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La Ley de Karma II
Tal vez con un poco de valor y de buena voluntad nos sería posi-
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nos un instante de este estrecho y torpe egoísmo que viene hacia
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tos y nuestros esfuerzos esparcen en las esferas espirituales, no
está perdido enteramente aún cuando no sea seguro por el pe-
queño grupo de pequeñas costumbres y de medianos recuerdos
de que gozamos exclusivamente. Si las buenas acciones que
habíamos hecho, las intenciones o los pensamientos altos o sim-
plemente honrados que hayamos tenido se adhieren y logran en
una existencia en donde no reconozcamos la nuestra, no es sufi-
ciente razón para estimarlas inútiles y negarles todo valor. Con-
cierne recordar, de paso, que no somos nada si no somos todo; y
saber, desde ahora, interesarnos en alguna cosa que no sea úni-
camente nosotros mismos y en vivir la vida más vasta, menos
personal, menos egoísta que bien pronto y sin asomo de duda,
cualquiera que sea nuestra ley, será nuestra vida entera, la única
que cuenta y la única a la cual sea sabio prepararnos.
Karma recompensa el bien y castiga el mal en la prosecución
infinita de nuestras existencias. Pero, desde luego, se preguntará
¿cuál es este bien y cuál es este mal; cuál es el mejor o cuál es
el peor de nuestros pequeños pensamientos, de nuestras peque-
ñas intenciones, de nuestras pequeñas acciones efímeras con
relación a la inmensidad sin límites del tiempo y del espacio?. No
hay desproporción absurda entre la enormidad del salario o del
castigo y la exiguedad de la falta o del mérito?. ¿Por qué mezclar
los mundos, los dioses, las eternidades con las cosas que mons-
truosos o admirables desde luego, no tardan aún en los irrisorios
límites de nuestra existencia, en perder poco a poco toda la im-
portancias que le concedemos y en borrarse y en desaparecer en
el olvido?. Es cierto, más es preciso hablar de las cosas huma-
nas, a los seres humanos, y en la escala humana. Lo que llama-
mos bien o mal es lo que nos hace bien o mal; lo que molesta o
nos aprovecha a nosotros o a los demás y mientras que vivamos
en esta tierra con la pena de desaparecer, nos será necesario
darle una importancia que no tienen en ellos mismos. Las más
altas religiones, las más profundas especulaciones.
Las más altas religiones, las más profundas especulaciones me-
tafísicas, desde que se trata de moral, de evolución y de porvenir
humanos, fueron obligadas siempre a reducirse a las proporcio-
nes humanas y convertirse en antropomorfas. Hay una necesidad
irreductible en virtud de la cual y a pesar de los horizontes que se
extienden a todas partes, conviene dirigir sus pensamientos y sus
miradas.
En nuestra esfera, ¿qué es en suma este mal que castiga Kar-
ma?. Si se va al fondo de las cosas desde luego, el mal proviene
siempre de un defecto de inteligencia, de un juicio erróneo, in-
completo, oscurecido o limitado de nuestro egoísmo que no nos
hace ver más que las ventajas próximas o inmediatas de un acto
dañoso a nosotros mismos o a otros, ocultándonos las conse-
cuencias lejanas pero inevitables que tal acto siempre acaba por
engendrar. Toda la ética en último análisis, no se apoya más que
sobre la inteligencia; y lo que nosotros llamamos corazón, senti-
mientos, carácter, no es en efecto más que la inteligencia acumu-
lada, cristalizada, adquirida o heredada, convertida más o menos
inconsciente y transformada en hábitos o instintos. El mal que
hacemos, no lo hacemos más que por un egoísmo que se equi-
voca y que ve demasiado cerca de sí los límites de su ser. Así
que la inteligencia alza el punto de vista de este egoísmo, se ex-
tienden los límites, se ensanchan y concluyen por desaparecer.
El terrible, el insaciable yo que nos oculta la cara del abismo pier-
de su centro de atracción y de avidez se reconoce, se encuentra
nuevamente y se ama en todas las cosas. No creamos ciega-
mente en la inteligencia de los perversos que triunfan, ni en la
felicidad que se cree hallar en el crimen. Habría que ver el rever-
so; o sea, la realidad a menudo dolorosa de tales éxitos; y porque
además, esta inteligencia, bajo la forma de habilidad, de maña,
de deslealtad, es la inteligencia especializada, canalizada y lleva-
da por un estrecho circuito y como un chorro de agua comprimi-
da, muy poderoso sobre determinado punto; más de ningún mo-
do la inteligencia verdadera y general, grande y generosa. Desde
que esta se descubre, hay necesariamente honradez, justicia,
indulgencia, amor y bondad, porque hay horizonte, altitud, expan-
sión, plenitud; porque hay conocimiento instintivo o consciente de
las proporciones humanas, de la eternidad de la existencia y de
la brevedad de la vida; de la situación del ser humano en el uni-
verso, de los misterios que lo envuelvan y de los lazos secretos
que lo retienen a todo lo que no vemos en la tierra y en los cielos.
La falta de inteligencia es el mal real sobre la tierra; y si todos los
seres humanos fuesen soberanamente inteligentes, ya no habría
desgraciados. Karma no castiga; simplemente nos pone cerca de
nuestras existencias y ensueños sucesivos al plan en que nues-
tra inteligencia nos había dejado, rodeados de nuestros actos y
de nuestros pensamientos. Porque comprueba y registra, nos
toma tal y como hemos sido hechos, nos da la ocasión para re-
hacernos, de adquirir lo que nos falta y de elevarnos tan altos
como los más altos. Por supuesto que nos elevaremos forzosa-
mente, pero la actividad o lentitud con que lo hagamos, depende
absolutamente de nosotros. Una ley creciente, la evolución, que
es la ley fundamental de todas las existencias que conocemos
desde el infusorio hasta los astros. Alguna cosa no puede ser
más que a condición de hacerse mejor o peor, de subir o de ba-
jar; de componerse o descomponerse y que el movimiento es
más esencial que el ser o la sustancia. Y esto es así porque así
es. No hay nada que hacer, nada que decir, sino únicamente que
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Cada día trae su afán y nada llega sin su razón de ser. Porque –
como ya se ha dicho– ni Dios ni la Naturaleza juegan a los da-
dos, por lo que ninguno de nosotros estamos aquí por mera coin-
cidencia. Todos tenemos una labor que realizar, y esa labor sur-
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hacer: Pensar, Reír, Llorar, Sentir, todos los días.
Si queremos ser dignos de nosotros mismos, es necesario mirar
la realidad de frente y mantenernos siempre en plena conciencia.
El hecho de encarar la vida, tal cual es, es un buen camino para
medir la propia personalidad y darse cuenta de las propias capa-
cidades.
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Serpentea de emoción la carcajada. Y revela la pasión por la
banqueta. Surge el canto nocturnal de la galaxia y recrea
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Es la noche mar de encantos y reproches, que animan con
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La narrativa del conocimiento vol. ii no. 49

  • 1. La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón Nueva época - Vol. II No. 49 Enero de 2013 La Ley de Karma II Tal vez con un poco de valor y de buena voluntad nos sería posi- ble, desde esta existencia, mirar más alto y más lejos; despojar- nos un instante de este estrecho y torpe egoísmo que viene hacia sí, y decirnos que la inteligencia y el bien de nuestros pensamien- tos y nuestros esfuerzos esparcen en las esferas espirituales, no está perdido enteramente aún cuando no sea seguro por el pe- queño grupo de pequeñas costumbres y de medianos recuerdos de que gozamos exclusivamente. Si las buenas acciones que habíamos hecho, las intenciones o los pensamientos altos o sim- plemente honrados que hayamos tenido se adhieren y logran en una existencia en donde no reconozcamos la nuestra, no es sufi- ciente razón para estimarlas inútiles y negarles todo valor. Con- cierne recordar, de paso, que no somos nada si no somos todo; y saber, desde ahora, interesarnos en alguna cosa que no sea úni- camente nosotros mismos y en vivir la vida más vasta, menos personal, menos egoísta que bien pronto y sin asomo de duda, cualquiera que sea nuestra ley, será nuestra vida entera, la única que cuenta y la única a la cual sea sabio prepararnos. Karma recompensa el bien y castiga el mal en la prosecución infinita de nuestras existencias. Pero, desde luego, se preguntará ¿cuál es este bien y cuál es este mal; cuál es el mejor o cuál es el peor de nuestros pequeños pensamientos, de nuestras peque- ñas intenciones, de nuestras pequeñas acciones efímeras con relación a la inmensidad sin límites del tiempo y del espacio?. No hay desproporción absurda entre la enormidad del salario o del castigo y la exiguedad de la falta o del mérito?. ¿Por qué mezclar los mundos, los dioses, las eternidades con las cosas que mons- truosos o admirables desde luego, no tardan aún en los irrisorios límites de nuestra existencia, en perder poco a poco toda la im- portancias que le concedemos y en borrarse y en desaparecer en el olvido?. Es cierto, más es preciso hablar de las cosas huma- nas, a los seres humanos, y en la escala humana. Lo que llama- mos bien o mal es lo que nos hace bien o mal; lo que molesta o nos aprovecha a nosotros o a los demás y mientras que vivamos en esta tierra con la pena de desaparecer, nos será necesario darle una importancia que no tienen en ellos mismos. Las más altas religiones, las más profundas especulaciones. Las más altas religiones, las más profundas especulaciones me- tafísicas, desde que se trata de moral, de evolución y de porvenir humanos, fueron obligadas siempre a reducirse a las proporcio- nes humanas y convertirse en antropomorfas. Hay una necesidad irreductible en virtud de la cual y a pesar de los horizontes que se extienden a todas partes, conviene dirigir sus pensamientos y sus miradas. En nuestra esfera, ¿qué es en suma este mal que castiga Kar- ma?. Si se va al fondo de las cosas desde luego, el mal proviene siempre de un defecto de inteligencia, de un juicio erróneo, in- completo, oscurecido o limitado de nuestro egoísmo que no nos hace ver más que las ventajas próximas o inmediatas de un acto dañoso a nosotros mismos o a otros, ocultándonos las conse- cuencias lejanas pero inevitables que tal acto siempre acaba por engendrar. Toda la ética en último análisis, no se apoya más que sobre la inteligencia; y lo que nosotros llamamos corazón, senti- mientos, carácter, no es en efecto más que la inteligencia acumu- lada, cristalizada, adquirida o heredada, convertida más o menos inconsciente y transformada en hábitos o instintos. El mal que hacemos, no lo hacemos más que por un egoísmo que se equi- voca y que ve demasiado cerca de sí los límites de su ser. Así que la inteligencia alza el punto de vista de este egoísmo, se ex- tienden los límites, se ensanchan y concluyen por desaparecer. El terrible, el insaciable yo que nos oculta la cara del abismo pier- de su centro de atracción y de avidez se reconoce, se encuentra nuevamente y se ama en todas las cosas. No creamos ciega- mente en la inteligencia de los perversos que triunfan, ni en la felicidad que se cree hallar en el crimen. Habría que ver el rever- so; o sea, la realidad a menudo dolorosa de tales éxitos; y porque además, esta inteligencia, bajo la forma de habilidad, de maña, de deslealtad, es la inteligencia especializada, canalizada y lleva- da por un estrecho circuito y como un chorro de agua comprimi- da, muy poderoso sobre determinado punto; más de ningún mo- do la inteligencia verdadera y general, grande y generosa. Desde que esta se descubre, hay necesariamente honradez, justicia, indulgencia, amor y bondad, porque hay horizonte, altitud, expan- sión, plenitud; porque hay conocimiento instintivo o consciente de las proporciones humanas, de la eternidad de la existencia y de la brevedad de la vida; de la situación del ser humano en el uni- verso, de los misterios que lo envuelvan y de los lazos secretos que lo retienen a todo lo que no vemos en la tierra y en los cielos. La falta de inteligencia es el mal real sobre la tierra; y si todos los seres humanos fuesen soberanamente inteligentes, ya no habría desgraciados. Karma no castiga; simplemente nos pone cerca de nuestras existencias y ensueños sucesivos al plan en que nues- tra inteligencia nos había dejado, rodeados de nuestros actos y de nuestros pensamientos. Porque comprueba y registra, nos toma tal y como hemos sido hechos, nos da la ocasión para re- hacernos, de adquirir lo que nos falta y de elevarnos tan altos como los más altos. Por supuesto que nos elevaremos forzosa- mente, pero la actividad o lentitud con que lo hagamos, depende absolutamente de nosotros. Una ley creciente, la evolución, que es la ley fundamental de todas las existencias que conocemos desde el infusorio hasta los astros. Alguna cosa no puede ser más que a condición de hacerse mejor o peor, de subir o de ba- jar; de componerse o descomponerse y que el movimiento es más esencial que el ser o la sustancia. Y esto es así porque así es. No hay nada que hacer, nada que decir, sino únicamente que comprobar. Cada día trae su afán y nada llega sin su razón de ser. Porque – como ya se ha dicho– ni Dios ni la Naturaleza juegan a los da- dos, por lo que ninguno de nosotros estamos aquí por mera coin- cidencia. Todos tenemos una labor que realizar, y esa labor sur- ge cada día. Siempre se debe esperar lo mejor. No podemos esperar hasta que “seamos grandes” para saber qué es lo que tenemos que hacer: Pensar, Reír, Llorar, Sentir, todos los días. Si queremos ser dignos de nosotros mismos, es necesario mirar la realidad de frente y mantenernos siempre en plena conciencia. El hecho de encarar la vida, tal cual es, es un buen camino para medir la propia personalidad y darse cuenta de las propias capa- cidades. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2013 De mi Libreta de Apuntes De mi Libreta de Apuntes © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual De Noche Serpentea de emoción la carcajada. Y revela la pasión por la banqueta. Surge el canto nocturnal de la galaxia y recrea con sus notas la sonrisa. Es la noche mar de encantos y reproches, que animan con su amor a las camelias; y los faros, presurosos caminantes, merodean por el centro de las calles. Corre el viento anhelante y sin fronteras, suspirante y siem- pre en pos de la pradera, porque el manto grato y santo de la noche, canturrea seduciendo a la mañana. Y esa calma tan celosa de la hoguera, tranquiliza sin demora a la lechuza, que con gracia y, montando guardia eterna, satisface los deseos de la Luna. Las estrellas por su parte y sin congoja, reververan musitan- do una quimera. Blándela sobre el Sol y lánzala por el Mar. Y descubre el entorno de mi alma esgrimiendo tu amor en mi honor. 1989 “A veces, podemos pasarnos años sin vivir en absoluto y, de pronto, toda nuestra vida se concentra en un solo instante.” Oscar Wilde, Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual © Maui, Hawaii - 1999