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La Rosa de Los Tiempos
Novela
Autor:
Luis Parmenio Cano Gómez
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La Rosa de los Tiempos
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Con todo lo que conozco a Alejandrina Puyana Puyo; es como si la hubiera visto por
primera vez, cuando la encontré en casa de Alipio Guasca Guaneme. Una insólita visión.
De puro nervio somático. Como figura envolvente. Casi como sutura ciega. Ahora recuerdo
la entelequia de su conocimiento acerca de las voces acalladas. Por allá, en año 1956.
Corría el sopor perverso de la soldadesca bandida. Una inefable, la suya, manera de
persuadirnos en términos de tratar de entender la misoginia y la violencia generalizada.
Casi como abreviatura enervante. En pura seguidera de la ortodoxia que ya, de por sí, se
había implementado de manera tosca y vulneradora.
Ese lunes dos de agosto, nos reuniríamos para intercambiar propuestas y opciones, Estaban,
además de ella, Isabela Aguilar Buitrago, Lorenzo Benjamín Portocarrero Hinojosa y
Eufrasio Roldán Valiente. Desde mucho tiempo atrás, habíamos diseñado un plan que,
supuestamente, nos llevaría a proclamar la Teoría de la Triada Ideológica y las Condiciones
Dialécticas”. Algo así como la aproximación a la Idea Hegeliana. Tocamos, inclusive, lo
relacionado con la avanzada contestataria y sombría. No tanto en la intención de evadir
responsabilidades en el quehacer político. Era más, una tendencia a desinhibir el discurso,
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para adaptarlo a las necesidades de la década. Tratando de enfatizar sobre los errores de
interpretación y la correspondiente actuación, en el sentido de postular otras opciones, sin
menoscabar la Idea Básica ya apropiada.
El análisis exhaustivo de cada hecho y cada expresión; nos iría conduciendo a desentramar
la lógica con la cual veníamos actuando. Como entender que nuestro Manifiesto Primero,
presentaba vacíos recurrentes. Por ejemplo, eso de señalar nuestras convicciones y el
discurso político en la década anterior. Lejos estaba ya ese momento en el cual redefinimos
la táctica, al momento de conocer la perspectiva burguesa, a partir de 1930. Desde el punto
de vista del día a día, nos habíamos sumergido en algo así como idolatría en términos de la
consecución de insumos históricos, elaborados desde comienzo de siglo. Una directriz un
tanto ampulosa. Vista, en lo que referiría a la brecha abierta en la entre guerra civil en
nuestro país. Habíamos dibujado una opción, a mano alzada. Como cuando no se tiene
suficiente fuerza de convicción necesaria, para poder inferir resultados políticos serios, sin
perder la ortodoxia vinculada con la confrontación vertical y contundente a los partidos en
uso y que venían siendo utilizados como soporte fundamental al momento de asfixiar y
violentar a campesinos y habitantes de las ciudades en crecimiento.
De mi parte, y lo dije con certeza, no seguiría en ese pulso estrambótico y deshilvanado.
Propuse, en contrario, asumir la noción de pertenencia, como ínclitos sujetos en capacidad
de derrotar a la soldadesca y a los partidos usufructuarios del poder. Por la vía armada, sin
ninguna tregua. Ya antes lo había expresado en el último Congreso Revolucionario. Es
decir, siendo nosotros y nosotras sujetos de pleno liderazgo; tendríamos que buscar el
equilibrio preciso entre acciones violentas y la Teoría de Partido, soportada en los
agregados políticos, históricos y sociológicos. De tal manera que, derrotar a los partidos y
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sus poderdantes, así como a la soldadesca que actuaba como punta de lanza en las matanzas
generalizadas en el campo y que, con expresiones insinuadas, se iban perfilando también en
las ciudades; debería ser muestro objetivo fundamental.
Alejandrina, centró sus intervenciones en lo que ella daba en llamar “La generalización de
la Teoría del aprovechamiento de las Fisuras en la Clase Dominante”. Era algo así como
la utilización de la Teoría del Estado, soportada en “El Leviatán” de Thomas Hobbes y su
nexo con la disquisición kantiana en cuanto hacía énfasis en la tipificación de la razón,
como instrumento para “adelgazar” la ideología imperante, por la vía de acercamientos
paulatinos. Hasta lograr combatirlos desde adentro. Ella llamaba a esto “El Caballo de
Troya al servicio de la Revolución”.
Sin pensarlo, Aleja, desembocaría en el tipo de directrices conjugadas por los traidores a la
causa obrera en España durante la Guerra Civil. Es decir, la destrucción (con sus
directrices) de lo logrado en Cataluña, por parte de las “Comisiones Obreras” de Gobierno
en las fábricas y su extensión a las ciudades. Por lo mismo, entonces, trataría de
persuadirnos en el sentido de deponer parte de la doctrina básica que ejercía como soporte
ideológico. Esta, en lo fundamental, hacía énfasis en el entendido de la lucha de clases
como expresión indelegable, mucho menos suplantada por ninguna opción de equilibrio
con la totalidad o parte de los dominadores políticos y su ejército y policía armados para
hostigar y matar a quienes estamos decididos a imprimir una connotación de defensa y
ataque en el campo, y de confrontación en las calles en las ciudades, en la intención de
subvertir cualquiera posición de represión...
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Lorenzo Benjamin, se hizo al lado de la teoría expuesta por, Alejandrina. Asumiendo un
galimatías circunstancial. Como una variante de la proclama de delirio transicional.
Particularmente, Lorenzo, avalaba lo fundamental en la teoría alejandrina, pero con
agregado de lo que él empezaría a llamar “estar preparados para lo circunstancial. Porque
no podríamos descartar el acercamiento político táctico con disidentes de la opción politica
de los partidos dominantes”. Una tipología sociológica que ilusiona con la posibilidad de
recabar en “equilibrios transitorios”. Esto traducía la posibilidad de trazar directrices
relacionadas con la entrega de armas por parte del movimiento campesino organizado y,
colateralmente, orientar la conformación de consejos campesinos en las localidades, en
capacidad de negociar. Fundamentalmente, porque ya se empezaban a dilucidar los
movimientos de los partidos dominantes. De una parte en relación con la modificación en
el trato y respaldo al Jefe Militar que fungía como poder ejecutivo desmirriado, que había
sido promovido por esos mismos partidos y sus dirigentes. Ya, en ciernes, se percibía no
solo desistir del respaldo; sino también la búsqueda de una solución partidista que trataría
de conciliar entre ellos mismos y, como consecuencia, constituir una forma de gobierno
alternado. En capacidad de escindir al movimiento campesino en armas.
De mi parte, con el respaldo de Isabela, no solo confronté esas expresiones entreguistas.
Además profundicé en la defensa de nuestra doctrina fundamental. Una guerra a muerte en
contra de los detentadores del poder económico, militar y político. Sin ningún tipo de
fisura engalanada con posiciones asimiladas a la politica que guio a los traidores al
movimiento Obrero español.
El año en que conformamos nuestro movimiento (1943), hacía parte de un periodo más
extenso. Veníamos de la lectura de documentos históricos, que se remontaban a sucesivas
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confrontaciones, casi desde los años inmediatos posteriores a 1819. Destaco algunas
historias de vida, encontradas y entendidas en lo que yo dí en llamar “historia coloquial
verbal”.
Y, siguió elucubrando Ángel María, que infancia manifiesta en su hedor de puta mierda.
Una simbología inane. Al menos para él. En esa contracorriente tan infame. Unos
vertimientos de historias entrelazadas por lo bajo. Como ese cuento con la bisabuela
Serafina. Una mujer de tres mundos. Uno, el del siglo XIX, que conoció en toda su segunda
mitad. Con esos embates de los amos de la tierra. Unos cruzados peleando hasta morir y
hacer morir. Unas arengas embalsamadas, desde 1819. En esas junturas de caminos entre
santanderistas y bolivaristas. Cardúmenes de población societaria retenida o expulsada a
la fuerza. Los esclavos y las esclavas todavía con la yunta al cuello. Las repúblicas iban y
venían. Como en recetario perverso. Policromías a partir de surtidores rojos y azules.
Como si ese fuera el único espectro posible. Una caballería vergonzante. Hoy los unos.
Mañana los otros. Y, así, pasaba el tiempo. Heridas abiertas. Ahí no más, esperando el
discurso del próximo caudillo. Herederos del imperativo y empalagoso General. Dictador
de siete muelas.
El otro mundo, el segundo, de la bisabuela, dado por esos años de comienzo del Siglo XX.
Unos tras otros. Venidos desde la política bifronte consolidada desde 1886. Constitución
en mano. Los generalotes. Solo lúcidos para las entelequias y para la soberbia.
Exacerbadores, a partir de manifiestos impúdicos. El reyecito, Reyes, dando tumbos.
Inventándose valores al calor del Sagrado Corazón de Jesús. Un templario tardío. Llegado
al poder a puro pulso de espadas, bayonetas y fusiles. Y así fue extendiendo su habladuría
y su hechura de sujeto obsoleto. Pero, por lo mismo, atizador de los mismos fuegos de
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antes. En esos mil y pico de días de desangre. Y, siempre, los hombres y las mujeres de a
pie, ahí. Como depositarios de las tres o más letras que les dejaron conocer.
Y el tercer mundo de Serafina. Esa última década de su vida. Entre 1947 y 1958. Que
osadía la de ella. Tratando de aplicar lo aprendido de Ignacio Torres y de María Cano.
Confesa partícipe de esos idearios. El PSR, dando vueltas. Por esos lugares recónditos. El
sentimiento de ser mujer (Serafina) en la dermis. Mujer, otrora poseída y violentada. Casi
a la fuerza. Porque eso y solo eso eran las relaciones de amor unipartitas. Porque, siendo
ella inmersa en esa relación; solo surtía como objeto. Abertura para el falo de los
prohombres. U hombres, apenas en nombre. Machucantes huracanados solo en las noches.
Sus noches. O a cualquier hora.
Y sí que cabalgó con la Cano, la abuela Serafina. Conociendo en directo o de ladito las
andanzas de los dueños del país. Llevando ella y la María, panfleticos bien escritos por el
jefe de jefes, Torres Giraldo. Un apocado. Así lo describía la bisabuela. Un insípido sujeto
de buena letra. Pero no más. Lo mismo de los otros hombrecitos del día a día. Una pulsión
de vida, asociada más a un oficio de omnipotente gendarme ideológico, que de verdaderos
pulsos libérrimos. Punzantes. Revolucionarios.
Murió Serafina, el trece de mayo de 1959, de manos de Serapio Epaminondas Roldán.
Quien la mató por celos. Le faltaban dos añitos para cumplir 106. Qué malparido
varoncito matacandelas. Le hizo los hijos y las hijas que se le antojó tener con ella. “…En
sus ojos quedaron sucesión de imágenes vividas. Tres que resaltaba ella: el asesinato de
Rafael Uribe; el asesinato de J. Eliécer Gaitán y la figura de la liberta inmensa. Como, a
bien tenía de llamar a DOÑA MARIA CANO”. Así rezaba el texto escrito en su honor, por
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parte de Virgiliano Cifuentes, quien fuera su amante furtivo, en toda su vida como mujer
incendiaria y sublime.
Ese tósigo de vida, siguió murmurando angelito. Y le volvió la pensadera. Esta vez con lo
de la abuela Isaura. La sexta hija de Serafina. Esa sí que entró por donde era. Como
queriendo decir que empezó a mandar todo al carajo. Desde pequeñita ya sabía que mamá
Serafina y Virgiliano eran amantes. Para ella fue siempre un deleite absoluto verlos
retozar y gemir en la estera que tenía en “el cuarto de nadie”, como llamaban la piecita de
atrás. Pero, además, sabía de todo un poquito…o mucho. Nunca se supo, ni se sabrá.
Interpretaba sueños. En la escuelita fabricaba “peos químicos” que cargaba en un
frasquito y lo destapaba en clase de religión, con la señorita Consuelo. Sabía cómo era eso
de “venir al mundo”. Lo aprendió, viéndolo en directo cuando la comadre Eunice asistía
los partos de doña Beatriz Alviar. Nunca se tragó el cuento de El Arca de Noé. Mucho
menos lo de El Paraíso Terrenal. Ella había leído y releído las “Nociones de Historia
Sagrada” y el Catecismo escrito por el padre Astete. Y cotejó esos escritos con los de
Charles Darwin y H. Morgan. Estos últimos los halló en el escaparate que había heredado
Serafina de Antonia, la tatarabuela.
Angelito vivió parte de esa historia. Por ejemplo, le tocó ver como Macario Verdún, el
marido de la abuela Isaura, le arruino uno de sus ojos con el punzón de la cocina. En “un
arrebato de ira santa” como tipificó el malparido cura del barrio, la agresión. También
cuando la azotaron, entre Juvenal y Ponciano, los seminaristas hijos de Hipólito
Benjumea, el dueño de la ferretería “El buen precio”. Todo porque les dio por creer y
aseverar en palabra, que “…esa perra se lo da a Braulio Castañeda” Angelito sabía que
eso no era así. Porque, entre otras cosas, Braulio era homosexual en su clandestina vida
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íntima. Los azotes los ordenó Venturiano Alfonso, papá de doña Eugenia, la tía de Eufrasio
Parra. Todo en nombre de “La Divina Providencia”, nombre y símbolo de los “Neo-
Cruzados”.
Mientras esperaba al doctor Valeriano, se puso a mirar, por lo bajo, a tres mujeres que
llegaron después. Con su ojo de buen tasador, le adjudicó entre veinticinco y treinta añitos
a cada una. Qué belleza de cuerpos, dijo para sí. Se les acercó, como queriendo ir más
allá del primer corte. Y, ellas, alborozadas como estaban por haber llegado al municipio.
Es decir, a los termales; se dejaron sonsacar por la risa de don caballero. La conversa fue
larga y tendida. Quedaron, en preciso, que se veían en las piscinas. En esto estaban,
cuando apareció “el doctor Valeriano”.
Su mamá Leonilda creció al lado de Joaquina. Dos amigas, de esas que llaman
inseparables. De siempre. Una y la otra, andariegas a más no poder. Yendo y viniendo por
todo el barrio, primero. Luego, por todo el país. En la escuelita Eucarística, adscrita al
barrio Moravia, conocieron los primeros trinos del hablar y escribir. Con la gramática y
la semántica incorporada. Muy tenue, sí, pero en fin de cuentas con lo necesario.
Destacaron, ambas, en los bordados en tambora. Y en el canto. Tanto así que, en el barrio,
las bautizaron “el dueto Lejo”. Amenizaban piñatas. Cantaban en la eucaristía de los
domingos a las once, en la parroquia Cristo Sacerdote. Se enamoraron del mismo
muchacho. Pero zanjaron diferencias, rotándolo. Una semana Leo y la otra Joaqui. Y, así,
estuvieron largo tiempo. Hasta que Eusebio Luján se cansó de ellas y se casó con
Leopoldina Beltrán; una vecina que había pasado desapercibida; pero que estuvo al
acecho, hasta que conquistó al caribonito.
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Las dos siguieron como si nada. Se matrimoniaron casi al mismo tiempo. La una (Leo) con
Bautisterio Mondragón. La otra (Joaqui), con Bersarión Álvarez. La preñez vino, también,
en simultáneo. Y empezó ese reguero de hijos y de hijas. Uno de tantos fue angelito. Y, en
esa condición de ser uno entre muchos, asumió la vida desde el rinconcito. Como diciendo,
fui a la escuelita. Y estuve al lado de mamá. Y la respaldé cuando ese pérfido de
Bautisterio le pegaba esas zumbas deprimentes y dolorosas. Y sí que, pensaba angelito,
estuvo bien lo que le hice a esa mortecina. Que se las daba de macho bravucón. Como
queriendo ser soporte en la casuística freudiana. O en la teoría acerca de los niños
difíciles, esquizoides; en la opción neurolingüística. O en el o la sujeto con la palabra
autoritaria como forma permanente de acción hacia la inhabilidad de la palabra como
pulsión; a la manera de Foucault.
Angelito sequía como envarado. No atinaba a entender lo que debía hacer. Si conversar
con el doctor dueño del hotel. O si seguirle la corriente a las tremendas de cuerpo. Como
diría el poeta, en ese decir de “…hay días en que somos tan…”. O si seguir en la
pensadera en que estaba desde hacía mucho rato. En ese inventario de vida, en que se
había metido. Se decidió por lo último.
Y Leo, su mamá, siguió por ahí. Por esa brecha abierta desde la bisabuela. La abuela.
Ahora, era ella. Tejiendo esa tesura de vida inmediata. Sin el asidero en ciernes que solo
puede dar la ternura, tierna. Física, verdadera. Por lo que ternura es y ha sido puerto de
salida y de llegada. Desde el momento mismo en que fue inventada. Y es que, en veces a
cualquiera le da por enhebrar delgadito. Y como que se apega al dicho “…de qué y,
precisamente, las guerras y la erosión de la ternura, como que son y han sido sinónimos
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compuestos. En lo que este símil tiene de juntar palabras. Más allá de una sola. O de,
simplemente, azuzar el ambiente equívoco de los poderes…”
Le siguió rondando la pensadera, a angelito. Se quedó dormido en el sofá de la sala de
recepción. Y empezaron los sueños a dar tumbos y golpes de vida. Veía a leíto al lado de
Gumersindo Arbeláez, su amante. Él lo supo estando aún muy niño. Cualquier día le dio
por salir al solarcito que tenía la casita en que vivían, allá en el barrio Palermo. Estaban
en el piso, en una revolcadera convocante. Pletórica de contorsiones y siseos, como en los
serpentarios. Ni Leonilda le advirtió nada. Ni él dijo nada, nunca. Y esos encuentros
furtivos se prolongaron. En tiempo y espacio. En un sueño, dentro del mismo sueño
primero la vio con Hermógenes Bobadilla, el carnicero del barrio. Casi en el mismo sitio.
Casi a las mismas horas. Tampoco dijo nada, nunca. Y así, sucesivamente. Belisario,
Norberto Elías, Franklin Mayolo, Juvenal Alzate; el negro Apolinar Vargas. Insaciable,
mamá Leonilda. Una promiscuidad que resultó ser imagen y acción bella para él. Lo
erótico en superficie. Nunca le preguntó, a mamá Leonilda, de la profundidad de su goce.
Si era o no directamente proporcional a las contorsiones y la gemidera. Lo cierto es que
navegó (angelito) entre sueños y más sueños. Todos en fijación a la cual le construyeron
un soporte sublime, de su perspectiva de sujeto entero.
Zoraida, en sumisión estaba, cuando la azotó el sueño viajero. En locomoción simbólica.
Atada a los rigores de lo incendiario. Ya “los tíos” habían muerto. Tal vez de tanto
amarse. Una juntura nacida de tanta soledad compartida. Los y las que se fueron yendo,
fueron condicionando el quehacer. Del vivir de ellos. En cada espacio de su casa. En cada
recodo esquinero de su barrio. Por fin pudieron amarse en la libertad del albedrío.
Centinelas, uno y otro, creativos. Desde la desesperanza primera habida, cuando les
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mataron sus almas, por la vía de matar a sus crías. Y desde allí. Desde esa desesperanza,
empezaron construir la esperanza que habrían de ser sus vidas. Juntas. Retozos bien
hechos. Mejor culminados. En cada acechanza. El uno y el otro. Buscándose en todos los
entornos. Entregándose en cualquiera de ellos. No hubo en esa, su casa, rincón que no
conocieran en sus escarceos pulcros, prístinos. De ternura no afanada por nadie. Solo él,
uno, y él otro. En combinatoria perfecta. Como ajedrecistas vitales. Tan vitales eran que
no se dieron cuenta cuando pasó la vida pasando. Y, ellos, ahí. En esa vida que pasó sin
advertirles nada. Tal vez para no desdibujar lo hecho por ellos. En esas pinceladas
gruesas. Como las de los niños y las niñas. Como aprendices de motricidad fina. Ya
estando viejos.
Angelito se deslizó, otra vez, hacia la soñadera y la pensadera. En fin, de cuentas siempre
la tuvo clara. Ir de tiempo en tiempo. Corroborando los decires y los haceres. De su
historia. De sus parentescos. De lo que fue. Bien o mal haya sido. Como infusiones
milenarias. Tratando de azotar lo cotidiano con el cuero habido en la vida. De lo
inmemorial. O de lo del entorno en cercanía. Y se vio, otra vez, sumergido en el follaje de
la diatriba y de lo atrabiliario. Regresó a uno de los tres mundos de la bisabuela. Al
tercero. Y lo sintió como viacrucis sin el crucificado a bordo. Más bien como esa hechura
plena. De instantes en la voltereta. Viéndolos y viéndolas a todos y a todas. Desde López
Pumarejo a Eduardo Santos. Desde Laureano hasta Ospina Pérez. Desde “el caudillo del
pueblo”; hasta Lleras Camargo. Pasando por “el sargento hecho poder nimio,
vergonzante”, hasta el triunvirato. Y desde ahí hasta…la letanía continuada.
Siguió soñando. Angelito, cada vez más extirpado de sesera propia. Corría veloz. En el
tiempo. Como aventajado sujeto; al que le dio por buscar la ternura. En cualquier evento.
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O en cualquier recodo de vida. Haciendo de su quehacer ramplón y perverso de ayer;
pulsión de vida. Percepción de lo sublime. Como desesperado jinete cabalgando a los
rígidos dromedarios en el desierto: Tratando de llevarlos por el camino cierto. Sin esa
ambivalencia de los plenipotenciarios negociadores perennes. Sin la cantinela de los
pregoneros. Gnomos perdularios. Heraldos con la semiótica perdida. Como perdido fue y
ha sido el rastro de los lobos de la estepa.
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Y sí que estaba ella, en el escampado. No había encontrado refugio. Absolutamente nadie
le tendió la mano. Y yo con esa impotencia bárbara. Por lo que era otro náufrago, al
garete. Algo en mí latía muy hondo. Como diciéndome ¡no la dejes sola! Benjamín. Como
soportados en balineras, mis pasos me llevaron. Y la palpé. Siendo, ella, niña como la que
más. La sin familia, me dijo que se llamaba. Y, en sus ojos, hice su inventario de vida.
Empezando en el por allá en bajo Guaviare. En ese entonces río empecinado en hacerse
grande. Y las aguas bifurcadas, lentamente llegaban hasta él. Y territorio expandido.
Bravo. 1966, recién empezado. De Guayabero bajaban los itinerantes. Los mismos que
habían visto y vivido la batalla. Ya, la Gran Travesía, se había hecho. Desde ese Tolima
grande. Desde los surcos vivos del Meta. Territorio que había visto crecer todas las rabias
juntas. Ellos y ellas habían sentido, ahí no más la avanzada de la soldadesca. Y de sus
generales, capitanes y mayores, blandiendo las armas. En defensa espuria de una patria
asolada. Matada por ellos mismos. Y los titanes campesinos. De mirada fija, amable,
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solidaria. Caminando pantanos y abismos. Algo parecido a la columna mosaica de la que
habla la Biblia Católica y el Torá: Y el Corán. En esa triada enhebrada desde Abraham y
que generó el crecimiento de opciones diferenciadas, pero soportadas en las mismas y
recurrentes historias.
Cuando la matanza cuajaba. Ellos y ellas. Con sus niños y niñas, resistieron. Sin inmolarse
en pasivo. Más bien con esa fuerza de vida pendiente por vivir. Abriendo brechas.
Instalando fundos en diferentes lugares. Haciéndole el quite al hambre. Sembradíos de
yuca, plátano, maíz…buscando una felicidad cada vez más esquiva. Todo el piedemonte
llanero, severo y áspero. Y las familias, todas, en trabajo punzante. Exhibiendo el
entusiasmo que solo es posible encontrar en quienes, como ellos y ellas, ven la vida.
Viviéndola en el anchuroso horizonte. Hasta allá abajo. Caquetá, Arauca. Guainía…
Y Zoraida, “La sin familia” no paraba de enviar palabras con sus ojos. Diciendo “a mi
familia la mataron hace tanto tiempo que casi no lo recuerdo”. “Fui violada y
avergonzada. Ahí no más las Sabanas de la Fuga. Cerquitica a Puerto Lleras. En el
entorno mismo de San José del Guaviare”. “Y vagué por todos los caminos posible. Si no
los había, mi imaginario los construía. El machete y la rula. Al lado de Arcadio Buen
Hombre. Esquivo como el que más. A sus ochenta años recorrió, conmigo, enojadas plantas
que se cruzaban como largas culebras quietas. Por ensanchadas aguas desafiantes. Por el
borde mismo de la Macarena que ya había sido violentada por supuestos lingüistas, bajo la
fachada del Instituto Lingüístico de Verano. Obviamente avalados por los acorazados
forjadores del Frente Nacional. Gobernantes de mierda.
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Acaricié sus labios. Su frente altanera. Sus ojos que, aunque expeliendo toda la tristeza del
mundo, dejaban verse en la negritud más que azabache. Y miré los trapos empantanados
que le servían de vestido. Y que, a pesar de todo, la hacían ver ese cuerpo de adolescente
adulta. Potente hechura de piernas y de pechos.
Yo no sabía que decirle. Simplemente le susurraba el joropo lejano, azotando las cuerdas
del harpa milenaria. En empatía con absoluta con los pobladores, aparejados con etnias
casi perdidas.
Vivía, yo, en el cuarto piso del sitio destinado a los ausentes. Lo del número cuatro, era
pura invención fatalista. Porque no le venía bien entrabar relación con el albur de la vida
del insomne dormido. Lo de Torrente era otra cosa. Algo así como peregrinar en el tiempo.
Como cuando el ser se empecina en recorrer el universo, en búsqueda de no se sabe qué.
Lo único cierto es que Napoleón se inició en el arte de hablar sin la existencia de
interlocutor o interlocutora. Un trasegar por territorios hechos de antemano para él.
Porque, entre otras cosas, era sujeto anunciado. Todo giraba alrededor de lo ya dicho y
hecho. Es decir, el repetido, no era otra cosa que historia ya sabida.
Por lo mismo, Gertrudis Valenciano decía de él: “…no le hagan mucho caso, porque el
pobre está loco”. Locura de principio a fin. Es decir: desde su nacimiento hasta su muerte.
Un inveterado oficio, en el que los naufragios son asimilados a simples actitudes de
vendettas entre dioses. Y, como es apenas obvio, relacionadas con la predilección de cada
dios por cada uno o una de los humanos (as). Resulta que esa enajenación surtía efecto en
todos los ámbitos asociados al entorno del titiritero.
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Había aprendido el oficio de Sofonías Licuado, loco también y padre del abuelo materno
de Torrente. Eso de hacer hablar a los muñecos se tornó en un reto familiar. Ya antes, en
el Siglo de las Obscuridades, un nieto de San Agustín había anticipado que “…vendrán
días en los cuales otros hablaran por nosotros y dirán lo que no quisiéramos haber dicho
nosotros mismos”. Expresión esta surtida de múltiples colaterales. Uno de ellos, tal vez el
más cercano al cuadro de las verdades agustinianas, tuvo que ver con el hecho siguiente:
Siendo todavía infante, Benedicto el Orfebre, sucedió que la ciudad El Manto Sagrado,
estaba enardecida. Por doquier, los herederos virgíneos, vociferaban. Una rebelión sin
parangón en la era cristiana. Todo de revés. El pretor regente protomártir, Virgelino
Primero, había decidido ir al sacrificio. Estableció relaciones conyugales con la hermosa
heredera de Valentín el Valiente. Hombre poco común; como quiera que hubiera
emprendido mil batallas en contra de los pecaminosos. Es necesario hacer claridad en el
sentido de que no ganó ninguna. Simplemente porque, el pecado se había diseminado a lo
largo y ancho del territorio mariano. Unos con otros. Otros con otras. Unas con unas.
Unas con otros…etc.
Cuentan que, el mismo Valentín, había estado en el escenario destinado a otros con otros.
Dicen, además, que allí conoció a Victoriano. Hombre ajeno a cualquier expresión
terráquea. De una lindura asfixiante. Y, por si acaso, con una capacidad incuantificable
para hacer de cada acción un placer ilimitado. Esto fue lo que cautivó al partícipe en las
mil batallas perdidas. Dicen que enloqueció, cuando Victoriano se enamoró de Valeria, a
su vez, enamorada de Beatriz, la virgen recluida en el monasterio ubicado en el territorio
conocido como Villa Ejemplarizante.
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De esa relación nació Emanuel. Niño dotado de poderes extraterrenos. Como ese de levitar
y de hacer levitar. Ya, cuando cumplió los cuatro años, estuvo en la ciudad Eterna. Allí
confrontando con el Tomasino Niño también. También mago, como Emanuel. Pero su
magia era más atrayente. Como querer decir que era más cautivante, más magia. El
Tomasino hacia llorar a las rosas y a los claveles. Vertían lágrimas que eran como perlas.
Y, como perlas, eran vendidas en las celebraciones de San Isidro, en todas las veredas
circundantes.
Allí, en la ciudad Eterna, convocaron a todos y todas quienes quisieran desafiar a los dos
magos. Eso de todas era un decir. Porque las féminas no eran del agrado de Valenciano,
llamado el casto. Este era regente y definía acerca de todo, en ausencia del papa
Espermatozoo, quien, estaba casi siempre en ciudad Ovulínea, centro de la lujuria. Allí se
realizaban competencias entre colegas lascivos. El punto de comienzo era la capacidad
para otorgar y recibir. Cuentan que Espermatozoo, lidió con más de una diosa del delirio.
Lo vencieron en franca lid. No pudo con el décimo cuarto orgasmo de Angelina, la diosa
cuatro de la cuarta versión del cuarto quinquenio de competencias.
Pero, siguiendo el hilo del relato, cuando Napoleón debutó como titiritero, vinieron
delegados de todas las legiones marianas. Desde Pentecostés, hasta El Amparo. Delegados
insomnes también. Dueños de la capacidad para no dormir durmiendo. Es decir, magia en
fin de cuentas. Estuvo Simeón Bautista…y eso es mucho decir. Porque Bautista si sabía
que era poner a decir a los muñecos lo que los humanos no querían decir. Cuentan que
Simeón estuvo en Villa Mercedes. Allí se inició en el arte de la ventriloquia. Allí aprendió a
interpretar y transmitir lo que los magos querían decir. Y, asimismo, cuentan que Simeón
construyó el vocabulario propio. Con cuatro mil letras. Desde la a, hasta la z. Todo
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pasando por la célebre posición lingüística que asocia ene con ene cigarro y ene con ene
barril, rápido ruedan los carros cargados de azúcar al ferrocarril... Dicho un tanto
coloquial, pero certero, al momento de redefinir los espacios subliminales de las
expresiones inequívocas de los fonemas y las rimas incorpóreas de los poetas divinos.
Y se vino el mundo encima, cuando la hermana de Zoraida confesó que esperaba un hijo de
Simeón. Inclusive, hizo el relato completo. Que cuando ella quedó sola, porque Gertrudis
había ido a ciudad Eterna a coadyuvar en la proclamación de Espermatozoo como santo
varón, vino el tal Simeón y le dijo: ..!Tan solita y con ese cuerpo, hermana Magdalena
¡Y…que se le echó encima. Y que le abrió el cinturón virgíneo y que…Todo pasó, así de
rápido. Como cuando Valentín el Valiente preñó a su hija y luego la entregó al protomártir
Virgelino Primero. Y, seguía diciendo Magdalena, yo sentí como que algo me entraba por
ahí, por abajo, entre las piernas…y, después, sentí como un líquido caliente…Y, después, vi
que el señor se quedó dormido, como cansado…Y, después yo, le cogí eso duro que tenía y
lo volví a meter ahí abajo, entre las piernas…Y volví a sentir ese líquido caliente. Como
ochenta veces conté yo. .
Como a los cuarenta días de eso, empecé a sentir mareos y nauseas. Y le conté a mi
hermana. Y ella me dijo que tal vez había sido un sueño. Y yo le dije: cómo que un sueño, si
mi barriga se está hinchando. Y ella me dijo, tal vez algo te está cayendo pesado en las
comidas. Y, yo le dije: sí hermana, tal vez es el chorizo que me hace daño. No lo volveré a
probar.
Lo cierto es que nació Nacianceno. Nació lo que llaman bobo. Es decir, como perdido.
Babeando todo el día y toda la noche. Y se saca el coso y se lo toca; y grita…y ese líquido
19
aparece, caliente. Y, después, se queda dormido, como el papá. Y yo le cojo eso duro y, sin
que me vea Gertrudis, me lo meto ahí abajo, entre las piernas…y siento, otra vez ese
líquido caliente y gris. Ahora estoy, otra vez, preñada. Es como un juego. Porque lo hago
todos los días; cuando estoy bañando a Nacianceno. Porque él no se sabe bañar. Y eso que
ya tiene quince años.
Y Magdalena empezó a deambular. Estuvo como socia del titiritero primero. Y después
estuvo vendiendo las imágenes de todos los papas, incluida la de Espermatozoo. Y, con
Simeón el mago de magos, estuvo en Tierra Santa. Allí conoció a Abdalá Simdalá
Comdalá, un hermoso árabe que se le apareció. Así, de un momento a otro, cuando ella se
estaba bañando. Abdalá le dijo: ¡qué cuerpo y…que….Probó la versión musulmana del
líquido caliente y gris. Cuenta que, por eso, cuando nació Adelita, Magdalena decidió irse
con todos sus retoños, a peregrinar. Aquí y allá…hasta que, cualquier día, en el desierto de
San Bonifacio, vio una luz que centelleaba y que se centró en ella y en sus doce y que la
envolvió y los envolvió. Y que, sin saber cómo, apareció al lado de Santa Lucía, quien la
nombró su asistente, contando ojos.
Y Simeón volvió a Tierra No Santa, después de su paseo por la que si era. Le contaron lo
de Napoleón. Le dijeron que se había hecho titiritero y que estaba al lado de los grandes
señores, en las bananeras. Y que había escrito un libreto para sus muñecos. Y que ese
libreto hablaba de lo que pasó, por allá en calendas ignoradas. Y que, los muñecos decían
que hubo una asonada. Y que, esa asonada, era algo así como parecido a la Babel
histórica y a la Sodoma que hace delirar. Y que, decían los muñecos, tembló la Madre
Tierra; porque aparecieron Luciferes por todas partes. Rojos todos. Hablando cosas que
nadie entendía. Y, decían los muñecos, el General Pacificador, en nombre del orden, de la
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Virgen María y de su Santo Hijo Inmolado, ordenó fuego. Y que se murieron todos. Y los
muñecos de Napoleón desaparecieron. Alguien los robó. Mucho tiempo después se supo
que habían sido torturados e incinerados, porque no quisieron retractarse de lo que habían
dicho acerca de los Luciferes y del divino Pacificador.
Y, entonces, Simeón, se puso a recomponer la historia. Y, dicen, que llamó a Napoleón y
que le dijo: vamos a realizar una gira por todo el universo cristiano. Y les vamos a enseñar
y re-enseñar lo que son las voces del perdón y del olvido de las vejaciones, Y, cuentan, que
primero fueron a Villa Eutanasia y que estuvieron con los prístinos mandatarios. Y que,
uno de ellos, se ofreció para aprendiz de mago. Y que, Simeón, lo cooptó. Y que, ese
prístino, hizo de la magia un arte absoluto. Y creativo. Ya no se trataba de sacar conejos y
pañuelos del sombrero. Ya no bastones que aparecían en un tris. Ahora era otra cosa: el
parloteo con la verdad y con los hechos. Un embrujo único: Yo fui, yo soy; estoy aquí, pero
no estoy. Y si estuviera, no estaría; porque donde yo estoy no estoy y donde estoy yo no
está nadie. Luego estar es nadie y hacer es estar. Luego nadie hizo y nadie está; porque
así, si se está no se está en donde debo estar y donde, cada quien está, sin saber dónde
está. Y, después yo no seré porque estuve; pero como estar no es estar; nunca se sabe si
estuve o no estuve en donde dicen que estuve.
. Y, el nuevo mago, construyó escenarios disímiles. Viajó por lugares que, aunque ya
conocidos, no habían sido lo suficientemente explotados. Por ejemplo: en Villa Aburrá de
la Trinidad, sembró sus mejores semillas. Y, pueblo imbécil, se recreó y ufanó con las
realizaciones de su prístino. Primero fueron los gendarmes colectivizados. Izando la
bandera del exterminio. Luego, la gendarmería in crescendo. Es decir, con asesorías de
pares extranjeros. Luego el sortilegio mayor. Es decir, el emblema de la mano alzada.
21
Apuntando y disparando a lo que se moviera. Y, luego, el adalid del tesoro de la paz.
Bizarro, gendarme…y santo. Y Villa Aburrá de la Trinidad, que lo vio crecer, se hizo
Tierra Santa. Se hizo hoguera y se hizo cadalso. Todos y todas, pueblo imbécil, coreando el
himno en do de pecho, auspiciado por el prístino. Y los y las que murieron y siguen
muriendo, mueren en el cadalso del prístino; pero en realidad no mueren porque son
invento de los Luciferes. Porque ellos mismos y ellas mismas se mataron; para después
decir que los y las mataron. Acusando a los protectores del orden. Vuelve y juega lo
perdulario y el malabar con las palabras. Pero, qué pena, se embolató otra vez el hilo del
cuento. Decíamos que Napoleón se hizo titiritero y que siendo titiritero, puso a unos
muñecos a decir lo que los humanos no queremos decir. Y que, por esto mismo de decir lo
que no queremos decir; los muñecos dicen lo que no queremos que digan. Y, entonces,
diciendo lo que dicen, dicen lo que no queremos decir…!que vaina!, se nos pegó la magia
de las palabras del prístino.
Ya, entonces, el abuelo materno, podía haber sido o no conciente de lo que implicaba y
soportaba a su entorno inmediato. Lo cierto es que, aun así, su familia, era lo que yo fui
después: una sumatoria de cifras perdidas, olvidadas. Una expresión tanto o más ausente
de verdad, como lo fueron los sueños de la madre de mí abuelo. Sueños un tanto
proclamados como simples expresiones de presencias simples. Vidas alrededor de la tierra,
como suelo que produce. Inmediatez que habla de la caña de los platanales. Alrededor de
las minas. Oro que estuvo ahí, desde antes de todos nacer. Ahí. Como expresión de lo que
existe. Al margen de lo que somos o queremos ser. Una herencia cultural que fue
saqueada. Por los que vinieron y se fueron…y volvieron a saquear y a saquear…Hasta que
22
se acabó. Pero, ahí, las plataneras y los cañaduzales de la panela el padre de Adelina, ahí.
Trabajando por lo bajo. Es decir, en el día a día. Sin entender la dinámica propia del
Capital. Sin entender el naufragio económico de España. Sin entender el centro-poder
inglés, ni del Imperio en ciernes.
Ya, ahí cerca, en Fredonia, se vivían momentos así:”…Las precondiciones para el auge
del cultivo del café se dieron en Antioquia, y específicamente en la zona de Fredonia, el
siglo XIX con el proceso de colonización de la frontera, por parte del campesinado libre,
migrante, de origen español, mestizo o negro, que buscaba tierras cultivables para
establecerse. Esta colonización, promovida en parte por el Estado, así como vinculada a
intereses mercantiles, hizo posible la formación de un campesinado medio en la zona, al
tiempo que fortaleció la expansión de las haciendas. Muchas veces, las familias de
campesinos que iban abriendo la selva fueron financiadas por el capital mercantil que
proveía a los colonos con bienes de consumo hasta que se establecían como agricultores.
Pero el endeudamiento de los colonos permitió al capital mercantil acaparar las tierras. A
medida que llegaban más colonos en busca de tierras, sin medios de subsistencia, las
haciendas fueron captando la mano de obra disponible para su propia expansión. Así se
dio el proceso por el cual las tierras eran dadas a familias campesinas para desmontar y
sembrar sus cultivos por varios años hasta que el hacendado se apropiaba de ellas para la
producción ganadera, moviendo la familia campesina más adentro de la selva. Como en
otras zonas del país, recayó sobre la familia conquistar la naturaleza, dando paso a la
futura expansión agrícola y ganadera, y por tanto a la acumulación de la clase dominante.
En la época de 1870 se empezó a producir café, principalmente en las haciendas grandes.
Parece que la iniciativa en el cultivo partió de la clase terrateniente, pero rápidamente se
23
incorporó a la producción de unidades campesinas, tal vez por la baja técnica y la escasa
inversión requerida, dadas las tierras aptas para el cultivo…”1
De mi parte, es apenas obvio, no existía ninguna fundamentación teórica. Simplemente una
visión un tanto intuitiva. La transcripción del texto de la investigación liderada por la
profesora Magdalena León, es producto de mi itinerario posterior. Como cuando una
accede, pasado el tiempo, a conocimientos que le permiten rastrear el pasado. Y no “el
pasado efímero” al que le canta Serrat. Más bien es la referencia a ese tiempo pasado que
viví en compañía de mi madre Adelina, del tío Manuel y del tío Luciano.
Ya dije que el abuelo materno vivió en la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto
del 1siglo XX. Las alusiones, que se perciben en esta parte de mi escrito, a las pugnas
relacionadas con el poder político, constituyen una asociación de ideas construida a partir
de lo que denomino esa percepción de la vida y que, después, adquiere una connotación de
mucho más talante, habida cuenta de mi ejercicio político y sindical posterior. En este
contexto, cito el texto de la profesora Magdalena, así:
“…Aunque los comerciantes antioqueños habían incursionado durante el siglo XIX en el
comercio mundial exportando quina y tabaco, Colombia no había logrado desarrollar una
producción con arraigo relativamente estable en el mercado internacional. Exiliado en
Guatemala, uno de los representantes de la burguesía comercial antioqueña, Mariano
Ospina Rodríguez, escribía a su amigo Julián Vásquez, minero, comerciante y,
posteriormente terrateniente, sobre las grandes utilidades que allí producía la siembra de
cafetales. Fueron estos señores quienes iniciaron el cultivo de café en Fredonia, donde los
1
León de L., Magdalena. “Mujer y Capitalismo Agrario”. Asociación colombiana para el estudio de la
población; primera edición 1980, página 34
24
terrenos según se sabía, eran muy propicios para tal industria. La mentalidad empresarial
con que se iniciaron los primeros cultivos de café en la región, no solo se denota en los
propósitos claramente expresados de que ello constituiría una rentable inversión con un
mercado asegurado para la producción, sino en el empleo de una tecnología moderna para
el cultivo y una maquinaria que agilizaba el proceso de beneficio. En las primeras décadas
del siglo XX Fredonia se destacó en Antioquia como una importante zona cafetera.
Sectores de la burguesía comercial antioqueña hicieron una amplia difusión del cultivo y
muchos de ellos, que ya poseían haciendas ganaderas en el suroeste, dedicaron parte de
sus terrenos al cultivo del grano. La introducción del cultivo no desplazó la actividad
ganadera, más bien contribuyó a conformar el peculiar complejo agrícola ganadero en
cuya alta productividad insiste Ospina Vásquez. Así, las tierras cafeteras abandonadas
durante los periodos en que se deprimen los precios del café, pueden ser rápidamente
adaptadas para la ganadería, aminorando el impacto de las pérdidas de la producción
cafetera para el hacendado…”2
Y yo seguía ahí. Como sujeta de mil y un hechizos. Como partícipe de ese proceso cultural
que desde mucho antes de yo nacer estaba vigente. La religión era y ha sido uno de los
referentes mayores. Con su peculiar manera de condicionarnos, particularmente a
nosotras las mujeres. Con un extravío de la vida plena. Convocada a ser simple réplica de
las de antes y de las que vendrían después. Ese tósigo que me conminaba a ser prudente, a
ser virgen de eternos sueños. Todo a pesar de que la sexualidad como posibilidad latente
de convocar al deseo y a la pasión, también estaba ahí. Unos sueños casi enfermizos. Una
2
León de L., Magdalena, Ibíd.
25
combinación de “lo bueno” y “lo malo”; esa lucha que ha estado ahí. Como opuestos.
Como en casi todo. El día y la noche; el frío y el calor; la verdad y la mentira; etc.
…El intento por canalizar los poderes mágicos desembocó en la necesidad de socializar a
los africanos dentro de los márgenes culturales occidentales, proceso que corría paralelo a
la cristianización. Pero la enseñanza y la aprehensión de las costumbres, tradiciones e
instituciones españolas chocaba de frente con el diametralmente opuesto modelo de
socialización africano: Los territorios de donde procedía la mano de obra esclava estaban
organizados en una unidad básica de carácter familiar, ‘ampliada o extendida, especie de
fracción de clan de tipo patriarcal: grupo de parientes y por línea paterna o materna fijado
o ligado al suelo’. En este sentido, la socialización era diferente al modelo de educación
europeo en tanto que todo el grupo participaba de la educación de los hijos de la
comunidad, sin importar quiénes fueron los padres biológicos. El sistema educativo
reposaba en una organización de carácter gerontocrático, es decir, a los ancianos les
correspondía la iniciación social y la educación sexual de los adolescentes.
En estas circunstancias, la comprensión del bien y del mal, de la muerte y la sexualidad,
reposaba en una estructura muy distinta que seguía las tradiciones culturales propias sin
que tuviera incorporado el férreo dualismo cristiano. Ni la diversidad de mecanismos que
utilizó la cultura dominante ni la aprehensión de los comportamientos blancos, lograron
desterrar del todo esta conciencia no dualista. Por el contrario, se convirtió en uno de los
bastiones de resistencia contra la sociedad esclavista. En el pensamiento africano
occidental nada era enteramente bueno ni enteramente malo, idea que se reforzaba en sus
sistemas religiosos tradicionales por la carencia de una teoría del pecado original y por la
extensión del concepto del demonio. A esta carencia de dualismo se le sumó la apropiación
26
de poderes mágicos de santos y demonios, lo que permitía la creación de un sistema
coherente de creencias nacidas para la resistencia y la búsqueda de factores que los
identificaba como pertenecientes a una comunidad…”3
Durante mucho tiempo permaneció en mi (…y aún aparecen secuelas) esa sensación de
estar inmersa en un contexto pleno de situaciones ancladas en esa herencia cultural. Por lo
pronto era mujer-niña. Con obligaciones reales y potenciales. Alrededor de la casa; pero
también en el escenario escolar; asimismo en la herencia religiosa. Era profundamente
inmersa en los ires y venires de los ejercicios parroquiales. Estaba en los ejercicios
inherentes a la eucaristía y en las celebraciones relacionadas con las realizaciones de
fiestas y expresiones afines. La Semana Santa era una de ellas. Yo estaba ahí, al lado del
vía crucis. Mi capacidad para la lectura clara y comprensiva me hacía partícipe en
términos puntuales en la procesión del viernes santo. Tal vez, desde ese entonces, se
produjo una inquietud relacionada con el significado del sacrificio de Jesús y los
verdaderos alcances del mismo.
“…La manera como se planteó la evangelización a comienzos de la conquista marcó el
camino que tendría durante los siguientes siglos. El proceso de cristianización de las
Indias se dio en el contexto de un convencimiento colectivo que provenía desde finales del
siglo XV: se acercaba el final del mundo. Los convulsionados acontecimientos del
Renacimiento daban razón a las angustiosas profecías del Apocalipsis, quizás el libro que
más había marcado el pensamiento cristiano. La escatología afirmaba que el final estaría
preanunciado por acontecimientos calamitosos, contexto en el cual vendría el Anticristo.
La expansión geográfica que incluía loa conquista de las Indias reafirmaba la creencia,
3
Borja G., Jaime H. “Rostros y rastros del demonio en la Nueva Granada”. Impreandes presencia S.A.
Primera edición, 1998; páginas 132-133.
27
pues un texto de los evangelios lo profetizaba: ´se proclamará este Evangelio del Reino en
el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin’.
Entonces, después de la conversión del mundo al cristianismo como verdadera fe,
acaecería el escalón final. Siguiendo la misma tradición cristiana, la ´bestia ´del
Apocalipsis-entendida como el demonio-tendría que soltarse por un tiempo antes de la
segunda venida del Mesías. Esta postura hacía más entendible la obsesión cristiana de
contemplar el reino de Satanás en el Nuevo Continente: Los misioneros españoles se
planteaban, no sin cierta angustia, si evangelizar no equivalía a aclarar el proceso de
autodestrucción. La idea de la decrepitud del mundo y su pronta transformación era
frecuente durante el siglo XVI. Fray Rafael de los Ángeles lo escribía así:
Verdad es que el mundo está en lo último y allegado a la decrépita, porque aun en materia
de virtud se hallan en él cien mil novedades y disparates nunca antes vistos, y en materia
de pecados no tienen número de invenciones que cada día salen, como diremos más
adelante, ni hay teólogos que agoten sus dificultades (…). Al fin la virtud en estos
desdichados tiempos no tiene la armadura o el esqueleto, que lo demás casi todo es
prudencia de carne enemiga de Dios. ´4
3
Recuerdo que, en 1937, ví por primera vez a Alejandrina. Venía de familia acaudalada.
Terminó pregrado de sociología. Un caso raro en nuestro tiempo, cuando todos los soportes
ideológicos de dominación, mantenían como constante el hecho de que las mujeres no
pueden atender opciones diferentes a aquellas relacionadas con el hogar.
4
Borja G., Jaime H., Ibíd.; pp. 305-306.
28
En febrero de ese año estuvimos en una fiestecita organizada por Doroteo Hernández
Piernagorda, un trabajador bananero que había sobrevivido a la matanza generalizada en
Ciénaga. Hombre fortacho. De una habladera hermosa; con la cual nos cautivaba.
Asistimos, en su lenguaje, a parte de las historias de vida. Remontándose, inclusive, a lo
sucedido con Panamá y la situación puntual de lo que se conoce como “La Guerra de Los
Mil Días”. Diseccionando cada hecho. Con anotaciones inesperadas; que, en verdad ni
siquiera las habíamos imaginado.
Esperanza Raigosa Bacca, compañera sentimental de Doroteo, intervenía con deliciosas
anécdotas relacionada con la crianza de los hijos e hijas. Y con exposiciones de tal
profundidad, que nos dejaron boquiabiertos. Nunca habíamos conocido de esa calidad de
discurso. Para desenvolver la historia cercana y lejana, a partir de palabras bien elaboradas
y mejor escogidas. Desde ese tiempo data mi enamoramiento. Veía en la negra Esperanza
una sutiliza embriagante. Adornada con un cuerpo exuberante y con el don de la palabra.
Poco tiempo después, supe que la negra también se había enamorado de mí. Y que, sufría
con su bipolaridad afectiva manifiesta. Se mantenía fiel a Doroteo, porque lo amaba y
admiraba. Pero, en mí, veía el tipo de hombre intelectual, cimero. Revolucionario
trascendental.
Fue la misma, Alejandrina, quien me contó lo que sucedía con Esperanza y Doroteo. Ella,
Alejandrina, me expresó, ese mismo día, que se sentía atraída hacia mí. Que quisiera, decía
ella, retozar conmigo. Anhelaba el sexo en mi compañía. Sin ningún tipo de compromisos.
Estuvimos por mucho tiempo haciéndolo; hasta que se enamoró de Virgilio Pontevedra, un
allegado a su familia.
29
El tío Manuel Restrepo trabajaba como jornalero, en la modalidad de prestación de
servicios día a día en haciendas de terratenientes. El pago que recibía era el soporte
económico fundamental de la familia. Todo, a pesar de que en la casa teníamos sembrados
de pan coger, necesarios para hacer más llevadera la subsistencia. Su talante fue siempre
vinculado con una opción solidaria. No solo para su hermana Adelina y su hermano
Luciano; sino también para sus sobrinas María Helena y yo. Un tipo de interacción (…la
del tío Manuel), en la cual ejercía como insumo básico la compartición de sus ingresos y de
su presencia constante. Algo así como lo opuesto a la posición asumida por el negro
Eugenio.“…En las primeras iniciativas del cultivo hubo contratación de mano de obra
libre, especialmente en las haciendas ligadas al capital mercantil, donde la producción de
café se dio bajo la administración directa de la hacienda. El sistema utilizado, llamado de
agregados, tiene como característica ser mano de obra asalariada a la que, además del
efectivo, se le da como parte de su remuneración, el acceso a un terreno dentro de la
hacienda para construir su casa y sembrar algunos productos de pan coger.
La fuerza de trabajo para el cultivo del café en este tipo de hacienda, incluía tanto
hombres como mujeres, pero dividida en sus respectivas cuadrillas. Parece que, aunque las
mujeres trabajaban en casi todas las operaciones del cultivo, el uso de mano de obra
masculina era más estable y los hombres trabajaban todo el año, ya fuera en arreglos de la
finca o en los trabajos más pesados del cultivo. Por lo tanto, podría pensarse que, siendo
la participación masculina más permanente que la de la mujer en las tareas del cultivo del
30
café para la hacienda, buena parte de la producción de pan coger estuviera en manos de la
mujer campesina…”5
No tengo plena certeza acerca de los orígenes del tío Manuel. Por lo menos en términos de
su acervo cultural y de su inserción en la familia. Yo diría que, así como en el caso del
abuelo materno, su infancia y adolescencia estuvieron influidas por lo que describí antes en
el sentido de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Lo que sí es, plenamente
cierto, es el origen primero de la influencia política y social.
“…Es imposible hablar favorablemente de la administración de justicia en Colombia; los
códigos civil y penal son poco más que una colección de supersticiones y abusos, bajo los
nombres de Castilla, ordenanzas reales, leyes de las indias y varias recopilaciones de
decretos españoles y regulaciones coloniales, de los cuales, para el disgusto del
demandante y beneficio del abogado, se pueden sacar deducciones contradictorias sobre
todo aspecto posible de litigio. Este defecto es percibido y reconocido por el gobierno; se
ha propuesto introducir el nuevo código penal español. El juicio por jurado felizmente se
ha restablecido en casos de libelo y la legislación se ha declarado a favor de introducirlo
en forma general en todos los casos en que sea aplicable; sin embargo, el gran mal que
probablemente persista en el gobierno del país en todas sus ramas, tiene su origen en los
hábitos de disimulo, indolencia y corrupción que marcan el carácter de todas las naciones
esclavizadas. Los brotes momentáneos de sensibilidad o aun de ideas correctas y las
buenas intenciones en general, no son suficientes para romper la oscura cadena de vicios,
con las cuales generaciones de ignorancia, supersticiones y opresión han entrelazado
5
León de L., Magdalena; Ibíd., página 35
31
todas las situaciones sociales y contraído o distorsionado todos los sentimientos
morales…”6
... He resuelto comenzar a desandar lo andado. Porque tengo afán. El declive es
insoslayable. Como anti-ícono. O mejor como ícono que está ahí. Pero que no significa
otra cosa que el regreso. Al comienzo. Como lo fue ese día en que nací. Para mí, sin
quererlo, fue el día en que nacimos todos y todas. Porque, en fin, de cuentas, para quienes
nacemos algún día, es como si la vida comenzara ahí. He dibujado en mi piel el cuerpo de
Esperanza. Un tipo de avidez, prohibida. Porque yo sé que me ama y que me desea. Pero,
en ella y yo, puede más el respeto a la lealtad de Doroteo.
Lo cierto es que accedí a vivir. Ya, estando en el territorio asociado al entorno y a la
complejidad del ser uno. Pronto me di cuenta de que ser yo, implica la asunción de un
recorrido. Y que este supone convocarse a sí mismo a recorrer el camino trazado. Tal vez
no de manera absoluta. Pero si en términos relativos; como quiera que no sea posible
eludir la pertenencia a una condición de sujeto que otear el horizonte. En la finitud, o en la
infinitud. Qué más da. Si, en fin, de cuentas, lo hecho es tal, en razón a esa misma
posibilidad que nos circunda. Bien como prototipo. O bien como lugares y situaciones que
se localizan. Aquí y allá, como cuando se está, en veces sin estar. O, por lo menos, sin ser
conscientes de eso.
Cualquier día, entré en lo que llaman la razón de ser de la existencia. No recuerdo como ni
cuando me dio por exaltar lo cotidiano, como principio. Es decir, me vi abocado a ser en
6
Coronel Hall Francis. “Colombia y su estado actual”, pp. 17-18. Obra aparecida en la recopilación
“Santander y la Opinión Angloamericana” (David Sowell, compilador). Biblioteca de la Presidencia de la
República, 1991.
32
sí. Entendiendo esto último como el escenario de vida que acompaña a cada quien. Pero
que, en mí, no fue crecer, Ni mucho menos construir los escenarios necesarios para actuar
como sujeto válido.
Un quehacer sin ton ni son. Como ese estar ahí que es tan común a quienes no podemos ni
queremos descifrar los códigos que son necesarios para vivir ahí, al lado de los otros y de
las otras. Duro es decirlo, pero es así. La vida no es otra cosa que saber leer lo que es
necesario para el postulado de la asociación. De conceptos y de vivencias. De lazos que
atan y que ejercen como yuntas, Por fuera todo es inhóspito. Simple relación de ideas y de
vicisitudes. Y de calendas y de establecer comunicación soportada en el exterminio del yo,
por la vía de endosarlo a quienes ejercen como gendarmes. O a ese ente etéreo
denominado Estado. O a quienes posan como gendarmes de todo, incluida la vida de todos
y todas.
Y, sin ser consciente de ello, me embarqué en el cuestionamiento y en la intención de
confrontar y transformar. Como anarquista absoluto. Pero, corrido un tiempo, me di
cuenta de mi verdadero alcance. No más allá de la esquina de la formalidad. Sí, de esa
esquina que obra como filtro. En donde encontramos a esos y esas que lo intuyen todo. A
esos y esas que han construido todo un acervo de explicaciones y de posiciones alrededor
de lo que son los otros y las otras. Y de sus posibilidades y de su interioridad. Y de sus
conexiones con la vida y con la muerte.
Esas esquinas que están y son así, en todas las ciudades y en todos los escenarios. Y yo,
como es apenas obvio, encarretado conmigo mismo y con mis ilusiones. Y con mis asomos
a la libertad. En ellas se descubrieron mis filtreos con la desesperanza. Y mis expresiones
33
recónditas, en las cuales exhibía una disponibilidad precaria a enrolarme en la vida, en el
paseo que está orientado, hacia la muerte.
Y estando así, obnubilado, me dispuse a ver crecer la vecindad. A ver cómo crecían,
alrededor de mi estancia, las mujeres y los hombres que conocí cuando eran niños y niñas.
Y, estando en vecindad de la vecindad, conocí lo perdulario. Ese ente que posa siempre
latente. Que está ahí; en cualquier parte; esperando ser reconocido y por parte de quienes
ejercen como mascotas del poder. Como ilusionistas soportados en las artes de hacer creer
que lo que vemos y/o creemos no es así; porque ver y creer es tanto como dejarse
embaucar por lo que se ve y se cree. Una disociación de conceptos, asociados a la
sociedad de los que disocian a la sociedad civil y la convierten en la sociedad mariana y en
la sociedad trinitaria y confesional. Y, siendo ellos y ellas ilusionistas que ilusionan
acerca de la posibilidad de correr el velo de la ilusión para dar paso al ilusionismo que es
redentor de la mentira que aspira a ser verdad y la mentira que es sobornada por quienes
son solidarios y consultores para construir verdades.
Y, estando en esas me sorprendió la verdadera verdad. Justo cuando empezaba a creer en
el ilusionismo y en los ilusionistas. Verdadera verdad que me convocó a reconocerme en lo
que soy en verdad. Sujeto que va y viene. Que se enajena ante cualquier soplo de realidad
verdadera. Que ha recorrido todos los caminos vecinales. En lo cuales he conocido a
magos y videntes de la otra orilla. Con sus exploraciones nocturnas, cazando aventureros
que caminan atados a la vocinglería que reclama ser reconocida con voz de los itinerantes.
Y, estando en esas, me sorprendió la incapacidad para protestar por la infamia de los
desaparecedores. De los dioses de los días pasados y de los días por venir y de los días
perdidos.
34
Y volví a pensar en mí. Como tratando de localizar mi yo perdido, desde que conocí y
hablé con los magos y videntes de la otra orilla. Un yo endeble. Entre kantiano y
hegeliano. Entre socrático y aristotélico. Entre kafkiano y nietzscheano. Pero, sobre todo,
entre herético y confesional. Ese yo mío tan original. Filibustero. Pirata de mí mismo. Y,
sin embargo, tan posicionado en los escenarios de piruetas y encantadores de serpientes.
Saltimbanquis que me convocan a cantarle a la luna, desde mi lecho de enfermo terminal.
La enfermedad de la tristeza envalentonada. Sintiéndome poseído por los avatares
increados; pero vigentes. Artilugios de día y noche.
Sopla viento frío. En este lugar que no es mío. Pero en el cual vivo. Territorio fronterizo.
Entre Vaticano y Washington. Cómo han cambiado la historia. Cómo la han acomodado
ellos. En tiempo de mi pequeñez de infante, tenía mis predilecciones a la hora de rezar y
empatar. La tríada indemostrable. Uno que son tres y tres que vuelven a ser uno. Pero
también le recé a Santo Tomás y al Cristo Caído, patrono de todos los lugares y de todos
los periodos. Caminé con la Virgen María. De su mano recibía El Cáliz Sagrado cada
Cuaresma. En esos mis sueños en los cuales también buscaba el Santo Crial. En esa
blancura perversa de la Edad Media. Definida así por una cronología nefasta. Purpurados
blandiendo la Espada Celestial; y los Santos Caballeros recorriendo los inmensos
territorios habitados por infieles. Rodaron cabezas setenta veces siete. La tortura fue su
diversión predilecta. En la Santa Hoguera y en los Santos Cadalsos. Y cayó Giordano
Bruno. Y cayeron muchos y muchas enhiestas figuras de la libertad y de la herejía. Y las
canonizaciones se otorgaban como recompensas. Y Vaticano todavía está ahí. Vivo. Como
cuñete que soporta la avanzada papista; aun en este tiempo. Vaticano nauseabundo. Sitio
en el cual la presencia de los herederos de San Pedro, ejercen como espectro que pretende
35
velar el contenido criminal de pasado y presente. Siguen anclados. Y difundiendo su
versión acerca de la vida y de la muerte. Purpurados perdularios. Para quienes la Guerra
Santa es heredad que debe ser revivida.
4
Un año después, 1944, se hizo nuestra primera aproximación a la doctrina relacionada con
el movimiento obrero. Sabíamos que constituía un grupo muy pequeño, comparado con los
campesinos y campesinas y con la inmensa población en las ciudades, sin ningún tipo de
opción laboral. Esto se superó, en parte, cuando cuajó la politica de sustitución de
importaciones, liderada por la naciente burguesía industrial. Tal vez, por esto,
profundizamos en historias de vida ciudadana. Al lado, fundamentalmente, de Carmelo
Polanía Insignares, quien trabajaba en una de las textileras que recién empezaban a
consolidarse.
No podría precisar lo que sentí el mismo día en que accedí al espectro invariado de la
casa. Si de esa en que nací. Escuchaba las voces. De aquí y de allá. A decir verdad, no
tengo claro, ahora, a distancia, si me identifiqué con esas voces. Si eran para mí,
asociadas a mi condición de recién llegados. O si fueron voces vertidas al garete. Para
quien pudiera asirlas y entenderlas. Tengo la sensación de haber escuchado, como
ráfagas, los cantos. Desde la aldeana, hasta la pastora. Pero, al mismo tiempo, tengo la
sensación de haber escuchado las versiones libres que se hacían de las historias de las Mil
y una Noches. Pero, también, esas leyendas que me hacían temblar. El Fantasma. Ese que
se sentaba en el tejado de las casas; una figura larguirucha. A la espera de poder entrar a
las casas, para excitar la risa en la víctima elegida. Cosquilleo que no cesaba hasta que se
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producía la muerte, entre los espasmos ocasionados por la imposibilidad para retomar la
respiración normal. O el Sombrerón. Sujeto regordete, con sombrero alón y que transitaba
por las calles a la espera de alguien a quien engañar, por la vía de la palabra y
desaparecer con él o con ella. O la Patasola. Una expresión sin características físicas
fijas, identificables. O la Llorona. Mujer en búsqueda perenne del hijo que perdió. O las
sucesivas y variadas versiones de brujas. Habitantes de la noche. En la calle, pendientes de
cualquiera que se atreviese a desafiar la soledad y la oscuridad. Siendo, esta última, su
acompañante permanente, su mundo; su fortaleza. Recuerdo, para este caso, inclusive, que
mi padre decía tener el antídoto o, al menos, la clave para evitar que entraran a los
cuartos. Se trataba de esparcir arroz en la sala de la casa. De tal manera que ellas,
precisamente por su tendencia a antojarse de cualquier objeto, se detendrían a contarlos;
hasta que las sorprendía la luz del sol y se ocultarían de manera inmediata. Su refugio,
durante el día, era desconocido.
O el exterior. El mundo callejero. En la ciudad existían lugares que se exhibían como
referentes. Que la Plaza de Cisneros. Una especie de central de abastos al menudeo. O el
Hipódromo San Fernando. Inclusive, este último, coincidía con el estadio; antes de la
construcción y puesta en funcionamiento del Atanasio Girardot. O la carrilera; o la
Estación del Ferrocarril. O El Pedrero, sitio adyacente a la plaza de mercado. Sitio para
el rebusque de promociones de tomates, plátanos, cebolla, papas, legumbres, etc. O La
Bayadera; territorio conocido como lugar de aviesas costumbres. O el Barrio Antioquia;
identificado como otro sitio no recomendable. O El Bosque de la Independencia. Sitio
convocante. Allí estaban los mangos; las pomas; el lago; el carrusel; la rueda de Chicago;
el trencito con su túnel. O, ahí cerca, La Curva del Bosque. Sitio al cual arribaban los
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bandidos: Pistocho y Pacho Troneras; después de haber asaltado un banco. Allí bebían
ellos e invitaban a quien pasara. Todo hasta gastar hasta el último centavo. O El
Fundungo, Lovaina, Las Camelias. Reconocidos como sitios, en veces, o como barrios,
otras veces. De todas maneras, zonas en las cuales se podían encontrar lo que se conocía
como “casas de citas”. Y se llamaban así, porque allí llegaban los hombres, adultos y
muchachos, buscando mujeres. Y allí esperaban estas para ofrecer su cuerpo. Y allí
estaban las barraganas que administraban. O los dueños que atendían, sin ninguna
intermediación, las solicitudes y designaban a las muchachas; por riguroso turno.
O el Puente del Mico. Referente un tanto extraño. Nunca se supo porque esa
denominación. Solo, que por ahí atravesaban los rieles del ferrocarril, sobre el río. O
Moravia. Otra zona-barrio en donde se encontraban bares y casas de citas. O el
manicomio. Sitio destinado a recepcionar y servir de reclusorio a los locos y las locas. El
concepto de enfermedades mentales, solo lo manejaban los médicos. Para todos y todas las
demás, eran simplemente eso: locos o locas. Ubicado en “cuatrobocas”; barrio Aranjuez.
Pero, asimismo, barrios originarios. El Camellón; La Toma; Loreto; San Diego; en la
parte sur-oriental. Desde muy pequeño supe que allí nació y creció mi madre. Su madre
Sara y su padre Arturo. Hogar que fue creciendo en residentes. Que la tía Nana; que la tía
Fabiola; que los tíos Carlos, Israel y Conrado. Que el trabajito del abuelo Arturo,
cuidador de fincas en lo que era la periferia: que la parte alta del barrio El Poblado; que
la parte aledaña a la carretera que conducía a Envigado. Con el correr del tiempo, tengo
memoria de ello, lo visitábamos allá. Le llevábamos el almuerzo o la comida, o el
desayuno. Allí tumbábamos los mangos. Biches, preferiblemente. Allí escuchábamos su
rogativa para que no dañáramos lo que el denominaba las bellotas. Arturo Gómez.
38
Hombre nacido a finales del siglo XIX. Tal vez conoció de cerca algunos eventos. Que la
Guerra de los Mil Días. Que a Salvita ascendiendo en el globo inflado con helio. Y la
tragedia de Salvita; que murió en ese intento. Arturo Gómez, tal vez, conoció de la
construcción del túnel de la quiebra. Y, tal vez, conoció de la presencia del ingeniero
Francisco Cisneros; de origen cubano. Que dirigió la construcción de ese túnel y también
la construcción del puente colgante conocido como “Puente de Occidente”; sobre el Río
Cauca; entre Sopetrán y Santafé de Antioquia.
Pero estaban, también, los barrios Manrique, Aranjuez, Campo Valdes; San Cayetano;
Prado (situados al centro y nororiente. O Laureles, Belén (con sus diferentes secciones);
San Javier, Calasanz; Robledo.
Y seguí creciendo. Y seguí viviendo. Y, ahora, recuerdo otras cosas. La ciudad seguía
expandiéndose. Con las limitaciones asociadas a su particularidad geográfica. Pendientes
que hacen del tránsito central un surco. Por allí, por ese surco, fue delineándose la ciudad-
centro. Mientras las pendientes iban siendo saturadas de viviendas. Un bien construidas.
Otras, simplemente, pautadas por los requerimientos de quienes llegaban del campo.
Como ahora, en ese tiempo, había desplazados. Porque la violencia se ensañaba con
quienes habitaban las zonas rurales. No solo en el Departamento de Antioquia. Era todo el
país. Porque los impulsores del desarraigo eran, al mismo tiempo, los que azuzaban la
violencia. Eran (…y siguen siendo), al mismo tiempo, beneficiarios de la guerra. Por su
condición usufructuarios de los sucesivos regímenes. Tenían el control desde hacía mucho
tiempo. Casi desde el mismo inmediato posterior a 1819.
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Y, ese crecimiento de la ciudad, nos fue convocando a vivirla. Ya por la vía de apropiarnos
de las calles para auspiciar la lúdica. O, y combinado con esto, para conocer y asumir ese
territorio. Y, entonces, creció la expectación por el desarrollo de los cantos y los juegos
primarios. Por lo mismo, en consecuencia, crecimos los ejecutores. Que brincar el lazo;
que las escondidas; que la lleva; que la guerra libertaria; que los trompos; y las bolas de
cristal y, “las vistas” (recortes de las cintas o las películas), con sus acepciones “cuadros”
(para designar a aquellas en las cuales aparecían los protagonistas o los denominados “el
muchacho” y la “muchacha”); o el ejercicio de elevar las cometas (con sus variantes de
capar hilo); o lanzar los globos de papel, llenos del calor y el humo producidos por el
mechón encendido con gasolina o petróleo y el cebo o la esperma como combustibles. O el
ejercicio de lanzar piedras con caucheras y las hondas (dos cuerdas que tenían en el
centro un receptáculo hecho de cuero y en el cual se colocaba la piedra a lanzar). O el
intercambio de revistas (folletos con las aventuras de Tarzán, el Llanero Solitario, Batman
y Robin; El Pájaro Loco; el Conejo de la Suerte; El Pato Donald; etc.). O las funciones
matinales (películas) en los teatros (salas de cine) de los barrios. Recuerdo los más
importantes: Manrique; Rialto; Olimpia; Aranjuez; Belén. O la trenza humana
(formaciones entre dos grupos. Uno al frente de otro; cogido de la mano. Hombres y
mujeres); a partir de la cual se cantaba matarile lire lo. O la trenza en rueda que permitía
o impedía salir al ratón, designado o designada por quien quedaba libre por fuera de la
rueda. O la ronda que cantaba y preguntaba al lobo del bosque si estaba listo ya. O el
juego de la perinola; o el de catapis (Jaz); o el juego de la carga montón (se escogía la
víctima que tenía que aceptar que todos y todas cayeran encima de él o de ella). O el juego
con el lazo en los dedos, construyendo figuras diversas (la escalera, la flor de iraca). O la
recolección de cajetillas de cigarrillos a las cuales se les asignaba un valor y así se
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jugaban. Como si fueran billetes. (Pielroja 1, Dandy 25; Kool, Lucky; L & M, Chesterfield;
Mapleton, valían 100 y, así, sucesivamente). O la preparación y realización de novenario
en la época de diciembre; incluido el ejercicio alrededor del pesebre. O el juego a la
gallina ciega. Y, no podía faltar, el fútbol. La pelota en la calle. Con desafíos entre cuadras
y barrios. Siempre en la calle. Calle para el juego. Calle libre. Inclusive con el vigía,
encargado de avisarnos cuando llegaba la tomba (policía municipal); la bola (vehículo
policial). Esto suponía suspender, provisionalmente, el juego. Porque estaba prohibido
tomarse la calle para ello. Porque, siempre, ha existido la posición de quien o quienes,
siendo habitantes del barrio, odian la expresión lúdica.
Ahora bien, la confrontación entre grupos interbarriales, era hecho común. Inclusive,
llegando a expresiones vandálicas, violentas. Con piedras (lanzadas con caucheras y
hondas), palos, etc. Forzando un paralelo, algo parecido con lo que hoy aparece como
enfrentamiento entre bandas en los barrios y/o en los colegios
Y, entonces, esa apropiación de los espacios, corrió paralela a las jornadas escolares.
Maestros y maestras. Muchos y muchas, autoritarios y autoritarias. Tanto que
contribuyeron a la deserción escolar. Porque infringían castigos físicos. Otros, accesibles,
tolerantes, amigos (as). Que la sopa escolar (una figura reducida del restaurante), a la
cual accedían los niños y niñas cuyas familias eran mucho más pobres que el promedio.
Que el pan y la leche que se entregaba en los recreos y que era posible, en razón al
convenio con Caritas Arquiodecesana (organización religiosa-católica) y las entidades que
regían la academia. O, en ese mismo horizonte, a partir de convenios internacionales con
países europeos o con EE.UU.
41
O, llegado octubre, lo que se denominaba la “semana del niño”. Aquí cabía todo: los
disfraces; las caminatas; el sancocho elaborado a partir de recursos propios recogidos en
las escuelas. O a partir de los aportes de las familias. Queda claro, de paso, que las
escuelas no eran mixtas. Además, que, las jornadas, eran completas. Desde las 8:00 a.m.,
hasta las 11:30 a.m. y desde la 1:30 p.m., hasta las 4:30 p.m., de lunes a viernes. Los
sábados de 8:00 a.m.; hasta la1:00 p.m.
5
El siete de marzo, Carmelo, apareció a la reunión del Comité Ideológico, con Fabricio
Pineda Pinedo, obrero como él. Nos contó de su correría por diferentes pueblos, huyendo
de lo que en general llamaba “la violencia de los chulos”. Un individuo sereno, ilustrado,
soñador. Vivía con su familia en el barrio Palermo. Dos hijas, con su actual compañera
Patricia Bedoya Jácome. También campesina y Tropelera. Siempre ha estado al lado de
Fabricio. Una solidaridad absoluta. Entre ella y él, construyeron su casita en un terrenito
que heredó (ella) de su papá Aurelio Bedoya Benjumea.
…Y corrió la voz de que algo estaba sucediendo. Venía desde muy atrás. El método había
sido perfeccionado. Desde Núñez, el trasgresor. El sujeto cambiante; según las
circunstancias. Método aplicado. Con ese mismo se justificó la Guerra de comienzos del
siglo XX. Método soportado en el manejo solapado de las verdades. O, a decir verdad, las
casi verdades. En recintos cerrados, a prueba de filtraciones plenas. Solo el gota a gota.
Para potenciar las repercusiones. Se dice y se desdice, al mismo tiempo. Entonces, se
embauca y se extiende la sensación de que algo está pasando. Aquí y allá.
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Ese mismo día de marzo, escrituramos nuestro Manifiesto Obrero Campesino.
Previamente habíamos leído y analizado el texto El Desarrollo del Capitalismo en Rusia;
Las Guerras Campesinas en Alemania; tuvimos, además, acceso a documentos
compilados por varias personas, estudiosas de la cuestión agraria en Colombia y en
América Latina. Analizamos, puntualmente, escritos que datan desde 1836 y 1864. Insumos
teóricos de gran calidad. Relacionados, fundamentalmente, con los conflictos por tierras;
con la situación de los artesanos. Con la confrontación entre bolivaristas y santanderistas.
Le seguimos la huella a la discusión que condujo a la imposición de la Constitución Politica
de 1886.
Pero no es lo mismo, tratándose de recomposiciones ideológicas y políticas de largo
aliento. Porque, de ser así, se desemboca en ese tipo de opciones en los cuales lo que cuenta
es el juego a la reversa absoluta. Como si no importara el acumulado de acciones y de
convocatorias. Ante todo, tratándose de un proceso como el nuestro. Un país inmerso,
históricamente, en sucesión de guerras. A veces presentadas, por parte de la burguesía y los
terratenientes, como expresiones centradas en desviaciones atípicas respecto a la yunta
propuesta y ejecutada por el poder imperante. Un consecutivo que ha involucrado, siempre,
a los nativos, a los campesinos y campesinas, a los obreros y obreras y al lumpen
proletariado; como invitados (as) para que sirvan de sparring. Todo por la vía de la fuerza.
Militares y policías al servicio de la propuesta de sometimiento constante. Casi como
perenne. Una herencia habida, desde los ejecutores de gobiernos como extensión de la
lucha por la libertad. Porque, entre otras razones, ni Santander, ni Bolívar fueron centinelas
de la liberación constante, verdadera. Más bien, las sucesivas divisiones y el surgimiento de
43
los partidos liberal y conservador, significaron la preclusión de la revolución en contra del
poder español.
Visto así, entonces, estuvo y ha estado latente una propuesta libertaria, en contra de ese
proceso por medio del cual se instauró un modelo de Estado y de gobierno, próximos al
autoritarismo. Que, aún hoy, azuzan la violencia, por la vía de decantar sus idearios
perversos. Uno a uno, fueron imponiendo roles cada vez más entrelazados con el dominio
punzante; con fisuras propias de sus contradicciones internas. Proclamando constituciones
al vuelo de sus intereses. Nunca ancladas en los derechos de la población, siempre
marginada. Siempre vulnerada. Un horizonte patrio, vergonzosamente modelado, con
linderos y mojones construidos a partir de sus visiones recortadas. Dejando casi a medio
camino, la ruta propuesta en principio. Inclusive, desde mi interpretación, podría decirse
que nunca hubo perspectiva diferente a la de entronizar el culto a la personalidad. Ya, desde
ese entonces, empezaba a prefigurarse el tipo de gobierno y de Estado, en perspectiva
anclado en los conceptos oligárquicos de poder. Tanto como entender que iríamos
avanzando con una ruta, deliberadamente promovida por odios. Por ese tipo de propuestas
que desdibujan la razón de ser de la democracia. Ruta de bárbaros que habían peleado,
peleaban y pelearían a partir de construir íconos perversos. Veámoslo en palabas de
Germán Carrera Damas, en su texto “El culto a Bolívar”.
“…Finalizada la guerra de independencia se inicia para Venezuela la experiencia
republicana. Hasta ese momento la República no había sido más que una especie de
ensayo general, en cuanto corresponde a la que existió entre el 5 de julio de 1811 y la
firma del armisticio con Domingo de Monteverde (25 de julio de 1812), o un desiderátum
siempre propuesto en función dela guerra. Bien puede decirse que la precariedad de los
44
ensayos republicanos, tanto por la corta duración de los que lograron cuajar, como por las
numerosas limitaciones e incluso suspensiones que se le impuso en razón de la emergencia
bélica, reservaron para 7después de la contienda la verdadera confrontación de la
experiencia republicana, ya despojado el panorama del enemigo que la había hecho
imposible hasta ahora…”8
Ha sido una constante para los países bolivarianos. Un ir decantando las ilusiones y los
programas. Una asociación contradictoria, con respecto a la herencia colonial, que siempre
se ha presentado como la acción de posponer, corrido el tiempo, la realización de opciones
libertarias. Es algo así como asistir a periodos históricos, unas veces ambiguos. La mayoría
de las veces como expresiones autoritarias. Centradas en posiciones caudillistas. De la
mano con intereses que no tenían nada que ver con la liberación. En cambio, sí mucho, de
imposiciones de la burguesía agraria.
El texto citado antes, a pesar de una narrativa del caso venezolano, ejerce como insumo
común para la República de Colombia
“…Las dos fuerzas que hemos delineado (sic), entendidas como las dos corrientes de
problemas básicos presentes en el orden histórico, con imbricaciones de todo género,
entran en una nueva etapa de su acción con el advenimiento de la República. Es la hora
de confrontar los resultados con las promesas. Los sacrificios han sido extremos y
prolongados, la impaciencia es mucho. Venezuela aparece en este momento bajo un
curioso aspecto en lo político: el centro o la personificación del poder no solo se halla
distante, sino que se aleja más con las campañas sureñas de Bolívar. Queda libre el
.1. Carrera Damas G. “El culto a Bolívar”, Editorial Universidad Nacional de Colombia, pp. 43-44
45
terreno para la definición de nuevas apetencias de mando, y la guerra ha sido un buen
semillero de ellas. Para tantas y tan voraces hay solo una patria que usufructuar….”9
Entre otras cosas, porque el oferente de poder no puede sustraerse al lío perverso. Entre
estar con lo conseguido en el campo de batalla, a nombre de la liberación del yugo español.
Y estar en interdicción, con respecto a la perspectiva que se abría. Perspectiva de
compromiso con la construcción de una Nación libre. Por la vía absoluta. Es decir, de plena
confluencia con el entendido d libertad. Incluida la liquidación del racismo. Del
esclavismo. De reconocimiento a la libre autonomía de las etnias.
Precisamente, al no resolverlo. Viendo que no había una posición ni latente, ni efectiva en
términos de la libertad. Por esto mismo, nuestra República empezó con soporte endeble.
Por la vía de otorgar poderes a los generales. A un concepto de patria vinculada con
demostraciones de fuerza por la vía de imposiciones autoritarias y, en cuanto juego
democrático, manipulaciones en torno al significado de la participación de campesinos
mestizos y las etnias. Y ni que hablar de los negros y las negras en razón que eran
sometidos en peores condiciones que los anteriores.
“…La Campaña de la Nueva Granada, vasta y arriesgada operación que marca una
transformación profunda en la concepción estratégica de la guerra emancipadora, da
como resultado no solamente un cambio en la relación de fuerzas, hasta entonces
favorable al eficaz dispositivo montado por Pablo Morillo al frente del único ejército
organizado que había actuado en Venezuela. Produce, lo que no es menos importante, al
Padre de Colombia, al Libertador admirado, temido y acatado. El triunfo magnífico
echaba al olvido una trayectoria militar en la cual no escaseaban, al lado de victorias
9
Ibíd., página 45
46
espléndidas victorias a medias por mal consolidadas y hasta puras y simples derrotas
aparatosas. Poco podía el hiperbolizado brillo de la Campaña Admirable de 1813 en
contraste con el abrumador derrumbe de la Segunda República bajo los golpes de Tomás
Boves. Y este era, hasta el momento, el más notable hecho militar de Bolívar en tierras
venezolanas. Piar y Mariño, entre ellos, no hallaban nada descabellado el equipara sus
propios méritos con los de Bolívar…10
Es una incursión, a propósito, con referentes de la campaña y la posguerra en Venezuela.
Un miramiento en términos de la localización de insumos en perspectiva. Para alcanzar una
posición en contravía de los dimes y diretes, con respecto a la democracia, supuestamente
inmersa en los hechos y las acciones santanderistas y bolivarianas. Por una vía un tanto
extraviada; en consideración a la idealización por parte de quienes ejercía como oligarcas y
gamonales. Pidiendo pista para un ensamblaje posterior. De un Estado y una Nación que
dieran cuenta de sus ambiciones.
Las discusiones fueron intensas y extensas. Si se quiere, la confrontación llegaría hasta
profundizaciones en términos de politica e ideología. Mucho tuvimos que discernir para ir
construyendo la trama de nuestro manifiesto. Recorrido por la historia. Tanto en nuestro
país como en algunos países cercanos de tradición en lo que respecta a las luchas agrarias.
El día 14 de marzo, tendríamos una de las disquisiciones más fuertes. Nos enfrentamos
Alejandrina, Fabricio Posada Elejalde, Doroteo y yo. Transitamos por caminos no
recorridos antes. Enhebramos la palabra, con giros circunstanciales. Particularmente,
enfrentaríamos dos opciones en lo correspondiente a la caracterización del Estado en
Colombia y su nexo con la teoría expuesta en “Leviatán” y “El Contrato Social”. Una
10
Ibid, páginas 83 y 88
47
perspectiva de gran aliento. En lo puntual, las diferencias hacían alusión a si éramos o no
un país y una nación fundamentalmente dirigida por la burguesía emergente. O si éramos
un país y una nación en la cual predominan los intereses de terratenientes y lo que, en mala
legua, llamaban algunos “Oligarquía”. En torno a ese término y su significación,
horadamos teorías e historias. Yo demostré que al hablar de “Oligarquía”, no se hacía otra
cosa que velar la magnitud e importancia de la dirigencia burguesa. Y que, en relación con
ello, el poder de los terratenientes era subsumido no por la teoría de país semifeudal. Los
terratenientes, tenían la mira puesta en salvar intereses como propietarios de tierras. Pero,
en lo fundamental, su ideario tiende a consolidar un Frente burgués-terrateniente, de largo
alcance. DE tal manera, entonces, que el concepto de Oligarquía tal y como se ha
expresado, diluye en un limbo sociológico a los verdaderos poderdantes y sus intereses
centradas en crecer como país, al lado de los imperios Británicos y Estados Unidos. En
consecuencia, el hilo conductor de nuestro movimiento tendría que ser la clase obrera.
El día 21 de marzo, tratamos de avanzar en la caracterización del gobierno de Alfonso
López Pumarejo y el continuismo de Eduardo Santos. Doroteo, realizó un análisis
portentoso acerca dell significado de “La Revolución en Marcha”, como Programa de
Gobierno de Alfonso López. Demostró, con plena claridad, que ese programa estaba
orientado a cimentar el proceso de desarrollo del capitalismo en nuestro país. Además de la
modernización del Estado. Precisando en lo correspondiente a los tres poderes enhebrados
para ejercer como soporte a las implementaciones de corte Liberal. Entendido, esto último,
no como mera alusión a su partido; sino como expresión envolvente, que incluiría reformas
a la educación universitaria y básica en las ciudades y en el campo. La tierra, decía el
48
programa, debe ser utilizada para el desarrollo de proyectos relacionados con el desarrollo
agrícola.
El día 31 de marzo, antes de iniciar nuestra sesión de trabajo, fuimos informados del
asesinato de Fabricio, a manos de sujetos que lo sacaron de la fábrica y lo llevaron hasta la
periferia de la ciudad. Y, allí, lo mataron. La noticia, a más de ser dolorosa. Nos tendría que
anunciar las posibilidades que vendrían planeando los informantes de la policía y el
ejército. Es decir, a partir de ese día nos declaramos anunciados y empezaría una modalidad
de trabajo diferente. Nuestro movimiento entró en la clandestinidad. Haríamos más énfasis
en analizar cada uno o una de los militantes. Trataríamos de minimizar el riesgo de ser
infiltrados. En esta decisión, nos apoyamos en las experiencias en Cataluña.
Entonces yo seguía el tránsito. Tratando de entender el modelo impuesto. El problema era
que no tenía ni medios; ni conocimientos; ni donde hallarlos. Porque mi vida era eso: una
predisposición a seguir ahí. Mientras tanto el grupo familiar se desintegraba. Mejor sería
decir que venía fragmentado desde el primer día en que se hizo cuerpo visible. Ese grupo
familiar vigente desde antes de mi nacimiento. Pero que adquirió, para mí, presencia con el
correr de los años; de mis años. Ya, entonces, Chagualo y Fundungo fueron mi entorno.
Pero yo no accedía a el. Simplemente, ahí en la casita o en las casitas. Ya la madre era
esclava. Se hizo así, a partir de mis miradas y del proceso construido en este país envuelto
en miserias. Miserias intelectuales. Miserias políticas. Pero, a la vez, país de violentos y de
violentados. De violentos que conducían con rumbo definido por ellos. Violentos que
agredían aquí y allá. Violentos que protagonizaban ejercicios aparentemente diferenciados;
pero que eran lo mismo.
49
Y ya, aquí en esta dimensión. En este rol protagónico de mí mismo; seguía el curso, mi
curso. Ya en la calle. Ya en la casita. O ya en los sueños en los cuales me mimetizaba, para
impedir ser visto desde afuera; tratando de impedir el cuestionamiento y la comparación.
Sujeto niño sin posibilidad de acceder a cualquier cosa. Seguía siendo el desertor de la
escolaridad. Desertor, más no herético. Porque el origen de esa deserción, la motivación de
la misma, no estaban anclados en una opción de vida diferente. Y no tenía por qué serlo.
Porque no tenía opciones alternativas. Simplemente ahí. Donde la abuela materna, los
domingos. Si donde Sara y donde Arturo Gómez. Una vida al garete. Incluso con
tendencias y manifestaciones perversas; vistas con una óptica moralista. Sujeto niño ahí; sin
nada entre las manos.
6
Y, entre tanto, la ciudad crecía y el país también. Ya la ciudad no era la misma que conocí o
que imaginé. Ya los barrios en las pendientes estaban en pleno desarrollo. Ya apareció
Castilla Y Pedregal y Alfonso López. Ya, hacia el sur, se extendían híbridos. Ya con
fastuosas viviendas ya con casitas en las cuales habitaban los habitantes originarios de El
Poblado. Ya Bello y Copacabana, al norte, se integraban; en un concepto de territorio
mucho más vasto. No se si, desde ese primero momento, se asumían los conceptos de zonas
metropolitanas. Pero también, al sur, se acercaba Itagui y, aunque de manera más lenta,
Envigado.
50
Lo que contaba, para mí, era la sensación de estar inmerso en un proceso no pensado; no
entendido. Pero estaba ahí. Como proceso envolvente. Porque, la perspectiva de ciudad
moderna, actuaba independientemente de mi participación. O de la participación de los
otros y las otras. No sé, en fin, de cuentas, si ya estaba presente, en ese crecimiento urbano,
una opción como la planteada por Manuel Castells. No sé, si en el caso de los y las
ciudadanas en mi ciudad y en las otras ciudades. No sé si la presión, a partir de los
desplazamientos masivos, sobre la ciudad y, por lo mismo, en la exigencia d vivienda y de
servicios básicos; ya tenían o no expresión en términos de exigencias organizadas.
Volviendo a lo de Castells, no sé si alguien, en nuestro país tuviera, en ese entonces,
posiciones como: “…Cuando se habla de problemas urbanos nos referimos más bien, tanto
en las ciencias sociales como en el lenguaje común a toda una serie de actos y de
situaciones de la vida cotidiana cuyo desarrollo y características dependen estrechamente
de la organización social general. Efectivamente, a un primer nivel se trata de las
condiciones de vivienda de la población, el acceso a las guarderías, jardines, zonas
deportivas, centros culturales, etc.; en una gama de problemas que van desde las
condiciones de seguridad en los edificios (en los que se producen, cada vez con mayor
frecuencia accidentes mortales colectivos) hasta el contenido de las actividades culturales
de los centros de jóvenes reproductores de la ideología dominante…”11
En verdad dudo que se hubiera desarrollado una opción de vida urbana, así en esas
condiciones. Lo que este sujeto niño perverso entendía, no iba más allá del discernimiento
de quien no tenía ni siquiera, a su disposición las posibilidades que otorga la escuela. Más
aún, reconociendo que, cuando hablo de escuela, estoy hablando de lo básico. En una
11
Castells, Manuel; “Movimientos sociales urbanos”.Siglo XXI Editores, segunda edición en español,1976,
página 5
51
estructura escolar-académica en donde el lugar para la profundización no existía. No iba
más allá, como lo expresé arriba de aglutinar una serie de saberes, cruzados por la textura
tradicional religiosa, particularmente la católica.
Estaba, pues, situado en un reconocimiento del entorno inmediato y mediato.
Reconocimiento que no iba más allá de encontrar espacios para una lúdica restringida.
Porque, ¿qué lúdica podría haber, en mi escenario de niño condicionado por mis propias
actitudes y que originaron y mantuvieron una posición hostil de los otros integrantes del
grupo familiar; particularmente de la madre y el padre. Porque, a la vez, crecían las
posibilidades y justificaciones para profundizar en torno al cuadro comparativo con mi
hermano, el escolarizado, que seguía avanzando.
Entonces, una noción de ciudad y de país y de mí mismo y de los demás; que comprometía
las fijaciones que había venido construyendo. Ya lo dije, visiones enfermizas; sueños
acechantes. Expresiones en las cuales las imágenes recorrían mis espacios. Imágenes que
recorrían mi cuerpo y que ocasionaban estigmas más lacerantes que las posturas religiosas
asumidas por mí antes. Imágenes que vertían opciones y que me convocaban a asumirlas.
Opciones como latigazos. Opciones que conminaban a no existir más. Opciones que me
proponían huir de la casita y abordar el camino del transeúnte sin referentes. Como si me
propusieran jugarme la vida en el amplio espectro que permite la inmensidad de la ciudad.
Ir ahí, a cualquier sitio sin ningún nexo con los hermanos, las hermanas, el padre, la madre,
las abuelas… En fín imágenes que se erigían como mandantes sombríos y que me
colocaban en posiciones de profunda angustia. En extravíos que yo no estaba en capacidad
de asumir. Porque lo mío era una angustia sobre otra. La mía propia y la heredada de esos
sueños absolutamente onerosos.
52
Y era el año que marcaba el inicio de otra década. Quien lo hubiera creído, ya había vivido
casi dieciséis años. No era sujeto hábil para realizar inventarios de vida. Sin embargo,
estaba ahí en la posición de niño-adolescente que había accedido, otra vez, a la escolaridad
en nombre de la necesidad de reconciliación. Más, nunca, en términos de avanzar en el
conocimiento. Vale la pena aclarar, ahora, que había innovado en lo que respecta a la
justificación para desertar. Una figura, parecida a las imágenes que me atormentan en mis
sueños, exhibiendo una postura y una voz que me reta. Algo así como entender la posición
como cuestionamiento a la autoridad. ¿Pero sería cierto eso? ¿De cuándo acá había
adquirido algún criterio elaborado? Aún ahora no me lo creo. Yo no era, en ese tiempo
sujeto de elaboraciones. Era, por el contrario, un bandido que se azuzaba así mismo;
vertiendo palabras. Sin poder construir una o dos frases con sentido. Solo, en esos sueños
tormentosos, venían a mí interpretaciones de lo cotidiano; de esa exterioridad que no
percibía sino en la vigilia del día a día.
Así fue, por ejemplo, como accedí a entender todo lo relacionado con la continuación del
exterminio. Veía, a ráfagas, lo sucedido con quienes no accedieron al pacto bochornoso. A
ese pacto entre los mismos. Pacto que avasallaba a la democracia. Convertía en delito el
solo hecho de aspirar a una alternativa diferente. Y, sin saberlo, iba profundizando, todas
las noches. Veía a los campesinos y campesinas. Niños y niñas. En las travesías. Solo
ahora, después de haber leído al maestro Alfredo Molano, en su trilogía “Siguiendo el
corte”, “Aguas arriba” y “Selva adentro”, he podido descifrar esos mensajes de mis sueños.
He podido dilucidar el significado de esas imágenes. Los sin tierra; los desarrapados;
tratando de arrancarle aliento a la vida. Como si esta estuviera flotando ahí. Y ellos y ellas,
tratando de asirla. Mientras tanto los aviones y la tropa de los jerarcas. Apuntándoles.
53
Matándolos. Y los gritos de rabia y las lágrimas y la ternura invitando a resistir. Y los
jerarcas riendo en las ciudades. Invitándonos a reconocerlos como voceros válidos. Como
convocantes ciertos a la paz. Y, nosotros, en las ciudades sin arriesgar nada. Solo
consumiendo los discursos ampulosos. Y llegó el segundo de la lista. El hijo del poeta. El
mismo de la sagrada ciudad blanca. Impoluto. Hijo de poeta que no sabe nada de la vida de
los y las demás. Que mantuvo la línea de acción. Con los chafarotes a la ofensiva.
Limpiando el campo. Siendo, esa limpieza, un concepto asociado a la matanza.
Generalizada y selectiva. E inundaban los campos de panfletos. Convocando a la rendición.
Expresando que los bandidos eran quienes reclamaban justicia. Bandidos eran quienes no
se dejaban acribillar y respondían a los vejámenes, con la fuerza de la dignidad y, porque
no, con las armas que habían logrado salvar. Y los niños ahí. Y las niñas también.
Muriendo ellos y ellas. Y sus madres. Y sus padres…y todos y todas.
Y busqué una expresión de vida.
Y la encontré allí.
En esos sueños de todas las noches.
Y me preguntaba a mí mismo.
¿Qué puedo hacer yo?
Y me respondía, como en la frase última: Todo está consumado.
Y volvía a ver a los sátrapas.
Volando blindados. Lanzando panfletos y proyectiles que matan.
54
Y veía al hijo del poeta.
Borracho. Buscando palabras para justificar la muerte.
De los niños y las niñas. De las madres y los padres.
Y yo atormentado, con tantas imágenes juntas.
Con tantas preguntas juntas.
Ni enojadas que estuviéramos. Como que soy María Cartuja I, te lo juro Petronila. Cómo se te ocurre dudar
de mi solidaridad. No más regrese Pacholuis, le digo que me preste los dos mil pesitos. Cómo vamos a dejar
sin ajuar la nena. Lo que sí me parece el colmo es que el padre Alberto salga con esas cosas. Conociendo
como conoce a la feligresía. Nunca había pasado eso aquí en Punta Canela en este cuarto de siglo que llevo
viviendo en esta tierrita. Si no más mi mamá, que ha sido tan de la iglesia y que le ha ayudado tanto, siempre
ha sido de la opinión de liberar el espíritu. Haciéndolo más cercano a lo mundanal. Y menos aplicado a esas
amarras religiosas, ya caducas, según ella. Dizque amenazar a tu familia, con el cuento ese de que los(as)
bautizados y bautizadas deben parecerse a los ángeles. Y que, por lo tanto, deben vestir tal cual. Es decir, de
blanco el vestidito y además en el caso de las niñas, con encajes azules en honor a la Reina Madre.
Tal parece que se le olvidó cómo llegó aquí. Con una sotana hecha hilachas. Un sombrero que más parecía
una gorra de basurero. Y que fuimos nosotras, las de la Cofradía de San Miguel, quienes lo hospedamos.
Esther le cedió el cuarto de Juvenal, que se fue para Méjico con su Mariachi Botero. Y es que, me da una
rabia, viendo como vio que ayudamos para que sacaran al padre Alonso de la Casa Cural. Se estaba haciendo
el remilgado. No quería irse. Fuimos nosotras las que le escribimos al Obispo Marceliano. Diciéndole que,
aquí en nuestro pueblo, no caben las pataletas de curas amargados.
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La rosa de los tiempos (1)

  • 1. 1 La Rosa de Los Tiempos Novela Autor: Luis Parmenio Cano Gómez
  • 2. 2 La Rosa de los Tiempos 1 Con todo lo que conozco a Alejandrina Puyana Puyo; es como si la hubiera visto por primera vez, cuando la encontré en casa de Alipio Guasca Guaneme. Una insólita visión. De puro nervio somático. Como figura envolvente. Casi como sutura ciega. Ahora recuerdo la entelequia de su conocimiento acerca de las voces acalladas. Por allá, en año 1956. Corría el sopor perverso de la soldadesca bandida. Una inefable, la suya, manera de persuadirnos en términos de tratar de entender la misoginia y la violencia generalizada. Casi como abreviatura enervante. En pura seguidera de la ortodoxia que ya, de por sí, se había implementado de manera tosca y vulneradora. Ese lunes dos de agosto, nos reuniríamos para intercambiar propuestas y opciones, Estaban, además de ella, Isabela Aguilar Buitrago, Lorenzo Benjamín Portocarrero Hinojosa y Eufrasio Roldán Valiente. Desde mucho tiempo atrás, habíamos diseñado un plan que, supuestamente, nos llevaría a proclamar la Teoría de la Triada Ideológica y las Condiciones Dialécticas”. Algo así como la aproximación a la Idea Hegeliana. Tocamos, inclusive, lo relacionado con la avanzada contestataria y sombría. No tanto en la intención de evadir responsabilidades en el quehacer político. Era más, una tendencia a desinhibir el discurso,
  • 3. 3 para adaptarlo a las necesidades de la década. Tratando de enfatizar sobre los errores de interpretación y la correspondiente actuación, en el sentido de postular otras opciones, sin menoscabar la Idea Básica ya apropiada. El análisis exhaustivo de cada hecho y cada expresión; nos iría conduciendo a desentramar la lógica con la cual veníamos actuando. Como entender que nuestro Manifiesto Primero, presentaba vacíos recurrentes. Por ejemplo, eso de señalar nuestras convicciones y el discurso político en la década anterior. Lejos estaba ya ese momento en el cual redefinimos la táctica, al momento de conocer la perspectiva burguesa, a partir de 1930. Desde el punto de vista del día a día, nos habíamos sumergido en algo así como idolatría en términos de la consecución de insumos históricos, elaborados desde comienzo de siglo. Una directriz un tanto ampulosa. Vista, en lo que referiría a la brecha abierta en la entre guerra civil en nuestro país. Habíamos dibujado una opción, a mano alzada. Como cuando no se tiene suficiente fuerza de convicción necesaria, para poder inferir resultados políticos serios, sin perder la ortodoxia vinculada con la confrontación vertical y contundente a los partidos en uso y que venían siendo utilizados como soporte fundamental al momento de asfixiar y violentar a campesinos y habitantes de las ciudades en crecimiento. De mi parte, y lo dije con certeza, no seguiría en ese pulso estrambótico y deshilvanado. Propuse, en contrario, asumir la noción de pertenencia, como ínclitos sujetos en capacidad de derrotar a la soldadesca y a los partidos usufructuarios del poder. Por la vía armada, sin ninguna tregua. Ya antes lo había expresado en el último Congreso Revolucionario. Es decir, siendo nosotros y nosotras sujetos de pleno liderazgo; tendríamos que buscar el equilibrio preciso entre acciones violentas y la Teoría de Partido, soportada en los agregados políticos, históricos y sociológicos. De tal manera que, derrotar a los partidos y
  • 4. 4 sus poderdantes, así como a la soldadesca que actuaba como punta de lanza en las matanzas generalizadas en el campo y que, con expresiones insinuadas, se iban perfilando también en las ciudades; debería ser muestro objetivo fundamental. Alejandrina, centró sus intervenciones en lo que ella daba en llamar “La generalización de la Teoría del aprovechamiento de las Fisuras en la Clase Dominante”. Era algo así como la utilización de la Teoría del Estado, soportada en “El Leviatán” de Thomas Hobbes y su nexo con la disquisición kantiana en cuanto hacía énfasis en la tipificación de la razón, como instrumento para “adelgazar” la ideología imperante, por la vía de acercamientos paulatinos. Hasta lograr combatirlos desde adentro. Ella llamaba a esto “El Caballo de Troya al servicio de la Revolución”. Sin pensarlo, Aleja, desembocaría en el tipo de directrices conjugadas por los traidores a la causa obrera en España durante la Guerra Civil. Es decir, la destrucción (con sus directrices) de lo logrado en Cataluña, por parte de las “Comisiones Obreras” de Gobierno en las fábricas y su extensión a las ciudades. Por lo mismo, entonces, trataría de persuadirnos en el sentido de deponer parte de la doctrina básica que ejercía como soporte ideológico. Esta, en lo fundamental, hacía énfasis en el entendido de la lucha de clases como expresión indelegable, mucho menos suplantada por ninguna opción de equilibrio con la totalidad o parte de los dominadores políticos y su ejército y policía armados para hostigar y matar a quienes estamos decididos a imprimir una connotación de defensa y ataque en el campo, y de confrontación en las calles en las ciudades, en la intención de subvertir cualquiera posición de represión...
  • 5. 5 Lorenzo Benjamin, se hizo al lado de la teoría expuesta por, Alejandrina. Asumiendo un galimatías circunstancial. Como una variante de la proclama de delirio transicional. Particularmente, Lorenzo, avalaba lo fundamental en la teoría alejandrina, pero con agregado de lo que él empezaría a llamar “estar preparados para lo circunstancial. Porque no podríamos descartar el acercamiento político táctico con disidentes de la opción politica de los partidos dominantes”. Una tipología sociológica que ilusiona con la posibilidad de recabar en “equilibrios transitorios”. Esto traducía la posibilidad de trazar directrices relacionadas con la entrega de armas por parte del movimiento campesino organizado y, colateralmente, orientar la conformación de consejos campesinos en las localidades, en capacidad de negociar. Fundamentalmente, porque ya se empezaban a dilucidar los movimientos de los partidos dominantes. De una parte en relación con la modificación en el trato y respaldo al Jefe Militar que fungía como poder ejecutivo desmirriado, que había sido promovido por esos mismos partidos y sus dirigentes. Ya, en ciernes, se percibía no solo desistir del respaldo; sino también la búsqueda de una solución partidista que trataría de conciliar entre ellos mismos y, como consecuencia, constituir una forma de gobierno alternado. En capacidad de escindir al movimiento campesino en armas. De mi parte, con el respaldo de Isabela, no solo confronté esas expresiones entreguistas. Además profundicé en la defensa de nuestra doctrina fundamental. Una guerra a muerte en contra de los detentadores del poder económico, militar y político. Sin ningún tipo de fisura engalanada con posiciones asimiladas a la politica que guio a los traidores al movimiento Obrero español. El año en que conformamos nuestro movimiento (1943), hacía parte de un periodo más extenso. Veníamos de la lectura de documentos históricos, que se remontaban a sucesivas
  • 6. 6 confrontaciones, casi desde los años inmediatos posteriores a 1819. Destaco algunas historias de vida, encontradas y entendidas en lo que yo dí en llamar “historia coloquial verbal”. Y, siguió elucubrando Ángel María, que infancia manifiesta en su hedor de puta mierda. Una simbología inane. Al menos para él. En esa contracorriente tan infame. Unos vertimientos de historias entrelazadas por lo bajo. Como ese cuento con la bisabuela Serafina. Una mujer de tres mundos. Uno, el del siglo XIX, que conoció en toda su segunda mitad. Con esos embates de los amos de la tierra. Unos cruzados peleando hasta morir y hacer morir. Unas arengas embalsamadas, desde 1819. En esas junturas de caminos entre santanderistas y bolivaristas. Cardúmenes de población societaria retenida o expulsada a la fuerza. Los esclavos y las esclavas todavía con la yunta al cuello. Las repúblicas iban y venían. Como en recetario perverso. Policromías a partir de surtidores rojos y azules. Como si ese fuera el único espectro posible. Una caballería vergonzante. Hoy los unos. Mañana los otros. Y, así, pasaba el tiempo. Heridas abiertas. Ahí no más, esperando el discurso del próximo caudillo. Herederos del imperativo y empalagoso General. Dictador de siete muelas. El otro mundo, el segundo, de la bisabuela, dado por esos años de comienzo del Siglo XX. Unos tras otros. Venidos desde la política bifronte consolidada desde 1886. Constitución en mano. Los generalotes. Solo lúcidos para las entelequias y para la soberbia. Exacerbadores, a partir de manifiestos impúdicos. El reyecito, Reyes, dando tumbos. Inventándose valores al calor del Sagrado Corazón de Jesús. Un templario tardío. Llegado al poder a puro pulso de espadas, bayonetas y fusiles. Y así fue extendiendo su habladuría y su hechura de sujeto obsoleto. Pero, por lo mismo, atizador de los mismos fuegos de
  • 7. 7 antes. En esos mil y pico de días de desangre. Y, siempre, los hombres y las mujeres de a pie, ahí. Como depositarios de las tres o más letras que les dejaron conocer. Y el tercer mundo de Serafina. Esa última década de su vida. Entre 1947 y 1958. Que osadía la de ella. Tratando de aplicar lo aprendido de Ignacio Torres y de María Cano. Confesa partícipe de esos idearios. El PSR, dando vueltas. Por esos lugares recónditos. El sentimiento de ser mujer (Serafina) en la dermis. Mujer, otrora poseída y violentada. Casi a la fuerza. Porque eso y solo eso eran las relaciones de amor unipartitas. Porque, siendo ella inmersa en esa relación; solo surtía como objeto. Abertura para el falo de los prohombres. U hombres, apenas en nombre. Machucantes huracanados solo en las noches. Sus noches. O a cualquier hora. Y sí que cabalgó con la Cano, la abuela Serafina. Conociendo en directo o de ladito las andanzas de los dueños del país. Llevando ella y la María, panfleticos bien escritos por el jefe de jefes, Torres Giraldo. Un apocado. Así lo describía la bisabuela. Un insípido sujeto de buena letra. Pero no más. Lo mismo de los otros hombrecitos del día a día. Una pulsión de vida, asociada más a un oficio de omnipotente gendarme ideológico, que de verdaderos pulsos libérrimos. Punzantes. Revolucionarios. Murió Serafina, el trece de mayo de 1959, de manos de Serapio Epaminondas Roldán. Quien la mató por celos. Le faltaban dos añitos para cumplir 106. Qué malparido varoncito matacandelas. Le hizo los hijos y las hijas que se le antojó tener con ella. “…En sus ojos quedaron sucesión de imágenes vividas. Tres que resaltaba ella: el asesinato de Rafael Uribe; el asesinato de J. Eliécer Gaitán y la figura de la liberta inmensa. Como, a bien tenía de llamar a DOÑA MARIA CANO”. Así rezaba el texto escrito en su honor, por
  • 8. 8 parte de Virgiliano Cifuentes, quien fuera su amante furtivo, en toda su vida como mujer incendiaria y sublime. Ese tósigo de vida, siguió murmurando angelito. Y le volvió la pensadera. Esta vez con lo de la abuela Isaura. La sexta hija de Serafina. Esa sí que entró por donde era. Como queriendo decir que empezó a mandar todo al carajo. Desde pequeñita ya sabía que mamá Serafina y Virgiliano eran amantes. Para ella fue siempre un deleite absoluto verlos retozar y gemir en la estera que tenía en “el cuarto de nadie”, como llamaban la piecita de atrás. Pero, además, sabía de todo un poquito…o mucho. Nunca se supo, ni se sabrá. Interpretaba sueños. En la escuelita fabricaba “peos químicos” que cargaba en un frasquito y lo destapaba en clase de religión, con la señorita Consuelo. Sabía cómo era eso de “venir al mundo”. Lo aprendió, viéndolo en directo cuando la comadre Eunice asistía los partos de doña Beatriz Alviar. Nunca se tragó el cuento de El Arca de Noé. Mucho menos lo de El Paraíso Terrenal. Ella había leído y releído las “Nociones de Historia Sagrada” y el Catecismo escrito por el padre Astete. Y cotejó esos escritos con los de Charles Darwin y H. Morgan. Estos últimos los halló en el escaparate que había heredado Serafina de Antonia, la tatarabuela. Angelito vivió parte de esa historia. Por ejemplo, le tocó ver como Macario Verdún, el marido de la abuela Isaura, le arruino uno de sus ojos con el punzón de la cocina. En “un arrebato de ira santa” como tipificó el malparido cura del barrio, la agresión. También cuando la azotaron, entre Juvenal y Ponciano, los seminaristas hijos de Hipólito Benjumea, el dueño de la ferretería “El buen precio”. Todo porque les dio por creer y aseverar en palabra, que “…esa perra se lo da a Braulio Castañeda” Angelito sabía que eso no era así. Porque, entre otras cosas, Braulio era homosexual en su clandestina vida
  • 9. 9 íntima. Los azotes los ordenó Venturiano Alfonso, papá de doña Eugenia, la tía de Eufrasio Parra. Todo en nombre de “La Divina Providencia”, nombre y símbolo de los “Neo- Cruzados”. Mientras esperaba al doctor Valeriano, se puso a mirar, por lo bajo, a tres mujeres que llegaron después. Con su ojo de buen tasador, le adjudicó entre veinticinco y treinta añitos a cada una. Qué belleza de cuerpos, dijo para sí. Se les acercó, como queriendo ir más allá del primer corte. Y, ellas, alborozadas como estaban por haber llegado al municipio. Es decir, a los termales; se dejaron sonsacar por la risa de don caballero. La conversa fue larga y tendida. Quedaron, en preciso, que se veían en las piscinas. En esto estaban, cuando apareció “el doctor Valeriano”. Su mamá Leonilda creció al lado de Joaquina. Dos amigas, de esas que llaman inseparables. De siempre. Una y la otra, andariegas a más no poder. Yendo y viniendo por todo el barrio, primero. Luego, por todo el país. En la escuelita Eucarística, adscrita al barrio Moravia, conocieron los primeros trinos del hablar y escribir. Con la gramática y la semántica incorporada. Muy tenue, sí, pero en fin de cuentas con lo necesario. Destacaron, ambas, en los bordados en tambora. Y en el canto. Tanto así que, en el barrio, las bautizaron “el dueto Lejo”. Amenizaban piñatas. Cantaban en la eucaristía de los domingos a las once, en la parroquia Cristo Sacerdote. Se enamoraron del mismo muchacho. Pero zanjaron diferencias, rotándolo. Una semana Leo y la otra Joaqui. Y, así, estuvieron largo tiempo. Hasta que Eusebio Luján se cansó de ellas y se casó con Leopoldina Beltrán; una vecina que había pasado desapercibida; pero que estuvo al acecho, hasta que conquistó al caribonito.
  • 10. 10 Las dos siguieron como si nada. Se matrimoniaron casi al mismo tiempo. La una (Leo) con Bautisterio Mondragón. La otra (Joaqui), con Bersarión Álvarez. La preñez vino, también, en simultáneo. Y empezó ese reguero de hijos y de hijas. Uno de tantos fue angelito. Y, en esa condición de ser uno entre muchos, asumió la vida desde el rinconcito. Como diciendo, fui a la escuelita. Y estuve al lado de mamá. Y la respaldé cuando ese pérfido de Bautisterio le pegaba esas zumbas deprimentes y dolorosas. Y sí que, pensaba angelito, estuvo bien lo que le hice a esa mortecina. Que se las daba de macho bravucón. Como queriendo ser soporte en la casuística freudiana. O en la teoría acerca de los niños difíciles, esquizoides; en la opción neurolingüística. O en el o la sujeto con la palabra autoritaria como forma permanente de acción hacia la inhabilidad de la palabra como pulsión; a la manera de Foucault. Angelito sequía como envarado. No atinaba a entender lo que debía hacer. Si conversar con el doctor dueño del hotel. O si seguirle la corriente a las tremendas de cuerpo. Como diría el poeta, en ese decir de “…hay días en que somos tan…”. O si seguir en la pensadera en que estaba desde hacía mucho rato. En ese inventario de vida, en que se había metido. Se decidió por lo último. Y Leo, su mamá, siguió por ahí. Por esa brecha abierta desde la bisabuela. La abuela. Ahora, era ella. Tejiendo esa tesura de vida inmediata. Sin el asidero en ciernes que solo puede dar la ternura, tierna. Física, verdadera. Por lo que ternura es y ha sido puerto de salida y de llegada. Desde el momento mismo en que fue inventada. Y es que, en veces a cualquiera le da por enhebrar delgadito. Y como que se apega al dicho “…de qué y, precisamente, las guerras y la erosión de la ternura, como que son y han sido sinónimos
  • 11. 11 compuestos. En lo que este símil tiene de juntar palabras. Más allá de una sola. O de, simplemente, azuzar el ambiente equívoco de los poderes…” Le siguió rondando la pensadera, a angelito. Se quedó dormido en el sofá de la sala de recepción. Y empezaron los sueños a dar tumbos y golpes de vida. Veía a leíto al lado de Gumersindo Arbeláez, su amante. Él lo supo estando aún muy niño. Cualquier día le dio por salir al solarcito que tenía la casita en que vivían, allá en el barrio Palermo. Estaban en el piso, en una revolcadera convocante. Pletórica de contorsiones y siseos, como en los serpentarios. Ni Leonilda le advirtió nada. Ni él dijo nada, nunca. Y esos encuentros furtivos se prolongaron. En tiempo y espacio. En un sueño, dentro del mismo sueño primero la vio con Hermógenes Bobadilla, el carnicero del barrio. Casi en el mismo sitio. Casi a las mismas horas. Tampoco dijo nada, nunca. Y así, sucesivamente. Belisario, Norberto Elías, Franklin Mayolo, Juvenal Alzate; el negro Apolinar Vargas. Insaciable, mamá Leonilda. Una promiscuidad que resultó ser imagen y acción bella para él. Lo erótico en superficie. Nunca le preguntó, a mamá Leonilda, de la profundidad de su goce. Si era o no directamente proporcional a las contorsiones y la gemidera. Lo cierto es que navegó (angelito) entre sueños y más sueños. Todos en fijación a la cual le construyeron un soporte sublime, de su perspectiva de sujeto entero. Zoraida, en sumisión estaba, cuando la azotó el sueño viajero. En locomoción simbólica. Atada a los rigores de lo incendiario. Ya “los tíos” habían muerto. Tal vez de tanto amarse. Una juntura nacida de tanta soledad compartida. Los y las que se fueron yendo, fueron condicionando el quehacer. Del vivir de ellos. En cada espacio de su casa. En cada recodo esquinero de su barrio. Por fin pudieron amarse en la libertad del albedrío. Centinelas, uno y otro, creativos. Desde la desesperanza primera habida, cuando les
  • 12. 12 mataron sus almas, por la vía de matar a sus crías. Y desde allí. Desde esa desesperanza, empezaron construir la esperanza que habrían de ser sus vidas. Juntas. Retozos bien hechos. Mejor culminados. En cada acechanza. El uno y el otro. Buscándose en todos los entornos. Entregándose en cualquiera de ellos. No hubo en esa, su casa, rincón que no conocieran en sus escarceos pulcros, prístinos. De ternura no afanada por nadie. Solo él, uno, y él otro. En combinatoria perfecta. Como ajedrecistas vitales. Tan vitales eran que no se dieron cuenta cuando pasó la vida pasando. Y, ellos, ahí. En esa vida que pasó sin advertirles nada. Tal vez para no desdibujar lo hecho por ellos. En esas pinceladas gruesas. Como las de los niños y las niñas. Como aprendices de motricidad fina. Ya estando viejos. Angelito se deslizó, otra vez, hacia la soñadera y la pensadera. En fin, de cuentas siempre la tuvo clara. Ir de tiempo en tiempo. Corroborando los decires y los haceres. De su historia. De sus parentescos. De lo que fue. Bien o mal haya sido. Como infusiones milenarias. Tratando de azotar lo cotidiano con el cuero habido en la vida. De lo inmemorial. O de lo del entorno en cercanía. Y se vio, otra vez, sumergido en el follaje de la diatriba y de lo atrabiliario. Regresó a uno de los tres mundos de la bisabuela. Al tercero. Y lo sintió como viacrucis sin el crucificado a bordo. Más bien como esa hechura plena. De instantes en la voltereta. Viéndolos y viéndolas a todos y a todas. Desde López Pumarejo a Eduardo Santos. Desde Laureano hasta Ospina Pérez. Desde “el caudillo del pueblo”; hasta Lleras Camargo. Pasando por “el sargento hecho poder nimio, vergonzante”, hasta el triunvirato. Y desde ahí hasta…la letanía continuada. Siguió soñando. Angelito, cada vez más extirpado de sesera propia. Corría veloz. En el tiempo. Como aventajado sujeto; al que le dio por buscar la ternura. En cualquier evento.
  • 13. 13 O en cualquier recodo de vida. Haciendo de su quehacer ramplón y perverso de ayer; pulsión de vida. Percepción de lo sublime. Como desesperado jinete cabalgando a los rígidos dromedarios en el desierto: Tratando de llevarlos por el camino cierto. Sin esa ambivalencia de los plenipotenciarios negociadores perennes. Sin la cantinela de los pregoneros. Gnomos perdularios. Heraldos con la semiótica perdida. Como perdido fue y ha sido el rastro de los lobos de la estepa. 2 Y sí que estaba ella, en el escampado. No había encontrado refugio. Absolutamente nadie le tendió la mano. Y yo con esa impotencia bárbara. Por lo que era otro náufrago, al garete. Algo en mí latía muy hondo. Como diciéndome ¡no la dejes sola! Benjamín. Como soportados en balineras, mis pasos me llevaron. Y la palpé. Siendo, ella, niña como la que más. La sin familia, me dijo que se llamaba. Y, en sus ojos, hice su inventario de vida. Empezando en el por allá en bajo Guaviare. En ese entonces río empecinado en hacerse grande. Y las aguas bifurcadas, lentamente llegaban hasta él. Y territorio expandido. Bravo. 1966, recién empezado. De Guayabero bajaban los itinerantes. Los mismos que habían visto y vivido la batalla. Ya, la Gran Travesía, se había hecho. Desde ese Tolima grande. Desde los surcos vivos del Meta. Territorio que había visto crecer todas las rabias juntas. Ellos y ellas habían sentido, ahí no más la avanzada de la soldadesca. Y de sus generales, capitanes y mayores, blandiendo las armas. En defensa espuria de una patria asolada. Matada por ellos mismos. Y los titanes campesinos. De mirada fija, amable,
  • 14. 14 solidaria. Caminando pantanos y abismos. Algo parecido a la columna mosaica de la que habla la Biblia Católica y el Torá: Y el Corán. En esa triada enhebrada desde Abraham y que generó el crecimiento de opciones diferenciadas, pero soportadas en las mismas y recurrentes historias. Cuando la matanza cuajaba. Ellos y ellas. Con sus niños y niñas, resistieron. Sin inmolarse en pasivo. Más bien con esa fuerza de vida pendiente por vivir. Abriendo brechas. Instalando fundos en diferentes lugares. Haciéndole el quite al hambre. Sembradíos de yuca, plátano, maíz…buscando una felicidad cada vez más esquiva. Todo el piedemonte llanero, severo y áspero. Y las familias, todas, en trabajo punzante. Exhibiendo el entusiasmo que solo es posible encontrar en quienes, como ellos y ellas, ven la vida. Viviéndola en el anchuroso horizonte. Hasta allá abajo. Caquetá, Arauca. Guainía… Y Zoraida, “La sin familia” no paraba de enviar palabras con sus ojos. Diciendo “a mi familia la mataron hace tanto tiempo que casi no lo recuerdo”. “Fui violada y avergonzada. Ahí no más las Sabanas de la Fuga. Cerquitica a Puerto Lleras. En el entorno mismo de San José del Guaviare”. “Y vagué por todos los caminos posible. Si no los había, mi imaginario los construía. El machete y la rula. Al lado de Arcadio Buen Hombre. Esquivo como el que más. A sus ochenta años recorrió, conmigo, enojadas plantas que se cruzaban como largas culebras quietas. Por ensanchadas aguas desafiantes. Por el borde mismo de la Macarena que ya había sido violentada por supuestos lingüistas, bajo la fachada del Instituto Lingüístico de Verano. Obviamente avalados por los acorazados forjadores del Frente Nacional. Gobernantes de mierda.
  • 15. 15 Acaricié sus labios. Su frente altanera. Sus ojos que, aunque expeliendo toda la tristeza del mundo, dejaban verse en la negritud más que azabache. Y miré los trapos empantanados que le servían de vestido. Y que, a pesar de todo, la hacían ver ese cuerpo de adolescente adulta. Potente hechura de piernas y de pechos. Yo no sabía que decirle. Simplemente le susurraba el joropo lejano, azotando las cuerdas del harpa milenaria. En empatía con absoluta con los pobladores, aparejados con etnias casi perdidas. Vivía, yo, en el cuarto piso del sitio destinado a los ausentes. Lo del número cuatro, era pura invención fatalista. Porque no le venía bien entrabar relación con el albur de la vida del insomne dormido. Lo de Torrente era otra cosa. Algo así como peregrinar en el tiempo. Como cuando el ser se empecina en recorrer el universo, en búsqueda de no se sabe qué. Lo único cierto es que Napoleón se inició en el arte de hablar sin la existencia de interlocutor o interlocutora. Un trasegar por territorios hechos de antemano para él. Porque, entre otras cosas, era sujeto anunciado. Todo giraba alrededor de lo ya dicho y hecho. Es decir, el repetido, no era otra cosa que historia ya sabida. Por lo mismo, Gertrudis Valenciano decía de él: “…no le hagan mucho caso, porque el pobre está loco”. Locura de principio a fin. Es decir: desde su nacimiento hasta su muerte. Un inveterado oficio, en el que los naufragios son asimilados a simples actitudes de vendettas entre dioses. Y, como es apenas obvio, relacionadas con la predilección de cada dios por cada uno o una de los humanos (as). Resulta que esa enajenación surtía efecto en todos los ámbitos asociados al entorno del titiritero.
  • 16. 16 Había aprendido el oficio de Sofonías Licuado, loco también y padre del abuelo materno de Torrente. Eso de hacer hablar a los muñecos se tornó en un reto familiar. Ya antes, en el Siglo de las Obscuridades, un nieto de San Agustín había anticipado que “…vendrán días en los cuales otros hablaran por nosotros y dirán lo que no quisiéramos haber dicho nosotros mismos”. Expresión esta surtida de múltiples colaterales. Uno de ellos, tal vez el más cercano al cuadro de las verdades agustinianas, tuvo que ver con el hecho siguiente: Siendo todavía infante, Benedicto el Orfebre, sucedió que la ciudad El Manto Sagrado, estaba enardecida. Por doquier, los herederos virgíneos, vociferaban. Una rebelión sin parangón en la era cristiana. Todo de revés. El pretor regente protomártir, Virgelino Primero, había decidido ir al sacrificio. Estableció relaciones conyugales con la hermosa heredera de Valentín el Valiente. Hombre poco común; como quiera que hubiera emprendido mil batallas en contra de los pecaminosos. Es necesario hacer claridad en el sentido de que no ganó ninguna. Simplemente porque, el pecado se había diseminado a lo largo y ancho del territorio mariano. Unos con otros. Otros con otras. Unas con unas. Unas con otros…etc. Cuentan que, el mismo Valentín, había estado en el escenario destinado a otros con otros. Dicen, además, que allí conoció a Victoriano. Hombre ajeno a cualquier expresión terráquea. De una lindura asfixiante. Y, por si acaso, con una capacidad incuantificable para hacer de cada acción un placer ilimitado. Esto fue lo que cautivó al partícipe en las mil batallas perdidas. Dicen que enloqueció, cuando Victoriano se enamoró de Valeria, a su vez, enamorada de Beatriz, la virgen recluida en el monasterio ubicado en el territorio conocido como Villa Ejemplarizante.
  • 17. 17 De esa relación nació Emanuel. Niño dotado de poderes extraterrenos. Como ese de levitar y de hacer levitar. Ya, cuando cumplió los cuatro años, estuvo en la ciudad Eterna. Allí confrontando con el Tomasino Niño también. También mago, como Emanuel. Pero su magia era más atrayente. Como querer decir que era más cautivante, más magia. El Tomasino hacia llorar a las rosas y a los claveles. Vertían lágrimas que eran como perlas. Y, como perlas, eran vendidas en las celebraciones de San Isidro, en todas las veredas circundantes. Allí, en la ciudad Eterna, convocaron a todos y todas quienes quisieran desafiar a los dos magos. Eso de todas era un decir. Porque las féminas no eran del agrado de Valenciano, llamado el casto. Este era regente y definía acerca de todo, en ausencia del papa Espermatozoo, quien, estaba casi siempre en ciudad Ovulínea, centro de la lujuria. Allí se realizaban competencias entre colegas lascivos. El punto de comienzo era la capacidad para otorgar y recibir. Cuentan que Espermatozoo, lidió con más de una diosa del delirio. Lo vencieron en franca lid. No pudo con el décimo cuarto orgasmo de Angelina, la diosa cuatro de la cuarta versión del cuarto quinquenio de competencias. Pero, siguiendo el hilo del relato, cuando Napoleón debutó como titiritero, vinieron delegados de todas las legiones marianas. Desde Pentecostés, hasta El Amparo. Delegados insomnes también. Dueños de la capacidad para no dormir durmiendo. Es decir, magia en fin de cuentas. Estuvo Simeón Bautista…y eso es mucho decir. Porque Bautista si sabía que era poner a decir a los muñecos lo que los humanos no querían decir. Cuentan que Simeón estuvo en Villa Mercedes. Allí se inició en el arte de la ventriloquia. Allí aprendió a interpretar y transmitir lo que los magos querían decir. Y, asimismo, cuentan que Simeón construyó el vocabulario propio. Con cuatro mil letras. Desde la a, hasta la z. Todo
  • 18. 18 pasando por la célebre posición lingüística que asocia ene con ene cigarro y ene con ene barril, rápido ruedan los carros cargados de azúcar al ferrocarril... Dicho un tanto coloquial, pero certero, al momento de redefinir los espacios subliminales de las expresiones inequívocas de los fonemas y las rimas incorpóreas de los poetas divinos. Y se vino el mundo encima, cuando la hermana de Zoraida confesó que esperaba un hijo de Simeón. Inclusive, hizo el relato completo. Que cuando ella quedó sola, porque Gertrudis había ido a ciudad Eterna a coadyuvar en la proclamación de Espermatozoo como santo varón, vino el tal Simeón y le dijo: ..!Tan solita y con ese cuerpo, hermana Magdalena ¡Y…que se le echó encima. Y que le abrió el cinturón virgíneo y que…Todo pasó, así de rápido. Como cuando Valentín el Valiente preñó a su hija y luego la entregó al protomártir Virgelino Primero. Y, seguía diciendo Magdalena, yo sentí como que algo me entraba por ahí, por abajo, entre las piernas…y, después, sentí como un líquido caliente…Y, después, vi que el señor se quedó dormido, como cansado…Y, después yo, le cogí eso duro que tenía y lo volví a meter ahí abajo, entre las piernas…Y volví a sentir ese líquido caliente. Como ochenta veces conté yo. . Como a los cuarenta días de eso, empecé a sentir mareos y nauseas. Y le conté a mi hermana. Y ella me dijo que tal vez había sido un sueño. Y yo le dije: cómo que un sueño, si mi barriga se está hinchando. Y ella me dijo, tal vez algo te está cayendo pesado en las comidas. Y, yo le dije: sí hermana, tal vez es el chorizo que me hace daño. No lo volveré a probar. Lo cierto es que nació Nacianceno. Nació lo que llaman bobo. Es decir, como perdido. Babeando todo el día y toda la noche. Y se saca el coso y se lo toca; y grita…y ese líquido
  • 19. 19 aparece, caliente. Y, después, se queda dormido, como el papá. Y yo le cojo eso duro y, sin que me vea Gertrudis, me lo meto ahí abajo, entre las piernas…y siento, otra vez ese líquido caliente y gris. Ahora estoy, otra vez, preñada. Es como un juego. Porque lo hago todos los días; cuando estoy bañando a Nacianceno. Porque él no se sabe bañar. Y eso que ya tiene quince años. Y Magdalena empezó a deambular. Estuvo como socia del titiritero primero. Y después estuvo vendiendo las imágenes de todos los papas, incluida la de Espermatozoo. Y, con Simeón el mago de magos, estuvo en Tierra Santa. Allí conoció a Abdalá Simdalá Comdalá, un hermoso árabe que se le apareció. Así, de un momento a otro, cuando ella se estaba bañando. Abdalá le dijo: ¡qué cuerpo y…que….Probó la versión musulmana del líquido caliente y gris. Cuenta que, por eso, cuando nació Adelita, Magdalena decidió irse con todos sus retoños, a peregrinar. Aquí y allá…hasta que, cualquier día, en el desierto de San Bonifacio, vio una luz que centelleaba y que se centró en ella y en sus doce y que la envolvió y los envolvió. Y que, sin saber cómo, apareció al lado de Santa Lucía, quien la nombró su asistente, contando ojos. Y Simeón volvió a Tierra No Santa, después de su paseo por la que si era. Le contaron lo de Napoleón. Le dijeron que se había hecho titiritero y que estaba al lado de los grandes señores, en las bananeras. Y que había escrito un libreto para sus muñecos. Y que ese libreto hablaba de lo que pasó, por allá en calendas ignoradas. Y que, los muñecos decían que hubo una asonada. Y que, esa asonada, era algo así como parecido a la Babel histórica y a la Sodoma que hace delirar. Y que, decían los muñecos, tembló la Madre Tierra; porque aparecieron Luciferes por todas partes. Rojos todos. Hablando cosas que nadie entendía. Y, decían los muñecos, el General Pacificador, en nombre del orden, de la
  • 20. 20 Virgen María y de su Santo Hijo Inmolado, ordenó fuego. Y que se murieron todos. Y los muñecos de Napoleón desaparecieron. Alguien los robó. Mucho tiempo después se supo que habían sido torturados e incinerados, porque no quisieron retractarse de lo que habían dicho acerca de los Luciferes y del divino Pacificador. Y, entonces, Simeón, se puso a recomponer la historia. Y, dicen, que llamó a Napoleón y que le dijo: vamos a realizar una gira por todo el universo cristiano. Y les vamos a enseñar y re-enseñar lo que son las voces del perdón y del olvido de las vejaciones, Y, cuentan, que primero fueron a Villa Eutanasia y que estuvieron con los prístinos mandatarios. Y que, uno de ellos, se ofreció para aprendiz de mago. Y que, Simeón, lo cooptó. Y que, ese prístino, hizo de la magia un arte absoluto. Y creativo. Ya no se trataba de sacar conejos y pañuelos del sombrero. Ya no bastones que aparecían en un tris. Ahora era otra cosa: el parloteo con la verdad y con los hechos. Un embrujo único: Yo fui, yo soy; estoy aquí, pero no estoy. Y si estuviera, no estaría; porque donde yo estoy no estoy y donde estoy yo no está nadie. Luego estar es nadie y hacer es estar. Luego nadie hizo y nadie está; porque así, si se está no se está en donde debo estar y donde, cada quien está, sin saber dónde está. Y, después yo no seré porque estuve; pero como estar no es estar; nunca se sabe si estuve o no estuve en donde dicen que estuve. . Y, el nuevo mago, construyó escenarios disímiles. Viajó por lugares que, aunque ya conocidos, no habían sido lo suficientemente explotados. Por ejemplo: en Villa Aburrá de la Trinidad, sembró sus mejores semillas. Y, pueblo imbécil, se recreó y ufanó con las realizaciones de su prístino. Primero fueron los gendarmes colectivizados. Izando la bandera del exterminio. Luego, la gendarmería in crescendo. Es decir, con asesorías de pares extranjeros. Luego el sortilegio mayor. Es decir, el emblema de la mano alzada.
  • 21. 21 Apuntando y disparando a lo que se moviera. Y, luego, el adalid del tesoro de la paz. Bizarro, gendarme…y santo. Y Villa Aburrá de la Trinidad, que lo vio crecer, se hizo Tierra Santa. Se hizo hoguera y se hizo cadalso. Todos y todas, pueblo imbécil, coreando el himno en do de pecho, auspiciado por el prístino. Y los y las que murieron y siguen muriendo, mueren en el cadalso del prístino; pero en realidad no mueren porque son invento de los Luciferes. Porque ellos mismos y ellas mismas se mataron; para después decir que los y las mataron. Acusando a los protectores del orden. Vuelve y juega lo perdulario y el malabar con las palabras. Pero, qué pena, se embolató otra vez el hilo del cuento. Decíamos que Napoleón se hizo titiritero y que siendo titiritero, puso a unos muñecos a decir lo que los humanos no queremos decir. Y que, por esto mismo de decir lo que no queremos decir; los muñecos dicen lo que no queremos que digan. Y, entonces, diciendo lo que dicen, dicen lo que no queremos decir…!que vaina!, se nos pegó la magia de las palabras del prístino. Ya, entonces, el abuelo materno, podía haber sido o no conciente de lo que implicaba y soportaba a su entorno inmediato. Lo cierto es que, aun así, su familia, era lo que yo fui después: una sumatoria de cifras perdidas, olvidadas. Una expresión tanto o más ausente de verdad, como lo fueron los sueños de la madre de mí abuelo. Sueños un tanto proclamados como simples expresiones de presencias simples. Vidas alrededor de la tierra, como suelo que produce. Inmediatez que habla de la caña de los platanales. Alrededor de las minas. Oro que estuvo ahí, desde antes de todos nacer. Ahí. Como expresión de lo que existe. Al margen de lo que somos o queremos ser. Una herencia cultural que fue saqueada. Por los que vinieron y se fueron…y volvieron a saquear y a saquear…Hasta que
  • 22. 22 se acabó. Pero, ahí, las plataneras y los cañaduzales de la panela el padre de Adelina, ahí. Trabajando por lo bajo. Es decir, en el día a día. Sin entender la dinámica propia del Capital. Sin entender el naufragio económico de España. Sin entender el centro-poder inglés, ni del Imperio en ciernes. Ya, ahí cerca, en Fredonia, se vivían momentos así:”…Las precondiciones para el auge del cultivo del café se dieron en Antioquia, y específicamente en la zona de Fredonia, el siglo XIX con el proceso de colonización de la frontera, por parte del campesinado libre, migrante, de origen español, mestizo o negro, que buscaba tierras cultivables para establecerse. Esta colonización, promovida en parte por el Estado, así como vinculada a intereses mercantiles, hizo posible la formación de un campesinado medio en la zona, al tiempo que fortaleció la expansión de las haciendas. Muchas veces, las familias de campesinos que iban abriendo la selva fueron financiadas por el capital mercantil que proveía a los colonos con bienes de consumo hasta que se establecían como agricultores. Pero el endeudamiento de los colonos permitió al capital mercantil acaparar las tierras. A medida que llegaban más colonos en busca de tierras, sin medios de subsistencia, las haciendas fueron captando la mano de obra disponible para su propia expansión. Así se dio el proceso por el cual las tierras eran dadas a familias campesinas para desmontar y sembrar sus cultivos por varios años hasta que el hacendado se apropiaba de ellas para la producción ganadera, moviendo la familia campesina más adentro de la selva. Como en otras zonas del país, recayó sobre la familia conquistar la naturaleza, dando paso a la futura expansión agrícola y ganadera, y por tanto a la acumulación de la clase dominante. En la época de 1870 se empezó a producir café, principalmente en las haciendas grandes. Parece que la iniciativa en el cultivo partió de la clase terrateniente, pero rápidamente se
  • 23. 23 incorporó a la producción de unidades campesinas, tal vez por la baja técnica y la escasa inversión requerida, dadas las tierras aptas para el cultivo…”1 De mi parte, es apenas obvio, no existía ninguna fundamentación teórica. Simplemente una visión un tanto intuitiva. La transcripción del texto de la investigación liderada por la profesora Magdalena León, es producto de mi itinerario posterior. Como cuando una accede, pasado el tiempo, a conocimientos que le permiten rastrear el pasado. Y no “el pasado efímero” al que le canta Serrat. Más bien es la referencia a ese tiempo pasado que viví en compañía de mi madre Adelina, del tío Manuel y del tío Luciano. Ya dije que el abuelo materno vivió en la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del 1siglo XX. Las alusiones, que se perciben en esta parte de mi escrito, a las pugnas relacionadas con el poder político, constituyen una asociación de ideas construida a partir de lo que denomino esa percepción de la vida y que, después, adquiere una connotación de mucho más talante, habida cuenta de mi ejercicio político y sindical posterior. En este contexto, cito el texto de la profesora Magdalena, así: “…Aunque los comerciantes antioqueños habían incursionado durante el siglo XIX en el comercio mundial exportando quina y tabaco, Colombia no había logrado desarrollar una producción con arraigo relativamente estable en el mercado internacional. Exiliado en Guatemala, uno de los representantes de la burguesía comercial antioqueña, Mariano Ospina Rodríguez, escribía a su amigo Julián Vásquez, minero, comerciante y, posteriormente terrateniente, sobre las grandes utilidades que allí producía la siembra de cafetales. Fueron estos señores quienes iniciaron el cultivo de café en Fredonia, donde los 1 León de L., Magdalena. “Mujer y Capitalismo Agrario”. Asociación colombiana para el estudio de la población; primera edición 1980, página 34
  • 24. 24 terrenos según se sabía, eran muy propicios para tal industria. La mentalidad empresarial con que se iniciaron los primeros cultivos de café en la región, no solo se denota en los propósitos claramente expresados de que ello constituiría una rentable inversión con un mercado asegurado para la producción, sino en el empleo de una tecnología moderna para el cultivo y una maquinaria que agilizaba el proceso de beneficio. En las primeras décadas del siglo XX Fredonia se destacó en Antioquia como una importante zona cafetera. Sectores de la burguesía comercial antioqueña hicieron una amplia difusión del cultivo y muchos de ellos, que ya poseían haciendas ganaderas en el suroeste, dedicaron parte de sus terrenos al cultivo del grano. La introducción del cultivo no desplazó la actividad ganadera, más bien contribuyó a conformar el peculiar complejo agrícola ganadero en cuya alta productividad insiste Ospina Vásquez. Así, las tierras cafeteras abandonadas durante los periodos en que se deprimen los precios del café, pueden ser rápidamente adaptadas para la ganadería, aminorando el impacto de las pérdidas de la producción cafetera para el hacendado…”2 Y yo seguía ahí. Como sujeta de mil y un hechizos. Como partícipe de ese proceso cultural que desde mucho antes de yo nacer estaba vigente. La religión era y ha sido uno de los referentes mayores. Con su peculiar manera de condicionarnos, particularmente a nosotras las mujeres. Con un extravío de la vida plena. Convocada a ser simple réplica de las de antes y de las que vendrían después. Ese tósigo que me conminaba a ser prudente, a ser virgen de eternos sueños. Todo a pesar de que la sexualidad como posibilidad latente de convocar al deseo y a la pasión, también estaba ahí. Unos sueños casi enfermizos. Una 2 León de L., Magdalena, Ibíd.
  • 25. 25 combinación de “lo bueno” y “lo malo”; esa lucha que ha estado ahí. Como opuestos. Como en casi todo. El día y la noche; el frío y el calor; la verdad y la mentira; etc. …El intento por canalizar los poderes mágicos desembocó en la necesidad de socializar a los africanos dentro de los márgenes culturales occidentales, proceso que corría paralelo a la cristianización. Pero la enseñanza y la aprehensión de las costumbres, tradiciones e instituciones españolas chocaba de frente con el diametralmente opuesto modelo de socialización africano: Los territorios de donde procedía la mano de obra esclava estaban organizados en una unidad básica de carácter familiar, ‘ampliada o extendida, especie de fracción de clan de tipo patriarcal: grupo de parientes y por línea paterna o materna fijado o ligado al suelo’. En este sentido, la socialización era diferente al modelo de educación europeo en tanto que todo el grupo participaba de la educación de los hijos de la comunidad, sin importar quiénes fueron los padres biológicos. El sistema educativo reposaba en una organización de carácter gerontocrático, es decir, a los ancianos les correspondía la iniciación social y la educación sexual de los adolescentes. En estas circunstancias, la comprensión del bien y del mal, de la muerte y la sexualidad, reposaba en una estructura muy distinta que seguía las tradiciones culturales propias sin que tuviera incorporado el férreo dualismo cristiano. Ni la diversidad de mecanismos que utilizó la cultura dominante ni la aprehensión de los comportamientos blancos, lograron desterrar del todo esta conciencia no dualista. Por el contrario, se convirtió en uno de los bastiones de resistencia contra la sociedad esclavista. En el pensamiento africano occidental nada era enteramente bueno ni enteramente malo, idea que se reforzaba en sus sistemas religiosos tradicionales por la carencia de una teoría del pecado original y por la extensión del concepto del demonio. A esta carencia de dualismo se le sumó la apropiación
  • 26. 26 de poderes mágicos de santos y demonios, lo que permitía la creación de un sistema coherente de creencias nacidas para la resistencia y la búsqueda de factores que los identificaba como pertenecientes a una comunidad…”3 Durante mucho tiempo permaneció en mi (…y aún aparecen secuelas) esa sensación de estar inmersa en un contexto pleno de situaciones ancladas en esa herencia cultural. Por lo pronto era mujer-niña. Con obligaciones reales y potenciales. Alrededor de la casa; pero también en el escenario escolar; asimismo en la herencia religiosa. Era profundamente inmersa en los ires y venires de los ejercicios parroquiales. Estaba en los ejercicios inherentes a la eucaristía y en las celebraciones relacionadas con las realizaciones de fiestas y expresiones afines. La Semana Santa era una de ellas. Yo estaba ahí, al lado del vía crucis. Mi capacidad para la lectura clara y comprensiva me hacía partícipe en términos puntuales en la procesión del viernes santo. Tal vez, desde ese entonces, se produjo una inquietud relacionada con el significado del sacrificio de Jesús y los verdaderos alcances del mismo. “…La manera como se planteó la evangelización a comienzos de la conquista marcó el camino que tendría durante los siguientes siglos. El proceso de cristianización de las Indias se dio en el contexto de un convencimiento colectivo que provenía desde finales del siglo XV: se acercaba el final del mundo. Los convulsionados acontecimientos del Renacimiento daban razón a las angustiosas profecías del Apocalipsis, quizás el libro que más había marcado el pensamiento cristiano. La escatología afirmaba que el final estaría preanunciado por acontecimientos calamitosos, contexto en el cual vendría el Anticristo. La expansión geográfica que incluía loa conquista de las Indias reafirmaba la creencia, 3 Borja G., Jaime H. “Rostros y rastros del demonio en la Nueva Granada”. Impreandes presencia S.A. Primera edición, 1998; páginas 132-133.
  • 27. 27 pues un texto de los evangelios lo profetizaba: ´se proclamará este Evangelio del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin’. Entonces, después de la conversión del mundo al cristianismo como verdadera fe, acaecería el escalón final. Siguiendo la misma tradición cristiana, la ´bestia ´del Apocalipsis-entendida como el demonio-tendría que soltarse por un tiempo antes de la segunda venida del Mesías. Esta postura hacía más entendible la obsesión cristiana de contemplar el reino de Satanás en el Nuevo Continente: Los misioneros españoles se planteaban, no sin cierta angustia, si evangelizar no equivalía a aclarar el proceso de autodestrucción. La idea de la decrepitud del mundo y su pronta transformación era frecuente durante el siglo XVI. Fray Rafael de los Ángeles lo escribía así: Verdad es que el mundo está en lo último y allegado a la decrépita, porque aun en materia de virtud se hallan en él cien mil novedades y disparates nunca antes vistos, y en materia de pecados no tienen número de invenciones que cada día salen, como diremos más adelante, ni hay teólogos que agoten sus dificultades (…). Al fin la virtud en estos desdichados tiempos no tiene la armadura o el esqueleto, que lo demás casi todo es prudencia de carne enemiga de Dios. ´4 3 Recuerdo que, en 1937, ví por primera vez a Alejandrina. Venía de familia acaudalada. Terminó pregrado de sociología. Un caso raro en nuestro tiempo, cuando todos los soportes ideológicos de dominación, mantenían como constante el hecho de que las mujeres no pueden atender opciones diferentes a aquellas relacionadas con el hogar. 4 Borja G., Jaime H., Ibíd.; pp. 305-306.
  • 28. 28 En febrero de ese año estuvimos en una fiestecita organizada por Doroteo Hernández Piernagorda, un trabajador bananero que había sobrevivido a la matanza generalizada en Ciénaga. Hombre fortacho. De una habladera hermosa; con la cual nos cautivaba. Asistimos, en su lenguaje, a parte de las historias de vida. Remontándose, inclusive, a lo sucedido con Panamá y la situación puntual de lo que se conoce como “La Guerra de Los Mil Días”. Diseccionando cada hecho. Con anotaciones inesperadas; que, en verdad ni siquiera las habíamos imaginado. Esperanza Raigosa Bacca, compañera sentimental de Doroteo, intervenía con deliciosas anécdotas relacionada con la crianza de los hijos e hijas. Y con exposiciones de tal profundidad, que nos dejaron boquiabiertos. Nunca habíamos conocido de esa calidad de discurso. Para desenvolver la historia cercana y lejana, a partir de palabras bien elaboradas y mejor escogidas. Desde ese tiempo data mi enamoramiento. Veía en la negra Esperanza una sutiliza embriagante. Adornada con un cuerpo exuberante y con el don de la palabra. Poco tiempo después, supe que la negra también se había enamorado de mí. Y que, sufría con su bipolaridad afectiva manifiesta. Se mantenía fiel a Doroteo, porque lo amaba y admiraba. Pero, en mí, veía el tipo de hombre intelectual, cimero. Revolucionario trascendental. Fue la misma, Alejandrina, quien me contó lo que sucedía con Esperanza y Doroteo. Ella, Alejandrina, me expresó, ese mismo día, que se sentía atraída hacia mí. Que quisiera, decía ella, retozar conmigo. Anhelaba el sexo en mi compañía. Sin ningún tipo de compromisos. Estuvimos por mucho tiempo haciéndolo; hasta que se enamoró de Virgilio Pontevedra, un allegado a su familia.
  • 29. 29 El tío Manuel Restrepo trabajaba como jornalero, en la modalidad de prestación de servicios día a día en haciendas de terratenientes. El pago que recibía era el soporte económico fundamental de la familia. Todo, a pesar de que en la casa teníamos sembrados de pan coger, necesarios para hacer más llevadera la subsistencia. Su talante fue siempre vinculado con una opción solidaria. No solo para su hermana Adelina y su hermano Luciano; sino también para sus sobrinas María Helena y yo. Un tipo de interacción (…la del tío Manuel), en la cual ejercía como insumo básico la compartición de sus ingresos y de su presencia constante. Algo así como lo opuesto a la posición asumida por el negro Eugenio.“…En las primeras iniciativas del cultivo hubo contratación de mano de obra libre, especialmente en las haciendas ligadas al capital mercantil, donde la producción de café se dio bajo la administración directa de la hacienda. El sistema utilizado, llamado de agregados, tiene como característica ser mano de obra asalariada a la que, además del efectivo, se le da como parte de su remuneración, el acceso a un terreno dentro de la hacienda para construir su casa y sembrar algunos productos de pan coger. La fuerza de trabajo para el cultivo del café en este tipo de hacienda, incluía tanto hombres como mujeres, pero dividida en sus respectivas cuadrillas. Parece que, aunque las mujeres trabajaban en casi todas las operaciones del cultivo, el uso de mano de obra masculina era más estable y los hombres trabajaban todo el año, ya fuera en arreglos de la finca o en los trabajos más pesados del cultivo. Por lo tanto, podría pensarse que, siendo la participación masculina más permanente que la de la mujer en las tareas del cultivo del
  • 30. 30 café para la hacienda, buena parte de la producción de pan coger estuviera en manos de la mujer campesina…”5 No tengo plena certeza acerca de los orígenes del tío Manuel. Por lo menos en términos de su acervo cultural y de su inserción en la familia. Yo diría que, así como en el caso del abuelo materno, su infancia y adolescencia estuvieron influidas por lo que describí antes en el sentido de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Lo que sí es, plenamente cierto, es el origen primero de la influencia política y social. “…Es imposible hablar favorablemente de la administración de justicia en Colombia; los códigos civil y penal son poco más que una colección de supersticiones y abusos, bajo los nombres de Castilla, ordenanzas reales, leyes de las indias y varias recopilaciones de decretos españoles y regulaciones coloniales, de los cuales, para el disgusto del demandante y beneficio del abogado, se pueden sacar deducciones contradictorias sobre todo aspecto posible de litigio. Este defecto es percibido y reconocido por el gobierno; se ha propuesto introducir el nuevo código penal español. El juicio por jurado felizmente se ha restablecido en casos de libelo y la legislación se ha declarado a favor de introducirlo en forma general en todos los casos en que sea aplicable; sin embargo, el gran mal que probablemente persista en el gobierno del país en todas sus ramas, tiene su origen en los hábitos de disimulo, indolencia y corrupción que marcan el carácter de todas las naciones esclavizadas. Los brotes momentáneos de sensibilidad o aun de ideas correctas y las buenas intenciones en general, no son suficientes para romper la oscura cadena de vicios, con las cuales generaciones de ignorancia, supersticiones y opresión han entrelazado 5 León de L., Magdalena; Ibíd., página 35
  • 31. 31 todas las situaciones sociales y contraído o distorsionado todos los sentimientos morales…”6 ... He resuelto comenzar a desandar lo andado. Porque tengo afán. El declive es insoslayable. Como anti-ícono. O mejor como ícono que está ahí. Pero que no significa otra cosa que el regreso. Al comienzo. Como lo fue ese día en que nací. Para mí, sin quererlo, fue el día en que nacimos todos y todas. Porque, en fin, de cuentas, para quienes nacemos algún día, es como si la vida comenzara ahí. He dibujado en mi piel el cuerpo de Esperanza. Un tipo de avidez, prohibida. Porque yo sé que me ama y que me desea. Pero, en ella y yo, puede más el respeto a la lealtad de Doroteo. Lo cierto es que accedí a vivir. Ya, estando en el territorio asociado al entorno y a la complejidad del ser uno. Pronto me di cuenta de que ser yo, implica la asunción de un recorrido. Y que este supone convocarse a sí mismo a recorrer el camino trazado. Tal vez no de manera absoluta. Pero si en términos relativos; como quiera que no sea posible eludir la pertenencia a una condición de sujeto que otear el horizonte. En la finitud, o en la infinitud. Qué más da. Si, en fin, de cuentas, lo hecho es tal, en razón a esa misma posibilidad que nos circunda. Bien como prototipo. O bien como lugares y situaciones que se localizan. Aquí y allá, como cuando se está, en veces sin estar. O, por lo menos, sin ser conscientes de eso. Cualquier día, entré en lo que llaman la razón de ser de la existencia. No recuerdo como ni cuando me dio por exaltar lo cotidiano, como principio. Es decir, me vi abocado a ser en 6 Coronel Hall Francis. “Colombia y su estado actual”, pp. 17-18. Obra aparecida en la recopilación “Santander y la Opinión Angloamericana” (David Sowell, compilador). Biblioteca de la Presidencia de la República, 1991.
  • 32. 32 sí. Entendiendo esto último como el escenario de vida que acompaña a cada quien. Pero que, en mí, no fue crecer, Ni mucho menos construir los escenarios necesarios para actuar como sujeto válido. Un quehacer sin ton ni son. Como ese estar ahí que es tan común a quienes no podemos ni queremos descifrar los códigos que son necesarios para vivir ahí, al lado de los otros y de las otras. Duro es decirlo, pero es así. La vida no es otra cosa que saber leer lo que es necesario para el postulado de la asociación. De conceptos y de vivencias. De lazos que atan y que ejercen como yuntas, Por fuera todo es inhóspito. Simple relación de ideas y de vicisitudes. Y de calendas y de establecer comunicación soportada en el exterminio del yo, por la vía de endosarlo a quienes ejercen como gendarmes. O a ese ente etéreo denominado Estado. O a quienes posan como gendarmes de todo, incluida la vida de todos y todas. Y, sin ser consciente de ello, me embarqué en el cuestionamiento y en la intención de confrontar y transformar. Como anarquista absoluto. Pero, corrido un tiempo, me di cuenta de mi verdadero alcance. No más allá de la esquina de la formalidad. Sí, de esa esquina que obra como filtro. En donde encontramos a esos y esas que lo intuyen todo. A esos y esas que han construido todo un acervo de explicaciones y de posiciones alrededor de lo que son los otros y las otras. Y de sus posibilidades y de su interioridad. Y de sus conexiones con la vida y con la muerte. Esas esquinas que están y son así, en todas las ciudades y en todos los escenarios. Y yo, como es apenas obvio, encarretado conmigo mismo y con mis ilusiones. Y con mis asomos a la libertad. En ellas se descubrieron mis filtreos con la desesperanza. Y mis expresiones
  • 33. 33 recónditas, en las cuales exhibía una disponibilidad precaria a enrolarme en la vida, en el paseo que está orientado, hacia la muerte. Y estando así, obnubilado, me dispuse a ver crecer la vecindad. A ver cómo crecían, alrededor de mi estancia, las mujeres y los hombres que conocí cuando eran niños y niñas. Y, estando en vecindad de la vecindad, conocí lo perdulario. Ese ente que posa siempre latente. Que está ahí; en cualquier parte; esperando ser reconocido y por parte de quienes ejercen como mascotas del poder. Como ilusionistas soportados en las artes de hacer creer que lo que vemos y/o creemos no es así; porque ver y creer es tanto como dejarse embaucar por lo que se ve y se cree. Una disociación de conceptos, asociados a la sociedad de los que disocian a la sociedad civil y la convierten en la sociedad mariana y en la sociedad trinitaria y confesional. Y, siendo ellos y ellas ilusionistas que ilusionan acerca de la posibilidad de correr el velo de la ilusión para dar paso al ilusionismo que es redentor de la mentira que aspira a ser verdad y la mentira que es sobornada por quienes son solidarios y consultores para construir verdades. Y, estando en esas me sorprendió la verdadera verdad. Justo cuando empezaba a creer en el ilusionismo y en los ilusionistas. Verdadera verdad que me convocó a reconocerme en lo que soy en verdad. Sujeto que va y viene. Que se enajena ante cualquier soplo de realidad verdadera. Que ha recorrido todos los caminos vecinales. En lo cuales he conocido a magos y videntes de la otra orilla. Con sus exploraciones nocturnas, cazando aventureros que caminan atados a la vocinglería que reclama ser reconocida con voz de los itinerantes. Y, estando en esas, me sorprendió la incapacidad para protestar por la infamia de los desaparecedores. De los dioses de los días pasados y de los días por venir y de los días perdidos.
  • 34. 34 Y volví a pensar en mí. Como tratando de localizar mi yo perdido, desde que conocí y hablé con los magos y videntes de la otra orilla. Un yo endeble. Entre kantiano y hegeliano. Entre socrático y aristotélico. Entre kafkiano y nietzscheano. Pero, sobre todo, entre herético y confesional. Ese yo mío tan original. Filibustero. Pirata de mí mismo. Y, sin embargo, tan posicionado en los escenarios de piruetas y encantadores de serpientes. Saltimbanquis que me convocan a cantarle a la luna, desde mi lecho de enfermo terminal. La enfermedad de la tristeza envalentonada. Sintiéndome poseído por los avatares increados; pero vigentes. Artilugios de día y noche. Sopla viento frío. En este lugar que no es mío. Pero en el cual vivo. Territorio fronterizo. Entre Vaticano y Washington. Cómo han cambiado la historia. Cómo la han acomodado ellos. En tiempo de mi pequeñez de infante, tenía mis predilecciones a la hora de rezar y empatar. La tríada indemostrable. Uno que son tres y tres que vuelven a ser uno. Pero también le recé a Santo Tomás y al Cristo Caído, patrono de todos los lugares y de todos los periodos. Caminé con la Virgen María. De su mano recibía El Cáliz Sagrado cada Cuaresma. En esos mis sueños en los cuales también buscaba el Santo Crial. En esa blancura perversa de la Edad Media. Definida así por una cronología nefasta. Purpurados blandiendo la Espada Celestial; y los Santos Caballeros recorriendo los inmensos territorios habitados por infieles. Rodaron cabezas setenta veces siete. La tortura fue su diversión predilecta. En la Santa Hoguera y en los Santos Cadalsos. Y cayó Giordano Bruno. Y cayeron muchos y muchas enhiestas figuras de la libertad y de la herejía. Y las canonizaciones se otorgaban como recompensas. Y Vaticano todavía está ahí. Vivo. Como cuñete que soporta la avanzada papista; aun en este tiempo. Vaticano nauseabundo. Sitio en el cual la presencia de los herederos de San Pedro, ejercen como espectro que pretende
  • 35. 35 velar el contenido criminal de pasado y presente. Siguen anclados. Y difundiendo su versión acerca de la vida y de la muerte. Purpurados perdularios. Para quienes la Guerra Santa es heredad que debe ser revivida. 4 Un año después, 1944, se hizo nuestra primera aproximación a la doctrina relacionada con el movimiento obrero. Sabíamos que constituía un grupo muy pequeño, comparado con los campesinos y campesinas y con la inmensa población en las ciudades, sin ningún tipo de opción laboral. Esto se superó, en parte, cuando cuajó la politica de sustitución de importaciones, liderada por la naciente burguesía industrial. Tal vez, por esto, profundizamos en historias de vida ciudadana. Al lado, fundamentalmente, de Carmelo Polanía Insignares, quien trabajaba en una de las textileras que recién empezaban a consolidarse. No podría precisar lo que sentí el mismo día en que accedí al espectro invariado de la casa. Si de esa en que nací. Escuchaba las voces. De aquí y de allá. A decir verdad, no tengo claro, ahora, a distancia, si me identifiqué con esas voces. Si eran para mí, asociadas a mi condición de recién llegados. O si fueron voces vertidas al garete. Para quien pudiera asirlas y entenderlas. Tengo la sensación de haber escuchado, como ráfagas, los cantos. Desde la aldeana, hasta la pastora. Pero, al mismo tiempo, tengo la sensación de haber escuchado las versiones libres que se hacían de las historias de las Mil y una Noches. Pero, también, esas leyendas que me hacían temblar. El Fantasma. Ese que se sentaba en el tejado de las casas; una figura larguirucha. A la espera de poder entrar a las casas, para excitar la risa en la víctima elegida. Cosquilleo que no cesaba hasta que se
  • 36. 36 producía la muerte, entre los espasmos ocasionados por la imposibilidad para retomar la respiración normal. O el Sombrerón. Sujeto regordete, con sombrero alón y que transitaba por las calles a la espera de alguien a quien engañar, por la vía de la palabra y desaparecer con él o con ella. O la Patasola. Una expresión sin características físicas fijas, identificables. O la Llorona. Mujer en búsqueda perenne del hijo que perdió. O las sucesivas y variadas versiones de brujas. Habitantes de la noche. En la calle, pendientes de cualquiera que se atreviese a desafiar la soledad y la oscuridad. Siendo, esta última, su acompañante permanente, su mundo; su fortaleza. Recuerdo, para este caso, inclusive, que mi padre decía tener el antídoto o, al menos, la clave para evitar que entraran a los cuartos. Se trataba de esparcir arroz en la sala de la casa. De tal manera que ellas, precisamente por su tendencia a antojarse de cualquier objeto, se detendrían a contarlos; hasta que las sorprendía la luz del sol y se ocultarían de manera inmediata. Su refugio, durante el día, era desconocido. O el exterior. El mundo callejero. En la ciudad existían lugares que se exhibían como referentes. Que la Plaza de Cisneros. Una especie de central de abastos al menudeo. O el Hipódromo San Fernando. Inclusive, este último, coincidía con el estadio; antes de la construcción y puesta en funcionamiento del Atanasio Girardot. O la carrilera; o la Estación del Ferrocarril. O El Pedrero, sitio adyacente a la plaza de mercado. Sitio para el rebusque de promociones de tomates, plátanos, cebolla, papas, legumbres, etc. O La Bayadera; territorio conocido como lugar de aviesas costumbres. O el Barrio Antioquia; identificado como otro sitio no recomendable. O El Bosque de la Independencia. Sitio convocante. Allí estaban los mangos; las pomas; el lago; el carrusel; la rueda de Chicago; el trencito con su túnel. O, ahí cerca, La Curva del Bosque. Sitio al cual arribaban los
  • 37. 37 bandidos: Pistocho y Pacho Troneras; después de haber asaltado un banco. Allí bebían ellos e invitaban a quien pasara. Todo hasta gastar hasta el último centavo. O El Fundungo, Lovaina, Las Camelias. Reconocidos como sitios, en veces, o como barrios, otras veces. De todas maneras, zonas en las cuales se podían encontrar lo que se conocía como “casas de citas”. Y se llamaban así, porque allí llegaban los hombres, adultos y muchachos, buscando mujeres. Y allí esperaban estas para ofrecer su cuerpo. Y allí estaban las barraganas que administraban. O los dueños que atendían, sin ninguna intermediación, las solicitudes y designaban a las muchachas; por riguroso turno. O el Puente del Mico. Referente un tanto extraño. Nunca se supo porque esa denominación. Solo, que por ahí atravesaban los rieles del ferrocarril, sobre el río. O Moravia. Otra zona-barrio en donde se encontraban bares y casas de citas. O el manicomio. Sitio destinado a recepcionar y servir de reclusorio a los locos y las locas. El concepto de enfermedades mentales, solo lo manejaban los médicos. Para todos y todas las demás, eran simplemente eso: locos o locas. Ubicado en “cuatrobocas”; barrio Aranjuez. Pero, asimismo, barrios originarios. El Camellón; La Toma; Loreto; San Diego; en la parte sur-oriental. Desde muy pequeño supe que allí nació y creció mi madre. Su madre Sara y su padre Arturo. Hogar que fue creciendo en residentes. Que la tía Nana; que la tía Fabiola; que los tíos Carlos, Israel y Conrado. Que el trabajito del abuelo Arturo, cuidador de fincas en lo que era la periferia: que la parte alta del barrio El Poblado; que la parte aledaña a la carretera que conducía a Envigado. Con el correr del tiempo, tengo memoria de ello, lo visitábamos allá. Le llevábamos el almuerzo o la comida, o el desayuno. Allí tumbábamos los mangos. Biches, preferiblemente. Allí escuchábamos su rogativa para que no dañáramos lo que el denominaba las bellotas. Arturo Gómez.
  • 38. 38 Hombre nacido a finales del siglo XIX. Tal vez conoció de cerca algunos eventos. Que la Guerra de los Mil Días. Que a Salvita ascendiendo en el globo inflado con helio. Y la tragedia de Salvita; que murió en ese intento. Arturo Gómez, tal vez, conoció de la construcción del túnel de la quiebra. Y, tal vez, conoció de la presencia del ingeniero Francisco Cisneros; de origen cubano. Que dirigió la construcción de ese túnel y también la construcción del puente colgante conocido como “Puente de Occidente”; sobre el Río Cauca; entre Sopetrán y Santafé de Antioquia. Pero estaban, también, los barrios Manrique, Aranjuez, Campo Valdes; San Cayetano; Prado (situados al centro y nororiente. O Laureles, Belén (con sus diferentes secciones); San Javier, Calasanz; Robledo. Y seguí creciendo. Y seguí viviendo. Y, ahora, recuerdo otras cosas. La ciudad seguía expandiéndose. Con las limitaciones asociadas a su particularidad geográfica. Pendientes que hacen del tránsito central un surco. Por allí, por ese surco, fue delineándose la ciudad- centro. Mientras las pendientes iban siendo saturadas de viviendas. Un bien construidas. Otras, simplemente, pautadas por los requerimientos de quienes llegaban del campo. Como ahora, en ese tiempo, había desplazados. Porque la violencia se ensañaba con quienes habitaban las zonas rurales. No solo en el Departamento de Antioquia. Era todo el país. Porque los impulsores del desarraigo eran, al mismo tiempo, los que azuzaban la violencia. Eran (…y siguen siendo), al mismo tiempo, beneficiarios de la guerra. Por su condición usufructuarios de los sucesivos regímenes. Tenían el control desde hacía mucho tiempo. Casi desde el mismo inmediato posterior a 1819.
  • 39. 39 Y, ese crecimiento de la ciudad, nos fue convocando a vivirla. Ya por la vía de apropiarnos de las calles para auspiciar la lúdica. O, y combinado con esto, para conocer y asumir ese territorio. Y, entonces, creció la expectación por el desarrollo de los cantos y los juegos primarios. Por lo mismo, en consecuencia, crecimos los ejecutores. Que brincar el lazo; que las escondidas; que la lleva; que la guerra libertaria; que los trompos; y las bolas de cristal y, “las vistas” (recortes de las cintas o las películas), con sus acepciones “cuadros” (para designar a aquellas en las cuales aparecían los protagonistas o los denominados “el muchacho” y la “muchacha”); o el ejercicio de elevar las cometas (con sus variantes de capar hilo); o lanzar los globos de papel, llenos del calor y el humo producidos por el mechón encendido con gasolina o petróleo y el cebo o la esperma como combustibles. O el ejercicio de lanzar piedras con caucheras y las hondas (dos cuerdas que tenían en el centro un receptáculo hecho de cuero y en el cual se colocaba la piedra a lanzar). O el intercambio de revistas (folletos con las aventuras de Tarzán, el Llanero Solitario, Batman y Robin; El Pájaro Loco; el Conejo de la Suerte; El Pato Donald; etc.). O las funciones matinales (películas) en los teatros (salas de cine) de los barrios. Recuerdo los más importantes: Manrique; Rialto; Olimpia; Aranjuez; Belén. O la trenza humana (formaciones entre dos grupos. Uno al frente de otro; cogido de la mano. Hombres y mujeres); a partir de la cual se cantaba matarile lire lo. O la trenza en rueda que permitía o impedía salir al ratón, designado o designada por quien quedaba libre por fuera de la rueda. O la ronda que cantaba y preguntaba al lobo del bosque si estaba listo ya. O el juego de la perinola; o el de catapis (Jaz); o el juego de la carga montón (se escogía la víctima que tenía que aceptar que todos y todas cayeran encima de él o de ella). O el juego con el lazo en los dedos, construyendo figuras diversas (la escalera, la flor de iraca). O la recolección de cajetillas de cigarrillos a las cuales se les asignaba un valor y así se
  • 40. 40 jugaban. Como si fueran billetes. (Pielroja 1, Dandy 25; Kool, Lucky; L & M, Chesterfield; Mapleton, valían 100 y, así, sucesivamente). O la preparación y realización de novenario en la época de diciembre; incluido el ejercicio alrededor del pesebre. O el juego a la gallina ciega. Y, no podía faltar, el fútbol. La pelota en la calle. Con desafíos entre cuadras y barrios. Siempre en la calle. Calle para el juego. Calle libre. Inclusive con el vigía, encargado de avisarnos cuando llegaba la tomba (policía municipal); la bola (vehículo policial). Esto suponía suspender, provisionalmente, el juego. Porque estaba prohibido tomarse la calle para ello. Porque, siempre, ha existido la posición de quien o quienes, siendo habitantes del barrio, odian la expresión lúdica. Ahora bien, la confrontación entre grupos interbarriales, era hecho común. Inclusive, llegando a expresiones vandálicas, violentas. Con piedras (lanzadas con caucheras y hondas), palos, etc. Forzando un paralelo, algo parecido con lo que hoy aparece como enfrentamiento entre bandas en los barrios y/o en los colegios Y, entonces, esa apropiación de los espacios, corrió paralela a las jornadas escolares. Maestros y maestras. Muchos y muchas, autoritarios y autoritarias. Tanto que contribuyeron a la deserción escolar. Porque infringían castigos físicos. Otros, accesibles, tolerantes, amigos (as). Que la sopa escolar (una figura reducida del restaurante), a la cual accedían los niños y niñas cuyas familias eran mucho más pobres que el promedio. Que el pan y la leche que se entregaba en los recreos y que era posible, en razón al convenio con Caritas Arquiodecesana (organización religiosa-católica) y las entidades que regían la academia. O, en ese mismo horizonte, a partir de convenios internacionales con países europeos o con EE.UU.
  • 41. 41 O, llegado octubre, lo que se denominaba la “semana del niño”. Aquí cabía todo: los disfraces; las caminatas; el sancocho elaborado a partir de recursos propios recogidos en las escuelas. O a partir de los aportes de las familias. Queda claro, de paso, que las escuelas no eran mixtas. Además, que, las jornadas, eran completas. Desde las 8:00 a.m., hasta las 11:30 a.m. y desde la 1:30 p.m., hasta las 4:30 p.m., de lunes a viernes. Los sábados de 8:00 a.m.; hasta la1:00 p.m. 5 El siete de marzo, Carmelo, apareció a la reunión del Comité Ideológico, con Fabricio Pineda Pinedo, obrero como él. Nos contó de su correría por diferentes pueblos, huyendo de lo que en general llamaba “la violencia de los chulos”. Un individuo sereno, ilustrado, soñador. Vivía con su familia en el barrio Palermo. Dos hijas, con su actual compañera Patricia Bedoya Jácome. También campesina y Tropelera. Siempre ha estado al lado de Fabricio. Una solidaridad absoluta. Entre ella y él, construyeron su casita en un terrenito que heredó (ella) de su papá Aurelio Bedoya Benjumea. …Y corrió la voz de que algo estaba sucediendo. Venía desde muy atrás. El método había sido perfeccionado. Desde Núñez, el trasgresor. El sujeto cambiante; según las circunstancias. Método aplicado. Con ese mismo se justificó la Guerra de comienzos del siglo XX. Método soportado en el manejo solapado de las verdades. O, a decir verdad, las casi verdades. En recintos cerrados, a prueba de filtraciones plenas. Solo el gota a gota. Para potenciar las repercusiones. Se dice y se desdice, al mismo tiempo. Entonces, se embauca y se extiende la sensación de que algo está pasando. Aquí y allá.
  • 42. 42 Ese mismo día de marzo, escrituramos nuestro Manifiesto Obrero Campesino. Previamente habíamos leído y analizado el texto El Desarrollo del Capitalismo en Rusia; Las Guerras Campesinas en Alemania; tuvimos, además, acceso a documentos compilados por varias personas, estudiosas de la cuestión agraria en Colombia y en América Latina. Analizamos, puntualmente, escritos que datan desde 1836 y 1864. Insumos teóricos de gran calidad. Relacionados, fundamentalmente, con los conflictos por tierras; con la situación de los artesanos. Con la confrontación entre bolivaristas y santanderistas. Le seguimos la huella a la discusión que condujo a la imposición de la Constitución Politica de 1886. Pero no es lo mismo, tratándose de recomposiciones ideológicas y políticas de largo aliento. Porque, de ser así, se desemboca en ese tipo de opciones en los cuales lo que cuenta es el juego a la reversa absoluta. Como si no importara el acumulado de acciones y de convocatorias. Ante todo, tratándose de un proceso como el nuestro. Un país inmerso, históricamente, en sucesión de guerras. A veces presentadas, por parte de la burguesía y los terratenientes, como expresiones centradas en desviaciones atípicas respecto a la yunta propuesta y ejecutada por el poder imperante. Un consecutivo que ha involucrado, siempre, a los nativos, a los campesinos y campesinas, a los obreros y obreras y al lumpen proletariado; como invitados (as) para que sirvan de sparring. Todo por la vía de la fuerza. Militares y policías al servicio de la propuesta de sometimiento constante. Casi como perenne. Una herencia habida, desde los ejecutores de gobiernos como extensión de la lucha por la libertad. Porque, entre otras razones, ni Santander, ni Bolívar fueron centinelas de la liberación constante, verdadera. Más bien, las sucesivas divisiones y el surgimiento de
  • 43. 43 los partidos liberal y conservador, significaron la preclusión de la revolución en contra del poder español. Visto así, entonces, estuvo y ha estado latente una propuesta libertaria, en contra de ese proceso por medio del cual se instauró un modelo de Estado y de gobierno, próximos al autoritarismo. Que, aún hoy, azuzan la violencia, por la vía de decantar sus idearios perversos. Uno a uno, fueron imponiendo roles cada vez más entrelazados con el dominio punzante; con fisuras propias de sus contradicciones internas. Proclamando constituciones al vuelo de sus intereses. Nunca ancladas en los derechos de la población, siempre marginada. Siempre vulnerada. Un horizonte patrio, vergonzosamente modelado, con linderos y mojones construidos a partir de sus visiones recortadas. Dejando casi a medio camino, la ruta propuesta en principio. Inclusive, desde mi interpretación, podría decirse que nunca hubo perspectiva diferente a la de entronizar el culto a la personalidad. Ya, desde ese entonces, empezaba a prefigurarse el tipo de gobierno y de Estado, en perspectiva anclado en los conceptos oligárquicos de poder. Tanto como entender que iríamos avanzando con una ruta, deliberadamente promovida por odios. Por ese tipo de propuestas que desdibujan la razón de ser de la democracia. Ruta de bárbaros que habían peleado, peleaban y pelearían a partir de construir íconos perversos. Veámoslo en palabas de Germán Carrera Damas, en su texto “El culto a Bolívar”. “…Finalizada la guerra de independencia se inicia para Venezuela la experiencia republicana. Hasta ese momento la República no había sido más que una especie de ensayo general, en cuanto corresponde a la que existió entre el 5 de julio de 1811 y la firma del armisticio con Domingo de Monteverde (25 de julio de 1812), o un desiderátum siempre propuesto en función dela guerra. Bien puede decirse que la precariedad de los
  • 44. 44 ensayos republicanos, tanto por la corta duración de los que lograron cuajar, como por las numerosas limitaciones e incluso suspensiones que se le impuso en razón de la emergencia bélica, reservaron para 7después de la contienda la verdadera confrontación de la experiencia republicana, ya despojado el panorama del enemigo que la había hecho imposible hasta ahora…”8 Ha sido una constante para los países bolivarianos. Un ir decantando las ilusiones y los programas. Una asociación contradictoria, con respecto a la herencia colonial, que siempre se ha presentado como la acción de posponer, corrido el tiempo, la realización de opciones libertarias. Es algo así como asistir a periodos históricos, unas veces ambiguos. La mayoría de las veces como expresiones autoritarias. Centradas en posiciones caudillistas. De la mano con intereses que no tenían nada que ver con la liberación. En cambio, sí mucho, de imposiciones de la burguesía agraria. El texto citado antes, a pesar de una narrativa del caso venezolano, ejerce como insumo común para la República de Colombia “…Las dos fuerzas que hemos delineado (sic), entendidas como las dos corrientes de problemas básicos presentes en el orden histórico, con imbricaciones de todo género, entran en una nueva etapa de su acción con el advenimiento de la República. Es la hora de confrontar los resultados con las promesas. Los sacrificios han sido extremos y prolongados, la impaciencia es mucho. Venezuela aparece en este momento bajo un curioso aspecto en lo político: el centro o la personificación del poder no solo se halla distante, sino que se aleja más con las campañas sureñas de Bolívar. Queda libre el .1. Carrera Damas G. “El culto a Bolívar”, Editorial Universidad Nacional de Colombia, pp. 43-44
  • 45. 45 terreno para la definición de nuevas apetencias de mando, y la guerra ha sido un buen semillero de ellas. Para tantas y tan voraces hay solo una patria que usufructuar….”9 Entre otras cosas, porque el oferente de poder no puede sustraerse al lío perverso. Entre estar con lo conseguido en el campo de batalla, a nombre de la liberación del yugo español. Y estar en interdicción, con respecto a la perspectiva que se abría. Perspectiva de compromiso con la construcción de una Nación libre. Por la vía absoluta. Es decir, de plena confluencia con el entendido d libertad. Incluida la liquidación del racismo. Del esclavismo. De reconocimiento a la libre autonomía de las etnias. Precisamente, al no resolverlo. Viendo que no había una posición ni latente, ni efectiva en términos de la libertad. Por esto mismo, nuestra República empezó con soporte endeble. Por la vía de otorgar poderes a los generales. A un concepto de patria vinculada con demostraciones de fuerza por la vía de imposiciones autoritarias y, en cuanto juego democrático, manipulaciones en torno al significado de la participación de campesinos mestizos y las etnias. Y ni que hablar de los negros y las negras en razón que eran sometidos en peores condiciones que los anteriores. “…La Campaña de la Nueva Granada, vasta y arriesgada operación que marca una transformación profunda en la concepción estratégica de la guerra emancipadora, da como resultado no solamente un cambio en la relación de fuerzas, hasta entonces favorable al eficaz dispositivo montado por Pablo Morillo al frente del único ejército organizado que había actuado en Venezuela. Produce, lo que no es menos importante, al Padre de Colombia, al Libertador admirado, temido y acatado. El triunfo magnífico echaba al olvido una trayectoria militar en la cual no escaseaban, al lado de victorias 9 Ibíd., página 45
  • 46. 46 espléndidas victorias a medias por mal consolidadas y hasta puras y simples derrotas aparatosas. Poco podía el hiperbolizado brillo de la Campaña Admirable de 1813 en contraste con el abrumador derrumbe de la Segunda República bajo los golpes de Tomás Boves. Y este era, hasta el momento, el más notable hecho militar de Bolívar en tierras venezolanas. Piar y Mariño, entre ellos, no hallaban nada descabellado el equipara sus propios méritos con los de Bolívar…10 Es una incursión, a propósito, con referentes de la campaña y la posguerra en Venezuela. Un miramiento en términos de la localización de insumos en perspectiva. Para alcanzar una posición en contravía de los dimes y diretes, con respecto a la democracia, supuestamente inmersa en los hechos y las acciones santanderistas y bolivarianas. Por una vía un tanto extraviada; en consideración a la idealización por parte de quienes ejercía como oligarcas y gamonales. Pidiendo pista para un ensamblaje posterior. De un Estado y una Nación que dieran cuenta de sus ambiciones. Las discusiones fueron intensas y extensas. Si se quiere, la confrontación llegaría hasta profundizaciones en términos de politica e ideología. Mucho tuvimos que discernir para ir construyendo la trama de nuestro manifiesto. Recorrido por la historia. Tanto en nuestro país como en algunos países cercanos de tradición en lo que respecta a las luchas agrarias. El día 14 de marzo, tendríamos una de las disquisiciones más fuertes. Nos enfrentamos Alejandrina, Fabricio Posada Elejalde, Doroteo y yo. Transitamos por caminos no recorridos antes. Enhebramos la palabra, con giros circunstanciales. Particularmente, enfrentaríamos dos opciones en lo correspondiente a la caracterización del Estado en Colombia y su nexo con la teoría expuesta en “Leviatán” y “El Contrato Social”. Una 10 Ibid, páginas 83 y 88
  • 47. 47 perspectiva de gran aliento. En lo puntual, las diferencias hacían alusión a si éramos o no un país y una nación fundamentalmente dirigida por la burguesía emergente. O si éramos un país y una nación en la cual predominan los intereses de terratenientes y lo que, en mala legua, llamaban algunos “Oligarquía”. En torno a ese término y su significación, horadamos teorías e historias. Yo demostré que al hablar de “Oligarquía”, no se hacía otra cosa que velar la magnitud e importancia de la dirigencia burguesa. Y que, en relación con ello, el poder de los terratenientes era subsumido no por la teoría de país semifeudal. Los terratenientes, tenían la mira puesta en salvar intereses como propietarios de tierras. Pero, en lo fundamental, su ideario tiende a consolidar un Frente burgués-terrateniente, de largo alcance. DE tal manera, entonces, que el concepto de Oligarquía tal y como se ha expresado, diluye en un limbo sociológico a los verdaderos poderdantes y sus intereses centradas en crecer como país, al lado de los imperios Británicos y Estados Unidos. En consecuencia, el hilo conductor de nuestro movimiento tendría que ser la clase obrera. El día 21 de marzo, tratamos de avanzar en la caracterización del gobierno de Alfonso López Pumarejo y el continuismo de Eduardo Santos. Doroteo, realizó un análisis portentoso acerca dell significado de “La Revolución en Marcha”, como Programa de Gobierno de Alfonso López. Demostró, con plena claridad, que ese programa estaba orientado a cimentar el proceso de desarrollo del capitalismo en nuestro país. Además de la modernización del Estado. Precisando en lo correspondiente a los tres poderes enhebrados para ejercer como soporte a las implementaciones de corte Liberal. Entendido, esto último, no como mera alusión a su partido; sino como expresión envolvente, que incluiría reformas a la educación universitaria y básica en las ciudades y en el campo. La tierra, decía el
  • 48. 48 programa, debe ser utilizada para el desarrollo de proyectos relacionados con el desarrollo agrícola. El día 31 de marzo, antes de iniciar nuestra sesión de trabajo, fuimos informados del asesinato de Fabricio, a manos de sujetos que lo sacaron de la fábrica y lo llevaron hasta la periferia de la ciudad. Y, allí, lo mataron. La noticia, a más de ser dolorosa. Nos tendría que anunciar las posibilidades que vendrían planeando los informantes de la policía y el ejército. Es decir, a partir de ese día nos declaramos anunciados y empezaría una modalidad de trabajo diferente. Nuestro movimiento entró en la clandestinidad. Haríamos más énfasis en analizar cada uno o una de los militantes. Trataríamos de minimizar el riesgo de ser infiltrados. En esta decisión, nos apoyamos en las experiencias en Cataluña. Entonces yo seguía el tránsito. Tratando de entender el modelo impuesto. El problema era que no tenía ni medios; ni conocimientos; ni donde hallarlos. Porque mi vida era eso: una predisposición a seguir ahí. Mientras tanto el grupo familiar se desintegraba. Mejor sería decir que venía fragmentado desde el primer día en que se hizo cuerpo visible. Ese grupo familiar vigente desde antes de mi nacimiento. Pero que adquirió, para mí, presencia con el correr de los años; de mis años. Ya, entonces, Chagualo y Fundungo fueron mi entorno. Pero yo no accedía a el. Simplemente, ahí en la casita o en las casitas. Ya la madre era esclava. Se hizo así, a partir de mis miradas y del proceso construido en este país envuelto en miserias. Miserias intelectuales. Miserias políticas. Pero, a la vez, país de violentos y de violentados. De violentos que conducían con rumbo definido por ellos. Violentos que agredían aquí y allá. Violentos que protagonizaban ejercicios aparentemente diferenciados; pero que eran lo mismo.
  • 49. 49 Y ya, aquí en esta dimensión. En este rol protagónico de mí mismo; seguía el curso, mi curso. Ya en la calle. Ya en la casita. O ya en los sueños en los cuales me mimetizaba, para impedir ser visto desde afuera; tratando de impedir el cuestionamiento y la comparación. Sujeto niño sin posibilidad de acceder a cualquier cosa. Seguía siendo el desertor de la escolaridad. Desertor, más no herético. Porque el origen de esa deserción, la motivación de la misma, no estaban anclados en una opción de vida diferente. Y no tenía por qué serlo. Porque no tenía opciones alternativas. Simplemente ahí. Donde la abuela materna, los domingos. Si donde Sara y donde Arturo Gómez. Una vida al garete. Incluso con tendencias y manifestaciones perversas; vistas con una óptica moralista. Sujeto niño ahí; sin nada entre las manos. 6 Y, entre tanto, la ciudad crecía y el país también. Ya la ciudad no era la misma que conocí o que imaginé. Ya los barrios en las pendientes estaban en pleno desarrollo. Ya apareció Castilla Y Pedregal y Alfonso López. Ya, hacia el sur, se extendían híbridos. Ya con fastuosas viviendas ya con casitas en las cuales habitaban los habitantes originarios de El Poblado. Ya Bello y Copacabana, al norte, se integraban; en un concepto de territorio mucho más vasto. No se si, desde ese primero momento, se asumían los conceptos de zonas metropolitanas. Pero también, al sur, se acercaba Itagui y, aunque de manera más lenta, Envigado.
  • 50. 50 Lo que contaba, para mí, era la sensación de estar inmerso en un proceso no pensado; no entendido. Pero estaba ahí. Como proceso envolvente. Porque, la perspectiva de ciudad moderna, actuaba independientemente de mi participación. O de la participación de los otros y las otras. No sé, en fin, de cuentas, si ya estaba presente, en ese crecimiento urbano, una opción como la planteada por Manuel Castells. No sé, si en el caso de los y las ciudadanas en mi ciudad y en las otras ciudades. No sé si la presión, a partir de los desplazamientos masivos, sobre la ciudad y, por lo mismo, en la exigencia d vivienda y de servicios básicos; ya tenían o no expresión en términos de exigencias organizadas. Volviendo a lo de Castells, no sé si alguien, en nuestro país tuviera, en ese entonces, posiciones como: “…Cuando se habla de problemas urbanos nos referimos más bien, tanto en las ciencias sociales como en el lenguaje común a toda una serie de actos y de situaciones de la vida cotidiana cuyo desarrollo y características dependen estrechamente de la organización social general. Efectivamente, a un primer nivel se trata de las condiciones de vivienda de la población, el acceso a las guarderías, jardines, zonas deportivas, centros culturales, etc.; en una gama de problemas que van desde las condiciones de seguridad en los edificios (en los que se producen, cada vez con mayor frecuencia accidentes mortales colectivos) hasta el contenido de las actividades culturales de los centros de jóvenes reproductores de la ideología dominante…”11 En verdad dudo que se hubiera desarrollado una opción de vida urbana, así en esas condiciones. Lo que este sujeto niño perverso entendía, no iba más allá del discernimiento de quien no tenía ni siquiera, a su disposición las posibilidades que otorga la escuela. Más aún, reconociendo que, cuando hablo de escuela, estoy hablando de lo básico. En una 11 Castells, Manuel; “Movimientos sociales urbanos”.Siglo XXI Editores, segunda edición en español,1976, página 5
  • 51. 51 estructura escolar-académica en donde el lugar para la profundización no existía. No iba más allá, como lo expresé arriba de aglutinar una serie de saberes, cruzados por la textura tradicional religiosa, particularmente la católica. Estaba, pues, situado en un reconocimiento del entorno inmediato y mediato. Reconocimiento que no iba más allá de encontrar espacios para una lúdica restringida. Porque, ¿qué lúdica podría haber, en mi escenario de niño condicionado por mis propias actitudes y que originaron y mantuvieron una posición hostil de los otros integrantes del grupo familiar; particularmente de la madre y el padre. Porque, a la vez, crecían las posibilidades y justificaciones para profundizar en torno al cuadro comparativo con mi hermano, el escolarizado, que seguía avanzando. Entonces, una noción de ciudad y de país y de mí mismo y de los demás; que comprometía las fijaciones que había venido construyendo. Ya lo dije, visiones enfermizas; sueños acechantes. Expresiones en las cuales las imágenes recorrían mis espacios. Imágenes que recorrían mi cuerpo y que ocasionaban estigmas más lacerantes que las posturas religiosas asumidas por mí antes. Imágenes que vertían opciones y que me convocaban a asumirlas. Opciones como latigazos. Opciones que conminaban a no existir más. Opciones que me proponían huir de la casita y abordar el camino del transeúnte sin referentes. Como si me propusieran jugarme la vida en el amplio espectro que permite la inmensidad de la ciudad. Ir ahí, a cualquier sitio sin ningún nexo con los hermanos, las hermanas, el padre, la madre, las abuelas… En fín imágenes que se erigían como mandantes sombríos y que me colocaban en posiciones de profunda angustia. En extravíos que yo no estaba en capacidad de asumir. Porque lo mío era una angustia sobre otra. La mía propia y la heredada de esos sueños absolutamente onerosos.
  • 52. 52 Y era el año que marcaba el inicio de otra década. Quien lo hubiera creído, ya había vivido casi dieciséis años. No era sujeto hábil para realizar inventarios de vida. Sin embargo, estaba ahí en la posición de niño-adolescente que había accedido, otra vez, a la escolaridad en nombre de la necesidad de reconciliación. Más, nunca, en términos de avanzar en el conocimiento. Vale la pena aclarar, ahora, que había innovado en lo que respecta a la justificación para desertar. Una figura, parecida a las imágenes que me atormentan en mis sueños, exhibiendo una postura y una voz que me reta. Algo así como entender la posición como cuestionamiento a la autoridad. ¿Pero sería cierto eso? ¿De cuándo acá había adquirido algún criterio elaborado? Aún ahora no me lo creo. Yo no era, en ese tiempo sujeto de elaboraciones. Era, por el contrario, un bandido que se azuzaba así mismo; vertiendo palabras. Sin poder construir una o dos frases con sentido. Solo, en esos sueños tormentosos, venían a mí interpretaciones de lo cotidiano; de esa exterioridad que no percibía sino en la vigilia del día a día. Así fue, por ejemplo, como accedí a entender todo lo relacionado con la continuación del exterminio. Veía, a ráfagas, lo sucedido con quienes no accedieron al pacto bochornoso. A ese pacto entre los mismos. Pacto que avasallaba a la democracia. Convertía en delito el solo hecho de aspirar a una alternativa diferente. Y, sin saberlo, iba profundizando, todas las noches. Veía a los campesinos y campesinas. Niños y niñas. En las travesías. Solo ahora, después de haber leído al maestro Alfredo Molano, en su trilogía “Siguiendo el corte”, “Aguas arriba” y “Selva adentro”, he podido descifrar esos mensajes de mis sueños. He podido dilucidar el significado de esas imágenes. Los sin tierra; los desarrapados; tratando de arrancarle aliento a la vida. Como si esta estuviera flotando ahí. Y ellos y ellas, tratando de asirla. Mientras tanto los aviones y la tropa de los jerarcas. Apuntándoles.
  • 53. 53 Matándolos. Y los gritos de rabia y las lágrimas y la ternura invitando a resistir. Y los jerarcas riendo en las ciudades. Invitándonos a reconocerlos como voceros válidos. Como convocantes ciertos a la paz. Y, nosotros, en las ciudades sin arriesgar nada. Solo consumiendo los discursos ampulosos. Y llegó el segundo de la lista. El hijo del poeta. El mismo de la sagrada ciudad blanca. Impoluto. Hijo de poeta que no sabe nada de la vida de los y las demás. Que mantuvo la línea de acción. Con los chafarotes a la ofensiva. Limpiando el campo. Siendo, esa limpieza, un concepto asociado a la matanza. Generalizada y selectiva. E inundaban los campos de panfletos. Convocando a la rendición. Expresando que los bandidos eran quienes reclamaban justicia. Bandidos eran quienes no se dejaban acribillar y respondían a los vejámenes, con la fuerza de la dignidad y, porque no, con las armas que habían logrado salvar. Y los niños ahí. Y las niñas también. Muriendo ellos y ellas. Y sus madres. Y sus padres…y todos y todas. Y busqué una expresión de vida. Y la encontré allí. En esos sueños de todas las noches. Y me preguntaba a mí mismo. ¿Qué puedo hacer yo? Y me respondía, como en la frase última: Todo está consumado. Y volvía a ver a los sátrapas. Volando blindados. Lanzando panfletos y proyectiles que matan.
  • 54. 54 Y veía al hijo del poeta. Borracho. Buscando palabras para justificar la muerte. De los niños y las niñas. De las madres y los padres. Y yo atormentado, con tantas imágenes juntas. Con tantas preguntas juntas. Ni enojadas que estuviéramos. Como que soy María Cartuja I, te lo juro Petronila. Cómo se te ocurre dudar de mi solidaridad. No más regrese Pacholuis, le digo que me preste los dos mil pesitos. Cómo vamos a dejar sin ajuar la nena. Lo que sí me parece el colmo es que el padre Alberto salga con esas cosas. Conociendo como conoce a la feligresía. Nunca había pasado eso aquí en Punta Canela en este cuarto de siglo que llevo viviendo en esta tierrita. Si no más mi mamá, que ha sido tan de la iglesia y que le ha ayudado tanto, siempre ha sido de la opinión de liberar el espíritu. Haciéndolo más cercano a lo mundanal. Y menos aplicado a esas amarras religiosas, ya caducas, según ella. Dizque amenazar a tu familia, con el cuento ese de que los(as) bautizados y bautizadas deben parecerse a los ángeles. Y que, por lo tanto, deben vestir tal cual. Es decir, de blanco el vestidito y además en el caso de las niñas, con encajes azules en honor a la Reina Madre. Tal parece que se le olvidó cómo llegó aquí. Con una sotana hecha hilachas. Un sombrero que más parecía una gorra de basurero. Y que fuimos nosotras, las de la Cofradía de San Miguel, quienes lo hospedamos. Esther le cedió el cuarto de Juvenal, que se fue para Méjico con su Mariachi Botero. Y es que, me da una rabia, viendo como vio que ayudamos para que sacaran al padre Alonso de la Casa Cural. Se estaba haciendo el remilgado. No quería irse. Fuimos nosotras las que le escribimos al Obispo Marceliano. Diciéndole que, aquí en nuestro pueblo, no caben las pataletas de curas amargados.