Existen límites éticos que el científico no puede traspasar
1. ¿EXISTEN LÍMITES ÉTICOS QUE EL CIENTÍFICO NO PUEDE TRASPASAR?
Fernando Pascual
equipogama@arcol.org
Investigación científica y ética
Hay quienes piensan que hablar de “límites éticos” de la investigación es algo así como
caer en formas de censura que no permitan al científico desarrollar todas sus intuiciones.
Pero si la ciencia es una actividad humana, que toca a los demás, que beneficia (o
perjudica) a otros, que conlleva grandes cantidades de dinero y que puede servir para
detener enfermedades o para provocarlas, está claro que debemos poner muros firmes y
seguros para que no se dañen a seres inocentes o “culpables” (no nos parece justo que se
realicen experimentos sobre criminales o prisioneros, cosa que por desgracia se ha hecho en
algunos momentos de la historia).
¿Cuáles son los límites mínimos que podemos pedir al científico en su trabajo de
investigación? Podemos aplicar un esquema sencillo: límites en los fines u objetivos,
límites en los medios, límites en los resultados y en los costos económicos y sociales.
Límites en los fines: está claro que una investigación que tenga como objetivo destruir
vidas humanas debe quedar totalmente fuera de nuestro horizonte. Por desgracia es algo
que se hizo en la Alemania nazi, donde se veían qué gases y qué métodos eran más
adecuados para los asesinatos de masa. Y es algo que se sigue realizando cuando se buscan
maneras más o menos refinadas para el aborto, el infanticidio, la eliminación de ancianos o
de personas enfermas, la construcción de “eficaces” armas de exterminio, etc.
Límites en los medios: una vieja sentencia ética afirma que un fin bueno no puede justificar
un medio malo. Curar a una persona que tiene graves problemas de riñones no puede
permitir el que se elimine a un enfermo más o menos grave que puede convertirse, así, en
donante anónimo de un riñón que hará feliz a otro... Descubrir una vacuna contra el SIDA a
costa de recurrir a voluntarios “forzados” que se verán seguramente contagiados por el
terrible virus no puede ser lícito, aunque se pueda curar, luego, a miles de enfermos
necesitados. Nunca la muerte de un inocente quedará justificada con el posible beneficio de
otras personas (aunque sean miles o millones los beneficiados).
Límites en los resultados y en los costos económicos y sociales: cada acto que realizamos
implica un pequeño cambio en el planeta. Si existe un riesgo alto por difundir en la especie
humana un virus peligroso, el científico sabe que no puede poner en marcha procesos
experimentales que podrían escapársele de las manos. Si la búsqueda de una nueva vacuna
para pocos implica gastos enormes del presupuesto de un estado que no ha garantizado
todavía el acceso al agua potable de miles o millones de sus ciudadanos, es obvio que tal
investigación quedará aplazada hasta que se cubran antes necesidades más urgentes. Esto
no significa, desde luego, que haya que cerrar los grifos de la financiación a los científicos
y dejarles sin ayuda. Lo que sí está claro es que antes que mejorar las técnicas de cirugía
2. estética habría que seguir invirtiendo más y más fondos en la eliminación del cáncer o en
asegurar a las mujeres un embarazo sin peligros para la salud del niño y de la madre.
Pero todos estos límites no deben quitar nunca al científico su libertad más profunda: la del
buscador de la verdad y del bien. Todo científico tiene, por esencia, vocación a abrir nuevas
fronteras para el bien de la humanidad. A pesar de las críticas que todavía se alzan en
muchas partes, hay que reconocer que gracias a importantes mejoras en la producción
agrícola hoy comen millones de personas que, quizás, se encontrarían sumergidas en el
hambre o la desesperación. Y esas mejoras las lograron científicos que, con responsabilidad
y con amor, supieron dedicar sus vidas y su mente a descubrimientos que hoy son
patrimonio de la humanidad.
A la ciencia hay que darle su lugar, sin que se vea pisoteada por políticos que sólo quieren
el aplauso inmediato ni por ideólogos que tal vez se asustan ante la posibilidad de que
alguien ayude al trigo a dar más granos con menos desgaste de la tierra. Pero esto no
significa permitirle al científico que se considere a sí mismo como si fuese una especie de
divinidad que dicte lo que sea bueno y lo que sea malo, que decida quién debe vivir y quién
debe morir... En esto, como en todo, hay que seguir dando a la ciencia lo que es de la
ciencia, y a la sociedad y a cada conciencia ética lo que les pertenece, especialmente a la
hora de juzgar lo que es el bien y lo que es el mal en el mundo de los laboratorios.