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REFLEXIONES DEL REINO DE DIOS.
Carlos Sánchez.-
Las Escrituras, contienen todo lo que nosotros, como discípulos de Jesucristo, debemos saber,
para luego vivir. Nuestra conducta, entonces, debe estar absolutamente normada por lo
expresado en ellas. Para tal efecto, debemos recordar que “... Toda la Escritura, es inspirada por
Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia...” (2 Timoteo 3, 16).
Por ende, Las Escrituras poseen supremacía divina por sobre cualquier otro cuerpo de normas y/o
compendio de interpretaciones y enseñanzas. Todo tipo de estamento eclesiástico, debe estar
supeditado a la norma fundamental y original por excelencia: La Palabra De Dios.
Hay muchas situaciones en nuestra vida como discípulos de Jesús, que observamos inofensivas, o
solo como “errores”, lo cual, en muchas ocasiones, es así; pero existen muchos otros actos que, de
manera infundada, se encierran en el concepto de error, cuando en realidad son pecado.
El Señor Jesús, en su omnisciencia, nos provee -por medio de Las Escrituras- de todo conocimiento
necesario para que podamos distinguir la delgada línea entre el error y el pecado. Al no distinguir
con claridad uno y otro concepto, sin percibirlo, nuestra vida puede subyacer en una cómoda
pasividad que le de luz verde al diablo para engañarnos y alejarnos definitivamente de Dios.
Ante tal conflicto, por supuesto, acudimos a Las Sagradas Escrituras.
Santiago 4, 17 (NTV):
“... (17) Recuerden que es pecado saber lo que se debe hacer y luego no hacerlo...”.
En un análisis veloz por distintas traducciones de Las Escrituras, todas ellas, emplean la palabra
pecado, no error. No hay ninguna versión de La Biblia que, en la actualidad, haya traducido dicha
palabra contenida en el pasaje antes leído, como “error”. Por ende, no debemos, bajo ningún
punto de vista, excedernos de lo que taxativamente enseña La Escritura.
Para determinar que actos son pecados y cuales no, es conveniente definir que es un error. Un
error, es todo acto involuntario que provoque perjuicios, cuyos grados de gravedad, no sean
extensivos a la vida y madurez espiritual del/los discípulo/s. Dentro de esta definición, por lo tanto,
encerramos todo tipo de acto, cuya comisión, no evidencie maquinación dirigida a causar daño
alguno. Todo tipo de situación doméstica o de la vida diaria que no repercuta en nuestra madurez
espiritual, podríamos considerarla error.
Pecado, a su vez, es aquella simiente que nos lleva a atentar contra nuestra vida y madurez
espiritual. Es la rebeldía que impide al ser humano acercarse a Dios por sus propios medios y,
constantemente, desobedecer lo que Dios ha instruido para la vida completa.
El pecado, entonces, es la simiente de rebelión que habita en todo ser humano y que lo encamina a
contender contra la voluntad de Dios. Esto es lo que evidenciamos en Génesis 3. Por lo tanto, el
pecado es todo acto voluntario que efectivamente, en su comisión, porta una maquinación
2
flagrante dirigida a provocar daño en la vida y madurez espiritual del/los discípulo/s.
Por otra parte, cabe mencionar que, los pecados, se constituyen en la materialización del pecado.
Así las cosas, por medio de un ejemplo doméstico podríamos, claramente, exponer la existencia de
un error y la de un pecado. Analicemos la siguiente situación. Un hombre llega a su casa, cansado
después del trabajo, anhelando poder disfrutar de un exquisito plato de comida preparado por su
mujer. Cansado este hombre, se olvida que ella, también ha estado trabajando todo el día: en las
labores del hogar, crianza de los hijos y en otro tipo de trámites. Por causa del ajetreado día de
esta, llega apresurada a casa para cocinar. Al preparar la comida, y en virtud del poco tiempo que
le queda, se olvida de aplicar las cantidades correspondientes de algunos ingredientes
fundamentales en la preparación, en este caso, se le olvida agregar sal. La comida no queda bien
sazonada. El hombre, cansado, al llegar a su casa y finalmente degustar la preparación de su mujer,
se disgusta al percatar que la comida no sabe como siempre y le dice: “... ¿Cómo es posible? ¿En qué
estás pensando? ¿A caso se te olvida que estoy todo el día trabajando? ¡Eres una insensata! ¡No
sabes nada!...”. Ella, se disgusta también, a causa de tal inconsciente respuesta, y replica: “... ¿Y a
ti se te olvida que yo estoy cuidando de los niños, preocupándome de las cosas de la casa y, a parte,
de los trámites que hoy tuve que hacer? ¡Eres un insensible!...”. Por supuesto, en muchas ocasiones,
las palabras que se utilizan, en este tipo de situaciones son mucho más graves y dañinas.
Bien, después de tal nivel de discusión, ambos cónyuges se enojan toda la noche.
Por medio de este ejemplo cotidiano, podemos evidenciar la existencia de error y pecado. En el
relato, hay algunas palabras destacadas que nos ayudarán al respecto. Si bien es cierto, el hombre
producto de toda su ardua labor diaria, se olvida de todo lo que su mujer también lleva a cabo en
aras del bienestar familiar, se disgusta por no percibir el gusto de la comida como es habitual. En
este caso, evidentemente, estamos en presencia de un error. No es pecado el disgustarse por una
cosa como esta; este tipo de reacciones, surgen de forma inmediata. El pecado acá, es no
controlar la ira que se desató a causa del error no controlado. El pecado consistió -por parte del
hombre- en no dominar su propia ira y proferir todo tipo de epítetos negativos en contra de su
mujer. A causa de un error no encausado correctamente, el hombre, pecó. Por su parte, la mujer,
también, de alguna manera y en virtud de su ajetreo cotidiano, olvidó preparar como siempre la
comida. Esta, al ver la reacción de su marido, estalló en ira y tampoco pudo dominarla. El error de
la mujer, por supuesto, no solo fue -en el estricto rigor del ejemplo- no preparar la comida como de
costumbre, sino también, no refrenar su ira y propender a responder un mal comentario, con otro
tipo de comentario beligerante, pasando así, del error, al pecado mismo.
Es clara la diferencia entre el yerro y el pecado. Debemos tener claridad a este respecto, de lo
contrario, al igual que en el ejemplo anterior, confundiremos ambos conceptos, creyendo que este
tipo de discusiones, son “normales” dentro del matrimonio, cayendo así, en la pasividad y dando
lugar al diablo, pues no solo existe la gran posibilidad de que los cónyuges se molesten toda la
noche y gran parte del día siguiente, sino que, lo más terrible: los hijos crecerán con ejemplo
equivocado de matrimonio; en donde papá y mamá, pueden proferirse todo tipo de insultos
amparados en “normales momentos de discusión e ira”, cuando en realidad, no es otra cosa que la
manifestación del pecado.
3
Así las cosas, podemos entonces, a la luz de la Palabra del Señor, determinar también muchos
errores que, según Dios en realidad, son pecados.
Culto General.-
Muchas veces se dice que, ausentarse a la reunión general, no es un pecado, sino, una falta menor
o un error. La verdad, hay que distinguir el motivo por el cual existe tal ausencia. Si el discípulo de
Jesús, no asiste a la reunión por causa del clima, o por causa de algún evento social en particular o
de carácter nacional, por causa de reuniones de tipo familiar “reprogramables”, por algún tipo de
conflicto dentro de la grey del Señor utilizado como excusa; por comodidad o simple pereza, debe
saber que esta pecando contra el cuerpo de Cristo; contra sus hermanos que necesitan del don
que le fue entregado para administrarlo a otros. La comisión del pecado, recala en que el discípulo
de Jesús que se ausenta a la reunión general SABE que debe asistir, pero aún así, decide
ausentarse. Tiene plena conciencia de que es BUENO asistir a la comunión, pero decide no hacerlo.
Dios dice que esto es pecado (Santiago 4, 17).
Intimidad Y Búsqueda.
Si como discípulos de Cristo, no estamos en constante comunión con el Señor; por medio de la
oración, la lectura bíblica y el ayuno, estamos en pecado. Debemos comenzar por una pregunta
muy básica, pero decidora: “... ¿Es bueno buscar al Señor?...”. La pregunta en sí misma, contiene la
respuesta. Por supuesto que es bueno buscar al Señor, y no tan solo eso, sino, es nuestra
responsabilidad. Pero si es bueno buscar al Señor y no lo estamos haciendo de manera diaria y
constante, entonces, estamos pecado; porque sabemos que debemos hacer algo que es bueno
para nuestro espíritu y vida completa, y no lo hacemos (Santiago 4, 17).
Reproducción: Hacer Discípulos.
Hay muchos quienes creen que, el mandato de “id y haced discípulos” -también denominado “La
Gran Comisión”- es solo de carácter evangelístico, circunscribiendo de esta forma, el mandato de
Jesús, solo a aquellos que poseen el don ministerial de la evangelización. El mandato es claro: “id y
haced discípulos”, no es “id y evangelizar” o “id y díganle a los evangelistas que hagan discípulos”,
no; es un imperativo colectivo, para todos los hijos del Señor. Esto, Jesucristo, se encargó de
enseñarlo por medio de todo lo que hizo (ver Lucas 8, 39/Juan 9, 6-34). Podemos analizar dicha
afirmación en virtud del género y la especie; siendo el género el ir y a las personas y hablarles de
Cristo, y la especie, el método empleado, que dicho sea de paso, puede variar.
La orden del Señor es inexorable, siendo el o los medios utilizados, modificables. Así, entonces, el
que tiene el don de evangelizar pública y colectivamente y/o personalmente (uno a uno), no tiene
ninguna diferencia -desde el punto de vista esencial- con aquel que no tiene la misma capacidad de
expresión: ambos deben pregonar las grandezas de Jesucristo, de la forma que más les acomode;
al primero, quizás, le acomoden muchos tipos de escenarios. Por el contrario, al segundo, le sea
mucho más complejo abordar a la gente sin conocerla de antemano; como sea, y en donde sea,
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ambos tienen la misma misión: ir y hacer discípulos. Entonces, cabe preguntar ¿es bueno ir y hacer
discípulos? ¿es bueno evangelizar, de la forma que sea? Si la respuesta es sí y no lo hacemos,
estamos pecando.
Podemos concluir, entonces, que si no evangelizamos de ninguna forma a nadie, estamos
cometiendo pecado (Santiago 4, 17).
Reconocimiento Al Señor con Diezmos y Ofrendas.
Las ofrendas y los diezmos, se enseñan en muchas partes de Las Escrituras. En el libro de Génesis,
capítulo 14, verso 20, podemos ver como Abram le entrega el diezmo a Melquisedec -figura
profética de Cristo- y este lo bendice. En el libro de Malaquías, capítulo 3, verso 8, el Señor
manifiesta una acusación en contra del pueblo, al respecto de como este, cometía robo al Señor al
no diezmar ni ofrendar. En la carta de Hebreos, capítulo 7, versos 1 al 10, también se nos enseña la
importancia, trascendencia y presencia del diezmo en el pueblo de Dios. Por lo tanto ¿es bueno
diezmar y ofrendar? ¿es correcto realizar este acto de diezmar y ofrendar? Si la respuesta es sí y no
lo estamos haciendo, entonces, estamos pecando. Sí, pecamos al no diezmar y ofrendar, sabiendo
que debemos hacerlo.
Solo me encargué de mencionar algunos aspectos en relación a la vida del discípulo pero, en este
sentido, hay muchas otras cosas más que debemos incorporar al concepto de pecado, para que
nos demos cuenta que, muchas veces, el no obedecer a las instrucciones de Dios, no constituye un
error, sino, un pecado.
Cuando no entendemos esto, sin percatarnos, comenzamos a transitar desde la vereda de la
pasividad, a la vereda de la rebelión, pues la pasividad, se transforma en el mejor aliado de nuestra
carne.
Santiago 4, 17 (NTV):
“... (17) Recuerden que es pecado saber lo que se debe hacer y luego no hacerlo...”.

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Reflexiones del reino de Dios

  • 1. 1 REFLEXIONES DEL REINO DE DIOS. Carlos Sánchez.- Las Escrituras, contienen todo lo que nosotros, como discípulos de Jesucristo, debemos saber, para luego vivir. Nuestra conducta, entonces, debe estar absolutamente normada por lo expresado en ellas. Para tal efecto, debemos recordar que “... Toda la Escritura, es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia...” (2 Timoteo 3, 16). Por ende, Las Escrituras poseen supremacía divina por sobre cualquier otro cuerpo de normas y/o compendio de interpretaciones y enseñanzas. Todo tipo de estamento eclesiástico, debe estar supeditado a la norma fundamental y original por excelencia: La Palabra De Dios. Hay muchas situaciones en nuestra vida como discípulos de Jesús, que observamos inofensivas, o solo como “errores”, lo cual, en muchas ocasiones, es así; pero existen muchos otros actos que, de manera infundada, se encierran en el concepto de error, cuando en realidad son pecado. El Señor Jesús, en su omnisciencia, nos provee -por medio de Las Escrituras- de todo conocimiento necesario para que podamos distinguir la delgada línea entre el error y el pecado. Al no distinguir con claridad uno y otro concepto, sin percibirlo, nuestra vida puede subyacer en una cómoda pasividad que le de luz verde al diablo para engañarnos y alejarnos definitivamente de Dios. Ante tal conflicto, por supuesto, acudimos a Las Sagradas Escrituras. Santiago 4, 17 (NTV): “... (17) Recuerden que es pecado saber lo que se debe hacer y luego no hacerlo...”. En un análisis veloz por distintas traducciones de Las Escrituras, todas ellas, emplean la palabra pecado, no error. No hay ninguna versión de La Biblia que, en la actualidad, haya traducido dicha palabra contenida en el pasaje antes leído, como “error”. Por ende, no debemos, bajo ningún punto de vista, excedernos de lo que taxativamente enseña La Escritura. Para determinar que actos son pecados y cuales no, es conveniente definir que es un error. Un error, es todo acto involuntario que provoque perjuicios, cuyos grados de gravedad, no sean extensivos a la vida y madurez espiritual del/los discípulo/s. Dentro de esta definición, por lo tanto, encerramos todo tipo de acto, cuya comisión, no evidencie maquinación dirigida a causar daño alguno. Todo tipo de situación doméstica o de la vida diaria que no repercuta en nuestra madurez espiritual, podríamos considerarla error. Pecado, a su vez, es aquella simiente que nos lleva a atentar contra nuestra vida y madurez espiritual. Es la rebeldía que impide al ser humano acercarse a Dios por sus propios medios y, constantemente, desobedecer lo que Dios ha instruido para la vida completa. El pecado, entonces, es la simiente de rebelión que habita en todo ser humano y que lo encamina a contender contra la voluntad de Dios. Esto es lo que evidenciamos en Génesis 3. Por lo tanto, el pecado es todo acto voluntario que efectivamente, en su comisión, porta una maquinación
  • 2. 2 flagrante dirigida a provocar daño en la vida y madurez espiritual del/los discípulo/s. Por otra parte, cabe mencionar que, los pecados, se constituyen en la materialización del pecado. Así las cosas, por medio de un ejemplo doméstico podríamos, claramente, exponer la existencia de un error y la de un pecado. Analicemos la siguiente situación. Un hombre llega a su casa, cansado después del trabajo, anhelando poder disfrutar de un exquisito plato de comida preparado por su mujer. Cansado este hombre, se olvida que ella, también ha estado trabajando todo el día: en las labores del hogar, crianza de los hijos y en otro tipo de trámites. Por causa del ajetreado día de esta, llega apresurada a casa para cocinar. Al preparar la comida, y en virtud del poco tiempo que le queda, se olvida de aplicar las cantidades correspondientes de algunos ingredientes fundamentales en la preparación, en este caso, se le olvida agregar sal. La comida no queda bien sazonada. El hombre, cansado, al llegar a su casa y finalmente degustar la preparación de su mujer, se disgusta al percatar que la comida no sabe como siempre y le dice: “... ¿Cómo es posible? ¿En qué estás pensando? ¿A caso se te olvida que estoy todo el día trabajando? ¡Eres una insensata! ¡No sabes nada!...”. Ella, se disgusta también, a causa de tal inconsciente respuesta, y replica: “... ¿Y a ti se te olvida que yo estoy cuidando de los niños, preocupándome de las cosas de la casa y, a parte, de los trámites que hoy tuve que hacer? ¡Eres un insensible!...”. Por supuesto, en muchas ocasiones, las palabras que se utilizan, en este tipo de situaciones son mucho más graves y dañinas. Bien, después de tal nivel de discusión, ambos cónyuges se enojan toda la noche. Por medio de este ejemplo cotidiano, podemos evidenciar la existencia de error y pecado. En el relato, hay algunas palabras destacadas que nos ayudarán al respecto. Si bien es cierto, el hombre producto de toda su ardua labor diaria, se olvida de todo lo que su mujer también lleva a cabo en aras del bienestar familiar, se disgusta por no percibir el gusto de la comida como es habitual. En este caso, evidentemente, estamos en presencia de un error. No es pecado el disgustarse por una cosa como esta; este tipo de reacciones, surgen de forma inmediata. El pecado acá, es no controlar la ira que se desató a causa del error no controlado. El pecado consistió -por parte del hombre- en no dominar su propia ira y proferir todo tipo de epítetos negativos en contra de su mujer. A causa de un error no encausado correctamente, el hombre, pecó. Por su parte, la mujer, también, de alguna manera y en virtud de su ajetreo cotidiano, olvidó preparar como siempre la comida. Esta, al ver la reacción de su marido, estalló en ira y tampoco pudo dominarla. El error de la mujer, por supuesto, no solo fue -en el estricto rigor del ejemplo- no preparar la comida como de costumbre, sino también, no refrenar su ira y propender a responder un mal comentario, con otro tipo de comentario beligerante, pasando así, del error, al pecado mismo. Es clara la diferencia entre el yerro y el pecado. Debemos tener claridad a este respecto, de lo contrario, al igual que en el ejemplo anterior, confundiremos ambos conceptos, creyendo que este tipo de discusiones, son “normales” dentro del matrimonio, cayendo así, en la pasividad y dando lugar al diablo, pues no solo existe la gran posibilidad de que los cónyuges se molesten toda la noche y gran parte del día siguiente, sino que, lo más terrible: los hijos crecerán con ejemplo equivocado de matrimonio; en donde papá y mamá, pueden proferirse todo tipo de insultos amparados en “normales momentos de discusión e ira”, cuando en realidad, no es otra cosa que la manifestación del pecado.
  • 3. 3 Así las cosas, podemos entonces, a la luz de la Palabra del Señor, determinar también muchos errores que, según Dios en realidad, son pecados. Culto General.- Muchas veces se dice que, ausentarse a la reunión general, no es un pecado, sino, una falta menor o un error. La verdad, hay que distinguir el motivo por el cual existe tal ausencia. Si el discípulo de Jesús, no asiste a la reunión por causa del clima, o por causa de algún evento social en particular o de carácter nacional, por causa de reuniones de tipo familiar “reprogramables”, por algún tipo de conflicto dentro de la grey del Señor utilizado como excusa; por comodidad o simple pereza, debe saber que esta pecando contra el cuerpo de Cristo; contra sus hermanos que necesitan del don que le fue entregado para administrarlo a otros. La comisión del pecado, recala en que el discípulo de Jesús que se ausenta a la reunión general SABE que debe asistir, pero aún así, decide ausentarse. Tiene plena conciencia de que es BUENO asistir a la comunión, pero decide no hacerlo. Dios dice que esto es pecado (Santiago 4, 17). Intimidad Y Búsqueda. Si como discípulos de Cristo, no estamos en constante comunión con el Señor; por medio de la oración, la lectura bíblica y el ayuno, estamos en pecado. Debemos comenzar por una pregunta muy básica, pero decidora: “... ¿Es bueno buscar al Señor?...”. La pregunta en sí misma, contiene la respuesta. Por supuesto que es bueno buscar al Señor, y no tan solo eso, sino, es nuestra responsabilidad. Pero si es bueno buscar al Señor y no lo estamos haciendo de manera diaria y constante, entonces, estamos pecado; porque sabemos que debemos hacer algo que es bueno para nuestro espíritu y vida completa, y no lo hacemos (Santiago 4, 17). Reproducción: Hacer Discípulos. Hay muchos quienes creen que, el mandato de “id y haced discípulos” -también denominado “La Gran Comisión”- es solo de carácter evangelístico, circunscribiendo de esta forma, el mandato de Jesús, solo a aquellos que poseen el don ministerial de la evangelización. El mandato es claro: “id y haced discípulos”, no es “id y evangelizar” o “id y díganle a los evangelistas que hagan discípulos”, no; es un imperativo colectivo, para todos los hijos del Señor. Esto, Jesucristo, se encargó de enseñarlo por medio de todo lo que hizo (ver Lucas 8, 39/Juan 9, 6-34). Podemos analizar dicha afirmación en virtud del género y la especie; siendo el género el ir y a las personas y hablarles de Cristo, y la especie, el método empleado, que dicho sea de paso, puede variar. La orden del Señor es inexorable, siendo el o los medios utilizados, modificables. Así, entonces, el que tiene el don de evangelizar pública y colectivamente y/o personalmente (uno a uno), no tiene ninguna diferencia -desde el punto de vista esencial- con aquel que no tiene la misma capacidad de expresión: ambos deben pregonar las grandezas de Jesucristo, de la forma que más les acomode; al primero, quizás, le acomoden muchos tipos de escenarios. Por el contrario, al segundo, le sea mucho más complejo abordar a la gente sin conocerla de antemano; como sea, y en donde sea,
  • 4. 4 ambos tienen la misma misión: ir y hacer discípulos. Entonces, cabe preguntar ¿es bueno ir y hacer discípulos? ¿es bueno evangelizar, de la forma que sea? Si la respuesta es sí y no lo hacemos, estamos pecando. Podemos concluir, entonces, que si no evangelizamos de ninguna forma a nadie, estamos cometiendo pecado (Santiago 4, 17). Reconocimiento Al Señor con Diezmos y Ofrendas. Las ofrendas y los diezmos, se enseñan en muchas partes de Las Escrituras. En el libro de Génesis, capítulo 14, verso 20, podemos ver como Abram le entrega el diezmo a Melquisedec -figura profética de Cristo- y este lo bendice. En el libro de Malaquías, capítulo 3, verso 8, el Señor manifiesta una acusación en contra del pueblo, al respecto de como este, cometía robo al Señor al no diezmar ni ofrendar. En la carta de Hebreos, capítulo 7, versos 1 al 10, también se nos enseña la importancia, trascendencia y presencia del diezmo en el pueblo de Dios. Por lo tanto ¿es bueno diezmar y ofrendar? ¿es correcto realizar este acto de diezmar y ofrendar? Si la respuesta es sí y no lo estamos haciendo, entonces, estamos pecando. Sí, pecamos al no diezmar y ofrendar, sabiendo que debemos hacerlo. Solo me encargué de mencionar algunos aspectos en relación a la vida del discípulo pero, en este sentido, hay muchas otras cosas más que debemos incorporar al concepto de pecado, para que nos demos cuenta que, muchas veces, el no obedecer a las instrucciones de Dios, no constituye un error, sino, un pecado. Cuando no entendemos esto, sin percatarnos, comenzamos a transitar desde la vereda de la pasividad, a la vereda de la rebelión, pues la pasividad, se transforma en el mejor aliado de nuestra carne. Santiago 4, 17 (NTV): “... (17) Recuerden que es pecado saber lo que se debe hacer y luego no hacerlo...”.