Extracto del mensaje dado por el Señor, en el marco de una nueva reunión para matrimonios, en la comuna de Cerro Navia, Santiago Chile, por el Pr. Mario.-
Mensaje A Los Matrimonios: Comunicación Eficiente (II).
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MENSAJE A LOS MATRIMONIOS: COMUNICACIÓN EFICIENTE (II).-
Reunión De Matrimonios 14-07-2015.
Cerro Navia, Santiago, Chile.
Pr. Mario.-
Este encuentro no tiene sentido sin la presencia del Señor. Nuestra vida, no tiene sentido sin el Señor.
Para los que somos discípulos de Jesús, todo encuentra sentido en la persona de él. Un mero
“asistencialismo”, proselitista y dominical, no tiene ningún sentido; aún cuando ambos cónyuges,
participen del mismo, sin Cristo, es absolutamente nada. Jesucristo debe estar presente en le
matrimonio, gobernando todas las áreas del mismo.
La reunión anterior, estuvimos reunidos conversando a cerca de la “Comunicación Eficiente”. Los años
70s fueron los “años de las luces”, de los años 80s en adelante, comienza la era de las
“comunicaciones”. A fines del año 2014, según datos del INE (Instituto Nacional De Estadísticas) la
población chilena alcanzó la cifra de 17, 8 millones de personas. 17.800.000 personas habitan en
nuestros país, versus la cantidad de teléfonos móviles, que asciende a la cantidad de 22.000.000, en
términos simples, hay más teléfonos celulares que personas. Personas que poseen más de uno o dos
móviles. ¿Cuál es la importancia de estos datos estadísticos? En la era en donde más “conectividad”
existe, en relación a los aparatos móviles y sus prestaciones, es cuando menos comunicación eficiente
existe. La cantidad de aparatos móviles y medios de comunicación, es inversamente proporcional a la
cantidad de personas; por lo cual, la cantidad de medios de comunicación no es evidencia de una real
y efectiva comunicación eficiente.
Hace mucho tiempo atrás, fue muy bullada, la distribución de un libro que relata como el hombre era
tomado de un planeta, y la mujer, de otro. Con esto, graficaba las diferencias ostensibles entre uno y
otro cónyuge. En cierto modo, es cierto; hombres y mujeres, somos distintos uno de otros. La única
forma de poder convivir de manera correcta entre dos personas absolutamente distintas en su
estructura interna y externa, es por medio de una buena comunicación.
Sería de mucho provecho que, en la relación marital, analicemos cuán buena es nuestra
comunicación, en virtud de la presencia de los teléfonos celulares. Sería mucho mejor que, así como el
celular se ha transformado en un elemento vital dentro de nuestro diario vivir, así -y mucho más- debe
ser la oración para nosotros. Que el Señor Jesús, nos ayude a tener una correcta comunicación. Esto
es fundamental; somos hombre y mujer, distintos, con diferentes formas de pensar, de sentir; incluso,
en la intimidad sexual. Por lo tanto, la comunicación eficiente, se constituye en la forma por medio de
la cual podemos soslayar cualquier tipo de diferencia que se produzca al interior del matrimonio.
Al no lograr entender que el hombre es distinto a la mujer (y vice-versa), es que se producen
confusiones y problemas; el hombre o la mujer piensan -de su respectivo cónyuge- que prácticamente
piensa igual, o dan por entendido que el otro/a sabe lo que debe hacer ante una determinada
situación matrimonial, olvidándose, el hecho fundamental de que somos distintos, es a raíz de esto,
que se provocan, muchas veces, conflictos matrimoniales.
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El Señor dice, que la mujer, es un “vaso más frágil”. No tan solo es frágil, es más frágil, por ende, el
trato hacia ellas debe ser de acuerdo a lo que manda el Señor
1 Pedro 3, 7 (RVR1960):
“... (7) Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso
más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan
estorbo...”.
Las Escrituras, también, nos enseñan en Colosenses 3, 19 (RVR1960):
“... (19) Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas...”.
¿Cuántas veces, entre los hombres, se da un trato áspero y/o duro, y pretenden hablarle de la misma
forma a la mujer? Es cierto que, entre los hombres, se puede dar un lenguaje fuerte y hosco, por la
naturaleza misma de los participantes de la conversación, pero no podemos pretender establecer el
mismo lenguaje y la misma forma de expresión con la mujer, esto, podría dañar profundamente no
tan solo a nuestra mujer, sino, la relación matrimonial.
Al no entender que, nosotros somos distintos, no logramos ponernos en el lugar del otro/a, por lo
tanto, nuestras respuestas se emiten desde la vereda de la ignorancia; con comunicación, podemos
descubrir que sucede en nuestro cónyuge y, de esta manera, saber qué decir, qué no decir y/o qué
dejar de decir.
Existe situaciones como la que vemos a continuación:
Claramente, como podemos observar en las imágenes, la pareja, no se comunica de manera eficiente.
¿Cuántas veces, ante el error de alguno de los cónyuges, el otro/a responde con esta típica frase: “Tú
sabes por qué estoy enojada”?. Este tipo de diálogos, solo demuestran que, así, es imposible poder
construir de forma correcta un matrimonio. La única forma de poder solucionar problemas, es
comunicándose de manera madura y eficaz.
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Nosotros, principalmente los chilenos, poseemos un antecedente cultural indígena y española. El
indígena -nativo chileno- era tremendamente violento y pendenciero. Estos, cuando arreglaban sus
problemas por medio de la violencia, lo hacían chocando cabeza contra cabeza. Violentos, irracionales,
animalescos; casi delincuenciales. Lamentablemente, este tipo de antecedente cultural, está inserto
en nuestros genes. Esto es evidente en nuestras discusiones matrimoniales. En virtud de algo que nos
sulfure, se manifiesta esta “herencia cultural”; por medio de una palabra violenta y/o áspera, por
medio de un golpe, por medio de gritos, etc.
necesitamos, imperiosamente, comunicarnos eficientemente. Debemos propender a ello, puesto que,
no tan solo serán beneficiados nuestros cónyuges, sino, nuestros hijos; ellos verán el ejemplo
matrimonial que les demos, el cual, se transformará en la pauta establecida a la hora de que ellos
pretendan nupcias.
Hace 40 o 30 años atrás, en las iglesias, no se predicaba del homosexualismo, divorcio, lesbianismo,
fornicación, identidad de género: hombre y mujer, etc. Puesto que, este tipo de tópicos, estaban
completamente asumidos y entendidos. La identidad de género: hombre y mujer, era una convicción;
el matrimonio indisoluble, entre hombre y mujer, con fines reproductivos y para toda la vida, era una
convicción; la relación sentimental, afectiva y sexual exclusiva entre el hombre y la mujer, era una
verdad absoluta. Todo estos tópicos, estaban bajo el gobierno de Dios. Pero lamentablemente, han
transcurridos los años, y nos hemos visto en la necesidad de enseñarle a nuestros jóvenes a cerca de
que Dios solo creó solo dos especies humanas: hombre y mujer. Nos hemos visto en la necesidad, de
enseñar que el matrimonio es para toda la vida, indisoluble, exclusivo del hombre y la mujer, con
fines reproductivos, entre otras verdades. Hemos debido enseñar que, la sexualidad, se vive solo bajo
el gobierno de Dios, y esto, por medio del instituto matrimonial. Hemos tenido que enseñar al
respecto del perjuicio físico y espiritual del uso de drogas; de la fornicación. ¿Por qué hemos tenido
que volver a sentar las bases del cristianismo, siendo que esto el Señor ya lo había dicho? Porque el
hombre, rebelde por antonomasia, se encargó de transgredir estas verdades. Transformando este tipo
de prácticas, tristemente, se consideran “normales”, lo cual, es una aberración. Todo aquello que es
“normal”, proviene de una norma, de ahí, que sea, justamente, normal. Por lo tanto, para nosotros
como discípulos de Cristo, la norma, la establece el Señor Jesús; por ende, el divorcio, la
homosexualidad, la violencia intrafamiliar, el lesbianismo, el aborto, el uso de drogas, el adulterio, la
fornicación, etc. Son comunes, pero no normales. Así que, todo este tipo de aberraciones, nunca
serán aplicables al discípulo de Jesús.
Es a causa de la rebeldía del hombre que no quiere el gobierno de Dios -incluso aquellos religiosos que
dicen quererlo pero, en realidad, anhelan vivir de acuerdo a sus propios razonamientos- es que estas
perversiones han logrado permear a la iglesia. Pero Jesucristo es el mismo de ayer, el de hoy, y será el
mismo por los siglos, por lo tanto, sus preceptos, para nosotros, no son teoría, sino, VIDA.
Es terrible que, en la iglesia de Jesús -o también, aquella que se hace llamar iglesia de Jesús- exista
divorcio o algún tipo de perversión de esta naturaleza, puesto que, al final de todo, los más
perjudicados siempre serán los hijos del matrimonio. ¿Cómo poder llevar a Cristo, a los hijos de un
matrimonio divorciado? Una tarea casi imposible por ejemplo de los padres.
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Cuando el Señor nos advierte al respecto de que el Diablo solo quiere robar, matar y destruir, (Juan 10,
10) es cierto; y ¿Qué es lo que el Diablo quiere robar, matar y destruir? No tan solo nuestra fe o
nuestra salvación, sino, además y con toda severidad, nuestros cuerpos físicos. Satanás busca
destruirnos en toda nuestra existencia. No podemos ser negligentes a la advertencia de nuestro
Señor; cualquier tipo de problema matrimonial no resuelto, a la larga, recalará en nuestros hijos y, el
Diablo, querrá utilizar este tipo de situaciones para destruir nuestras familias.
Como discípulos de Cristo, debemos renunciar a todas nuestras ideas- por muy pías que estas sean-
para la edificación de nuestro matrimonio y para la crianza de nuestros hijos, pues nada podrá
reemplazar la palabra de Dios.
Debemos tener claridad al respecto de que, todos nuestros actos dentro del matrimonio, generarán
daños reales y profundas en nuestras familias.
Factores Peligrosos Para El Matrimonio.
El Orgullo.
El orgullo es un de los cánceres más dañinos para el matrimonio. ¿Cómo podemos ser sanados de este
mal? Pues el orgullo carcome el alma. La simiente de pecado en el ser humano, provoca que el orgullo
se manifieste. Muchas veces, nosotros, disfrazamos el orgullo dentro del matrimonio. Cuando los
matrimonios asisten a la reunión o a algún encuentro matrimonial muchas veces, los matrimonios
interpretan el papel de “familia feliz”, cuando en realidad, dentro están sufriendo tremenda crisis. Esta
apariencia, se sustenta en el orgullo.
Por lo tanto, ¿Qué fórmula utilizamos para poder destruir este cáncer matrimonial llamado orgullo? El
orgullo, se trata de la misma forma en que se trata un cáncer; se debe extirpar lo que sea, para que el
orgullo sea erradicado, hay que extirparlo. Para tal efecto, debemos reconocer que, nosotros, no
tenemos ningún recurso para erradicar el orgullo, sino, solo Dios y sus dones pueden extirpar este
cáncer que busca destruir a la familia; es por medio de Dios que podemos ser liberados.
NO PODEMOS TRATAR EL ORGULLO, ya que este orgullo, es producto del pecado de rebeldía que
residen en el ser humano. Hermanos/as, no hay ningún método que nos permita vencer el orgullo sin
la intervención directa de Dios y su don (discipulador, pastor, hermano mayor, etc.). No hay libro que
nos permita poder destruir el orgullo en nosotros, solo Cristo.
Al respecto del orgullo, el Señor Jesús, nos manda lo siguiente: “... No se ponga el sol, sobre vuestro
enojo...” (Efesios 4, 26 RVR1960). Igualmente quebrantamos el mandato de Dios, porque pensamos
que la manifestación de este orgullo, es en razón de nuestro/a cónyuge, pero nos olvidamos que, en
realidad, el acto de orgullo, es una directa afrenta contra Dios, pues él estableció este mandato.
Todas aquellas veces en que, el hombre, maltrata a su mujer, no está maltratando solo a su mujer,
sino, a DIOS. No nos podemos olvidar, como hombres, que el Señor nos delegó una responsabilidad:
mostrar a Cristo en nuestra relación hombre-mujer. Una mala palabra, por ejemplo, un garabato, es
escuchado por Dios; el problema, es que nosotros creemos que los “garabatos”, son solo aquellas
palabras que a nuestro oído suenan mal, pero en realidad, todo tipo de palabra soez y procaz, se
constituye en garabato y esto, no solo ofende a nuestro cónyuge, sino, a DIOS.
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Mateo 5, 22 (RVR1960):
“... (22) Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y
cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga:
Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego...”.
Todo tipo de palabra procaz, soez y/u ofensiva, provoca daño en quien la recibe y, además, acumula
juicio.
El problema es que, constantemente, nosotros estamos siendo expuestos a palabras soeces y
procaces, y en nosotros, hay aprobación; es cierto, no las proferimos de ninguna manera, pero si las
aceptamos en nuestro interior, luego, con este “depósito”, le expresamos al Señor: “... Mi alma te
alaba...”, con la misma boca y la alegría con que estallamos ante humor inmoral, morboso y dañino.
SI NOSOTROS NO ENTENDEMOS LO QUE SIGNIFICA CRISTO Y SU CRUZ; SI NOSOTROS PODEMOS, SIN
NINGÚN PROBLEMA ENREDARNOS EN LA CORREINTE DE ESTE MUNDO; EN SU PENSAR, EN SU
HUMOR, EN SUS NEGOCIOS Y EN SU ACTUAR EN GENERAL, ENTONCES, DEBEMOS CUESTIONARNOS
SERIAMENTE QUE TAN PROFUNDO HEMOS CONOCIDO AL SEÑOR.
Salmos 19, 14 (RVR1960):
“... (14) Sean gratos los DICHOS de mi boca y la MEDITACIÓN DE MI CORAZÓN delante de ti, Oh
Jehová, roca mía, y redentor mío...”.
Nosotros, no jugamos a ser cristianos, esto no es diversión; EN NUESTRA VIDA. Es la vida de nuestro
Kyrios, ¡No es cualquier cosa!
El orgullo, a su vez, no tan solo genera malas palabras y malos actos, sino autosuficiencia y soberbia. El
orgullo impide que el matrimonio pueda tener una cobertura espiritual. Un matrimonio sin cobertura
espiritual (pastoreo, disculpado, coyuntura, etc.) vivirá solo y, viviendo solo, el matrimonio se muere.
Este mismo orgullo y autosuficiencia, será el que se transmita a las siguientes generaciones, y estas,
vivirán en la soledad, autosuficiencia y soberbia que impide que Dios se manifieste en el matrimonio.
Los matrimonios deben estar “encoyuntados”, pues, una gracia mayor de parte del Señor (pastor,
coyuntura, hermano mayor, etc.) Debe decirnos si estamos mal o bien; si estamos excediéndonos o
estamos sustrayendo importancia a una determinada situación y, así, evitar conflictos cuyas
consecuencias, perduren en el tiempo.