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Nueva época - Vol. IV No. 99 Diciembre de 2014
Surgimiento del Amor
En el origen de todo amor hay un choque provocado por la admi-
ración, por algún accidente que ha revelado una inteligencia o
hecho nacer un deseo. Cuando el choque ha fijado la atención
sobre un ser, la ausencia es entonces muy favorable para el naci-
miento del amor. La gran fuerza de las mujeres consiste en retra-
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duce más que dicha; pero una hoguera no puede arder si no se
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teria de signos de incitación, el enamorado no es un ser difícil:
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Cuando estos signos son claros y constantes, un amor mutuo
puede nacer y nada es tan hermoso, pero ocurre también que la
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Tomamos por un signo o interpretamos con esa minucia que sólo
tienen los amantes y los policías, lo que sólo era jaqueca, moles-
tia producida por un dolor muscular o una costura de la media.
Pero una nadería basta para inquietar a un amante. Éste analiza
las miradas, las palabras, los ademanes, descubre en ellos ocul-
tos sentidos. Intenta adivinar qué falta ha cometido para merecer
tan duro trato. Mientras menos comprende, porque en realidad no
hay nada que comprender, más piensa en aquella a quien ama y
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nacido de la inquietud se parece a esas espinas cuya forma es
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De aquí parece resultar que la coquetería; es decir, el juego deli-
berado de las alternativas, juego que consiste en tender el cebo,
retirarlo, y volverlo a tender, parece hecho para despertar y man-
tener al amor. Es un movimiento natural y fácilmente explicable el
de perseguir lo que nos esquiva y el de esquivar lo que se nos
ofrece. Pero la coquetería prolongada mata al amor. Entonces se
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cierta grandeza en decir: “Sé que declarándole mi amor me pon-
go a su merced, pero me satisface hacerlo”. Si el compañero es
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tas.
El sueño es profético de la misma manera: caricatura de un ma-
ravilloso porvenir.
http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2014
©
Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual
Mañana.
Antes de que los pétalos caigan,
desaparecerá el aroma sutil de
la mañana; porque el alud
de encanto que se asienta,
contiene un tajo amable
de quimeras, que se envuelven
del verdor de la pradera,
y que emanan un sabor
de manantiales.
Pues el fresco amor que surge de la rosa
es el gran primor de la alborada,
que se guarda condensado entre las flores
y se entrega sin clamor a las pasiones.
No hay nube que se engañe
si Eolo ampara las bondades,
pues si el viento canta desde el norte,
un coro de ámbar es el hijo de los valles.
1988
Mientras que el
tiempo
se acerca, espe-
rando
“Tienes que reflexionar sobre ti mismo y hacer luego lo
que verdaderamente surja de tu propia esencia. No hay
otro camino. Si tú mismo no puedes encontrarte, tampoco
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Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©
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La narrativa del conocimiento vol. ii no. 47a extra año nuevo
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La narrativa del conocimiento vol. ii no. 47
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La narrativa del conocimiento vol. iv no. 99

  • 1. La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón Nueva época - Vol. IV No. 99 Diciembre de 2014 Surgimiento del Amor En el origen de todo amor hay un choque provocado por la admi- ración, por algún accidente que ha revelado una inteligencia o hecho nacer un deseo. Cuando el choque ha fijado la atención sobre un ser, la ausencia es entonces muy favorable para el naci- miento del amor. La gran fuerza de las mujeres consiste en retra- sarse o en estar ausentes. Y es que la presencia revelaría muy pronto la debilidad de aquel o aquella que nos ha impresionado. En la ausencia, por el contrario, la bien amada se convierte en una musa que podemos adornar de todas las perfecciones. De este modo, el objeto amado se idealiza, se transforma en un ser diferente de lo que es y superior a él mismo. Por esto se dice que el amor es subjetivo y que amamos, no a los seres reales, sino a los seres que nosotros creamos. Esto deja de ser verdad en el caso de la admiración legítima. Cuando la primera idealización se ha operado, un segundo en- cuentro puede producirse sin riesgo para el amor, porque nuestra emoción será tal que ya no veremos más, aunque se halle delan- te de nosotros, al ser real. Lo reemplazaremos por la idealiza- ción. No oiremos las frases banales que dirá; no notaremos las debilidades de su razón, ni de su corazón. La alegría que experi- mentamos viéndolo está a salvo de las sorpresas, porque es una alegría totalmente interior. Mientras las cosas permanecen en este estado, el amor no pro- duce más que dicha; pero una hoguera no puede arder si no se le alimenta, y esta llama naciente se apagaría pronto si algún soplo de esperanza, por ligero que sea, no la reanimase. En ma- teria de signos de incitación, el enamorado no es un ser difícil: una mirada, una presión de la mano, una respuesta un poco viva le estimulan en seguida. Cuando estos signos son claros y constantes, un amor mutuo puede nacer y nada es tan hermoso, pero ocurre también que la certidumbre y la seguridad matan al sentimiento. En muchos hombres y mujeres el amor, en sus comienzos, se alimenta de duda o, mejor, de una alternativa de incitación y de frialdad. Fre- cuentemente este alternar de los signos no corresponde a ningu- na variación real de los afectos. La timidez o el pudor son los que dictan los movimientos que creeríamos inspirados por el desdén. Tomamos por un signo o interpretamos con esa minucia que sólo tienen los amantes y los policías, lo que sólo era jaqueca, moles- tia producida por un dolor muscular o una costura de la media. Pero una nadería basta para inquietar a un amante. Éste analiza las miradas, las palabras, los ademanes, descubre en ellos ocul- tos sentidos. Intenta adivinar qué falta ha cometido para merecer tan duro trato. Mientras menos comprende, porque en realidad no hay nada que comprender, más piensa en aquella a quien ama y más el amor se adentra profundamente en su espíritu. El amor nacido de la inquietud se parece a esas espinas cuya forma es tal que quien quiere arrancarlas, lo que hace con su esfuerzo es clavarlas más hondamente en la carne. De aquí parece resultar que la coquetería; es decir, el juego deli- berado de las alternativas, juego que consiste en tender el cebo, retirarlo, y volverlo a tender, parece hecho para despertar y man- tener al amor. Es un movimiento natural y fácilmente explicable el de perseguir lo que nos esquiva y el de esquivar lo que se nos ofrece. Pero la coquetería prolongada mata al amor. Entonces se produce una des-idealización. La coqueta mezcla en sus rigores la suficiente esperanza para no matar a su pretendiente; este juego cruel es casi irresistible. Hay cierta grandeza en decir: “Sé que declarándole mi amor me pon- go a su merced, pero me satisface hacerlo”. Si el compañero es digno de esta confianza, entonces es necesario administrarle, de vez en cuando, dosis homeopáticas de coquetería. Si el compa- ñero es digno de un abandono total, un hermoso amor, mutuo y confiado, podrá nacer. Los primeros tiempos de un amor mutuo son los que las perso- nas pueden concebir de más delicioso. Entonces la idealización es doble y resiste la presencia. Cada uno se alza por encima de sí mismo y se convierte en lo que el otro quiere que sea. Cuando este estado puede durar, es cuando se realizan las bellas exis- tencias. Es raro, sin embargo, que incluso en tales amores la fuerza del sentimiento sea igual por una y otra parte o que, si lo es, siga siéndolo. La mayor parte de las personas tienen que conquistar y reconquistar incesantemente al ser que desean, que no se ofrece a ellos sin combate. Filosofía patológica: Una necesidad absoluta de perfección es una enfermedad, hasta el punto de mostrarse ella misma imper- fecta e inacabada, destructora de lo inconcluso y desviándose de sí. Cuando queremos alcanzar alguna cosa determinada, tenemos que fijarnos límites provisionales determinados. Por el contrario, quien no lo hace, parecería como aquel que no quiere nadar, si bien puede hacerlo. Es un idealista mágico, así como existen realistas mágicos. Estos últimos buscan una forma mágica, un objeto mágico; los idealis- tas mágicos buscan un movimiento mágico, un tema mágico. Las dos son enfermedades lógicas, suerte de locuras, en las que se manifiesta o refleja el ideal de dos maneras: estas dos formas son entidades sagradas, esencias aisladas que refractan (rompen) maravillosamente la luz superior: son verdaderos profe- tas. El sueño es profético de la misma manera: caricatura de un ma- ravilloso porvenir. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2014 © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual Mañana. Antes de que los pétalos caigan, desaparecerá el aroma sutil de la mañana; porque el alud de encanto que se asienta, contiene un tajo amable de quimeras, que se envuelven del verdor de la pradera, y que emanan un sabor de manantiales. Pues el fresco amor que surge de la rosa es el gran primor de la alborada, que se guarda condensado entre las flores y se entrega sin clamor a las pasiones. No hay nube que se engañe si Eolo ampara las bondades, pues si el viento canta desde el norte, un coro de ámbar es el hijo de los valles. 1988 Mientras que el tiempo se acerca, espe- rando “Tienes que reflexionar sobre ti mismo y hacer luego lo que verdaderamente surja de tu propia esencia. No hay otro camino. Si tú mismo no puedes encontrarte, tampoco encontrarás espíritus ningunos que te guíen.” Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual © Museo Nacional de Arte, México - 1988