1. ¿EN EL JUEGO DEL AMOR…? ¡LA MUJER…!
Pedro Fulleda Bandera
Sé que esta reflexión levantará reacciones en mi contra. Sobre todo de mujeres
atrincheradas en un feminismo a ultranza, al margen de todo razonamiento lógico. Pero lo
hago para ser sincero conmigo mismo, en ocasión de un hecho recién ocurrido en
Ecuador, país donde vivo. Un presentador de televisión está siendo objeto de críticas,
censuras y hasta reclamos judiciales, por declarar públicamente que “vistiéndose
provocativamente, las mujeres generan delitos sexuales en su contra”. Palabras más o
palabras menos, lo que quiso decir es que ellas son culpables de que las asalten
sexualmente, por frecuentar sitios riesgosos (discotecas, zonas públicas…) en horas
imprudentes y mostrándose sexualmente vestidas (¡desvestidas en gran medida!). La
iracunda respuesta de las féminas fue la consabida referencia a sus derechos humanos de
vestir y actuar como les venga en gana, sin que nadie –hombre o mujer- asuma por eso la
facultad de agredirlas sexualmente.
Y no hay ninguna duda de que en eso tienen razón. Pero, lo que se ignora es que una
cosa es el argumento jurídico, legal e incluso moral, y otra el mecanismo psico-social de la
condición humana. Lo primero es un factor temporal y relativo, que ha venido cambiando –
para bien o para mal- a lo largo de la civilización. Lo segundo es un elemento objetivo y
permanente de la conducta individual, derivado de la propia existencia y la supervivencia
de la especie humana, lo que, como ocurre con todas las especies animales, se
fundamenta en la relación sexual entre machos y hembras.
Y es aquí donde la madre Naturaleza mostró su sabiduría. Si la disposición
reproductora del hombre fuese idéntica a la de la mujer, la especie humana no existiría;
habría desaparecido víctima de depredadores y las duras condiciones del entorno
prehistórico, por escasa actividad regeneradora. Imaginemos que, como ocurre con la
mujer, el hombre sólo tuviese capacidad fértil una vez por mes, en un período de ovulación
(¿espermatización sería el término correcto?), y que luego de engendrar quedase
inhabilitado durante nueves meses para otro acto de procreación. No sólo la humana, sino
todas las especies animales sucumbirían. Pero, la genialidad del génesis estableció que
siempre la capacidad reproductiva masculina estuviese activa, lo que le permite fecundar a
múltiples ejemplares del sexo opuesto en sus momentos fértiles, y así durante muchos
años de existencia para asegurar una abundante descendencia.
2. Esto no son loas al machismo, sino puro análisis científico de la realidad, que lleva a
concluir que el 80 por ciento de la misión masculina en todas las especies animales está
relacionada con la reproducción a través del sexo. El otro 20 por ciento se destina a las
acciones de protección del conglomerado social (la manada animal o la sociedad humana).
En el caso femenino es exactamente a la inversa: el 20 por ciento de su actividad lo
ocupan sus actos sexuales, reproductivos, y el 80 por ciento se destina a la preservación y
estabilidad de su especie, la función matriarcal que se ejerce con la alimentación y crianza
de las nuevas generaciones, razón por la cual las hembras mamíferas no iniciarán una
nueva gestación mientras estén en el período de lactancia de sus cachorros. ¡Claro que,
aunque tienen un fundamento idéntico, existen grandes diferencias entre las otras especies
animales y la Humanidad! Y eso se llama civilización…
La mayor creación del Homo sapiens es su civilización, la cultura humana, que instauró
normas de convivencia para una existencia efectiva, regida por la racionalidad plasmada
en normas, costumbres y leyes, y no por instintos animales. Por eso el humano masculino
no salta sobre las humanas femeninas para tener sexo en cualquier momento y lugar, tal
como hace el león con toda leona que se tropiece en su camino. Incluso gracias a la
cultura, el acto sexual entre humanos ha dejado de ser sólo mecanismo reproductivo para
convertirse, sobre todo, en un recurso de interacción social para la obtención e intercambio
de placer, por lo que no hace falta la predisposición del celo femenino para que ocurra, lo
que no sucede con ninguna otra especie animal.
Pero, ¡cuidado…! No olvidemos que la capacidad sexual masculina es, como ya se dijo,
mecanismo psico-social de la condición humana, un elemento objetivo y permanente de la
conducta individual, que las normas, costumbres y leyes impuestas por la civilización no
pueden borrar de un plumazo. De modo que si un humano masculino no salta sobre
humanas femeninas en busca de sexo, no será porque no lo desea, sino porque tiene la
capacidad racional de controlar sus impulsos primarios, y lo intentará según impone la
convivencia civilizada: conquistándolas para tener momentos de intimidad con ellas. ¡Esas
son las reglas de nuestro juego social…! Pero, hay quienes no logran someterse a ellas, y
se convierten en caldo de cultivo para quienes la sociedad califica como depredadores
sexuales. Y en tal caso ocurre lo que con cualquier drogo-dependiente; así como el
alcohólico al que se le ponga delante una botella de ron no podrá evitar apoderarse de ella,
tampoco el sexo-dependiente tendrá capacidad para refrenar sus impulsos cuando se
sienta motivado -¿o provocado?- por una presencia femenina exuberante.
3. Y es el momento de responder la pregunta del millón: ¿es provocativa una presencia
femenina exuberante…? Los cánones interpretativos feministas de los derechos humanos
sin dudas responderán que no… que una mujer tiene la libertad de vestir y comportarse
como desee, sin que ello signifique provocación alguna. Es verdad, y así funciona para el
90 por ciento de los hombres con control civilizado sobre sus permanentes impulsos
sexuales. Pero… ¿qué tal con el otro 10 por ciento de potenciales depredadores
sexuales…? ¡Ahí está, señoras, el problema: encontrarse con uno de ellos en el lugar y el
momento inadecuados! ¡Como el alcohólico con la botella de ron, se sentirán provocados y
ustedes pudieran ser agredidas y violadas!
Hemos abundado sobre la psiquis masculina en este proceso. ¿Qué pasa con la
femenina? Sin ninguna duda, a ellas también les apasiona el sexo; lo disfrutan tanto o más
que los hombres. Pero por tradición y costumbres sociales tienen una mayor capacidad
para refrenar sus impulsos. Salvo excepciones –que la evolución feminista hace cada vez
más generalizada entre la juventud- ellas son selectivas, pero también muy decididas,
librando en su contexto femenil batallas internas por la conquista de sus preferencias del
sexo opuesto. ¿Sus armas principales…? ¡El glamour, la sexualidad, que ejercen con
picardía y mucha imaginación! A su servicio tienen la poderosa industria de la moda, que
obtiene millones de dólares con la comercialización de imagen: belleza, tersura, eterna
juventud, esbeltez, curvas prominentes, vestimentas que tapen y muestren a la vez… Todo
sobre la base de estereotipos establecidos en comerciales, telenovelas, realities-shows…
en busca de los cuales no pocas mujeres han sacrificado sus vidas, sometiéndose a
cirugías reconstructivas en disímiles y extremas condiciones. Todas esas acciones
conllevan un mensaje, dirigido a hombres de su preferencia: “¡Aquí estoy… fíjate en mí…
escógeme para tus juegos sexuales!”. ¡No lo nieguen, señoras! En una isla habitada solo
por mujeres la industria de la moda no tendría ninguna oportunidad.
Soy un irremediable amante de la mujer. De esa que luce con orgullo y sensatez su
feminidad, cuidando su presencia para ser siempre hermosa, limpia, atractiva. No siempre
joven, pues eso es imposible, pero sí siempre optimista, transparente, noble. La mujer
natural, tal cual es y no bajo una capa de maquillaje que deforma sus facciones. La que
cubre con pudor sus partes íntimas, y no se empeña en destacarlas como carne en
exhibición en el mercado. La mujer que, como flor en un jardín, es parte sencilla del rosal y
no pretende ser la que más llame la atención, pues es precisamente esa la que el
caminante va a arrancar para lucir en su solapa. ¡Para entonces quejarse de haber sido
violada…!