2. INTRODUCCION:
En el 4to evangelio, la personalidad
oculta del revelador aparece, se
desvela, a través de acciones
concretas, que el autor llama signos. A
partir de Cana, Jesús hace una serie de
signos. Ellos, juntamente con la palabra
del revelador que instruye muchas veces
desvelando el profundo significado de
estos milagros, forman el entramado de la
presentación de Jesús; son la gloria que
despidió su persona y que es atestiguada
por el evangelista (1, 14. 15; 20, 30 s.;
21, 24).
3. Juan no ha creado esta terminología de
los signos. Tanto en el mundo hebreo
como en el griego, por los que se extendió
en principios el evangelio, existía ya un
concepto elaborado sobre las actuaciones
prodigiosas y su significación religiosa.
Juan ha recibido y moldeado una teoría
anterior a él; con ella concuerda en
parte, y en parte diverge. Su quehacer
como evangelista, en este punto concreto
y de gran importancia, consistirá en
revestir de un nuevo sentido cristiano los
hechos fundamentales de Jesús.
5. En el mundo ambiental judío, los «signos
y prodigios» se mueven en tres
dimensiones diversas: teofañicos,
mesiánicos y proféticos. Provienen, en
última instancia, siempre de Dios, el autor
de la naturaleza, por eso son siempre algo
extraordinario, que no sucede todos los
días, milagro. La finalidad de estos hechos
no es siempre la misma. En el caso de
Dios, es manifestación que suele inducir al
temor; en boca de los profetas, es
testimonio de veracidad; en el mesías, era
signo de reconocimiento.
7. Dios ejecuta acciones que, a los ojos de los
hombres que las contemplan, son
maravillosas, excepcionales. En el fondo, no es
más que una explicación de los fenómenos
inexplicables. Lo nunca visto, lo que excede a la
comprensión humana, que tiene casi en
exclusiva su propia actuación y fuerza como
arquetipo de lo posible, proviene de una fuerza
inconparable que, en una religión, se atribuye
al influjo del mundo superior sobre el inferior.
En una religión monoteísta, como llegó a ser
Israel, estas cosas sólo podían provenir de
Dios, de Yahvé.
8. Si Dios intervenía en la historia, tenía
que hacerlo de una manera grande. Y no
es patrimonio exclusivo del pueblo
hebreo; antes de que tuviera conciencia
de su ser como pueblo, existían ya
auténticos géneros literarios, que
describían las teofanías o apariciones de
Dios.
Ya en la antigua mesopotamia, el dios
de la tempestad Adad (acádico) o Iskur
(sumerio) se aparecía con unas
características precisas de truenos,
9. relámpagos, nubes y lluvia. Llegó a existir
un género literario apto para expresar la
presencia de Dios en un lugar. Dios llegaba
con todo el aparato de su fuerza
arrolladora, y el mundo circunstante
reaccionaba ante su aparición: los hombres
temían y la naturaleza entera temblaba. Con
estos elementos, se construyó precisamente
la teofanía del Sinaí. Si el pueblo de Israel
tenía conciencia de que Dios se le había
manifestado en su historia, este Dios no
podía menos que aparecerse tal como las
mitologías conocidas presentaban a Dios, en
medio de signos y prodigios.
10. Estos signos se han dado en el pasado y
se repetirán, de alguna manera, en el
futuro. El presente está como fuera de los
tiempos en que Dios se manifestaba
directamente. En el presente que vive
cada israelita, Dios se manifiesta a través
de los profetas, de los sueños, de las
suertes...
En el futuro, Dios intervendrá
directamente en la historia de
los pueblos, asegurando el triunfo a Israel.
Y en esta su intervención,
no van a faltar, consecuentemente, una
reata de prodigios.
12. Los profetas, en sus anuncios de la
palabra de Yahvé, usaban bastante a
menudo de acciones simbólicas. Con ellas,
se llamaba la atención del público y el
oráculo de Dios se fijaba más en aquella
mentalidad. Una especie de «métodos
conversivos». Jeremías, con un yugo
sobre su cuello, era una viva estampa del
porvenir de Jerusalén: soportar el yugo
babilónico (Jer 28). Pero estas acciones
simbólicas no tenían nada de maravilloso
o extraordinario; era algo que cualquiera
podía hacer.
13. Otras veces, y esto es interesante para
nosotros, añadían al oráculo una especie
de prueba de su veracidad, un signo de
que su palabra iba a cumplirse
necesariamente. (1 Sam 2, 27-34). cuando
un profeta aparecía ante Israel como
enviado de Dios, la única señal que tenían
para discriminarlo de tantos falsos profetas
era que sus oráculos se hubieran cumplido
(Jer 28, 9).
15. Para el judaísmo en el que nace la
iglesia primitiva, los últimos
tiempos, inmediatamente anteriores a la
gran manifestación última de Dios estarían
acompañados por una gran cantidad de
signos maravillosos y extraños, tal como
se describen en la llamada literatura
apocalíptica. En este ámbito de los últimos
días y sus prodigios, tiene una fuerza
especial el personaje llamado mesías.
17. Bajo las creencias múltiples del mundo
no judío por el que se extendió el
cristianismo primitivo, existía el mismo
hombre que bajo la religiosidad israelita.
Tanto el gentil como el judío se maravilla
ante el hecho prodigioso, nunca visto.
Pero, mientras el judío ortodoxo tenía
que explicarlo desde su fe monoteísta y
sus esperanzas escatológicas, el
griego, en general, podía echar mano a
un sin número de posibilidades, nacidas
del politeísmo y la especial concepción del
alma humana como una cierta
participación de Dios.
19. Toda la tradición preevangélica es
unánime en atribuir a Jesús de Nazaret
curaciones, exorcismos y portentos;
algunas veces, con retoques precisos, que
indican el marco ambiental en que se
mueven. Curaba de males
concretos, echaba demonios mediante la
aplicación de fórmulas y calmaba
tempestades.
Otras veces, estos prodigios se resumen
en breves sentencias, como «curó de
muchas enfermedades» o «pasó por el
mundo haciendo el bien».
20. Estos prodigios pasaron rápidamente a ser
explicados como signos de su persona y
actividad, dentro del círculo de los fieles
primeros, encargados de expandir su
mensaje de salvación.
En la interpretación de sus milagros,
podemos ver la voluntad decidida de
presentar a Jesús como el mesías, nuevo
Moisés que había repetido el milagro
del maná en el desierto. La multiplicación de
los panes y los peces había sucedido «en el
desierto» y Jesús se presentaba como el
capaz de dar de comer a la multitud en este
lugar (cf. Me 8, 1-9), como el nuevo Moisés.
21. Otras veces, los milagros sirvieron para
expresar el poder de Jesús, y no tanto su
persona. Puede tratarse tanto de las
curaciones hechas en sábado, para
expresar que el sábado está hecho para
el hombre y no el hombre para el
sábado, como de la curación del tullido
que, dada la mentalidad mágica en la que
la enfermedad era castigo del pecado, se
convertía así en una prueba de que Jesús
tenía el poder de perdonar los pecados
23. Podemos decir, en general, que los
milagros son signos en cuanto que
demuestran quién sea Jesús y cuál su
oficio entre los hombres. Tuvieron como
finalidad, buscar la fe de los judíos, pero
hacía falta, precisamente, fe para
entenderlos.
24. Qué son y qué significan los «signos» en
general?
Bajo la palabra «signo», se encuentran
principalmente hechos maravillosos a los
ojos de los hombres, milagros. Signos
son la conversión del agua en vino (2,
11), curaciones genéricas y concretas
(4, 54;5,1-18; 6, 2; 9, 16), la
multiplicación de los panes y los peces
(6, 14) y la resurrección de Lázaro (12,
18).
25. La palabra «signo» referida a los
milagros se pone generalmente en boca
de alguno de los actores del evangelio.
Los circunstantes (2, 23; 3, 23; 6, 2. 14;
9, 16), los que se han enterado de la
acción (7, 31; 11, 47) o el relator (2, 11;
4, 54; 12, 18) son los que hablan de
«signos». En boca de Jesús, aparece tan
sólo en 4, 48 —al oficial real— y en 6, 26,
al pueblo que ha presenciado la
multiplicación de los panes y los peces.
26. Jesús llama normalmente a estos
milagros con el nombre de
«obras», «acciones» (5, 20. 36; 7, 21;
10, 25. 32; 14, 12); pero no lo hace en
exclusiva, porque también sus parientes
les llaman así (7, 3). Con esto, tenemos
que los milagros se sitúan en la
perspectiva global de la actuación de
Jesús. Son signos respecto a los
demás, pero él, y solamente él supo —a
los discípulos lo revelará más tarde— que
eran exponente de su unión radical con el
Padre (5, 32).
28. La labor más importante que ha de
hacer, en su vida terrena, el Jesús del iv
evangelio es revelar a Dios. Dios
tiene, sobre los hombres, designios de
salvación; los ama y quiere darles vida
eterna, a través del Hijo. De esta
manera, toda la vida de Jesús se convierte
en revelación de esta verdad; es el
Revelador, por antonomasia y
exclusividad, porque solamente el que ha
visto al Padre puede decirnos quién sea y
qué quiera. Sus milagros, sus acciones
y, sobre todo, sus palabras son el vehículo
adecuado de esta revelación.
29. El milagro-signo apoyaba la calidad
revelante de la palabra de Jesús; si Dios
obraba en sus milagros, también hablaba
en sus Palabras.
31. En el 4TO evangelio, los signos no
provienen ya de una fuerza que tenga
Jesús, una «dinamis» recibida, a la
manera de un poder mágico o divino. Es
Dios mismo el que, en unidad con
Jesús, estuvo presente en cada uno de
sus milagros. Y éstos entran en el todo de
la misión salvífica de la Palabra hecha
carne. Yendo al fondo de la realidad, tal
como nos la presenta este
evangelio, todas
y cada una de las acciones de Jesús
adquieren igual importancia; todas y cada
una son y provienen de la unidad Jesús-
32. Los milagros forman parte de la
donación de amor que Dios hace, por su
Hijo, al mundo; son exponente ante los
hombres de su propio amor. Y
esto, precisamente en su cualidad de
signos. En ellos, se dio oportunidad a los
hombres concretos de una determinada
época histórica para conocer los planes de
Dios sobre el mundo. No se trata ya del
bien material que podía desprenderse de
cada uno de los milagros de Jesús; éste
tenía una importancia totalmente
secundaria.
33. El amor de Dios, presente en los
milagros de Jesús, no se cifraba en que
los hombres recuperaran la salud o
quedaran satisfechos de su hambre, sino
en que este mismo hecho les era dado
como un puente para llegar hasta la fe en
el hijo.