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Máster Educación Secundaria fenómenos naturales
1. Máster de Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y
Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas
Fenómenos naturales:
su explicación como vía de entrada
al conocimiento científico
Enseñanza de la Física y la Química
Autor: Héctor Velasco Arregui
E-mail: hvelasco001@gmail.com
Fecha: 1 de agosto de 2015
3. Comentario y reflexiones
Tras leer con detenimiento el prefacio escrito por Louis Néel para el libro Les phénomènes
naturels (1978), me he quedado con la sensación de haber tenido acceso a la mente de un gran
científico. Pese a que antes entrar en contacto con el temario de esta asignatura desconocía por
completo su existencia y obra, sin duda lo debió ser, a la luz de los datos biográficos a los que he
tenido acceso. Además, en este texto se intuye a un hombre entregado a la ciencia, crítico y
preocupado por las cuestiones de su entorno, pero no por ello derrotista ni resignado; sus palabras
están cargadas de un espíritu reformador que transmite esperanza e ilusión por cambiar esa realidad
con la que no está de acuerdo. Como todo científico curioso e inconformista, Néel también se deja
llevar por momentos por el idealismo, considerando las enormes posibilidades de un futuro mejor y
aportando ideas que favorezcan su consecución. Se trata pues de un texto estimulante, del que
sorprende su aparente vigencia, y más considerando que han transcurrido casi cuarenta años de su
escritura. Esta última característica me facilitará enormemente la tarea de hacer un breve
comentario sobre algunas de las cuestiones que en él aparecen.
La primera cuestión digna de mención es que el autor se muestra crítico con respecto a la
progresiva abstracción que ha ido experimentando la ciencia (aunque se refiere a las Matemáticas y
a la Física en concreto, en nuestro comentario tenderemos a generalizar), señalándola como una de
las principales causas de la pérdida de interés por las mismas, además de la creciente dificultad en
su enseñanza (ambas cuestiones íntimamente relacionadas). En este punto, y en mi opinión de
forma acertada, Néel realiza una advertencia sobre las posibles consecuencias del cariz excesiva-
mente concreto que ha tomado la ciencia y de la progresiva (y asombrosa) complejidad que ha
adquirido la tecnología, alejándose el hombre de a pie que, admitámoslo, aún es básico y primario
en muchos aspectos. Yo mismo, como estudiante de Física y Matemáticas, también sentí no hace
demasiado tiempo la opresión de esos desarrollos abstractos, llenos de números y símbolos, de los
que en numerosas ocasiones uno desconoce tanto el origen como el fin. Sin una aproximación
comprensible, sin una conexión con el mundo real y palpable, en estas ciencias aparecen “muros”
que resultan muy difíciles de salvar para el estudiante medio (por no hablar ya del ciudadano
medio). Este distanciamiento con el mundo cotidiano lleva, como bien apunta Néel, a considerar la
ciencia como algo incomprensible, cuasi-mágico, lo que nos devuelve a una ciudadanía incapaz de
salvar por sí sola el espacio que se ha aparecido entre su visión del mundo y las ciencias exactas,
terminando finalmente por rehuir la ciencia (y su enorme influencia sobre el conocimiento en
general), lo que nos hace retroceder varios siglos, ideológicamente hablando. He aquí una cuestión
verdaderamente preocupante, ya que la humanidad ha ido desarrollando progresivamente una gran
dependencia de la ciencia y la tecnología y sería altamente contraproducente, a la larga, que ambas
4. quedasen restringidas de manera exclusiva a una parte de ésta. En la medida que forman parte
indispensable de nuestra vida diaria, es necesaria su promoción, accesibilidad y comprensión, como
derecho a conocer básico de todo ciudadano. De ahí que el propio autor abogue por una explicación
científica, accesible pero rigurosa y renovada, de distintos fenómenos naturales, cuya observación
directa o indirecta está al alcance de la mayoría, que tienda lazos de entendimiento, proporcionando
un necesario acercamiento a las aplicaciones de la ciencia para la comprensión del mundo tal y
como lo conocemos. Una ciencia que nos resulte familiar, al servicio de todos y de la que todos
podamos ser partícipes.
En esta labor, además de la inestimable labor de políticos y docentes, no debe desdeñarse el
papel de los medios de comunicación. Como Néel apunta, son muchas las ocasiones en que éstos
hacen un flaco favor a la adecuada difusión de conocimientos científico-técnicos. Podríamos
considerar que uno de los factores de mayor peso en las carencias del ámbito informativo es la falta
de tiempo. La cultura de “llegar el primero” parece haberse impuesto y en muchas ocasiones la
sociedad, cada día más acostumbrada a la “inmediatez informativa” premia la rapidez sobre otras
cualidades deseables en las noticias (dígase rigurosidad, fidelidad, realismo, objetividad, etc). Que
“las prisas no son buenas” es por todos sabido y esta sentencia cobra especial relevancia a la hora de
transmitir contenidos técnicos, que ya de por sí suelen requerir un tratamiento y cuidado especiales.
Tampoco se nos escapa que éste quizá no sea el factor de mayor peso a la hora de considerar esta
falta de rigor en los temas científicos. La tremenda influencia que ejercen sobre la ciudadanía estos
medios los convierte en potenciales herramientas de manipulación de gran poder: no siempre resulta
conveniente para las grandes compañías de productos de consumo, o incluso los gobiernos, que la
ciudadanía esté completa y debidamente informada, y los medios son, en muchas ocasiones, las vías
de ejecución de estas “segundas intenciones”. Sea por la razón que fuere, el llamamiento que hace
el autor a la correcta difusión de la ciencia y la tecnología por parte de los medios de comunicación
podría considerarse en plena vigencia bien entrado el siglo XXI y, aunque hay quien considera que
este aspecto ha mejorado en las últimas décadas, cabe preguntarse si realmente lo ha hecho.
Con respecto a la idea de la falta de tiempo, creo que es necesario detenerse en esta lacra de
la sociedad de nuestro tiempo, en este “virus” (por no usar otra metáfora, más desagradable, que
viene a mi mente) que se extiende de manera perversa e incontrolada por todos los ámbitos la
misma. La dinámica del mundo actual, de inmediatez e instantaneidad, con una falta de paciencia
que parece incrementar la sensación de brevedad de nuestra existencia, también repercute, como no
podía ser de otra manera, en la educación y los currículos: temarios cada vez más comprimidos, el
desarrollo explicativo denostado en favor del resultado numérico frío, mudo y sintético, la impo-
sición del modelo de exámenes tipo test, que promueve estrategias de reconocimiento y eliminación
5. en lugar de otras, como la reflexión y la redacción. Todo ello favorece una nueva forma de
aprendizaje, que se pretende que sea “a lo largo de toda la vida”, pero en mucho casos lleva a
favorecer la adquisición de conocimientos de “usar y tirar”. De esta manera, la mente humana está
desarrollando capacidad de almacenar selectivamente lo que le interesa y desechar aquello en
desuso (no puedo evitar pensar en la analogía con el aviso de “Iconos sin usar en su escritorio” de
entorno Windows). Es por ello, que si el alumnado no llega a comprender la necesidad imperiosa de
hacerse con una mínima cultura científica, difícil será que la busque por sí mismo, siendo aquellos
conocimientos adquiridos en el entorno escolar rápidamente sustituidos por otros que
(aparentemente) resulten de mayor utilidad. Por otro lado, también es obvio que los estudiantes han
de hacer mayor esfuerzo para desarrollar tareas o respuestas de examen aplicadas, y que el profe-
sorado también requiere más tiempo para idear, organizar, evaluar actividades de desarrollo así
concebidas. Y es que enseñar bien también requiere tiempo y dedicación (nadie dijo lo contrario);
en cambio, la mera transmisión de contenidos y la calificación de su memorización es mucho menos
costosa. De esta manera, el tiempo, en tantas ocasiones equiparado con ese otro tirano al que
llamamos dinero, ha ido imponiendo su ley y, entre sus consecuencias, tenemos uno de los grandes
perjuicios que se le está haciendo a la enseñanza de las ciencias, en la que el valor de la experiencia
propia, que también requiere su tiempo (al igual que todo proceso contemplativo-reflexivo), ha sido
relegada a un segundo plano.
Curiosamente, y siguiendo un poco en esta línea, recientemente me he sorprendido a mí
mismo realizando experimentos caseros (que en su día no tuve la oportunidad de realizar como
parte de mi educación pero que intento promover entre mi alumnado, para lo cual he de ponerlos en
ocasiones a punto). Debo reconocer que me siento como un niño (travieso y/o curioso) cuando
“cacharreo” con los elementos y herramientas, incluso alimentos, más simples y sencillos. Quiero
creer que esa es la actitud que hay que fomentar entre el alumnado e intentar mantener a lo largo de
la vida (por todos como seres en constante aprendizaje, en general): la actitud del curioso insa-
ciable, receptivo, abierto, flexible, siempre predispuesto a aprender cosas nuevas. Como predicaban
los apuntes de otra asignatura de este Máster (que ahora no acierto a recordar), a medida que
aprendemos, también mejora nuestra capacidad de aprender: si esto revierte en la satisfacción de
propia del desarrollo de la habilidad que estamos desarrollando, si a medida que aprendemos lo
hacemos mejor, y esto nos resulta gratificante y nos motiva a seguir aprendiendo, creamos una
círculo vicioso (o espiral de auto-retroalimentación) sumamente valioso para nuestro crecimiento
personal. Dado que esa capacidad/habilidad de aprender se desarrolla con la práctica, lo lógico es
partir de aprendizajes sencillos que nos preparen para los (progresivamente) más complejos. Soy
completamente consciente de la falta de originalidad de estas ideas aquí expuestas (que no cometeré
la insolencia de atribuirme), simplemente quiero señalar que, siguiendo este razonamiento lógico de
6. comenzar por aprendizajes más sencillos, no podemos obviar el valor de la cotidianidad. Tanto los
fenómenos naturales como los cotidianos (teniendo en cuenta que nos son categorías excluyentes,
ya que los segundos acaban convirtiéndose “naturales” de lo sumamente familiares que llegan a
resultarnos) poseen un enorme potencial didáctico. Si bien Néel hace referencia a los primeros,
partiendo siempre de cierta complejidad, yo abogo por una aproximación desde fenómenos aún más
sencillos y cercanos: el cambio de aspecto y consistencia del huevo al freírse/hervirse o del azúcar
al calentarse a ciertas temperaturas, el curioso caso del cubito de hielo que flota en aceite pero cuyas
gotas de agua, al derretirse, se hunden lentamente hasta posarse con suavidad en el fondo, y otros
procesos tan habituales como peculiares. Sin duda, estos y otros muchos fenómenos “al alcance de
la mano”, que permiten al estudiante realizar experimentos y observaciones por sí solo, no pueden
ni deben desdeñarse desde el punto de vista de la docencia en el campo científico. De hecho, y
yendo un paso más allá, dado el acceso a la información del que se dispone en la actualidad, y de la
necesidad de adquirir la (tan en boga) competencia de “Aprender a Aprender”, ¿por qué no enseñar
al alumnado a experimentar, observar y buscar respuestas de manera autónoma e independiente? He
aquí la quintaesencia de la metodología científica, en la que los jóvenes pueden iniciarse desde muy
pronto, siempre y cuando, claro está, se les motive e incentive adecuadamente, al tiempo que se les
guía y asesora en el proceso. Es por ello que la labor del docente también debe ser plantear expe-
riencias, crear la duda (o suscitar el tan interesante “conflicto cognitivo”) y fomentar la curiosidad,
derribar estereotipos, prejuicios y creencias vulgares, alentar el espíritu experimentador, la
observación y la emisión de hipótesis y teorías (por descabelladas que parezcan, ahora que hemos
caído en la cuenta de la utilidad de la lluvia de ideas o brainstorming) y la reflexión (auto)crítica
como base del inconformismo del ser curioso. Todo ello en aras del gusto por la ciencia, como una
de las máximas expresiones de avidez por el conocimiento de las que puede enorgullecerse el ser
humano.
Para finalizar, y a modo de conclusión, considero que se trata de un texto de recomendada
lectura por todos aquellos que aspiran a enseñar (y por qué no, a aprender) ciencia, que invita a
reflexionar sobre lo que nos rodea, por simple que parezca, para que no nos conformemos con
“ver”, sino que intentemos mirar, observar, indagar en busca de repuestas y/o soluciones, con una
actitud receptiva, abierta y flexible y espíritu crítico, lo que nos conducirá a una mejor y más
completa comprensión de nuestra realidad. Con la ciencia como herramienta principal para adquirir
este conocimiento, paulatinamente podremos aspirar a una mayor armonía con nuestro entorno.
7. Bibliografía
• Ministerio de Educación y Ciencia (1990). Real Decreto 1631/2006, de 29 de diciembre.
(BOE del 5 de enero de 2007).
• Néel, L. (1978). Les phénomènes naturels. Préface Du Professeur Louis Néel. Louis Néel
(Editor). París, Pour la Science. Incluido en Yuste, M. y Carreras C. (2014). Tema 5: Los
fenómenos naturales en la enseñanza de la Física y la Química. Material propio del Máster
de Formación de Profesorado. UNED.