2. Las comunidades cristianas fundadas por Pablo
La actividad misionera de Pablo tuvo como objetivo principal la
fundación de comunidades cristianas. Algunas de ellas son las
destinatarias de sus cartas. Resulta muy provechoso para entender
las cartas paulinas conocer las características, circunstancias y
problemas de dichas comunidades. Veamos algunos rasgos
comunes:
3. - Son comunidades integradas en el mundo griego: a excepción de
Roma, todas las demás comunidades cristianas con las que Pablo
mantiene correspondencia, pertenecen al mundo helenista (y es
sabido la enorme influencia de la cultura griega en Roma), lo que
ofrece múltiples ventajas para los seguidores de Jesús. Sin embargo,
ofrece también la tentación permanente de un paganismo
favorecedor de toda clase de placeres, la atracción ejercida por otros
cultos religiosos fáciles y sugerentes (sobre todo los relacionados con
las religiones mistéricas) junto con la existencia de múltiples
costumbres reñidas con el Evangelio. En semejante contexto se
comprenden mejor las advertencias, recomendaciones, y llamadas de
atención continuas, e incluso las duras recriminaciones que
encontramos en las cartas de Pablo.
4. - Son comunidades situadas en las regiones costeras del norte del
Mediterráneo (Asia Menor, Grecia e Italia), dentro por lo tanto del
Imperio Romano. Tanto Pablo como sus colaboradores procuran
establecer las comunidades cristianas en centros estratégicos, en
ciudades unidas entre sí por una fuerte red de comunicaciones. Así se
favorecería el contacto y el diálogo tan necesario en un principio para
las comunidades cristianas a causa de la inestabilidad y la fragilidad de
su fe y convicciones recién adquiridas.
5. - Son comunidades establecidas en núcleos urbanos, en contraste con las
comunidades rurales palestinenses. Pablo contribuye decisivamente a la
creación de un cristianismo urbano, muy diferente al de las primeras
comunidades, que pertenesen al mundo rural palestino, en donde imperan
unas estructuras elementales, en clima de gran austeridad y una fuerte
igualdad social entre los componentes de la comunidad. Al implantarse en
el medio urbano, el cristianismo comenzó a penetrar en las distintas clases
sociales y culturas existentes en las grandes ciudades del Imperio, con su
variedad de intereses, costumbres y modos de ser. La exigencia de pobreza
de Jesús tendió a ser matizada por una concepción de la vida que aceptó las
desigualdades existentes de hecho y trató de impregnarlas de amor
cristiano. Se hubo de asumir el difícil desafío de integrar fecundamente a
personas de condición muy diferente en una misma vida comunitaria.
6. - Son comunidades de cristianos de procedencia tanto judía como
pagana: Esto es válido sobre todo para las comunidades de Tesalónica,
Corinto y Roma. En Filipos y Galacia prevalecían probablemente los
cristianos de origen gentil. Esta mezcla explica la variedad de lenguaje,
temas y acentos en sus cartas. Es difícil integrar en una sola vida
comunitaria a personas que cumplen la Ley de Moisés, con sus
requisitos de pureza, con miembros que no siguen la Torah y que
asumen los usos y costumbres de los ciudadanos del Imperio.
7. - Son comunidades en las que, junto con el entusiasmo y el
heroísmo, está presente el pecado. No son comunidades perfectas. Es
verdad que en ellas se experimenta una nueva fraternidad, el gozo del
Espíritu que transforma los corazones, la proliferación de carismas, el
amor cristiano que supera las barreras sociales y económicas. Pero
también se dan cita una gama de dificultades, tensiones, discordias,
celos, rivalidades, problemas prácticos, egoísmo. Se puede percibir en
ellas a la Iglesia “santa y pecadora” de que hablan los Padres. Pero en
ellas actúa Jesús resucitado.
8. - Son, finalmente, comunidades elementalmente organizadas: en las que
la profesión de fe, la celebración del culto y la comunión de bienes
constituían las características fundamentales de su vida interna. Mientras
Pablo vivió, sus comunidades reconocieron como autoridad suprema la del
propio apóstol. Sin embargo, en 1 Tes se menciona ya a unos miembros de
la comunidad que presiden (o atienden) y amonestan en el nombre del
Señor (1 Tes. 5,12); en Gálatas se habla de catequistas que deberían ser
retribuidos debidamente por sus tareas de enseñanza (Gál. 6,6); y en
Filipenses se saluda a quienes dirigen y están al servicio de la comunidad.
Esa incipiente organización jerárquica no es obstáculo para que existan
amplios espacios abiertos a la corresponsabilidad activa de todos los
miembros de la comunidad.