1. El canto de Valentina, Valentinita, Valentinota
Valentina, perdió su silla. Jugando al gato y la gata, con las niñas que conoció en la escuelita de
Villa Pinzón. Valentina corrió en dirección al jardín de la casa en que vivía Carmenza. La negrita
la llamaban. Fue de aquí para allá. Y, desde allá, hasta el riachuelo que cruzaba al barrio.
Valentinita la llamaba su papá Argiro. Casi como puro viento. Descansó allí; como si fuese
señuelo para atrapar maripositas. De color negro y azul. Oh que delicia de suelo este. Le decía
Marcolina. La niñita de papá Milciades y de mamá, doña Paula. Esta sí que iba y venía, Casi todo
el día y media noche. El jilguerito tierno le decía la maestra Úrsula. De primerito de primaria,
apenas, y ya sabía cantar a las golondrinas pasajeras. Desde media mañana y hasta cuando caía
la tarde.
Limoncito, limoncito. Cuéntale a Valentinita de dónde eres. Y cuando llegaste. Limoncito,
verdecito de azúcar empapado. Dile a la naranja naranjita; lo mucho que has vagado. Por todos
los caminos, todos. Marcolina pedigüeña. Ven para acá con tus pies descalzos. Para que le
cantes. Ahora. Y más tarde a la alondrita que no encontró su nido. Y que, ahorita mismo, está
aturdita. Como asustada. Alondrita que te meces en esa rama. Alondrita; escucha cantar a tu
amiga Marcolina, Marcolinota.
Valentina. Valentona. Muchachita traviesa. Vente para acá, que el elefantico está solito. Ahí, no
más. En la callecita llamada Cora, la Batidora. Sí que estás triste, mi trompón azul grana. Sí que
lloras por tus hermosos ojazos. Elefantico de Andrina. Que te encontró. Solo solito. En el bosque
de Los Almendros. Pequeñito. Mucho más de lo que está ahora.
Prudencia, Prudencita. Niña de cabellos azules. Que llegaste aquí; en días pasados. Prudencita,
Pudenzota. Hazme saber dónde naciste. Y de dónde has llegado. Soy Valentina; la monita
risueña. Ven mi Prudencita. Dime que no estás triste. Dime, mejor, que llegaste en diciembre
pasado. Cuando todas estábamos en pleno jolgorio. Celebrando la fiesta de los fieros
hipopótamos. Cuando estábamos en pleno baile de la matraca, matraquita. Juliana Pesares, con
su tambor mayor. Resonaba y resonaba. Hasta que llegaste vos.
Dímelo a mí, burrita terciopelo. Dime que ya conocías a la piernipeluda Altagracia. Dímelo a mí
solita. Burrita que subes y bajas. Por la callecita enmermelada. Por el surco que ha visto crecer a
todos y todas. Te quiero, burrita, burrota. Ven acá y me cuentas lo que has visto. Por las
praderas. Dímelo, a mí. Me llamo Valentinita, Valentinota.
Ven pues hasta acá mi Alba Lucía, señora, señorita. Ya conoces a Prudencita. Prudenzota. Ven y
me cuentas que camino tomó la luciérnaga que se perdió hace ya casi tres días. Dímelo Albita
pegotes. Cuéntales a todas; lo que aprendiste al lado de Simona Salavarrieta. La diosa de los
saberes.
No te tardes mucho chivita Angélica. Dime tú. Cómo se sube al morrito Don Matías. Pero
dímelo rápido, estoy de salida. Viajaré sin rumbo a buscar mi silla perdida. Tal vez la tenga Hilda.
Eso me dijo Torcoroma, la hija de don Alberto, el vendedor de calamares adiestrados. No sé si
volveré algún día. Dímelo pues chivita, chivota.
Viajaré, pues. Ya te lo dije. Me iré con Hortensia y con la negra Irene. No sé si volveré algún día.
Chivita, chivota. Angélica, Angelota.