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Ciencia y tecnología
andalusí:
alquimia y metalurgia
Carlos Eduardo Sierra C.
Alquimistas andalusíes
revista UNIVERSIDAD
DE ANTIOQUIA
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EN PREDIOS DE LA QUIMERA
Albarelos
Una ciencia como remedio que coexistía
con el arte
E
n la cautivadora historia de la ciencia
y la tecnología en la España islámica
medieval, al-Andalus, la alquimia
y la metalurgia constituyen una
dimensión mal conocida. En especial, la alqui-
mia es ilustrativa en virtud de la existencia de
objetos de uso científico y técnico bellamente
realizados, como los de la cerámica farmacéuti-
ca: albarelos, orzas y morteros, por destacar sólo
unos cuantos. Con justa razón, José María López
Piñero, investigador conspicuo de tal historia
en el mundo hispano, señala que la separación
actual entre tecnociencia y arte es una verdadera
esquizofrenia cultural de graves consecuencias al
disgregar la unidad intrínseca de las actividades
humanas. En todo caso, como sostiene él, los
hechos resultan más interesantes y atrayentes que
las fabulaciones arbitrarias. Por tanto, sigamos su
consejo, máxime dado que, en la España medie-
val, coincidieron gentes de diversas culturas, por
lo que fue el foco cultural más importante de la
Europa de entonces, y que, mediante el Califato
de Córdoba, llegó a dicha región el legado del
mundo clásico.
De otro lado, es aconsejable tomar en cuenta
ciertas precisiones de una experta italiana en
historia de la alquimia, Chiara Crisciani, de la
Universidad de Pavía. En primera instancia, ella
brinda una definición de alquimia a fin de orien-
tarnos adecuadamente: “Una práctica operativa
de transformación concreta de sustancias mate-
riales, realizada en un laboratorio”. De acuerdo
con Crisciani, esta definición trata de unificar
las formas de alquimia que se dieron en diversas
civilizaciones, como China, el mundo helénico y
los territorios del Islam. No obstante, dicha defini-
ción tiene un inconveniente, puesto que la misma
sirve para englobar las prácticas más recientes de
revista UNIVERSIDAD
DE ANTIOQUIA
40
la química y la ingeniería química, por lo que es
conveniente aumentar la precisión de esta defi-
nición y establecerla como sigue: un conjunto de
prácticas operativas de transformación concreta
de sustancias materiales llevada a cabo en un
laboratorio en conformidad con un paradigma
distintivo. Ahora bien, ¿cuál es este paradigma
que distingue a la alquimia de otros modos de
transformación de la materia? Como bien lo dice
Chiara, hay proximidad entre las prácticas de los
alquimistas y las de los artesanos, pero entre unos
y otros existe una diferencia fundamental.
Siguiendo a Crisciani, la alquimia no es una
protoquímica, una técnica de los metales, acaso
todavía incierta y errónea, que continuaría en
la química moderna. Y no lo es al ser diferentes
tanto su finalidad como sus métodos, siendo más
bien los propios de una filosofía operativa del
perfeccionamiento. Así que no nos engañe el
hecho del tránsito histórico de los instrumentos
y varios procedimientos de la alquimia a la quí-
mica. Pero, de otro lado, la alquimia tampoco es
una técnica de elevación espiritual, que trataría
de las alteraciones del alma, expresadas en forma
alegórica por los cambios de los metales, aunque
los alquimistas destacan la evolución interior del
operador. De facto, el alquimista es un filósofo
técnico que se ocupa del mundo, que se insinúa en
los procesos naturales con dulzura y competencia,
tejiendo con natura vínculos de respeto reverente,
y que recrea aspectos de la realidad material para
su perfección. De esta suerte, la alquimia es un
trabajo religioso a la vez que filosófico, puesto que
busca la perfección, pero en conformidad con la
doctrina y la experiencia, no por vías irracionales
o milagrosas. Como se ve, es una sabiduría com-
pleja, al punto que, según advierte el historiador
N. Sivin, no es posible la comprensión de la al-
quimia si nos remitimos por separado a la historia
de la química o de las religiones, lo cual sintoniza
con lo señalado décadas atrás por el científico y
escritor británico Charles Percy Snow.
Una dimensión mal conocida de la ciencia
y la tecnología andalusí
Resulta de lo más sorprendente que la alquimia
sea casi la gran ausente al rastrear la historia de
la ciencia andalusí. Botón de muestra, un autor
tan erudito como José María López Piñero no la
aborda en una obra suya de divulgación de hace
bastantes años (1986), salvo por la mención de
ella en lo que atañe a la España de la Baja Edad
Media. En comparación, cabe hallar mucha más
información en otras áreas científicas y técnicas
andalusíes, como las matemáticas, la astronomía,
la medicina y la agronomía. La ironía de esto estri-
ba en el hecho de que el desarrollo de la alquimia
en la Europa cristiana del Medioevo tardío fue
posible gracias al conocimiento aportado por el
Islam Occidental. A este respecto, Chiara Crisciani
es muy contundente:
La alquimia —el término mismo, los textos
fundamentales— aparece en la cultura latina
occidental sólo en el siglo xii, y los autores de la
época hablan de ella como de una absoluta nove-
dad, ignorada totalmente por los latinos. ¿Por qué
novedad? En la cultura clásica no faltaban cierta-
mente conocimientos sobre minerales, metales,
transformaciones técnicas e, incluso, en los siglos
de deterioro de los estudios, estos conocimientos
permanecen vivos, aunque fragmentados y debi-
litados, en los lapidarios, los recetarios técnicos
y en las enciclopedias de la Alta Edad Media. Sin
embargo, tales informaciones y nociones se ven
privadas del fondo teórico y filosófico que define
el proyecto de transformación-perfeccionamiento
de la materia específica de la alquimia.
Dichas teorías y perspectivas filosóficas son
justamente vistas como “nuevas”. Nuevas y todas
ellas tomadas de la cultura árabe, heredera y trans-
formadora de la alquimia helenística: de hecho, es
la cultura árabe la que crea las teorías específicas,
los conceptos, la misma terminología técnica y las
principales orientaciones doctrinarias sobre las que
se basa la alquimia latina medieval.
Hasta aquí la profesora Crisciani. Ahora bien,
para fortuna nuestra, Julio Samsó nos tiende un
cable con su libro titulado Las ciencias de los antiguos
en al-Andalus. En primera instancia, señala que la
época taifa es el momento de pleno desarrollo de
la alquimia y la magia andalusíes. Hacia mediados
del siglo x aparecen dos obras: Rutbat al-hakīm (“El
rango del sabio”) y Gāyat al-hakīm (“La aspiración
del sabio”), atribuidas erróneamente por la tra-
dición manuscrita a Maslama de Madrid, célebre
matemático y astrónomo. A propósito de la magia,
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conviene señalar que en la Gāyat está entendida en
tanto conjunto de acciones insertadas dentro de
las leyes generales de la naturaleza, puesto que el
magoquesehaintroducidoenlaestructurageneral
de la realidad y ha logrado descubrir sus secretos
ocultos, no precisa recurrir a fuerzas diabólicas. No
se parece esto a la concepción actual de la magia,
cuyo rasgo principal, según destaca con agudeza
Umberto Eco, consiste en el cortocircuito entre la
causa y el efecto, justo lo opuesto a la ciencia.
De acuerdo con Samsó, la Rutbat al-hakīm es la
primera obra alquímica andalusí que se conser-
va, si bien en la época de al-Hakam ii (961-975)
existió el alquimista c
Abd Allāh b. Muhammad,
llamado al-Sārī, aparte del hecho de que existieron
en Córdoba laboratorios de alquimista al fenecer el
siglo x, a juzgar por la siguiente descripción de Ibn
Šuhayd, referida al laboratorio de su amigo Abū
c
Abd Allāh al-Faradī: “Una habitación ennegreci-
da, llena de vapores que parecían pedazos y en los
cuales se percibía el olor hediondo del arsénico,
del azufre, del cinabrio y de la sarcocola”. Ahora
bien, es menester aclarar que dicho laboratorio
no pasaba de ser un taller para la falsificación de
moneda.
En fin, estamos hablando de un ambiente
muy interesado en el tema, hecho reflejado en la
estructura misma de la Rutbat, en la que salta a la
vista el interés por la obra de Euclides, Ptolomeo y
Aristóteles, cuya lectura se exige al aprendiz de al-
quimista. Entre las fuentes alquímicas respectivas
figuran Hermes Trimegisto, Demócrito, Ostanes,
Agathodemon, Zósimo, María la Copta, Jālid ibn
Yazīd, Dū-l-Nūn, Ŷābir ibn Hayyān, Muhammad
ibn Zakariyyā’ al-Rāzī e Ibn Wahšiyya. Cosa curio-
sa, falta en esta enumeración el nombre glorioso
de Avicena, cuya obra no parecía estar muy di-
fundida en al-Andalus por aquellos días. De otro
lado, la Rutbat, amén de su componente teórica,
posee una componente práctica, expresada en
la información asimilada del mundo artesanal,
como drogueros, perfumistas, mineros, etc. Esto
obedeció al poco conocimiento que se tenía a
la sazón acerca de los metales y sus reacciones
al entrar en contacto entre sí, junto con su ma-
leabilidad y ductilidad, en marcado contraste
con el conocimiento manejado con soltura por
la gente considerada vulgar, esto es, los artesa-
nos. En general, lo más relevante de la Rutbat es
su énfasis en el trabajo de laboratorio,
según cabe apreciar, por ejemplo, en los
procedimientos para separar el oro y la
plata de las gangas, como el de la cope-
lación para separar la plata del plomo
o del cobre y el oro del cobre. Botón de
muestra, uno de los experimentos allí
referidos es de gran interés: al calentar
mercurio a fuego muy lento a lo largo
de cuatro días, se obtiene un polvillo
rojo (óxido de mercurio) sin pérdida de
peso por parte del mercurio. Destaquemos que
este tipo de experimentos atrajeron la atención
de Antoine-Laurent de Lavoisier en el siglo xviii,
habiendo tenido éxito con los mismos. Por tanto,
la alquimia andalusí del siglo xi no se quedaba
en los devaneos teóricos sin polo a tierra acerca
de la posibilidad de la transmutación de los
metales, sino que insistía en el sometimiento a
la disciplina de laboratorio. De otro lado, según
señala Jacob Most, siguiendo a Plutarco, fueron
los árabes quienes denominaron a la nueva
ciencia de la alquimia como tal al unir el artículo
definido al con la palabra kimiya, cuyo sentido
más aceptado es el de “tierra negra”, asociado a
uno de los principales estados de la obra alquí-
mica, la negrura.
El manejo de los metales en el seno de las socie-
dades islámicas ofrece una dimensión fascinante
en lo que concierne a la metalurgia, en especial a
la fabricación de espadas y dagas. En concreto, dos
aceros han sido famosos desde entonces: el acero
de Damasco, fruto del Islam Oriental, usado así
mismo en el Islam Occidental, que aportó a su vez
el acero toledano. Acerca del acero de Damasco,
cuenta Lorenzo Martínez que, en la época de las
cruzadas, Ricardo Corazón de León y Saladino,
enemigos acérrimos, pero caballerosos, se reunie-
ron en Palestina al fenecer el siglo xii. Ambos
La alquimia andalusí del siglo xi no se que-
daba en los devaneos teóricos sin polo a
tierra acerca de la posibilidad de la transmu-
tación de los metales, sino que insistía en el
sometimiento a la disciplina de laboratorio.
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monarcas comenzaron a jactarse de sus espadas. Se
propuso una prueba con ellas. El monarca inglés
levantó su espada, enorme, tosca, pesada, recta y
brillante, y la descargó con gran fuerza sobre una
maza de hierro que saltó hecha pedazos, lo que
no impresionó a los hijos del Profeta. Luego, Sala-
dino tomó su espada, esbelta, ligera y de un bello
color azul opaco. Era tan dura que podía afilarse
como una hoja de afeitar de las nuestras, a la vez
que lo bastante tenaz para absorber los golpes del
combate sin romperse. Con sutileza, Saladino puso
su espada encima de un cojín de plumas y la haló
con suavidad. Sin esfuerzo y resistencia visibles,
la espada se hundió en el cojín hasta cortarlo por
completo como si fuese mantequilla, hecho que
aturdió a los europeos, máxime cuando Saladino
arrojó un velo hacia arriba y, mientras flotaba en el
aire, lo cortó suavemente con su espada. En suma,
a los cruzados europeos no les cabía en la cabeza
que fuera posible conjugar dureza y tenacidad en
forma tan extraordinaria, reflejo esto del atraso de
la metalurgia cristiana frente a la islámica. Serán
necesarios siglos para equiparar ambas tecnolo-
gías. Esto sólo será posible en el siglo xix.
Hace poco, en noviembre de 2006, un grupo de
investigación de la Universidad de Dresde detectó
nanotubos de carbono en el acero de Damasco, lo
que podría explicar su fortaleza y filo característi-
cos, noticia que apareció en el semanario Nature.
Así, al buscar optimizar el método de forja, los
artesanos de Damasco, sin saberlo, emplearon
nanotubos de carbono más de cuatro centurias
antes de su descubrimiento. En general, las mag-
níficas propiedades de tal acero, esto es, su dureza
y poder cortante, se debían a su alto contenido en
carbono, la baja temperatura de forja en caliente
y la operación de temple.
Desde hace mucho tiempo, las armas hechas
con acero de Damasco fueron objeto de gran
admiración. Por ejemplo, Carlomagno heredó la
espada Joyosa de su padre, Pipino el Breve, quien,
al parecer, la recibió a su vez de Carlos Martel,
que se la arrebató a Abderramán al-Gafeki en la
batalla de Poitiers en el año 732. En el célebre
Cantar de Roldán aparecen estas líneas: “Magnífi-
cas, claras y blancas, centelleantes, notables por
su filo, y tienen la mejor de las hojas, templadas
en la sangre de los combates o en la de los ene-
migos”. Del mismo modo, la alta calidad de las
espadas muslimes destaca en este otro pasaje
del Cantar, una declaración de los sarracenos
Estorgán y Estramariz: “Obedeceremos vuestro
mandato —responden—. Atacaremos a Roldán
y a Oliveros; no tendrán los doce pares quien
les valga ante la muerte. Son buenas y tajantes
nuestras espadas: rojas habrá de tornarlas la
cálida sangre. Perecerán los franceses y Carlos
derramará su llanto; os devolveremos la Tierra
de los Padres. Creedlo, señor; en verdad habréis
de verlo: os entregaremos al propio emperador”.
De otro lado, en el poema de Beowulf, que tuvo su
papel en la creación de la obra magna de J.R.R.
Tolkien, Lord of the Rings, se menciona el “hierro
donde jugaban unas vetas venenosas”, pasaje
alusivo, según cabe juzgar, al hermoso aspecto
del acero de Damasco.
Famosas son también las espadas de Rodrigo
Díaz de Vivar, El Cid, personaje popularizado
gracias a la versión cinematográfica de 1961,
protagonizada por Charlton Heston y Sophia
Loren, filme con ciertas inexactitudes históricas.
Antes de ser Campeador, El Cid tuvo una espada
sarracena que perteneció a Mudarra González.
Más tarde, una vez Campeador, fueron famosas
sus espadas Colada (“la templada por la sangre
de los enemigos”), arrebatada al conde de Barce-
lona, y Tizona (“la ardiente o la rabiosa”), tomada
al emir marroquí Búcar. En la actualidad, puede
contemplarse a Tizona en el Museo del Ejército de
Madrid, con restauraciones en la hoja de acero y
una empuñadura que remplazó la original sarra-
cena, realizada en tiempos de los Reyes Católicos.
Si bien hay menos información sobre el acero
toledano, la disponible permite estimarlo como
una versión mejorada del acero de Damasco.
Incluso, llegó a acusarse en el pasado a los espa-
deros toledanos de ser brujos, de hacer tratos con
el maligno, de mezclar las aguas del río Tajo con
sangre para templar las espadas, leyendas que, en
el fondo, amén de la proverbial envidia hispana,
sugieren la elevada calidad de tal acero, máxime
que las hojas toledanas pasaban por un control
severísimo, al punto de descartar las imperfectas
y de no tolerar a los artesanos perezosos o descui-
dados. De ahí que estuviesen mejor equilibradas,
fuesen menos frágiles y más livianas. Fueron justo
espadas toledanas las que los conquistadores tra-
jeron a América. En la actualidad, las espadas de
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acero toledano han adquirido cierta notoriedad
a raíz del hecho de que Hugo Chávez, presidente
de Venezuela, gusta de usar y regalar réplicas de
la espada de Simón Bolívar fabricadas en Toledo.
La botica alquimista
Mar Rey Bueno resume la situación de la farma-
cología antes del Medioevo: en el siglo ii, Galeno
postuló como principios de una farmacología
racional, heredera de la terapéutica clásica y hele-
nística, los conceptos de alimento, medicamento y
veneno. El alimento, de origen animal, no causaba
alteraciones en el organismo y servía para su man-
tenimiento. A su vez, el medicamento, de origen
vegetal,causabamodificacionesbeneficiosas,mien-
tras que el veneno, procedente sobre todo del reino
mineral, producía alteraciones maléficas a quien lo
ingería. Estos tres postulados permanecerán por
siglos y las preparaciones farmacéuticas serán de
carácter vegetal.
Las antiguas boticas españolas mantienen su
impronta islámica, manifiesta sobre todo en la
nomenclatura. Sirva de ejemplo al respecto la
palabra albarelo, que no es otra cosa que un tarro
alto y estilizado, nombre proveniente del árabe
al-biruni (“para guardar drogas”). En general, la
distribucióndeunafarmaciasolíaconstardebotica,
rebotica ylaboratorio.Mientrasen la botica estaban
los medicamentos listos para su venta, la rebotica
era el lugar donde se daba el toque final, el repaso
y puesta a punto de los medicamentos que iban a
expenderse, cuya elaboración seguía las fórmulas
escritas por los médicos. El equipo habitual de la
rebotica consistía de libros, almireces, tarros, pildo-
reros,balanzasygranatorios.Másalfondo,estabael
laboratorio. De acuerdo con Luis Agromayor, es el
ámbito más sugestivo para un neófito en la materia,
puesto que lo traslada por unos instantes al pasado
de los alquimistas. Su equipo incluye retortas, ma-
traces, alambiques, morteros, almireces, hornillos,
balanzas, frascos, calaveras y animales disecados.
No puede faltar el gran horno de destilación, en
el cual se realizaban las mixturas, al igual que los
compuestos, colirios, emplastos, jeringatorios y
masticatorios. Como vemos, se trataba de un es-
cenario fascinante y un tanto misterioso. En fin,
quienquiera que haya tenido ocasión de conocer
alguna farmacia del Medellín de décadas atrás
podrá entender el cuadro descrito, puesto que va-
rias de nuestras farmacias de otrora solían tener, al
menos, botica y rebotica. No las de ahora, reducidas
a simples locales para la venta de drogas de marca
y cuyos vendedores no suelen tener mucha idea de
la mercancía que expenden al público.
Botica es un vocablo de vieja data. Se remonta
al año 1217, cuando apareció por vez primera en
una carta del rey Fernando III de Castilla a favor
de la ciudad de Burgos. Hoy día, tal vocablo ha
caído en desuso, lo mismo que rebotica, hecho
lamentable al faltar una palabra sustituta desde
el punto de vista funcional, esto es, “pieza que
está detrás de la principal de la botica y le sirve
de desahogo”. Aquí, conviene destacar la palabra
“desahogo” con motivo de su papel en la historia
de la ciencia y la cultura en el mundo hispano,
puesto que los “desahogos”, como hace ver José
María López Piñero, tenían que ver con tareas de
índole científica y técnica, algunas de las cuales
resultaron en contribuciones de primera línea en
disciplinas como la botánica y la química, o con
cuestiones sobre instrumentos y métodos de análi-
sis de la naturaleza. Pero, no menos importante, la
rebotica fue uno de los escenarios por antonomasia
de los grupos consagrados a la creación literaria,
las humanidades y el debate intelectual. Como en-
fatiza López Piñero con toda razón, la mayoría de
quienes trabajaban en las antiguas boticas hispanas
eran profesionales respetables dedicados en forma
seria y honesta a la lucha contra la enfermedad,
conociendo, confeccionando y despachando me-
dicamentos. No eran meros autómatas científicos
y técnicos, sino seres humanos integrados al uni-
verso de la cultura y condicionados por todas las
circunstancias sociales, políticas y económicas. Con
estas precisiones, López Piñero procura neutralizar
las posturas presentistas y chauvinistas históricas
dominantes entre buena parte de los profesionales
de la salud de hoy día. Al fin y al cabo, el legado
científico andalusí tenía un fuerte basamento
racional.
EnelMuseodelaFarmaciaHispana,enMadrid,
puede admirarse la reproducción de una botica
medievalhispano-árabebasadaendibujosantiguos,
testimonios escritos y la farmacia toledana del siglo
xiv conservada en el Museo Victoria & Albert, en
Londres. Sin embargo, acaso más interesante sea
la presencia de la alquimia en El Quijote, en el que
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Espada Tizona de El Cid
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está la impronta islámica dado el pasado andalusí.
Según Carlos García-Verdugo, a propósito de alqui-
mia y botica, abundan los términos boticarios en
la obra magna de Cervantes. He aquí un primer
ejemplo: el episodio acaecido en la venta, en el
cual el ventero recomienda a don Quijote llevar
consigo una arqueta repleta de ungüentos, dado
que no había quien curase a los caballeros andantes
por el camino: “si ya no era que tenían algún sabio
encantador por amigo, que luego los socorría, tra-
yendo por el aire en alguna nube alguna doncella
o enano con alguna redoma de agua de tal virtud,
que en gustando alguna gota della luego al punto
quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si
mal alguno hubiesen tenido”. En este fragmento,
el agua de virtud era una infusión de plantas con
una pretendida virtud curativa o mágica capaz de
rejuvenecer el rostro, mutar el color del cabello o
dar la inmortalidad.
Tampoco falta el paracelsismo en El Quijote,
como ilustran estas palabras de la condesa Trifal-
di: “Allí era el brincar de las almas, el retozar de
la risa, el desasosiego de los cuerpos y finalmente
el azogue de todos los sentidos”, pasaje alusivo al
trastorno en las sensaciones o la muerte de los
sentidos. Ahora bien, en lo atinente a la influen-
cia árabe, Ŷābir ibn Hayyān, latinizado Geber,
sobresale entre los alquimistas de la tradición
respectiva. Un aporte de Geber fue su teoría de
la balanza, una aplicación sistemática de la teo-
ría de los cuatro elementos a la posibilidad de la
transmutación, la cual aparece en el episodio del
yelmo de Mambrino: “debió de venir a manos
de quien no supo conocer ni estimar su valor y,
sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo,
debió de fundir la mitad para aprovecharse del
precio, y de la otra mitad hizo ésta que parece
bacía de barbero, como tú dices. Pero sea lo que
fuere, que para mí que la conozco no hace al caso
su trasmutación, que yo la aderezaré en el primer
lugar donde haya herrero”. En general, no debe
sorprender una presencia tan fuerte de la alqui-
mia en El Quijote, habida cuenta que, en aquellos
días, aún no se habían divorciado los lenguajes
humanista y científico.
Mircea Eliade, en su obra Herreros y alquimistas,
expresa así el paso de la alquimia a la química,
que no podemos desligar de tan nefasto divorcio,
si lo pensamos bien:
La historia de las ciencias no reconoce ruptu-
ra absoluta entre la alquimia y la química: una y
otra trabajan con las mismas sustancias minerales,
utilizan los mismos aparatos y, generalmente, se
dedican a las mismas experiencias. En la medida
en que se reconoce la validez de las investigaciones
sobre el “origen” de las técnicas y las ciencias, la
perspectiva del historiador de la química es per-
fectamente defendible: la química ha nacido de
la alquimia; para ser más exactos, ha nacido de la
descomposición de la ideología alquímica. Pero en
el panorama visual de una historia del espíritu, el
proceso se presenta de distinto modo: la alquimia
se erigía en ciencia sagrada, mientras que la quími-
ca se constituyó después de haber despojado a las
sustancias de su carácter sacro. Existe, por tanto,
una necesaria solución de continuidad entre el
plano de lo sagrado y el de la experiencia profana.
Obsérvese la relativa concordancia con las pre-
cisiones de Chiara Crisciani, aunque ella ahonda
más en la distinción entre alquimia y química.
En fin, acaso el divorcio de marras explique la
tendencia de diversas publicaciones contempo-
ráneas sobre historia de la alquimia a reducirla
a una protoquímica. Por ejemplo, un artículo de
Manuel Esteban Piñeiro, del Instituto de Historia
de la Ciencia y de la Técnica de la Universidad
de Valladolid, en el cual parte de la limitada de-
finición de alquimia dada en el Diccionario de
la Lengua Española de la RAE.
Volviendo al siglo x, todavía durante el esplen-
dor de la ciencia andalusí, Antonio Escohotado,
al recordarnos que el Califato de Córdoba era
el lugar más culto y liberal de Europa, destaca
que allí vuelve a prepararse la triaca magna o
galénica para la corte de Abderramán III, y que
surgen varios libros sobre botánica medicinal
y farmacia, inconcebibles en cualquier reino
cristiano de entonces. De este modo, no hemos
de sorprendernos por el auge posterior de las
farmacias hispanas según lo descrito más arriba,
con su aire alquímico asociado a la concepción de
su laboratorio. Después de todo, los traductores
del árabe de las escuelas de Toledo y Sicilia de-
volvieron a Occidente la parte del saber pagano
que sobrevivió a la estupidez incendiaria de los
primeros cristianos. Los primeros textos árabes
sobre alquimia vertidos al latín medieval fueron
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de su época de esplendor. Ante todo, la historia de
la ciencia, para que tenga real valía, ha de ser una
historia crítica, despojada por completo de mistifi-
caciones y anecdotismos fuera de contexto. De lo
contrario, estaremos siempre expuestos a recaer en
las discusiones bizantinas propias de la polémica
de la ciencia hispana, que siguen proliferando en el
mundo hispano como verdolaga en playa.
Carlos Eduardo Sierra C. (Colombia)
Profesor Asociado de la Facultad de Minas de la Universidad
Nacional de Colombia y autor de publicaciones sobre bioética,
historia de la ciencia y la tecnología y educación en medios de
Colombia, Venezuela, México, Argentina, Estados Unidos, Es-
paña y Gran Bretaña.
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Laboratorio de alquimista
u
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la presencia oficial y generalizada de la misma en
Europa será posible gracias a Robertus Castrensis,
archidiácono de Pamplona, quien llevó a cabo, en
1142, la traducción de Morienus. Incluso, la Univer-
sidad de Montpellier, fundada en el año 1289, justo
el centro de investigación europeo más frecuentado
por estudiosos de ambos lados de los Pirineos, llegó
a ser la “Universidad de los Alquimistas”, habida
cuenta que allí profesaron numerosos médicos
árabes y judíos, quienes impartieron las enseñan-
zas herméticas en sus clases magistrales. Entre los
alumnos allí formados figuraron nada menos que
AlbertoMagno,RogerBacon,ArnaldodeVilanovay
Raimundo Lulio, de obligada mención en la historia
de la ciencia por aquellas centurias.
Por desgracia, como señala Pedro Voltes, histo-
riador español, hay operaciones y sustancias del
comercio presente basadas en la alquimia timadora,
queennadaseparecenalaalquimiaseriapracticada
por personajes como los que se acaban de nombrar
y sus maestros andalusíes, una alquimia que, sin
la menor duda, contribuyó de forma estimable
al avance científico. He aquí entonces la claridad
que logramos cuando pasamos por el peine fino
la historia de la alquimia y la despojamos de sus
múltiples obstáculos epistemológicos, claridad que
permite aquilatar otra dimensión de la siempre fas-
cinante ciencia y tecnología andalusí, en especial la

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  • 1. Ciencia y tecnología andalusí: alquimia y metalurgia Carlos Eduardo Sierra C. Alquimistas andalusíes
  • 2. revista UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 39 EN PREDIOS DE LA QUIMERA Albarelos Una ciencia como remedio que coexistía con el arte E n la cautivadora historia de la ciencia y la tecnología en la España islámica medieval, al-Andalus, la alquimia y la metalurgia constituyen una dimensión mal conocida. En especial, la alqui- mia es ilustrativa en virtud de la existencia de objetos de uso científico y técnico bellamente realizados, como los de la cerámica farmacéuti- ca: albarelos, orzas y morteros, por destacar sólo unos cuantos. Con justa razón, José María López Piñero, investigador conspicuo de tal historia en el mundo hispano, señala que la separación actual entre tecnociencia y arte es una verdadera esquizofrenia cultural de graves consecuencias al disgregar la unidad intrínseca de las actividades humanas. En todo caso, como sostiene él, los hechos resultan más interesantes y atrayentes que las fabulaciones arbitrarias. Por tanto, sigamos su consejo, máxime dado que, en la España medie- val, coincidieron gentes de diversas culturas, por lo que fue el foco cultural más importante de la Europa de entonces, y que, mediante el Califato de Córdoba, llegó a dicha región el legado del mundo clásico. De otro lado, es aconsejable tomar en cuenta ciertas precisiones de una experta italiana en historia de la alquimia, Chiara Crisciani, de la Universidad de Pavía. En primera instancia, ella brinda una definición de alquimia a fin de orien- tarnos adecuadamente: “Una práctica operativa de transformación concreta de sustancias mate- riales, realizada en un laboratorio”. De acuerdo con Crisciani, esta definición trata de unificar las formas de alquimia que se dieron en diversas civilizaciones, como China, el mundo helénico y los territorios del Islam. No obstante, dicha defini- ción tiene un inconveniente, puesto que la misma sirve para englobar las prácticas más recientes de
  • 3. revista UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 40 la química y la ingeniería química, por lo que es conveniente aumentar la precisión de esta defi- nición y establecerla como sigue: un conjunto de prácticas operativas de transformación concreta de sustancias materiales llevada a cabo en un laboratorio en conformidad con un paradigma distintivo. Ahora bien, ¿cuál es este paradigma que distingue a la alquimia de otros modos de transformación de la materia? Como bien lo dice Chiara, hay proximidad entre las prácticas de los alquimistas y las de los artesanos, pero entre unos y otros existe una diferencia fundamental. Siguiendo a Crisciani, la alquimia no es una protoquímica, una técnica de los metales, acaso todavía incierta y errónea, que continuaría en la química moderna. Y no lo es al ser diferentes tanto su finalidad como sus métodos, siendo más bien los propios de una filosofía operativa del perfeccionamiento. Así que no nos engañe el hecho del tránsito histórico de los instrumentos y varios procedimientos de la alquimia a la quí- mica. Pero, de otro lado, la alquimia tampoco es una técnica de elevación espiritual, que trataría de las alteraciones del alma, expresadas en forma alegórica por los cambios de los metales, aunque los alquimistas destacan la evolución interior del operador. De facto, el alquimista es un filósofo técnico que se ocupa del mundo, que se insinúa en los procesos naturales con dulzura y competencia, tejiendo con natura vínculos de respeto reverente, y que recrea aspectos de la realidad material para su perfección. De esta suerte, la alquimia es un trabajo religioso a la vez que filosófico, puesto que busca la perfección, pero en conformidad con la doctrina y la experiencia, no por vías irracionales o milagrosas. Como se ve, es una sabiduría com- pleja, al punto que, según advierte el historiador N. Sivin, no es posible la comprensión de la al- quimia si nos remitimos por separado a la historia de la química o de las religiones, lo cual sintoniza con lo señalado décadas atrás por el científico y escritor británico Charles Percy Snow. Una dimensión mal conocida de la ciencia y la tecnología andalusí Resulta de lo más sorprendente que la alquimia sea casi la gran ausente al rastrear la historia de la ciencia andalusí. Botón de muestra, un autor tan erudito como José María López Piñero no la aborda en una obra suya de divulgación de hace bastantes años (1986), salvo por la mención de ella en lo que atañe a la España de la Baja Edad Media. En comparación, cabe hallar mucha más información en otras áreas científicas y técnicas andalusíes, como las matemáticas, la astronomía, la medicina y la agronomía. La ironía de esto estri- ba en el hecho de que el desarrollo de la alquimia en la Europa cristiana del Medioevo tardío fue posible gracias al conocimiento aportado por el Islam Occidental. A este respecto, Chiara Crisciani es muy contundente: La alquimia —el término mismo, los textos fundamentales— aparece en la cultura latina occidental sólo en el siglo xii, y los autores de la época hablan de ella como de una absoluta nove- dad, ignorada totalmente por los latinos. ¿Por qué novedad? En la cultura clásica no faltaban cierta- mente conocimientos sobre minerales, metales, transformaciones técnicas e, incluso, en los siglos de deterioro de los estudios, estos conocimientos permanecen vivos, aunque fragmentados y debi- litados, en los lapidarios, los recetarios técnicos y en las enciclopedias de la Alta Edad Media. Sin embargo, tales informaciones y nociones se ven privadas del fondo teórico y filosófico que define el proyecto de transformación-perfeccionamiento de la materia específica de la alquimia. Dichas teorías y perspectivas filosóficas son justamente vistas como “nuevas”. Nuevas y todas ellas tomadas de la cultura árabe, heredera y trans- formadora de la alquimia helenística: de hecho, es la cultura árabe la que crea las teorías específicas, los conceptos, la misma terminología técnica y las principales orientaciones doctrinarias sobre las que se basa la alquimia latina medieval. Hasta aquí la profesora Crisciani. Ahora bien, para fortuna nuestra, Julio Samsó nos tiende un cable con su libro titulado Las ciencias de los antiguos en al-Andalus. En primera instancia, señala que la época taifa es el momento de pleno desarrollo de la alquimia y la magia andalusíes. Hacia mediados del siglo x aparecen dos obras: Rutbat al-hakīm (“El rango del sabio”) y Gāyat al-hakīm (“La aspiración del sabio”), atribuidas erróneamente por la tra- dición manuscrita a Maslama de Madrid, célebre matemático y astrónomo. A propósito de la magia,
  • 4. revista UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 41 conviene señalar que en la Gāyat está entendida en tanto conjunto de acciones insertadas dentro de las leyes generales de la naturaleza, puesto que el magoquesehaintroducidoenlaestructurageneral de la realidad y ha logrado descubrir sus secretos ocultos, no precisa recurrir a fuerzas diabólicas. No se parece esto a la concepción actual de la magia, cuyo rasgo principal, según destaca con agudeza Umberto Eco, consiste en el cortocircuito entre la causa y el efecto, justo lo opuesto a la ciencia. De acuerdo con Samsó, la Rutbat al-hakīm es la primera obra alquímica andalusí que se conser- va, si bien en la época de al-Hakam ii (961-975) existió el alquimista c Abd Allāh b. Muhammad, llamado al-Sārī, aparte del hecho de que existieron en Córdoba laboratorios de alquimista al fenecer el siglo x, a juzgar por la siguiente descripción de Ibn Šuhayd, referida al laboratorio de su amigo Abū c Abd Allāh al-Faradī: “Una habitación ennegreci- da, llena de vapores que parecían pedazos y en los cuales se percibía el olor hediondo del arsénico, del azufre, del cinabrio y de la sarcocola”. Ahora bien, es menester aclarar que dicho laboratorio no pasaba de ser un taller para la falsificación de moneda. En fin, estamos hablando de un ambiente muy interesado en el tema, hecho reflejado en la estructura misma de la Rutbat, en la que salta a la vista el interés por la obra de Euclides, Ptolomeo y Aristóteles, cuya lectura se exige al aprendiz de al- quimista. Entre las fuentes alquímicas respectivas figuran Hermes Trimegisto, Demócrito, Ostanes, Agathodemon, Zósimo, María la Copta, Jālid ibn Yazīd, Dū-l-Nūn, Ŷābir ibn Hayyān, Muhammad ibn Zakariyyā’ al-Rāzī e Ibn Wahšiyya. Cosa curio- sa, falta en esta enumeración el nombre glorioso de Avicena, cuya obra no parecía estar muy di- fundida en al-Andalus por aquellos días. De otro lado, la Rutbat, amén de su componente teórica, posee una componente práctica, expresada en la información asimilada del mundo artesanal, como drogueros, perfumistas, mineros, etc. Esto obedeció al poco conocimiento que se tenía a la sazón acerca de los metales y sus reacciones al entrar en contacto entre sí, junto con su ma- leabilidad y ductilidad, en marcado contraste con el conocimiento manejado con soltura por la gente considerada vulgar, esto es, los artesa- nos. En general, lo más relevante de la Rutbat es su énfasis en el trabajo de laboratorio, según cabe apreciar, por ejemplo, en los procedimientos para separar el oro y la plata de las gangas, como el de la cope- lación para separar la plata del plomo o del cobre y el oro del cobre. Botón de muestra, uno de los experimentos allí referidos es de gran interés: al calentar mercurio a fuego muy lento a lo largo de cuatro días, se obtiene un polvillo rojo (óxido de mercurio) sin pérdida de peso por parte del mercurio. Destaquemos que este tipo de experimentos atrajeron la atención de Antoine-Laurent de Lavoisier en el siglo xviii, habiendo tenido éxito con los mismos. Por tanto, la alquimia andalusí del siglo xi no se quedaba en los devaneos teóricos sin polo a tierra acerca de la posibilidad de la transmutación de los metales, sino que insistía en el sometimiento a la disciplina de laboratorio. De otro lado, según señala Jacob Most, siguiendo a Plutarco, fueron los árabes quienes denominaron a la nueva ciencia de la alquimia como tal al unir el artículo definido al con la palabra kimiya, cuyo sentido más aceptado es el de “tierra negra”, asociado a uno de los principales estados de la obra alquí- mica, la negrura. El manejo de los metales en el seno de las socie- dades islámicas ofrece una dimensión fascinante en lo que concierne a la metalurgia, en especial a la fabricación de espadas y dagas. En concreto, dos aceros han sido famosos desde entonces: el acero de Damasco, fruto del Islam Oriental, usado así mismo en el Islam Occidental, que aportó a su vez el acero toledano. Acerca del acero de Damasco, cuenta Lorenzo Martínez que, en la época de las cruzadas, Ricardo Corazón de León y Saladino, enemigos acérrimos, pero caballerosos, se reunie- ron en Palestina al fenecer el siglo xii. Ambos La alquimia andalusí del siglo xi no se que- daba en los devaneos teóricos sin polo a tierra acerca de la posibilidad de la transmu- tación de los metales, sino que insistía en el sometimiento a la disciplina de laboratorio.
  • 5. revista UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 42 monarcas comenzaron a jactarse de sus espadas. Se propuso una prueba con ellas. El monarca inglés levantó su espada, enorme, tosca, pesada, recta y brillante, y la descargó con gran fuerza sobre una maza de hierro que saltó hecha pedazos, lo que no impresionó a los hijos del Profeta. Luego, Sala- dino tomó su espada, esbelta, ligera y de un bello color azul opaco. Era tan dura que podía afilarse como una hoja de afeitar de las nuestras, a la vez que lo bastante tenaz para absorber los golpes del combate sin romperse. Con sutileza, Saladino puso su espada encima de un cojín de plumas y la haló con suavidad. Sin esfuerzo y resistencia visibles, la espada se hundió en el cojín hasta cortarlo por completo como si fuese mantequilla, hecho que aturdió a los europeos, máxime cuando Saladino arrojó un velo hacia arriba y, mientras flotaba en el aire, lo cortó suavemente con su espada. En suma, a los cruzados europeos no les cabía en la cabeza que fuera posible conjugar dureza y tenacidad en forma tan extraordinaria, reflejo esto del atraso de la metalurgia cristiana frente a la islámica. Serán necesarios siglos para equiparar ambas tecnolo- gías. Esto sólo será posible en el siglo xix. Hace poco, en noviembre de 2006, un grupo de investigación de la Universidad de Dresde detectó nanotubos de carbono en el acero de Damasco, lo que podría explicar su fortaleza y filo característi- cos, noticia que apareció en el semanario Nature. Así, al buscar optimizar el método de forja, los artesanos de Damasco, sin saberlo, emplearon nanotubos de carbono más de cuatro centurias antes de su descubrimiento. En general, las mag- níficas propiedades de tal acero, esto es, su dureza y poder cortante, se debían a su alto contenido en carbono, la baja temperatura de forja en caliente y la operación de temple. Desde hace mucho tiempo, las armas hechas con acero de Damasco fueron objeto de gran admiración. Por ejemplo, Carlomagno heredó la espada Joyosa de su padre, Pipino el Breve, quien, al parecer, la recibió a su vez de Carlos Martel, que se la arrebató a Abderramán al-Gafeki en la batalla de Poitiers en el año 732. En el célebre Cantar de Roldán aparecen estas líneas: “Magnífi- cas, claras y blancas, centelleantes, notables por su filo, y tienen la mejor de las hojas, templadas en la sangre de los combates o en la de los ene- migos”. Del mismo modo, la alta calidad de las espadas muslimes destaca en este otro pasaje del Cantar, una declaración de los sarracenos Estorgán y Estramariz: “Obedeceremos vuestro mandato —responden—. Atacaremos a Roldán y a Oliveros; no tendrán los doce pares quien les valga ante la muerte. Son buenas y tajantes nuestras espadas: rojas habrá de tornarlas la cálida sangre. Perecerán los franceses y Carlos derramará su llanto; os devolveremos la Tierra de los Padres. Creedlo, señor; en verdad habréis de verlo: os entregaremos al propio emperador”. De otro lado, en el poema de Beowulf, que tuvo su papel en la creación de la obra magna de J.R.R. Tolkien, Lord of the Rings, se menciona el “hierro donde jugaban unas vetas venenosas”, pasaje alusivo, según cabe juzgar, al hermoso aspecto del acero de Damasco. Famosas son también las espadas de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, personaje popularizado gracias a la versión cinematográfica de 1961, protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren, filme con ciertas inexactitudes históricas. Antes de ser Campeador, El Cid tuvo una espada sarracena que perteneció a Mudarra González. Más tarde, una vez Campeador, fueron famosas sus espadas Colada (“la templada por la sangre de los enemigos”), arrebatada al conde de Barce- lona, y Tizona (“la ardiente o la rabiosa”), tomada al emir marroquí Búcar. En la actualidad, puede contemplarse a Tizona en el Museo del Ejército de Madrid, con restauraciones en la hoja de acero y una empuñadura que remplazó la original sarra- cena, realizada en tiempos de los Reyes Católicos. Si bien hay menos información sobre el acero toledano, la disponible permite estimarlo como una versión mejorada del acero de Damasco. Incluso, llegó a acusarse en el pasado a los espa- deros toledanos de ser brujos, de hacer tratos con el maligno, de mezclar las aguas del río Tajo con sangre para templar las espadas, leyendas que, en el fondo, amén de la proverbial envidia hispana, sugieren la elevada calidad de tal acero, máxime que las hojas toledanas pasaban por un control severísimo, al punto de descartar las imperfectas y de no tolerar a los artesanos perezosos o descui- dados. De ahí que estuviesen mejor equilibradas, fuesen menos frágiles y más livianas. Fueron justo espadas toledanas las que los conquistadores tra- jeron a América. En la actualidad, las espadas de
  • 6. revista UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 43 acero toledano han adquirido cierta notoriedad a raíz del hecho de que Hugo Chávez, presidente de Venezuela, gusta de usar y regalar réplicas de la espada de Simón Bolívar fabricadas en Toledo. La botica alquimista Mar Rey Bueno resume la situación de la farma- cología antes del Medioevo: en el siglo ii, Galeno postuló como principios de una farmacología racional, heredera de la terapéutica clásica y hele- nística, los conceptos de alimento, medicamento y veneno. El alimento, de origen animal, no causaba alteraciones en el organismo y servía para su man- tenimiento. A su vez, el medicamento, de origen vegetal,causabamodificacionesbeneficiosas,mien- tras que el veneno, procedente sobre todo del reino mineral, producía alteraciones maléficas a quien lo ingería. Estos tres postulados permanecerán por siglos y las preparaciones farmacéuticas serán de carácter vegetal. Las antiguas boticas españolas mantienen su impronta islámica, manifiesta sobre todo en la nomenclatura. Sirva de ejemplo al respecto la palabra albarelo, que no es otra cosa que un tarro alto y estilizado, nombre proveniente del árabe al-biruni (“para guardar drogas”). En general, la distribucióndeunafarmaciasolíaconstardebotica, rebotica ylaboratorio.Mientrasen la botica estaban los medicamentos listos para su venta, la rebotica era el lugar donde se daba el toque final, el repaso y puesta a punto de los medicamentos que iban a expenderse, cuya elaboración seguía las fórmulas escritas por los médicos. El equipo habitual de la rebotica consistía de libros, almireces, tarros, pildo- reros,balanzasygranatorios.Másalfondo,estabael laboratorio. De acuerdo con Luis Agromayor, es el ámbito más sugestivo para un neófito en la materia, puesto que lo traslada por unos instantes al pasado de los alquimistas. Su equipo incluye retortas, ma- traces, alambiques, morteros, almireces, hornillos, balanzas, frascos, calaveras y animales disecados. No puede faltar el gran horno de destilación, en el cual se realizaban las mixturas, al igual que los compuestos, colirios, emplastos, jeringatorios y masticatorios. Como vemos, se trataba de un es- cenario fascinante y un tanto misterioso. En fin, quienquiera que haya tenido ocasión de conocer alguna farmacia del Medellín de décadas atrás podrá entender el cuadro descrito, puesto que va- rias de nuestras farmacias de otrora solían tener, al menos, botica y rebotica. No las de ahora, reducidas a simples locales para la venta de drogas de marca y cuyos vendedores no suelen tener mucha idea de la mercancía que expenden al público. Botica es un vocablo de vieja data. Se remonta al año 1217, cuando apareció por vez primera en una carta del rey Fernando III de Castilla a favor de la ciudad de Burgos. Hoy día, tal vocablo ha caído en desuso, lo mismo que rebotica, hecho lamentable al faltar una palabra sustituta desde el punto de vista funcional, esto es, “pieza que está detrás de la principal de la botica y le sirve de desahogo”. Aquí, conviene destacar la palabra “desahogo” con motivo de su papel en la historia de la ciencia y la cultura en el mundo hispano, puesto que los “desahogos”, como hace ver José María López Piñero, tenían que ver con tareas de índole científica y técnica, algunas de las cuales resultaron en contribuciones de primera línea en disciplinas como la botánica y la química, o con cuestiones sobre instrumentos y métodos de análi- sis de la naturaleza. Pero, no menos importante, la rebotica fue uno de los escenarios por antonomasia de los grupos consagrados a la creación literaria, las humanidades y el debate intelectual. Como en- fatiza López Piñero con toda razón, la mayoría de quienes trabajaban en las antiguas boticas hispanas eran profesionales respetables dedicados en forma seria y honesta a la lucha contra la enfermedad, conociendo, confeccionando y despachando me- dicamentos. No eran meros autómatas científicos y técnicos, sino seres humanos integrados al uni- verso de la cultura y condicionados por todas las circunstancias sociales, políticas y económicas. Con estas precisiones, López Piñero procura neutralizar las posturas presentistas y chauvinistas históricas dominantes entre buena parte de los profesionales de la salud de hoy día. Al fin y al cabo, el legado científico andalusí tenía un fuerte basamento racional. EnelMuseodelaFarmaciaHispana,enMadrid, puede admirarse la reproducción de una botica medievalhispano-árabebasadaendibujosantiguos, testimonios escritos y la farmacia toledana del siglo xiv conservada en el Museo Victoria & Albert, en Londres. Sin embargo, acaso más interesante sea la presencia de la alquimia en El Quijote, en el que
  • 8. revista UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 45 está la impronta islámica dado el pasado andalusí. Según Carlos García-Verdugo, a propósito de alqui- mia y botica, abundan los términos boticarios en la obra magna de Cervantes. He aquí un primer ejemplo: el episodio acaecido en la venta, en el cual el ventero recomienda a don Quijote llevar consigo una arqueta repleta de ungüentos, dado que no había quien curase a los caballeros andantes por el camino: “si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo, que luego los socorría, tra- yendo por el aire en alguna nube alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud, que en gustando alguna gota della luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido”. En este fragmento, el agua de virtud era una infusión de plantas con una pretendida virtud curativa o mágica capaz de rejuvenecer el rostro, mutar el color del cabello o dar la inmortalidad. Tampoco falta el paracelsismo en El Quijote, como ilustran estas palabras de la condesa Trifal- di: “Allí era el brincar de las almas, el retozar de la risa, el desasosiego de los cuerpos y finalmente el azogue de todos los sentidos”, pasaje alusivo al trastorno en las sensaciones o la muerte de los sentidos. Ahora bien, en lo atinente a la influen- cia árabe, Ŷābir ibn Hayyān, latinizado Geber, sobresale entre los alquimistas de la tradición respectiva. Un aporte de Geber fue su teoría de la balanza, una aplicación sistemática de la teo- ría de los cuatro elementos a la posibilidad de la transmutación, la cual aparece en el episodio del yelmo de Mambrino: “debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo ésta que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero sea lo que fuere, que para mí que la conozco no hace al caso su trasmutación, que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero”. En general, no debe sorprender una presencia tan fuerte de la alqui- mia en El Quijote, habida cuenta que, en aquellos días, aún no se habían divorciado los lenguajes humanista y científico. Mircea Eliade, en su obra Herreros y alquimistas, expresa así el paso de la alquimia a la química, que no podemos desligar de tan nefasto divorcio, si lo pensamos bien: La historia de las ciencias no reconoce ruptu- ra absoluta entre la alquimia y la química: una y otra trabajan con las mismas sustancias minerales, utilizan los mismos aparatos y, generalmente, se dedican a las mismas experiencias. En la medida en que se reconoce la validez de las investigaciones sobre el “origen” de las técnicas y las ciencias, la perspectiva del historiador de la química es per- fectamente defendible: la química ha nacido de la alquimia; para ser más exactos, ha nacido de la descomposición de la ideología alquímica. Pero en el panorama visual de una historia del espíritu, el proceso se presenta de distinto modo: la alquimia se erigía en ciencia sagrada, mientras que la quími- ca se constituyó después de haber despojado a las sustancias de su carácter sacro. Existe, por tanto, una necesaria solución de continuidad entre el plano de lo sagrado y el de la experiencia profana. Obsérvese la relativa concordancia con las pre- cisiones de Chiara Crisciani, aunque ella ahonda más en la distinción entre alquimia y química. En fin, acaso el divorcio de marras explique la tendencia de diversas publicaciones contempo- ráneas sobre historia de la alquimia a reducirla a una protoquímica. Por ejemplo, un artículo de Manuel Esteban Piñeiro, del Instituto de Historia de la Ciencia y de la Técnica de la Universidad de Valladolid, en el cual parte de la limitada de- finición de alquimia dada en el Diccionario de la Lengua Española de la RAE. Volviendo al siglo x, todavía durante el esplen- dor de la ciencia andalusí, Antonio Escohotado, al recordarnos que el Califato de Córdoba era el lugar más culto y liberal de Europa, destaca que allí vuelve a prepararse la triaca magna o galénica para la corte de Abderramán III, y que surgen varios libros sobre botánica medicinal y farmacia, inconcebibles en cualquier reino cristiano de entonces. De este modo, no hemos de sorprendernos por el auge posterior de las farmacias hispanas según lo descrito más arriba, con su aire alquímico asociado a la concepción de su laboratorio. Después de todo, los traductores del árabe de las escuelas de Toledo y Sicilia de- volvieron a Occidente la parte del saber pagano que sobrevivió a la estupidez incendiaria de los primeros cristianos. Los primeros textos árabes sobre alquimia vertidos al latín medieval fueron
  • 9. revista UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 46 de su época de esplendor. Ante todo, la historia de la ciencia, para que tenga real valía, ha de ser una historia crítica, despojada por completo de mistifi- caciones y anecdotismos fuera de contexto. De lo contrario, estaremos siempre expuestos a recaer en las discusiones bizantinas propias de la polémica de la ciencia hispana, que siguen proliferando en el mundo hispano como verdolaga en playa. Carlos Eduardo Sierra C. (Colombia) Profesor Asociado de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia y autor de publicaciones sobre bioética, historia de la ciencia y la tecnología y educación en medios de Colombia, Venezuela, México, Argentina, Estados Unidos, Es- paña y Gran Bretaña. Bibliografía Agromayor Luis. “Las farmacias: un mundo prodigioso”. En: La aventura de la historia. Año 3, N.° 28, 2001, pp. 78-85. Anónimo francés. El cantar de Roldán. En línea: <http://www. ciudadseva.com/textos/poesia/roldan/roldan.htm> [16 de mayo de 2011]. Criado Antonio José et al. “El secreto del acero de Damasco”. En: Investigación y Ciencia, N.° 244, 1997, pp. 16-25. Crisciani Chiara. “Transformando la naturaleza: el alquimista”. En: La aventura de la historia, Año 8, N.° 89, 2006, pp. 80-87. Eco Umberto. “Ciencia, tecnología y magia”. En: A paso de can- grejo: Artículos, reflexiones y decepciones, 2000-2006. Bogotá: De- bate, 2007. Eliade Mircea. Herreros y alquimistas. Madrid: Alianza, 1983. Escohotado Antonio. Las drogas: De los orígenes a la prohibición. Madrid: Alianza, 1994. García Verdugo-Caso Carlos. “Alquimia y atomismo en El Qui- jote”. En: Anales cervantinos, Vol. XL, 2008, pp. 63-87. López P. José María. La ciencia en la historia hispánica. Barcelona: Salvat, 1986. ———. “La historia de las boticas: ciencia y técnicas, artes y letras”. En: La aventura de la historia, Año 3, N.° 28, 2001, p. 83. Martínez G. Lorenzo. Acero. México: Fondo de Cultura Econó- mica, 1997. Most Jacob. “Alquimia y alquimistas en la Europa medieval”. En: Arqueología, historia y viajes sobre el mundo medieval, N.° 15, 2006, pp. 80-88. Piñeiro Manuel E. “Los alquimistas de Palacio”. En: Antonio Lafuente y Javier Moscoso. (eds.), Madrid, ciencia y corte. Ma- drid: Dirección General de Investigación de la Comunidad de Madrid, 1999, pp. 115-119. Reibold Marianne et al. “Materials: Carbon nanotubes in an ancient Damascus sabre”. En: Nature, Vol. 444, N.° 7117, 2006, p. 286. Rey B. Mar. “La botica alquimista”. En: Azogue, N.° 2, 1999. En línea: <www.revistaazogue.com> Rosaspini Roberto. (adaptador). Beowulf. Buenos Aires: Long- seller, 2003. Samsó Julio. Las ciencias de los antiguos en al-Andalus. Madrid: Mapfre, 1992. Snow Charles Percy. The Two Cultures. Cambridge: Cambridge University Press, 1996. Voltes Pedro. Historia de la estupidez humana. Madrid: Espasa Calpe, 1999. Laboratorio de alquimista u obra de Gerardo de Cremona en el siglo xii, aunque la presencia oficial y generalizada de la misma en Europa será posible gracias a Robertus Castrensis, archidiácono de Pamplona, quien llevó a cabo, en 1142, la traducción de Morienus. Incluso, la Univer- sidad de Montpellier, fundada en el año 1289, justo el centro de investigación europeo más frecuentado por estudiosos de ambos lados de los Pirineos, llegó a ser la “Universidad de los Alquimistas”, habida cuenta que allí profesaron numerosos médicos árabes y judíos, quienes impartieron las enseñan- zas herméticas en sus clases magistrales. Entre los alumnos allí formados figuraron nada menos que AlbertoMagno,RogerBacon,ArnaldodeVilanovay Raimundo Lulio, de obligada mención en la historia de la ciencia por aquellas centurias. Por desgracia, como señala Pedro Voltes, histo- riador español, hay operaciones y sustancias del comercio presente basadas en la alquimia timadora, queennadaseparecenalaalquimiaseriapracticada por personajes como los que se acaban de nombrar y sus maestros andalusíes, una alquimia que, sin la menor duda, contribuyó de forma estimable al avance científico. He aquí entonces la claridad que logramos cuando pasamos por el peine fino la historia de la alquimia y la despojamos de sus múltiples obstáculos epistemológicos, claridad que permite aquilatar otra dimensión de la siempre fas- cinante ciencia y tecnología andalusí, en especial la