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LA NEUROSIS Y EL
DESARROLLO HUMANO
La lucha por la autorrealización
(1950)
Karen Horney
Traducción:
Josefina Martínez Alinari
Edición:
Julio Tamayo
2
3
A
Mis colegas y a los estudiantes del
American Institute for Psychoanalysis
4
5
INTRODUCCIÓN
UNA MORAL DE EVOLUCIÓN
El proceso neurótico es una forma especial del desarrollo humano, y —a
causa de la pérdida de energías constructivas que supone— es una forma
especialmente desdichada. No sólo es diferente en calidad de un desarrollo
humano sano, sino que, en mayor grado de lo que creemos, es su antítesis en
diversos aspectos. En condiciones favorables, las energías del hombre se dedican
a la realización de sus potencialidades. Tal desarrollo dista mucho de ser
uniforme. De acuerdo a su temperamento, a sus facultades, y tendencias
particulares, a las condiciones de su vida, infantil y adulta, el hombre puede
hacerse más blando o más duro, más cauteloso o más confiado, con mayor o
menor confianza en sí, más contemplativo o más superficial; y puede desarrollar
sus dotes especiales. Pero cualquiera que sea el rumbo que siga, sólo puede
desarrollar, sus potencialidades dadas.
Sometida a una tensión interna, una persona puede quedar enajenada de su
verdadero yo. Entonces dedicará la mayor parte de sus energías a la tarea de
moldearse, mediante un rígido sistema de dictados interiores, para convertirse en
un ser de absoluta perfección. Pues sólo una especie de perfección divina
satisface la imagen idealizada que tiene de sí, y el orgullo que le proporcionan
los supremos atributos que (a su entender) tiene, pudo haber tenido o debiera
tener.
Esta tendencia del desarrollo neurótico (que se presenta detalladamente en
este libro) atrae nuestra atención más allá del interés clínico o teórico en los
fenómenos patológicos. Pues supone un problema moral fundamental: el
humano deseo, impulso u obligación religiosa de alcanzar la perfección. Ningún
estudiante serio, dedicado al desarrollo del hombre, dudará de lo indeseable que
es el orgullo o la arrogancia, o el deseo de perfección cuando el orgullo es el
motivo. Pero existen grandes divergencias de opinión acerca de lo deseable o
necesario de una disciplina interior, con el fin de asegurar un proceder moral.
Dando por sentado que estos dictados interiores, ejercen un efecto retardatario
sobre la espontaneidad del hombre, no deberíamos, de acuerdo al precepto
cristiano (“Sed perfectos...”) luchar por la perfección. ¿No sería arriesgado, y
realmente ruinoso, para la vida moral y social del hombre, el abandonar tales
dictados?
6
Este no es el lugar para discutir los diversos aspectos en los cuales esta
cuestión ha sido tratada en toda la historia de la humanidad, ni yo estoy
preparada para ello. Sólo quiero indicar que uno de los factores esenciales de
que depende la cuestión, es nuestra creencia acerca de la naturaleza humana.
Hablando en sentido general, hay tres conceptos supremos del fin de la
moral, basados en las diferentes interpretaciones de la naturaleza humana
esencial. Los frenos impuestos, no pueden ser suprimidos por el que crea —en
los términos que sean— que el hombre es pecaminoso por naturaleza, o
impulsado por instintos primitivos (Freud). El fin de la moral tiene que ser
entonces el freno o la superación del status naturae y no su desarrollo.
La meta tiene que ser diferente para los que creen que en la naturaleza
humana hay algo esencialmente “bueno” y algo “malo”, pecaminoso, o
destructor. Se concentrará en la seguridad de la victoria eventual del bien
inherente, refinado, dirigido o reforzado, por elementos como la fe, la razón, la
voluntad o la gracia —según el concepto ético o religioso particular dominante.
Aquí no se trata sólo de combatir y suprimir el mal, ya que a la vez existe un
programa positivo. Pero el programa positivo se basa en ayudas sobrenaturales
de alguna clase, o en un ideal de razón o voluntad, que sugiere el uso de los
dictados interiores que frenan y prohíben.
Finalmente, el problema de la moral es diferente de nuevo cuando creemos
que en el hombre son inherentes fuerzas constructivas de evolución que le
impulsan a realizar sus potencialidades. Esta creencia no significa que el hombre
sea esencialmente bueno, lo cual presupondría un conocimiento dado del bien y
del mal. Significa que el hombre, por su misma naturaleza y propio acuerdo,
lucha por realizarse, y que sus talentos se desenvuelven con tal lucha. Al parecer,
por ejemplo, no puede desarrollar hasta el máximo sus potencialidades humanas,
a menos que sea sincero consigo mismo; a menos que sea activo y productivo; a
menos que se una a los demás con un espíritu de solidaridad...Al parecer, no
puede desarrollarse si se entrega a una “oscura egolatría” (Shelley), y atribuye
todos sus inconvenientes a las deficiencias de los demás. Puede desarrollarse, en
el verdadero sentido, sólo cuando asume la plena responsabilidad de sí mismo.
De este modo llegamos a una moral evolutiva, en la cual el criterio mediante
el cual cultivamos o rechazamos lo que hay dentro de nosotros, reside en la
preguntar ¿esta tendencia o actitud particular, ayuda o dificulta mi desarrollo
humano? Como demuestra la frecuencia de las neurosis, toda clase de presiones
pueden derivar nuestras energías constructivas a canales destructores. Pero,
cuando se cree en una tendencia automática hacia la propia realización, no se
necesita una camisa de fuerza interior, con la cual dominar la espontaneidad, ni
el látigo de los dictados interiores para impulsarnos a la perfección. No hay duda
de que tales métodos disciplinarios pueden suprimir factores indeseables, pero
tampoco cabe duda de que son dañinos para nuestro crecimiento. No los
necesitamos porque vemos una posibilidad mejor de luchar con las fuerzas
destructoras de nuestro interior: la de superarlas realmente. El camino hacia esta
meta es un conocimiento cada vez mayor de nosotros mismos. El conocimiento
de sí, no es una finalidad en sí mismo, sino un medio de liberar las fuerzas del
desarrollo espontáneo.
7
En este sentido, trabajar en nosotros, significa no sólo la obligación moral
suprema, sino al mismo tiempo, en un sentido muy real, el supremo privilegio
moral. La seriedad con que tomemos nuestro crecimiento moral depende de
nuestro deseo. Y si perdemos la obsesión neurótica del yo, al desarrollarnos
libremente, también nos entregamos libremente al amor y al interés de las demás
personas. Entonces queremos darles la oportunidad de un desarrollo sin trabas,
cuando sean jóvenes, y ayudarles en todo lo posible a encontrarse y a realizarse,
cuando su desarrollo esté dificultado. Sea como fuere, ya por nosotros o por los
demás, el ideal es la liberación y el cultivo de las fuerzas que conducen a la
realización de la personalidad.
Espero que este libro, mediante una exposición más clara de los factores que
sirven de obstáculo, ayude, en su esfera, a dicha liberación.
K. H.
8
9
CAPÍTULO 1
LA BÚSQUEDA DE LA GLORIA
Cualesquiera que sean las condiciones en que se críe un niño, si no es
mentalmente defectivo, aprenderá a hacer frente a los demás, de una o de otra
forma, y, probablemente, adquirirá ciertas habilidades. Pero hay otras fuerzas en
él que no puede adquirir e incluso desarrollar, con el aprendizaje. No es
necesario, y en realidad no se puede, enseñar a un alcornoque a que se convierta
en roble, pero, si tiene la oportunidad, sus potencialidades intrínsecas se
desarrollarán. Igualmente, el ser humano, si tiene una oportunidad, tiende a
desarrollar sus potencialidades humanas particulares. Entonces desarrollará las
únicas fuerzas vivas de su verdadero yo: la claridad y la profundidad de sus
sentimientos, pensamientos, deseos, intereses; la habilidad de saber despertar sus
recursos, la fuerza de su voluntad; los dones y capacidades especiales que pueda
tener; la facultad de expresarse, y de relacionarse con los otros,
espontáneamente. Todo esto, le permitirá, con el tiempo, encontrar sus valores y
sus fines en la vida. En resumen, crecerá, sustancialmente sin desviaciones,
hacia su realización. Y por esta razón hablo ahora y en todo este libro del
verdadero yo como la fuerza interior central, común a todos los seres humanos y,
sin embargo, única en cada uno de ellos, que es la fuente profunda de
crecimiento [Cuando en lo futuro se haga una referencia al crecimiento, siempre se aplica en este
sentido, el del libre y sano desarrollo de acuerdo con las potencias de cada individuo.].
Únicamente el individuo puede desarrollar sus potencialidades dadas. Pero,
como cualquier otro organismo vivo, el individuo humano necesita condiciones
favorables para su transformación “de alcornoque en roble”; necesita una
atmósfera cordial para darle una sensación de seguridad interior, y la fuerza
íntima necesaria que le permita tener pensamientos y sentimientos propios, y
poder expresarse. Necesita la buena voluntad de los demás, no sólo para que le
ayuden en sus muchas necesidades, sino para que le guíen y le animen para
que se convierta en un individuo maduro y fecundo. También necesita una sana
fricción con los deseos y voluntades de los demás. Si de este modo puede crecer
con los demás, en el amor y en la competencia, también podrá crecer de acuerdo
con su verdadero yo.
10
Pero mediante varias influencias adversas, un niño puede no poder crecer de
acuerdo a sus necesidades y posibilidades individuales. Tales condiciones
desfavorables, son demasiado variadas para que las enumeremos aquí. Pero al
ser resumidas, todas ellas indican el hecho de que la gente del medio del niño,
está demasiado absorta en sus propias neurosis, para poder amar al niño, e
incluso para concebirle como un individuo; sus actitudes hacia él, están
determinadas por sus necesidades y respuestas neuróticas [Todas las perturbaciones
neuróticas de las relaciones humanas enumeradas en el Capitulo 12 de este libro, pueden tener lugar. Cf.
Nuestros Conflictos Interiores, Karen Horney, Capitulo 2, El Conflicto Básico y Capítulo 6, La Imagen
Idealizada. (Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires).]. Expresado sencillamente, pueden ser
dominantes, protectores en exceso, amenazadores, irritables, exigentes,
indulgentes en exceso, inestables parciales con los otros hermanos, hipócritas,
indiferentes, etcétera. Nunca se trata de un solo factor, sino siempre de la
constelación completa que ejerce la influencia maligna sobre el desarrollo de un
niño.
Como resultado, el niño no adquiere una sensación de confianza sino una
profunda inseguridad y vaga aprensión, a la cual yo doy el nombre de angustia
básica. Es la sensación de estar aislado y solo en el mundo potencialmente
hostil. La presión de esta angustia básica evita que el niño se relacione con los
demás con la espontaneidad de sus sentimientos, y le obliga a hallar formas de
hacerles frente. Tiene que (inconscientemente) tratarles de modo que no
despierten ni acrecienten, sino que más bien calmen su angustia básica. Las
actitudes particulares resultantes de estas necesidades estratégicas inconscientes,
están determinadas por el temperamento del niño y por las contingencias de su
medio. En resumen, puede tratar de unirse a la persona más poderosa que tenga
cerca; puede tratar de rebelarse y combatir; puede cerrar la puerta de su vida
interior a los demás y retirarse emocionalmente de ellos. En principio, esto
significa que va a ir contra los demás, hacia los demás, o lejos de los demás.
En una relación humana sana, los movimientos contra la gente, hacia la gente
y lejos de ella, no se excluyen mutuamente. La capacidad de necesitar y dar
afecto, la capacidad de ceder; la capacidad de luchar y de retirarse —son
capacidades complementarias, necesarias a las buenas relaciones, humanas. Pero
en el niño que se siente en terreno precario, por causa de su angustia básica estos
movimientos se hacen extremos y rígidos.
El afecto, por ejemplo, se hace dependiente; la docilidad, se convierte en
apaciguamiento. Igualmente, se ve impulsado a luchar o a mantenerse alejado,
sin tener en cuenta sus verdaderos sentimientos ni lo inadecuado de su actitud en
una situación particular. El grado de ceguera y rigidez de sus actitudes está en
proporción a la intensidad de la angustia básica que haya dentro de él.
11
Como, en estas condiciones, el niño se ve impulsado no, sólo en una de estas
direcciones, sino en todas ellas, desarrolla actitudes fundamentalmente
contradictorias hacia los demás. Los movimientos hacia, contra, y al margen de
la gente, constituyen un conflicto, su conflicto básico con los demás. Con el
tiempo, trata de resolverlo haciendo que domine una de dichas actitudes, trata de
que la actitud prevalecedora sea agresiva, dócil o despegada.
Esta primera tentativa para resolver los conflictos neuróticos, no es
superficial. Por el contrario, tiene una influencia decisiva sobre el rumbo ulterior
del desarrollo neurótico. No sólo se relaciona exclusivamente con las actitudes
hacia los demás; inevitablemente supone ciertos cambios en la personalidad. De
acuerdo a su dirección principal, el niño adquiere también ciertas necesidades,
sensibilidades, e inhibiciones adecuadas, y los principios de las obligaciones
morales. Por ejemplo, el niño dócil tiende no sólo a subordinarse a los demás y
apoyarse en ellos, sino que trata de ser abnegado y bueno. Igualmente, el niño
agresivo, trata de dar valor a la fuerza, y a la capacidad de resistir y de luchar.
Sin embargo, el efecto integrante de esta primera solución no es tan firmé ni
tan total como en las soluciones neuróticas que se discuten más tarde. En el caso
de una muchacha, por ejemplo, las tendencias dóciles se habían hecho
dominantes. Mostraba una ciega adoración por ciertas figuras autorizadas,
tendencias a congraciarse y a apaciguar, timidez para expresar sus deseos, y
esporádicas tentativas de sacrificio. A los ocho años colocó algunos de sus
juguetes en la calle para que se los llevase algún niño más pobre que ella, sin
decirle a nadie que lo había hecho. A los once, trató, infantilmente, una especie
de entrega mística mediante la oración. Tenía fantasías en las cuales se veía
castigada por los maestros de quienes se enamoraba. Pero, hasta los diecinueve
años, fácilmente accedía a todos los planes formados por otros para vengarse de
algún maestro; aunque generalmente era un corderito, a veces encabezaba las
rebeliones escolares. Y cuando el pastor de su iglesia la decepcionó, pasó de la
devoción religiosa a un cinismo temporal.
Las razones de esta falta de integración —de la cual son típicos estos
ejemplos— residen en parte en la falta de madurez del individuo en crecimiento
y en parte en el hecho de que la solución primitiva tienda principalmente a la
unificación de las relaciones con los demás. Por lo tanto hay lugar, y a la vez
necesidad, de una integración más firme.
El desarrollo descrito hasta ahora no es uniforme. Los detalles del medio
desfavorable son distintos en cada caso, como los del curso del desarrollo y su
resultado. Pero siempre daña la fuerza interior y la coherencia del individuo, y,
por lo tanto, engendran ciertas necesidades vitales para remediar las deficiencias
resultantes. Aunque éstas están íntimamente relacionadas entre sí, podemos
distinguir los aspectos siguientes:
A pesar de sus tentativas primitivas para solucionar sus conflictos con los
demás, el individuo está aún dividido y necesita una integración más firme y
comprensiva.
12
Por muchas razones, no ha tenido la oportunidad de desarrollar una
verdadera confianza en sí: su fuerza interior está minada por estar a la defensiva,
por hallarse dividido, por el modo en que su “solución” primitiva inició un
desarrollo unilateral, haciendo por ello grandes áreas de su personalidad inútiles
a los fines constructivos. Por lo tanto, necesita desesperadamente una confianza
en sí y no el sustituto de ella.
No se siente debilitado en un vacío, sino específicamente con menos
sustancia, menos bien equipado que otros para la vida. Si tuviera la sensación de
tener un lugar, su sentimiento de inferioridad con respecto de los otros no sería
un obstáculo serio. Pero el vivir en una sociedad, basada en la competencia, y
sentirse en el último lugar —como le ocurre al neurótico— aislado y hostil, sólo
puede desarrollar una urgente necesidad de elevarse por encima de los demás.
Aun más básicos que estos factores es el comienzo de su enajenación de sí
mismo. No sólo su verdadero yo no puede crecer rectamente, sino que, a la vez,
su necesidad de crear medios artificiales y estratégicos para su trato con los
demás, le ha obligado a vencer sus sentimientos, deseos y pensamientos
genuinos. Desde el momento en que la seguridad se ha hecho suprema, sus
pensamientos y sentimientos más íntimos han perdido su importancia —en
realidad han sido silenciados, y se han hecho indistintos. (No importa lo que
siente, con tal de que esté seguro). De este modo, sus sentimientos y deseos han
dejado de ser los factores determinantes; ya no es él, por decirlo así, el
conductor, sino el conducido. Además, la división que hay dentro de él, no sólo
le debilita en general, sino que refuerza la enajenación añadiendo un elemento
de confusión; ya no sabe dónde está, ni “quién” es.
Esta principiante enajenación del yo es más básica porque añade a los otros
daños, su intensidad malsana. Entenderemos éstos más claramente si
imaginamos lo que ocurriría, si los otros procesos pudieran tener lugar sin esta
enajenación del centro vivo de la persona. En tal caso, la persona tendría
conflictos, pero éstos no la llevarían de un lado a otro; su confianza en sí (como
la palabra indica, se requiera un yo en el cual depositar la confianza) quedaría
dañada, pero no desarraigada; y sus relaciones con los demás quedarían
perturbadas, sin que interiormente dejase de tener relación con ellos. De ahí que,
principalmente, lo que el individuo enajenado de sí necesita, es algo que le sirva
de apoyo, una sensación de identidad, sería absurdo decir un sustituto de su
verdadero yo, porque no existe tal cosa. Esto le podría dar algún significado ante
sí y, a pesar de todas las flaquezas de su estructura, darle una sensación de poder
y de significación.
Con tal de que no cambien sus condiciones interiores (mediante
circunstancias afortunadas), de modo que pueda prescindir de las necesidades
enumeradas, sólo hay un medio en que él pueda realizarlas aparentemente, y
realizarlas todas de golpe: mediante la imaginación. Gradual e
inconscientemente, la imaginación se pone a trabajar, y crea en su mente una
imagen idealizada de sí. Mediante este proceso, se dota de poderes ilimitados, y
de excelsas facultades; se convierte en un héroe, en un genio, en un supremo
amante, en un santo, en un dios.
13
La autoidealización siempre supone una autoglorificación general y por lo
tanto, a al individuo la tan necesaria sensación de importancia y superioridad
sobre los otros. Pero no es un ciego engrandecimiento. Cada persona construye
su imagen idealizada con los materiales de sus experiencias especiales, sus
fantasías primitivas, sus necesidades particulares, y también sus facultades
dadas. Si no fuera por el carácter personal de la imagen, no lograría un
sentimiento de identidad y de unidad. Idealiza, para empezar, su "solución"
particular, a su conflicto básico: la docilidad se convierte en bondad; el amor en
santidad; la agresividad en fuerza; las condiciones de mando en heroísmo y
omnipotencia; el despego en sabiduría e independencia. Todo lo que —de
acuerdo a su solución particular— aparece como falta o defecto, es borrado o
retocado.
Puede proceder con sus tendencias contradictorias de tres modos diferentes.
Pueden ser glorificadas también, y quedar en segundo término. Puede, por
ejemplo, aparecer en el curso del análisis que una persona agresiva, para quien el
amor es una blandura imperdonable, es, en su imagen idealizada no sólo un
caballero de brillante armadura, sino también un gran amante.
Segundo, las tendencias contradictorias, además de estar glorificadas, pueden
estar tan aisladas en la mente de la persona, que no constituyan ya conflictos
perturbadores. Un paciente era, en su imagen, un bienhechor de la humanidad,
un sabio que había adquirido la serenidad interior, y una persona que podía, sin
escrúpulos, dar muerte a sus enemigos. Estos aspectos —todos ellos
conscientes— no eran contradictorios para él, sino que no había conflicto entre
ellos. En la literatura, esta forma de suprimir conflictos mediante el aislamiento
se ha presentad en la obra de Stevenson, El Doctor Jekyll y Míster Hyde.
Últimamente, las tendencias contradictorias pueden ser exaltadas como
facultades o hazañas positivas, de forma que se conviertan en aspectos
compatibles de una rica personalidad. Yo he citado en otra parte [Nuestros Conflictos
Interiores] un ejemplo por el cual una persona bien dotada convirtió sus tendencias
dóciles en virtudes cristianas, sus tendencias agresivas en una facultad única
para el caudillaje político, y su despego en la sabiduría de un filósofo. Así los
tres aspectos de su conflicto básico estaban a la vez glorificados y reconciliados
entre sí. Llegó a ser, en su mente, el equivalente moderno del uomo universale
del Renacimiento.
Eventualmente el individuo puede llegar a identificarse con su imagen
idealizada e integrada. Entonces no es una imagen visionaria que adora
secretamente; imperceptiblemente, se convierte en su imagen: la imagen
idealizada se convierte en el yo idealizado. Y este yo idealizado es más real para
él que su verdadero yo, no sólo porque es más atractivo, sino porque responde a
sus necesidades apremiantes. Este cambio de su centro de gravedad es un
14
proceso enteramente íntimo: en él no hay cambio exterior observable. El cambio
se ha producido en el fondo de su ser, en sus sentimientos hacia sí. Es un
proceso curioso y exclusivamente humano. A un cocker spaniel no se le ocurriría
que él es "realmente" un setter irlandés. Y la transición puede ocurrir en una
persona sólo porque su verdadero yo se ha hecho indistinto. Mientras el curso
sano en esta fase del desarrollo —y en cualquier fase— seria un movimiento
hacia su verdadero yo, entonces, comienza a abandonarlo definitivamente por su
yo idealizado. El último comienza a representar para él lo que “realmente” o
potencialmente es —lo que podría ser y lo que debería ser. Se convierte en la
perspectiva desde la cual se mira, la vara de medir con que se mide.
La autoidealización, en sus varios aspectos, es lo que yo llamaría una
solución neurótica total —es decir una solución no sólo de un conflicto
particular, sino una solución que implícitamente promete satisfacer todas las
necesidades interiores nacidas en un individuo en una época dada. Además, le
promete no sólo librarse de sus sentimientos dolorosos e insoportables (de
inferioridad, de angustia, de división), sino que por añadidura constituye una
misteriosa realización de sí y de su vida. No es de extrañar, entonces, que
cuando crea que ha hallado tal solución, se aferre a ella desesperadamente. No es
de extrañar que, usando un buen término psiquiátrico, se haga compulsiva [Ya
discutiremos el significado exacto de compulsión, cuando tengamos una idea más completa de los pasos
ulteriores que supone esta solución.]. La aparición regular de la autoidealización en la
neurosis, es el resultado de la aparición regular de las necesidades compulsivas
nacida en un medio que favorece las neurosis. Podemos mirar la
autoidealización desde dos posiciones ventajosas: es el resultado lógico de un
desarrollo precoz, y a la vez es el comienzo de uno nuevo. Está destinada a tener
una gran influencia sobre el ulterior desarrollo, porque sencillamente es un paso
tan importante como el abandono del verdadero yo. Pero la principal razón de su
efecto revolucionario reside en otra consecuencia de este paso. Las energías que
llevan hacia la autoidealización, se destinan al fin de dar realidad al ser
idealizado. Esta derivación significa un cambio completo en el curso de la vida
y el desarrollo del individuo.
Veremos, en este libro, los diversos modos en los cuales este cambio de
dirección ejerce una influencia modificadora sobre la personalidad en total. Su
efecto más inmediato es evitar que la autoidealización sea un proceso puramente
interior, e incorporarla al circuito total de la vida del individuo. El individuo
quiere o, mejor dicho, se ve impulsado a expresarse. Y esto significa entonces
que quiere expresar su yo idealizado, probarlo en la acción. Se infiltra en sus
aspiraciones, sus metas, su conducta en la vida, y sus relaciones con los demás.
Por esta razón, la autoidealización, inevitablemente, se convierte en una
tendencia más total, a la que yo sugiero dar un nombre apropiado a su naturaleza
y a sus dimensiones: la búsqueda de la gloria. La autoidealización sigue siendo
su parte nuclear. Los otros elementos de ella, siempre presentes, aunque en
varios grados de fuerza y de conciencia en cada caso individual, son la necesidad
de perfección, la ambición neurótica, y la necesidad de un triunfo vindicativo.
15
Entre las tendencias hacia la realización del yo idealizado, la necesidad de
perfección es la más radical. Tiende nada menos que a modelar la personalidad
hasta convertirla en el yo idealizado. Como el Pigmalión de la versión de Shaw,
el neurótico tiende no sólo a retocarse, sino a modelarse para convertirse en la
clase ideal de perfección prescrita por los rasgos específicos de su imagen
idealizada. Trata de alcanzar dicha meta, mediante un complicado sistema de
deberes y tabús. Como este proceso es a la vez crítico y complejo, lo
discutiremos más tarde en un capítulo aparte [Cf. Capítulo 3, La Tiranía del Debiera.]
El más obvio y extravertido de los elementos de la búsqueda de gloria, es la
ambición neurótica, el deseo de un triunfo exterior. Aunque esta tendencia a
destacarse, suele estar en todo, generalmente se aplica más a las materias en las
cuales el destacarse es más fácil para un individuo, en un tiempo dado. De ahí
que la ambición varíe varias veces durante la vida. En escuela una persona puede
hallar una deshonra intolerable no tener las mejores notas. Más tarde, puede
estar tan compulsivamente impulsado a tener citas con las chicas más
apetecibles. Y luego, tener la obsesión de ganar la mayor cantidad de dinero, o
tener la posición política más importante. Tales cambios fácilmente dan origen a
ilusiones engañosas. La persona que durante un tiempo ha estado fanáticamente
decidida a ser el mayor héroe atlético o guerrero, puede, en otra ocasión, estar
igualmente determinada a ser el santo más grande. Puede creer, entonces, que ha
"perdido" su ambición. O puede decidir que el destacarse en atletismo y en la
guerra no era lo que "realmente" quería. De este modo, puede no darse cuenta de
que aún navega en la nave de la ambición, sólo que ha cambiado de rumbo.
Claro, que se debe analizar en detalle lo que le ha hecho variar de rumbo en
aquella ocasión particular. Yo pongo de relieve estos cambios porque indican el
hecho de que la gente que se halla en las garras de la ambición, tiene poca
relación con el contenido de lo que hacen. Lo que importa es destacarse. Si no se
reconoce esta falta de relación, hay muchos cambios incomprensibles.
Para los fines de esta discusión, el área particular de actividad que ansía la
ambición específica es de escaso interés. Las características siguen siendo
iguales cuando se trata de ser el caudillo de la comunidad, el conversador más
brillante, el músico más famoso, el explorador más conocido, el poseedor del
papel social más brillante, el mejor escritor, la persona mejor vestida. El cuadro
varía, sin embargo, en muchos aspectos, según la naturaleza del éxito deseado.
En rasgos generales, puede corresponder más a la categoría de poder (poder
directo, poder detrás del trono, influencia, manipulación), o más a la categoría de
prestigio (reputación, honores' popularidad, admiración, atención especial).
16
Estas tendencias ambiciosas son, hablando relativamente, las más realistas de
las tendencias expansivas. Al menos es así en el sentido de que la gente de que
se trata, realiza verdaderos esfuerzos con el fin de destacarse. Estas tendencias
parecen también más realistas porque, con bastante suerte, sus poseedores
pueden realmente adquirir los anhelados honores e influencias. Pero por otra
parte, cuando alcanzan más dinero, más distinción, más poder, llegan a sentir el
impacto total de la inutilidad de su búsqueda. No logran con ello ni la paz del
espíritu, ni la seguridad interior, ni la alegría de vivir. La íntima desolación, para
cuyo remedio salieron a perseguir el fantasma de la gloria, sigue siendo tan
grande como siempre. Como éstos no son resultados accidentales, que pueden
suceder en este o el otro individuo, sino que se han de producir inexorablemente,
se puede afirmar, que la entera persecución del éxito es intrínsecamente irreal.
Como vivimos en una cultura que valora la competencia, estas observaciones
podrían aparecer extrañas. Está tan profundamente arraigado en todos nosotros,
que todos quieren destacarse, y ser mejor que el vecino, que consideramos
"naturales" estas tendencias. Pero el que las tendencias compulsivas de éxito
sólo surjan en una sociedad basada en la competencia, no las hace menos
neuróticas. Incluso en una cultura basada en la competencia, hay muchas gentes
para las cuales otros valores —como por ejemplo el desarrollo humano— son
más importantes que el destacarse sobre los demás.
El último elemento de la búsqueda de la gloria, más destructor que los demás,
es la tendencia hacia un triunfo vindicativo. Puede estar estrechamente unida con
la tendencia de un triunfo real, pero, en tal caso, su fin principal es avergonzar
o derrotar a los demás mediante el propio éxito; o lograr el poder, mediante una
posición importante, para poder infligir sufrimientos a los demás, especialmente
de carácter humillante. Por otra parte, la tendencia a destacarse, puede quedar
relegada a la fantasía, y la necesidad de un triunfo vindicativo se manifiesta
entonces en impulsos frecuentes e irresistibles, en su mayor parte inconscientes,
de frustrar, empequeñecer o derrotar a los otros en las relaciones personales.
Llamo a este impulso, vindicativo, porque la fuerza que lo motiva nace del
impulso de tomar venganza de humillaciones sufridas en la niñez; impulsos
reforzados durante el desarrollo neurótico posterior. Estos crecimientos
posteriores son probablemente la causa de que la necesidad de un triunfo
vindicativo con el tiempo se convierta en un ingrediente regular de la búsqueda
de gloria. Pero el grado de su fuerza y la conciencia que la persona tenga de ella
varía considerablemente. La mayoría de la gente no se da cuenta de tal
necesidad, o sólo la advierte en momentos fugaces. Sin embargo, a veces sale al
exterior y entonces se convierte en el motor de la vida, apenas disimulado. Entre
las recientes figuras históricas, Hitler es un buen ejemplo de la persona que pasó
experiencias humillantes, y entregó su vida entera al fanático deseo de triunfar
sobre una masa de gente cada vez mayor. En su caso se aprecian claramente
círculos viciosos, que aumentan constantemente la necesidad. Uno de ellos nace
de que él sólo podía pensar en categorías de triunfo y derrota. De ahí que el
miedo a la derrota hiciera siempre necesarios los ulteriores triunfos. Además, la
sensación de grandeza aumentada con cada triunfo, le hacía más intolerable cada
vez, que ninguna persona, ni ninguna nación, no reconociese su grandeza.
17
Hay muchos hechos históricos similares, aunque en escala menor. Como
ejemplo de literatura moderna, mencionaremos el caso de The Man Who
Watched the Train Go by (El Hombre que vio Pasar el Tren) [Por Georges Simenon,
Reynal and Hitchcock, Nueva York.] Es el caso de un empleado concienzudo, sometido
en su vida familiar y en su oficina, que al parecer no pensaba más que en
cumplir con su deber. Al descubrir las maniobras fraudulentas de su jefe, con la
bancarrota resultante de la firma, su escala de valores se derrumba. La distinción
artificial entre los seres superiores a quienes todo se permite, y los inferiores
como él, para quien sólo queda la estrecha senda de la corrección, se disuelve.
Se da cuenta de que él también puede ser "grande" y "libre". Podría tener una
querida, incluso la deslumbrante querida del jefe. Y su orgullo crece de tal
manera, que llega a acercarse a ella y cuando es rechazado, la estrangula.
Buscado por la policía, siente miedo a veces, pero su incentivo principal es
derrotar a la policía. Incluso en su tentativa de suicidio, éste es el motivo
principal.
Con mayor frecuencia, la tendencia de un triunfo vindicativo está oculta. A
causa de su naturaleza destructora, es el elemento más oculto de la búsqueda de
gloria. Puede haber sólo aparentemente una frenética ambición. En el análisis
sólo se ve que el impulso que la motiva es la necesidad de humillar y derrotar
a los demás, elevándose por encima de ellos. La ambición de superioridad,
menos dañina, puede absorber la compulsión más destructora. Esto permite a
una persona dar salida a su necesidad y no sentir remordimientos por ello.
Es, claro está, importante reconocer los aspectos específicos de las tendencias
individuales que se encuentran en la búsqueda de gloria, porque es siempre la
constelación específica la que ha de ser analizada. Pero no podremos entender ni
la naturaleza ni el impacto de estas tendencias a menos que las consideremos
como partes de una unidad coherente, Alfred Adler fue el primer psicoanalista
que las vio como un fenómeno total, y que señaló su decisiva importancia en la
neurosis [En el Capítulo 15 de este libro veremos la comparación de los conceptos de Adler y de
Freud.].
Existen varias sólidas pruebas de que la búsqueda de gloria constituye una
unidad total y coherente. En primer lugar, todas las tendencias individuales
descritas más arriba, regularmente ocurren en una persona. Claro que alguno de
los elementos predomina, para hacernos hablar de un ambicioso, o un soñador.
Pero el predominio de alguno de los elementos no indica la ausencia de los
otros. La persona ambiciosa puede tener también una imagen de sí grandiosa; el
soñador puede querer una supremacía real, aunque este último factor esté sólo
aparente en el modo en que se ofende su orgullo por el triunfo de los demás
[Como las personalidades a veces aparecen distintas de acuerdo con la tendencia predominante, hay una
gran tentación a considerar dichas tendencias como entidades separadas. Freud miraba fenómenos muy
similares a estos, como tendencias instintivas independientes. Cuando yo hice una primera tentativa para
enumerar las tendencias compulsivas de la neurosis, también me parecieron "tendencias neuróticas"
independientes.].
18
Además todas las tendencias individuales están tan íntimamente relacionadas,
que la tendencia prevalecedora, puede cambiar durante la vida de una persona
dada. Puede abandonar los sueños de gloria para ser un padre y un empleado
perfecto, y luego para ser el mayor amante de todos los tiempos.
Finalmente, todas ellas tienen en común dos características generales,
comprensibles por el génesis y las funciones del fenómeno total: su naturaleza
compulsiva y su carácter imaginativo. Ambos han sido mencionados, pero es
deseable tener una pintura más sucinta y completa de su significado.
Su naturaleza compulsiva nace de que la autoidealización (y la búsqueda de
gloria que tiene como consecuencia) es una solución neurótica. Cuando
llamamos compulsiva a una tendencia, queremos dar a entender lo contrario a
luchas o deseos espontáneos. Los últimos son la expresión del verdadero yo;
los primeros están determinados por las necesidades íntimas de la estructura
neurótica. El individuo tiene que obrar de acuerdo con ellos, sin tener en cuenta
sus deseos, sentimientos e intereses reales, pues de lo contrario padecerá
angustia, se verá desgarrado por los conflictos, abrumado por sentimientos de
culpa, se sentirá rechazado por los demás, etc. En otras palabras, la diferencia
entre espontáneo y compulsivo es la diferencia entre "Yo quiero" y "Tengo que,
a fin de evitar el peligro". Aunque el individuo puede conscientemente sentir que
su ambición o sus patrones de perfección son lo que quiere alcanzar, en realidad,
es impulsado a ello. Está en las garras de la necesidad de gloria. Como no se da
cuenta de la diferencia entre querer y verse impulsado, tenemos que establecer el
criterio para una distinción entre ambos. Lo más decisivo es que se ve impulsado
en el camino de la gloria, con un completo desdén de sí, o de sus intereses.
(Recuerdo, por ejemplo, una ambiciosa niña de diez años, que pensaba que
prefería ser ciega antes que no tener el primer puesto de la clase). Hay razón
para pensar, si real y figuradamente, el mayor número de vidas humanas no se
sacrifica en el altar de la gloria. John Gabriel Borkman murió cuando comenzó a
dudar de la validez y la posibilidad de realizar su grandiosa misión. Aquí entra
en el cuadro un elemento realmente mágico. Si nos sacrificamos por una causa
que nosotros, y la mayoría de las personas sanas, puede, en sentido realista,
llamar constructiva en los términos de su valor para los seres humanos, eso
es ciertamente trágico, pero tiene un sentido. Si desperdiciamos nuestras vidas
esclavizados al fantasma de la gloria por razones que nos son desconocidas, eso
supone la enorme proporción de trágico derroche, tanto más, cuanto más
valiosas son potencialmente nuestras vidas.
19
Otro criterio acerca de la naturaleza compulsiva de la necesidad de gloria
—como de cualquiera otra tendencia compulsiva— es su falta de
discernimiento. Como los intereses reales de la persona no tienen importancia,
tiene que ser el centro de la atención, tiene que ser el más atractivo, el más
inteligente, el más original, aunque la situación no lo exija; sí o no, con sus
atributos dados, puede ser el primero. Tiene que salir victorioso en cualquier
discusión, sin tener en cuenta dónde está la verdad. En este aspecto sus
pensamientos son completamente los contrarios de los de Sócrates "... pues
seguramente no estamos discutiendo ahora, con el fin de que prevalezca mi
criterio o el tuyo, sino que me figuro que ambos debemos estar luchando por la
verdad" [Platón, Diálogos.]. La compulsión de la necesidad del neurótico de una
supremacía sin discernimiento, le hace indiferente a la verdad, ya relativa a él,
los otros, o los hechos.
Además, como cualquier otra tendencia compulsiva, la búsqueda de gloria,
tiene la condición de insaciable. Tiene que operar mientras que las fuerzas
desconocidas (para él) le estén impulsando. Puede haber una cierta alegría por la
acogida favorable de alguna obra hecha, de alguna victoria ganada, de algún
signo de reconocimiento o admiración, pero no es duradera. Un éxito rara vez se
experimenta como tal en primer lugar o, al menos, tiene que dejar lugar al
abatimiento o el miedo, poco después. En cualquier caso, la persecución
implacable de más prestigio, más dinero, más mujeres, más victorias y
conquistas sigue adelante, casi sin respiro ni satisfacciones.
Finalmente, la naturaleza compulsiva de una tendencia se demuestra en las
reacciones a su frustración. Cuanto mayor sea la importancia subjetiva, más
imperiosa será la necesidad de alcanzar su meta, y por lo tanto, más intensas las
reacciones a su frustración. Estas constituyen uno de los modos por los cuales
podemos medir la intensidad de una tendencia. Aunque no es siempre fácilmente
visible, la búsqueda de la gloria es una tendencia poderosísima. Puede ser como
una obsesión demoníaca, casi como un monstruo que devora al individuo que lo
ha creado. Y las reacciones a la frustración son igualmente graves. Lo indica el
terror a la deshonra o la condena, que para muchas gentes significa el fracaso.
Las reacciones de pánico, depresión, desesperación, rabia contra sí mismo y
contra los demás, contra lo que se considera como fracaso, son frecuentes y
desproporcionadas. La fobia de caer desde las alturas es una expresión frecuente
del miedo de caer desde las alturas de la ilusoria grandeza. Consideremos el
sueño de un paciente que tenía la fobia de las alturas. Lo tuvo en un tiempo en
que había comenzado a dudar de su incuestionable superioridad. En su sueño
se hallaba en la cumbre, pero en peligro de caer, y se asía desesperadamente al
borde del picor "No puedo llegar más alto de lo que estoy —decía—, por lo
tanto, todo lo que tengo que hacer es aferrarme a ello con todas mis fuerzas".
Conscientemente se refería a su posición social, pero en un sentido más
profundo este "No puedo llegar más alto", también se refería a las ilusiones que
se hacía acerca de sí. No podía llegar más alto porque tenía (en su mente) ¡una
omnipotencia divina y una importancia cósmica!
20
La segunda característica inherente a todos los elementos de la búsqueda de
gloria es el papel grande y peculiar que la imaginación juega en ellos. Es el
instrumento del proceso de autoidealización. Pero es un factor tan crítico que la
entera búsqueda de gloria tiene que estar invadida de elementos fantásticos. No
importa que la persona se estime como realista, es inútil lo realista que sea su
marcha hacia el éxito, el triunfo, o la perfección; la imaginación le acompaña y
le hace convertir la realidad en espejismo. No se puede ser irreal acerca de sí y
realista en otros aspectos. Cuando el vagabundo del desierto, abrumado por la
fatiga y la sed, ve un espejismo, puede realizar esfuerzos reales para alcanzarlo,
pero el espejismo —la gloria— que debería poner fin a sus dolores, es producto
de la imaginación. En realidad la imaginación invade todas las funciones
psíquicas y mentales de la persona sana. Cuando experimentamos el dolor o la
alegría de un amigo, es nuestra imaginación la que nos permite hacerlo. Cuando
deseamos, esperamos, tememos, creamos, o planeamos, nuestra imaginación es
la que nos muestra las posibilidades. Pero la imaginación puede ser productiva o
improductiva; puede acercarnos a nuestra verdad interior —como
frecuentemente se hace en los sueños— o apartarnos de ella. Puede hacer
nuestra experiencia real más pobre o más rica. Y estas diferencias distinguen la
imaginación neurótica y la sana.
Cuando pensamos en los planes grandiosos que muchos neuróticos
desarrollan en la naturaleza fantástica de su auto-glorificación, y sus exigencias,
nos sentimos tentados a creer que están mejor dotadas que los demás del don
real de la imaginación, y que, por dicha razón, les es más fácil dejarse extraviar
por ella. Este concepto no corresponde a mis experiencias. La imaginación
pueden tenerla tanto los neuróticos como los sanos. No he tenido pruebas de que
el neurótico per se sea por naturaleza más imaginativo que los otros.
Sin embargo, el concepto es una falsa conclusión basada en observaciones
certeras. En realidad, la imaginación juega un papel importante en la neurosis.
Pero, las causas no son factores constitucionales sino funcionales. La
imaginación opera igualmente que en la persona sana, pero a la vez absorbe
funciones que no debería tener normalmente. Se pone al servicio de las
necesidades neuróticas. Esto es especialmente claro en la búsqueda de la gloria,
que, como sabemos, es producto de necesidades poderosas. En la literatura
psiquiátrica las deformaciones imaginativas se conocen por "pensamientos
frutos del deseo". Aunque el término es muy conocido no me parece acertado. Es
demasiado estrecho. Un término acertado comprendería no sólo los
pensamientos, sino las observaciones, las creencias y en especial los
sentimientos. Además es un pensamiento —o un sentimiento—, que está
determinado no sólo por nuestros deseos sino por nuestras necesidades. Y el
impacto de tales necesidades es lo que presta a la imaginación la tenacidad y el
poder que tiene en la neurosis, lo que la hace prolífica y destructora.
21
El papel que la imaginación juega en la búsqueda de gloria se demuestra
indudablemente en los ensueños. En los menores suelen tener un carácter
francamente grandioso. Por ejemplo un colegial que aunque es tímido y retraído,
sueña con que es el mayor atleta, el mayor genio o el mayor Don Juan. En
épocas posteriores, hay seres como Madame Bovary, que casi constantemente se
entregan a sueños de experiencias románticas, de mística perfección o misteriosa
santidad. A veces los ensueños toman la forma de conversaciones imaginarias en
las cuales los otros quedan impresionados o avergonzados. Otros, más
complicados en su estructura, tratan de sufrimientos nobles o vergonzosos al
verse sometidos a la crueldad o la degradación. Frecuentemente los ensueños no
son historias elaboradas sino que más bien desempeñan un acompañamiento
fantástico a la rutina diaria. Mientras atiende a sus hijos, toca el piano, o se
peina, una mujer, por ejemplo, se ve simultáneamente, como la madre abnegada,
la maravillosa pianista, o la deslumbrante belleza, que aparecería en las
películas. En algunos casos, los ensueños demuestran claramente que una
persona puede, como Walter Mitty, vivir constantemente en dos mundos.
También en otros, igualmente decididos a buscar la gloria, los ensueños son tan
escasos y abortivos que pueden decir con subjetiva honradez que no tienen vida
fantástica. No hay que decir que están equivocados. Aunque sólo se preocupen
por las posibles desdichas que puedan acaecerles, después de todo es la
imaginación la que evoca tales contingencias.
Pero los ensueños, a pesar de ser importantes y reveladores cuando ocurren,
no son la más dañina obra de la imaginación. Pues una persona se da cuenta de
que está ensoñando, es decir que está imaginando cosas que no han ocurrido o
que no es fácil que ocurran en la forma que las está experimentando en la
fantasía. Al menos no es difícil para ella darse cuenta de la existencia y el
carácter irreal de los ensueños. La obra más dañina de la imaginación es la
referente a las sutiles y totales deformaciones de la realidad que no se advierten.
El yo idealizado no se completa en un solo acto de creación: una vez producido,
necesita continua atención. Para darle realidad, la persona tiene que realizar una
labor incesante falsificando la realidad. Tiene que hacer virtudes de sus
necesidades, o convertirlas en algo más que lo que espera justificadamente.
Tiene que convertir sus intenciones de ser honesto y considerado, en el hecho de
ser honesto y considerado. Las brillantes ideas que tiene para un periódico hacen
de él un erudito. Sus potencialidades se convierten en hazañas reales. Conocedor
de los valores morales "verdaderos", se convierte en una persona virtuosa, con
frecuencia una especie de genio moral. y su imaginación tiene que trabajar sin
cesar, para disipar toda pureza de lo contrario [Cf. la obra del Ministerio de la Verdad, en la
novela de George Orwell, Mil Novecientos Ochenta y Cuatro.]
22
La imaginación también opera para cambiar las creencias del neurótico.
Necesita creer que los demás son maravillosos o viciosos y constituyen un
desfile de gentes benévolas o peligrosas. También cambia sus sentimientos.
Necesita sentirse invulnerable; y con su imaginación tiene el poder suficiente
para suprimir el dolor y el sufrimiento. Necesita tener sentimientos profundos:
confianza, simpatía, amor, dolor; sus sentimientos de simpatía, sufrimiento,
etcétera, quedan magnificados.
La percepción de las deformaciones de la realidad interior y exterior, que
puede ocasionar la imaginación cuando se pone al servicio de la búsqueda de
gloria, nos deja una interrogante intranquilizadora. ¿Dónde termina la
imaginación neurótica? El neurótico no pierde totalmente el sentido de la
realidad; ¿dónde está entonces la frontera que lo separa del psicótico? Si hay
alguna frontera con respecto a las hazañas de imaginación es indudablemente
vaga. Sólo podemos decir que el psicótico tiende a mirar los procesos de su
imaginación más exclusivamente como la única realidad importante, mientras el
neurótico —por las razones que sean— conserva un cierto interés por el mundo
exterior, y su lugar en él, y por lo tanto posee una orientación [Las razones de esta
diferencia son complicadas. Merecería la pena examinar si lo decisivo entre ellas es un abandono radical
del verdadero yo (y una desviación más radical hacia el yo idealizado) de parte del psicótico.]. Sin
embargo, mientras está suficientemente en tierra para funcionar de un modo, no
obviamente alterado, no hay límites a las alturas a que puede ascender su
imaginación. En realidad una de las características más notables de la búsqueda
de gloria es que penetra en el terreno de la fantasía, en el de las posibilidades
ilimitadas.
Todas las tendencias tienen en común la búsqueda de mayor sabiduría,
conocimientos, virtud o poderes de los que tienen los seres humanos; todas ellas
tienden a lo absoluto, lo ilimitado, lo infinito. El neurótico que tiene la obsesión
de la búsqueda de gloria, sólo se contenta con el valor absoluto, la absoluta
santidad y el absoluto poderío. Es, por lo tanto, la antítesis del hombre
verdaderamente religioso. Para este último, sólo para Dios son posibles todas las
cosas; la versión del neurótico es: nada es imposible para mí. Su fuerza de
voluntad debería tener proporciones mágicas, su razonamiento debería ser
infalible, su previsión impecable, sus conocimientos totales. El tema del pacto
diabólico, que aparece en este libro, comienza a surgir. El neurótico es el Fausto,
que no está satisfecho con conocer una gran cantidad de cosas, sino que quiere
conocer todo.
Esta ascensión a lo ilimitado está determinada por la fuerza de las
necesidades que hay detrás de la búsqueda de gloria. Las necesidades de lo
absoluto y lo supremo son tan apremiantes, que vencen los frenos que
generalmente impiden que nuestra imaginación se aparte de la realidad. Para su
buen funcionamiento, el hombre necesita a la vez la visión de las posibilidades,
23
la perspectiva del infinito, y el darse cuenta de las limitaciones, de las
necesidades, de lo concreto. Si el pensamiento y el sentimiento del hombre,
están primordialmente dedicados a lo infinito y la visión de las posibilidades,
pierde su sentimiento de lo concreto, de lo inmediato. Pierde su capacidad de
vivir el momento presente, Ya no puede someterse a sus necesidades, a lo que se
podría llamar "limitaciones humanas". Pierde de vista lo que es realmente
necesario para lograr algo. "Cualquier posibilidad pequeña requeriría un tiempo
para convertirse en realidad". Su pensamiento se hace demasiado abstracto. Su
conocimiento se convierte "en una especie de conocimiento inhumano, para
cuya producción se desperdicia el individuo, igualmente que se desperdiciaron
los hombres en la construcción de las Pirámides". Sus sentimientos hacia los
demás se evaporan en un "sentimentalismo abstracto hacia la humanidad". Si,
por el contrario, un hombre no ve más allá del estrecho horizonte de lo concreto,
se hace "estrecho de criterio y de espíritu mezquino". No se trata de una cuestión
de esto o lo otro, sino de ambas cosas, si tiene que haber desarrollo. El
reconocimiento de las limitaciones, leyes y necesidades sirve de freno para no
ser arrebatado al infinito, y contra el mero "tropiezo con las posibilidades" [En
esta discusión filosófica yo sigo la obra de Sören Kierkegaard, Sickness unto Death, Princeton University
Press, 1941, escrita en 1844. Las citas que aparecen en este párrafo están tomadas de dicho libro.].
Los frenos de la imaginación funcionan mal en la búsqueda de la gloria. Esto
no significa una incapacidad general para ver las cosas necesarias y obrar de
acuerdo con ellas. Una dirección especial en el desarrollo neurótico ulterior,
puede hacer que muchas gentes se sientan más seguras restringiendo sus vidas,
y que entonces tiendan a mirar las posibilidades de dejarse arrastrar por la
fantasía, como un peligro que hay que evitar. Pueden cerrar sus mentes a todo lo
que les parezca fantástico, ser contrarios al pensamiento abstracto y aferrarse
anhelosamente a cuanto es visible, tangible, concreto o inmediatamente útil,
pero mientras la actitud consciente hacia estas materias, varía, todo neurótico se
resiste interiormente a reconocer limitaciones a lo que espera de sí, y que cree
posible alcanzar. Su necesidad de llevar a la realidad el yo idealizado, es tan
imperativa, que tiene que apartar los frenos, como absurdos o inexistentes.
Cuanto más haya avanzado su imaginación irracional, es más probable que se
sienta positivamente horrorizado a cuanto sea real, definido, concreto o final.
Tiende a aborrecer el tiempo porque es algo definitivo, el dinero porque es
concreto; la muerte a causa de su finalidad. Pero puede aborrecer también tener
un deseo o una opinión definidos, y por lo tanto evitar una decisión definitiva.
Como ejemplo citaremos el de una paciente que acariciaba la idea de ser un
fuego fatuo danzando en un rayo de luna; se aterraba al mirarse al espejo, no por
el miedo de ver posibles imperfecciones, sino porque tenía que verse frente a la
realidad de que tenía contornos definidos, de que tenía sustancia, de que estaba
"sometida a una forma corporal concreta". La hacía sentirse como un pájaro con
las alas clavadas a un tablero. Y en un tiempo en que aquellos sentimientos
emergían a la conciencia, sentía impulsos de romper el espejo.
24
Seguramente, el desarrollo no es siempre tan extremo. Pero todo neurótico,
aunque pase superficialmente por sano, se resiste a verse frente a la evidencia,
cuando se trata de las ilusiones particulares acerca de sí. Y tiene que hacerlo,
porque sus ilusiones se disiparían si lo hiciera. La actitud hacia las leyes y
regulaciones externas varía, pero siempre tiende a negar las leyes que operan
dentro de él, se niega a ver lo inevitable de la causa y efecto en las materias
psíquicas, o de que un factor sigue al otro o lo refuerza.
Hay modos infinitos en los cuales, él desdeña la evidencia que no quiere ver.
Olvida; no le importa; fue accidental; fue cosa de las circunstancias o porque
otros le provocaron; no pudo evitarlo, porque era "natural". Como un tenedor de
libros fraudulento, llega a todos los extremos con tal de mantener su doble
cuenta; pero, contrariamente a él, sólo acredita lo favorable e ignora lo otro. Aun
no he visto ningún paciente en el cual la franca rebelión contra la realidad, tal
como se expresó en Harvey (Durante veinte años he combatido la realidad, y
ahora la he vencido finalmente), no toque alguna cuerda familiar. O, para citar
de nuevo la clásica expresión de un paciente: "Si no fuera por la realidad, yo
estaría perfectamente bien".
Queda poner en mayor relieve la diferencia entre la búsqueda de gloria y los
sanos afanes humanos. Superficialmente, pueden parecer engañosamente
similares, tanto que las diferencias sólo parecen variaciones de grado. Al
parecer, el neurótico es sólo más ambicioso, más preocupado por el poder, el
prestigio y el éxito que la persona sana; como si sus patrones morales fueran
sólo más altos o más rígidos que los ordinarios; como si sencillamente fuera más
presumido, o se considerase más importante de lo que la gente hace
generalmente. Y, realmente, quién se aventuraría a trazar una línea y decir:
"Aquí es donde termina lo sano y comienza lo neurótico".
Las similitudes entre las luchas sanas y las tendencias neuróticas existen
porque tienen una raíz común en las potencialidades humanas específicas.
Mediante su capacidad mental, el hombre tiene la facultad de crecer. En
contraste con los otros animales, puede imaginar y planear. En muchos aspectos,
puede gradualmente aumentar sus facultades y, como la historia lo demuestra, lo
ha hecho realmente. Lo mismo ocurre con la vida de un solo individuo. No hay
límites rígidos de lo que puede hacer de su vida, de las cualidades, o facultades
que puede desarrollar, de lo que puede crear. Considerando estos hechos,
parece inevitable que el hombre no esté seguro de sus limitaciones y por lo
tanto, coloque sus metas demasiado altas o demasiado bajas. Esta incertidumbre
es la base sin la cual la búsqueda de la gloria no se puede desarrollar.
25
La diferencia básica entre las luchas sanas y las tendencias neuróticas de
gloria, reside en las fuerzas que las impulsan. Las luchas sanas nacen de una
propensión, inherente en los seres humanos, a desarrollar las posibilidades que le
han sido dadas. La creencia en un impulso inherente de desarrollo ha sido
siempre el dogma clásico, sobre el cual descansa nuestra teoría y nuestra terapia
[Por "nuestra" quiero dar a entender la tesis de la "Asociación en Favor del Progreso del Psicoanálisis".
En la Introducción de Nuestros Conflictos Interiores, dije: "Yo creo que el hombre tiene la capacidad y el
deseo de desarrollar sus potencialidades…" Cf. también el doctor Kurt Goldstein, en su Human Nature,
Harvard University Press, 1940. Sin embargo él no hace la distinción -definitiva para los seres humanos-
entre la realización del verdadero yo y del yo idealizado.]. Y esta creencia ha crecido con
nuevas experiencias. El único cambio está en la dirección de una formulación
más precisa, Yo diría ahora (como he indicado en las primeras páginas de este
libro) que las fuerzas vivas del verdadero yo, nos impulsan a la autorrealización.
La búsqueda de gloria, por el contrario, nace de la necesidad de dar realidad
al yo idealizado. La diferencia es básica porque todas las demás diferencias son
consecuencia de ésta. Como la autoidealización en sí es una solución neurótica,
y como tal, de carácter compulsivo, todas las tendencias resultantes de ella son
necesariamente compulsivas. Como el neurótico, mientras conserva sus
ilusiones con respecto de sí, no puede reconocer limitaciones, la búsqueda de
gloria pasa a lo ilimitado. Como el principal fin es alcanzar la gloria, no tiene
interés en el proceso de saber, de hacer, de progresar paso a paso; en realidad
tiende a despreciarlo. No quiere subir a una montaña; desea estar en la cumbre.
Por lo tanto, pierde el sentido de lo que significa el crecimiento o la evolución,
aunque hable acerca de ello. Finalmente, como la creación del yo idealizado es
sólo posible a expensas de la verdad acerca de sí, su realización requiere nuevas
deformaciones de la verdad, a cuyo fin pone al servicio su imaginación. Por lo
tanto, en mayor o menor proporción, pierde en el proceso su interés por la
verdad, y el sentido de lo que es cierto o no; una pérdida que, entre otras cosas,
explica su dificultad en distinguir los sentimientos, creencias y luchas genuinos,
de sus equivalentes artificiales (pretensiones inconscientes) en sí y en los demás.
El énfasis pasa del ser al parecer.
La diferencia, entonces, entre las tendencias sanas y los impulsos de gloria
del neurótico, es la que existe entre la espontaneidad y la compulsión; entre el
reconocimiento y la negación de las limitaciones; entre el único deseo de un
producto final glorioso, y el interés de la evolución; entre el ser y el parecer,
entre la fantasía y la verdad. La diferencia así expuesta no es idéntica de la que
hay entre un individuo relativamente sano y un individuo neurótico. El primero
puede no estar sinceramente dedicado a realizar su verdadero yo, ni el segundo
totalmente impulsado a dar realidad a su yo idealizado. La tendencia hacia la
autorrealización opera también en el neurótico; en la terapia no se puede ayudar
al crecimiento del paciente, si el impulso no está dentro de él. Pero, mientras la
diferencia entre la persona sana y la neurótica en este respecto es sólo de grado,
la diferencia entre luchas genuinas y tendencias compulsivas, a pesar de
similitudes superficiales, es de calidad y no de cantidad [Cuando hablo de "neurótico"
en este libro, me refiero a una persona en la cual las tendencias neuróticas prevalecen sobre las
sanas.].
26
A mi entender, el símbolo más pertinente del proceso neurótico iniciado por la
búsqueda de gloria es el contenido ideacional de las historias del pacto
diabólico. El diablo, o alguna otra personificación del mal, tienta a una persona
perpleja por alguna turbación material o espiritual, ofreciéndole poderes
ilimitados. Pero sólo puede obtener esos poderes mediante la condición de
vender su alma o ir al infierno. La tentación puede acaecer a cualquiera, rico o
pobre de espíritu, porque apela a dos deseos poderosos: el anhelo de infinito y el
deseo de una fácil salida. De acuerdo a las tradiciones religiosas, los más
grandes caudillos religiosos de la humanidad, Buda y Cristo, experimentaron tal
tentación. Pero como tenían un espíritu firme, reconocieron la tentación y la
rechazaron. Además, las condiciones estipuladas en el pacto, son una adecuada
representación del precio pagado en el desarrollo neurótico. Hablando en
términos simbólicos, el camino fácil a la gloria infinita es inevitablemente el
camino a un infierno interior de autodesprecio y autotormento. Al tomar dicho
camino, el individuo pierde realmente su alma, su verdadero yo.
27
CAPÍTULO 2
EXIGENCIAS NEURÓTICAS
El neurótico en busca de gloria se pierde en el reino de la fantasía, del
infinito, de las posibilidades ilimitadas. En apariencia lleva una vida "normal",
como miembro de su familia, y de su comunidad, realiza su trabajo y toma parte
en actividades recreativas. Sin darse cuenta, o al menos sin darse cuenta de la
extensión de ello, vive en dos mundos: el de su vida privada secreta, y el de su
vida oficial. Y los dos no chocan; repetiremos la frase de un paciente, citada en
un capítulo anterior: "La vida es horrible; ¡está tan llena de realidad!''
Por mucho que el neurótico se niegue a tener en cuenta la evidencia, la
realidad inevitablemente se presenta en dos formas. El neurótico puede estar
excepcionalmente bien dotado, pero, en su esencia, es como todo el mundo: con
limitaciones humanas generales, a la vez de con dificultades individuales
considerables. Su ser real, no concuerda con su imagen divina. Para él, la hora
tiene sesenta minutos; tiene que hacer cola, como todos los demás; el taxista, o
el jefe actúan como si él fuera un simple mortal.
Las indignidades a que se siente expuesto están muy bien simbolizadas en un
pequeño incidente que una paciente recordaba de su niñez. Tenía tres años y
soñaba con ser una reina de cuento de hadas cuando un tío suyo la tomó en
brazos y le dijo en tono de broma: "¡Qué cara más sucia tienes!" Ella nunca
olvidó su rabia impotente. De este modo, una persona así, está casi
constantemente enfrentada con discrepancias dolorosas. ¿Y qué hace? ¿Cómo se
las explica, cómo reacciona frente a ellas, o trata de disiparlas? Mientras su
engrandecimiento personal sea demasiado indispensable para ser tocado, puede
sacar en conclusión que el mundo está mal. Debería ser distinto. Y así, en lugar
de analizar sus ilusiones, presenta sus exigencias con el mundo exterior. Debe
ser tratado por los otros, o por el destino, de acuerdo con los conceptos gloriosos
que tiene de sí. Todos deberían tener en cuenta sus ilusiones. Todo lo que no sea
así, es injusto. Él debería haber tenido un trato mejor.
28
El neurótico se considera con derecho a una atención, consideración y
deferencia especiales por parte de los otros. Estas exigencias de deferencia son
comprensibles, y a veces incluso obvias. Pero sólo son una parte de una
exigencia más total: la de que todas las necesidades producto de sus
inhibiciones, sus miedos, sus conflictos, y sus soluciones, deberían ser
satisfechas o debidamente respetadas. Además, cualesquiera que sean sus
sentimientos, pensamientos o acciones, éstos no deben tener malas
consecuencias. Lo cual significa que el neurótico cree que no debe estar
sometido a las leyes psíquicas. Por lo tanto no necesita reconocer —o al menos
cambiar— sus dificultades. Así él no tiene que hacer nada para resolver sus
problemas; los otros son los que deben tratar de no molestarle.
Un psicoanalista alemán, Harald Schultz-Hencke [Einfuehrung zur Psychoanalyse]
fue el primero entre los psicoanalistas modernos en ver estas exigencias de los
neuróticos. Las llamó Riessennansprueche (exigencias gigantescas) y les
atribuyó un papel decisivo en las neurosis. Aunque yo comparto su opinión
acerca de su importancia, mi concepto difiere del suyo en muchos aspectos. No
creo que sea afortunado el término "exigencias gigantescas". Desorienta porque
sugiere que las exigencias son desmedidas en su contenido. Es cierto que en
muchos casos no son sólo excesivas, sino fantásticas; sin embargo, en otros
parecen razonables. Y al mirar el contenido exorbitante de las exigencias hace
más difícil discernir en uno y en los demás lo que parece racional.
Tomemos, por ejemplo, un negociante que se exaspera porque el tren no sale
a una hora que le convenga. Un amigo, que sabe que no arriesga nada
importante, le puede indicar que es muy exigente. Nuestro negociante
respondería con otro arrebato de indignación. El amigo no sabe de lo que habla.
Es un hombre muy ocupado, y es razonable que espere que el tren salga a una
hora buena.
Seguro que su deseo es razonable. ¿Quién no desearía que un tren saliera a la
hora que le conviene personalmente? Pero… no tenemos derecho a ello. Esto
nos lleva a la esencia del fenómeno: un deseo o necesidad, en sí muy
comprensible, se convierte en una exigencia. El que no se cumpla, se considera
como una injusta frustración, como un delito, acerca del cual es natural que nos
indignemos.
La diferencia entre una necesidad y una exigencia es muy clara. Sin embargo,
si las corrientes psíquicas ocultas han convertido la una en la otra, el neurótico
no sólo no ve la diferencia, sino que se niega a verla. Habla de un deseo
comprensible o natural, cuando a lo que se refiere realmente es a una exigencia;
y se cree con derecho a muchas cosas que, si pensase claramente, vería que no
eran suyas inevitablemente. Estoy pensando, por ejemplo, en pacientes que se
indignan cuando les ponen una multa por estacionar mal su coche. De nuevo, el
deseo de salir con bien es muy explicable, pero no tienen derecho a la exención.
No es que no conozcan las leyes. Pero sostienen (si es que piensan acerca de
ello) que a otros no les han multado, y que es por lo tanto injusto que les hayan
pillado a ellos.
29
Por estas razones parece aconsejable hablar sencillamente de exigencias
irracionales o neuróticas. Son necesidades neuróticas que los individuos, sin
quererlo, han transformado en exigencias. Y son irracionales porque asumen un
derecho, un titulo que en realidad no existe. En otras palabras, son excesivas,
por el mero hecho de ser hechas como exigencias, en lugar de ser reconocidas
simplemente como necesidades neuróticas. El contenido especial de las
exigencias varía en detalle, de acuerdo a la particular estructura neurótica. Sin
embargo, hablando generalmente, el paciente se siente con derecho a todo
cuanto le es importante, para el cumplimiento de sus necesidades neuróticas
particulares.
Cuando hablamos de una persona exigente, generalmente pensamos en las
exigencias que hace a otras personas. Y las relaciones humanas en realidad
constituyen un área importante en la cual se originan las exigencias neuróticas.
Pero generalmente subestimamos el alcance de las exigencias y por ello las
restringimos. Van tanto dirigidas a las instituciones humanas, como a la vida en
sí.
En términos de las relaciones humanas, una exigencia total fue expresada por
un paciente que en su conducta exterior era más bien tímido y reservado. Sin que
lo supiera, padecía de inercia, y tenia inhibida la explotación de sus recursos. "El
mundo debería estar a mi servicio —dijo—, y así yo no tendría que
molestarme".
Una exigencia igualmente total era la de una mujer, que en el fondo de su ser
temía dudar de sí misma. Se sentía con derecho a que todas sus necesidades
fueran atendidas. "Es inconcebible —dijo—, que el hombre que quiero que se
enamore de mí, no lo haga". Sus exigencias, originalmente se expresaron en
términos religiosos: "Todo lo que le pido a Dios, me lo concede". En su caso, su
exigencia tenía un revés. Como sería una derrota inconcebible el que no se
cumplieran sus deseos, ponía el freno a casi todo lo que quería, con el fin de no
exponerse a un "fracaso".
La gente que necesita tener razón siempre, se cree con derecho a que nadie
les critique ni dude de ellos. Los que tienen anhelos de poder, exigen obediencia
ciega. Otros, para los cuales la vida se ha convertido en un juego en el cual otra
gente debe ser hábilmente manipulada, se creen con el derecho de engañar a
todo el mundo, pero no admiten que nadie les engañe. Los que tienen miedo de
hacer frente a sus conflictos, se creen con derecho a soslayar todos los
problemas. La persona agresivamente explotadora, y que trata de intimidar a los
demás, para valerse de ellos, le parecerá injusto que los demás quieran un juego
limpio. La persona arrogante y vengativa, que siente el impulso de ofender a los
demás, pero que necesita su reconocimiento, se cree con derecho a la
"inmunidad". Por mucho que haga contra los otros, piensa que nadie debe darle
importancia. Otra versión de la misma exigencia es la de la "comprensión". Por
taciturna e irritable que sea la persona, se cree con derecho a la comprensión.
30
El individuo para quien el "amor" es la solución total convierte su necesidad en
la exigencia de una devoción exclusiva e incondicional. El despegado, que al
parecer, no pide nada, sin embargo exige una cosa: que no le molesten. Siente
que no quiere nada de los demás y por lo tanto tiene derecho a que le dejen en
paz, ocurra lo que ocurra. "Que no le molesten", generalmente implica estar
exento de críticas, o esfuerzos, aunque estos últimos sean por su propio bien.
Esto puede bastar como una muestra de las exigencias neuróticas que operan
en las relaciones personales. En situaciones más impersonales o con referencia a
las instituciones, prevalecen las exigencias de contenido negativo. Los
beneficios producto de las leyes se dan por sentados, pero se considera injusto
si resultan desventajosos.
Aun le estoy agradecida a un incidente ocurrido durante la última guerra,
porque me abrió los ojos a las exigencias inconscientes que yo abrigaba, y por
ellas, a las de los demás. Cuando volvía de un viaje a México, tuve que dejar el
viaje en avión en Corpus Cristi, a causa de las prioridades. Aunque yo
consideraba perfectamente justificada esta regulación, advertí que me indignaba
al ver que se me aplicaba. Estaba realmente exasperada ante las perspectivas de
un viaje de tres días a Nueva York, y me puse muy fatigada. Mi alteración
culminó en el pensamiento consolador de que aquello podía ser un acto
providencial, ya que al avión podía ocurrirle algo.
Al llegar a este punto, vi de repente lo absurdo de mis reacciones. Y, al pensar
acerca de ellas, vi las exigencias: primera, ser la excepción; segunda, pensar que
la providencia se ocupaba especialmente de mí. Desde entonces mi actitud hacia
el viaje en tren cambió. Era igualmente molesto ir sentada noche y día en los
vagones llenos de gente. Pero yo no estaba cansada ya, e incluso comencé a
gozar del viaje.
Creo que cualquiera puede tener esta experiencia, mediante la observación de
sí y de los demás. Las dificultades que tiene mucha gente, por ejemplo, en
observar las regulaciones del tráfico —como peatón o conductor— con
frecuencia son el resultado de una protesta inconsciente contra ellas. No
deberían estar sometidos a tales reglas. Otros se ofenden ante la "insolencia" de
un Banco, al llamarles la atención de que han extendido un cheque por una suma
mayor de la depositada. También, el miedo a los exámenes o la incapacidad de
prepararse para ellos, nacen de una exigencia de exención. Igualmente, la
indignación al ver una obra mala puede derivarse de creerse con derecho a una
diversión de primera clase.
Esta exigencia de ser la excepción se observa también con respecto a las
leyes naturales, psíquicas o físicas. Es asombroso lo obtusos que son pacientes
inteligentes en todos los demás aspectos, cuando se trata de ver la inevitabilidad
de la causa y efecto en los asuntos psíquicos. Pienso en relaciones tan obvias,
como las siguientes: si queremos lograr algo, tenemos que trabajar; si queremos
ser independientes, tenemos que asumir la responsabilidad de nosotros mismos.
31
O: mientras seamos arrogantes, seremos vulnerables. O: mientras no nos
amemos a nosotros mismos, no podremos amar a los demás, y por lo tanto
tendremos recelo hacia cualquier afirmación de amor. Los pacientes a los cuales
les ha sido presentada tal secuencia de causa y efecto, se han puesto a discutir, o
se han hecho evasivos y confusos.
Hay muchos factores que producen esta peculiar falta de entendimiento [Cf.
Capitulo 7, El Proceso de la Fragmentación Psíquica. Capítulo 11, La Aversión Contra Todo
Cambio en la Persona Resignada.]. Tenemos que darnos cuenta, en primer término,
que el captar las relaciones de causa y efecto, significa enfrentar al paciente con
la necesidad de los cambios interiores. Claro que es siempre difícil cambiar
cualquier factor neurótico. Pero, además, como ya hemos visto, hay muchos
pacientes que tienen una inconsciente aversión a reconocer que están sometidos
a cualquier necesidad. Las solas palabras "reglas", "necesidades" o
"restricciones" les hacen estremecer, si es que dejan que su significado les
llegue. El reconocimiento de cualquier necesidad aplicable a ellos, les hace
descender de su elevado mundo, a una realidad en la cual van a estar sometidos a
las mismas leyes naturales que los demás. Y esta necesidad de eliminar la
necesidad de sus vidas es la que se transforma en una exigencia. En el análisis
esto se demuestra en su creencia de estar por encima a la necesidad de cambiar.
Así, inconscientemente, se niegan a ver que tienen que cambiar sus actitudes, si
quieren ser independientes o menos vulnerables, o desean creer en que pueden
ser amados.
Las más terribles son ciertas exigencias secretas acerca de la vida en general.
Cualquier duda acerca del carácter irracional de las exigencias está destinada a
desaparecer en esta área. Naturalmente, el sentido de creerse un dios, se quiebra
al enfrentarse con el hecho de que la vida es también precaria para él; que el
destino le puede herir en cualquier momento por medio de un accidente, una
mala suerte, la enfermedad y la muerte, terminando con su sentimiento de
omnipotencia. Pues (reiterando una antigua verdad) se puede hacer muy poco
acerca de ello. Se pueden evitar ciertos riesgos de muerte, y podemos, hoy en
día, protegernos contra las pérdidas financieras relacionadas con la muerte; pero
no podemos evitar la muerte. Incapaz de hacer frente a lo precario de su vida
como ser humano, el neurótico desarrolla exigencias de su inviolabilidad, de
ser elegido de Dios, de ser favorito de la suerte, de que la vida es fácil y sin
dolor.
En contraste con las exigencias que operan en las relaciones humanas, las
relativas a la vida en general, no se pueden afirmar eficazmente. El neurótico
que tenga estas exigencias sólo puede hacer dos cosas. Puede negar, en su
mente, que le puede ocurrir algo. En tal caso tiende a la temeridad, a salir
cuando hace frío y tiene fiebre, a no tomar precauciones contra las infecciones,
32
a tener comercio sexual sin precauciones. Vivirá como si no fuera a envejecer o
morir. Por lo tanto, cuando le sucede alguna adversidad, o tiene alguna mala
experiencia, el pánico le invade. Por trivial que sea la experiencia, acaba con su
sentido de la inviolabilidad. Entonces puede pasar al otro extremo, y tomar
dobles precauciones. Si no puede confiar en su sentido de la inviolabilidad,
entonces le puede ocurrir cualquier cosa. Esto no quiere decir que haya
renunciado a sus exigencias. Más bien, significa que no quiere exponerse a la
demostración de su futilidad.
Otras actitudes hacia la vida y el destino parecen más sensatas mientras no se
reconocen las exigencias que hay detrás de ellas, Muchos pacientes, directa o
indirectamente, expresan el sentimiento de que es una injusticia que sufran
dificultades. Cuando hablan de sus amigos, indican que, a pesar de que también
son neuróticos, soportan mejor las situaciones sociales; que uno tiene más éxito
con las mujeres; que el otro es más agresivo o disfruta más de la vida. Estos
distingos, aunque fútiles, son comprensibles. Después de todo, cada cual sufre
sus dificultades personales, y por lo tanto encuentra deseable no padecer las
dificultades particulares que le atormentan. Pero la respuesta del paciente a
formar parte de uno de aquellos seres "envidiables" indica un proceso más
grave. De repente puede padecer un resfriado y desconsolarse. Si se examinan
tales respuestas descubrimos que la fuente de la perturbación es la rígida
exigencia a no tener problemas de ninguna clase. El neurótico se cree con
derecho a estar mejor dotado que todo el mundo. Además tiene derecho no sólo
a una vida desprovista de problemas personales sino a las cualidades
combinadas de los que conoce personalmente o, mejor dicho, en la pantalla: a
ser tan humilde e inteligente como Charles Chaplin, tan humano y valeroso
como Spencer Tracy, tan victoriosamente viril como Clark Gable. La exigencia
de que yo no debería ser yo es demasiado irracional para ser presentada como
tal. Aparece en forma de envidia hacia cualquier persona mejor dotada o más
afortunada en su desarrollo: en la imitación y adoración de ellos; en exigencias
dirigidas hacia el analista para proporcionarle todas estas perfecciones deseables
y con frecuencia contradictorias.
Esta exigencia de estar dotado de atributos supremos, es bastante peligrosa en
sus implicaciones. No sólo causa un descontento y envidia crónicos, sino que
constituye un verdadero inconveniente para el análisis. Si en primer lugar, es
injusto que el paciente tenga perturbaciones neuróticas, es doblemente injusto
que se espere de él que trabaje en sus problemas. Por el contrario, se siente con
derecho a ser aliviado de sus dificultades, sin tener que pasar por el laborioso
proceso del cambio.
Este examen de las exigencias neuróticas no es completo. Como cada
necesidad erótica puede convertirse en una exigencia, tendríamos que discutir
cada una de ellas con el fin de hacer un cuadro completo de las exigencias. Pero
incluso un corto examen nos da la sensación de su naturaleza peculiar. Ahora
trataremos de poner más de relieve sus características comunes.
33
Para comenzar, son irreales en dos aspectos, La persona establece un título
que existe sólo en su mente, y tiene poca (si es que tiene alguna) consideración
para la posibilidad del cumplimiento de sus exigencias. Esto es obvio en las
exigencias francamente fantásticas de estar exento de enfermedad, vejez y
muerte. Pero con las otras, ocurre lo mismo, La mujer que se cree con derecho a
que se acepten todas sus invitaciones, se ofende de que alguien las decline, sin
tener en cuenta la urgencia de las razones que tienen para no aceptar. El
estudioso que insiste en que todo se le dé fácilmente, se molesta en tener que
publicar o hacer experimentos, sin tener en cuenta lo necesario que es tal trabajo
y frecuentemente a pesar de darse cuenta de que no puede hacerse sin una
penosa labor. El alcohólico que se cree con derecho a que todos le ayuden en una
calamidad financiera, encuentra injusto que la ayuda no se le dé inmediata y
gustosamente, estén o no en posición de hacerlo.
Estos ejemplos indican implícitamente una segunda característica de las
exigencias neuróticas: su egocentrismo. A veces es tan palpable, que al
observador le parece "cándido", y le recuerda actitudes similares en los niños
mimados. Estas impresiones dan fundamento a las conclusiones teóricas de que
dichas exigencias son solamente rasgos de carácter "infantiles" de gente que (al
menos en este aspecto) no han podido crecer. Realmente no es así. El niño es
también egocéntrico, pero sólo porque aún no ha desarrollado el sentimiento de
relación hacia los demás. Sencillamente no sabe que los otros tienen también sus
necesidades y limitaciones, como por ejemplo que su madre necesita dormir o
no tiene dinero para comprar un juguete. El egocentrismo del neurótico tiene una
base distinta y mucho más complicada. Está consumido en sí porque se ve
impelido por sus necesidades psíquicas, desgarrado por sus conflictos y obligado
a adherirse a sus soluciones peculiares. Aquí aparecen, por lo tanto dos
fenómenos que parecen similares, pero son diferentes. En consecuencia, el decir
a un paciente que sus exigencias son infantiles es de una completa futilidad
terapéutica. Para él, sólo puede significar que son irracionales (cosa que el
analista le puede mostrar de mejor manera) y esto al menos le hace pensar.
Sin mucho trabajo ulterior no cambiará nada.
Basta para esta distinción. El egocentrismo de las exigencias neuróticas
puede quedar resumido en los términos de mi reveladora experiencia. Las
prioridades en tiempo de guerra están muy bien, pero mis necesidades deberían
tener una absoluta prioridad. Si el neurótico se siente enfermo, o quiere que
hagan algo, todos deben correr en su ayuda. La cortés afirmación del analista de
que no tiene tiempo libre para una consulta, con frecuencia recibe una réplica
furiosa o insultante, o simplemente cae en oídos sordos. Si el paciente lo
necesita, debería haber tiempo. Cuanta menos relación tenga el neurótico con el
mundo que le rodea, menos cuenta se da de los demás y de sus sentimientos.
Como me dijo un paciente que demostraba un altivo desdén por la realidad: "Soy
un cometa que recorre el espacio. Lo cual significa que lo que yo necesito es
real, los demás y sus necesidades son irreales".
34
Una tercera característica de las exigencias neuróticas reside en sus
esperanzas de que las cosas vengan al individuo, sin que tenga que hacer los
esfuerzos adecuados. No reconoce que si se siente solo tenga que llamar a
alguien; alguien tiene que llamarle a él. El simple razonamiento de que tiene que
comer menos si quiere perder peso, con frecuencia tropieza con tanta oposición
interior que sigue comiendo, pero aún considera injusto no estar tan delgado
como otros. Otro puede aducir que debería tener una posición honorable, una
posición mejor, un aumento de salario, sin haber hecho méritos especiales para
ello y, lo que es más, sin haberlo pedido. Ni siquiera debe de tener una idea muy
clara de lo que quiere. Debería estar en la posición de rechazar o tomar
cualquier cosa.
Frecuentemente, una persona puede expresar con palabras conmovedoras lo
que desea para ser feliz. Pero su familia y sus amigos se dan cuenta, al cabo de
un tiempo, que es extremadamente difícil hacerle feliz. Por lo tanto, pueden
decirle que debe haber algún descontento en él que le impide lograr la felicidad.
Entonces puede ir a un analista.
El analista apreciará el deseo de dicha del paciente, como un buen motivo
para venir a psicoanalizarse. Pero también preguntará por qué el paciente, con
todo su deseo de dicha, no es dichoso. Tiene muchas cosas con las cuales serían
felices la mayoría de la gente. Un hogar agradable, una buena esposa, seguridad
financiera. Pero no saca partido de nada; no tiene ningún interés vigoroso. En el
cuadro hay una gran cantidad de pasividad y complacencia consigo. Al analista
le extraña, desde la primera entrevista, que el paciente no hable de sus
dificultades, sino que más bien, de un modo impertinente, expone una serie de
deseos. A la hora siguiente, sus impresiones se han confirmado. La inercia del
paciente es el primer obstáculo del análisis. Por lo tanto el cuadro se aclara. En
él aparece una persona atada de pies y manos, incapaz de explotar sus recursos,
y llena de exigencias tenaces, de que todas las cosas buenas de la vida, incluso el
contento del alma, deben ser para ella.
Otro ejemplo que sirve de ilustración a la exigencia de ayuda sin esfuerzo,
arroja una nueva luz acerca de su naturaleza. Un paciente que había tenido que
interrumpir su análisis durante una semana se alteró por un problema surgido en
la sesión analítica anterior. Expresó su deseo de vencer la dificultad antes de irse
—un deseo perfectamente legítimo. Por lo tanto, yo traté con todas mis fuerzas,
de llegar a la raíz del problema particular. Al cabo de un tiempo advertí que el
paciente no ponía nada de su parte. Hacía el efecto de que yo tenía que
arrastrarle. Al transcurrir la hora, yo sentía una creciente irritación de parte suya.
Al interrogarle directamente, me lo confirmó diciendo que, en efecto, estaba
irritado; no quería quedarse con aquella dificultad una semana entera, y yo no
había hecho hasta entonces nada que la aliviase. Yo indiqué que su deseo era
muy razonable, pero que, al parecer, se había transformado en una exigencia que
35
ya no lo era. La resolución del problema dependía de lo accesible que fuera en
aquel momento, y de sus esfuerzos y los míos. En lo referente a él, debía haber
algo que le impedía hacer los esfuerzos hacia el fin deseado. Al cabo de ciertos
forcejeos, que omito aquí, él no pudo menos que ver la verdad de lo que yo
decía. Su irritabilidad desapareció; sus exigencias irracionales y su sentido de
apremio también desaparecieron, Y añadió otro factor revelador: le parecía que
yo era la que había creado el problema y por lo tanto yo era la que debía
solucionarlo. ¿Cómo, a su entender, era yo responsable? No quería decir que yo
hubiera cometido un error; era sencillamente que en la hora anterior se había
dado cuenta de que no había podido vencer su carácter vengativo, que apenas
había comenzado a percibir. En realidad, en aquella época, no quería siquiera
verse privado de él, sino sólo de ciertas alteraciones que le acompañaban. Como
yo no había respondido a su exigencia de librarle inmediatamente de ellas, se
sentía con derecho a una retribución. Con tal explicación indicaba las raíces de
sus exigencias: su negativa interior a asumir la responsabilidad de sí, y su
carencia de un interés constructivo. Esto le paralizaba, le impedía hacer nada por
sí, y convertía en una necesidad que otra persona —en este caso el analista—
tomase la responsabilidad, y le arreglase el asunto. Y también aquella necesidad
se convertía en una exigencia,
Este ejemplo, indica una cuarta característica de las exigencias neuróticas:
pueden ser de naturaleza vindicativa. La persona se siente maltratada e insiste en
una retribución. Este es un viejo asunto. Es obvio en las neurosis traumáticas y
en ciertos estados paranoicos. Hay muchas descripciones de esta característica
en la literatura, entre ella, el que Shylock exija su libra de carne, y el que Hedda
Gabler pida nuevos lujos cuando se entera de que su marido no va a obtener la
cátedra esperada.
Yo quiero decir aquí que las exigencias vindicativas son un elemento
frecuente, ya que no regular, en las exigencias neuróticas. Naturalmente varía la
conciencia que el individuo tiene de ellas. En el caso de Shylock eran
conscientes, en el ejemplo de la cólera del paciente contra mí, estaban en los
umbrales de la conciencia; en muchos casos son inconscientes. De acuerdo a mis
experiencias, yo dudo de su ubicuidad. Pero las he encontrado con tanta
frecuencia que siempre las busco. Como mencioné en el contexto de la
necesidad de un triunfo vindicativo, la cantidad de venganza oculta que se halla
en la mayoría de las neurosis es grande. Los elementos vindicativos operan
cuando se presentan exigencias con respecto a frustraciones o sufrimientos
pasados; cuando se hacen de modo militante; cuando la realización de las
exigencias se siente como un triunfo y su frustración como una derrota.
36
¿Hasta qué punto se da cuenta la gente de sus exigencias? Cuando el
concepto que se tenga de uno y del medio esté más influido por la imaginación,
tanto más la persona y la vida en general serán como se necesita verlas. En la
mente de la persona no hay lugar para ver que tiene exigencias y necesidades y
la mera mención de la posibilidad de que las tenga es ofensiva. La gente no le
deja esperar. No tiene por qué tener accidentes, ni siquiera envejecer... El tiempo
debe ser bueno cuando sale de excursión. Las cosas deben salirle bien.
Otros neuróticos parecen darse cuenta de sus exigencias, pues abiertamente
piden privilegios. Pero lo que es obvio para el observador puede no serlo para la
persona observada. Lo que el observador ve, y lo que el observado siente, son
dos cosas muy distintas. Una persona que agresivamente presenta sus
exigencias, puede, a lo sumo, darse cuenta de ciertas expresiones o
implicaciones de sus exigencias, como por ejemplo, al ser impaciente o no
aceptar la contradicción. Puede darse cuenta de que no le gusta preguntar cosas
ni dar las gracias. Sin embargo, esta conciencia, es distinta de saber que uno se
cree con derecho a que los demás hagan lo que uno quiera. La persona puede
darse cuenta de que es temeraria en ocasiones, pero frecuentemente embellece su
temeridad llamándola valor o confianza en sí. Puede, por ejemplo, dejar un buen
empleo, sin tener perspectivas de otro, considerando tal paso como la expresión
de la confianza que tiene en sí. Esto puede ser una realidad, pero puede existir a
la vez una temeridad, producto de creerse con derecho a la buena suerte. Puede
tener, en las profundidades de su alma, la creencia secreta de que no va a morir.
Pero, incluso eso, no es la conciencia de sentirse con derecho a estar por encima
de las limitaciones biológicas.
En otros casos, las exigencias están ocultas para la persona que las abriga y
para el observador no preparado. El último aceptará cualquier razón que se
aduzca en favor de las demandas. Generalmente, lo hace menos por ignorancia
psicológica que por sus razones neuróticas particulares. Puede, por ejemplo,
hallar a veces inconveniente que su esposa o su querida le absorban demasiado
tiempo, pero a la vez le halaga a su vanidad que él sea indispensable para ella.
O, una mujer, puede hacer demandas agotadoras basándose en su desvalimiento.
Ella es la única que experimenta la necesidad. Incluso puede tener gran cuidado
de no molestar a los demás. Estos otros, sin embargo, pueden apreciar el papel
de protector o, a causa de claves secretas particulares, sentirse "culpables" si no
están a la altura de lo que la mujer esperaba de ellos.
Sin embargo, aun cuando una persona se da cuenta de experimentar ciertas
necesidades, nunca se da cuenta de que sus necesidades sean injustas o
irracionales. En realidad, cualquier duda acerca de su validez, significaría un
paso hacia su disolución. Por lo tanto, como son vitalmente importantes para él,
37
el neurótico tiene que construir en su mente una capa impermeable para hacerlas
completamente legítimas. Tiene que sentirse absolutamente convencido de que
son justas. En el análisis, el paciente llega a grandes extremos, para probar que
sólo espera lo que se merece. A la inversa, por razones terapéuticas, es
importante reconocer la naturaleza de la exigencia especial, y la naturaleza de su
justificación. Ya que las exigencias se mantienen y se suprimen con su base, ésta
se convierte en una posición estratégica. Si, por ejemplo, una persona se cree
con derecho a toda clase de servicios, a causa de sus méritos, tiene que, sin
querer, exagerar dichos méritos para que se sienta justamente ofendida si no se
le prestan los servicios.
Con frecuencia, las exigencias se justifican por razones culturales. Porque
soy mujer — porque soy hombre — porque soy tu madre — porque soy tu
empleador... Como ninguna de estas razones, dan en realidad el derecho a las
exigencias presentadas, hay que destacar su importancia excesivamente. Por
ejemplo en este país no hay un rígido código cultural por el cual la dignidad
masculina se ofende al lavar platos. Por lo tanto, si existe la exigencia de estar
exento de trabajo servil, la dignidad de ser un hombre o un jornalero tiene que
ser aumentada.
La base siempre presente es la superioridad. El denominador común es:
porque soy algo especial, tengo derecho a... De esta forma, es inconsciente en su
mayoría. Pero el individuo puede poner un énfasis sobre el significado especial
de su tiempo, su trabajo, sus planes, que siempre tiene razón.
Los que creen que el "amor" lo resuelve todo, que el "amor" le da a uno
derecho a todo, tiene, por lo tanto, que exagerar la profundidad o el valor del
amor; no mediante una pretensión consciente, sino sintiendo en realidad más
amor del que existe. La necesidad de exagerar, con frecuencia tiene
repercusiones que pueden contribuir a formar un círculo vicioso. Esto es
especialmente cierto cuando se tienen exigencias, basándose en el desvalimiento
o el sufrimiento. Mucha gente, por ejemplo, siente timidez de hacer preguntas
por teléfono. Si quiere que alguien haga la pregunta por él, la persona a la que
esto se refiere siente que sus inhibiciones son mayores de lo que son en realidad,
con el fin de hacerlas válidas. Si una mujer se siente demasiado inerme o
deprimida para hacer sus labores caseras, se hará más inerme y más deprimida
de lo que es, y entonces sufrirá realmente más.
No se debe, sin embargo, llegar a la precipitada conclusión de que es deseable
para las otras personas de su medio, no acceder a las exigencias neuróticas.
Tanto el acceder, como el negarse puede empeorar el estado, es decir, que en
ambos casos las exigencias pueden hacerse aún más enfáticas. La negativa
generalmente sólo sirve cuando el neurótico ha comenzado o comienza a asumir
la responsabilidad de sí.
38
Quizás la base más interesante de las exigencias es la de la "justicia". Porque
creo en Dios, porque he trabajado siempre, o porque soy un buen ciudadano, es
un asunto de justicia que no me ocurra nada y que las cosas me salgan bien. Los
beneficios terrenales deben ser la consecuencia de ser piadoso y bueno. La
prueba de lo contrario (la prueba de que los premios no son la consecuencia
necesaria de la virtud) es desechada. Si se presenta esta tendencia a un paciente,
él generalmente indicará que su sentimiento de justicia se extienda también a
otros, que él se indigna igualmente cuando los demás son víctimas de una
injusticia. Esto es verdad, hasta cierto punto, pero sólo significa que su
necesidad de dar a sus exigencias una base de justicia, se ha generalizado en una
"filosofía".
La importancia dada a la justicia tiene un reverso, que es hacer a la gente
responsable de cualquier adversidad que les suceda. El que la persona aplique
este aspecto a sí misma, depende del grado de su rectitud consciente. Si es
rígido, experimentará, al menos conscientemente, como una injusticia, cualquier
adversidad que le suceda. Pero tenderá con mayor facilidad a aplicar a los otros
la ley de la "justicia retributiva". Quizás una persona que se ha quedado sin
empleo, no quería realmente trabajar.
En las materias más personales, dicho individuo se siente con derecho a
recibir en proporción igual a lo que da. Esto sería natural, si no hubiera dos
factores que escapan a su atención. Sus valores positivos asumen en su mente
proporciones exageradas (entre ellos se encuentran las buenas intenciones),
mientras que ignora las dificultades que ha llevado a una relación. Y además, los
valores que pone en la balanza, son a veces incongruentes. Un paciente, por
ejemplo pone en su haber sus intenciones de cooperar, su deseo de verse libre de
los síntomas alarmantes, y sus visitas y pago regulares. Pero el analista tiene la
obligación de curarle. Desgraciadamente no hay proporción. El paciente sólo se
puede poner bien si está dispuesto y puede trabajar en sí y cambiar. Por lo tanto,
si las buenas intenciones del paciente no están combinadas con esfuerzos
eficaces, logrará poca cosa. Las alteraciones seguirán ocurriendo y el paciente,
con creciente irritación, se sentirá burlado; presentará su cuenta en forma de
reproches o quejas, y se sentirá enteramente justificado en su creciente
desconfianza hacia el analista.
La excesiva importancia dada a la justicia puede ser, aunque no
necesariamente, un camuflaje de las tendencias de venganza. Cuando las
exigencias se presentan basándose principalmente en un "trato" con la vida,
generalmente se destacan los méritos personales. Cuando más vindicativas son
las exigencias, más se destaca el daño ocasionado. También aquí, hay que
exagerar el daño ocasionado, cultivar el sentimiento hacia él, hasta que se hace
tan grande que la "víctima" se siente con derecho a exigir cualquier sacrificio, o
a infligir cualquier castigo.
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La búsqueda de la gloria y el desarrollo humano

  • 1. LA NEUROSIS Y EL DESARROLLO HUMANO La lucha por la autorrealización (1950) Karen Horney Traducción: Josefina Martínez Alinari Edición: Julio Tamayo
  • 2. 2
  • 3. 3 A Mis colegas y a los estudiantes del American Institute for Psychoanalysis
  • 4. 4
  • 5. 5 INTRODUCCIÓN UNA MORAL DE EVOLUCIÓN El proceso neurótico es una forma especial del desarrollo humano, y —a causa de la pérdida de energías constructivas que supone— es una forma especialmente desdichada. No sólo es diferente en calidad de un desarrollo humano sano, sino que, en mayor grado de lo que creemos, es su antítesis en diversos aspectos. En condiciones favorables, las energías del hombre se dedican a la realización de sus potencialidades. Tal desarrollo dista mucho de ser uniforme. De acuerdo a su temperamento, a sus facultades, y tendencias particulares, a las condiciones de su vida, infantil y adulta, el hombre puede hacerse más blando o más duro, más cauteloso o más confiado, con mayor o menor confianza en sí, más contemplativo o más superficial; y puede desarrollar sus dotes especiales. Pero cualquiera que sea el rumbo que siga, sólo puede desarrollar, sus potencialidades dadas. Sometida a una tensión interna, una persona puede quedar enajenada de su verdadero yo. Entonces dedicará la mayor parte de sus energías a la tarea de moldearse, mediante un rígido sistema de dictados interiores, para convertirse en un ser de absoluta perfección. Pues sólo una especie de perfección divina satisface la imagen idealizada que tiene de sí, y el orgullo que le proporcionan los supremos atributos que (a su entender) tiene, pudo haber tenido o debiera tener. Esta tendencia del desarrollo neurótico (que se presenta detalladamente en este libro) atrae nuestra atención más allá del interés clínico o teórico en los fenómenos patológicos. Pues supone un problema moral fundamental: el humano deseo, impulso u obligación religiosa de alcanzar la perfección. Ningún estudiante serio, dedicado al desarrollo del hombre, dudará de lo indeseable que es el orgullo o la arrogancia, o el deseo de perfección cuando el orgullo es el motivo. Pero existen grandes divergencias de opinión acerca de lo deseable o necesario de una disciplina interior, con el fin de asegurar un proceder moral. Dando por sentado que estos dictados interiores, ejercen un efecto retardatario sobre la espontaneidad del hombre, no deberíamos, de acuerdo al precepto cristiano (“Sed perfectos...”) luchar por la perfección. ¿No sería arriesgado, y realmente ruinoso, para la vida moral y social del hombre, el abandonar tales dictados?
  • 6. 6 Este no es el lugar para discutir los diversos aspectos en los cuales esta cuestión ha sido tratada en toda la historia de la humanidad, ni yo estoy preparada para ello. Sólo quiero indicar que uno de los factores esenciales de que depende la cuestión, es nuestra creencia acerca de la naturaleza humana. Hablando en sentido general, hay tres conceptos supremos del fin de la moral, basados en las diferentes interpretaciones de la naturaleza humana esencial. Los frenos impuestos, no pueden ser suprimidos por el que crea —en los términos que sean— que el hombre es pecaminoso por naturaleza, o impulsado por instintos primitivos (Freud). El fin de la moral tiene que ser entonces el freno o la superación del status naturae y no su desarrollo. La meta tiene que ser diferente para los que creen que en la naturaleza humana hay algo esencialmente “bueno” y algo “malo”, pecaminoso, o destructor. Se concentrará en la seguridad de la victoria eventual del bien inherente, refinado, dirigido o reforzado, por elementos como la fe, la razón, la voluntad o la gracia —según el concepto ético o religioso particular dominante. Aquí no se trata sólo de combatir y suprimir el mal, ya que a la vez existe un programa positivo. Pero el programa positivo se basa en ayudas sobrenaturales de alguna clase, o en un ideal de razón o voluntad, que sugiere el uso de los dictados interiores que frenan y prohíben. Finalmente, el problema de la moral es diferente de nuevo cuando creemos que en el hombre son inherentes fuerzas constructivas de evolución que le impulsan a realizar sus potencialidades. Esta creencia no significa que el hombre sea esencialmente bueno, lo cual presupondría un conocimiento dado del bien y del mal. Significa que el hombre, por su misma naturaleza y propio acuerdo, lucha por realizarse, y que sus talentos se desenvuelven con tal lucha. Al parecer, por ejemplo, no puede desarrollar hasta el máximo sus potencialidades humanas, a menos que sea sincero consigo mismo; a menos que sea activo y productivo; a menos que se una a los demás con un espíritu de solidaridad...Al parecer, no puede desarrollarse si se entrega a una “oscura egolatría” (Shelley), y atribuye todos sus inconvenientes a las deficiencias de los demás. Puede desarrollarse, en el verdadero sentido, sólo cuando asume la plena responsabilidad de sí mismo. De este modo llegamos a una moral evolutiva, en la cual el criterio mediante el cual cultivamos o rechazamos lo que hay dentro de nosotros, reside en la preguntar ¿esta tendencia o actitud particular, ayuda o dificulta mi desarrollo humano? Como demuestra la frecuencia de las neurosis, toda clase de presiones pueden derivar nuestras energías constructivas a canales destructores. Pero, cuando se cree en una tendencia automática hacia la propia realización, no se necesita una camisa de fuerza interior, con la cual dominar la espontaneidad, ni el látigo de los dictados interiores para impulsarnos a la perfección. No hay duda de que tales métodos disciplinarios pueden suprimir factores indeseables, pero tampoco cabe duda de que son dañinos para nuestro crecimiento. No los necesitamos porque vemos una posibilidad mejor de luchar con las fuerzas destructoras de nuestro interior: la de superarlas realmente. El camino hacia esta meta es un conocimiento cada vez mayor de nosotros mismos. El conocimiento de sí, no es una finalidad en sí mismo, sino un medio de liberar las fuerzas del desarrollo espontáneo.
  • 7. 7 En este sentido, trabajar en nosotros, significa no sólo la obligación moral suprema, sino al mismo tiempo, en un sentido muy real, el supremo privilegio moral. La seriedad con que tomemos nuestro crecimiento moral depende de nuestro deseo. Y si perdemos la obsesión neurótica del yo, al desarrollarnos libremente, también nos entregamos libremente al amor y al interés de las demás personas. Entonces queremos darles la oportunidad de un desarrollo sin trabas, cuando sean jóvenes, y ayudarles en todo lo posible a encontrarse y a realizarse, cuando su desarrollo esté dificultado. Sea como fuere, ya por nosotros o por los demás, el ideal es la liberación y el cultivo de las fuerzas que conducen a la realización de la personalidad. Espero que este libro, mediante una exposición más clara de los factores que sirven de obstáculo, ayude, en su esfera, a dicha liberación. K. H.
  • 8. 8
  • 9. 9 CAPÍTULO 1 LA BÚSQUEDA DE LA GLORIA Cualesquiera que sean las condiciones en que se críe un niño, si no es mentalmente defectivo, aprenderá a hacer frente a los demás, de una o de otra forma, y, probablemente, adquirirá ciertas habilidades. Pero hay otras fuerzas en él que no puede adquirir e incluso desarrollar, con el aprendizaje. No es necesario, y en realidad no se puede, enseñar a un alcornoque a que se convierta en roble, pero, si tiene la oportunidad, sus potencialidades intrínsecas se desarrollarán. Igualmente, el ser humano, si tiene una oportunidad, tiende a desarrollar sus potencialidades humanas particulares. Entonces desarrollará las únicas fuerzas vivas de su verdadero yo: la claridad y la profundidad de sus sentimientos, pensamientos, deseos, intereses; la habilidad de saber despertar sus recursos, la fuerza de su voluntad; los dones y capacidades especiales que pueda tener; la facultad de expresarse, y de relacionarse con los otros, espontáneamente. Todo esto, le permitirá, con el tiempo, encontrar sus valores y sus fines en la vida. En resumen, crecerá, sustancialmente sin desviaciones, hacia su realización. Y por esta razón hablo ahora y en todo este libro del verdadero yo como la fuerza interior central, común a todos los seres humanos y, sin embargo, única en cada uno de ellos, que es la fuente profunda de crecimiento [Cuando en lo futuro se haga una referencia al crecimiento, siempre se aplica en este sentido, el del libre y sano desarrollo de acuerdo con las potencias de cada individuo.]. Únicamente el individuo puede desarrollar sus potencialidades dadas. Pero, como cualquier otro organismo vivo, el individuo humano necesita condiciones favorables para su transformación “de alcornoque en roble”; necesita una atmósfera cordial para darle una sensación de seguridad interior, y la fuerza íntima necesaria que le permita tener pensamientos y sentimientos propios, y poder expresarse. Necesita la buena voluntad de los demás, no sólo para que le ayuden en sus muchas necesidades, sino para que le guíen y le animen para que se convierta en un individuo maduro y fecundo. También necesita una sana fricción con los deseos y voluntades de los demás. Si de este modo puede crecer con los demás, en el amor y en la competencia, también podrá crecer de acuerdo con su verdadero yo.
  • 10. 10 Pero mediante varias influencias adversas, un niño puede no poder crecer de acuerdo a sus necesidades y posibilidades individuales. Tales condiciones desfavorables, son demasiado variadas para que las enumeremos aquí. Pero al ser resumidas, todas ellas indican el hecho de que la gente del medio del niño, está demasiado absorta en sus propias neurosis, para poder amar al niño, e incluso para concebirle como un individuo; sus actitudes hacia él, están determinadas por sus necesidades y respuestas neuróticas [Todas las perturbaciones neuróticas de las relaciones humanas enumeradas en el Capitulo 12 de este libro, pueden tener lugar. Cf. Nuestros Conflictos Interiores, Karen Horney, Capitulo 2, El Conflicto Básico y Capítulo 6, La Imagen Idealizada. (Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires).]. Expresado sencillamente, pueden ser dominantes, protectores en exceso, amenazadores, irritables, exigentes, indulgentes en exceso, inestables parciales con los otros hermanos, hipócritas, indiferentes, etcétera. Nunca se trata de un solo factor, sino siempre de la constelación completa que ejerce la influencia maligna sobre el desarrollo de un niño. Como resultado, el niño no adquiere una sensación de confianza sino una profunda inseguridad y vaga aprensión, a la cual yo doy el nombre de angustia básica. Es la sensación de estar aislado y solo en el mundo potencialmente hostil. La presión de esta angustia básica evita que el niño se relacione con los demás con la espontaneidad de sus sentimientos, y le obliga a hallar formas de hacerles frente. Tiene que (inconscientemente) tratarles de modo que no despierten ni acrecienten, sino que más bien calmen su angustia básica. Las actitudes particulares resultantes de estas necesidades estratégicas inconscientes, están determinadas por el temperamento del niño y por las contingencias de su medio. En resumen, puede tratar de unirse a la persona más poderosa que tenga cerca; puede tratar de rebelarse y combatir; puede cerrar la puerta de su vida interior a los demás y retirarse emocionalmente de ellos. En principio, esto significa que va a ir contra los demás, hacia los demás, o lejos de los demás. En una relación humana sana, los movimientos contra la gente, hacia la gente y lejos de ella, no se excluyen mutuamente. La capacidad de necesitar y dar afecto, la capacidad de ceder; la capacidad de luchar y de retirarse —son capacidades complementarias, necesarias a las buenas relaciones, humanas. Pero en el niño que se siente en terreno precario, por causa de su angustia básica estos movimientos se hacen extremos y rígidos. El afecto, por ejemplo, se hace dependiente; la docilidad, se convierte en apaciguamiento. Igualmente, se ve impulsado a luchar o a mantenerse alejado, sin tener en cuenta sus verdaderos sentimientos ni lo inadecuado de su actitud en una situación particular. El grado de ceguera y rigidez de sus actitudes está en proporción a la intensidad de la angustia básica que haya dentro de él.
  • 11. 11 Como, en estas condiciones, el niño se ve impulsado no, sólo en una de estas direcciones, sino en todas ellas, desarrolla actitudes fundamentalmente contradictorias hacia los demás. Los movimientos hacia, contra, y al margen de la gente, constituyen un conflicto, su conflicto básico con los demás. Con el tiempo, trata de resolverlo haciendo que domine una de dichas actitudes, trata de que la actitud prevalecedora sea agresiva, dócil o despegada. Esta primera tentativa para resolver los conflictos neuróticos, no es superficial. Por el contrario, tiene una influencia decisiva sobre el rumbo ulterior del desarrollo neurótico. No sólo se relaciona exclusivamente con las actitudes hacia los demás; inevitablemente supone ciertos cambios en la personalidad. De acuerdo a su dirección principal, el niño adquiere también ciertas necesidades, sensibilidades, e inhibiciones adecuadas, y los principios de las obligaciones morales. Por ejemplo, el niño dócil tiende no sólo a subordinarse a los demás y apoyarse en ellos, sino que trata de ser abnegado y bueno. Igualmente, el niño agresivo, trata de dar valor a la fuerza, y a la capacidad de resistir y de luchar. Sin embargo, el efecto integrante de esta primera solución no es tan firmé ni tan total como en las soluciones neuróticas que se discuten más tarde. En el caso de una muchacha, por ejemplo, las tendencias dóciles se habían hecho dominantes. Mostraba una ciega adoración por ciertas figuras autorizadas, tendencias a congraciarse y a apaciguar, timidez para expresar sus deseos, y esporádicas tentativas de sacrificio. A los ocho años colocó algunos de sus juguetes en la calle para que se los llevase algún niño más pobre que ella, sin decirle a nadie que lo había hecho. A los once, trató, infantilmente, una especie de entrega mística mediante la oración. Tenía fantasías en las cuales se veía castigada por los maestros de quienes se enamoraba. Pero, hasta los diecinueve años, fácilmente accedía a todos los planes formados por otros para vengarse de algún maestro; aunque generalmente era un corderito, a veces encabezaba las rebeliones escolares. Y cuando el pastor de su iglesia la decepcionó, pasó de la devoción religiosa a un cinismo temporal. Las razones de esta falta de integración —de la cual son típicos estos ejemplos— residen en parte en la falta de madurez del individuo en crecimiento y en parte en el hecho de que la solución primitiva tienda principalmente a la unificación de las relaciones con los demás. Por lo tanto hay lugar, y a la vez necesidad, de una integración más firme. El desarrollo descrito hasta ahora no es uniforme. Los detalles del medio desfavorable son distintos en cada caso, como los del curso del desarrollo y su resultado. Pero siempre daña la fuerza interior y la coherencia del individuo, y, por lo tanto, engendran ciertas necesidades vitales para remediar las deficiencias resultantes. Aunque éstas están íntimamente relacionadas entre sí, podemos distinguir los aspectos siguientes: A pesar de sus tentativas primitivas para solucionar sus conflictos con los demás, el individuo está aún dividido y necesita una integración más firme y comprensiva.
  • 12. 12 Por muchas razones, no ha tenido la oportunidad de desarrollar una verdadera confianza en sí: su fuerza interior está minada por estar a la defensiva, por hallarse dividido, por el modo en que su “solución” primitiva inició un desarrollo unilateral, haciendo por ello grandes áreas de su personalidad inútiles a los fines constructivos. Por lo tanto, necesita desesperadamente una confianza en sí y no el sustituto de ella. No se siente debilitado en un vacío, sino específicamente con menos sustancia, menos bien equipado que otros para la vida. Si tuviera la sensación de tener un lugar, su sentimiento de inferioridad con respecto de los otros no sería un obstáculo serio. Pero el vivir en una sociedad, basada en la competencia, y sentirse en el último lugar —como le ocurre al neurótico— aislado y hostil, sólo puede desarrollar una urgente necesidad de elevarse por encima de los demás. Aun más básicos que estos factores es el comienzo de su enajenación de sí mismo. No sólo su verdadero yo no puede crecer rectamente, sino que, a la vez, su necesidad de crear medios artificiales y estratégicos para su trato con los demás, le ha obligado a vencer sus sentimientos, deseos y pensamientos genuinos. Desde el momento en que la seguridad se ha hecho suprema, sus pensamientos y sentimientos más íntimos han perdido su importancia —en realidad han sido silenciados, y se han hecho indistintos. (No importa lo que siente, con tal de que esté seguro). De este modo, sus sentimientos y deseos han dejado de ser los factores determinantes; ya no es él, por decirlo así, el conductor, sino el conducido. Además, la división que hay dentro de él, no sólo le debilita en general, sino que refuerza la enajenación añadiendo un elemento de confusión; ya no sabe dónde está, ni “quién” es. Esta principiante enajenación del yo es más básica porque añade a los otros daños, su intensidad malsana. Entenderemos éstos más claramente si imaginamos lo que ocurriría, si los otros procesos pudieran tener lugar sin esta enajenación del centro vivo de la persona. En tal caso, la persona tendría conflictos, pero éstos no la llevarían de un lado a otro; su confianza en sí (como la palabra indica, se requiera un yo en el cual depositar la confianza) quedaría dañada, pero no desarraigada; y sus relaciones con los demás quedarían perturbadas, sin que interiormente dejase de tener relación con ellos. De ahí que, principalmente, lo que el individuo enajenado de sí necesita, es algo que le sirva de apoyo, una sensación de identidad, sería absurdo decir un sustituto de su verdadero yo, porque no existe tal cosa. Esto le podría dar algún significado ante sí y, a pesar de todas las flaquezas de su estructura, darle una sensación de poder y de significación. Con tal de que no cambien sus condiciones interiores (mediante circunstancias afortunadas), de modo que pueda prescindir de las necesidades enumeradas, sólo hay un medio en que él pueda realizarlas aparentemente, y realizarlas todas de golpe: mediante la imaginación. Gradual e inconscientemente, la imaginación se pone a trabajar, y crea en su mente una imagen idealizada de sí. Mediante este proceso, se dota de poderes ilimitados, y de excelsas facultades; se convierte en un héroe, en un genio, en un supremo amante, en un santo, en un dios.
  • 13. 13 La autoidealización siempre supone una autoglorificación general y por lo tanto, a al individuo la tan necesaria sensación de importancia y superioridad sobre los otros. Pero no es un ciego engrandecimiento. Cada persona construye su imagen idealizada con los materiales de sus experiencias especiales, sus fantasías primitivas, sus necesidades particulares, y también sus facultades dadas. Si no fuera por el carácter personal de la imagen, no lograría un sentimiento de identidad y de unidad. Idealiza, para empezar, su "solución" particular, a su conflicto básico: la docilidad se convierte en bondad; el amor en santidad; la agresividad en fuerza; las condiciones de mando en heroísmo y omnipotencia; el despego en sabiduría e independencia. Todo lo que —de acuerdo a su solución particular— aparece como falta o defecto, es borrado o retocado. Puede proceder con sus tendencias contradictorias de tres modos diferentes. Pueden ser glorificadas también, y quedar en segundo término. Puede, por ejemplo, aparecer en el curso del análisis que una persona agresiva, para quien el amor es una blandura imperdonable, es, en su imagen idealizada no sólo un caballero de brillante armadura, sino también un gran amante. Segundo, las tendencias contradictorias, además de estar glorificadas, pueden estar tan aisladas en la mente de la persona, que no constituyan ya conflictos perturbadores. Un paciente era, en su imagen, un bienhechor de la humanidad, un sabio que había adquirido la serenidad interior, y una persona que podía, sin escrúpulos, dar muerte a sus enemigos. Estos aspectos —todos ellos conscientes— no eran contradictorios para él, sino que no había conflicto entre ellos. En la literatura, esta forma de suprimir conflictos mediante el aislamiento se ha presentad en la obra de Stevenson, El Doctor Jekyll y Míster Hyde. Últimamente, las tendencias contradictorias pueden ser exaltadas como facultades o hazañas positivas, de forma que se conviertan en aspectos compatibles de una rica personalidad. Yo he citado en otra parte [Nuestros Conflictos Interiores] un ejemplo por el cual una persona bien dotada convirtió sus tendencias dóciles en virtudes cristianas, sus tendencias agresivas en una facultad única para el caudillaje político, y su despego en la sabiduría de un filósofo. Así los tres aspectos de su conflicto básico estaban a la vez glorificados y reconciliados entre sí. Llegó a ser, en su mente, el equivalente moderno del uomo universale del Renacimiento. Eventualmente el individuo puede llegar a identificarse con su imagen idealizada e integrada. Entonces no es una imagen visionaria que adora secretamente; imperceptiblemente, se convierte en su imagen: la imagen idealizada se convierte en el yo idealizado. Y este yo idealizado es más real para él que su verdadero yo, no sólo porque es más atractivo, sino porque responde a sus necesidades apremiantes. Este cambio de su centro de gravedad es un
  • 14. 14 proceso enteramente íntimo: en él no hay cambio exterior observable. El cambio se ha producido en el fondo de su ser, en sus sentimientos hacia sí. Es un proceso curioso y exclusivamente humano. A un cocker spaniel no se le ocurriría que él es "realmente" un setter irlandés. Y la transición puede ocurrir en una persona sólo porque su verdadero yo se ha hecho indistinto. Mientras el curso sano en esta fase del desarrollo —y en cualquier fase— seria un movimiento hacia su verdadero yo, entonces, comienza a abandonarlo definitivamente por su yo idealizado. El último comienza a representar para él lo que “realmente” o potencialmente es —lo que podría ser y lo que debería ser. Se convierte en la perspectiva desde la cual se mira, la vara de medir con que se mide. La autoidealización, en sus varios aspectos, es lo que yo llamaría una solución neurótica total —es decir una solución no sólo de un conflicto particular, sino una solución que implícitamente promete satisfacer todas las necesidades interiores nacidas en un individuo en una época dada. Además, le promete no sólo librarse de sus sentimientos dolorosos e insoportables (de inferioridad, de angustia, de división), sino que por añadidura constituye una misteriosa realización de sí y de su vida. No es de extrañar, entonces, que cuando crea que ha hallado tal solución, se aferre a ella desesperadamente. No es de extrañar que, usando un buen término psiquiátrico, se haga compulsiva [Ya discutiremos el significado exacto de compulsión, cuando tengamos una idea más completa de los pasos ulteriores que supone esta solución.]. La aparición regular de la autoidealización en la neurosis, es el resultado de la aparición regular de las necesidades compulsivas nacida en un medio que favorece las neurosis. Podemos mirar la autoidealización desde dos posiciones ventajosas: es el resultado lógico de un desarrollo precoz, y a la vez es el comienzo de uno nuevo. Está destinada a tener una gran influencia sobre el ulterior desarrollo, porque sencillamente es un paso tan importante como el abandono del verdadero yo. Pero la principal razón de su efecto revolucionario reside en otra consecuencia de este paso. Las energías que llevan hacia la autoidealización, se destinan al fin de dar realidad al ser idealizado. Esta derivación significa un cambio completo en el curso de la vida y el desarrollo del individuo. Veremos, en este libro, los diversos modos en los cuales este cambio de dirección ejerce una influencia modificadora sobre la personalidad en total. Su efecto más inmediato es evitar que la autoidealización sea un proceso puramente interior, e incorporarla al circuito total de la vida del individuo. El individuo quiere o, mejor dicho, se ve impulsado a expresarse. Y esto significa entonces que quiere expresar su yo idealizado, probarlo en la acción. Se infiltra en sus aspiraciones, sus metas, su conducta en la vida, y sus relaciones con los demás. Por esta razón, la autoidealización, inevitablemente, se convierte en una tendencia más total, a la que yo sugiero dar un nombre apropiado a su naturaleza y a sus dimensiones: la búsqueda de la gloria. La autoidealización sigue siendo su parte nuclear. Los otros elementos de ella, siempre presentes, aunque en varios grados de fuerza y de conciencia en cada caso individual, son la necesidad de perfección, la ambición neurótica, y la necesidad de un triunfo vindicativo.
  • 15. 15 Entre las tendencias hacia la realización del yo idealizado, la necesidad de perfección es la más radical. Tiende nada menos que a modelar la personalidad hasta convertirla en el yo idealizado. Como el Pigmalión de la versión de Shaw, el neurótico tiende no sólo a retocarse, sino a modelarse para convertirse en la clase ideal de perfección prescrita por los rasgos específicos de su imagen idealizada. Trata de alcanzar dicha meta, mediante un complicado sistema de deberes y tabús. Como este proceso es a la vez crítico y complejo, lo discutiremos más tarde en un capítulo aparte [Cf. Capítulo 3, La Tiranía del Debiera.] El más obvio y extravertido de los elementos de la búsqueda de gloria, es la ambición neurótica, el deseo de un triunfo exterior. Aunque esta tendencia a destacarse, suele estar en todo, generalmente se aplica más a las materias en las cuales el destacarse es más fácil para un individuo, en un tiempo dado. De ahí que la ambición varíe varias veces durante la vida. En escuela una persona puede hallar una deshonra intolerable no tener las mejores notas. Más tarde, puede estar tan compulsivamente impulsado a tener citas con las chicas más apetecibles. Y luego, tener la obsesión de ganar la mayor cantidad de dinero, o tener la posición política más importante. Tales cambios fácilmente dan origen a ilusiones engañosas. La persona que durante un tiempo ha estado fanáticamente decidida a ser el mayor héroe atlético o guerrero, puede, en otra ocasión, estar igualmente determinada a ser el santo más grande. Puede creer, entonces, que ha "perdido" su ambición. O puede decidir que el destacarse en atletismo y en la guerra no era lo que "realmente" quería. De este modo, puede no darse cuenta de que aún navega en la nave de la ambición, sólo que ha cambiado de rumbo. Claro, que se debe analizar en detalle lo que le ha hecho variar de rumbo en aquella ocasión particular. Yo pongo de relieve estos cambios porque indican el hecho de que la gente que se halla en las garras de la ambición, tiene poca relación con el contenido de lo que hacen. Lo que importa es destacarse. Si no se reconoce esta falta de relación, hay muchos cambios incomprensibles. Para los fines de esta discusión, el área particular de actividad que ansía la ambición específica es de escaso interés. Las características siguen siendo iguales cuando se trata de ser el caudillo de la comunidad, el conversador más brillante, el músico más famoso, el explorador más conocido, el poseedor del papel social más brillante, el mejor escritor, la persona mejor vestida. El cuadro varía, sin embargo, en muchos aspectos, según la naturaleza del éxito deseado. En rasgos generales, puede corresponder más a la categoría de poder (poder directo, poder detrás del trono, influencia, manipulación), o más a la categoría de prestigio (reputación, honores' popularidad, admiración, atención especial).
  • 16. 16 Estas tendencias ambiciosas son, hablando relativamente, las más realistas de las tendencias expansivas. Al menos es así en el sentido de que la gente de que se trata, realiza verdaderos esfuerzos con el fin de destacarse. Estas tendencias parecen también más realistas porque, con bastante suerte, sus poseedores pueden realmente adquirir los anhelados honores e influencias. Pero por otra parte, cuando alcanzan más dinero, más distinción, más poder, llegan a sentir el impacto total de la inutilidad de su búsqueda. No logran con ello ni la paz del espíritu, ni la seguridad interior, ni la alegría de vivir. La íntima desolación, para cuyo remedio salieron a perseguir el fantasma de la gloria, sigue siendo tan grande como siempre. Como éstos no son resultados accidentales, que pueden suceder en este o el otro individuo, sino que se han de producir inexorablemente, se puede afirmar, que la entera persecución del éxito es intrínsecamente irreal. Como vivimos en una cultura que valora la competencia, estas observaciones podrían aparecer extrañas. Está tan profundamente arraigado en todos nosotros, que todos quieren destacarse, y ser mejor que el vecino, que consideramos "naturales" estas tendencias. Pero el que las tendencias compulsivas de éxito sólo surjan en una sociedad basada en la competencia, no las hace menos neuróticas. Incluso en una cultura basada en la competencia, hay muchas gentes para las cuales otros valores —como por ejemplo el desarrollo humano— son más importantes que el destacarse sobre los demás. El último elemento de la búsqueda de la gloria, más destructor que los demás, es la tendencia hacia un triunfo vindicativo. Puede estar estrechamente unida con la tendencia de un triunfo real, pero, en tal caso, su fin principal es avergonzar o derrotar a los demás mediante el propio éxito; o lograr el poder, mediante una posición importante, para poder infligir sufrimientos a los demás, especialmente de carácter humillante. Por otra parte, la tendencia a destacarse, puede quedar relegada a la fantasía, y la necesidad de un triunfo vindicativo se manifiesta entonces en impulsos frecuentes e irresistibles, en su mayor parte inconscientes, de frustrar, empequeñecer o derrotar a los otros en las relaciones personales. Llamo a este impulso, vindicativo, porque la fuerza que lo motiva nace del impulso de tomar venganza de humillaciones sufridas en la niñez; impulsos reforzados durante el desarrollo neurótico posterior. Estos crecimientos posteriores son probablemente la causa de que la necesidad de un triunfo vindicativo con el tiempo se convierta en un ingrediente regular de la búsqueda de gloria. Pero el grado de su fuerza y la conciencia que la persona tenga de ella varía considerablemente. La mayoría de la gente no se da cuenta de tal necesidad, o sólo la advierte en momentos fugaces. Sin embargo, a veces sale al exterior y entonces se convierte en el motor de la vida, apenas disimulado. Entre las recientes figuras históricas, Hitler es un buen ejemplo de la persona que pasó experiencias humillantes, y entregó su vida entera al fanático deseo de triunfar sobre una masa de gente cada vez mayor. En su caso se aprecian claramente círculos viciosos, que aumentan constantemente la necesidad. Uno de ellos nace de que él sólo podía pensar en categorías de triunfo y derrota. De ahí que el miedo a la derrota hiciera siempre necesarios los ulteriores triunfos. Además, la sensación de grandeza aumentada con cada triunfo, le hacía más intolerable cada vez, que ninguna persona, ni ninguna nación, no reconociese su grandeza.
  • 17. 17 Hay muchos hechos históricos similares, aunque en escala menor. Como ejemplo de literatura moderna, mencionaremos el caso de The Man Who Watched the Train Go by (El Hombre que vio Pasar el Tren) [Por Georges Simenon, Reynal and Hitchcock, Nueva York.] Es el caso de un empleado concienzudo, sometido en su vida familiar y en su oficina, que al parecer no pensaba más que en cumplir con su deber. Al descubrir las maniobras fraudulentas de su jefe, con la bancarrota resultante de la firma, su escala de valores se derrumba. La distinción artificial entre los seres superiores a quienes todo se permite, y los inferiores como él, para quien sólo queda la estrecha senda de la corrección, se disuelve. Se da cuenta de que él también puede ser "grande" y "libre". Podría tener una querida, incluso la deslumbrante querida del jefe. Y su orgullo crece de tal manera, que llega a acercarse a ella y cuando es rechazado, la estrangula. Buscado por la policía, siente miedo a veces, pero su incentivo principal es derrotar a la policía. Incluso en su tentativa de suicidio, éste es el motivo principal. Con mayor frecuencia, la tendencia de un triunfo vindicativo está oculta. A causa de su naturaleza destructora, es el elemento más oculto de la búsqueda de gloria. Puede haber sólo aparentemente una frenética ambición. En el análisis sólo se ve que el impulso que la motiva es la necesidad de humillar y derrotar a los demás, elevándose por encima de ellos. La ambición de superioridad, menos dañina, puede absorber la compulsión más destructora. Esto permite a una persona dar salida a su necesidad y no sentir remordimientos por ello. Es, claro está, importante reconocer los aspectos específicos de las tendencias individuales que se encuentran en la búsqueda de gloria, porque es siempre la constelación específica la que ha de ser analizada. Pero no podremos entender ni la naturaleza ni el impacto de estas tendencias a menos que las consideremos como partes de una unidad coherente, Alfred Adler fue el primer psicoanalista que las vio como un fenómeno total, y que señaló su decisiva importancia en la neurosis [En el Capítulo 15 de este libro veremos la comparación de los conceptos de Adler y de Freud.]. Existen varias sólidas pruebas de que la búsqueda de gloria constituye una unidad total y coherente. En primer lugar, todas las tendencias individuales descritas más arriba, regularmente ocurren en una persona. Claro que alguno de los elementos predomina, para hacernos hablar de un ambicioso, o un soñador. Pero el predominio de alguno de los elementos no indica la ausencia de los otros. La persona ambiciosa puede tener también una imagen de sí grandiosa; el soñador puede querer una supremacía real, aunque este último factor esté sólo aparente en el modo en que se ofende su orgullo por el triunfo de los demás [Como las personalidades a veces aparecen distintas de acuerdo con la tendencia predominante, hay una gran tentación a considerar dichas tendencias como entidades separadas. Freud miraba fenómenos muy similares a estos, como tendencias instintivas independientes. Cuando yo hice una primera tentativa para enumerar las tendencias compulsivas de la neurosis, también me parecieron "tendencias neuróticas" independientes.].
  • 18. 18 Además todas las tendencias individuales están tan íntimamente relacionadas, que la tendencia prevalecedora, puede cambiar durante la vida de una persona dada. Puede abandonar los sueños de gloria para ser un padre y un empleado perfecto, y luego para ser el mayor amante de todos los tiempos. Finalmente, todas ellas tienen en común dos características generales, comprensibles por el génesis y las funciones del fenómeno total: su naturaleza compulsiva y su carácter imaginativo. Ambos han sido mencionados, pero es deseable tener una pintura más sucinta y completa de su significado. Su naturaleza compulsiva nace de que la autoidealización (y la búsqueda de gloria que tiene como consecuencia) es una solución neurótica. Cuando llamamos compulsiva a una tendencia, queremos dar a entender lo contrario a luchas o deseos espontáneos. Los últimos son la expresión del verdadero yo; los primeros están determinados por las necesidades íntimas de la estructura neurótica. El individuo tiene que obrar de acuerdo con ellos, sin tener en cuenta sus deseos, sentimientos e intereses reales, pues de lo contrario padecerá angustia, se verá desgarrado por los conflictos, abrumado por sentimientos de culpa, se sentirá rechazado por los demás, etc. En otras palabras, la diferencia entre espontáneo y compulsivo es la diferencia entre "Yo quiero" y "Tengo que, a fin de evitar el peligro". Aunque el individuo puede conscientemente sentir que su ambición o sus patrones de perfección son lo que quiere alcanzar, en realidad, es impulsado a ello. Está en las garras de la necesidad de gloria. Como no se da cuenta de la diferencia entre querer y verse impulsado, tenemos que establecer el criterio para una distinción entre ambos. Lo más decisivo es que se ve impulsado en el camino de la gloria, con un completo desdén de sí, o de sus intereses. (Recuerdo, por ejemplo, una ambiciosa niña de diez años, que pensaba que prefería ser ciega antes que no tener el primer puesto de la clase). Hay razón para pensar, si real y figuradamente, el mayor número de vidas humanas no se sacrifica en el altar de la gloria. John Gabriel Borkman murió cuando comenzó a dudar de la validez y la posibilidad de realizar su grandiosa misión. Aquí entra en el cuadro un elemento realmente mágico. Si nos sacrificamos por una causa que nosotros, y la mayoría de las personas sanas, puede, en sentido realista, llamar constructiva en los términos de su valor para los seres humanos, eso es ciertamente trágico, pero tiene un sentido. Si desperdiciamos nuestras vidas esclavizados al fantasma de la gloria por razones que nos son desconocidas, eso supone la enorme proporción de trágico derroche, tanto más, cuanto más valiosas son potencialmente nuestras vidas.
  • 19. 19 Otro criterio acerca de la naturaleza compulsiva de la necesidad de gloria —como de cualquiera otra tendencia compulsiva— es su falta de discernimiento. Como los intereses reales de la persona no tienen importancia, tiene que ser el centro de la atención, tiene que ser el más atractivo, el más inteligente, el más original, aunque la situación no lo exija; sí o no, con sus atributos dados, puede ser el primero. Tiene que salir victorioso en cualquier discusión, sin tener en cuenta dónde está la verdad. En este aspecto sus pensamientos son completamente los contrarios de los de Sócrates "... pues seguramente no estamos discutiendo ahora, con el fin de que prevalezca mi criterio o el tuyo, sino que me figuro que ambos debemos estar luchando por la verdad" [Platón, Diálogos.]. La compulsión de la necesidad del neurótico de una supremacía sin discernimiento, le hace indiferente a la verdad, ya relativa a él, los otros, o los hechos. Además, como cualquier otra tendencia compulsiva, la búsqueda de gloria, tiene la condición de insaciable. Tiene que operar mientras que las fuerzas desconocidas (para él) le estén impulsando. Puede haber una cierta alegría por la acogida favorable de alguna obra hecha, de alguna victoria ganada, de algún signo de reconocimiento o admiración, pero no es duradera. Un éxito rara vez se experimenta como tal en primer lugar o, al menos, tiene que dejar lugar al abatimiento o el miedo, poco después. En cualquier caso, la persecución implacable de más prestigio, más dinero, más mujeres, más victorias y conquistas sigue adelante, casi sin respiro ni satisfacciones. Finalmente, la naturaleza compulsiva de una tendencia se demuestra en las reacciones a su frustración. Cuanto mayor sea la importancia subjetiva, más imperiosa será la necesidad de alcanzar su meta, y por lo tanto, más intensas las reacciones a su frustración. Estas constituyen uno de los modos por los cuales podemos medir la intensidad de una tendencia. Aunque no es siempre fácilmente visible, la búsqueda de la gloria es una tendencia poderosísima. Puede ser como una obsesión demoníaca, casi como un monstruo que devora al individuo que lo ha creado. Y las reacciones a la frustración son igualmente graves. Lo indica el terror a la deshonra o la condena, que para muchas gentes significa el fracaso. Las reacciones de pánico, depresión, desesperación, rabia contra sí mismo y contra los demás, contra lo que se considera como fracaso, son frecuentes y desproporcionadas. La fobia de caer desde las alturas es una expresión frecuente del miedo de caer desde las alturas de la ilusoria grandeza. Consideremos el sueño de un paciente que tenía la fobia de las alturas. Lo tuvo en un tiempo en que había comenzado a dudar de su incuestionable superioridad. En su sueño se hallaba en la cumbre, pero en peligro de caer, y se asía desesperadamente al borde del picor "No puedo llegar más alto de lo que estoy —decía—, por lo tanto, todo lo que tengo que hacer es aferrarme a ello con todas mis fuerzas". Conscientemente se refería a su posición social, pero en un sentido más profundo este "No puedo llegar más alto", también se refería a las ilusiones que se hacía acerca de sí. No podía llegar más alto porque tenía (en su mente) ¡una omnipotencia divina y una importancia cósmica!
  • 20. 20 La segunda característica inherente a todos los elementos de la búsqueda de gloria es el papel grande y peculiar que la imaginación juega en ellos. Es el instrumento del proceso de autoidealización. Pero es un factor tan crítico que la entera búsqueda de gloria tiene que estar invadida de elementos fantásticos. No importa que la persona se estime como realista, es inútil lo realista que sea su marcha hacia el éxito, el triunfo, o la perfección; la imaginación le acompaña y le hace convertir la realidad en espejismo. No se puede ser irreal acerca de sí y realista en otros aspectos. Cuando el vagabundo del desierto, abrumado por la fatiga y la sed, ve un espejismo, puede realizar esfuerzos reales para alcanzarlo, pero el espejismo —la gloria— que debería poner fin a sus dolores, es producto de la imaginación. En realidad la imaginación invade todas las funciones psíquicas y mentales de la persona sana. Cuando experimentamos el dolor o la alegría de un amigo, es nuestra imaginación la que nos permite hacerlo. Cuando deseamos, esperamos, tememos, creamos, o planeamos, nuestra imaginación es la que nos muestra las posibilidades. Pero la imaginación puede ser productiva o improductiva; puede acercarnos a nuestra verdad interior —como frecuentemente se hace en los sueños— o apartarnos de ella. Puede hacer nuestra experiencia real más pobre o más rica. Y estas diferencias distinguen la imaginación neurótica y la sana. Cuando pensamos en los planes grandiosos que muchos neuróticos desarrollan en la naturaleza fantástica de su auto-glorificación, y sus exigencias, nos sentimos tentados a creer que están mejor dotadas que los demás del don real de la imaginación, y que, por dicha razón, les es más fácil dejarse extraviar por ella. Este concepto no corresponde a mis experiencias. La imaginación pueden tenerla tanto los neuróticos como los sanos. No he tenido pruebas de que el neurótico per se sea por naturaleza más imaginativo que los otros. Sin embargo, el concepto es una falsa conclusión basada en observaciones certeras. En realidad, la imaginación juega un papel importante en la neurosis. Pero, las causas no son factores constitucionales sino funcionales. La imaginación opera igualmente que en la persona sana, pero a la vez absorbe funciones que no debería tener normalmente. Se pone al servicio de las necesidades neuróticas. Esto es especialmente claro en la búsqueda de la gloria, que, como sabemos, es producto de necesidades poderosas. En la literatura psiquiátrica las deformaciones imaginativas se conocen por "pensamientos frutos del deseo". Aunque el término es muy conocido no me parece acertado. Es demasiado estrecho. Un término acertado comprendería no sólo los pensamientos, sino las observaciones, las creencias y en especial los sentimientos. Además es un pensamiento —o un sentimiento—, que está determinado no sólo por nuestros deseos sino por nuestras necesidades. Y el impacto de tales necesidades es lo que presta a la imaginación la tenacidad y el poder que tiene en la neurosis, lo que la hace prolífica y destructora.
  • 21. 21 El papel que la imaginación juega en la búsqueda de gloria se demuestra indudablemente en los ensueños. En los menores suelen tener un carácter francamente grandioso. Por ejemplo un colegial que aunque es tímido y retraído, sueña con que es el mayor atleta, el mayor genio o el mayor Don Juan. En épocas posteriores, hay seres como Madame Bovary, que casi constantemente se entregan a sueños de experiencias románticas, de mística perfección o misteriosa santidad. A veces los ensueños toman la forma de conversaciones imaginarias en las cuales los otros quedan impresionados o avergonzados. Otros, más complicados en su estructura, tratan de sufrimientos nobles o vergonzosos al verse sometidos a la crueldad o la degradación. Frecuentemente los ensueños no son historias elaboradas sino que más bien desempeñan un acompañamiento fantástico a la rutina diaria. Mientras atiende a sus hijos, toca el piano, o se peina, una mujer, por ejemplo, se ve simultáneamente, como la madre abnegada, la maravillosa pianista, o la deslumbrante belleza, que aparecería en las películas. En algunos casos, los ensueños demuestran claramente que una persona puede, como Walter Mitty, vivir constantemente en dos mundos. También en otros, igualmente decididos a buscar la gloria, los ensueños son tan escasos y abortivos que pueden decir con subjetiva honradez que no tienen vida fantástica. No hay que decir que están equivocados. Aunque sólo se preocupen por las posibles desdichas que puedan acaecerles, después de todo es la imaginación la que evoca tales contingencias. Pero los ensueños, a pesar de ser importantes y reveladores cuando ocurren, no son la más dañina obra de la imaginación. Pues una persona se da cuenta de que está ensoñando, es decir que está imaginando cosas que no han ocurrido o que no es fácil que ocurran en la forma que las está experimentando en la fantasía. Al menos no es difícil para ella darse cuenta de la existencia y el carácter irreal de los ensueños. La obra más dañina de la imaginación es la referente a las sutiles y totales deformaciones de la realidad que no se advierten. El yo idealizado no se completa en un solo acto de creación: una vez producido, necesita continua atención. Para darle realidad, la persona tiene que realizar una labor incesante falsificando la realidad. Tiene que hacer virtudes de sus necesidades, o convertirlas en algo más que lo que espera justificadamente. Tiene que convertir sus intenciones de ser honesto y considerado, en el hecho de ser honesto y considerado. Las brillantes ideas que tiene para un periódico hacen de él un erudito. Sus potencialidades se convierten en hazañas reales. Conocedor de los valores morales "verdaderos", se convierte en una persona virtuosa, con frecuencia una especie de genio moral. y su imaginación tiene que trabajar sin cesar, para disipar toda pureza de lo contrario [Cf. la obra del Ministerio de la Verdad, en la novela de George Orwell, Mil Novecientos Ochenta y Cuatro.]
  • 22. 22 La imaginación también opera para cambiar las creencias del neurótico. Necesita creer que los demás son maravillosos o viciosos y constituyen un desfile de gentes benévolas o peligrosas. También cambia sus sentimientos. Necesita sentirse invulnerable; y con su imaginación tiene el poder suficiente para suprimir el dolor y el sufrimiento. Necesita tener sentimientos profundos: confianza, simpatía, amor, dolor; sus sentimientos de simpatía, sufrimiento, etcétera, quedan magnificados. La percepción de las deformaciones de la realidad interior y exterior, que puede ocasionar la imaginación cuando se pone al servicio de la búsqueda de gloria, nos deja una interrogante intranquilizadora. ¿Dónde termina la imaginación neurótica? El neurótico no pierde totalmente el sentido de la realidad; ¿dónde está entonces la frontera que lo separa del psicótico? Si hay alguna frontera con respecto a las hazañas de imaginación es indudablemente vaga. Sólo podemos decir que el psicótico tiende a mirar los procesos de su imaginación más exclusivamente como la única realidad importante, mientras el neurótico —por las razones que sean— conserva un cierto interés por el mundo exterior, y su lugar en él, y por lo tanto posee una orientación [Las razones de esta diferencia son complicadas. Merecería la pena examinar si lo decisivo entre ellas es un abandono radical del verdadero yo (y una desviación más radical hacia el yo idealizado) de parte del psicótico.]. Sin embargo, mientras está suficientemente en tierra para funcionar de un modo, no obviamente alterado, no hay límites a las alturas a que puede ascender su imaginación. En realidad una de las características más notables de la búsqueda de gloria es que penetra en el terreno de la fantasía, en el de las posibilidades ilimitadas. Todas las tendencias tienen en común la búsqueda de mayor sabiduría, conocimientos, virtud o poderes de los que tienen los seres humanos; todas ellas tienden a lo absoluto, lo ilimitado, lo infinito. El neurótico que tiene la obsesión de la búsqueda de gloria, sólo se contenta con el valor absoluto, la absoluta santidad y el absoluto poderío. Es, por lo tanto, la antítesis del hombre verdaderamente religioso. Para este último, sólo para Dios son posibles todas las cosas; la versión del neurótico es: nada es imposible para mí. Su fuerza de voluntad debería tener proporciones mágicas, su razonamiento debería ser infalible, su previsión impecable, sus conocimientos totales. El tema del pacto diabólico, que aparece en este libro, comienza a surgir. El neurótico es el Fausto, que no está satisfecho con conocer una gran cantidad de cosas, sino que quiere conocer todo. Esta ascensión a lo ilimitado está determinada por la fuerza de las necesidades que hay detrás de la búsqueda de gloria. Las necesidades de lo absoluto y lo supremo son tan apremiantes, que vencen los frenos que generalmente impiden que nuestra imaginación se aparte de la realidad. Para su buen funcionamiento, el hombre necesita a la vez la visión de las posibilidades,
  • 23. 23 la perspectiva del infinito, y el darse cuenta de las limitaciones, de las necesidades, de lo concreto. Si el pensamiento y el sentimiento del hombre, están primordialmente dedicados a lo infinito y la visión de las posibilidades, pierde su sentimiento de lo concreto, de lo inmediato. Pierde su capacidad de vivir el momento presente, Ya no puede someterse a sus necesidades, a lo que se podría llamar "limitaciones humanas". Pierde de vista lo que es realmente necesario para lograr algo. "Cualquier posibilidad pequeña requeriría un tiempo para convertirse en realidad". Su pensamiento se hace demasiado abstracto. Su conocimiento se convierte "en una especie de conocimiento inhumano, para cuya producción se desperdicia el individuo, igualmente que se desperdiciaron los hombres en la construcción de las Pirámides". Sus sentimientos hacia los demás se evaporan en un "sentimentalismo abstracto hacia la humanidad". Si, por el contrario, un hombre no ve más allá del estrecho horizonte de lo concreto, se hace "estrecho de criterio y de espíritu mezquino". No se trata de una cuestión de esto o lo otro, sino de ambas cosas, si tiene que haber desarrollo. El reconocimiento de las limitaciones, leyes y necesidades sirve de freno para no ser arrebatado al infinito, y contra el mero "tropiezo con las posibilidades" [En esta discusión filosófica yo sigo la obra de Sören Kierkegaard, Sickness unto Death, Princeton University Press, 1941, escrita en 1844. Las citas que aparecen en este párrafo están tomadas de dicho libro.]. Los frenos de la imaginación funcionan mal en la búsqueda de la gloria. Esto no significa una incapacidad general para ver las cosas necesarias y obrar de acuerdo con ellas. Una dirección especial en el desarrollo neurótico ulterior, puede hacer que muchas gentes se sientan más seguras restringiendo sus vidas, y que entonces tiendan a mirar las posibilidades de dejarse arrastrar por la fantasía, como un peligro que hay que evitar. Pueden cerrar sus mentes a todo lo que les parezca fantástico, ser contrarios al pensamiento abstracto y aferrarse anhelosamente a cuanto es visible, tangible, concreto o inmediatamente útil, pero mientras la actitud consciente hacia estas materias, varía, todo neurótico se resiste interiormente a reconocer limitaciones a lo que espera de sí, y que cree posible alcanzar. Su necesidad de llevar a la realidad el yo idealizado, es tan imperativa, que tiene que apartar los frenos, como absurdos o inexistentes. Cuanto más haya avanzado su imaginación irracional, es más probable que se sienta positivamente horrorizado a cuanto sea real, definido, concreto o final. Tiende a aborrecer el tiempo porque es algo definitivo, el dinero porque es concreto; la muerte a causa de su finalidad. Pero puede aborrecer también tener un deseo o una opinión definidos, y por lo tanto evitar una decisión definitiva. Como ejemplo citaremos el de una paciente que acariciaba la idea de ser un fuego fatuo danzando en un rayo de luna; se aterraba al mirarse al espejo, no por el miedo de ver posibles imperfecciones, sino porque tenía que verse frente a la realidad de que tenía contornos definidos, de que tenía sustancia, de que estaba "sometida a una forma corporal concreta". La hacía sentirse como un pájaro con las alas clavadas a un tablero. Y en un tiempo en que aquellos sentimientos emergían a la conciencia, sentía impulsos de romper el espejo.
  • 24. 24 Seguramente, el desarrollo no es siempre tan extremo. Pero todo neurótico, aunque pase superficialmente por sano, se resiste a verse frente a la evidencia, cuando se trata de las ilusiones particulares acerca de sí. Y tiene que hacerlo, porque sus ilusiones se disiparían si lo hiciera. La actitud hacia las leyes y regulaciones externas varía, pero siempre tiende a negar las leyes que operan dentro de él, se niega a ver lo inevitable de la causa y efecto en las materias psíquicas, o de que un factor sigue al otro o lo refuerza. Hay modos infinitos en los cuales, él desdeña la evidencia que no quiere ver. Olvida; no le importa; fue accidental; fue cosa de las circunstancias o porque otros le provocaron; no pudo evitarlo, porque era "natural". Como un tenedor de libros fraudulento, llega a todos los extremos con tal de mantener su doble cuenta; pero, contrariamente a él, sólo acredita lo favorable e ignora lo otro. Aun no he visto ningún paciente en el cual la franca rebelión contra la realidad, tal como se expresó en Harvey (Durante veinte años he combatido la realidad, y ahora la he vencido finalmente), no toque alguna cuerda familiar. O, para citar de nuevo la clásica expresión de un paciente: "Si no fuera por la realidad, yo estaría perfectamente bien". Queda poner en mayor relieve la diferencia entre la búsqueda de gloria y los sanos afanes humanos. Superficialmente, pueden parecer engañosamente similares, tanto que las diferencias sólo parecen variaciones de grado. Al parecer, el neurótico es sólo más ambicioso, más preocupado por el poder, el prestigio y el éxito que la persona sana; como si sus patrones morales fueran sólo más altos o más rígidos que los ordinarios; como si sencillamente fuera más presumido, o se considerase más importante de lo que la gente hace generalmente. Y, realmente, quién se aventuraría a trazar una línea y decir: "Aquí es donde termina lo sano y comienza lo neurótico". Las similitudes entre las luchas sanas y las tendencias neuróticas existen porque tienen una raíz común en las potencialidades humanas específicas. Mediante su capacidad mental, el hombre tiene la facultad de crecer. En contraste con los otros animales, puede imaginar y planear. En muchos aspectos, puede gradualmente aumentar sus facultades y, como la historia lo demuestra, lo ha hecho realmente. Lo mismo ocurre con la vida de un solo individuo. No hay límites rígidos de lo que puede hacer de su vida, de las cualidades, o facultades que puede desarrollar, de lo que puede crear. Considerando estos hechos, parece inevitable que el hombre no esté seguro de sus limitaciones y por lo tanto, coloque sus metas demasiado altas o demasiado bajas. Esta incertidumbre es la base sin la cual la búsqueda de la gloria no se puede desarrollar.
  • 25. 25 La diferencia básica entre las luchas sanas y las tendencias neuróticas de gloria, reside en las fuerzas que las impulsan. Las luchas sanas nacen de una propensión, inherente en los seres humanos, a desarrollar las posibilidades que le han sido dadas. La creencia en un impulso inherente de desarrollo ha sido siempre el dogma clásico, sobre el cual descansa nuestra teoría y nuestra terapia [Por "nuestra" quiero dar a entender la tesis de la "Asociación en Favor del Progreso del Psicoanálisis". En la Introducción de Nuestros Conflictos Interiores, dije: "Yo creo que el hombre tiene la capacidad y el deseo de desarrollar sus potencialidades…" Cf. también el doctor Kurt Goldstein, en su Human Nature, Harvard University Press, 1940. Sin embargo él no hace la distinción -definitiva para los seres humanos- entre la realización del verdadero yo y del yo idealizado.]. Y esta creencia ha crecido con nuevas experiencias. El único cambio está en la dirección de una formulación más precisa, Yo diría ahora (como he indicado en las primeras páginas de este libro) que las fuerzas vivas del verdadero yo, nos impulsan a la autorrealización. La búsqueda de gloria, por el contrario, nace de la necesidad de dar realidad al yo idealizado. La diferencia es básica porque todas las demás diferencias son consecuencia de ésta. Como la autoidealización en sí es una solución neurótica, y como tal, de carácter compulsivo, todas las tendencias resultantes de ella son necesariamente compulsivas. Como el neurótico, mientras conserva sus ilusiones con respecto de sí, no puede reconocer limitaciones, la búsqueda de gloria pasa a lo ilimitado. Como el principal fin es alcanzar la gloria, no tiene interés en el proceso de saber, de hacer, de progresar paso a paso; en realidad tiende a despreciarlo. No quiere subir a una montaña; desea estar en la cumbre. Por lo tanto, pierde el sentido de lo que significa el crecimiento o la evolución, aunque hable acerca de ello. Finalmente, como la creación del yo idealizado es sólo posible a expensas de la verdad acerca de sí, su realización requiere nuevas deformaciones de la verdad, a cuyo fin pone al servicio su imaginación. Por lo tanto, en mayor o menor proporción, pierde en el proceso su interés por la verdad, y el sentido de lo que es cierto o no; una pérdida que, entre otras cosas, explica su dificultad en distinguir los sentimientos, creencias y luchas genuinos, de sus equivalentes artificiales (pretensiones inconscientes) en sí y en los demás. El énfasis pasa del ser al parecer. La diferencia, entonces, entre las tendencias sanas y los impulsos de gloria del neurótico, es la que existe entre la espontaneidad y la compulsión; entre el reconocimiento y la negación de las limitaciones; entre el único deseo de un producto final glorioso, y el interés de la evolución; entre el ser y el parecer, entre la fantasía y la verdad. La diferencia así expuesta no es idéntica de la que hay entre un individuo relativamente sano y un individuo neurótico. El primero puede no estar sinceramente dedicado a realizar su verdadero yo, ni el segundo totalmente impulsado a dar realidad a su yo idealizado. La tendencia hacia la autorrealización opera también en el neurótico; en la terapia no se puede ayudar al crecimiento del paciente, si el impulso no está dentro de él. Pero, mientras la diferencia entre la persona sana y la neurótica en este respecto es sólo de grado, la diferencia entre luchas genuinas y tendencias compulsivas, a pesar de similitudes superficiales, es de calidad y no de cantidad [Cuando hablo de "neurótico" en este libro, me refiero a una persona en la cual las tendencias neuróticas prevalecen sobre las sanas.].
  • 26. 26 A mi entender, el símbolo más pertinente del proceso neurótico iniciado por la búsqueda de gloria es el contenido ideacional de las historias del pacto diabólico. El diablo, o alguna otra personificación del mal, tienta a una persona perpleja por alguna turbación material o espiritual, ofreciéndole poderes ilimitados. Pero sólo puede obtener esos poderes mediante la condición de vender su alma o ir al infierno. La tentación puede acaecer a cualquiera, rico o pobre de espíritu, porque apela a dos deseos poderosos: el anhelo de infinito y el deseo de una fácil salida. De acuerdo a las tradiciones religiosas, los más grandes caudillos religiosos de la humanidad, Buda y Cristo, experimentaron tal tentación. Pero como tenían un espíritu firme, reconocieron la tentación y la rechazaron. Además, las condiciones estipuladas en el pacto, son una adecuada representación del precio pagado en el desarrollo neurótico. Hablando en términos simbólicos, el camino fácil a la gloria infinita es inevitablemente el camino a un infierno interior de autodesprecio y autotormento. Al tomar dicho camino, el individuo pierde realmente su alma, su verdadero yo.
  • 27. 27 CAPÍTULO 2 EXIGENCIAS NEURÓTICAS El neurótico en busca de gloria se pierde en el reino de la fantasía, del infinito, de las posibilidades ilimitadas. En apariencia lleva una vida "normal", como miembro de su familia, y de su comunidad, realiza su trabajo y toma parte en actividades recreativas. Sin darse cuenta, o al menos sin darse cuenta de la extensión de ello, vive en dos mundos: el de su vida privada secreta, y el de su vida oficial. Y los dos no chocan; repetiremos la frase de un paciente, citada en un capítulo anterior: "La vida es horrible; ¡está tan llena de realidad!'' Por mucho que el neurótico se niegue a tener en cuenta la evidencia, la realidad inevitablemente se presenta en dos formas. El neurótico puede estar excepcionalmente bien dotado, pero, en su esencia, es como todo el mundo: con limitaciones humanas generales, a la vez de con dificultades individuales considerables. Su ser real, no concuerda con su imagen divina. Para él, la hora tiene sesenta minutos; tiene que hacer cola, como todos los demás; el taxista, o el jefe actúan como si él fuera un simple mortal. Las indignidades a que se siente expuesto están muy bien simbolizadas en un pequeño incidente que una paciente recordaba de su niñez. Tenía tres años y soñaba con ser una reina de cuento de hadas cuando un tío suyo la tomó en brazos y le dijo en tono de broma: "¡Qué cara más sucia tienes!" Ella nunca olvidó su rabia impotente. De este modo, una persona así, está casi constantemente enfrentada con discrepancias dolorosas. ¿Y qué hace? ¿Cómo se las explica, cómo reacciona frente a ellas, o trata de disiparlas? Mientras su engrandecimiento personal sea demasiado indispensable para ser tocado, puede sacar en conclusión que el mundo está mal. Debería ser distinto. Y así, en lugar de analizar sus ilusiones, presenta sus exigencias con el mundo exterior. Debe ser tratado por los otros, o por el destino, de acuerdo con los conceptos gloriosos que tiene de sí. Todos deberían tener en cuenta sus ilusiones. Todo lo que no sea así, es injusto. Él debería haber tenido un trato mejor.
  • 28. 28 El neurótico se considera con derecho a una atención, consideración y deferencia especiales por parte de los otros. Estas exigencias de deferencia son comprensibles, y a veces incluso obvias. Pero sólo son una parte de una exigencia más total: la de que todas las necesidades producto de sus inhibiciones, sus miedos, sus conflictos, y sus soluciones, deberían ser satisfechas o debidamente respetadas. Además, cualesquiera que sean sus sentimientos, pensamientos o acciones, éstos no deben tener malas consecuencias. Lo cual significa que el neurótico cree que no debe estar sometido a las leyes psíquicas. Por lo tanto no necesita reconocer —o al menos cambiar— sus dificultades. Así él no tiene que hacer nada para resolver sus problemas; los otros son los que deben tratar de no molestarle. Un psicoanalista alemán, Harald Schultz-Hencke [Einfuehrung zur Psychoanalyse] fue el primero entre los psicoanalistas modernos en ver estas exigencias de los neuróticos. Las llamó Riessennansprueche (exigencias gigantescas) y les atribuyó un papel decisivo en las neurosis. Aunque yo comparto su opinión acerca de su importancia, mi concepto difiere del suyo en muchos aspectos. No creo que sea afortunado el término "exigencias gigantescas". Desorienta porque sugiere que las exigencias son desmedidas en su contenido. Es cierto que en muchos casos no son sólo excesivas, sino fantásticas; sin embargo, en otros parecen razonables. Y al mirar el contenido exorbitante de las exigencias hace más difícil discernir en uno y en los demás lo que parece racional. Tomemos, por ejemplo, un negociante que se exaspera porque el tren no sale a una hora que le convenga. Un amigo, que sabe que no arriesga nada importante, le puede indicar que es muy exigente. Nuestro negociante respondería con otro arrebato de indignación. El amigo no sabe de lo que habla. Es un hombre muy ocupado, y es razonable que espere que el tren salga a una hora buena. Seguro que su deseo es razonable. ¿Quién no desearía que un tren saliera a la hora que le conviene personalmente? Pero… no tenemos derecho a ello. Esto nos lleva a la esencia del fenómeno: un deseo o necesidad, en sí muy comprensible, se convierte en una exigencia. El que no se cumpla, se considera como una injusta frustración, como un delito, acerca del cual es natural que nos indignemos. La diferencia entre una necesidad y una exigencia es muy clara. Sin embargo, si las corrientes psíquicas ocultas han convertido la una en la otra, el neurótico no sólo no ve la diferencia, sino que se niega a verla. Habla de un deseo comprensible o natural, cuando a lo que se refiere realmente es a una exigencia; y se cree con derecho a muchas cosas que, si pensase claramente, vería que no eran suyas inevitablemente. Estoy pensando, por ejemplo, en pacientes que se indignan cuando les ponen una multa por estacionar mal su coche. De nuevo, el deseo de salir con bien es muy explicable, pero no tienen derecho a la exención. No es que no conozcan las leyes. Pero sostienen (si es que piensan acerca de ello) que a otros no les han multado, y que es por lo tanto injusto que les hayan pillado a ellos.
  • 29. 29 Por estas razones parece aconsejable hablar sencillamente de exigencias irracionales o neuróticas. Son necesidades neuróticas que los individuos, sin quererlo, han transformado en exigencias. Y son irracionales porque asumen un derecho, un titulo que en realidad no existe. En otras palabras, son excesivas, por el mero hecho de ser hechas como exigencias, en lugar de ser reconocidas simplemente como necesidades neuróticas. El contenido especial de las exigencias varía en detalle, de acuerdo a la particular estructura neurótica. Sin embargo, hablando generalmente, el paciente se siente con derecho a todo cuanto le es importante, para el cumplimiento de sus necesidades neuróticas particulares. Cuando hablamos de una persona exigente, generalmente pensamos en las exigencias que hace a otras personas. Y las relaciones humanas en realidad constituyen un área importante en la cual se originan las exigencias neuróticas. Pero generalmente subestimamos el alcance de las exigencias y por ello las restringimos. Van tanto dirigidas a las instituciones humanas, como a la vida en sí. En términos de las relaciones humanas, una exigencia total fue expresada por un paciente que en su conducta exterior era más bien tímido y reservado. Sin que lo supiera, padecía de inercia, y tenia inhibida la explotación de sus recursos. "El mundo debería estar a mi servicio —dijo—, y así yo no tendría que molestarme". Una exigencia igualmente total era la de una mujer, que en el fondo de su ser temía dudar de sí misma. Se sentía con derecho a que todas sus necesidades fueran atendidas. "Es inconcebible —dijo—, que el hombre que quiero que se enamore de mí, no lo haga". Sus exigencias, originalmente se expresaron en términos religiosos: "Todo lo que le pido a Dios, me lo concede". En su caso, su exigencia tenía un revés. Como sería una derrota inconcebible el que no se cumplieran sus deseos, ponía el freno a casi todo lo que quería, con el fin de no exponerse a un "fracaso". La gente que necesita tener razón siempre, se cree con derecho a que nadie les critique ni dude de ellos. Los que tienen anhelos de poder, exigen obediencia ciega. Otros, para los cuales la vida se ha convertido en un juego en el cual otra gente debe ser hábilmente manipulada, se creen con el derecho de engañar a todo el mundo, pero no admiten que nadie les engañe. Los que tienen miedo de hacer frente a sus conflictos, se creen con derecho a soslayar todos los problemas. La persona agresivamente explotadora, y que trata de intimidar a los demás, para valerse de ellos, le parecerá injusto que los demás quieran un juego limpio. La persona arrogante y vengativa, que siente el impulso de ofender a los demás, pero que necesita su reconocimiento, se cree con derecho a la "inmunidad". Por mucho que haga contra los otros, piensa que nadie debe darle importancia. Otra versión de la misma exigencia es la de la "comprensión". Por taciturna e irritable que sea la persona, se cree con derecho a la comprensión.
  • 30. 30 El individuo para quien el "amor" es la solución total convierte su necesidad en la exigencia de una devoción exclusiva e incondicional. El despegado, que al parecer, no pide nada, sin embargo exige una cosa: que no le molesten. Siente que no quiere nada de los demás y por lo tanto tiene derecho a que le dejen en paz, ocurra lo que ocurra. "Que no le molesten", generalmente implica estar exento de críticas, o esfuerzos, aunque estos últimos sean por su propio bien. Esto puede bastar como una muestra de las exigencias neuróticas que operan en las relaciones personales. En situaciones más impersonales o con referencia a las instituciones, prevalecen las exigencias de contenido negativo. Los beneficios producto de las leyes se dan por sentados, pero se considera injusto si resultan desventajosos. Aun le estoy agradecida a un incidente ocurrido durante la última guerra, porque me abrió los ojos a las exigencias inconscientes que yo abrigaba, y por ellas, a las de los demás. Cuando volvía de un viaje a México, tuve que dejar el viaje en avión en Corpus Cristi, a causa de las prioridades. Aunque yo consideraba perfectamente justificada esta regulación, advertí que me indignaba al ver que se me aplicaba. Estaba realmente exasperada ante las perspectivas de un viaje de tres días a Nueva York, y me puse muy fatigada. Mi alteración culminó en el pensamiento consolador de que aquello podía ser un acto providencial, ya que al avión podía ocurrirle algo. Al llegar a este punto, vi de repente lo absurdo de mis reacciones. Y, al pensar acerca de ellas, vi las exigencias: primera, ser la excepción; segunda, pensar que la providencia se ocupaba especialmente de mí. Desde entonces mi actitud hacia el viaje en tren cambió. Era igualmente molesto ir sentada noche y día en los vagones llenos de gente. Pero yo no estaba cansada ya, e incluso comencé a gozar del viaje. Creo que cualquiera puede tener esta experiencia, mediante la observación de sí y de los demás. Las dificultades que tiene mucha gente, por ejemplo, en observar las regulaciones del tráfico —como peatón o conductor— con frecuencia son el resultado de una protesta inconsciente contra ellas. No deberían estar sometidos a tales reglas. Otros se ofenden ante la "insolencia" de un Banco, al llamarles la atención de que han extendido un cheque por una suma mayor de la depositada. También, el miedo a los exámenes o la incapacidad de prepararse para ellos, nacen de una exigencia de exención. Igualmente, la indignación al ver una obra mala puede derivarse de creerse con derecho a una diversión de primera clase. Esta exigencia de ser la excepción se observa también con respecto a las leyes naturales, psíquicas o físicas. Es asombroso lo obtusos que son pacientes inteligentes en todos los demás aspectos, cuando se trata de ver la inevitabilidad de la causa y efecto en los asuntos psíquicos. Pienso en relaciones tan obvias, como las siguientes: si queremos lograr algo, tenemos que trabajar; si queremos ser independientes, tenemos que asumir la responsabilidad de nosotros mismos.
  • 31. 31 O: mientras seamos arrogantes, seremos vulnerables. O: mientras no nos amemos a nosotros mismos, no podremos amar a los demás, y por lo tanto tendremos recelo hacia cualquier afirmación de amor. Los pacientes a los cuales les ha sido presentada tal secuencia de causa y efecto, se han puesto a discutir, o se han hecho evasivos y confusos. Hay muchos factores que producen esta peculiar falta de entendimiento [Cf. Capitulo 7, El Proceso de la Fragmentación Psíquica. Capítulo 11, La Aversión Contra Todo Cambio en la Persona Resignada.]. Tenemos que darnos cuenta, en primer término, que el captar las relaciones de causa y efecto, significa enfrentar al paciente con la necesidad de los cambios interiores. Claro que es siempre difícil cambiar cualquier factor neurótico. Pero, además, como ya hemos visto, hay muchos pacientes que tienen una inconsciente aversión a reconocer que están sometidos a cualquier necesidad. Las solas palabras "reglas", "necesidades" o "restricciones" les hacen estremecer, si es que dejan que su significado les llegue. El reconocimiento de cualquier necesidad aplicable a ellos, les hace descender de su elevado mundo, a una realidad en la cual van a estar sometidos a las mismas leyes naturales que los demás. Y esta necesidad de eliminar la necesidad de sus vidas es la que se transforma en una exigencia. En el análisis esto se demuestra en su creencia de estar por encima a la necesidad de cambiar. Así, inconscientemente, se niegan a ver que tienen que cambiar sus actitudes, si quieren ser independientes o menos vulnerables, o desean creer en que pueden ser amados. Las más terribles son ciertas exigencias secretas acerca de la vida en general. Cualquier duda acerca del carácter irracional de las exigencias está destinada a desaparecer en esta área. Naturalmente, el sentido de creerse un dios, se quiebra al enfrentarse con el hecho de que la vida es también precaria para él; que el destino le puede herir en cualquier momento por medio de un accidente, una mala suerte, la enfermedad y la muerte, terminando con su sentimiento de omnipotencia. Pues (reiterando una antigua verdad) se puede hacer muy poco acerca de ello. Se pueden evitar ciertos riesgos de muerte, y podemos, hoy en día, protegernos contra las pérdidas financieras relacionadas con la muerte; pero no podemos evitar la muerte. Incapaz de hacer frente a lo precario de su vida como ser humano, el neurótico desarrolla exigencias de su inviolabilidad, de ser elegido de Dios, de ser favorito de la suerte, de que la vida es fácil y sin dolor. En contraste con las exigencias que operan en las relaciones humanas, las relativas a la vida en general, no se pueden afirmar eficazmente. El neurótico que tenga estas exigencias sólo puede hacer dos cosas. Puede negar, en su mente, que le puede ocurrir algo. En tal caso tiende a la temeridad, a salir cuando hace frío y tiene fiebre, a no tomar precauciones contra las infecciones,
  • 32. 32 a tener comercio sexual sin precauciones. Vivirá como si no fuera a envejecer o morir. Por lo tanto, cuando le sucede alguna adversidad, o tiene alguna mala experiencia, el pánico le invade. Por trivial que sea la experiencia, acaba con su sentido de la inviolabilidad. Entonces puede pasar al otro extremo, y tomar dobles precauciones. Si no puede confiar en su sentido de la inviolabilidad, entonces le puede ocurrir cualquier cosa. Esto no quiere decir que haya renunciado a sus exigencias. Más bien, significa que no quiere exponerse a la demostración de su futilidad. Otras actitudes hacia la vida y el destino parecen más sensatas mientras no se reconocen las exigencias que hay detrás de ellas, Muchos pacientes, directa o indirectamente, expresan el sentimiento de que es una injusticia que sufran dificultades. Cuando hablan de sus amigos, indican que, a pesar de que también son neuróticos, soportan mejor las situaciones sociales; que uno tiene más éxito con las mujeres; que el otro es más agresivo o disfruta más de la vida. Estos distingos, aunque fútiles, son comprensibles. Después de todo, cada cual sufre sus dificultades personales, y por lo tanto encuentra deseable no padecer las dificultades particulares que le atormentan. Pero la respuesta del paciente a formar parte de uno de aquellos seres "envidiables" indica un proceso más grave. De repente puede padecer un resfriado y desconsolarse. Si se examinan tales respuestas descubrimos que la fuente de la perturbación es la rígida exigencia a no tener problemas de ninguna clase. El neurótico se cree con derecho a estar mejor dotado que todo el mundo. Además tiene derecho no sólo a una vida desprovista de problemas personales sino a las cualidades combinadas de los que conoce personalmente o, mejor dicho, en la pantalla: a ser tan humilde e inteligente como Charles Chaplin, tan humano y valeroso como Spencer Tracy, tan victoriosamente viril como Clark Gable. La exigencia de que yo no debería ser yo es demasiado irracional para ser presentada como tal. Aparece en forma de envidia hacia cualquier persona mejor dotada o más afortunada en su desarrollo: en la imitación y adoración de ellos; en exigencias dirigidas hacia el analista para proporcionarle todas estas perfecciones deseables y con frecuencia contradictorias. Esta exigencia de estar dotado de atributos supremos, es bastante peligrosa en sus implicaciones. No sólo causa un descontento y envidia crónicos, sino que constituye un verdadero inconveniente para el análisis. Si en primer lugar, es injusto que el paciente tenga perturbaciones neuróticas, es doblemente injusto que se espere de él que trabaje en sus problemas. Por el contrario, se siente con derecho a ser aliviado de sus dificultades, sin tener que pasar por el laborioso proceso del cambio. Este examen de las exigencias neuróticas no es completo. Como cada necesidad erótica puede convertirse en una exigencia, tendríamos que discutir cada una de ellas con el fin de hacer un cuadro completo de las exigencias. Pero incluso un corto examen nos da la sensación de su naturaleza peculiar. Ahora trataremos de poner más de relieve sus características comunes.
  • 33. 33 Para comenzar, son irreales en dos aspectos, La persona establece un título que existe sólo en su mente, y tiene poca (si es que tiene alguna) consideración para la posibilidad del cumplimiento de sus exigencias. Esto es obvio en las exigencias francamente fantásticas de estar exento de enfermedad, vejez y muerte. Pero con las otras, ocurre lo mismo, La mujer que se cree con derecho a que se acepten todas sus invitaciones, se ofende de que alguien las decline, sin tener en cuenta la urgencia de las razones que tienen para no aceptar. El estudioso que insiste en que todo se le dé fácilmente, se molesta en tener que publicar o hacer experimentos, sin tener en cuenta lo necesario que es tal trabajo y frecuentemente a pesar de darse cuenta de que no puede hacerse sin una penosa labor. El alcohólico que se cree con derecho a que todos le ayuden en una calamidad financiera, encuentra injusto que la ayuda no se le dé inmediata y gustosamente, estén o no en posición de hacerlo. Estos ejemplos indican implícitamente una segunda característica de las exigencias neuróticas: su egocentrismo. A veces es tan palpable, que al observador le parece "cándido", y le recuerda actitudes similares en los niños mimados. Estas impresiones dan fundamento a las conclusiones teóricas de que dichas exigencias son solamente rasgos de carácter "infantiles" de gente que (al menos en este aspecto) no han podido crecer. Realmente no es así. El niño es también egocéntrico, pero sólo porque aún no ha desarrollado el sentimiento de relación hacia los demás. Sencillamente no sabe que los otros tienen también sus necesidades y limitaciones, como por ejemplo que su madre necesita dormir o no tiene dinero para comprar un juguete. El egocentrismo del neurótico tiene una base distinta y mucho más complicada. Está consumido en sí porque se ve impelido por sus necesidades psíquicas, desgarrado por sus conflictos y obligado a adherirse a sus soluciones peculiares. Aquí aparecen, por lo tanto dos fenómenos que parecen similares, pero son diferentes. En consecuencia, el decir a un paciente que sus exigencias son infantiles es de una completa futilidad terapéutica. Para él, sólo puede significar que son irracionales (cosa que el analista le puede mostrar de mejor manera) y esto al menos le hace pensar. Sin mucho trabajo ulterior no cambiará nada. Basta para esta distinción. El egocentrismo de las exigencias neuróticas puede quedar resumido en los términos de mi reveladora experiencia. Las prioridades en tiempo de guerra están muy bien, pero mis necesidades deberían tener una absoluta prioridad. Si el neurótico se siente enfermo, o quiere que hagan algo, todos deben correr en su ayuda. La cortés afirmación del analista de que no tiene tiempo libre para una consulta, con frecuencia recibe una réplica furiosa o insultante, o simplemente cae en oídos sordos. Si el paciente lo necesita, debería haber tiempo. Cuanta menos relación tenga el neurótico con el mundo que le rodea, menos cuenta se da de los demás y de sus sentimientos. Como me dijo un paciente que demostraba un altivo desdén por la realidad: "Soy un cometa que recorre el espacio. Lo cual significa que lo que yo necesito es real, los demás y sus necesidades son irreales".
  • 34. 34 Una tercera característica de las exigencias neuróticas reside en sus esperanzas de que las cosas vengan al individuo, sin que tenga que hacer los esfuerzos adecuados. No reconoce que si se siente solo tenga que llamar a alguien; alguien tiene que llamarle a él. El simple razonamiento de que tiene que comer menos si quiere perder peso, con frecuencia tropieza con tanta oposición interior que sigue comiendo, pero aún considera injusto no estar tan delgado como otros. Otro puede aducir que debería tener una posición honorable, una posición mejor, un aumento de salario, sin haber hecho méritos especiales para ello y, lo que es más, sin haberlo pedido. Ni siquiera debe de tener una idea muy clara de lo que quiere. Debería estar en la posición de rechazar o tomar cualquier cosa. Frecuentemente, una persona puede expresar con palabras conmovedoras lo que desea para ser feliz. Pero su familia y sus amigos se dan cuenta, al cabo de un tiempo, que es extremadamente difícil hacerle feliz. Por lo tanto, pueden decirle que debe haber algún descontento en él que le impide lograr la felicidad. Entonces puede ir a un analista. El analista apreciará el deseo de dicha del paciente, como un buen motivo para venir a psicoanalizarse. Pero también preguntará por qué el paciente, con todo su deseo de dicha, no es dichoso. Tiene muchas cosas con las cuales serían felices la mayoría de la gente. Un hogar agradable, una buena esposa, seguridad financiera. Pero no saca partido de nada; no tiene ningún interés vigoroso. En el cuadro hay una gran cantidad de pasividad y complacencia consigo. Al analista le extraña, desde la primera entrevista, que el paciente no hable de sus dificultades, sino que más bien, de un modo impertinente, expone una serie de deseos. A la hora siguiente, sus impresiones se han confirmado. La inercia del paciente es el primer obstáculo del análisis. Por lo tanto el cuadro se aclara. En él aparece una persona atada de pies y manos, incapaz de explotar sus recursos, y llena de exigencias tenaces, de que todas las cosas buenas de la vida, incluso el contento del alma, deben ser para ella. Otro ejemplo que sirve de ilustración a la exigencia de ayuda sin esfuerzo, arroja una nueva luz acerca de su naturaleza. Un paciente que había tenido que interrumpir su análisis durante una semana se alteró por un problema surgido en la sesión analítica anterior. Expresó su deseo de vencer la dificultad antes de irse —un deseo perfectamente legítimo. Por lo tanto, yo traté con todas mis fuerzas, de llegar a la raíz del problema particular. Al cabo de un tiempo advertí que el paciente no ponía nada de su parte. Hacía el efecto de que yo tenía que arrastrarle. Al transcurrir la hora, yo sentía una creciente irritación de parte suya. Al interrogarle directamente, me lo confirmó diciendo que, en efecto, estaba irritado; no quería quedarse con aquella dificultad una semana entera, y yo no había hecho hasta entonces nada que la aliviase. Yo indiqué que su deseo era muy razonable, pero que, al parecer, se había transformado en una exigencia que
  • 35. 35 ya no lo era. La resolución del problema dependía de lo accesible que fuera en aquel momento, y de sus esfuerzos y los míos. En lo referente a él, debía haber algo que le impedía hacer los esfuerzos hacia el fin deseado. Al cabo de ciertos forcejeos, que omito aquí, él no pudo menos que ver la verdad de lo que yo decía. Su irritabilidad desapareció; sus exigencias irracionales y su sentido de apremio también desaparecieron, Y añadió otro factor revelador: le parecía que yo era la que había creado el problema y por lo tanto yo era la que debía solucionarlo. ¿Cómo, a su entender, era yo responsable? No quería decir que yo hubiera cometido un error; era sencillamente que en la hora anterior se había dado cuenta de que no había podido vencer su carácter vengativo, que apenas había comenzado a percibir. En realidad, en aquella época, no quería siquiera verse privado de él, sino sólo de ciertas alteraciones que le acompañaban. Como yo no había respondido a su exigencia de librarle inmediatamente de ellas, se sentía con derecho a una retribución. Con tal explicación indicaba las raíces de sus exigencias: su negativa interior a asumir la responsabilidad de sí, y su carencia de un interés constructivo. Esto le paralizaba, le impedía hacer nada por sí, y convertía en una necesidad que otra persona —en este caso el analista— tomase la responsabilidad, y le arreglase el asunto. Y también aquella necesidad se convertía en una exigencia, Este ejemplo, indica una cuarta característica de las exigencias neuróticas: pueden ser de naturaleza vindicativa. La persona se siente maltratada e insiste en una retribución. Este es un viejo asunto. Es obvio en las neurosis traumáticas y en ciertos estados paranoicos. Hay muchas descripciones de esta característica en la literatura, entre ella, el que Shylock exija su libra de carne, y el que Hedda Gabler pida nuevos lujos cuando se entera de que su marido no va a obtener la cátedra esperada. Yo quiero decir aquí que las exigencias vindicativas son un elemento frecuente, ya que no regular, en las exigencias neuróticas. Naturalmente varía la conciencia que el individuo tiene de ellas. En el caso de Shylock eran conscientes, en el ejemplo de la cólera del paciente contra mí, estaban en los umbrales de la conciencia; en muchos casos son inconscientes. De acuerdo a mis experiencias, yo dudo de su ubicuidad. Pero las he encontrado con tanta frecuencia que siempre las busco. Como mencioné en el contexto de la necesidad de un triunfo vindicativo, la cantidad de venganza oculta que se halla en la mayoría de las neurosis es grande. Los elementos vindicativos operan cuando se presentan exigencias con respecto a frustraciones o sufrimientos pasados; cuando se hacen de modo militante; cuando la realización de las exigencias se siente como un triunfo y su frustración como una derrota.
  • 36. 36 ¿Hasta qué punto se da cuenta la gente de sus exigencias? Cuando el concepto que se tenga de uno y del medio esté más influido por la imaginación, tanto más la persona y la vida en general serán como se necesita verlas. En la mente de la persona no hay lugar para ver que tiene exigencias y necesidades y la mera mención de la posibilidad de que las tenga es ofensiva. La gente no le deja esperar. No tiene por qué tener accidentes, ni siquiera envejecer... El tiempo debe ser bueno cuando sale de excursión. Las cosas deben salirle bien. Otros neuróticos parecen darse cuenta de sus exigencias, pues abiertamente piden privilegios. Pero lo que es obvio para el observador puede no serlo para la persona observada. Lo que el observador ve, y lo que el observado siente, son dos cosas muy distintas. Una persona que agresivamente presenta sus exigencias, puede, a lo sumo, darse cuenta de ciertas expresiones o implicaciones de sus exigencias, como por ejemplo, al ser impaciente o no aceptar la contradicción. Puede darse cuenta de que no le gusta preguntar cosas ni dar las gracias. Sin embargo, esta conciencia, es distinta de saber que uno se cree con derecho a que los demás hagan lo que uno quiera. La persona puede darse cuenta de que es temeraria en ocasiones, pero frecuentemente embellece su temeridad llamándola valor o confianza en sí. Puede, por ejemplo, dejar un buen empleo, sin tener perspectivas de otro, considerando tal paso como la expresión de la confianza que tiene en sí. Esto puede ser una realidad, pero puede existir a la vez una temeridad, producto de creerse con derecho a la buena suerte. Puede tener, en las profundidades de su alma, la creencia secreta de que no va a morir. Pero, incluso eso, no es la conciencia de sentirse con derecho a estar por encima de las limitaciones biológicas. En otros casos, las exigencias están ocultas para la persona que las abriga y para el observador no preparado. El último aceptará cualquier razón que se aduzca en favor de las demandas. Generalmente, lo hace menos por ignorancia psicológica que por sus razones neuróticas particulares. Puede, por ejemplo, hallar a veces inconveniente que su esposa o su querida le absorban demasiado tiempo, pero a la vez le halaga a su vanidad que él sea indispensable para ella. O, una mujer, puede hacer demandas agotadoras basándose en su desvalimiento. Ella es la única que experimenta la necesidad. Incluso puede tener gran cuidado de no molestar a los demás. Estos otros, sin embargo, pueden apreciar el papel de protector o, a causa de claves secretas particulares, sentirse "culpables" si no están a la altura de lo que la mujer esperaba de ellos. Sin embargo, aun cuando una persona se da cuenta de experimentar ciertas necesidades, nunca se da cuenta de que sus necesidades sean injustas o irracionales. En realidad, cualquier duda acerca de su validez, significaría un paso hacia su disolución. Por lo tanto, como son vitalmente importantes para él,
  • 37. 37 el neurótico tiene que construir en su mente una capa impermeable para hacerlas completamente legítimas. Tiene que sentirse absolutamente convencido de que son justas. En el análisis, el paciente llega a grandes extremos, para probar que sólo espera lo que se merece. A la inversa, por razones terapéuticas, es importante reconocer la naturaleza de la exigencia especial, y la naturaleza de su justificación. Ya que las exigencias se mantienen y se suprimen con su base, ésta se convierte en una posición estratégica. Si, por ejemplo, una persona se cree con derecho a toda clase de servicios, a causa de sus méritos, tiene que, sin querer, exagerar dichos méritos para que se sienta justamente ofendida si no se le prestan los servicios. Con frecuencia, las exigencias se justifican por razones culturales. Porque soy mujer — porque soy hombre — porque soy tu madre — porque soy tu empleador... Como ninguna de estas razones, dan en realidad el derecho a las exigencias presentadas, hay que destacar su importancia excesivamente. Por ejemplo en este país no hay un rígido código cultural por el cual la dignidad masculina se ofende al lavar platos. Por lo tanto, si existe la exigencia de estar exento de trabajo servil, la dignidad de ser un hombre o un jornalero tiene que ser aumentada. La base siempre presente es la superioridad. El denominador común es: porque soy algo especial, tengo derecho a... De esta forma, es inconsciente en su mayoría. Pero el individuo puede poner un énfasis sobre el significado especial de su tiempo, su trabajo, sus planes, que siempre tiene razón. Los que creen que el "amor" lo resuelve todo, que el "amor" le da a uno derecho a todo, tiene, por lo tanto, que exagerar la profundidad o el valor del amor; no mediante una pretensión consciente, sino sintiendo en realidad más amor del que existe. La necesidad de exagerar, con frecuencia tiene repercusiones que pueden contribuir a formar un círculo vicioso. Esto es especialmente cierto cuando se tienen exigencias, basándose en el desvalimiento o el sufrimiento. Mucha gente, por ejemplo, siente timidez de hacer preguntas por teléfono. Si quiere que alguien haga la pregunta por él, la persona a la que esto se refiere siente que sus inhibiciones son mayores de lo que son en realidad, con el fin de hacerlas válidas. Si una mujer se siente demasiado inerme o deprimida para hacer sus labores caseras, se hará más inerme y más deprimida de lo que es, y entonces sufrirá realmente más. No se debe, sin embargo, llegar a la precipitada conclusión de que es deseable para las otras personas de su medio, no acceder a las exigencias neuróticas. Tanto el acceder, como el negarse puede empeorar el estado, es decir, que en ambos casos las exigencias pueden hacerse aún más enfáticas. La negativa generalmente sólo sirve cuando el neurótico ha comenzado o comienza a asumir la responsabilidad de sí.
  • 38. 38 Quizás la base más interesante de las exigencias es la de la "justicia". Porque creo en Dios, porque he trabajado siempre, o porque soy un buen ciudadano, es un asunto de justicia que no me ocurra nada y que las cosas me salgan bien. Los beneficios terrenales deben ser la consecuencia de ser piadoso y bueno. La prueba de lo contrario (la prueba de que los premios no son la consecuencia necesaria de la virtud) es desechada. Si se presenta esta tendencia a un paciente, él generalmente indicará que su sentimiento de justicia se extienda también a otros, que él se indigna igualmente cuando los demás son víctimas de una injusticia. Esto es verdad, hasta cierto punto, pero sólo significa que su necesidad de dar a sus exigencias una base de justicia, se ha generalizado en una "filosofía". La importancia dada a la justicia tiene un reverso, que es hacer a la gente responsable de cualquier adversidad que les suceda. El que la persona aplique este aspecto a sí misma, depende del grado de su rectitud consciente. Si es rígido, experimentará, al menos conscientemente, como una injusticia, cualquier adversidad que le suceda. Pero tenderá con mayor facilidad a aplicar a los otros la ley de la "justicia retributiva". Quizás una persona que se ha quedado sin empleo, no quería realmente trabajar. En las materias más personales, dicho individuo se siente con derecho a recibir en proporción igual a lo que da. Esto sería natural, si no hubiera dos factores que escapan a su atención. Sus valores positivos asumen en su mente proporciones exageradas (entre ellos se encuentran las buenas intenciones), mientras que ignora las dificultades que ha llevado a una relación. Y además, los valores que pone en la balanza, son a veces incongruentes. Un paciente, por ejemplo pone en su haber sus intenciones de cooperar, su deseo de verse libre de los síntomas alarmantes, y sus visitas y pago regulares. Pero el analista tiene la obligación de curarle. Desgraciadamente no hay proporción. El paciente sólo se puede poner bien si está dispuesto y puede trabajar en sí y cambiar. Por lo tanto, si las buenas intenciones del paciente no están combinadas con esfuerzos eficaces, logrará poca cosa. Las alteraciones seguirán ocurriendo y el paciente, con creciente irritación, se sentirá burlado; presentará su cuenta en forma de reproches o quejas, y se sentirá enteramente justificado en su creciente desconfianza hacia el analista. La excesiva importancia dada a la justicia puede ser, aunque no necesariamente, un camuflaje de las tendencias de venganza. Cuando las exigencias se presentan basándose principalmente en un "trato" con la vida, generalmente se destacan los méritos personales. Cuando más vindicativas son las exigencias, más se destaca el daño ocasionado. También aquí, hay que exagerar el daño ocasionado, cultivar el sentimiento hacia él, hasta que se hace tan grande que la "víctima" se siente con derecho a exigir cualquier sacrificio, o a infligir cualquier castigo.