos lugares de
Lima y fuimos arrastrados a uno de esos. A
otros los llevaron al conocido restaurante “El
Molino", de Magdalena Nueva, bien más caro.
10

Fuimos, como corresponde a los canes de a verdad, amarrados a las patas de la mesa o de las sillas
de nuestros patrones. El pisco y el ron fueron cambiados por cerveza, pero no para nosotros. Los
“ingenieros” consultaron el menú y pidieron todo lo mejor disponible, desde arroz con pato y
cabrito a la norteña hasta ají de gallina y lechón al horno pasando por otras delicias como causa a la
limeña y lomo saltado. Para nosotros, perros de mierda, fue servido arroz con frejoles. Sin cubiertos
para los que cantaron mal y una cuchara para los demás. A otros les prepararon unos curiosos
sándwiches rellenos con un poco de todo menos algo apetitoso. No importó, estábamos con tanta
hambre que lamimos hasta el último átomo de frejol y tragamos el último grano de arroz de
nuestros platos. La reunión fue amenizada con la obligación que cupo a cada perro de cantar una
canción, contar un chiste o bailar. Obedecimos ciegamente, ya nada nos preocupaba. Para terminar
ese episodio, que duró las largas horas necesarias para que se apague la sed y el hambre de los
“ingenieros”, pagamos la cuantiosa cuenta.
Fui gentilmente devuelto, completamente
inerte de puro borracho, a la puerta de mi
casa, a eso de las cuatro de la tarde. Sé de
compañeros que debieron, ya tarde en la
noche, llevar sus patrones “ingenieros” a
otros restaurantes y, claro, al burdel
donde, como en el restaurante, debieron
pagar la cuenta del desfogue de los
variados apetitos de sus patrones. A otros
no los devolvieron a sus domicilios.
Simplemente los largaron en la calle, sin
plata y hechos unos cacos. 1
Pero eso fue apenas el bautismo inicial y,
por cierto, el más perverso. En efecto, cuando llegó el primer día de clases nos esperaban más
humillaciones, aunque mucho menos perversas que las del día anterior. Además, a partir de
entonces pasamos a ser defendidos y protegidos por nuestros “ingenieros” padrinos que, entre
otras cosas, nos orientaron sobre los profesores a escoger, en el caso de cursos con más de uno; nos
prestaron apuntes de clase y nos dieron muchas recomendaciones sumamente útiles para nuestra
iniciación universitaria. La relación comenzó a ser de igual a igual.
Lo que no sabíamos es que por entonces la Escuela también había decidido realizar un bautismo
oficial, con desfile de “perros” disfrazados, con premios y almuerzo para todos. Este generó una
nueva onda de chacotas aunque mucho más civilizadas que las anteriores. El que escribe, por
ejemplo, ganó un premio por el mejor disfraz individual recibido de manos de la profesora Teresa
Ames. Mucho éxito tuvo la pareja oriental y su séquito que se muestra en la foto, donde los
personajes principales son el “Chino” Yep y el “Japonés” Sano.

1

Una versión similar nos es ofrecida por Carlos Currarino quien relata: El bautismo de ingreso fue inolvidable. Lo hicieron
ellos… los ingenieros, que estudiaban en años superiores. La ceremonia fue el primer día de clase; el clásico corte de pelo, el
pintado de cara y cuerpo; luego el tradicional Parque Salazar, de allí al colegio Cluny en Barranco; luego al Chalet en
Chorrillos. Esta ruta era para presentarnos ante las enamoradas o amigas de los “ingenieros”; y, finalmente terminábamos en
El Nacional de la Herradura; gran banquete que los bautizados o “perros” teníamos que pagar.
11
Esa actividad, en el campo de futbol, fue seguida de un almuerzo en “bandejón” en el comedor en
el que a varios se nos exigió hacer discursos que, pretensamente serios, terminaron en una chacota
generalizada. Muchos, tanto “perros” como “ingenieros” comenzaron a reír y a relajar.
Ese almuerzo fue el fin del suplicio bautismal. De allí en adelante todos nos transformamos en
estudiantes y nunca más los “perros” fueron molestados. Más aún, era frecuente que los más
antiguos, es decir los mismos que nos bautizaron, se convirtieran en nuestros amigos y que nos
ofrecieran variadas ayudas. Ya éramos pare de la “Gran Familia Molinera”.
12

Los miembros de la promoción que egresó en 1963 ingresamos mayoritariamente en 1959 bien sea a
través de la Preparatoria o directamente. Pero varios lo hicieron antes, pues entonces no era raro
que estudiantes repitieran uno o más de los cinco años previstos para la formación o que
abandonaran los estudios temporariamente.
Los datos disponibles revelan que el 23% de los que egresamos en 1963 habíamos nacido en 1940, el
22% en 1938 y el 16% en 1939. Es decir que la mayor parte (61%) tenía entre 19 y 21 años de edad
en 1959, cuando ingresaron. Un 13% había nacido en 1941 y tenía, por lo tanto, 18 años. En el otro
extremo un 12% había nacido en 1937 (22 años). Uno nació en 1942 y otro, el más joven de todos,
en 1943. Los más viejos (nacidos entre 1932 y 1936) sumaron 12% de la promoción.

La abrumadora mayoría (73%) de los graduados de 1963 pertenecíamos a la clase media (mediamedia o media-baja en proporciones similares), siendo en su mayoría hijos de familias de
empleados públicos o privados, pequeños comerciantes o pequeños agricultores. Apenas 7% eran
ricos. De estos la mayoría pertenecían a familias de hacendados de la Costa Norte del Perú,
especialmente de Piura. Un 12% fue identificado como de clase media alta y, en el otro extremo, un
8% era de origen pobre o muy pobre, en general pobres del área rural, incluyendo uno u otro hijo de
comunero.
13
Como era de esperarse el 78% de los egresados eran costeños, 16% eran serranos y menos de 3%
eran de la Selva. Otro 3% eran extranjeros (incluyendo un guatemalteco, un panameño y un
paraguayo). Los limeños, la mayoría, representaron el 48% del total y ellos solos sumaban el 53% de
los costeños. Interesante es, pues, constatar que por lo menos la mitad de los miembros de la
promoción 1963 no tenía relación previa con las actividades agropecuarias.
El origen racial de la promoción era principalmente blanco y “mestizo”, con leve predominancia del
primero. Un grupo destacado por su número fue el de estudiantes de origen japonés (nisei o
primera generación) con 6% del total. Había un 4% de origen chino y apenas dos representantes de
los afro-descendientes.
Los estudios secundarios de los miembros de la promoción 1963 fueron realizados en proporciones
idénticas (50%) en colegios públicos y en colegios privados. Los colegios públicos más citados son las
grandes unidades escolares de Lima y ciudades principales, el muy famoso Guadalupe y el
militarizado Leoncio Prado. Los particulares incluyen algunos de los más exclusivos de Lima, como el
Markham, el Maristas o el Champagnat y asimismo a una gran diversidad de otras opciones en los
barrios de clase media-media (Claretiano, La Salle, La Recoleta, La Inmaculada, etc.). Comparando la
información sobre clase social es visible que muchos de la clase media, inclusive media baja, ya
estudiaban, en esa época, en colegios particulares a pesar de que la calidad de la educación pública
todavía era excelente.
Eso éramos cuando comenzamos a
estudiar en La Molina. Es decir un
conjunto heterogéneo de grupos e
individuos muchos de los que
previamente no habían tenido
contacto. Eso presuponía algunos
choques, y los hubo, y también una
serie de re-arreglos que llevaron a
la formación de argollas y yuntas
que fueron marcadas en los dos o
tres primeros años de los estudios
pero que, como veremos, se
disolvieron a partir del cuarto y
que en el quinto año eran casi
imperceptibles, llegándose a un
verdadero compañerismo global.
14

El primer año fue difícil. En esa
época aun existían verdaderas
prácticas de campo, a cargo de dos
jóvenes profesores, uno de los
cuales era Luis Chiappe -más
conocido como “Picudo” -muy
buena gente y simpático- mientras
que el otro lo era bastante menos,
Fritz Burger, que haciendo honor a
sus orígenes germánicos era un
verdadero kapo en el campo.
Comenzamos a aprender a ser
ingenieros por lo más bajo, es decir
por lo que se le puede encargar a un
peón descalificado, sacando piedras
con las manos desnudas hasta que
el tamaño de las pircas y el mal
estado de nuestras extremidades y de nuestras columnas vertebrales dejara satisfechos a nuestros
verdugos. Luego pasamos 4 meses arando y sembrando apenas con pico y lampa, regando con balde
(ni manguera había), abonando y espantado insectos de nuestras parcelas. Luego, cuando el fruto
del esfuerzo comenzó a pintar, llegó el momento de montar guardia para que los vecinos de otras
parcelas no robaran el producto de las nuestras antes de que seamos evaluados y eso no fue fácil…
Esas prácticas fueron en todo una réplica de la realidad del agro peruano ¡Una excelente lección!
En ese contexto aprendimos que algunos
tenían privilegios. Enrique (“Quique”) Duarte
sin asomo de vergüenza llegaba tarde o
nunca y no hacía nada más que recibir
abrazos y felicitaciones hasta de los
profesores que, en verdad, eran los que
cuidaban su parcela. Quique ya era un
famoso jugador de básquetbol y se
aprovechó bien de eso. Al comienzo nos dio
cólera pero después, viéndolo jugar y
descubriendo que él era cualquier cosa
menos pretencioso, terminamos todos
queriéndolo
mucho
y
aplaudiéndolo
rabiosamente. También teníamos algunas
dudas sobre por qué motivos en las clases
teóricas aparecía gente que no habíamos visto en las de campo. Descubrimos, claro, que esos eran
los repitentes. Gente alegre y sin problemas, algunos de ellos muy pendejos, habían participado
15
inclusive en nuestro bautismo. Luego, gran parte de ellos conformaron la inolvidable argolla “20
créditos”2.
Ya en el área de la zootecnia, entre
otros, tuvimos como guía a Renato
Zepilli. Para los limeños, eso de lidiar
con gigantescos puercos mordedores,
vacas
y
toros
o
becerros
cabeceadores y ariscos caballos
pateadores,
era
peligroso
y
emocionante. Peor era limpiar
establos, lavar los bichos, capar
becerros y de allí pasar a preparar
pegajosos ensilados. El sueño de ser
agrónomo para pasear con poncho
blanco de lino en un hermoso caballo
de paso, fue disipándose a medida
que veíamos la otra cara del asunto.
Mucho
más
aprendimos
y
descubrimos en ese primer año que,
como antes de ingresar, nos confirmó las dificultades de los cursos de matemáticas, físicas y
químicas. Los profesores de esas materias intrínsecamente difíciles no facilitaban las cosas. Podían
ser originales o hasta simpáticos como Krumdieck y Quiroz o con caras de pocos amigos como el
“Muerto” González Terán o un tanto histéricos como “Pajarito” Estremadoyro o la Cassano, pero era
muy difícil sacarse una nota decente con ellos y, en muchos casos, hasta “pasar” el curso era todo
un acontecimiento. Mirando atrás creo hoy que ninguno de ellos, quizá exceptuando a “Pajarito”,
eran realmente buenos profesores. Ellos no sabían hacer sus cursos atractivos o interesantes. No se
dejaban comprender. Pero, al final, eran buenas personas y aquí no se trata de criticarlos.
Krumdieck,
en
especial,
tenía
comportamientos muy graciosos. Quién
no se acuerda de sus ácidas críticas a los
“peseteros”, a la hora en que él requería
de nosotros el uso del compás. O sus
famosos
“elévese…deslícese…y
expectórese”, ritual oratorio para
disponer la salida de algún alumno por
mal comportamiento.
“Izy” Bacal
recuerda
que
Krumdieck
nos
desmoronaba cuando, delante de la
pizarra, le respondíamos en forma
equivocada y nos dirigía su lapidaria
frase "Pedazo de carne con soplo de
2

Mientras que un estudiante de rendimiento normal podía acumular de 20 a 26 créditos de cursos en un
semestre, esa argolla con un par de docenas de miembros, apenas conseguía aprobar unos 20 créditos en total
por semestre. Claro que eso es lo que decían las malas lenguas.
16
vida, vuelva a su sitio y siéntese bajo el peso de su ignorancia"! Abusivo nuestro buen maestro de
cálculo ¿verdad?
Currarino nos recuerda que “Tuvimos muchos maestros, cada uno con su forma de dictar cátedra y
con estilos diferentes por ejemplo a la hora de tomar los exámenes. Algunos eran de “honor” en
etapas: el primero de 3 preguntas resueltas por escrito y el segundo en tandas de 3 alumnos y 3
balotas con respuesta oral ¿Recuerdan? En matemáticas sufrimos al ya mencionado “ingeniero
adusto”, que nos sacaba de la clase por grupos por haber “sentido ruidos”; o el arquitecto profesor
de dibujo que tachaba los dibujos simplemente porque el delineado no le gustaba. También había
aquel que prefirió irse a jugar golf en lugar de dictar la clase, porque algún alumno llegó atrasado,
lo que ocurrió, si no me equivoco, en la primera hora de la mañana, en el pabellón de Química. Ese
siempre iba muy elegante, de terno y corbata y jamás dialogaba con los alumnos3.
Llegar a La Molina en esos días no era fácil. Para quien escribe implicaba tomar un ómnibus en la Av.
Bolívar, cerca al fundo Pando y luego abordar un tranvía en la Av. Brasil que nos depositaba cerca de
la Plaza Grau. Allí, en una esquina, donde había un restaurante de comida rápida (creo que se
llamaba Tip Top) esperábamos o nos esperaban los Volvos de la Universidad, en las frías y húmedas
madrugadas del invierno limeño… A ellos se entraba por las puertas tanto como por las ventanas
pues el viaje era largo y procurábamos asiento. Los buses enrumbaban por la Av. Grau, atravesaban
La Victoria y se dirigían por la Carretera Central hasta lo que ahora es Santa Anita, donde tomaban
la estrecha Av. La Molina hasta llegar al campus. Más tarde habilitaron un ómnibus que pasaba por
la Av. Javier Prado, a partir del cine Orrantia. Allí era más cómodo y con suerte uno era recogido por
estudiantes o compañeros con carro o por profesores y hasta por el propio Rector, Orlando Olcese,
en su por entonces impresionante Oldsmobile azul marino. Los compañeros “mobilizados”, en
especial en los dos primeros años, eran pocos, entre ellos “Fito” Bertozzi, Lucho Esteves, “Camión”
Olivares, “Tavo” Echecopar, Manuel Yzaga y la ‘Mula” Raijkovic, pero también éramos “levantados”
por compañeros de otras promociones. Varios de los que regresaban de La Molina a Lima con el
ómnibus de la Plaza Grau pedían al chofer, el gordo “Calero” por ejemplo, detenerse a la altura del
antiguo Jirón Huatica4, en la Victoria… al día siguiente se deleitaban contando a voz en cuello sus
aventuras en el famoso 20 o en sus equivalentes y; semanas después, estaban contando los millones
de unidades de penicilina
que
necesitaban
para
sobrellevar las bien ganadas
“quemadas”.
No
es
necesario recordar quienes
eran los usuarios. Todos los
conocemos.
Una de las anécdotas
memorables de ese periodo
fueron las prácticas de
botánica. Todos habíamos
escuchado decir que ese
curso era difícil y que el
3

Creo que se trata del profesor de contabilidad, Olcese.
El burdel de Huatica había sido desmovilizado en 1956, pero en nuestros años estudiantiles subsistía allí una
amplia zona roja.
4
17
profesor Velarde era bastante exigente. Al entrar al laboratorio de prácticas había allí un cholito de
overol, arreglando muestras, que parecía ser el ayudante del profesor. No faltó alguien, que todos
conocemos, que se dirigiera a él y le dijera, más o menos… “oye patita… ¿qué tal es ese profe?
…dicen que es una mierda!”. No obtuvo respuesta pero al momento de comenzar la clase práctica
resultó que el tal cholo ayudante era nada menos que Octavio Velarde, que no se amoscó ni se
vengó. Él era, mismo, cholo y lo tenía a mucha honra. Velarde, como sabemos, era un biólogo
sanmarquino, doctor en ciencias, que estando ya graduado decidió estudiar también agronomía. Ese
mismo profesor aceptó de menos buen grado la broma que le hicieron algunos, colando partes de
diferentes plantas, artimaña que fue rápidamente desmantelada por el experto.
Muy recordadas son asimismo las clases de anatomía animal que nos impartía el siempre simpático
Fico Anavitarte en el auditorio del camal. Disponiendo en su mesa de una gran cantidad de órganos
frescos de vacuno recién sacrificado él explicaba sus características y funciones y los arrojaba desde
el estrado a los estudiantes para que los miraran de cerca y se lo pasaran de uno al otro. Era
bastante impresionante ver volar lengua, corazón, riñones, pene, pulmones, hígado, esófago,
tráquea, testículos, etc., etc. Pero fue evidente que después de circular, no todas las piezas volvían a
la mesa del profesor como él había solicitado. Había un cortocircuito para los órganos más
apetitosos, como corazón, hígado y riñones. Algunos sentados cerca de quien por eso fue bautizado
de “Ladronazo” percibieron que las piezas faltantes estaban en su amplia bolsa… claro no lo
denunciaron al profesor pero el chisme lo marcó para el resto de sus días. Anavitarte, una persona
muy educada y distinguida, no resistía en divertirse pasando penes y esófagos a nuestras
compañeras, solicitando diferenciarlos.

Creo que ya fue en el segundo año que tuvimos clases de meteorología con el profesor apodado
“Jabalí”. Este parecía saber bastante del tema pero era cualquier cosa menos un buen comunicador
y, además, era un tanto ridículo y, por decirlo simplemente, no imponía ningún respeto ni orden en
la clase. Dos acontecimientos tuvieron lugar en esas aulas. El primero fue provocado por nuestro
buen y bastante loco amigo “Bob Hope” que tuvo la ocurrencia de vestir una peluca rubiácea que
normalmente era la cabellera de una muñeca de tamaño casi natural, que era una antigüedad
perteneciente a la madre del “Francés”. Se la puso y comenzó a “dar una de loca perdida”, es decir a
gritar, menearse y a simular que corría de un lado al otro en pleno salón de clase. El pobre profesor
tentó subir las gradas del salón del Pabellón de Química, donde acontecía todo, para capturarlo.
18
Pero el loco maricón se tiró raudamente por la ventana y se escondió. Las nerviosas indagaciones
del profesor, a quien se le respondió que ese era una “loca” que frecuentaba el campus, quedaron
obviamente en nada. Pero, ese día, todos nosotros salimos con dolor muscular a causa de las
carcajadas que soltamos.
Poco después…. No podíamos perder la ocasión de reír con ese profesor… ocurrió que él estaba
explicando la función de los balones meteorológicos cuando, desde arriba comenzaron a bajar dos
sendos condones debidamente inflados…. “Allí están los globos” … alguien gritó… y los globos
siguieron bajando las gradas al impulso de soplidos y ligeros toques. Cuando llegaron a la primera
fila los globos planearon bien encima de las cabezas de nuestras colegas Fina y Meche y, por el
comportamiento de cada una, todos supimos cuál de ellas era inocente y cuál ni tanto. El pobre
profesor capturó los condones aerostáticos y nos llamó severamente la atención. No importó
mucho. Nadie tuvo vergüenza de portarnos tan mal…. Adoramos esa clase.

Las aventuras con el valiente Capitán Vaccaro fueron, como corresponde a oficiales de caballería
que somos, épicas…. es decir épicamente cómicas. Éstas ocurrían principalmente en el aula principal
del Pabellón de Química, el mismo de los relatos previos. Ese oficial era incapaz de mantener orden.
Muchos llenaban los bolsillos con coquitos de una palmera ornamental común en el campus que
convertidos en proyectiles eran dispaatrados por andanadas al
menor descuido del capitancito. Fue a quejarse al Rector que
simplemente lo mandó a pasear, diciéndole que si él, un
militar, no podía con nosotros, menos podría hacerlo él que
era un civil. Pero, la venganza de los instructores se daba en
los ejercicios de tiro y, especialmente, en los de a caballo. Si
bien algunos compañeros eran buenos jinetes, otros -en
especial los limeños- estaban “a poncho” y allí los militares se
vengaban de nuestras maldades, por ejemplo dándonos
caballos mañosos. Además todos queríamos recibir el
despacho de alferez y no seguir siendo vulgares sargentos y
estábaoms preocupados por las merecidamente bajas
calificaciones que nos darían. Por eso, para desagraviar al
Capitan, en el momento oportuno nuestro poeta “Mono”
Reaño preparó una oda castrense, cuyo texto no tengo, pero
que fue leída con todos prestando atención y que hizo sollozar
19
al Capitán y a nosotros nos impuso grandes dolores musculares para contener la risa. Quedó tan
gratamente impresionado que nos aprobó a todos, menso a los quue se caeron del sus caballos.

También llegó el día de la revancha por el bautismo recibido, cuando como en la foto que se exhibe
nos correspondió bautizar a las promociones siguientes. En esa ocasión los “perros” eran de la
promoción 65. Esos acontecimientos, entre muchos otros, ponían sal y pimienta a nuestras vidas
estudiosas A partir del tercer año ya nos conocíamos todos muy bien y nuevas amistades y vínculos
fueron formándose. Los recelos mutuos de ricos y menos ricos y pobres fueron quebrándose
gradualmente, dando lugar
a un
compañerismo
creciente.
Reuniones
sociales regadas con mucha cerveza y algo
de pisco, viajes y trabajos prácticos
salpicados de aventuras y muchos deportes
fueron de gran ayuda para eso. La intimidad
llegó hasta los calzoncillos, como se ve en la
foto de Oscar (“Cabezón”) Fukuda, poco
antes de un baño arriesgado en el río
Utcubamba, donde fue capturado por un
remolino y arrastrado por la corriente,
siendo a duras penas rescatado por “Pepe”
López y por el “Francés” Dourojeanni que,
claro, lo salvaron agarrándolo de la cabeza.
Y aquí no se habla de las intimidades del

internado de La Molina, que son incontables.
En nuestros primeros años en la UNALM todavía existía la figura de “tutores” o acompañantes de las
promociones. Eran personajes simpáticos a los que agasajábamos con gran placer al terminar cada
año, como se observa en dos de las fotos aquí incluidas.5 Pretextos para reunirnos y reír el uno del
5

Currarino, hablando de ellos dice: En mis recuerdos están García, Rivadeneyra y Farro Meque que eran
inspectores; Rossani a cargo de los microscopios; “Zepita“, el que servía en las gamelas del Comedor Estudiantil;
Rojas, el jardinero del Botánico y que armaba los paquetes con plantas para que el Dr. Velarde anotara en su
registro qué especie había en el envoltorio y aplicar nuestros conocimientos en Botánica Sistemática.
20
otro nunca faltaban. Una de esas ocasiones fue la multitudinaria despedida, con comidas y
finalmente en el aeropuerto, de los “japoneses” Juan Sano y Augusto Oshiro que fueron a completar
sus estudios de pesquería al Japón. Todo era motivo de chacota -hoy llaman a eso bullying- a veces
muy pesada, pero siempre recibida con tolerancia y buen humor. No hay duda que los más
mordaces, cuando se trataba de joder, eran el “Sapociego” Currarino, seguido de cerca por
“Caimán”, “Queca Herrero” Montero y su yunta Teódulo (“Monona”) Quesada, ambos chismosos
inigualables. Pero no se quedaba atrás el “Mono” Reaño que además ya en esa época reunía dotes
histriónicas notables. Otro experto en el delicado arte de la joda era “Calinche” Sarria y además, no
es posible olvidar a “Bob Hope” Fernández Vargas. Pero había muchos más. A todos correspondía,
siempre con alegría, joder y ser jodido.
También había muchas reuniones que se realizaban en casas de compañeros. Las familias más
acogedoras fueron las de “Cabezón” Fukuda y las del “Francés”. A la primera íbamos con cualquier
pretexto: ayudar en la cosecha de naranjas, hacer mediciones de control biológico de la mosca
blanca o de la mosca de la fruta, etc. No importaba. Los viejos Fukuda, con esa cordialidad y
generosidad tan típicamente japonesa nos recibían con desayunos gigantes, con bandejas llenas de
huevos fritos, tortillas y montañas de salchichas, pan fresco, quesos y mantequilla, bolos y tortas,
jugos de todo tipo -y también de naranja- y, claro un buen café con leche. Así íbamos al campo,
arrastrando la barriga llena y, obviamente, nuestra contribución al progreso de la hacienda Fukuda
era apenas espiritual… pero los viejos gustaban de nosotros y, claro, nosotros de ellos. Más aún que
después de no hacer casi nada durante toda la mañana, nos esperaban con un almuerzo que
rivalizaba, si posible, con el desayuno. La inconmensurable hospitalidad japonesa nos toleraba todo
y cualquier cosa. Era un sueño para jóvenes siempre famélicos… en especial, claro, para Carlos
“Tiburón” López.

En la casa del “Francés” la cosa era diferente. Las reuniones eran nocturnas e incluían de dos a tres
docenas de participantes que no siempre eran los mismos. El “Mono” Palti se encargaba de pedir a
una cocinera misteriosa que preparaba un extraordinario arroz con pato y otras delicias criollas que
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llegaban calientitas en negras ollas gigantes. Otros, ni sé quiénes, llevaban a la casa del “Francés”,
en la calle San Martín de Pueblo Libre, cajas y más cajas de cerveza y unas pocas de pisco. A eso de
las once de la noche, ya todos presentes y bien bebidos, agotados de tanto comer y reír de las
bromas pesadas y chismes, comenzaban los rituales
habituales: canciones cada vez más atrevidas interpretadas por los López (Carlos y Pepe) y
acompañadas a coro por todos los presentes. Allí, “Bob Hope” salía al centro del ruedo y recitaba,
con gran calidad y claridad vocal, la historia de un sujeto que “oliendo el dedo que acababa de

En el aeropuerto, despedida de los “nisei”

meterse en el ano…. decía, podrido estoy” y así continuaba. A eso de las tres de la madrugada,
después de un verdadero concurso de poesías y canciones escabrosas interpretadas por los más
inesperados artistas se levantaba el “Diablo” Pastor quien, con gran entusiasmo, abría a golpes de
puño las botellas de cerveza en el canto de uno de los muebles de madera fina de la casa… Y así
seguía la fiesta hasta que poco antes de las cinco pero nunca después de las seis de la madrugada
todos se habían ido de la casa. Esas reuniones, fueron muy frecuentes. Los padres jamás dieron
quejas.
También no reuníamos por otros motivos que no eran apenas festejar las pendejadas de unos y
otros, como matrimonios un tanto tempranos como el de “Meche” Vargas (ver fotografía), Carlos y
José López, entre otros. Esas reuniones se realizaron tanto durante los últimos años de estudios
como después, ya que a pesar de comenzar nuestra dispersión por el Perú y por el mundo,
seguíamos estrechamente unidos. Una de las reuniones más memorables se realizó en casa del
“Ponja” Oshiro, en el Callao. Fue una verdadera avalancha de deliciosos platos de comida que si
recuerdo bien era china y no japonesa, regada con ilimitados litros de cerveza y toda clase de
situaciones jocosas. Recuerdo, personalmente, haber bebido y comido tanto que vomité desde el
balcón de la casa directamente encima del bello y lustroso Mercury que el papá de “Koji” Amemiya
22
le había prestado para esa noche. “Koji”, cuyo carácter era un tanto explosivo, no gustó ni un poco
del asunto y me hizo pagar caro por el pecado.
La promoción 63 alcanzó el alto grado de compañerismo que la caracteriza también beneficiada por
las habilidades artísticas de varios de sus miembros. En ese rubro lo más destacado fue el trío Los
López, integrado por la guitarra y la voz profunda de Carlos (“Tiburón”) López, la voz de “Pepe”
López y el cajón de Washington (“Frescolín”) López. Este grupo, con variantes se convirtió en la
Estrella Molinera. Había otros grupos musicales y aficionados a perpetrar música, como Víctor
(“Lorito”) Pongo, pero ninguno tan bueno como Carlos y José López que tuvieron suceso a nivel de
toda la UNALM y fuera de ella.

En el matrimonio de Meche

Como anticipado, el origen de los apodos, que en algunos casos nos acompañaron toda la vida, es
variado. Muchas veces son apodos obvios, como lo de “japonés” o “ponja”, “chino”, “negro”, o
“francés” y “franchute”. En otros casos el apodo es familiar como “Quique” o “Pepe” o “Calinche”. Y
algunos ya tenían esos apodos antes de entrar a La Molina, entre ellos varios de los “patos”
(Gamarra, De las Casas) y “monos” (Palti, Palao, Reaño). Pero algunos de los más sabrosos nacieron
de nuestra convivencia. Un ejemplo es el de “Tiburón” y su diminutivo “Tiburete” muy
correctamente aplicados a Carlos López Ocaña por su increíble capacidad de comer y digerir los
restos de alimentos de todas las bandejas de la mesa en la que “disfrutábamos” de nuestro
almuerzo del comedero popular de la Universidad. Él era, como muchos tiburones, capaz de tragar
vorazmente cualquier cosa, hasta masticar metales si este se interponía entre sus grandes y afilados
23
dientes. Ya su otro apodo,
“Sádico”, es menos explicable
pues, en verdad, es buena
gente. Otro apodo, muy
merecido por cierto, es el de
“Italo-Vúlgaro”, aplicado a
Currarino pues, según sus
compañeros, además de
italiano él era vulgar… nada
que ver con los pobre
búlgaros pues, a decir, de sus
amigos más íntimos él es
originario de la Calabria,
región italiana tan célebre
por sus bandidos como lo es
Sicilia. A Currarino, que en la
vida real no tiene nada de vulgar, se debe la mayor parte de los apodos distribuidos generosamente
a la promoción. Entre ellos algunos misteriosos como “Hiposexy” o, explícitos, como “Tumbachola”.
Por lo tanto, si existen quejas o resentimientos, ya saben a quién cobrar.
Otro productor de apodos malévolos
fue “Jimmy” Butler pero, en verdad,
todos contribuyeron a las sabrosas
chapas que ostentamos con orgullo.
También había los “puente roto” (por
antipáticos), las “ventanas indiscretas”
(por un diente ausente), las “llanta
baja” (por algún problema en el andar)
y
otros
similares.
También
bautizábamos estudiantes de otras
promociones, inclusive las damas, que
ganaron apodos como la “Tronco de
cono”, por su formato corporal y la
“Nescafé”, esta última porque la pobre
moza estaba con “la cara hecha de puro
grano seleccionado”….Mucha maldad
¿no? Y, claro, había los que eran tan
invisibles que ni apodo recibieron o que los tuvieron muy reservados, tanto que nadie los conoció.
24
Nuestra promoción, como todas, tenía sus chancones estrellas, su masa de “en medio” y su tercio
menos estudioso con sempiternas dificultades. El equipo de los chancones era dominado por el
grupo conformado por el “Mono” Palti, el “Tiburón” López Ocaña, los “ponjas” Sano y Oshiro, el
“Buey” Martínez, el “Flaco” López
Parodi y el “Chinchano” San Martín,
que conformaban la
argolla
“Grande”; pero entre los mejores
estaban también el “Chino” de las
Casas, “Lucho” Guiulfo, el “Chasqui”
Pongo, “Camión” Olivares y unos
cuantos más. Hay que decir que la
mayoría de los chancones -de los
que dicho sea de paso no todos eran
estudiosos y sí apenas inteligentessiempre se prestaron a apoyar a los
que, como el que escribe, patinaba
con los cursos de matemáticas y
química. Recuerdo siempre a
“Pacho” Palti diciéndome “no te
quedes mirando el papel como un
huevón… comienza a desarrollar el problema… vas a ver que algo sale”. Confieso sin vergüenza que
en los exámenes de esas materias yo siempre escogía una carpeta próxima a la de él.
Era interesante examinar nuestra distribución en las salas de aula, en especial en el gran auditorio
del Pabellón de Química.
Allí
inevitablemente
ocupaban la primera fila
nuestras amigas Meche y
Fina. Pero asimismo la
mayor parte de los
“chancones” se distribuyan
en las dos o tres primeras
filas. En la cazuela, bien al
final o en las esquinas
estaban inevitablemente
los más pendejos, como el
“Mono” Reaño y otros que
durante las clases se
dedicaban a casi cualquier
cosa menos a tratar de
entender lo que el profesor
explicaba.
Si
alguna
travesura surgía esa venía inevitablemente de esos puestos elevados.
25

En aquellos días aún era costumbre la realización de una fiesta anual en el propio campus. Era
famosa en Lima por ser muy liberal y, siendo así, era esperada por todos pues era lo más próximo de
una bacanal que podíamos desear. Las “chicas” que se disputaban entre ellas para ser invitadas a
esa fiesta eran por entonces las conocidas como “marocas” lo que equivale, más o menos a decir

que eran de “medio pelo” o “fáciles” o, si se prefiere “generosas”. Algunas eran tan famosas que ya
tenían hasta apodo trasmitidos de promoción en promoción como la “Cara de hacha”. Había
comida, mucha música, cualquier cantidad de tragos y, saciados esos apetitos surgían otros que eran
satisfechos en los mil y un lugares oscuros que ofrecían los jardines de la Universidad o los carros
estacionados y, para los más comodones, los dormitorios del internado que eran disputados a
precio de oro. La mayor inflación del costo de los dormitorios se dio cuando, las autoridades
universitarias, para evitar el uso indebido de los jardines, ordenaron un riego pesado que los dejó
inutilizables como lechos pues, de hecho, viraron lagunas o pantanos. Pero nada impedía que
tuviéramos mucha diversión.
Así como heredamos compañeros de promociones que debieron ser anteriores a la nuestra, la
nuestra perdió algunos compañeros que por razones familiares o por no estudiar con ahínco
suficiente, fueron relegados. Entre ellos destacaron el “Flaco” Gustavo Echecopar y Jorge “Coco”
Montoya. Pero ese fue el caso también de Nicanor Oshita, futbolista entre “otras cositas más”. Muy
próximos a nuestra promoción estuvieron Eddy McBride, que aparece en varias fotos y, asimismo,
Javier Aguayo, que terminaron sus estudios en 1964.
26
Durante nuestra vida universitaria en La Molina tuvimos dos rectores. El primero, cuando
ingresamos y hasta mediados de 1961, fue Becerra de la Flor. En agosto de 1961 fue elegido Orlando
Olcese, que nos acompañó hasta nuestro egreso. Ambos desarrollaron gestiones excelentes, de las
que disfrutamos.

Regla de Cálculo: Una de las tantas herramientas de tortura de la época
27

La muy famosa “20
créditos”, la más
numerosa y compacta,
la más alegre… la más
ocupada, la más
experimentada.

Astorga y su combo: Los “ingenieros”
28

La argolla que se hacía llamar “Grande”….
reunía muchos de los campeones de las
buenas notas que gustaban de viajar juntos
por todo el Perú

Esta argolla, como se ve, tenía una
marcada inclinación nipona

Las yuntas inseparables
29

Los cerveceros

Los internacionales

El clan de Breña
“Tac tac” y su combo

Los pecuaristas

Algunos de los criadores de
búfalos
30
Tuvimos el privilegio de tener dos compañeras: Meche y Josefina. La vida para ellas, rodeadas de
más de 115 compañeros no debió ser fácil. Las bromas podían ser pesadas y las
carajeadas no se arredraban en presencia de ellas. Sin embargo, generosamente,
Meche escribe: “Los años en nuestra querida Universidad fueron muy bonitos, los
profesores todos inolvidables y los compañeros respetuosos y amigos. Apenas
éramos entre 7 y 12 las alumnas de toda la Universidad. No alcanzábamos ni para
formar el equipo de vóley”. Sin embargo la UNALM tenía a la muy famosa Zoila
Scarpatti, estrella del equipo nacional. Cabe decir, de nuestra parte, que
estábamos y continuamos estando muy orgullosos de su presencia entre nosotros
y muy agradecidos por su tolerancia. Jamás hicieron “caso” ni crearon “casos” por
nuestro comportamiento que, obviamente, en muchos casos pasó largamente de los límites ¡Bien
por ellas!

Interesante es anotar que Zoila Scarpati hizo una estadística de la presencia femenina entre los
egresados de La Molina revelando que de ser apenas una o dos por promoción en los primeros años
de la década de los años 1960, alcanzó al 5,6% en 1970 y que en 1980 llegó al 19,7%. En 1990 ya era
el 26,2% y en 1999, último año con información de esa fuente, las mujeres ya se acercaban a la
mitad de la promoción (41,96%). Hoy deben ser mayoría.
31

Nuestras compañeras acompañando la graduación de la
promoción anterior
32

Los teodolitos eran, para nosotros,
máquinas diabólicas. Pero aprender
a manipularlas fue una fuente de
amistades que perduran hasta hoy.
Hoy, en cambio, el uso de GPS no
estimula amistades.

Cuenta Carlos Currarino: En una
práctica de topografía, en 1960, éramos
cuatro por grupo; dos operaban el nivel
y otros dos eran portamiras y luego se
alternaban. A mi lado tenía a Jorge
Amemiya y a Augustos Gamarra. De
pronto empezó una bronca fea, a
puñetes, entre ellos. Intenté separarlos
pero no pude y recibí muchos golpes
gratuitos.
Intervinieron
otros
compañeros para calmar los ánimos y
terminar con la bronca motivada por no
querer cargar la mira y no caminar. Al
día siguiente ya era cosa del pasado y
nuevamente amigos. El más trampeador y
peligroso, en eso, era Victor Mariño, todos
sus golpes eran bajos y …. dolorosos. Victor
disculpa, esto es broma. Gracias.
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El deporte es mágico cuando se trata de unir la gente. La Molina era propicia para el deporte, con
amplios espacios incluyendo una buena cancha de futbol y no tan buenas canchas de fulbito o
basquetbol.

Los partidos inter-universitarios eran épicos, especialmente los que ponían en la cancha del Estadio
Nacional a los verde-amarillos de la UNA de un lado y a los granates de la UNI del otro, mientras que
en las tribunas se entablaba una ruidosa contienda verbal que, a veces, pasaba a mayores cuando,
por ejemplo, los granates exhibian un burro con los colores de la UNA y, cantando ”el burro de La
Molina….”. Ya vimos ese burro, pobre burro, capturado por el bando de la Agraria y llevado a beber
cerveza junto al equipo triunfante en un por entonces muy conocido bar de la Plaza San Martín,
entre otros. La UNA tenía entre sus estrellas a varios companeros de promoción como “Cañaña”
Monsalve, Charlie Woodman, Lucho Gulman y “Camión” Olivares y, gracias a ellos, triunfamos con
frecuencia.
39

Pero el futbol en serio era precedido por multiples y reiteredas partidas de futbol entre diferentes
promociones. El fulbito entre grupos de la misma promoción, en parte formados por argollas o por
especialidades, era muy frecuente y apreciado. Como se trataba más de reir que de ganar los
jugadores no eran necesariamente los mejores aunque era común buscar refuerzos de otras argollas
para no pasar tanta vergüenza. Los equipos de fulbito se disputaban las madrinas entre las mujeres
más simpáticas o más deseadas del
campus. De todas las madrinas, la
más codiciada siempre fue la bella
Deyanira. No es de extrañar que el
clan de los piuranos, mejores
jugadores y más ricos, con
Woodman y Gulman a la cabeza, se
quedaran con ella.
Como es obvio no solamente se
practicaba futbol y fulbito. La
promoción también fue la base de
un equipo triunfante de caza
submarina, de la cual el principal
artifice era el “Buey” Fernando
Martínez. Asimismo hubo grandes
partipaciones
en
deportes
agronómicos, como el rodeo.
El basketbol era popular gracias a la presencia de excelentes jugadores molineros, entre ellos, claro,
“Kike” Duarte y el “Cholo” Orezzoli.
40
No todo eran rosas.
Currarino recuerda la
bronca de Oscar Fukuda
(todavía en el primer año)
con Rolo Dyer (en el
segundo año) en el
campeonato interno de
futbol. Hubo una falta
grave por parte de Rolo y
nada impidió que se
dieran de trompadas. Así
nació el apodo o nombre
científico de Oscar, que
nunca
lo
abandonó:
Agaricus (por la cabezota) y matarolus (por matar Rolo).
Obviamente a poco volvieron a ser molineros.
Otro apodo nacido al calor de los deportes fue el de
Eduardo Pastor Rodríguez, por sus gritos desaforados
(“L con A…. La Molina… ra…ra… ra…”) durante un
campeonato interuniversitario de basket. Currarino
cuenta que fue él que en esa ocasión consiguió alquilar
un burro, al que vistieron con los colres de la UNBI, con
polo guinda , al que paseamos en el coliseo donde
realizaría el partido. Salimos vencedores pero muy
silbados y contentos.
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Al lado, una carrera de patos en el
Aniversario de Zootecnia. Pajuelo
“dando la partida”.
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Rodeo, en el transcurso del primer año, en el que nuestros compañeros Pepe López y “Paul Ancash”
Anibal Meléndez, que fueron nada menos que campeones. Abajo está el equipo de caza submarina
encabezado por el “Buey Marino”. Hasta ahora no se sabe que es lo que Vergara hacía en ese lugar.
43

Por Marco Antonio Cueva Pérez

Las Bodas de Oro de nuestra promoción marcan un hito en nuestra vida profesional, es pues un
acontecimiento muy importante; de ahí el deseo en mí, de escribir para nuestra Memoria 63,

algunas remembranzas sobre el Internado.
Cohabitar durante cinco años en el Campus Universitario, en lo que llamáramos Internado, me
resultaría una experiencia rica en vivencias compartidas. Fuimos al inicio dieciocho compañeros de
la promoción 63, y terminamos unos treinta, podemos decir pues un número apreciado dentro de
los 126 que somos. Por ello pensé que valía la pena escribir una corta historia sobre estas
vivencias. Claro está que al escribir sobre este tema, me arrogo la facultad de hacerlo a título
personal, de ahí la salvedad de que todo lo que se escriba aquí no necesariamente debe de haber
acuerdo unánime, esto es natural; así también trataré de sintetizar por una cuestión de espacio en
la Revista y/o por el riesgo de resultar tedioso.
E s muy probable que el Internado fuera concebido para alojar a estudiantes provincianos y esto
era así. Éramos en total aproximadamente 100 estudiantes de las diferentes promociones que
44
habitábamos en el Campus; estábamos organizados en la Asociación de Alumnos Residentes (ADAR)
de la UNA. En cuanto al clima social prevalecía entre nosotros el compañerismo, la amistad, la
confiabilidad, la solidaridad….. Éramos algo así como una cofradía, una gran familia, producto de
compartir ambientes sociales: no solo las aulas, también comedores, dormitorios, centros de
recreación, servicios médicos y todo el complejo que nos ofrecía en ese entonces la Universidad.
Algo que percibiera fue que el hecho de convivir en estas condiciones nos generaba un raro
sentimiento de “propiedad”, el de creernos “dueños” de la Universidad, quizá con mucho más
fuerza que nuestros compañeros externos.
Desde el punto de vista humano manteníamos contacto permanente con el personal de servicios:
En el comedor con el maestro Domínguez, jefe de cocina, su segundo el “compadrito” Ochoa. En los
transportes, recordamos a Fernández, jefe de choferes, al “Burro” Torres, al “Gordo” Calero, a
“Barrabás” empujando su carrito y a tantos otros. En la biblioteca a la amable Sra. Luisa de
Fernández; a Grados como responsable de la limpieza y arreglo de camas; el cartero de cuyo
nombre ya no recuerdo, el hombre que nos hacía llegar las cartas de familiares, de nuestras chicas
provincianas……
Territorialmente estábamos distribuidos en diferentes residencias: Residencia del Pabellón Central,
Residencia Internacional, Residencia de la Granja Avícola, Residencia de Zootecnia. Empecé mi
internado en La Avícola, el grupo de liberteños nos ayudara a Guillermo Ramirez y a mí en el
ingreso, ocupando la habitación más grande, una para cinco estudiantes, todos nosotros
procedentes de La Libertad.
Los fines de semana tomábamos el bus a las 6 p.m. para ir a la capital, teníamos dos servicios para
el regreso, uno a las 10 p.m , el otro a las 12 de la media noche. Cuando alguno de nosotros perdía
este último bus, tenía que hacer el largo recorrido cogiendo el colectivo Plaza Grau - La Parada y
luego el colectivo que había en aquel entonces La Parada- La Molina; pagarse un taxi nos resultaba
muy oneroso.
Al regresar de Lima por las noches, con frecuencia visitábamos el bar, la Sra. Irma de Uceda era la
encargada de prepararnos
un lomito saltado, un
arroz con pollo, una
sopita, podíamos pedir
diferentes
sándwiches,
pasteles…. limonadas y
café, ah, el café! Tan
esencial en las noches
que quedábamos hasta
muy tarde en alguna
barraca, en tiempo de
exámenes….
Un incidente
que
conmociona el Internado ocurrió el año 1960, nos llega la imprevisible y muy dolorosa noticia que
uno de nuestros compañeros del internado, promoción 62, había s ido víctima de una bala perdida,
falleciendo casi de inmediato. Esto sucede en un ejercicio a fuego real de Instrucción pre-militar,
naturalmente este incidente conmociona por igual a toda la Universidad.
45

Desde ese año se suprimió definitivamente los ejercicios de Pre-Militar con armas con fuego real.
Recordamos con mucha tristeza a José A. León Nacarino ex-miembro de la Junta directiva de la
ADAR. Muchos de nosotros, los internos, nos hicimos presente en sus funerales, en la ciudad de
Trujillo, mostrando de esta manera nuestra solidaridad con los deudos. Pocas semanas después en
asamblea general, resultaba elegido como miembro de la Junta directiva, en el cargo dejado por
José.
Como directivo tuve la suerte de conocer de cerca al Ing. Esteban Skarabonja, un ingeniero de la
guardia vieja, contemporáneo del Ing Luis Chiappe, senior. Don Esteban en su trabajo silencioso, era
en aquel entonces el responsable del patrimonio y de la logística de la Universidad; destaco sus
cualidades profesionales , su personalidad ejemplar y su sensibilidad en ayudarnos en la solución
de nuestros pequeños problemas ; lo recuerdo y quiero rendirle un justo homenaje en esta ocasión
de nuestras Bodas de Oro.
El día central de la ADAR lo celebrábamos un día del mes de setiembre con una fiesta , la
preparábamos con esmero, cursábamos cartas a los ex-molineros propietarios de predios dentro del
valle, solicitando ayuda que podía ser un carnero, aves, un pequeño tonel de vino tinto….recuerdo
por ejemplo, que el Ing. Federico Uranga siempre colaboraba con nosotros. A la hora de la comida
teníamos invitados de honor, eran alguno de nuestros profesores….Esta celebración se cerraba con
un baile siempre ameno y divertido.
El
Juego
de
barajas
lo
hacíamos en el
pabellón central,
jugábamos a las
cartas con nuestro
amigable médico,
el Dr. Efraín Rubin
de Céliz para
hacerle agradable
y entretenidas sus
noches
de
guardia.
En los Deportes,
recordamos
las
interesantes competiciones de fulbito, unas veces entre residencias, otras entre promociones, en
ocasiones teníamos como invitados a compañeros externos….Una mañana de domingo en un
partido entre la promoción 62 contra la nuestra, nos pegamos un susto mayor. Nuestro arquero
Álvaro A. Rebaza Jara, quien al tratar de emparar un pelotazo de William Wong se desploma y cae
inconsciente, Darien Ayala y César Incio corren a por un balde de agua.. ..un chorro de agua fresca
hizo despertar a Álvaro, pensábamos en lo peor. Disponíamos de un pequeño gimnasio en el que
practicábamos fitness y pesas. Dos veces en la semana contábamos con la asistencia técnica del Sr.
Berrocal, su mejor alumno era el “campeón” Hugo Mendoza Villar. En judo lo era nuestro
compañero César Muñoz Ortega, el “Diablo”.
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Una noche de tertulia, había ocasiones en las que nos visitábamos recíprocamente entre
residencias, recuerdo un noche de tertulia en la Residencia Internacional reunidos a platicar, con los
anfitriones Víctor Pongo, Juan Rheineck, Pablito Urbina…… bebiéndonos la yerba mate, tradicional
bebida paraguaya…debo decir que hasta hoy guardo el mate y la boquilla plateada, un apreciado
recuerdo de Pelito.
Un presente de cumpleaños. Una mañana a la hora del desayuno, reunidos para festejar el
cumpleaños de Guillermo Ramirez, tuvimos una sorpresa, Teódulo Quezada tenía un regalo muy
particular..… cuando “Comanche” llega al comedor mira sobre la mesa su regalo bien
empaquetado, al abrirlo encuentra una lengua de vaca, que con anticipación Teódulo había
conseguido en el camal; ver la cara del “Comanche” creó un ambiente de hilaridad, todos los
presentes festejamos y aplaudimos la chispa de Teódulo. Debo comentar que siempre flotaba en el
ambiente de quien de los dos, Téodulo o Guillermo era el más chismoso del internado.
Algo de solidaridad; nuestro compañero Miguel Garcia Cabrera, en una sesión de exámenes sufría
de cansancio de vista, el médico le recomendara leer lo mínimo posible, unos cuantos de nosotros
en solidaridad con Miguel estudiamos en voz alta, luego hacíamos algún debata en torno a la
materia…..… de esta manera nuestro compañero preparó en esa oportunidad sus exámenes.
El amigo descuidado: Washington López Cárdenas me invita un domingo por la noche a casa de su
tío en Lince quien celebraba sus cumpleaños, luego de degustar las delicias de la cocina de San
Martin y pasar momentos agradables, nos despedimos. Antes de salir El Pibe recoge su saco, se lo
pone y partimos…… al llegar al internado viene en cuenta que las llaves y el saco eran de su tío.
Que tal despiste y menudo trajín el de regresar a Lince juntos, por compañerismo.
Homenaje al compañero; no puedo evitar de mencionar a nuestro amigo, compañero, Victor
Landauro Montes, liberteño, nacido en Huamachuco, en donde sus padres tenían una ganadería.
Víctor fue siempre la persona amable, con una sonrisa casi permanente, siempre atento a servir al
compañero; pero, ironía del destino, falleció a poco tiempo de egresar. Nos adelantaste amigo,
compañero Víctor en esa marcha inexorable… Todos nosotros te recordamos en la celebración de
nuestro Cincuenta Aniversario. Victor descansa en paz!
Podríamos continuar, pero esto podría resultar tedioso. En buena cuenta he tratado de salpicar algo
en esta corta historia del Internado, historia tejida de incidentes, anécdotas, pasajes; refiriendo
valores de convivencia y confianza, solidaridad, fraternidad y unión. Y porque no, con la pretensión,
primero, de traer recuerdos a mis compañeros del Internado sobre nuestra permanencia en el
Campus de nuestra Alma Mater y luego también a mis compañero externos de mostrarles en lo
posible de cómo vivíamos un grupo de treinta de nuestra promoción. Ojalá sea así.
La Haya, verano 2013
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La graduación no fue un evento de un día solo. En realidad la graduación empezó varios meses antes
del acto formal de vestir nuestras togas y birretes y extender la mano para recibir el diploma y el

merecido apretón de mano, ante los aplausos de amigos y familiares.
En efecto, nuestra graduación fue precedida de varios almuerzos y cenas de despedida, con los
padrinos de cada facultad y con otros profesores, de las que abajo se muestran algunas, por ejemplo
con el inefable “Machazo” Quiroz y con el veterano Manuel Rodríguez Escribens.
48

Otras reuniones eran
apenas
entre
nosotros
y
eran
informales,
como
varias de las que
realizamos gracias a
la generosidad de
nuestro
colega
“Cabezón” Fukuda.
Algunas terminaban,
no recuerdo bien
cómo, en los bares de
La Herradura, en
peligrosas caravanas
de
automóviles
sobrecargados
de
bebedores
insaciables
y
conducidos
por
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quienes hoy, habida cuenta de los límites al alcohol en la sangre, tendrían sus brevetes cancelados
de por vida. Y, no puede olvidarse, también realizamos varias reuniones en el recreo Tres Marías,
cuando aún era un lugar popular, antes de que existiera la Universidad de Lima.

La ceremonia oficial de entrega de
grados académicos fue presidida por
el Rector Olcese y contó con la
asistencia del Presidente Fernando
Belaúnde Terry. El discurso de orden
fue de Manuel Rodríguez Escribens y
por la Promoción habló, muy bien por
cierto, Pepe López Parodi.

En esa ocasión Belaúnde recibió el grado de Doctor
Honoris Causa de nuestra Universidad.
Otra ceremonia bastante pomposa fue la de
entrega de Despachos de Alféreces –subtenientesde la reserva del Ejército.
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Fue en aquellos días de festejos previos a nuestra graduación que surgieron los primeros rumores de
los que alguno llamó la “maldición de la promoción”. Alguien habría jurado –o perjurado- que
habíamos convivido durante cinco años con un maricón disimulado. Eso, en verdad, no nos hubiera
preocupado mucho ya que éramos y somos todos de amplio espíritu y, en la actualidad, eso sería
políticamente correcto, casi deseable para una promoción que se respeta. Pero la tal maldición
nunca se concretizó. Lo que quedó es una inmensa curiosidad.
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En un grupo tan grande como el nuestro es obvio que no todos éramos lo que se puede llamar
amigos. Como visto, había argollas, grupos, combos y yuntas que dependían muchas veces de
vínculos pre-universitarios, como el colegio, la ciudad o el barrio de procedencia y hasta del orden
alfabético de nuestros apellidos que determinaba nuestros compañeros del día a día en las
prácticas. Especialmente en los dos o tres primeros años algunos mal conocían a todos. Pero, como
ya señalado, eso se disipó progresivamente y en cuarto y quinto nos conocíamos todos, inclusive a
esos compañeros que destacaban por no destacar en nada, es decir esos compañeros discretos y
callados o poco participativos, biológicamente calificados de “amorfos”. Ya había, inclusive, unas
pocas enemistades visibles y bien conocidas. Pero, con todo, como dicho, fuimos un grupo muy
unido y eso auguraba que continuase así durante nuestra vida profesional.
Nuestras primeras reuniones después de graduados fueron, frecuentemente, a consecuencia de los
matrimonios de compañeros, como el de Meche Vargas, “Tiburón” López Ocaña, “Flaco” López
Parodi, “Cañaña” Monsalve o “tac tac” Hidalgo, entre muchos otros.

Pero, unos pocos años después de entrar a la vida profesional, nuestra promoción confrontó una
situación muy difícil que puso a antiguos amigos o compañeros en trincheras diferentes. Se trata del
proceso de reforma agraria que fue la bandera principal del llamado Gobierno Revolucionario de la
Fuerza Armada. No se trata de discutir la necesidad o el carácter de esa decisión política, vista como
necesaria o justa por unos e innecesaria, perjudicial e injusta por otros. Se trata apenas del hecho
de que parte de nosotros éramos funcionarios del gobierno encargados de ejecutar ese proceso
mientras que otra parte eran los que lo sufrían. Y decir que lo sufrían no es eufemismo. En realidad,
esos amigos o compañeros perdían sus propiedades o las de sus familias, es decir tierras que eran
sus bienes y medios de vida además de ser sus raíces a veces por décadas y hasta por siglos. En
realidad perdían más que la tierra, pues el mecanismo de confiscación -aunque disfrazado como
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expropiación- era tan brutal que en muchos casos se les arrebataba hasta sus enseres personales,
sus recuerdos íntimos, sus animales domésticos más queridos. Esas intervenciones provocaron
momentos muy dolorosos y tristes, llenos de anécdotas que se prefiere no recordar. Los
compañeros del lado del gobierno trataron dentro de sus posibilidades de aliviar la pesadilla que
vivían sus amigos. Pero, también hubo algunos pocos que no tuvieron compasión ni modales. Ese
mal rato que nos tocó vivir ya es parte de la historia pero sería ingenuo pretender que no tuvo
impacto en nuestras relaciones.

También sería fácil decir o asumir que todos continuamos siendo buenos compañeros, como cuando
éramos estudiantes. Pero la vida no es así y a medida que el tiempo y la distancia actuaron, o peor,
que los intereses de cada uno fueron tomando cuerpo y se cruzaron con los de otros aparecieron
olvidos y nuevas amistades pero también algunas desavenencias, como en cualquier grupo humano.
Grandes amigos de antes quisieron trabajar unidos y eso frecuentemente terminó en divisiones que
perduran hasta el presente, como a veces pasa también en las familias. Pero esas son las
excepciones. La gran mayoría de nosotros continuamos nos alegrando sinceramente cuando vemos
a todos y cada uno de nuestros compañeros. Y compañeros con los que en la época de estudiantes
poco o raramente hablábamos se han convertido en grandes amigos en la edad madura.
La primera reunión más o menos formal de la Promoción se realizó 10 años después de egresados,
en el campus de la UNA, en un gran almuerzo campestre acompañados de nuestros cónyuges, los
que ya estábamos casados. La reunión fue presidida por el Rector, Fico Anavitarte y a ella
comparecieron nuestros padrinos y varios otros profesores. En esa ocasión el discurso estuvo a
cargo del “Francés”.
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La segunda reunión, de la que se muestran varias fotos en las páginas siguientes se realizó unos 20
años después de egresados, también en el Jardín Botánico.
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Las fotos de esta parte
corresponden a la segunda
reunión, realizada en el
Jardín Botánico, unos 20
años después de
egresados.

En ellas, como siempre, se
manifiesta una unión
absoluta entre todos los
integrantes de la 63. Fue un
evento memorable por eso
y por la alegría de reencontrarnos, aun con la
memoria fresca de
nuestros estudios y de
nuestra convivencia en La
Molina.

Pero esa fue, también, la
última vez que estuvimos
masivamente juntos.
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En esta foto se ve a
Renato Zepilli,
fallecido en junio de
2013 y a nuestro
querido “Camión”
Olivares.

Completan el grupo
el Mono Reaño y el
“Picudo” Chiappe.

“Metrecal” Capelleti
y “Cañaña”
Monsalve.
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Dos ases de las bromas y de las
ocurrencias… El inigualable “Bob
Hope”, cuyas proezas podrían llenar
libros y, el no menos ocurrente
“Calinche” en la foto muy ocupado
en retirar algo de la nariz (en esa
época no había teléfonos celulares!)

“Calaverón” sin su saco a cuadros,
“Hiposexy” estrenando bigote, el
siempre cauto “Tortuguita” con
“Pirín” Carpena.

El inolvidable “Camión”, en una de
sus actitudes típicas. En la foto se ve
a Morales, otra baja entre nuestros
compañeros.
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La cerveza regó profusamente la
pachamanca y liquidada ésta
última, la cerveza continuó
corriendo, liberando los recuerdos
y las bromas malvadas de
Currarino, tanto así que hasta el
poco comunicativo “Fito” Bertozzi
y el no demasiado sociable
“Obispo” González Passano (que en
paz descanse) estaban
participando animadamente.

Obsérvese, en las fotos de esta
página, varios amigos fallecidos.
Además de González Passano, se
fueron “Koji” Amemiya, Marino
González, Carlos Olivares, Enrique
Raffo y Jorge Vanderghem.

También están, bebiendo su
chelitas, nuestras recatadas colegas
“Fina” Guevarra y Meche Vargas.
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Arriba, Lucho Esteves, inolvidable piloto y rey indiscutido de la Javier Prado
en su raudo Chevrolet Bel Air automático celeste y blanco que dirigía
mirando atrás por debajo de la puerta abierta, entre otras hazañas a las que él
y nosotros, sobrevivimos.

Abajo, Cañaña siempre reilón y Javicho, uno de los pasajeros asiduos de Lucho
Esteves, con mucho apetito.
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Arriba, Carlos Amat y Efraín Palti,
durante muchos años culpables
de lo bueno, lo malo y lo feo de
nuestro Sector Agrario.

Abajo, viejos, feos y panzones,
pero todavía llenos de brío.
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Tuvimos la suerte de tener muchísimos profesores. Tantos que no da para recordarlos todos y
también porque no todos nosotros los conocimos bien a todos en función de las especialidades. La
Molina, gracias a las autoridades de la época, en especial a la capacidad gerencial de Orlando
Olcese, era la universidad peruana con el más alto estándar educativo y con la mejor producción
científica y eso era en parte debido a que había muchos profesores, con calificaciones, tiempo y
dinero para investigar.

Los alquimistas:
“Chombeque”, “Cojudo de Plata” Jacques Schomberg
El “Muerto” González Terán
Javier “Tuerto” Gazzo,
Orlando Olcese Pachas,
Dante Roca Pereyra
Aunque Schomberg, Olcese, Gazzo y Roca
eran buenísima onda y les teníamos
bastante “camote”, hay que reconocer
que nos hicieron sufrir mucho con sus
cursos. Ya, “El Muerto”, el pobre, no ganó
ningún concurso de simpatía. Schomberg,
a pesar de su edad y de su apariencia
retraída, se prestó a ser tutor de un grupo
bastante grande, en dos largos y
maravillosos viajes de prácticas, uno al
Norte y otro al Sur. Se comportó
extraordinariamente bien y los que tuvimos la suerte de viajar
aprovechamos mucho de sus vastos y sorprendentemente
diversificados conocimientos, además de su excepcional calidad humana.
Bacal dice: Él fue un verdadero maestro. Jacques Schomberg, out of the blue, nos dio una de las
mayores lecciones de educación política en mi vida, en el contexto de
una clase de química: "Es difícil tener poder y no abusar de el"!
Los agricultores
Jules “El Chivo” Gaudron,
Mario Boza Barducci,
Esteban Skarabonja,
Luis Chiappe, senior
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Javier Becerra de la Flor,
Carlos Ochoa,
Jacobo Zender,
Arturo Flores,
Charles “Chololo” Morin,
Alfredo Montes Puig,
Héctor Brignetti,
Alfonso Cerrate,
Guillermo Parodi,
Flavio (“El Lobo”) Bazán Peralta,
Alberto Barreda,
Luis (“Picudo”) Chiappe, junior
Reynaldo Crespo,
Miguel (“Micky”) Holle Ostendorf
Este grupo reunió profesores muy queridos y respetados aunque no
siempre destacaron por sus cualidades lectivas. Boza y Ochoa eran
escuetos, categóricos y distantes. Zender, siempre afable y elegante, era
un tanto anticuado en sus enseñanzas y nos proporcionaba notas que
invariablemente eran 11 o 13. Nunca más, nunca menos.
Sospechábamos que alguno de sus nietos menores era el que revisaba
las calificaciones con la orden de siempre aplicar exclusivamente pero al
azar esas dos cifras. Nadie desaprobaba pero nadie aprobaba con más
de 13. Bazán nos inició en la dasonomía, como por entonces se llamaba
a la ciencia forestal y Crespo nos introdujo a los cultivos tropicales.
Crespo ofreció una última clase con 100 años de edad, dando un
ejemplo de perseverancia y de interés por el trabajo y la vida. Ya Morin,
Montes y Holle, simpatiquísimos ellos, nos presentaron la horticultura y Flores, el padre de Lourdes,
la pepecista, nos enseñó fruticultura. Gaudron no llegó a dictar ninguna clase para nuestra
promoción, pero él estaba presente en todas las ceremonias y era frecuente verlo en el campus,
donde residió hasta su fallecimiento. Algunos, como Vanderghem y Dourojeanni, conocían
personalmente al anciano profesor por relaciones de sus familias. Además, no debemos olvidarlo,
Vanderghem era nieto del fundador de la ENA. También se recuerda con cariño especial a Luis
“Picudo” Chiappe, siempre dispuesto a ayudar.
Javier Becerra de la Flor fue el último Director de la ENA y el primer Rector de la UNALM. Aunque no
tuvimos mucho contacto con él, quien además parecía una
persona bastante severa, a él en gran parte debemos la
buena calidad de nuestra enseñanza. Además, su secretaria
era famosa por su belleza y elegancia.

Los botánicos y los biólogos
Octavio (“Cholo”) Velarde Nuñez,
Ulises (“Zapotek”, ”Fuchifú”) Moreno Moscoso,
Luis Vega Bancalari,
Gastón Vejarano,
Pedro Aguilar,
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Hans Koepcke
Sobre Octavio Velarde, nuestro mentor, ya se trató ampliamente. Apenas faltó mencionar que
Velarde era Decano de la Facultad de Agronomía cuando falleció. Otro profesor, que estuvo muy
presente en nuestras vidas universitarias y del que recordamos muchas situaciones, es Ulises
Moreno, con su dejo inglés –que ya abandonó- , su lazo estilo cowboy (acababa de regresar de
Gringolandia) y su enorme entusiasmo para explicar las reglas de la
fisiología vegetal. Él, siempre suspicaz y estricto, acostumbraba tipiar e
imprimir, él mismo, las pruebas objetivas semestrales. Terminada la
operación quemaba los esténciles y los tiraba por la ventana. No sabía
que debajo de ésta había un par esperando por el papel carbonizado en
el cual aún se podía leer fácilmente lo que estaba escrito. Pero los que
consiguieron la prueba, que era temprano al día siguiente, no sabían las
respuestas, generando un intenso intercambio de informaciones y de
viajes entre argollas que duró hasta bien entrada la madrugada. Todos
aprobamos. Vega Bancalari era buena gente pero bastante deficiente
como profesor de genética. Pocos tuvieron la suerte de tener a Pedro
Aguilar -que acaba de fallecer- como profesor pero perdimos mucho con
eso. Algunos tuvieron la oportunidad, asimismo, de llevar un excelente curso de ecología con Hans
Koepcke, que era profesor a tiempo parcial.

Los economistas
Luis Paz Silva,
Carlos Derteano
Hubo otros economistas en la UNA. Pero para la mayoría de nosotros el único verdadero profesor
de economía fue Luis Paz. Además, “Lucho” Paz, para muchísimos, fue el gran maestro que todos
sueñan tener después de egresar. Ofreció empleo, consejos, amistad y supo estimular lo mejor de
cada uno de sus discípulos. Además, él siguió haciendo eso durante toda su vida y lo hace hasta el
presente, con más de 80 años de edad. Dedicó toda su vida a la construcción de un Perú mejor. Es
un gran ejemplo!

Los matemáticos y físicos
José Luis Krumdieck,
“Machazo” Jorge Quiroz,
“Pajarito” José Estremadoyro
Carmen Cassano
Como dicho ellos nos hicieron sufrir mucho. Para la mayoría aún es un misterio completo eso de la
geometría analítica, el cálculo integral y el diferencial y sólo Dios sabe que más. La mayoría hemos
aprobado esos cursos apenas apelando a la generosidad divina o al azar y, a veces, a la vista aguzada
sobre la prueba del vecino más estudioso, Palti, por ejemplo.
El bando de la izquierda y los literatos:
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Jorge González,
Aníbal Quijano,
José María Arguedas,
Javier Sologuren,
Luis Alberto Ratto,
Baldomero Cáceres,
Jaime Llosa,
José Paz Garay,
Manuel Vera Alva,
Miguel Reynel,
Cesar Delgado Barreto,
César Benavides,
Alfredo Torero,
Ernesto Villacava,
Alfonso Chirinos Almanza
José Carlos Fajardo, y
Carlos Samaniego
Fue en nuestra época que se creó la Facultad de Ciencias
Económicas y Sociales que se llevó a algunos compañeros
nuestros. Concentró profesores con ideas de izquierda que
fueron el embrión de muchos de los grandes males de
comienzos de la década de los años 1970.
La Cantuta, en caos, desbordó sobre La Molina. Trajo mucho de bueno, como el escritor Arguedas, el
poeta Sologuren y los profesores Ratto, Reynel, Cáceres “y su coca” y Delgado, secretario casi
permanente de la UNALM. Pero también trajo confusiones. Nuestra promoción se benefició poco
de esos profesores.

Los ingenieros y los mecánicos:
Carlos Vidalón,
Arturo Cornejo,
Reginald Ledgard,
Guillermo Carrera,
Renato Rossi,
Medardo Molina,
Alfonso Alcedán,
José Aquize,
Jaime Gilardi,
Juan Lituma,
César Bellido
Muchos profesores muy buenos, tanto que nuestro padrino es uno de
ellos. Destacaron Carlos Vidalón, que fue electo Rector y Alfonso Alcedán. Los mecánicos, entre ellos
el “buena gente” pero celoso Gilardi y el no tan simpático Carrera, además de Ledgard, nos
enseñaron a driblar tractores y otros aperos agrícolas.
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Los vaqueros:
Carlos Luna de la Fuente,
Antonio “Caquita” Bacigalupo,
Miguel Sarria García,
Ferrucio Accame,
Rafael La Rosa Llosa,
Alfonso (“Negro”) Flores Mere
Federico (“Fico”) Anavitarte,
Renato Zepilli,
José Ducato Backus,
Francisco Sylvester,
Guillermo Gómez,
Marcial Jara Almonte
José Téllez
Profesores excelentes y tradicionales pertenecen a este grupo. Obviamente destacó Luna de la
Fuente pero, asimismo ocupa lugar importante Bacigalupo, siempre lleno de ideas y propuestas, en
general un tanto utópicas pero que marcaron el avance de la ciencia y de la UNALM. Anavitarte,
todo un caballero, fue el profesor que nos inició en la anatomía y que, después, fue elegido Rector.
Destacaba, por su constante buen humor y cara de chistoso, Miguel Sarria, tío de nuestro propio
Sarria. Ducato emigró a los temas pesqueros.
Bacal dice: “Antonio Bacigalupo nos dio la mejor lección de ética en nuestra carrera, al dejarnos
solos en el aula, durante un examen final de (creo) nutrición animal, no sin antes recordarnos que
nosotros éramos el futuro de nuestro país y que el confiaba en nuestra honestidad. Creo (quiero
creer) que nadie copió en ese examen.

Los bichólogos:
Isaías Combe Loero,
Mario (“Forfor”) Zapata Tejerina,
Klaus Raven Büller,
Fausto Cisneros,
Alberto Martin
Combe fue el “papá” de los candidatos a entomólogos
de esa época. No era un gran científico como Raven o
Cisneros, pero era bueno como pan francés fresco,
siempre dispuesto a ayudar, a apoyar a levantar el
espíritu. Raven, que después llegaría a Vicerrector,
sólo fue conocido por los que hacían posgrado pero
fue uno de los más queridos y respetados profesores
de esa época. Ya Cisneros, a pesar de sus amplios
conocimientos no fue tan popular y menos aún,
Zapata que, en cambio, fue elegido Rector.
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Aunque no fue profesor no puede dejar de recordarse al preparador Cirilo Aranda, que mucho nos
ayudó con las colecciones de insectos.

Los “fitopatolos”
Germán García Rada,
Lily Brown,
Víctor Revilla,
Teresa Ames,
Rosendo Postigo
No se puede decir que Postigo y Revilla eran profesores admirados ….. Ya Lily y Teresa nos aliviaron
los cursos de la especialidad, que son inevitablemente un tanto aburridos.

Los sueleros
Manuel Rodríguez Escribens,
Miguel Arca Bielick,
Amaro Zavaleta,
Sven Villagarcía Hermoza,
….. Zapater
Ninguno de ellos fue muy popular pero eran profesores competentes e hicieron lo mejor de su parte
para formarnos.

Los computarizados:
Walter Fegán,
José Calzada Benza,
Américo Valdez
Era la época del gigantesco, misterioso e intimidador computador central con sus millones de
tarjetas perforadas. Pocos entendimos alguna cosa de esa máquina infernal…. Y teníamos razón. El
diablo se la llevó y hoy no existe más. Calzada era un gran patrocinador y amigo pero como profesor
era tan caótico como inaudible. Pocos entendimos alguna cosa de lo que enseñaba con tanta
dedicación. Pero era muy querido.

La Promoción 1963 en la UNALM:
Por diferentes lapsos, desde unos pocos años hasta por más de tres décadas, estos compañeros
(quizá falte alguno) sirvieron y aun sirven a la sociedad como profesores en nuestra alma mater:
Bacal Roij, Azril;
Dourojeanni Ricordi, Marc;
Fernández Northcote, Enrique;
Fernández Vargas, Enrique;
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González Rivadeneyra, Marino;
Guevara Llave, Josefina
La Hoz Brito, Enrique;
López Ocaña, Carlos;
López Parodi, José;
Pastor Rodríguez, Eduardo;
Palti Solano, Efraín;
Pizarro Carbone, Humberto;
Quijandría Salmón, Benjamín;
San Martín Novelli, Alfredo;
Sano Naveta, Juan;
Urbina Barreto, Juan

Arturo egresó de la ENA en 1955. Desde estudiante destacó en todo lo que hizo, con calificaciones
sobresalientes y como dirigente estudiantil, habiendo sido Presidente del Centro de Estudiantes.
Como era de esperarse ingresó a la docencia en su alma mater donde después de rápidos ascensos
académicos alcanzó la Jefatura del departamento de irrigaciones de la nueva Facultad de Ingeniería
Agrícola y, más tarde, fue Decano de la Facultad de Ingeniería Agrícola. Antes, debido a sus dotes
humanas reconocidas por todos fue designado para tareas delicadas como la organización de la
oficina del estudiante, como miembro de la comisión encargada de crear la asociación de obreros de
la UNA y como miembro del grupo que revisó los estudios preparatorios. Pero, en verdad, le
correspondió estar en todo lo que implicaba relaciones con estudiantes y personal como son
distribución de bolsas y becas, resolución de conflictos, ayuda social, internado y también
participación en exámenes de ingreso. Dedicó 17 años de su vida a la UNALM.
Optó al grado de MSc en la especialidad de irrigaciones en la Universidad de California, Davis, donde
años más tarde también obtuvo su PhD. Ha sido autor y coautor de libros y de varias publicaciones
en temas de su especialidad habiendo, asimismo, patrocinado numerosas tesis de grado a nivel de
ingeniero y de magister en la UNA. Algunas de sus publicaciones más conocidas son “El riego en el
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Perú”, “Resources of arid South America” y “South American arid lands: outstanding characteristics.
Problems and potential for development”.
A comienzo de los anos 1970s Arturo fue convidado por el gobierno para asumir el cargo de Director
General de Aguas en el Ministerio de Agricultura. En ese cargo hizo grandes innovaciones técnicas y
administrativas algunas de las cuales perduran hasta el presente. Posteriormente aceptó una
invitación del Banco Mundial (BIRD) para ser oficial senior con base en Washington, DC. A fines de
los años 1980 su esposa, Lily, falleció. Arturo continuó trabajando por 18 años en el BIRD donde
participó en el diseño, implementación y evaluación de 38 proyectos de desarrollo rural y y riego en
16 países de América latina, Asia y África. También fue Director de La Unidad Regional de Asistencia
Técnica (RUTA), creada por el BIRD, con participación del BID, PNUD, FIDA e IICA y financiamiento
japonés. Después de su retiro por límite de edad y pasó a vivir por un tiempo en Costa Rica, tierra de
su segunda esposa. Actualmente reside nuevamente en Washington, DC.
Además de su experiencia académica e internacional Arturo se desempeñó en la actividad privada,
inicialmente en agricultura pero principalmente como consultor para empresas y agencias
gubernamentales. Después de su retiro del Banco Mundial también ha realizado numerosas
consultorías internacionales. Sus méritos han sido reconocidos con numerosas distinciones,
inclusive por el Ministerio de Agricultura del Perú.
Lily también es ingeniero agrónomo, graduada en la ENA. Inició su vida profesional como
fitopatóloga en la Estación Experimental Agrícola de La Molina. En 1952 fue nombrada Jefe de
Prácticas en la ENA y poco después viajo a EEUU para hacer un MSc en fitopatología en la
Universidad de Wisconsin, EEUU. En 1958 fue nombrada profesora asociada y en 1961 ya era
profesora principal. También fue Jefa del Departamento de Fitopatología de la UNA.
La vocación principal de Lily era la investigación científica, siendo autora de numerosos estudios
sobre enfermedades de plantas agrícolas. Destacaron sus trabajos sobre virosis y sobre
enfermedades de la papa.
Acompañó a su marido, Arturo, a EEUU cuando él aceptó trabajar para el Banco Mundial. Víctima de
una enfermedad incontrolable, ella falleció prematuramente en esa ciudad.

(Responsable por la Clase del Recuerdo)
Estudió primaria y secundaria en el Colegio San José, Hermanos Maristas del Callao. Se graduó de
agrónomo en el año 1953, obteniendo el título de ingeniero en 1954. En 1957 se graduó de Master
en Economía Agrícola en la Universidad de Cornell, New York. También en 1957 obtuvo un diploma
de Capacitación en Administración Pública del Departamento de Agricultura en Washington, DC. En
1962 se capacitó en Planificación Urbana y Regional en la Universidad de Yale, Connecticut y, en
1966, realizó un entrenamiento en Comercialización de Productos Agrícolas, en Holanda, Israel y
Dinamarca con una beca de la OEA.
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Comenzó su actividad profesional como Economista Agrícola del Instituto Interamericano de
Ciencias Agrícolas (1957-1962). Durante este período elaboró el primer estudio socio-económico y el
primer estudio de administración rural en el Valle del Mantaro, aplicando el método de encuestas,
con el fin de organizar los servicios de extensión agrícola. Organizó y dictó cursos de Economía
Agrícola y Administración Rural en los cinco países andinos. A partir de 1962 y hasta 1981 trabajó
directamente para el gobierno peruano, principalmente en el sector agrario. De 1962 a 1963 fue
nombrado Director de Economía Agraria del Ministerio de Agricultura y de 1963 a 1969 fue Gerente
Técnico y Gerente General de la Corporación Nacional de Abastecimientos del Perú (CONAP). De
1970 a 1980 fue Jefe de la Oficina Nacional de Planificación Agraria (OSPA) y en 1981 fue Director
del Programa de Capacitación en Planificación del Instituto Nacional de Planificación.
Entre 1981 a 1987 regresó a la docencia, siendo nombrado Profesor Principal de la Universidad
Nacional Agraria de La Molina y también Jefe de Departamento y Decano de Economía y
Planificación.
A partir de 1987 y hasta 1994 asumió la jefatura del Departamento Agropecuario de la Junta del
Acuerdo de Cartagena. En ese cargo él fue responsable de la formulación y conducción de los
proyectos agrícolas y de armonización de políticas agrarias y comerciales de países andinos.
De 1996 al 2000 ha sido Gerente de Agro-exportación de la Comisión para la Promoción de las
Exportaciones (PROMPEX) y Presidente de la Fundación
para el Desarrollo Agrario. En la última década fue Asesor o
jefe del gabinete de asesores del Ministro de Agricultura
(2000 a 2004) y del Ministro de la Producción (2004 a 2010).
Actualmente es Asesor del Presidente Ejecutivo de Sierra
Exportadora.
Ha desarrollado un sinnúmero de consultorías nacionales
(COFIDE, FDA) e internacionales (BID, SELA, FAO, CGIAR,
USAID, IICA, PNUD) en temas de su especialidad en varios
países de América Latina. Es autor y coautor de numeroso
artículos en revistas técnicas del Perú y de las instituciones
para las que trabajó.
Sus altos cargos públicos nacionales e internacionales lo
llevaron a representar al Perú o a sus instituciones en un
número considerable de directorios, consejos y, obviamente
de conferencias y eventos en el Perú y en todo el mundo.
Entre otras intervenciones importantes ha sido orador
invitado por el IPAE a tres Conferencias Anuales de
Ejecutivos (CADE).
Sus servicios públicos han sido reconocidos con el “Premio Interamericano de Desarrollo Agrícola”
del Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (1976), la Medalla y Diploma al Mérito de la
Facultad de Economía y Planificación de la Universidad Nacional Agraria de La Molina (2000), la
Medalla y Diploma al Mérito del Ministerio de Agricultura (2001) y el “Premio al Mejor Empleado
Público del Año” de la Asociación de Exportadores (2003).
80
De derecha a izquierda: Profesores Moreno, Gómez, Luna de la Fuente, Pastor, Dourojeanni y
Pierret con el maestro Gaudron
81

Esta sección relata algo de nuestras vidas durante el medio siglo pasado. La mayoría no respondió al
pedido de enviar sus resúmenes o el de los amigos fallecidos. Pero obtuvimos, después de docenas
de insistencias y reiteraciones 50 relatos breves6 cuya lectura es fascinante y revela, de una parte, la
enorme contribución de la Promoción 1963 al desarrollo nacional y, en general, a mejorar la vida de
nuestros conciudadanos y de otros en muchos países del mundo. La inmensa mayoría de nosotros
fuimos leales a nuestra profesión, es decir la ejercimos plenamente, y a nuestros anhelos juveniles
de “hacer patria” y de luchar por una nación más equitativa y, como se dice ahora, más sostenible.
Eso fue logrado desde una diversidad de trabajos en el sector público, en la academia, en
organizaciones internacionales o, desde el sector privado. Pero, de otra parte, la lectura también
revela hechos sorprendentes, completamente ignorados por la mayoría, sobre la vida personal de
muchos compañeros que, especialmente, después de la jubilación, dieron inicio exitoso a
orientaciones o actividades completamente nuevas, como revivir o recomenzar.
En base a una muestra de 57 colegas (incluyendo algunos que no enviaron resúmenes pero sobre los
que se tuvo información) se determinó que la mayoría no se restringieron a trabajar para un solo
sector. En efecto, el 60% combinó por periodos mínimos de 3 años el servicio público nacional o
internacional (gobierno, universidades, organizaciones internacionales) con gran diversidad de
labores privadas, en especial la consultoría. El 61% trabajó para el sector público (excluida la
academia) por un periodos de más de tres y hasta por más de 30 años. Otro 58% trabajó
principalmente en el sector privado. El 30% sólo trabajó para el sector privado y nunca para el
Estado, en proporciones iguales como empleados de empresas privadas y como propietarios de sus
negocios, éstos últimos muchas veces de tipo agropecuario. El 21% trabajó esencialmente para la
academia y otro 21% dedicó gran parte de su vida profesional al ámbito internacional (bancos
multilaterales, organizaciones de las NNUU o de la OEA, etc.).
Aunque a algunos no les agrade llevarlo en cuenta, nuestra promoción brindó dos ministros de
Estado, en Panamá y en Perú y, asimismo, ocho viceministros, incluyendo los que también fueron
ministros. Efraín Palti batió todos los récords en términos de longevidad como viceministro.
Establecer el número de los que fueron directores generales o alcanzaron rangos equivalentes es
difícil pero debe pasar de veinte. Otros ocuparon altos cargos en organizaciones internacionales. Los
hubo que destacaron muchísimo en el rubro de la sociedad civil organizada. También tuvimos por lo
menos dos alcaldes, uno de los cuales de la ciudad de Piura y varios presidentes de capítulos del
Colegio de Ingenieros.
El 48% de la muestra obtuvo un MSc o equivalente y el 19% obtuvo un PhD o equivalente.
organizaciones internacionales. Muy pocos de los que se dedicaron principal o exclusivamente a
actividades privadas hicieron estudios de posgrado.

6

Después de analizar la muestra inicial y de distribuir la primera edición de esta Memoria, otros compañeros
enviaron sus datos. Pero éstos no fueron contabilizados.
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Homenaje a la promocion 63 de la unalm, Peru

  • 1.
  • 2. 2 Un vistazo a nuestros alegres años de estudios, a nuestros amigos y compañeros de entonces y de casi toda la vida, a nuestros profesores y a nuestra evolución profesional durante los últimos 50 años I. II. III. IV. V. VI. Introducción La Promoción 1963 1. Antes del ingreso 2. El bautismo: “Perros” y padrinos 3. ¿Quiénes éramos en 1959? 4. Los años de convivencia 5. Las argollas y las yuntas 6. Prácticas y viajes de práctica 7. El deporte que nos une 8. El internado 9. La graduación 10. Amistades que perduran o que se renuevan Nuestros profesores más queridos, respetados y recordados 1. Arturo y Lily Cornejo 2. Luis Paz Silva ¿Qué hicimos durante los últimos cincuenta años? Los compañeros que nos dejaron 1. Carlos Olivares Mongrut Contribuciones especiales 1. Del caimán, con cariño 2. Planificación nacional y la `63` 3. La promoción 63 en el campo empresarial del Perú Noviembre 2013
  • 3. 3 Nos complace presentar este recuento de nuestra época de estudiantes y de nuestra vida durante los últimos 50 años. Hacerlo fue una decisión tomada en una de las más frecuentadas reuniones preparatorias de los festejos de la Promoción 1963, el 28 de mayo de este año. El encargo fue hecho a nuestro amigo Marc Dourojeanni habida cuenta de sus dotes de escritor y de haberse ofrecido voluntariamente a desarrollar la faena. No ha sido fácil obtener que nuestros compañeros colaboren. De una parte, simplemente porque varios no han podido ser contactados. De otra parte, son demasiados los compañeros ya fallecidos. Y de los demás, se recibieron solamente unos 50 aportes, algunos de lo que incluían fotografías de nuestra época de estudiantes, fotografías de tiempos más recientes, un resumen de sus actividades y pensamientos sobre sus vidas. Además, algunos como Marco Cueva, Manuel Montero, Miguel Orihuela, Efraín Palti, Gustavo Gonzalez y Carlos López hicieron notas especiales y otros varios se encargaron de compilar los resúmenes de algunos de sus amigos desaparecidos más próximos. El resultado es lo que van a leer y ver ahora. De un lado rejuvenece y alegra el corazón rever, juntas y ordenadas, tantas recordaciones gratas, tanta alegría en nuestras caras de jóvenes veinteañeros con pocas preocupaciones, aun llenos de ilusiones y de perspectivas. De otro lado, se lee lo que fueron nuestras vidas y, aunque seguramente muchos no alcanzamos nuestros ideales juveniles, se constata que somos una promoción de la que la que todos nosotros podemos estar orgullosos. Hemos contribuido al desarrollo del Perú y a mejorarlo, sin duda, tanto en los temas de nuestras especialidades como en la procura de crear una sociedad más justa. Eso lo hemos hecho desde la actividad privada o desde la que es pública, desde la academia y desde las organizaciones internacionales, desde el laboratorio y la teoría científica o política y desde el campo. Leer y ver eso, en especial si se hace solitariamente, nos hará sonreír pero también nos hará llorar. Pero vale la pena. La Comisión E. Palti, M. Orihuela, E. La Hoz Y L. Romero Hernán Pajuelo y Benjamín Otero
  • 4. 4 La última promoción que ingresó a la Escuela Nacional de Agricultura, en 1959, fue la nuestra. En 1960 se creó la Universidad Agraria, que ahora se llama Universidad Nacional Agraria de La Molina. Ese hecho hizo que adoptáramos el nombre de “Promoción Escuela Nacional de Agricultura”, rompiendo la tradición de rendir homenaje a nuestros profesores dándoles su nombre a la promoción. Lo hicimos a medias pues nuestra promoción también lleva el nombre de Octavio Velarde Nuñez, nuestro muy admirado profesor de botánica, fallecido precisamente en 1963. También, como todas las promociones, escogimos padrinos y esto fue hecho por especialidad. La más numerosa, la de Agronomía, escogió a la pareja Arturo Cornejo y Lily Brown de Cornejo, respectivamente nuestros profesores, entre otros, de ingeniería agrícola y de fitopatología. Los compañeros de Zootecnia escogieron a Carlos Luna de la Fuente y los de Ingeniería Agrícola a Jorge Quiroz Rivas (“Machazo” o con “Quiroz habrá arroz”). Los egresados de Ciencias Sociales y los de Pesquería no tuvieron padrinos especiales pues ellos aprovecharon de las circunstancias iniciales de sus facultades para terminar sus estudios en el exterior. Nosotros fuimos víctimas o beneficiarios -todo es relativo- del famoso currículo flexible que a algunos de nosotros nos permitió concluir nuestros estudios de uno a dos semestres antes de lo previsto e, inclusive, en el caso de nuestro buen compañero Luis Guiulfo, le permitió graduarse en 1963 a pesar de haber ingresado en 1960. Fuimos, en gran medida, una promoción privilegiada ya que gozamos de ambas instituciones: La tradicional Escuela Nacional de Agricultura y la moderna Universidad Nacional Agraria, ambas con sus peculiaridades, ventajas y desventajas. En esa época, en que las facultades aún estaban en formación, tuvimos la suerte de mantenernos muy unidos, como un solo grupo.
  • 5. 5 Comenzamos a sufrir mucho antes de enfrentar el examen de ingreso. Primero tuvimos que resolver el obvio problema de decidir la carrera que seguiríamos. Para los hijos de agricultores o los que nacieron en el campo esa parte no fue tan difícil. La Escuela Nacional de Agricultura, La Molina, era la única opción y era una elección muy deseable. En efecto, por entonces, era reputada como la mejor de todas las instituciones universitarias peruanas. Pero, para la mayoría de nosotros, nacidos en centros urbanos y sin mucha relación con el campo, la selección de nuestra futura profesión era más difícil. En el caso de los que definitivamente no teníamos inclinaciones hacía las letras, las discusiones abarcaban las ventajas y desventajas de ser ingeniero agrónomo, civil o mecánico o de ser arquitecto, médico o veterinario. Yo, por ejemplo, ya estaba atraído por el campo pero no por la agricultura. Me atraía la naturaleza y, en especial, la Selva. Para trabajar en ese medio podía orientarme a la antropología o a la etnografía, áreas que me interesaban mucho, pero las largas disquisiciones con los compañeros de colegio me hicieron creer que si me dedicaba a los indios amazónicos me moriría de hambre. Ser agrónomo era una opción mejor. Luego constaté que, en realidad, me equivoqué. Ahora sé que cualquier profesión, si se aborda con verdadero interés, rinde frutos. Pero no me arrepiento de haber escogido la agronomía. Una vez decidido que La Molina era el lugar cierto para estudiar era obvio que necesitábamos aprender más para garantizar el ingreso. Así que muchos de nosotros pasamos un año entero sufriendo largas horas nocturnas haciendo estudios preparatorios en academias. Yo asistía a una academia, en Breña, que pertenecía a profesores de la Escuela Nacional de Ingeniería y que se centraba en las matemáticas (el “cuco” para la mayoría de nosotros) y la física. El año entero de malas noches sirvió de poco. El examen escrito era difícil pero nuestro verdadero terror fue enfrentar el examen oral donde personajes como “Pajarito” Estremadoyro y el “Loco” Krumdieck, entre otros, se hicieron famosos como inquisidores impiedosos de muchas generaciones de agrónomos. En aquellos días se sospechaba que el tal examen oral era discriminatorio. Muchos afirmaban que ese era el mecanismo utilizado para bloquear el ingreso de los que no eran parte de la élite social rural. Lo cierto es que esa hipótesis resultó malévola, como dicho sea de paso lo demuestra la variada composición social de nuestra promoción. Pero eso era lo que muchos creían firmemente. Sobre el particular basta con leer la opinión de Ricardo Letts (La Ruptura - Diario Íntimo 1959-1963). A pesar del sacrificio, del terno (el primero de mi vida) que usé para presentarme “bien” ante el jurado y de los consejos personales del patriarca Jules Gaudron, amigo personal de mi abuelo, como tantos otros, no conseguí transponer la alta valla del examen de ingreso y me re-encontré con otras víctimas del filtro en la famosa Sección Preparatoria (la “Pre”) de la Avenida Cuba (por entonces la entrada era por ese lado). “Coco” Montoya nos recuerda que él fue uno de los 7 que ingresaron directamente, concluyendo el colegio y sin hacer la “Pre”, entre los 34 que aprobaron el examen de ingreso de 1959. Con él estuvieron Palti y San Martín y otros cuatro.
  • 6. 6 La “Pre”, aunque no guardo buenos recuerdos de sus inmensas salas frías y de sus bancos duros, fue en parte un buen anticipo de lo que vendría en la Universidad. Varios de los profesores de la Pre eran los mismos que tendríamos en el primer y segundo año y, de otra parte, ese año permitió ir construyendo algunas amistades que se mantuvieron firmes en los años subsiguientes. Como dicho, no se puede decir que la Pre fue un periodo gratificante, pero pudo ser peor. Tuvimos allí algunos profesores memorables, no necesariamente por ser buenos docentes, entre ellos el famoso “Lengüita” Güerinoni, que jamás se levantaba y que si escribía algo en la pizarra lo hacía estirándose peligrosamente sobre la silla que parecía atornillada a su trasero. Nunca lo vimos caer, como tanto deseábamos. Era, literalmente, un dictador pues dictaba lo que leía de un cuaderno obviamente muy viejo. Ese personaje repitió el plato en el primer año y el resultado es que en nuestra promoción somos muy poco los que aprendimos alguna cosa de geología, una materia muy importante para la profesión agronómica. Felizmente, “Lengüita” fue la excepción y, habiendo los demás profesores cumplido adecuadamente sus responsabilidades, al final del año, ingresamos muchos de los que formamos la promoción 63. Los más inteligentes o suertudos, claro, ingresaron directamente, sin pasar por la preparatoria.
  • 7. 7 Ya estábamos “adentro”….. A poco de la lectura emocionada de nuestros nombres en la vitrina ya merodeaban los “ingenieros” como lobos para capturar “perros”. Había que moderar la alegría para no llamar la atención. Algunas veces los verdugos eran estudiantes más antiguos amigos de la familia, en cuyo caso el trato era algo más gentil. Pero a otros literalmente se nos capturó y nos fue cortado el pelo sin ningún miramiento ni consideración. Aquellos detectados antes y los no capturados el primer día eran esperados al día siguiente, a la puerta de sus casas. Camionetas llenas de “ingenieros” luciendo jeans, botas cortas y camisas coloridas, llegaban antes de las siete de la mañana para recolectar “perros”. Alguien les pasaba las direcciones y ellos se disputaban las presas. A veces llegaba más de una camioneta frente a la casa. Ante la sorpresa mezclada de alegría y de preocupación de las madres, padres, hermanas y hermanos, así como en presencia de los regocijados vecinos, los “perros” eran arrodillados a la fuerza y liberados de sus últimos cabellos. Después eran izados a la tolva de las camionetas que partían raudamente ante la creciente inquietud de la familia. La primera estación era un bar de mala muerte o un restaurante de barrio que ofrecía desayuno para los “ingenieros” y mucho trago, usualmente pisco barato (en esa época todos los piscos eran baratos) o ron (probablemente el por entonces famoso Pomalca) para los “perros”. Esos establecimientos ya sabían de la jornada que por entonces era tradicional. Algunos “ingenieros” de corazón más negro que el de los demás mezclaban tabaco de cigarrillos y ají en los tragos. El propósito era, obviamente, prepararnos para la jornada. El desayuno (de ellos) estaba acompañado de elegantes retoques a nuestro apresurado mal corte de pelo y por una primera decoración de nuestros cuerpos y ropas con pinturas no muy apropiadas para la piel humana. Las cuentas del desayuno y del alcohol debían, como en el resto del día, ser cubiertas sin protestas por los “perros”. Antes de salir del antro se nos quitaba los cinturones los que nos eran colocados en el pescuezo como correa de perro. En ausencia de cinturones nos amarraban cuerdas. En ese momento nos convertimos en una jauría de canes, cada uno conducido por su respectivo
  • 8. 8 dueño o patrón. Inmediatamente después éramos obligados a aprender a ladrar y, especialmente, a aullar. Aún no sabíamos la razón de eso, aunque el ejercicio era coherente con eso de ser “perros”. De nuevo en la tolva de las camionetas fuimos llevados a La Molina. Por entonces eso era un viaje que saliendo del centro o sur de Lima, desde antes de lo que ahora es el “Zanjón”, atravesaba interminables campos de algodón y maíz apenas interrumpidos por la cabecera del aeropuerto internacional de Lima, Limatambo, cuya instalaciones hasta el presente son la sede del Ministerio del Interior. En La Molina nos esperaba lo que probablemente fue la peor parte del bautismo. A mí, entre otros, me tocó bucear en parte del desagüe del camal de la Escuela. A medida que avanzábamos por ese túnel, espantando a las ratas pero aplastando cucarachas y otros bichos repulsivos, en medio de sangre coagulada y de toda clase de restos tan asquerosos como grasientos y pegajosos, nos preguntábamos que tanto habíamos hecho de tan malo para merecer eso. Al salir de allí apestábamos tanto que los “ingenieros” nos bañaron con manguera. A otros, por lo que se supo, los llevaron a la granja y les obligaron a ser figurantes en una batalla con estiércol de ganado vacuno bastante fresco. También fueron regados con manguera de alta presión… en el mejor estilo del Rochabús (camión rompe-manifestaciones mediante fuertes chorros de agua). No todo fue tranquilo. Algunos “perros”, perros bravos, se rebelaban contra los insultos y los maltratos o contra las órdenes estrambóticas que recibíamos. A otros, muy alterados por el alcohol barato que posiblemente no estaban acostumbrados a beber, adquirían el síndrome de “diablos azules”. Todo eso se arreglaba en medio de muchos gritos, llamadas a la tranquilidad y, claro, de algunos golpes, sin pasar a “mayores”. Otros, la mayoría, nos resignábamos al maltrato. Antes del mediodía recibimos un entrenamiento especial sobre ladridos y aullidos, cosas que todo perro respetable debe
  • 9. 9 saber. Los aullidos debían parecerse a canciones románticas como “Danubio Azul” y otras semejantes. Los “ingenieros” estaban muy interesados en obtener de sus perros la mejor exhibición posible. Cuando nuestros amos quedaron satisfechos con nuestras nuevas habilidades artístico-caninas fuimos embarcados, otra vez, en las tolvas de las camionetas de las cuales algunas, como la mía, se dirigieron a Miraflores y San Isidro, en procura de los colegios de niñas ricas de esos barrios. Antes de la salida de las niñas que, obviamente, sabían lo que iba a ocurrir, nos obligaron a salir de la posición a cuatro patas y de instalarnos en dos patas, es decir de rodillas pero con el trasero casi en el piso. Cuándo las meninas aparecieron comenzamos a aullar el maldito “Danubio Azul” y las otras tonadas que habíamos aprendido. Estábamos sucios, absurdamente pintados, con la ropa en pedazos y haciendo un papel ilimitadamente ridículo para chicas que no conocíamos y que se reían de nosotros coqueteando con los “ingenieros”, algunos de los cuales, como descubrí después, eran sus enamorados. La verdad es que entre el desayuno alcoholizado y el maltrato en La Molina ya no teníamos ningún atisbo de dignidad y ya no nos importaba casi nada. Creo que hasta disfrutamos de nuestros aullidos lastimeros y de nuestra condición canina. Las profesoras de los colegios y los guardias del local trataron más de una vez de apartarnos de la entrada pero los “ingenieros” eran tenaces y no desistieron, hasta que la última de las mozas se embarcó en un ómnibus o en el carro que la esperaba. Pero ese memorable día estaba lejos de concluir. Cuando ya no habían colegialas saliendo de colegios era bastante tarde y todos, tanto “ingenieros” como “perros” estábamos con hambre. Los restaurantes criollos del tipo “recreo”, los “chifas” baratos y otros locales de medio pelo similares ya estaban esperándonos en diversos lugares de Lima y fuimos arrastrados a uno de esos. A otros los llevaron al conocido restaurante “El Molino", de Magdalena Nueva, bien más caro.
  • 10. 10 Fuimos, como corresponde a los canes de a verdad, amarrados a las patas de la mesa o de las sillas de nuestros patrones. El pisco y el ron fueron cambiados por cerveza, pero no para nosotros. Los “ingenieros” consultaron el menú y pidieron todo lo mejor disponible, desde arroz con pato y cabrito a la norteña hasta ají de gallina y lechón al horno pasando por otras delicias como causa a la limeña y lomo saltado. Para nosotros, perros de mierda, fue servido arroz con frejoles. Sin cubiertos para los que cantaron mal y una cuchara para los demás. A otros les prepararon unos curiosos sándwiches rellenos con un poco de todo menos algo apetitoso. No importó, estábamos con tanta hambre que lamimos hasta el último átomo de frejol y tragamos el último grano de arroz de nuestros platos. La reunión fue amenizada con la obligación que cupo a cada perro de cantar una canción, contar un chiste o bailar. Obedecimos ciegamente, ya nada nos preocupaba. Para terminar ese episodio, que duró las largas horas necesarias para que se apague la sed y el hambre de los “ingenieros”, pagamos la cuantiosa cuenta. Fui gentilmente devuelto, completamente inerte de puro borracho, a la puerta de mi casa, a eso de las cuatro de la tarde. Sé de compañeros que debieron, ya tarde en la noche, llevar sus patrones “ingenieros” a otros restaurantes y, claro, al burdel donde, como en el restaurante, debieron pagar la cuenta del desfogue de los variados apetitos de sus patrones. A otros no los devolvieron a sus domicilios. Simplemente los largaron en la calle, sin plata y hechos unos cacos. 1 Pero eso fue apenas el bautismo inicial y, por cierto, el más perverso. En efecto, cuando llegó el primer día de clases nos esperaban más humillaciones, aunque mucho menos perversas que las del día anterior. Además, a partir de entonces pasamos a ser defendidos y protegidos por nuestros “ingenieros” padrinos que, entre otras cosas, nos orientaron sobre los profesores a escoger, en el caso de cursos con más de uno; nos prestaron apuntes de clase y nos dieron muchas recomendaciones sumamente útiles para nuestra iniciación universitaria. La relación comenzó a ser de igual a igual. Lo que no sabíamos es que por entonces la Escuela también había decidido realizar un bautismo oficial, con desfile de “perros” disfrazados, con premios y almuerzo para todos. Este generó una nueva onda de chacotas aunque mucho más civilizadas que las anteriores. El que escribe, por ejemplo, ganó un premio por el mejor disfraz individual recibido de manos de la profesora Teresa Ames. Mucho éxito tuvo la pareja oriental y su séquito que se muestra en la foto, donde los personajes principales son el “Chino” Yep y el “Japonés” Sano. 1 Una versión similar nos es ofrecida por Carlos Currarino quien relata: El bautismo de ingreso fue inolvidable. Lo hicieron ellos… los ingenieros, que estudiaban en años superiores. La ceremonia fue el primer día de clase; el clásico corte de pelo, el pintado de cara y cuerpo; luego el tradicional Parque Salazar, de allí al colegio Cluny en Barranco; luego al Chalet en Chorrillos. Esta ruta era para presentarnos ante las enamoradas o amigas de los “ingenieros”; y, finalmente terminábamos en El Nacional de la Herradura; gran banquete que los bautizados o “perros” teníamos que pagar.
  • 11. 11 Esa actividad, en el campo de futbol, fue seguida de un almuerzo en “bandejón” en el comedor en el que a varios se nos exigió hacer discursos que, pretensamente serios, terminaron en una chacota generalizada. Muchos, tanto “perros” como “ingenieros” comenzaron a reír y a relajar. Ese almuerzo fue el fin del suplicio bautismal. De allí en adelante todos nos transformamos en estudiantes y nunca más los “perros” fueron molestados. Más aún, era frecuente que los más antiguos, es decir los mismos que nos bautizaron, se convirtieran en nuestros amigos y que nos ofrecieran variadas ayudas. Ya éramos pare de la “Gran Familia Molinera”.
  • 12. 12 Los miembros de la promoción que egresó en 1963 ingresamos mayoritariamente en 1959 bien sea a través de la Preparatoria o directamente. Pero varios lo hicieron antes, pues entonces no era raro que estudiantes repitieran uno o más de los cinco años previstos para la formación o que abandonaran los estudios temporariamente. Los datos disponibles revelan que el 23% de los que egresamos en 1963 habíamos nacido en 1940, el 22% en 1938 y el 16% en 1939. Es decir que la mayor parte (61%) tenía entre 19 y 21 años de edad en 1959, cuando ingresaron. Un 13% había nacido en 1941 y tenía, por lo tanto, 18 años. En el otro extremo un 12% había nacido en 1937 (22 años). Uno nació en 1942 y otro, el más joven de todos, en 1943. Los más viejos (nacidos entre 1932 y 1936) sumaron 12% de la promoción. La abrumadora mayoría (73%) de los graduados de 1963 pertenecíamos a la clase media (mediamedia o media-baja en proporciones similares), siendo en su mayoría hijos de familias de empleados públicos o privados, pequeños comerciantes o pequeños agricultores. Apenas 7% eran ricos. De estos la mayoría pertenecían a familias de hacendados de la Costa Norte del Perú, especialmente de Piura. Un 12% fue identificado como de clase media alta y, en el otro extremo, un 8% era de origen pobre o muy pobre, en general pobres del área rural, incluyendo uno u otro hijo de comunero.
  • 13. 13 Como era de esperarse el 78% de los egresados eran costeños, 16% eran serranos y menos de 3% eran de la Selva. Otro 3% eran extranjeros (incluyendo un guatemalteco, un panameño y un paraguayo). Los limeños, la mayoría, representaron el 48% del total y ellos solos sumaban el 53% de los costeños. Interesante es, pues, constatar que por lo menos la mitad de los miembros de la promoción 1963 no tenía relación previa con las actividades agropecuarias. El origen racial de la promoción era principalmente blanco y “mestizo”, con leve predominancia del primero. Un grupo destacado por su número fue el de estudiantes de origen japonés (nisei o primera generación) con 6% del total. Había un 4% de origen chino y apenas dos representantes de los afro-descendientes. Los estudios secundarios de los miembros de la promoción 1963 fueron realizados en proporciones idénticas (50%) en colegios públicos y en colegios privados. Los colegios públicos más citados son las grandes unidades escolares de Lima y ciudades principales, el muy famoso Guadalupe y el militarizado Leoncio Prado. Los particulares incluyen algunos de los más exclusivos de Lima, como el Markham, el Maristas o el Champagnat y asimismo a una gran diversidad de otras opciones en los barrios de clase media-media (Claretiano, La Salle, La Recoleta, La Inmaculada, etc.). Comparando la información sobre clase social es visible que muchos de la clase media, inclusive media baja, ya estudiaban, en esa época, en colegios particulares a pesar de que la calidad de la educación pública todavía era excelente. Eso éramos cuando comenzamos a estudiar en La Molina. Es decir un conjunto heterogéneo de grupos e individuos muchos de los que previamente no habían tenido contacto. Eso presuponía algunos choques, y los hubo, y también una serie de re-arreglos que llevaron a la formación de argollas y yuntas que fueron marcadas en los dos o tres primeros años de los estudios pero que, como veremos, se disolvieron a partir del cuarto y que en el quinto año eran casi imperceptibles, llegándose a un verdadero compañerismo global.
  • 14. 14 El primer año fue difícil. En esa época aun existían verdaderas prácticas de campo, a cargo de dos jóvenes profesores, uno de los cuales era Luis Chiappe -más conocido como “Picudo” -muy buena gente y simpático- mientras que el otro lo era bastante menos, Fritz Burger, que haciendo honor a sus orígenes germánicos era un verdadero kapo en el campo. Comenzamos a aprender a ser ingenieros por lo más bajo, es decir por lo que se le puede encargar a un peón descalificado, sacando piedras con las manos desnudas hasta que el tamaño de las pircas y el mal estado de nuestras extremidades y de nuestras columnas vertebrales dejara satisfechos a nuestros verdugos. Luego pasamos 4 meses arando y sembrando apenas con pico y lampa, regando con balde (ni manguera había), abonando y espantado insectos de nuestras parcelas. Luego, cuando el fruto del esfuerzo comenzó a pintar, llegó el momento de montar guardia para que los vecinos de otras parcelas no robaran el producto de las nuestras antes de que seamos evaluados y eso no fue fácil… Esas prácticas fueron en todo una réplica de la realidad del agro peruano ¡Una excelente lección! En ese contexto aprendimos que algunos tenían privilegios. Enrique (“Quique”) Duarte sin asomo de vergüenza llegaba tarde o nunca y no hacía nada más que recibir abrazos y felicitaciones hasta de los profesores que, en verdad, eran los que cuidaban su parcela. Quique ya era un famoso jugador de básquetbol y se aprovechó bien de eso. Al comienzo nos dio cólera pero después, viéndolo jugar y descubriendo que él era cualquier cosa menos pretencioso, terminamos todos queriéndolo mucho y aplaudiéndolo rabiosamente. También teníamos algunas dudas sobre por qué motivos en las clases teóricas aparecía gente que no habíamos visto en las de campo. Descubrimos, claro, que esos eran los repitentes. Gente alegre y sin problemas, algunos de ellos muy pendejos, habían participado
  • 15. 15 inclusive en nuestro bautismo. Luego, gran parte de ellos conformaron la inolvidable argolla “20 créditos”2. Ya en el área de la zootecnia, entre otros, tuvimos como guía a Renato Zepilli. Para los limeños, eso de lidiar con gigantescos puercos mordedores, vacas y toros o becerros cabeceadores y ariscos caballos pateadores, era peligroso y emocionante. Peor era limpiar establos, lavar los bichos, capar becerros y de allí pasar a preparar pegajosos ensilados. El sueño de ser agrónomo para pasear con poncho blanco de lino en un hermoso caballo de paso, fue disipándose a medida que veíamos la otra cara del asunto. Mucho más aprendimos y descubrimos en ese primer año que, como antes de ingresar, nos confirmó las dificultades de los cursos de matemáticas, físicas y químicas. Los profesores de esas materias intrínsecamente difíciles no facilitaban las cosas. Podían ser originales o hasta simpáticos como Krumdieck y Quiroz o con caras de pocos amigos como el “Muerto” González Terán o un tanto histéricos como “Pajarito” Estremadoyro o la Cassano, pero era muy difícil sacarse una nota decente con ellos y, en muchos casos, hasta “pasar” el curso era todo un acontecimiento. Mirando atrás creo hoy que ninguno de ellos, quizá exceptuando a “Pajarito”, eran realmente buenos profesores. Ellos no sabían hacer sus cursos atractivos o interesantes. No se dejaban comprender. Pero, al final, eran buenas personas y aquí no se trata de criticarlos. Krumdieck, en especial, tenía comportamientos muy graciosos. Quién no se acuerda de sus ácidas críticas a los “peseteros”, a la hora en que él requería de nosotros el uso del compás. O sus famosos “elévese…deslícese…y expectórese”, ritual oratorio para disponer la salida de algún alumno por mal comportamiento. “Izy” Bacal recuerda que Krumdieck nos desmoronaba cuando, delante de la pizarra, le respondíamos en forma equivocada y nos dirigía su lapidaria frase "Pedazo de carne con soplo de 2 Mientras que un estudiante de rendimiento normal podía acumular de 20 a 26 créditos de cursos en un semestre, esa argolla con un par de docenas de miembros, apenas conseguía aprobar unos 20 créditos en total por semestre. Claro que eso es lo que decían las malas lenguas.
  • 16. 16 vida, vuelva a su sitio y siéntese bajo el peso de su ignorancia"! Abusivo nuestro buen maestro de cálculo ¿verdad? Currarino nos recuerda que “Tuvimos muchos maestros, cada uno con su forma de dictar cátedra y con estilos diferentes por ejemplo a la hora de tomar los exámenes. Algunos eran de “honor” en etapas: el primero de 3 preguntas resueltas por escrito y el segundo en tandas de 3 alumnos y 3 balotas con respuesta oral ¿Recuerdan? En matemáticas sufrimos al ya mencionado “ingeniero adusto”, que nos sacaba de la clase por grupos por haber “sentido ruidos”; o el arquitecto profesor de dibujo que tachaba los dibujos simplemente porque el delineado no le gustaba. También había aquel que prefirió irse a jugar golf en lugar de dictar la clase, porque algún alumno llegó atrasado, lo que ocurrió, si no me equivoco, en la primera hora de la mañana, en el pabellón de Química. Ese siempre iba muy elegante, de terno y corbata y jamás dialogaba con los alumnos3. Llegar a La Molina en esos días no era fácil. Para quien escribe implicaba tomar un ómnibus en la Av. Bolívar, cerca al fundo Pando y luego abordar un tranvía en la Av. Brasil que nos depositaba cerca de la Plaza Grau. Allí, en una esquina, donde había un restaurante de comida rápida (creo que se llamaba Tip Top) esperábamos o nos esperaban los Volvos de la Universidad, en las frías y húmedas madrugadas del invierno limeño… A ellos se entraba por las puertas tanto como por las ventanas pues el viaje era largo y procurábamos asiento. Los buses enrumbaban por la Av. Grau, atravesaban La Victoria y se dirigían por la Carretera Central hasta lo que ahora es Santa Anita, donde tomaban la estrecha Av. La Molina hasta llegar al campus. Más tarde habilitaron un ómnibus que pasaba por la Av. Javier Prado, a partir del cine Orrantia. Allí era más cómodo y con suerte uno era recogido por estudiantes o compañeros con carro o por profesores y hasta por el propio Rector, Orlando Olcese, en su por entonces impresionante Oldsmobile azul marino. Los compañeros “mobilizados”, en especial en los dos primeros años, eran pocos, entre ellos “Fito” Bertozzi, Lucho Esteves, “Camión” Olivares, “Tavo” Echecopar, Manuel Yzaga y la ‘Mula” Raijkovic, pero también éramos “levantados” por compañeros de otras promociones. Varios de los que regresaban de La Molina a Lima con el ómnibus de la Plaza Grau pedían al chofer, el gordo “Calero” por ejemplo, detenerse a la altura del antiguo Jirón Huatica4, en la Victoria… al día siguiente se deleitaban contando a voz en cuello sus aventuras en el famoso 20 o en sus equivalentes y; semanas después, estaban contando los millones de unidades de penicilina que necesitaban para sobrellevar las bien ganadas “quemadas”. No es necesario recordar quienes eran los usuarios. Todos los conocemos. Una de las anécdotas memorables de ese periodo fueron las prácticas de botánica. Todos habíamos escuchado decir que ese curso era difícil y que el 3 Creo que se trata del profesor de contabilidad, Olcese. El burdel de Huatica había sido desmovilizado en 1956, pero en nuestros años estudiantiles subsistía allí una amplia zona roja. 4
  • 17. 17 profesor Velarde era bastante exigente. Al entrar al laboratorio de prácticas había allí un cholito de overol, arreglando muestras, que parecía ser el ayudante del profesor. No faltó alguien, que todos conocemos, que se dirigiera a él y le dijera, más o menos… “oye patita… ¿qué tal es ese profe? …dicen que es una mierda!”. No obtuvo respuesta pero al momento de comenzar la clase práctica resultó que el tal cholo ayudante era nada menos que Octavio Velarde, que no se amoscó ni se vengó. Él era, mismo, cholo y lo tenía a mucha honra. Velarde, como sabemos, era un biólogo sanmarquino, doctor en ciencias, que estando ya graduado decidió estudiar también agronomía. Ese mismo profesor aceptó de menos buen grado la broma que le hicieron algunos, colando partes de diferentes plantas, artimaña que fue rápidamente desmantelada por el experto. Muy recordadas son asimismo las clases de anatomía animal que nos impartía el siempre simpático Fico Anavitarte en el auditorio del camal. Disponiendo en su mesa de una gran cantidad de órganos frescos de vacuno recién sacrificado él explicaba sus características y funciones y los arrojaba desde el estrado a los estudiantes para que los miraran de cerca y se lo pasaran de uno al otro. Era bastante impresionante ver volar lengua, corazón, riñones, pene, pulmones, hígado, esófago, tráquea, testículos, etc., etc. Pero fue evidente que después de circular, no todas las piezas volvían a la mesa del profesor como él había solicitado. Había un cortocircuito para los órganos más apetitosos, como corazón, hígado y riñones. Algunos sentados cerca de quien por eso fue bautizado de “Ladronazo” percibieron que las piezas faltantes estaban en su amplia bolsa… claro no lo denunciaron al profesor pero el chisme lo marcó para el resto de sus días. Anavitarte, una persona muy educada y distinguida, no resistía en divertirse pasando penes y esófagos a nuestras compañeras, solicitando diferenciarlos. Creo que ya fue en el segundo año que tuvimos clases de meteorología con el profesor apodado “Jabalí”. Este parecía saber bastante del tema pero era cualquier cosa menos un buen comunicador y, además, era un tanto ridículo y, por decirlo simplemente, no imponía ningún respeto ni orden en la clase. Dos acontecimientos tuvieron lugar en esas aulas. El primero fue provocado por nuestro buen y bastante loco amigo “Bob Hope” que tuvo la ocurrencia de vestir una peluca rubiácea que normalmente era la cabellera de una muñeca de tamaño casi natural, que era una antigüedad perteneciente a la madre del “Francés”. Se la puso y comenzó a “dar una de loca perdida”, es decir a gritar, menearse y a simular que corría de un lado al otro en pleno salón de clase. El pobre profesor tentó subir las gradas del salón del Pabellón de Química, donde acontecía todo, para capturarlo.
  • 18. 18 Pero el loco maricón se tiró raudamente por la ventana y se escondió. Las nerviosas indagaciones del profesor, a quien se le respondió que ese era una “loca” que frecuentaba el campus, quedaron obviamente en nada. Pero, ese día, todos nosotros salimos con dolor muscular a causa de las carcajadas que soltamos. Poco después…. No podíamos perder la ocasión de reír con ese profesor… ocurrió que él estaba explicando la función de los balones meteorológicos cuando, desde arriba comenzaron a bajar dos sendos condones debidamente inflados…. “Allí están los globos” … alguien gritó… y los globos siguieron bajando las gradas al impulso de soplidos y ligeros toques. Cuando llegaron a la primera fila los globos planearon bien encima de las cabezas de nuestras colegas Fina y Meche y, por el comportamiento de cada una, todos supimos cuál de ellas era inocente y cuál ni tanto. El pobre profesor capturó los condones aerostáticos y nos llamó severamente la atención. No importó mucho. Nadie tuvo vergüenza de portarnos tan mal…. Adoramos esa clase. Las aventuras con el valiente Capitán Vaccaro fueron, como corresponde a oficiales de caballería que somos, épicas…. es decir épicamente cómicas. Éstas ocurrían principalmente en el aula principal del Pabellón de Química, el mismo de los relatos previos. Ese oficial era incapaz de mantener orden. Muchos llenaban los bolsillos con coquitos de una palmera ornamental común en el campus que convertidos en proyectiles eran dispaatrados por andanadas al menor descuido del capitancito. Fue a quejarse al Rector que simplemente lo mandó a pasear, diciéndole que si él, un militar, no podía con nosotros, menos podría hacerlo él que era un civil. Pero, la venganza de los instructores se daba en los ejercicios de tiro y, especialmente, en los de a caballo. Si bien algunos compañeros eran buenos jinetes, otros -en especial los limeños- estaban “a poncho” y allí los militares se vengaban de nuestras maldades, por ejemplo dándonos caballos mañosos. Además todos queríamos recibir el despacho de alferez y no seguir siendo vulgares sargentos y estábaoms preocupados por las merecidamente bajas calificaciones que nos darían. Por eso, para desagraviar al Capitan, en el momento oportuno nuestro poeta “Mono” Reaño preparó una oda castrense, cuyo texto no tengo, pero que fue leída con todos prestando atención y que hizo sollozar
  • 19. 19 al Capitán y a nosotros nos impuso grandes dolores musculares para contener la risa. Quedó tan gratamente impresionado que nos aprobó a todos, menso a los quue se caeron del sus caballos. También llegó el día de la revancha por el bautismo recibido, cuando como en la foto que se exhibe nos correspondió bautizar a las promociones siguientes. En esa ocasión los “perros” eran de la promoción 65. Esos acontecimientos, entre muchos otros, ponían sal y pimienta a nuestras vidas estudiosas A partir del tercer año ya nos conocíamos todos muy bien y nuevas amistades y vínculos fueron formándose. Los recelos mutuos de ricos y menos ricos y pobres fueron quebrándose gradualmente, dando lugar a un compañerismo creciente. Reuniones sociales regadas con mucha cerveza y algo de pisco, viajes y trabajos prácticos salpicados de aventuras y muchos deportes fueron de gran ayuda para eso. La intimidad llegó hasta los calzoncillos, como se ve en la foto de Oscar (“Cabezón”) Fukuda, poco antes de un baño arriesgado en el río Utcubamba, donde fue capturado por un remolino y arrastrado por la corriente, siendo a duras penas rescatado por “Pepe” López y por el “Francés” Dourojeanni que, claro, lo salvaron agarrándolo de la cabeza. Y aquí no se habla de las intimidades del internado de La Molina, que son incontables. En nuestros primeros años en la UNALM todavía existía la figura de “tutores” o acompañantes de las promociones. Eran personajes simpáticos a los que agasajábamos con gran placer al terminar cada año, como se observa en dos de las fotos aquí incluidas.5 Pretextos para reunirnos y reír el uno del 5 Currarino, hablando de ellos dice: En mis recuerdos están García, Rivadeneyra y Farro Meque que eran inspectores; Rossani a cargo de los microscopios; “Zepita“, el que servía en las gamelas del Comedor Estudiantil; Rojas, el jardinero del Botánico y que armaba los paquetes con plantas para que el Dr. Velarde anotara en su registro qué especie había en el envoltorio y aplicar nuestros conocimientos en Botánica Sistemática.
  • 20. 20 otro nunca faltaban. Una de esas ocasiones fue la multitudinaria despedida, con comidas y finalmente en el aeropuerto, de los “japoneses” Juan Sano y Augusto Oshiro que fueron a completar sus estudios de pesquería al Japón. Todo era motivo de chacota -hoy llaman a eso bullying- a veces muy pesada, pero siempre recibida con tolerancia y buen humor. No hay duda que los más mordaces, cuando se trataba de joder, eran el “Sapociego” Currarino, seguido de cerca por “Caimán”, “Queca Herrero” Montero y su yunta Teódulo (“Monona”) Quesada, ambos chismosos inigualables. Pero no se quedaba atrás el “Mono” Reaño que además ya en esa época reunía dotes histriónicas notables. Otro experto en el delicado arte de la joda era “Calinche” Sarria y además, no es posible olvidar a “Bob Hope” Fernández Vargas. Pero había muchos más. A todos correspondía, siempre con alegría, joder y ser jodido. También había muchas reuniones que se realizaban en casas de compañeros. Las familias más acogedoras fueron las de “Cabezón” Fukuda y las del “Francés”. A la primera íbamos con cualquier pretexto: ayudar en la cosecha de naranjas, hacer mediciones de control biológico de la mosca blanca o de la mosca de la fruta, etc. No importaba. Los viejos Fukuda, con esa cordialidad y generosidad tan típicamente japonesa nos recibían con desayunos gigantes, con bandejas llenas de huevos fritos, tortillas y montañas de salchichas, pan fresco, quesos y mantequilla, bolos y tortas, jugos de todo tipo -y también de naranja- y, claro un buen café con leche. Así íbamos al campo, arrastrando la barriga llena y, obviamente, nuestra contribución al progreso de la hacienda Fukuda era apenas espiritual… pero los viejos gustaban de nosotros y, claro, nosotros de ellos. Más aún que después de no hacer casi nada durante toda la mañana, nos esperaban con un almuerzo que rivalizaba, si posible, con el desayuno. La inconmensurable hospitalidad japonesa nos toleraba todo y cualquier cosa. Era un sueño para jóvenes siempre famélicos… en especial, claro, para Carlos “Tiburón” López. En la casa del “Francés” la cosa era diferente. Las reuniones eran nocturnas e incluían de dos a tres docenas de participantes que no siempre eran los mismos. El “Mono” Palti se encargaba de pedir a una cocinera misteriosa que preparaba un extraordinario arroz con pato y otras delicias criollas que
  • 21. 21 llegaban calientitas en negras ollas gigantes. Otros, ni sé quiénes, llevaban a la casa del “Francés”, en la calle San Martín de Pueblo Libre, cajas y más cajas de cerveza y unas pocas de pisco. A eso de las once de la noche, ya todos presentes y bien bebidos, agotados de tanto comer y reír de las bromas pesadas y chismes, comenzaban los rituales habituales: canciones cada vez más atrevidas interpretadas por los López (Carlos y Pepe) y acompañadas a coro por todos los presentes. Allí, “Bob Hope” salía al centro del ruedo y recitaba, con gran calidad y claridad vocal, la historia de un sujeto que “oliendo el dedo que acababa de En el aeropuerto, despedida de los “nisei” meterse en el ano…. decía, podrido estoy” y así continuaba. A eso de las tres de la madrugada, después de un verdadero concurso de poesías y canciones escabrosas interpretadas por los más inesperados artistas se levantaba el “Diablo” Pastor quien, con gran entusiasmo, abría a golpes de puño las botellas de cerveza en el canto de uno de los muebles de madera fina de la casa… Y así seguía la fiesta hasta que poco antes de las cinco pero nunca después de las seis de la madrugada todos se habían ido de la casa. Esas reuniones, fueron muy frecuentes. Los padres jamás dieron quejas. También no reuníamos por otros motivos que no eran apenas festejar las pendejadas de unos y otros, como matrimonios un tanto tempranos como el de “Meche” Vargas (ver fotografía), Carlos y José López, entre otros. Esas reuniones se realizaron tanto durante los últimos años de estudios como después, ya que a pesar de comenzar nuestra dispersión por el Perú y por el mundo, seguíamos estrechamente unidos. Una de las reuniones más memorables se realizó en casa del “Ponja” Oshiro, en el Callao. Fue una verdadera avalancha de deliciosos platos de comida que si recuerdo bien era china y no japonesa, regada con ilimitados litros de cerveza y toda clase de situaciones jocosas. Recuerdo, personalmente, haber bebido y comido tanto que vomité desde el balcón de la casa directamente encima del bello y lustroso Mercury que el papá de “Koji” Amemiya
  • 22. 22 le había prestado para esa noche. “Koji”, cuyo carácter era un tanto explosivo, no gustó ni un poco del asunto y me hizo pagar caro por el pecado. La promoción 63 alcanzó el alto grado de compañerismo que la caracteriza también beneficiada por las habilidades artísticas de varios de sus miembros. En ese rubro lo más destacado fue el trío Los López, integrado por la guitarra y la voz profunda de Carlos (“Tiburón”) López, la voz de “Pepe” López y el cajón de Washington (“Frescolín”) López. Este grupo, con variantes se convirtió en la Estrella Molinera. Había otros grupos musicales y aficionados a perpetrar música, como Víctor (“Lorito”) Pongo, pero ninguno tan bueno como Carlos y José López que tuvieron suceso a nivel de toda la UNALM y fuera de ella. En el matrimonio de Meche Como anticipado, el origen de los apodos, que en algunos casos nos acompañaron toda la vida, es variado. Muchas veces son apodos obvios, como lo de “japonés” o “ponja”, “chino”, “negro”, o “francés” y “franchute”. En otros casos el apodo es familiar como “Quique” o “Pepe” o “Calinche”. Y algunos ya tenían esos apodos antes de entrar a La Molina, entre ellos varios de los “patos” (Gamarra, De las Casas) y “monos” (Palti, Palao, Reaño). Pero algunos de los más sabrosos nacieron de nuestra convivencia. Un ejemplo es el de “Tiburón” y su diminutivo “Tiburete” muy correctamente aplicados a Carlos López Ocaña por su increíble capacidad de comer y digerir los restos de alimentos de todas las bandejas de la mesa en la que “disfrutábamos” de nuestro almuerzo del comedero popular de la Universidad. Él era, como muchos tiburones, capaz de tragar vorazmente cualquier cosa, hasta masticar metales si este se interponía entre sus grandes y afilados
  • 23. 23 dientes. Ya su otro apodo, “Sádico”, es menos explicable pues, en verdad, es buena gente. Otro apodo, muy merecido por cierto, es el de “Italo-Vúlgaro”, aplicado a Currarino pues, según sus compañeros, además de italiano él era vulgar… nada que ver con los pobre búlgaros pues, a decir, de sus amigos más íntimos él es originario de la Calabria, región italiana tan célebre por sus bandidos como lo es Sicilia. A Currarino, que en la vida real no tiene nada de vulgar, se debe la mayor parte de los apodos distribuidos generosamente a la promoción. Entre ellos algunos misteriosos como “Hiposexy” o, explícitos, como “Tumbachola”. Por lo tanto, si existen quejas o resentimientos, ya saben a quién cobrar. Otro productor de apodos malévolos fue “Jimmy” Butler pero, en verdad, todos contribuyeron a las sabrosas chapas que ostentamos con orgullo. También había los “puente roto” (por antipáticos), las “ventanas indiscretas” (por un diente ausente), las “llanta baja” (por algún problema en el andar) y otros similares. También bautizábamos estudiantes de otras promociones, inclusive las damas, que ganaron apodos como la “Tronco de cono”, por su formato corporal y la “Nescafé”, esta última porque la pobre moza estaba con “la cara hecha de puro grano seleccionado”….Mucha maldad ¿no? Y, claro, había los que eran tan invisibles que ni apodo recibieron o que los tuvieron muy reservados, tanto que nadie los conoció.
  • 24. 24 Nuestra promoción, como todas, tenía sus chancones estrellas, su masa de “en medio” y su tercio menos estudioso con sempiternas dificultades. El equipo de los chancones era dominado por el grupo conformado por el “Mono” Palti, el “Tiburón” López Ocaña, los “ponjas” Sano y Oshiro, el “Buey” Martínez, el “Flaco” López Parodi y el “Chinchano” San Martín, que conformaban la argolla “Grande”; pero entre los mejores estaban también el “Chino” de las Casas, “Lucho” Guiulfo, el “Chasqui” Pongo, “Camión” Olivares y unos cuantos más. Hay que decir que la mayoría de los chancones -de los que dicho sea de paso no todos eran estudiosos y sí apenas inteligentessiempre se prestaron a apoyar a los que, como el que escribe, patinaba con los cursos de matemáticas y química. Recuerdo siempre a “Pacho” Palti diciéndome “no te quedes mirando el papel como un huevón… comienza a desarrollar el problema… vas a ver que algo sale”. Confieso sin vergüenza que en los exámenes de esas materias yo siempre escogía una carpeta próxima a la de él. Era interesante examinar nuestra distribución en las salas de aula, en especial en el gran auditorio del Pabellón de Química. Allí inevitablemente ocupaban la primera fila nuestras amigas Meche y Fina. Pero asimismo la mayor parte de los “chancones” se distribuyan en las dos o tres primeras filas. En la cazuela, bien al final o en las esquinas estaban inevitablemente los más pendejos, como el “Mono” Reaño y otros que durante las clases se dedicaban a casi cualquier cosa menos a tratar de entender lo que el profesor explicaba. Si alguna travesura surgía esa venía inevitablemente de esos puestos elevados.
  • 25. 25 En aquellos días aún era costumbre la realización de una fiesta anual en el propio campus. Era famosa en Lima por ser muy liberal y, siendo así, era esperada por todos pues era lo más próximo de una bacanal que podíamos desear. Las “chicas” que se disputaban entre ellas para ser invitadas a esa fiesta eran por entonces las conocidas como “marocas” lo que equivale, más o menos a decir que eran de “medio pelo” o “fáciles” o, si se prefiere “generosas”. Algunas eran tan famosas que ya tenían hasta apodo trasmitidos de promoción en promoción como la “Cara de hacha”. Había comida, mucha música, cualquier cantidad de tragos y, saciados esos apetitos surgían otros que eran satisfechos en los mil y un lugares oscuros que ofrecían los jardines de la Universidad o los carros estacionados y, para los más comodones, los dormitorios del internado que eran disputados a precio de oro. La mayor inflación del costo de los dormitorios se dio cuando, las autoridades universitarias, para evitar el uso indebido de los jardines, ordenaron un riego pesado que los dejó inutilizables como lechos pues, de hecho, viraron lagunas o pantanos. Pero nada impedía que tuviéramos mucha diversión. Así como heredamos compañeros de promociones que debieron ser anteriores a la nuestra, la nuestra perdió algunos compañeros que por razones familiares o por no estudiar con ahínco suficiente, fueron relegados. Entre ellos destacaron el “Flaco” Gustavo Echecopar y Jorge “Coco” Montoya. Pero ese fue el caso también de Nicanor Oshita, futbolista entre “otras cositas más”. Muy próximos a nuestra promoción estuvieron Eddy McBride, que aparece en varias fotos y, asimismo, Javier Aguayo, que terminaron sus estudios en 1964.
  • 26. 26 Durante nuestra vida universitaria en La Molina tuvimos dos rectores. El primero, cuando ingresamos y hasta mediados de 1961, fue Becerra de la Flor. En agosto de 1961 fue elegido Orlando Olcese, que nos acompañó hasta nuestro egreso. Ambos desarrollaron gestiones excelentes, de las que disfrutamos. Regla de Cálculo: Una de las tantas herramientas de tortura de la época
  • 27. 27 La muy famosa “20 créditos”, la más numerosa y compacta, la más alegre… la más ocupada, la más experimentada. Astorga y su combo: Los “ingenieros”
  • 28. 28 La argolla que se hacía llamar “Grande”…. reunía muchos de los campeones de las buenas notas que gustaban de viajar juntos por todo el Perú Esta argolla, como se ve, tenía una marcada inclinación nipona Las yuntas inseparables
  • 29. 29 Los cerveceros Los internacionales El clan de Breña “Tac tac” y su combo Los pecuaristas Algunos de los criadores de búfalos
  • 30. 30 Tuvimos el privilegio de tener dos compañeras: Meche y Josefina. La vida para ellas, rodeadas de más de 115 compañeros no debió ser fácil. Las bromas podían ser pesadas y las carajeadas no se arredraban en presencia de ellas. Sin embargo, generosamente, Meche escribe: “Los años en nuestra querida Universidad fueron muy bonitos, los profesores todos inolvidables y los compañeros respetuosos y amigos. Apenas éramos entre 7 y 12 las alumnas de toda la Universidad. No alcanzábamos ni para formar el equipo de vóley”. Sin embargo la UNALM tenía a la muy famosa Zoila Scarpatti, estrella del equipo nacional. Cabe decir, de nuestra parte, que estábamos y continuamos estando muy orgullosos de su presencia entre nosotros y muy agradecidos por su tolerancia. Jamás hicieron “caso” ni crearon “casos” por nuestro comportamiento que, obviamente, en muchos casos pasó largamente de los límites ¡Bien por ellas! Interesante es anotar que Zoila Scarpati hizo una estadística de la presencia femenina entre los egresados de La Molina revelando que de ser apenas una o dos por promoción en los primeros años de la década de los años 1960, alcanzó al 5,6% en 1970 y que en 1980 llegó al 19,7%. En 1990 ya era el 26,2% y en 1999, último año con información de esa fuente, las mujeres ya se acercaban a la mitad de la promoción (41,96%). Hoy deben ser mayoría.
  • 31. 31 Nuestras compañeras acompañando la graduación de la promoción anterior
  • 32. 32 Los teodolitos eran, para nosotros, máquinas diabólicas. Pero aprender a manipularlas fue una fuente de amistades que perduran hasta hoy. Hoy, en cambio, el uso de GPS no estimula amistades. Cuenta Carlos Currarino: En una práctica de topografía, en 1960, éramos cuatro por grupo; dos operaban el nivel y otros dos eran portamiras y luego se alternaban. A mi lado tenía a Jorge Amemiya y a Augustos Gamarra. De pronto empezó una bronca fea, a puñetes, entre ellos. Intenté separarlos pero no pude y recibí muchos golpes gratuitos. Intervinieron otros compañeros para calmar los ánimos y terminar con la bronca motivada por no querer cargar la mira y no caminar. Al día siguiente ya era cosa del pasado y nuevamente amigos. El más trampeador y peligroso, en eso, era Victor Mariño, todos sus golpes eran bajos y …. dolorosos. Victor disculpa, esto es broma. Gracias.
  • 33. 33
  • 34. 34
  • 35. 35
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  • 37. 37
  • 38. 38 El deporte es mágico cuando se trata de unir la gente. La Molina era propicia para el deporte, con amplios espacios incluyendo una buena cancha de futbol y no tan buenas canchas de fulbito o basquetbol. Los partidos inter-universitarios eran épicos, especialmente los que ponían en la cancha del Estadio Nacional a los verde-amarillos de la UNA de un lado y a los granates de la UNI del otro, mientras que en las tribunas se entablaba una ruidosa contienda verbal que, a veces, pasaba a mayores cuando, por ejemplo, los granates exhibian un burro con los colores de la UNA y, cantando ”el burro de La Molina….”. Ya vimos ese burro, pobre burro, capturado por el bando de la Agraria y llevado a beber cerveza junto al equipo triunfante en un por entonces muy conocido bar de la Plaza San Martín, entre otros. La UNA tenía entre sus estrellas a varios companeros de promoción como “Cañaña” Monsalve, Charlie Woodman, Lucho Gulman y “Camión” Olivares y, gracias a ellos, triunfamos con frecuencia.
  • 39. 39 Pero el futbol en serio era precedido por multiples y reiteredas partidas de futbol entre diferentes promociones. El fulbito entre grupos de la misma promoción, en parte formados por argollas o por especialidades, era muy frecuente y apreciado. Como se trataba más de reir que de ganar los jugadores no eran necesariamente los mejores aunque era común buscar refuerzos de otras argollas para no pasar tanta vergüenza. Los equipos de fulbito se disputaban las madrinas entre las mujeres más simpáticas o más deseadas del campus. De todas las madrinas, la más codiciada siempre fue la bella Deyanira. No es de extrañar que el clan de los piuranos, mejores jugadores y más ricos, con Woodman y Gulman a la cabeza, se quedaran con ella. Como es obvio no solamente se practicaba futbol y fulbito. La promoción también fue la base de un equipo triunfante de caza submarina, de la cual el principal artifice era el “Buey” Fernando Martínez. Asimismo hubo grandes partipaciones en deportes agronómicos, como el rodeo. El basketbol era popular gracias a la presencia de excelentes jugadores molineros, entre ellos, claro, “Kike” Duarte y el “Cholo” Orezzoli.
  • 40. 40 No todo eran rosas. Currarino recuerda la bronca de Oscar Fukuda (todavía en el primer año) con Rolo Dyer (en el segundo año) en el campeonato interno de futbol. Hubo una falta grave por parte de Rolo y nada impidió que se dieran de trompadas. Así nació el apodo o nombre científico de Oscar, que nunca lo abandonó: Agaricus (por la cabezota) y matarolus (por matar Rolo). Obviamente a poco volvieron a ser molineros. Otro apodo nacido al calor de los deportes fue el de Eduardo Pastor Rodríguez, por sus gritos desaforados (“L con A…. La Molina… ra…ra… ra…”) durante un campeonato interuniversitario de basket. Currarino cuenta que fue él que en esa ocasión consiguió alquilar un burro, al que vistieron con los colres de la UNBI, con polo guinda , al que paseamos en el coliseo donde realizaría el partido. Salimos vencedores pero muy silbados y contentos.
  • 41. 41 Al lado, una carrera de patos en el Aniversario de Zootecnia. Pajuelo “dando la partida”.
  • 42. 42 Rodeo, en el transcurso del primer año, en el que nuestros compañeros Pepe López y “Paul Ancash” Anibal Meléndez, que fueron nada menos que campeones. Abajo está el equipo de caza submarina encabezado por el “Buey Marino”. Hasta ahora no se sabe que es lo que Vergara hacía en ese lugar.
  • 43. 43 Por Marco Antonio Cueva Pérez Las Bodas de Oro de nuestra promoción marcan un hito en nuestra vida profesional, es pues un acontecimiento muy importante; de ahí el deseo en mí, de escribir para nuestra Memoria 63, algunas remembranzas sobre el Internado. Cohabitar durante cinco años en el Campus Universitario, en lo que llamáramos Internado, me resultaría una experiencia rica en vivencias compartidas. Fuimos al inicio dieciocho compañeros de la promoción 63, y terminamos unos treinta, podemos decir pues un número apreciado dentro de los 126 que somos. Por ello pensé que valía la pena escribir una corta historia sobre estas vivencias. Claro está que al escribir sobre este tema, me arrogo la facultad de hacerlo a título personal, de ahí la salvedad de que todo lo que se escriba aquí no necesariamente debe de haber acuerdo unánime, esto es natural; así también trataré de sintetizar por una cuestión de espacio en la Revista y/o por el riesgo de resultar tedioso. E s muy probable que el Internado fuera concebido para alojar a estudiantes provincianos y esto era así. Éramos en total aproximadamente 100 estudiantes de las diferentes promociones que
  • 44. 44 habitábamos en el Campus; estábamos organizados en la Asociación de Alumnos Residentes (ADAR) de la UNA. En cuanto al clima social prevalecía entre nosotros el compañerismo, la amistad, la confiabilidad, la solidaridad….. Éramos algo así como una cofradía, una gran familia, producto de compartir ambientes sociales: no solo las aulas, también comedores, dormitorios, centros de recreación, servicios médicos y todo el complejo que nos ofrecía en ese entonces la Universidad. Algo que percibiera fue que el hecho de convivir en estas condiciones nos generaba un raro sentimiento de “propiedad”, el de creernos “dueños” de la Universidad, quizá con mucho más fuerza que nuestros compañeros externos. Desde el punto de vista humano manteníamos contacto permanente con el personal de servicios: En el comedor con el maestro Domínguez, jefe de cocina, su segundo el “compadrito” Ochoa. En los transportes, recordamos a Fernández, jefe de choferes, al “Burro” Torres, al “Gordo” Calero, a “Barrabás” empujando su carrito y a tantos otros. En la biblioteca a la amable Sra. Luisa de Fernández; a Grados como responsable de la limpieza y arreglo de camas; el cartero de cuyo nombre ya no recuerdo, el hombre que nos hacía llegar las cartas de familiares, de nuestras chicas provincianas…… Territorialmente estábamos distribuidos en diferentes residencias: Residencia del Pabellón Central, Residencia Internacional, Residencia de la Granja Avícola, Residencia de Zootecnia. Empecé mi internado en La Avícola, el grupo de liberteños nos ayudara a Guillermo Ramirez y a mí en el ingreso, ocupando la habitación más grande, una para cinco estudiantes, todos nosotros procedentes de La Libertad. Los fines de semana tomábamos el bus a las 6 p.m. para ir a la capital, teníamos dos servicios para el regreso, uno a las 10 p.m , el otro a las 12 de la media noche. Cuando alguno de nosotros perdía este último bus, tenía que hacer el largo recorrido cogiendo el colectivo Plaza Grau - La Parada y luego el colectivo que había en aquel entonces La Parada- La Molina; pagarse un taxi nos resultaba muy oneroso. Al regresar de Lima por las noches, con frecuencia visitábamos el bar, la Sra. Irma de Uceda era la encargada de prepararnos un lomito saltado, un arroz con pollo, una sopita, podíamos pedir diferentes sándwiches, pasteles…. limonadas y café, ah, el café! Tan esencial en las noches que quedábamos hasta muy tarde en alguna barraca, en tiempo de exámenes…. Un incidente que conmociona el Internado ocurrió el año 1960, nos llega la imprevisible y muy dolorosa noticia que uno de nuestros compañeros del internado, promoción 62, había s ido víctima de una bala perdida, falleciendo casi de inmediato. Esto sucede en un ejercicio a fuego real de Instrucción pre-militar, naturalmente este incidente conmociona por igual a toda la Universidad.
  • 45. 45 Desde ese año se suprimió definitivamente los ejercicios de Pre-Militar con armas con fuego real. Recordamos con mucha tristeza a José A. León Nacarino ex-miembro de la Junta directiva de la ADAR. Muchos de nosotros, los internos, nos hicimos presente en sus funerales, en la ciudad de Trujillo, mostrando de esta manera nuestra solidaridad con los deudos. Pocas semanas después en asamblea general, resultaba elegido como miembro de la Junta directiva, en el cargo dejado por José. Como directivo tuve la suerte de conocer de cerca al Ing. Esteban Skarabonja, un ingeniero de la guardia vieja, contemporáneo del Ing Luis Chiappe, senior. Don Esteban en su trabajo silencioso, era en aquel entonces el responsable del patrimonio y de la logística de la Universidad; destaco sus cualidades profesionales , su personalidad ejemplar y su sensibilidad en ayudarnos en la solución de nuestros pequeños problemas ; lo recuerdo y quiero rendirle un justo homenaje en esta ocasión de nuestras Bodas de Oro. El día central de la ADAR lo celebrábamos un día del mes de setiembre con una fiesta , la preparábamos con esmero, cursábamos cartas a los ex-molineros propietarios de predios dentro del valle, solicitando ayuda que podía ser un carnero, aves, un pequeño tonel de vino tinto….recuerdo por ejemplo, que el Ing. Federico Uranga siempre colaboraba con nosotros. A la hora de la comida teníamos invitados de honor, eran alguno de nuestros profesores….Esta celebración se cerraba con un baile siempre ameno y divertido. El Juego de barajas lo hacíamos en el pabellón central, jugábamos a las cartas con nuestro amigable médico, el Dr. Efraín Rubin de Céliz para hacerle agradable y entretenidas sus noches de guardia. En los Deportes, recordamos las interesantes competiciones de fulbito, unas veces entre residencias, otras entre promociones, en ocasiones teníamos como invitados a compañeros externos….Una mañana de domingo en un partido entre la promoción 62 contra la nuestra, nos pegamos un susto mayor. Nuestro arquero Álvaro A. Rebaza Jara, quien al tratar de emparar un pelotazo de William Wong se desploma y cae inconsciente, Darien Ayala y César Incio corren a por un balde de agua.. ..un chorro de agua fresca hizo despertar a Álvaro, pensábamos en lo peor. Disponíamos de un pequeño gimnasio en el que practicábamos fitness y pesas. Dos veces en la semana contábamos con la asistencia técnica del Sr. Berrocal, su mejor alumno era el “campeón” Hugo Mendoza Villar. En judo lo era nuestro compañero César Muñoz Ortega, el “Diablo”.
  • 46. 46 Una noche de tertulia, había ocasiones en las que nos visitábamos recíprocamente entre residencias, recuerdo un noche de tertulia en la Residencia Internacional reunidos a platicar, con los anfitriones Víctor Pongo, Juan Rheineck, Pablito Urbina…… bebiéndonos la yerba mate, tradicional bebida paraguaya…debo decir que hasta hoy guardo el mate y la boquilla plateada, un apreciado recuerdo de Pelito. Un presente de cumpleaños. Una mañana a la hora del desayuno, reunidos para festejar el cumpleaños de Guillermo Ramirez, tuvimos una sorpresa, Teódulo Quezada tenía un regalo muy particular..… cuando “Comanche” llega al comedor mira sobre la mesa su regalo bien empaquetado, al abrirlo encuentra una lengua de vaca, que con anticipación Teódulo había conseguido en el camal; ver la cara del “Comanche” creó un ambiente de hilaridad, todos los presentes festejamos y aplaudimos la chispa de Teódulo. Debo comentar que siempre flotaba en el ambiente de quien de los dos, Téodulo o Guillermo era el más chismoso del internado. Algo de solidaridad; nuestro compañero Miguel Garcia Cabrera, en una sesión de exámenes sufría de cansancio de vista, el médico le recomendara leer lo mínimo posible, unos cuantos de nosotros en solidaridad con Miguel estudiamos en voz alta, luego hacíamos algún debata en torno a la materia…..… de esta manera nuestro compañero preparó en esa oportunidad sus exámenes. El amigo descuidado: Washington López Cárdenas me invita un domingo por la noche a casa de su tío en Lince quien celebraba sus cumpleaños, luego de degustar las delicias de la cocina de San Martin y pasar momentos agradables, nos despedimos. Antes de salir El Pibe recoge su saco, se lo pone y partimos…… al llegar al internado viene en cuenta que las llaves y el saco eran de su tío. Que tal despiste y menudo trajín el de regresar a Lince juntos, por compañerismo. Homenaje al compañero; no puedo evitar de mencionar a nuestro amigo, compañero, Victor Landauro Montes, liberteño, nacido en Huamachuco, en donde sus padres tenían una ganadería. Víctor fue siempre la persona amable, con una sonrisa casi permanente, siempre atento a servir al compañero; pero, ironía del destino, falleció a poco tiempo de egresar. Nos adelantaste amigo, compañero Víctor en esa marcha inexorable… Todos nosotros te recordamos en la celebración de nuestro Cincuenta Aniversario. Victor descansa en paz! Podríamos continuar, pero esto podría resultar tedioso. En buena cuenta he tratado de salpicar algo en esta corta historia del Internado, historia tejida de incidentes, anécdotas, pasajes; refiriendo valores de convivencia y confianza, solidaridad, fraternidad y unión. Y porque no, con la pretensión, primero, de traer recuerdos a mis compañeros del Internado sobre nuestra permanencia en el Campus de nuestra Alma Mater y luego también a mis compañero externos de mostrarles en lo posible de cómo vivíamos un grupo de treinta de nuestra promoción. Ojalá sea así. La Haya, verano 2013
  • 47. 47 La graduación no fue un evento de un día solo. En realidad la graduación empezó varios meses antes del acto formal de vestir nuestras togas y birretes y extender la mano para recibir el diploma y el merecido apretón de mano, ante los aplausos de amigos y familiares. En efecto, nuestra graduación fue precedida de varios almuerzos y cenas de despedida, con los padrinos de cada facultad y con otros profesores, de las que abajo se muestran algunas, por ejemplo con el inefable “Machazo” Quiroz y con el veterano Manuel Rodríguez Escribens.
  • 48. 48 Otras reuniones eran apenas entre nosotros y eran informales, como varias de las que realizamos gracias a la generosidad de nuestro colega “Cabezón” Fukuda. Algunas terminaban, no recuerdo bien cómo, en los bares de La Herradura, en peligrosas caravanas de automóviles sobrecargados de bebedores insaciables y conducidos por
  • 49. 49 quienes hoy, habida cuenta de los límites al alcohol en la sangre, tendrían sus brevetes cancelados de por vida. Y, no puede olvidarse, también realizamos varias reuniones en el recreo Tres Marías, cuando aún era un lugar popular, antes de que existiera la Universidad de Lima. La ceremonia oficial de entrega de grados académicos fue presidida por el Rector Olcese y contó con la asistencia del Presidente Fernando Belaúnde Terry. El discurso de orden fue de Manuel Rodríguez Escribens y por la Promoción habló, muy bien por cierto, Pepe López Parodi. En esa ocasión Belaúnde recibió el grado de Doctor Honoris Causa de nuestra Universidad. Otra ceremonia bastante pomposa fue la de entrega de Despachos de Alféreces –subtenientesde la reserva del Ejército.
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  • 54. 54 Fue en aquellos días de festejos previos a nuestra graduación que surgieron los primeros rumores de los que alguno llamó la “maldición de la promoción”. Alguien habría jurado –o perjurado- que habíamos convivido durante cinco años con un maricón disimulado. Eso, en verdad, no nos hubiera preocupado mucho ya que éramos y somos todos de amplio espíritu y, en la actualidad, eso sería políticamente correcto, casi deseable para una promoción que se respeta. Pero la tal maldición nunca se concretizó. Lo que quedó es una inmensa curiosidad.
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  • 58. 58 En un grupo tan grande como el nuestro es obvio que no todos éramos lo que se puede llamar amigos. Como visto, había argollas, grupos, combos y yuntas que dependían muchas veces de vínculos pre-universitarios, como el colegio, la ciudad o el barrio de procedencia y hasta del orden alfabético de nuestros apellidos que determinaba nuestros compañeros del día a día en las prácticas. Especialmente en los dos o tres primeros años algunos mal conocían a todos. Pero, como ya señalado, eso se disipó progresivamente y en cuarto y quinto nos conocíamos todos, inclusive a esos compañeros que destacaban por no destacar en nada, es decir esos compañeros discretos y callados o poco participativos, biológicamente calificados de “amorfos”. Ya había, inclusive, unas pocas enemistades visibles y bien conocidas. Pero, con todo, como dicho, fuimos un grupo muy unido y eso auguraba que continuase así durante nuestra vida profesional. Nuestras primeras reuniones después de graduados fueron, frecuentemente, a consecuencia de los matrimonios de compañeros, como el de Meche Vargas, “Tiburón” López Ocaña, “Flaco” López Parodi, “Cañaña” Monsalve o “tac tac” Hidalgo, entre muchos otros. Pero, unos pocos años después de entrar a la vida profesional, nuestra promoción confrontó una situación muy difícil que puso a antiguos amigos o compañeros en trincheras diferentes. Se trata del proceso de reforma agraria que fue la bandera principal del llamado Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada. No se trata de discutir la necesidad o el carácter de esa decisión política, vista como necesaria o justa por unos e innecesaria, perjudicial e injusta por otros. Se trata apenas del hecho de que parte de nosotros éramos funcionarios del gobierno encargados de ejecutar ese proceso mientras que otra parte eran los que lo sufrían. Y decir que lo sufrían no es eufemismo. En realidad, esos amigos o compañeros perdían sus propiedades o las de sus familias, es decir tierras que eran sus bienes y medios de vida además de ser sus raíces a veces por décadas y hasta por siglos. En realidad perdían más que la tierra, pues el mecanismo de confiscación -aunque disfrazado como
  • 59. 59 expropiación- era tan brutal que en muchos casos se les arrebataba hasta sus enseres personales, sus recuerdos íntimos, sus animales domésticos más queridos. Esas intervenciones provocaron momentos muy dolorosos y tristes, llenos de anécdotas que se prefiere no recordar. Los compañeros del lado del gobierno trataron dentro de sus posibilidades de aliviar la pesadilla que vivían sus amigos. Pero, también hubo algunos pocos que no tuvieron compasión ni modales. Ese mal rato que nos tocó vivir ya es parte de la historia pero sería ingenuo pretender que no tuvo impacto en nuestras relaciones. También sería fácil decir o asumir que todos continuamos siendo buenos compañeros, como cuando éramos estudiantes. Pero la vida no es así y a medida que el tiempo y la distancia actuaron, o peor, que los intereses de cada uno fueron tomando cuerpo y se cruzaron con los de otros aparecieron olvidos y nuevas amistades pero también algunas desavenencias, como en cualquier grupo humano. Grandes amigos de antes quisieron trabajar unidos y eso frecuentemente terminó en divisiones que perduran hasta el presente, como a veces pasa también en las familias. Pero esas son las excepciones. La gran mayoría de nosotros continuamos nos alegrando sinceramente cuando vemos a todos y cada uno de nuestros compañeros. Y compañeros con los que en la época de estudiantes poco o raramente hablábamos se han convertido en grandes amigos en la edad madura. La primera reunión más o menos formal de la Promoción se realizó 10 años después de egresados, en el campus de la UNA, en un gran almuerzo campestre acompañados de nuestros cónyuges, los que ya estábamos casados. La reunión fue presidida por el Rector, Fico Anavitarte y a ella comparecieron nuestros padrinos y varios otros profesores. En esa ocasión el discurso estuvo a cargo del “Francés”.
  • 60. 60 La segunda reunión, de la que se muestran varias fotos en las páginas siguientes se realizó unos 20 años después de egresados, también en el Jardín Botánico.
  • 61. 61 Las fotos de esta parte corresponden a la segunda reunión, realizada en el Jardín Botánico, unos 20 años después de egresados. En ellas, como siempre, se manifiesta una unión absoluta entre todos los integrantes de la 63. Fue un evento memorable por eso y por la alegría de reencontrarnos, aun con la memoria fresca de nuestros estudios y de nuestra convivencia en La Molina. Pero esa fue, también, la última vez que estuvimos masivamente juntos.
  • 62. 62 En esta foto se ve a Renato Zepilli, fallecido en junio de 2013 y a nuestro querido “Camión” Olivares. Completan el grupo el Mono Reaño y el “Picudo” Chiappe. “Metrecal” Capelleti y “Cañaña” Monsalve.
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  • 64. 64 Dos ases de las bromas y de las ocurrencias… El inigualable “Bob Hope”, cuyas proezas podrían llenar libros y, el no menos ocurrente “Calinche” en la foto muy ocupado en retirar algo de la nariz (en esa época no había teléfonos celulares!) “Calaverón” sin su saco a cuadros, “Hiposexy” estrenando bigote, el siempre cauto “Tortuguita” con “Pirín” Carpena. El inolvidable “Camión”, en una de sus actitudes típicas. En la foto se ve a Morales, otra baja entre nuestros compañeros.
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  • 68. 68 La cerveza regó profusamente la pachamanca y liquidada ésta última, la cerveza continuó corriendo, liberando los recuerdos y las bromas malvadas de Currarino, tanto así que hasta el poco comunicativo “Fito” Bertozzi y el no demasiado sociable “Obispo” González Passano (que en paz descanse) estaban participando animadamente. Obsérvese, en las fotos de esta página, varios amigos fallecidos. Además de González Passano, se fueron “Koji” Amemiya, Marino González, Carlos Olivares, Enrique Raffo y Jorge Vanderghem. También están, bebiendo su chelitas, nuestras recatadas colegas “Fina” Guevarra y Meche Vargas.
  • 69. 69 Arriba, Lucho Esteves, inolvidable piloto y rey indiscutido de la Javier Prado en su raudo Chevrolet Bel Air automático celeste y blanco que dirigía mirando atrás por debajo de la puerta abierta, entre otras hazañas a las que él y nosotros, sobrevivimos. Abajo, Cañaña siempre reilón y Javicho, uno de los pasajeros asiduos de Lucho Esteves, con mucho apetito.
  • 70. 70 Arriba, Carlos Amat y Efraín Palti, durante muchos años culpables de lo bueno, lo malo y lo feo de nuestro Sector Agrario. Abajo, viejos, feos y panzones, pero todavía llenos de brío.
  • 71. 71 Tuvimos la suerte de tener muchísimos profesores. Tantos que no da para recordarlos todos y también porque no todos nosotros los conocimos bien a todos en función de las especialidades. La Molina, gracias a las autoridades de la época, en especial a la capacidad gerencial de Orlando Olcese, era la universidad peruana con el más alto estándar educativo y con la mejor producción científica y eso era en parte debido a que había muchos profesores, con calificaciones, tiempo y dinero para investigar. Los alquimistas: “Chombeque”, “Cojudo de Plata” Jacques Schomberg El “Muerto” González Terán Javier “Tuerto” Gazzo, Orlando Olcese Pachas, Dante Roca Pereyra Aunque Schomberg, Olcese, Gazzo y Roca eran buenísima onda y les teníamos bastante “camote”, hay que reconocer que nos hicieron sufrir mucho con sus cursos. Ya, “El Muerto”, el pobre, no ganó ningún concurso de simpatía. Schomberg, a pesar de su edad y de su apariencia retraída, se prestó a ser tutor de un grupo bastante grande, en dos largos y maravillosos viajes de prácticas, uno al Norte y otro al Sur. Se comportó extraordinariamente bien y los que tuvimos la suerte de viajar aprovechamos mucho de sus vastos y sorprendentemente diversificados conocimientos, además de su excepcional calidad humana. Bacal dice: Él fue un verdadero maestro. Jacques Schomberg, out of the blue, nos dio una de las mayores lecciones de educación política en mi vida, en el contexto de una clase de química: "Es difícil tener poder y no abusar de el"! Los agricultores Jules “El Chivo” Gaudron, Mario Boza Barducci, Esteban Skarabonja, Luis Chiappe, senior
  • 72. 72 Javier Becerra de la Flor, Carlos Ochoa, Jacobo Zender, Arturo Flores, Charles “Chololo” Morin, Alfredo Montes Puig, Héctor Brignetti, Alfonso Cerrate, Guillermo Parodi, Flavio (“El Lobo”) Bazán Peralta, Alberto Barreda, Luis (“Picudo”) Chiappe, junior Reynaldo Crespo, Miguel (“Micky”) Holle Ostendorf Este grupo reunió profesores muy queridos y respetados aunque no siempre destacaron por sus cualidades lectivas. Boza y Ochoa eran escuetos, categóricos y distantes. Zender, siempre afable y elegante, era un tanto anticuado en sus enseñanzas y nos proporcionaba notas que invariablemente eran 11 o 13. Nunca más, nunca menos. Sospechábamos que alguno de sus nietos menores era el que revisaba las calificaciones con la orden de siempre aplicar exclusivamente pero al azar esas dos cifras. Nadie desaprobaba pero nadie aprobaba con más de 13. Bazán nos inició en la dasonomía, como por entonces se llamaba a la ciencia forestal y Crespo nos introdujo a los cultivos tropicales. Crespo ofreció una última clase con 100 años de edad, dando un ejemplo de perseverancia y de interés por el trabajo y la vida. Ya Morin, Montes y Holle, simpatiquísimos ellos, nos presentaron la horticultura y Flores, el padre de Lourdes, la pepecista, nos enseñó fruticultura. Gaudron no llegó a dictar ninguna clase para nuestra promoción, pero él estaba presente en todas las ceremonias y era frecuente verlo en el campus, donde residió hasta su fallecimiento. Algunos, como Vanderghem y Dourojeanni, conocían personalmente al anciano profesor por relaciones de sus familias. Además, no debemos olvidarlo, Vanderghem era nieto del fundador de la ENA. También se recuerda con cariño especial a Luis “Picudo” Chiappe, siempre dispuesto a ayudar. Javier Becerra de la Flor fue el último Director de la ENA y el primer Rector de la UNALM. Aunque no tuvimos mucho contacto con él, quien además parecía una persona bastante severa, a él en gran parte debemos la buena calidad de nuestra enseñanza. Además, su secretaria era famosa por su belleza y elegancia. Los botánicos y los biólogos Octavio (“Cholo”) Velarde Nuñez, Ulises (“Zapotek”, ”Fuchifú”) Moreno Moscoso, Luis Vega Bancalari, Gastón Vejarano, Pedro Aguilar,
  • 73. 73 Hans Koepcke Sobre Octavio Velarde, nuestro mentor, ya se trató ampliamente. Apenas faltó mencionar que Velarde era Decano de la Facultad de Agronomía cuando falleció. Otro profesor, que estuvo muy presente en nuestras vidas universitarias y del que recordamos muchas situaciones, es Ulises Moreno, con su dejo inglés –que ya abandonó- , su lazo estilo cowboy (acababa de regresar de Gringolandia) y su enorme entusiasmo para explicar las reglas de la fisiología vegetal. Él, siempre suspicaz y estricto, acostumbraba tipiar e imprimir, él mismo, las pruebas objetivas semestrales. Terminada la operación quemaba los esténciles y los tiraba por la ventana. No sabía que debajo de ésta había un par esperando por el papel carbonizado en el cual aún se podía leer fácilmente lo que estaba escrito. Pero los que consiguieron la prueba, que era temprano al día siguiente, no sabían las respuestas, generando un intenso intercambio de informaciones y de viajes entre argollas que duró hasta bien entrada la madrugada. Todos aprobamos. Vega Bancalari era buena gente pero bastante deficiente como profesor de genética. Pocos tuvieron la suerte de tener a Pedro Aguilar -que acaba de fallecer- como profesor pero perdimos mucho con eso. Algunos tuvieron la oportunidad, asimismo, de llevar un excelente curso de ecología con Hans Koepcke, que era profesor a tiempo parcial. Los economistas Luis Paz Silva, Carlos Derteano Hubo otros economistas en la UNA. Pero para la mayoría de nosotros el único verdadero profesor de economía fue Luis Paz. Además, “Lucho” Paz, para muchísimos, fue el gran maestro que todos sueñan tener después de egresar. Ofreció empleo, consejos, amistad y supo estimular lo mejor de cada uno de sus discípulos. Además, él siguió haciendo eso durante toda su vida y lo hace hasta el presente, con más de 80 años de edad. Dedicó toda su vida a la construcción de un Perú mejor. Es un gran ejemplo! Los matemáticos y físicos José Luis Krumdieck, “Machazo” Jorge Quiroz, “Pajarito” José Estremadoyro Carmen Cassano Como dicho ellos nos hicieron sufrir mucho. Para la mayoría aún es un misterio completo eso de la geometría analítica, el cálculo integral y el diferencial y sólo Dios sabe que más. La mayoría hemos aprobado esos cursos apenas apelando a la generosidad divina o al azar y, a veces, a la vista aguzada sobre la prueba del vecino más estudioso, Palti, por ejemplo. El bando de la izquierda y los literatos:
  • 74. 74 Jorge González, Aníbal Quijano, José María Arguedas, Javier Sologuren, Luis Alberto Ratto, Baldomero Cáceres, Jaime Llosa, José Paz Garay, Manuel Vera Alva, Miguel Reynel, Cesar Delgado Barreto, César Benavides, Alfredo Torero, Ernesto Villacava, Alfonso Chirinos Almanza José Carlos Fajardo, y Carlos Samaniego Fue en nuestra época que se creó la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales que se llevó a algunos compañeros nuestros. Concentró profesores con ideas de izquierda que fueron el embrión de muchos de los grandes males de comienzos de la década de los años 1970. La Cantuta, en caos, desbordó sobre La Molina. Trajo mucho de bueno, como el escritor Arguedas, el poeta Sologuren y los profesores Ratto, Reynel, Cáceres “y su coca” y Delgado, secretario casi permanente de la UNALM. Pero también trajo confusiones. Nuestra promoción se benefició poco de esos profesores. Los ingenieros y los mecánicos: Carlos Vidalón, Arturo Cornejo, Reginald Ledgard, Guillermo Carrera, Renato Rossi, Medardo Molina, Alfonso Alcedán, José Aquize, Jaime Gilardi, Juan Lituma, César Bellido Muchos profesores muy buenos, tanto que nuestro padrino es uno de ellos. Destacaron Carlos Vidalón, que fue electo Rector y Alfonso Alcedán. Los mecánicos, entre ellos el “buena gente” pero celoso Gilardi y el no tan simpático Carrera, además de Ledgard, nos enseñaron a driblar tractores y otros aperos agrícolas.
  • 75. 75 Los vaqueros: Carlos Luna de la Fuente, Antonio “Caquita” Bacigalupo, Miguel Sarria García, Ferrucio Accame, Rafael La Rosa Llosa, Alfonso (“Negro”) Flores Mere Federico (“Fico”) Anavitarte, Renato Zepilli, José Ducato Backus, Francisco Sylvester, Guillermo Gómez, Marcial Jara Almonte José Téllez Profesores excelentes y tradicionales pertenecen a este grupo. Obviamente destacó Luna de la Fuente pero, asimismo ocupa lugar importante Bacigalupo, siempre lleno de ideas y propuestas, en general un tanto utópicas pero que marcaron el avance de la ciencia y de la UNALM. Anavitarte, todo un caballero, fue el profesor que nos inició en la anatomía y que, después, fue elegido Rector. Destacaba, por su constante buen humor y cara de chistoso, Miguel Sarria, tío de nuestro propio Sarria. Ducato emigró a los temas pesqueros. Bacal dice: “Antonio Bacigalupo nos dio la mejor lección de ética en nuestra carrera, al dejarnos solos en el aula, durante un examen final de (creo) nutrición animal, no sin antes recordarnos que nosotros éramos el futuro de nuestro país y que el confiaba en nuestra honestidad. Creo (quiero creer) que nadie copió en ese examen. Los bichólogos: Isaías Combe Loero, Mario (“Forfor”) Zapata Tejerina, Klaus Raven Büller, Fausto Cisneros, Alberto Martin Combe fue el “papá” de los candidatos a entomólogos de esa época. No era un gran científico como Raven o Cisneros, pero era bueno como pan francés fresco, siempre dispuesto a ayudar, a apoyar a levantar el espíritu. Raven, que después llegaría a Vicerrector, sólo fue conocido por los que hacían posgrado pero fue uno de los más queridos y respetados profesores de esa época. Ya Cisneros, a pesar de sus amplios conocimientos no fue tan popular y menos aún, Zapata que, en cambio, fue elegido Rector.
  • 76. 76 Aunque no fue profesor no puede dejar de recordarse al preparador Cirilo Aranda, que mucho nos ayudó con las colecciones de insectos. Los “fitopatolos” Germán García Rada, Lily Brown, Víctor Revilla, Teresa Ames, Rosendo Postigo No se puede decir que Postigo y Revilla eran profesores admirados ….. Ya Lily y Teresa nos aliviaron los cursos de la especialidad, que son inevitablemente un tanto aburridos. Los sueleros Manuel Rodríguez Escribens, Miguel Arca Bielick, Amaro Zavaleta, Sven Villagarcía Hermoza, ….. Zapater Ninguno de ellos fue muy popular pero eran profesores competentes e hicieron lo mejor de su parte para formarnos. Los computarizados: Walter Fegán, José Calzada Benza, Américo Valdez Era la época del gigantesco, misterioso e intimidador computador central con sus millones de tarjetas perforadas. Pocos entendimos alguna cosa de esa máquina infernal…. Y teníamos razón. El diablo se la llevó y hoy no existe más. Calzada era un gran patrocinador y amigo pero como profesor era tan caótico como inaudible. Pocos entendimos alguna cosa de lo que enseñaba con tanta dedicación. Pero era muy querido. La Promoción 1963 en la UNALM: Por diferentes lapsos, desde unos pocos años hasta por más de tres décadas, estos compañeros (quizá falte alguno) sirvieron y aun sirven a la sociedad como profesores en nuestra alma mater: Bacal Roij, Azril; Dourojeanni Ricordi, Marc; Fernández Northcote, Enrique; Fernández Vargas, Enrique;
  • 77. 77 González Rivadeneyra, Marino; Guevara Llave, Josefina La Hoz Brito, Enrique; López Ocaña, Carlos; López Parodi, José; Pastor Rodríguez, Eduardo; Palti Solano, Efraín; Pizarro Carbone, Humberto; Quijandría Salmón, Benjamín; San Martín Novelli, Alfredo; Sano Naveta, Juan; Urbina Barreto, Juan Arturo egresó de la ENA en 1955. Desde estudiante destacó en todo lo que hizo, con calificaciones sobresalientes y como dirigente estudiantil, habiendo sido Presidente del Centro de Estudiantes. Como era de esperarse ingresó a la docencia en su alma mater donde después de rápidos ascensos académicos alcanzó la Jefatura del departamento de irrigaciones de la nueva Facultad de Ingeniería Agrícola y, más tarde, fue Decano de la Facultad de Ingeniería Agrícola. Antes, debido a sus dotes humanas reconocidas por todos fue designado para tareas delicadas como la organización de la oficina del estudiante, como miembro de la comisión encargada de crear la asociación de obreros de la UNA y como miembro del grupo que revisó los estudios preparatorios. Pero, en verdad, le correspondió estar en todo lo que implicaba relaciones con estudiantes y personal como son distribución de bolsas y becas, resolución de conflictos, ayuda social, internado y también participación en exámenes de ingreso. Dedicó 17 años de su vida a la UNALM. Optó al grado de MSc en la especialidad de irrigaciones en la Universidad de California, Davis, donde años más tarde también obtuvo su PhD. Ha sido autor y coautor de libros y de varias publicaciones en temas de su especialidad habiendo, asimismo, patrocinado numerosas tesis de grado a nivel de ingeniero y de magister en la UNA. Algunas de sus publicaciones más conocidas son “El riego en el
  • 78. 78 Perú”, “Resources of arid South America” y “South American arid lands: outstanding characteristics. Problems and potential for development”. A comienzo de los anos 1970s Arturo fue convidado por el gobierno para asumir el cargo de Director General de Aguas en el Ministerio de Agricultura. En ese cargo hizo grandes innovaciones técnicas y administrativas algunas de las cuales perduran hasta el presente. Posteriormente aceptó una invitación del Banco Mundial (BIRD) para ser oficial senior con base en Washington, DC. A fines de los años 1980 su esposa, Lily, falleció. Arturo continuó trabajando por 18 años en el BIRD donde participó en el diseño, implementación y evaluación de 38 proyectos de desarrollo rural y y riego en 16 países de América latina, Asia y África. También fue Director de La Unidad Regional de Asistencia Técnica (RUTA), creada por el BIRD, con participación del BID, PNUD, FIDA e IICA y financiamiento japonés. Después de su retiro por límite de edad y pasó a vivir por un tiempo en Costa Rica, tierra de su segunda esposa. Actualmente reside nuevamente en Washington, DC. Además de su experiencia académica e internacional Arturo se desempeñó en la actividad privada, inicialmente en agricultura pero principalmente como consultor para empresas y agencias gubernamentales. Después de su retiro del Banco Mundial también ha realizado numerosas consultorías internacionales. Sus méritos han sido reconocidos con numerosas distinciones, inclusive por el Ministerio de Agricultura del Perú. Lily también es ingeniero agrónomo, graduada en la ENA. Inició su vida profesional como fitopatóloga en la Estación Experimental Agrícola de La Molina. En 1952 fue nombrada Jefe de Prácticas en la ENA y poco después viajo a EEUU para hacer un MSc en fitopatología en la Universidad de Wisconsin, EEUU. En 1958 fue nombrada profesora asociada y en 1961 ya era profesora principal. También fue Jefa del Departamento de Fitopatología de la UNA. La vocación principal de Lily era la investigación científica, siendo autora de numerosos estudios sobre enfermedades de plantas agrícolas. Destacaron sus trabajos sobre virosis y sobre enfermedades de la papa. Acompañó a su marido, Arturo, a EEUU cuando él aceptó trabajar para el Banco Mundial. Víctima de una enfermedad incontrolable, ella falleció prematuramente en esa ciudad. (Responsable por la Clase del Recuerdo) Estudió primaria y secundaria en el Colegio San José, Hermanos Maristas del Callao. Se graduó de agrónomo en el año 1953, obteniendo el título de ingeniero en 1954. En 1957 se graduó de Master en Economía Agrícola en la Universidad de Cornell, New York. También en 1957 obtuvo un diploma de Capacitación en Administración Pública del Departamento de Agricultura en Washington, DC. En 1962 se capacitó en Planificación Urbana y Regional en la Universidad de Yale, Connecticut y, en 1966, realizó un entrenamiento en Comercialización de Productos Agrícolas, en Holanda, Israel y Dinamarca con una beca de la OEA.
  • 79. 79 Comenzó su actividad profesional como Economista Agrícola del Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (1957-1962). Durante este período elaboró el primer estudio socio-económico y el primer estudio de administración rural en el Valle del Mantaro, aplicando el método de encuestas, con el fin de organizar los servicios de extensión agrícola. Organizó y dictó cursos de Economía Agrícola y Administración Rural en los cinco países andinos. A partir de 1962 y hasta 1981 trabajó directamente para el gobierno peruano, principalmente en el sector agrario. De 1962 a 1963 fue nombrado Director de Economía Agraria del Ministerio de Agricultura y de 1963 a 1969 fue Gerente Técnico y Gerente General de la Corporación Nacional de Abastecimientos del Perú (CONAP). De 1970 a 1980 fue Jefe de la Oficina Nacional de Planificación Agraria (OSPA) y en 1981 fue Director del Programa de Capacitación en Planificación del Instituto Nacional de Planificación. Entre 1981 a 1987 regresó a la docencia, siendo nombrado Profesor Principal de la Universidad Nacional Agraria de La Molina y también Jefe de Departamento y Decano de Economía y Planificación. A partir de 1987 y hasta 1994 asumió la jefatura del Departamento Agropecuario de la Junta del Acuerdo de Cartagena. En ese cargo él fue responsable de la formulación y conducción de los proyectos agrícolas y de armonización de políticas agrarias y comerciales de países andinos. De 1996 al 2000 ha sido Gerente de Agro-exportación de la Comisión para la Promoción de las Exportaciones (PROMPEX) y Presidente de la Fundación para el Desarrollo Agrario. En la última década fue Asesor o jefe del gabinete de asesores del Ministro de Agricultura (2000 a 2004) y del Ministro de la Producción (2004 a 2010). Actualmente es Asesor del Presidente Ejecutivo de Sierra Exportadora. Ha desarrollado un sinnúmero de consultorías nacionales (COFIDE, FDA) e internacionales (BID, SELA, FAO, CGIAR, USAID, IICA, PNUD) en temas de su especialidad en varios países de América Latina. Es autor y coautor de numeroso artículos en revistas técnicas del Perú y de las instituciones para las que trabajó. Sus altos cargos públicos nacionales e internacionales lo llevaron a representar al Perú o a sus instituciones en un número considerable de directorios, consejos y, obviamente de conferencias y eventos en el Perú y en todo el mundo. Entre otras intervenciones importantes ha sido orador invitado por el IPAE a tres Conferencias Anuales de Ejecutivos (CADE). Sus servicios públicos han sido reconocidos con el “Premio Interamericano de Desarrollo Agrícola” del Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (1976), la Medalla y Diploma al Mérito de la Facultad de Economía y Planificación de la Universidad Nacional Agraria de La Molina (2000), la Medalla y Diploma al Mérito del Ministerio de Agricultura (2001) y el “Premio al Mejor Empleado Público del Año” de la Asociación de Exportadores (2003).
  • 80. 80 De derecha a izquierda: Profesores Moreno, Gómez, Luna de la Fuente, Pastor, Dourojeanni y Pierret con el maestro Gaudron
  • 81. 81 Esta sección relata algo de nuestras vidas durante el medio siglo pasado. La mayoría no respondió al pedido de enviar sus resúmenes o el de los amigos fallecidos. Pero obtuvimos, después de docenas de insistencias y reiteraciones 50 relatos breves6 cuya lectura es fascinante y revela, de una parte, la enorme contribución de la Promoción 1963 al desarrollo nacional y, en general, a mejorar la vida de nuestros conciudadanos y de otros en muchos países del mundo. La inmensa mayoría de nosotros fuimos leales a nuestra profesión, es decir la ejercimos plenamente, y a nuestros anhelos juveniles de “hacer patria” y de luchar por una nación más equitativa y, como se dice ahora, más sostenible. Eso fue logrado desde una diversidad de trabajos en el sector público, en la academia, en organizaciones internacionales o, desde el sector privado. Pero, de otra parte, la lectura también revela hechos sorprendentes, completamente ignorados por la mayoría, sobre la vida personal de muchos compañeros que, especialmente, después de la jubilación, dieron inicio exitoso a orientaciones o actividades completamente nuevas, como revivir o recomenzar. En base a una muestra de 57 colegas (incluyendo algunos que no enviaron resúmenes pero sobre los que se tuvo información) se determinó que la mayoría no se restringieron a trabajar para un solo sector. En efecto, el 60% combinó por periodos mínimos de 3 años el servicio público nacional o internacional (gobierno, universidades, organizaciones internacionales) con gran diversidad de labores privadas, en especial la consultoría. El 61% trabajó para el sector público (excluida la academia) por un periodos de más de tres y hasta por más de 30 años. Otro 58% trabajó principalmente en el sector privado. El 30% sólo trabajó para el sector privado y nunca para el Estado, en proporciones iguales como empleados de empresas privadas y como propietarios de sus negocios, éstos últimos muchas veces de tipo agropecuario. El 21% trabajó esencialmente para la academia y otro 21% dedicó gran parte de su vida profesional al ámbito internacional (bancos multilaterales, organizaciones de las NNUU o de la OEA, etc.). Aunque a algunos no les agrade llevarlo en cuenta, nuestra promoción brindó dos ministros de Estado, en Panamá y en Perú y, asimismo, ocho viceministros, incluyendo los que también fueron ministros. Efraín Palti batió todos los récords en términos de longevidad como viceministro. Establecer el número de los que fueron directores generales o alcanzaron rangos equivalentes es difícil pero debe pasar de veinte. Otros ocuparon altos cargos en organizaciones internacionales. Los hubo que destacaron muchísimo en el rubro de la sociedad civil organizada. También tuvimos por lo menos dos alcaldes, uno de los cuales de la ciudad de Piura y varios presidentes de capítulos del Colegio de Ingenieros. El 48% de la muestra obtuvo un MSc o equivalente y el 19% obtuvo un PhD o equivalente. organizaciones internacionales. Muy pocos de los que se dedicaron principal o exclusivamente a actividades privadas hicieron estudios de posgrado. 6 Después de analizar la muestra inicial y de distribuir la primera edición de esta Memoria, otros compañeros enviaron sus datos. Pero éstos no fueron contabilizados.