2. TEXTOS PARA TRABAJAR EN CLASE
Antología literaria
Selección de narraciones de diversa dificultad para leer, comentar,
analizar… ¡y amar la literatura!
3. Antonio García Megía – 2009
Angarmegía: Ciencia, Cultura y Educación
Portal de Investigación y Docencia
http://angarmegia.- España
4. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Contenido
Textos Narrativos .............................................................................................. 6
El Conde Lucanor ‐ Don Juan Manuel ..................................................... 7
Don Quijote de la Mancha ‐ Miguel de Cervantes ................................ 11
El Casar y la Juventud ‐ Francisco de Quevedo ..................................... 16
El elogio de la locura ‐ Erasmo de Rotterdam ...................................... 18
El Lazarillo de Tormes ‐ Anónimo ......................................................... 21
Mi reloj ‐ Mark Twain ........................................................................... 32
El sombrero de tres picos ‐ Pedro Antonio de Alarcón ........................ 36
¿Dónde está mi cabeza? ‐ Benito Pérez Galdós ................................... 39
.
Un trompo y una pelota ‐ Hans Christian Andersen ............................. 45
El Rey Rana o el Fiel Enrique ‐ Hermanos Grimm ................................. 47
El gigante egoísta ‐ Oscar Wilde ........................................................... 51
Accidente ‐ Emilia Pardo Bazán ............................................................ 55
Las gafas ‐ Juan Valera .......................................................................... 59
Greguerías ‐ Ramón Gómez de la Serna ............................................... 60
Vuelva usted mañana ‐ Mariano José de Larra .................................... 66
.
La aventura del albañil ‐ Washington Irving ......................................... 76
La máquina maniática ‐ Ruth Rocha ..................................................... 79
Cuento un cuento ‐ Laura Devetach ..................................................... 82
Las medias de los flamencos ‐ Horacio Quiroga ................................... 84
El conde Drácula ‐ Woody Allen ........................................................... 88
PÁGINA – 4
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5. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
La vieja marmita de barro ‐ Estrella Cardona Gamio ............................ 92
El hombre de plata ‐ Isabel Allende ...................................................... 96
Pena de muerte ‐ Georges Simenon ................................................... 101
Para qué sirve la corbata ‐ Martín Blasco ........................................... 113
Matar a un niño ‐ Stig Dagerman ....................................................... 115
.
El hombre sin cabeza ‐ Ricardo Mariño .............................................. 118
El corazón delator ‐ Edgar Allan Poe ................................................... 122
En la oscuridad ‐ Anton Chejov ........................................................... 127
PÁGINA – 5
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6. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Textos Narrativos
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7. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
El Conde Lucanor - Don Juan Manuel
Cuento XI:
“LO QUE SUCEDIÓ A UN DEÁN DE SANTIAGO CON DON
ILLÁN, EL MAGO DE TOLEDO”
Otro día, hablando el conde Lucanor con Patronio, su consejero,
dijo lo siguiente:
-Patronio, una persona vino a rogarme que le ayudara en un
asunto en que me necesita, prometiéndome que haría por mí luego lo que
le pidiera. Yo le empecé a ayudar todo cuanto pude. Antes de haber
logrado lo que pretendía, pero dándolo ya él por hecho, le pedí una cosa
que me convenía mucho que la hiciera y él se negó, con no sé qué
pretexto. Después le pedí otra cosa en que podía servirme y volvió a
negarse, y lo mismo hizo con todo lo que fui a pedirle. Pero aún no ha
logrado lo que pretendía ni lo logrará, si yo no le ayudo. Por la confianza
que tengo en vos y en vuestro buen criterio os agradecería que me
aconsejarais lo que debo hacer.
-Señor conde -respondió Patronio-, para que podáis hacer lo que
debéis, conviene sepáis lo que sucedió a un deán de Santiago con don
Illán, el mago de Toledo.
Entonces el conde le preguntó qué le había pasado.
-Señor conde -dijo Patronio-, había un deán de Santiago que tenía
muchas ganas de saber el arte de la nigromancia. Como oyó decir que
don Illán de Toledo era en aquella época el que la sabía mejor que nadie,
se vino a Toledo a estudiarla con él. Al llegar a Toledo se fue en seguida
a casa del maestro, a quien halló leyendo en un salón muy apartado.
Cuando le vio entrar le recibió muy cortésmente y dijo no quería le
explicara la causa de su venida hasta haber comido, y, demostrándole
estimación, le alojó en su casa, le proveyó de lo necesario a su
comodidad y le dijo que se alegraba mucho de tenerle consigo. Después
que hubieron comido y quedaron solos le contó el deán el motivo de su
viaje y le rogó muy encarecidamente que le enseñara la ciencia mágica,
que tenía tantos deseos de estudiar a fondo. Don Illán le dijo que él era
deán y hombre de posición dentro de la Iglesia y que podía subir mucho
aún, y que los hombres que suben mucho, cuando han alcanzado lo que
pretenden, olvidan muy pronto lo que los demás han hecho por ellos; por
lo que él temía que, cuando hubiera aprendido lo que deseaba, no se lo
agradecería ni querría hacer por él lo que ahora prometía.
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8. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
El deán entonces le aseguró que, en cualquier dignidad a que
llegara, no haría más que lo que él le mandase. Hablando de esto
estuvieron desde que acabaron de comer hasta la hora de cenar. Puestos
de acuerdo, le dijo el maestro que aquella ciencia no se podía aprender
sino en un lugar muy recogido y que esa misma noche le enseñaría dónde
habrían de estar hasta que la aprendiera. Y, cogiéndole de la mano, le
llevó a una sala, donde, estando solos, llamó a la criada, a la que dijo que
tuviera listas unas perdices para la cena, pero que no las pusiera a asar
hasta que él lo mandase.
Dicho esto, llamó al deán y se entró con él por una escalera de
piedra, muy bien labrada, y bajaron tanto que le pareció que el Tajo tenía
que pasar por encima de ellos. Llegados al fondo de la escalera, le enseñó
el maestro unas habitaciones muy espaciosas y un salón muy bien
alhajado y con muchos libros, donde darían clase. Apenas se hubieron
sentado y cuando elegían los libros por donde habrían de empezar las
lecciones entraron dos hombres, que dieron una carta al deán, en la que le
decía el arzobispo, su tío, que estaba muy malo y le rogaba que, si quería
verle vivo, se fuera enseguida para Santiago. El deán se disgustó mucho
por la enfermedad de su tío y porque tenía que dejar el estudio que había
comenzado. Pero resolvió no dejarlo tan pronto y escribió a su tío una
carta, contestando la suya. A los tres o cuatro días llegaron otros hombres
a pie con cartas para el señor deán en que le informaban que el arzobispo
había muerto y que en la catedral estaban todos en elegirle sucesor suyo y
muy confiados en que por la misericordia de Dios le tendrían por
arzobispo; por todo lo cual era preferible no se apresurara a ir a Santiago,
ya que mejor sería que le eligieran estando él fuera que no en la diócesis.
Al cabo de siete u ocho días vinieron a Toledo dos escuderos muy
bien vestidos y con muy buenas armas y caballos, los cuales, llegando el
deán, le besaron la mano y le dieron las cartas en que le decían que le
habían elegido. Cuando don Illán se enteró, se fue al arzobispo electo y le
dijo que agradecía mucho a Dios le hubiera llegado tan buena noticia
estando en su casa, y que, pues Dios le había hecho arzobispo, le pedía
por favor que diera a su hijo el deanazgo que quedaba vacante. El
arzobispo le contestó que tuviera por bien que aquel deanazgo fuera para
un hermano suyo, pero que él le prometía que daría a su hijo, en
compensación, otro cargo con que quedaría muy satisfecho, y acabó
pidiéndole le acompañara a Santiago y llevara a su hijo.
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9. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Don Illán le dijo que lo haría. Fuéronse, pues, para Santiago,
donde los recibieron muy solemnemente. Cuando hubieron pasado algún
tiempo allí, llegaron un día mensajeros del papa con cartas para el
arzobispo, donde le decía que le había hecho obispo de Tolosa y que le
concedía la gracia de dejar aquel arzobispado a quien él quisiera. Cuando
don Illán lo supo, le pidió muy encarecidamente lo diese a su hijo,
recordándole las promesas que le había hecho y lo que antes había
sucedido, pero el arzobispo le rogó otra vez que consintiera se lo dejara a
un tío suyo, hermano de su padre.
Don Illán replicó que, aunque no era justo, pasaba por ello, con
tal que le compensara más adelante. El arzobispo volvió a prometerle con
muchas veras que así lo haría y le rogó que se fuera con él y llevara a su
hijo.
Al llegar a Tolosa fueron recibidos muy bien por los condes y por
toda la gente principal de aquella región. Habiendo pasado en Tolosa dos
años, vinieron al obispo emisarios del papa, diciéndole que le había
hecho cardenal y que le autorizaba a dejar su obispado a quien él
quisiera. Entonces don Illán se fue a él y le dijo que, pues tantas veces
había dejado sin cumplir sus promesas, ya no era el momento de más
dilaciones, sino de dar el obispado que vacaba a su hijo.
El cardenal le rogó que no tomara a mal que aquel obispado fuera
para un tío suyo, hermano de su madre, hombre de edad y de muy buenas
prendas, pero que, pues él había llegado a cardenal, le acompañara a la
corte romana, que no faltarían muchas ocasiones de favorecerle. Don
Illán se lamentó mucho, pero accedió y se fue para Roma con el cardenal.
Cuando allí llegaron, fueron muy bien recibidos por los demás
cardenales y por toda Roma. Mucho tiempo vivieron en Roma, rogando
don Illán cada día al cardenal que le hiciera a su hijo alguna merced, y él
excusándose, hasta que murió el papa. Entonces todos los cardenales le
eligieron papa. Don Illán se fue a él y le dijo que ahora no podía poner
pretexto alguno para no hacer lo prometido. El papa replicó que no
apretara tanto, que ya habría lugar de favorecerle en lo que fuera justo.
Don Illán se lamentó mucho, recordándole las promesas que le había
hecho y no había cumplido, y aun añadió que esto lo había él temido la
primera vez que le vio, y que, pues había llegado tan alto y no le cumplía
lo prometido, no tenía ya nada que esperar de él.
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10. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
De lo cual se molestó mucho el papa, que empezó a denostarle y a
decirle que si más le apretaba le metería en la cárcel, pues bien sabía él
que era hereje y encantador y que no había tenido en Toledo otro medio
de vida sino enseñar el arte de la nigromancia.
Cuando don Illán vio el pago que le daba el papa, se despidió de
él, sin que éste ni siquiera le quisiese dar qué comer durante el camino.
Entonces don Illán le dijo al papa que, pues no tenía otra cosa que comer,
habría de volverse a las perdices que había mandado asar aquella noche,
y llamó a la mujer y le mandó que asase las perdices. Al decir esto don
Illán, hallóse el papa en Toledo deán de Santiago, como lo era cuando allí
llegó. Diole tanta vergüenza lo que había pasado que no supo qué decir
para disculparse. Don Illán le dijo que se fuera en paz, que ya había
sabido lo que podía esperar de él, y que le parecía un gasto inútil invitarle
a comer de aquellas perdices.
Vos, señor conde Lucanor, pues veis que la persona por quien
tanto habéis hecho os pide vuestra ayuda y no os lo agradece, no os
esforcéis más ni arriesguéis nada más por subirlo a un lugar desde el cual
os dé el mismo pago que dio aquel deán al mago de Toledo.
El conde, viendo que este consejo era muy bueno, lo hizo así y le
salió muy bien. Y como viese don Juan que este cuento era bueno, lo
hizo poner en este libro y compuso estos versos:
Del que vuestra ayuda no agradeciere, menos ayuda tendréis
cuanto más alto subiere.
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11. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Don Quijote de la Mancha - Miguel de Cervantes
Capítulo LI de la 1ª parte.
TRATA DE LO QUE CONTÓ EL CABRERO A TODOS LOS
QUE LLEVABAN AL VALIENTE DON QUIJOTE
—Tres leguas deste valle está una aldea que, aunque pequeña, es
de las más ricas que hay en todos estos contornos; en la cual había un
labrador muy honrado, y tanto, que aunque es anexo al ser rico el ser
honrado, más lo era él por la virtud que tenía que por la riqueza que
alcanzaba. Mas lo que le hacía más dichoso, según él decía, era tener una
hija de tan extremada hermosura, rara discreción, donaire y virtud, que el
que la conocía y la miraba, se admiraba de ver las extremadas partes con
que el cielo y la naturaleza la habían enriquecido. Siendo niña fue
hermosa, y siempre fue creciendo en belleza, y en la edad de dieciséis
años fue hermosísima. La fama de su belleza se comenzó a extender por
todas las circunvecinas aldeas; ¿qué digo yo por las circunvecinas no más
si se extendió a las apartadas ciudades, y aun se entró por las salas de los
reyes, y por los oídos de todo género de gente, que como a cosa rara, o
como a imagen de milagros, de todas partes a verla venían? Guardábala
su padre, y guardábase ella; que no hay candados, guardas ni cerraduras
que mejor guarden a una doncella que las del recato proprio.
»La riqueza del padre y la belleza de la hija movieron a muchos,
así del pueblo como forasteros, a que por mujer se la pidiesen; mas él,
como a quien tocaba disponer de tan rica joya, andaba confuso, sin saber
determinarse a quién la entregaría de los infinitos que le importunaban. Y
entre los muchos que tan buen deseo tenían, fui yo uno, a quien dieron
muchas y grandes esperanzas de buen suceso conocer que el padre
conocía quién yo era, el ser natural del mismo pueblo, limpio en sangre,
en la edad floreciente, en la hacienda muy rico y en el ingenio no menos
acabado. Con todas estas mismas partes la pidió también otro del mismo
pueblo, que fue causa de suspender y poner en balanza la voluntad del
padre, a quien parecía que con cualquiera de nosotros estaba su hija bien
empleada; y, por salir desta confusión, determinó decírselo a Leandra,
que así se llama la rica que en miseria me tiene puesto, advirtiendo que,
pues los dos éramos iguales, era bien dejar a la voluntad de su querida
hija el escoger a su gusto.
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12. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
»Cosa digna de imitar de todos los padres que a sus hijos quieren
poner en estado: no digo yo que los dejen escoger en cosas ruines y
malas, sino que se las propongan buenas, y de las buenas, que escojan a
su gusto. No sé yo el que tuvo Leandra, sólo sé que el padre nos
entretuvo a entrambos con la poca edad de su hija y con palabras
generales, que ni le obligaban, ni nos desobligaban tampoco. Llámase mi
competidor Anselmo, y yo Eugenio, porque vais con noticia de los
nombres de las personas que en esta tragedia se contienen, cuyo fin aún
está pendiente; pero bien se deja entender que ha de ser desastrado.
»En esta sazón vino a nuestro pueblo un Vicente de la Roca, hijo
de un pobre labrador del mismo lugar; el cual Vicente venía de las Italias
y de otras diversas partes, de ser soldado. Llevóle de nuestro lugar,
siendo muchacho de hasta doce años, un capitán que con su compañía
por allí acertó a pasar, y volvió el mozo de allí a otros doce, vestido a la
soldadesca, pintado con mil colores, lleno de mil dijes de cristal y sutiles
cadenas de acero. Hoy se ponía una gala y mañana otra; pero todas
sutiles, pintadas, de poco peso y menos tomo. La gente labradora, que de
suyo es maliciosa, y dándole el ocio lugar es la misma malicia, lo notó, y
contó punto por punto sus galas y preseas, y halló que los vestidos eran
tres, de diferentes colores, con sus ligas y medias; pero él hacía tantos
guisados e invenciones dellos, que si no se los contaran, hubiera quien
jurara que había hecho muestra de más de diez pares de vestidos y de
más de veinte plumajes. Y no parezca impertinencia y demasía esto que
de los vestidos voy contando, porque ellos hacen una buena parte en esta
historia.
»Sentábase en un poyo que debajo de un gran álamo está en
nuestra plaza, y allí nos tenía a todos la boca abierta, pendientes de las
hazañas que nos iba contando. No había tierra en todo el orbe que no
hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado; había muerto más
moros que tiene Marruecos y Túnez, y entrado en más singulares
desafíos, según él decía, que Gante y Luna, Diego García de Paredes y
otros mil que nombraba; y de todos había salido con vitoria, sin que le
hubiesen derramado una sola gota de sangre. Por otra parte, mostraba
señales de heridas que, aunque no se divisaban, nos hacía entender que
eran arcabuzazos dados en diferentes rencuentros y faciones.
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13. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
»Finalmente, con una no vista arrogancia, llamaba de vos a sus
iguales y a los mismos que le conocían, y decía que su padre era su
brazo, su linaje sus obras, y que debajo de ser soldado, al mismo Rey no
debía nada. Añadiósele a estas arrogancias ser un poco músico y tocar
una guitarra a lo rasgado, de manera, que decían algunos que la hacía
hablar; pero no pararon aquí sus gracias; que también la tenía de poeta, y
así, de cada niñería que pasaba en el pueblo componía un romance de
legua y media de escritura.
»Este soldado, pues, que aquí he pintado, este Vicente de la Roca,
este bravo, este galán, este músico, este poeta fue visto y mirado muchas
veces de Leandra, desde una ventana de su casa, que tenía la vista a la
plaza. Enamoróla el oropel de sus vistosos trajes; encantáronla sus
romances, que de cada uno que componía daba veinte traslados; llegaron
a sus oídos las hazañas que él de sí mismo había referido, y, finalmente,
que así el diablo lo debía de tener ordenado, ella se vino a enamorar dél,
antes que en él naciese presunción de solicitalla. Y como en los casos de
amor no hay ninguno que con más facilidad se cumpla que aquel que
tiene de su parte el deseo de la dama, con facilidad se concertaron
Leandra y Vicente, y primero que alguno de sus muchos pretendientes
cayesen en la cuenta de su deseo, ya ella le tenía cumplido, habiendo
dejado la casa de su querido y amado padre, que madre no la tiene, y
ausentándose de la aldea con el soldado, que salió con más triunfo desta
empresa que de todas las muchas que él se aplicaba. Admiró el suceso
toda la aldea, y aun a todos los que dél noticia tuvieron; yo quedé
suspenso, Anselmo atónito, el padre triste, sus parientes afrentados,
solícita la justicia, los cuadrilleros listos; tomáronse los caminos,
escudriñáronse los bosques y cuanto había, y al cabo de tres días hallaron
a la antojadiza Leandra en una cueva de un monte, desnuda en camisa,
sin muchos dineros y preciosísimas joyas que de su casa había sacado.
Volviéronla a la presencia del lastimado padre; preguntáronle su
desgracia; confesó sin apremio que Vicente de la Roca la había
engañado, y debajo de su palabra de ser su esposo la persuadió que
dejase la casa de su padre; que él la llevaría a la más rica y más viciosa
ciudad que había en todo el universo mundo, que era Nápoles; y que ella,
mal advertida y pero engañada, le había creído; y robando a su padre, se
le entregó la misma noche que había faltado; y que él la llevó a un áspero
monte, y la encerró en aquella cueva donde la habían hallado.
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14. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
»Contó también cómo el soldado, sin quitalle su honor, le robó
cuanto tenía, y la dejó en aquella cueva, y se fue: suceso que de nuevo
puso en admiración a todos. Duro, señor, se hizo de creer la continencia
del mozo; pero ella lo afirmó con tantas veras, que fueron parte para que
el desconsolado padre se consolase, no haciendo cuenta de las riquezas
que le llevaban, pues le habían dejado a su hija con la joya que si una vez
se pierde, no deja esperanza de que jamás se cobre. El mismo día que
pareció Leandra la desapareció su padre de nuestros ojos, y la llevó a
encerrar en un monasterio de una villa que está aquí cerca, esperando que
el tiempo gaste alguna parte de la mala opinión en que su hija se puso.
Los pocos años de Leandra sirvieron de disculpa de su culpa, a lo menos,
con aquellos que no les iba algún interés en que ella fuese mala o buena;
pero los que conocían su discreción y mucho entendimiento no
atribuyeron a ignorancia su pecado, sino a su desenvoltura y a la natural
inclinación de las mujeres, que, por la mayor parte, suele ser desatinada y
mal compuesta.
»Encerrada Leandra, quedaron los ojos de Anselmo ciegos: a lo
menos, sin tener cosa que mirar que contento le diese; los míos, en
tinieblas: sin luz que a ninguna cosa de gusto les encaminase; con la
ausencia de Leandra crecía nuestra tristeza, apocábase nuestra paciencia,
maldecíamos las galas del soldado y abominábamos del poco recato del
padre de Leandra. Finalmente, Anselmo y yo nos concertamos de dejar la
aldea y venirnos a este valle, donde él apacentando una gran cantidad de
ovejas suyas proprias, y yo un numeroso rebaño de cabras, también mías,
pasamos la vida entre los árboles, dando vado a nuestras pasiones, o
cantando juntos alabanzas o vituperios de la hermosa Leandra, o
suspirando solos y a solas comunicando al cielo nuestras querellas. A
imitación nuestra, otros muchos de los pretendientes de Leandra se han
venido a estos ásperos montes usando el mismo ejercicio nuestro; y son
tantos, que parece que este sitio se ha convertido en la pastoral Arcadia,
según está colmo de pastores y de apriscos, y no hay parte en él donde no
se oiga el nombre de la hermosa Leandra. Este la maldice y la llama
antojadiza, varia y deshonesta; aquél la condena por fácil y ligera; tal la
absuelve y perdona, y tal la justicia y vitupera; uno celebra su hermosura,
otro reniega de su condición, y, en fin, todos la deshonran, y todos la
adoran, y de todos se extiende a tanto la locura, que hay quien se queje de
desdén sin haberla jamás hablado, y aún quien se lamente y sienta la
rabiosa enfermedad de los celos, que ella jamás dio a nadie, porque,
como ya tengo dicho, antes se supo su pecado que su deseo.
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15. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
»No hay hueco de peña, ni margen de arroyo, no sombra de árbol
que no esté ocupada de algún pastor que sus desventuras a los aires
cuente: el eco repite el nombre de Leandra dondequiera que pueda
formarse: Leandra resuenan los montes, Leandra murmuran los arroyos,
y Leandra nos tiene a todos suspensos y encantados, esperando sin
esperanza y temiendo sin saber de qué tememos. Entre estos
disparatados, el que muestra que menos y más juicio tiene es mi
competidor Anselmo, el cual, teniendo tantas otras cosas de que quejarse,
sólo se queja de ausencia; y al son de un rabel, que admirablemente toca,
con versos donde muestra su buen entendimiento, cantando se queja. Yo
sigo otro camino más fácil, y a mi parecer el más acertado, que es decir
mal de la ligereza de las mujeres, de su inconstancia, de su doble trato, de
sus promesas muertas, de su fe rompida, y, finalmente, del poco discurso
que tienen en saber colocar sus pensamientos e intenciones; y ésta fue la
ocasión, señores, de las palabras y razones que dije a esta cabra cuando
aquí llegué; que por ser hembra la tengo en poco, aunque es la mejor de
todo mi apero. Esta es la historia que prometí contaros. Si he sido en el
contarla prolijo, no seré en serviros corto, cerca de aquí tengo mi majada,
y en ella tengo fresca leche y muy sabrosísimo queso, con otras varias y
sazonadas frutas, no menos a la vista que al gusto agradables.
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16. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
El Casar y la Juventud - Francisco de Quevedo
El casar se desposó con la juventud y de este matrimonio tuvieron
dos hijos que nacieron de un vientre: el primero llamaron Contento y al
segundo Arrepentir y murió la madre de este parto.
El contento murió muy niño, pero su hermano Arrepentir vivió
muchos años, el cual escarmentado por lo que había visto en casa de sus
padres, no quiso tomar estado y andúvose por el mundo sin dejar parte de
él que no visitase.
Al cabo de algún tiempo dio en hacer el amor a doña Viudez,
señora de tocas, la cual hacía muy pocos días que había enterrado al
Sentimiento, su marido, y como tuviese en su casa al Cumplimiento y
Soledad por criados, se aficionó al Cumplimiento, pero duróle poco la
afición, porque luego se lo llevaron a palacio para que sirviese al rey de
engaños.
Quedóse Soledad con su señora doña Viudez y la acompañó una
tarde que fueron a una junta de dones y encontró con tres amigas, con
cuya conversación se divirtió de manera que, cuando su ama doña
Viudez se quiso volver a casa, no la pudo acompañar la Soledad. Estas
tres amigas se llamaban Mirar de lado, Descubrir la mano y Pláticas
excusadas, pero de lo que sirvió este recado fue que Pláticas excusadas y
su mensajero o mediador se quedase y que a Soledad aún no se le pagase
su salario.
En esta ocasión andaba Placeres muy amartelado de la señora
Viudez y dióle sus poderes a Pláticas excusadas por cuya tercería se
vinieron a querer mucho doña Viudez y Placeres y de la primera vez que
se vieron quedó preñada Viudez de un hijo que llamaron Diversiones, en
honra del nombre de su padre.
Este hijo confirmó tanto el amor de Viudez y Placeres, que no fue
posible conseguir que viudez diese oídos a los recados con que la
solicitaba Arrepentir, el cual, despechado por esto dio en un gran
desbarro, que fue a enamorarse de una ramera pública y de todos,
llamada doña Esperanza. Con ésta, pues, se amancebó y tuvieron doce
hijos a los cuales llamaron con diversos nombres, sin que ninguno de
ellos perdiese el de la cepa e su padre.
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17. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Al primero llamaron Sufrir y llevar la carga; al segundo, Mal
infierno arda quien con vos me juntó; al tercero, Dios me dé paciencia; al
cuarto, Dios me saque de con vos; al quinto, Si yo me viera libre; el
sexto, Loco estaba yo; al séptimo, Ésta y no más; al octavo, Juzgué que
era miel y era acíbar; al noveno, ¿Qué trajiste vos?; al décimo, Otras se
gozan y yo padezco; Al onceno, ¿Quién me lo dijera a mí?; al
duodécimo, Más vale capuz que toca.
Dejo de decir otros dos hijos porque sin embargo de haber nacido
y criado en su casa, no ha habido forma que los quiera reconocer por
tales Arrepentir; estos son: Celos y Mala condición.
Viéndose con tantos hijos el Arrepentir trató de que se le diese la
franqueza y exención de que gozan los de la descendencia de los
Modorros. A este pleito salió Penseque con poder especial y lo contradijo
alegando no debía de gozar de privilegios por ser los hijos no legítimos, a
lo cual se replicó que sí lo eran, por ser nacidos muchos años antes de los
Concilios y que los había habido con palabras de casamiento, que en
aquel tiempo por no haber otro, equivalía a verdadero matrimonio. Y
estando el pleito concluso en el Tribunal de la Antigüedad, presidiendo
en él la Experiencia, se pronunció sentencia definitiva y se despachó
ejecutoria de ella, en que declararon al Arrepentir y a toda su
descendencia por libres y exceptos de consuelo y alegría, gusto, contento
y de todo bien.
Y esto como ya ejecutariado se guarda y observa inviolablemente.
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18. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
El elogio de la locura - Erasmo de Rotterdam
HABLA LA LOCURA
...¿Qué razón existe para no hablaros crudamente según mi vieja
costumbre? Responded, ¿es la cabeza, el rostro, el pecho, la mano, la
oreja u otra parte cualquiera del cuerpo, de las llamadas honestas, la que
tiene la virtud de reproducir a los dioses y a los hombres? Si no estoy
equivocado, me parece que no, y más bien es otra parte tan loca, tan
bufona, que no es posible nombrar sin reírse. Tal es el sagrado manantial
de donde procede la vida con un poco más de seguridad que del
cuaternario de Pitágoras. Aquí entre nosotros ¿quién ofrecería su cabeza
al yugo del matrimonio si hubiera pesado juiciosamente, como deberían
hacerlo los sabios, las desventajas de este estado? ¿Habría mujer que
acogiera a su marido, si los dolores del parto y los cuidados de la
educación fuéranle conocidos, o solamente si reflexionara acerca de
ellos?...
¿Cómo sería la vida, si le quitáramos el placer? veo que me
aplaudís; ya sabía que ninguno de vosotros era lo suficiente cuerdo, o
mejor, lo suficiente loco -¡vaya, me equivoco!-, quiero decir, lo
suficiente cuerdo para no ser de mi opinión. Los mismos estoicos
vuestros no desdeñan el placer aunque lo disimulen con cuidado; en
público jamás dejan de injuriarlo; mas no conviene ver en esto más que
una hábil maniobra para alejar a los demás del pastel, con el fin de que
les corresponda mayor bocado. ¿Osarían sostener estos hipócritas que
haya un sólo día en la vida que no sea triste, monótono, insípido, lleno de
enojos y de disgustos, salvo que el placer, es decir, la Locura, no
concurra a poner en él su granito de sal?...
Sin embargo, quiero ir más allá. Quiero demostraros que no existe
una acción brillante que yo no inspire, ni artes o ciencias que no sean de
mi invención. ¿La guerra no es el teatro de los hechos más ensalzados y
el tiempo donde se crían los laureles? Y no obstante, ¿hay locura mayor
que complicarse en una lucha muchas veces sin saber por qué, aunque sin
desconocer que ambos bandos han de perder más de lo que ganen? Los
que mueren son como las gentes de Megara: no se los puede contar.
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19. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Cuando dos ejércitos se hallan frente a frente, cuando resuena el
clarín ¿de qué servirían esos filósofos gastados por el estudio y débiles
hasta por sacar un suspiro de su sangre helada? ... los proxenetas, los
aldeanos, los estúpidos, los desarrapados, resumiendo: aquellos que se
llaman la hez del pueblo, son suficientes y hasta sobran para tomar los
laureles que no alcanzarán los más eximios filósofos...
En resumen, si, como Menipo, pudieseis mirar desde la luna, el
oleaje enorme del género humano, supondríais estar viendo un enjambre
de moscardones y mosquitos, peleando entre sí, luchando, tendiéndose
lazos, robándose, mofándose unos de otros, y, en fin, naciendo,
enfermando y muriendo incesantemente. Nadie podría imaginar los
trastornos y las desdichas de que es capaz un animalillo tan pintoresco y
vil y de vida tan efímera como es el hombre. En un combate, o bajo el
azote de una peste, se aniquilan y desaparecen en breve lapso millares de
personas...
Y yo misma demostraría una locura suprema y me haría acreedora a
las carcajadas de Demócrito, si pretendiese contar todas las formas de
necedad y de locura que son comunes al vulgo. Solamente, pues, quiero
tratar de aquellos mortales que gozan el concepto de sabios y han
alcanzado los laureles de Minerva, según los que les rodean. Se destacan
entre todos los gramáticos... A la misma calaña pertenecen los
escritorzuelos que corren tras de la fama perenne, componiendo libros;
mucho me deben todos ellos, en especial aquellos que emborronan el
papel con verdaderas majaderías, porque respecto de los otros, de los que
escriben doctamente por resultar gratos a un corto número de eruditos, y
que no rechazarían para críticos suyos a Persio y Lelio, los creo más bien
dignos de lástima que acreedores a la envidia; viven en una perenne
tortura; añaden, modifican, cortan, vuelven a poner, rehacen, insisten,
reservan nueve años su manuscrito, como dice Horacio, antes de
resolverse en publicarlo, y, por último, ni siquiera así están satisfechos
por completo...
En cambio, el escritor que me pertenece por completo es mucho
más feliz, porque ¿hay más dulce locura que la suya, ya que sin trabajo y
sin pasar las noches en claro escribe rápidamente todo lo que piensa, lo
que acude a la punta de su pluma y lo que sueña, sin otro gasto que un
poco de papel?
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20. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Perfectamente sabe él que cuantas más locuras escriba más
ensalzado será por la multitud, es decir, por los ignorantes y por los
tontos. ¿Qué puede importarle que tres o cuatro sabios le desprecien, si
por casualidad aciertan a leerle? ¿Qué significa el parecer de estos
hombres ante el tributo de la multitud que lo aplaude?... Pero veo que
estáis esperando una conclusión, mas ¡qué archilocos sois si pensáis que
me acuerdo de una sola palabra de todo el fárrago que os acabo de soltar.
Dice un viejo adagio: quot;Odio al convidado que posee buena memoriaquot;.
Aquí tenéis uno nuevo:quot;Aborrezco al oyente que recuerda todoquot;. ¡Adiós,
pues! ¡Continuad bien, aplaudid, vivid y bebed, ilustres prosélitos de la
Locura!...
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21. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
El Lazarillo de Tormes - Anónimo
TR
TRATADO III. CÓMO LÁZARO SE ASENTÓ CON UN
ESCUDERO Y DE LO QUE ACAESCIÓ CON ÉL.
Andando así discurriendo de puerta en puerta, con harto poco
remedio (porque ya la caridad se subió al cielo), topóme Dios con un
escudero que iba por la calle, con razonable vestido, bien peinado, su paso
y compás en orden. Miróme y yo a él, y díjome:
-Mochacho, ¿buscas amo?
Yo le dije:
-Sí, señor.
-Pues vente tras mí -me respondió-, que Dios te ha hecho merced en
topar comigo; alguna buena oración rezaste hoy.
Y seguíle, dando gracias a Dios por lo que le oí, y también que me
parescía, según su hábito y continente, ser el que yo había menester. Era de
mañana cuando este mi tercero amo topé; y llevóme tras sí gran parte de la
ciudad. Pasábamos por las plazas do se vendía el pan y otras provisiones.
Yo pensaba (y aún deseaba) que allí me quería cargar de lo que se vendía,
porque ésta era propia hora, cuando se suele proveer de lo necesario; mas,
muy a tendido paso, pasaba por estas cosas. quot;Por ventura no lo ve aquí a su
contento -decía yo-, y querrá que lo compremos en otro caboquot;. De esta
manera anduvimos hasta que dio las once. Entonces se entró en la iglesia
mayor, y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios
divinos, hasta que todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la
iglesia; a buen paso tendido, comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba
el más alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de
comer. Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se
proveía en junto, y que ya la comida estaría a punto y tal como yo la
deseaba y aun la había menester. En este tiempo dio el reloj la una después
del medio día, y llegamos a una casa ente la cual mi amo se paró, y yo con
él, y derribando el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave
de la manga, y abrió su puerta, y entramos en casa. La cual tenía la entrada
oscura y lóbrega de tal manera, que paresce que ponía temor a los que en
ella entraban, aunque dentro della estaba un patio pequeño y razonables
cámaras.
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22. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Desque fuimos entrados, quita de sobre sí su capa, y preguntando si
tenía las manos limpias, la sacudimos y doblamos, y muy limpiamente,
soplando un poyo que allí estaba, la puso en él; y hecho esto, sentóse cabo
de ella, preguntándome muy por extenso de dónde era, y cómo había
venido a aquella ciudad.
Y yo le di más larga cuenta que quisiera, porque me parescía más
conveniente hora de mandar poner la mesa y escudillar la olla, que de lo
que me pedía. Con todo eso, yo le satisfice de mi persona lo mejor que
mentir supe, diciendo mis bienes y callando lo demás, porque me parescía
no ser para en cámara. Esto hecho, estuvo ansí un poco, y yo luego vi mala
señal, por ser ya casi las dos y no le ver más aliento de comer que a un
muerto. Después de esto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con
llave, ni sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por la casa; todo lo
que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni
mesa, ni aun tal arcaz como el de marras. Finalmente, ellas parescía casa
encantada. Estando así, díjome:
-Tú, mozo, ¿has comido?
-No, señor -dije yo-, que aún no eran dadas las ocho cuando con
Vuestra Merced encontré.
- Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y cuando ansí como
algo, hágote saber que hasta la noche me estoy ansí. Por eso, pásate como
pudieres, que después cenaremos.
Vuestra Merced crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer
de mi estado, no tanto de hambre como por conoscer de todo en todo la
fortuna serme adversa. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas, y
torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a la memoria la consideración
que hacía cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que, aunque aquel
era desventurado y mísero, por ventura toparía con otro peor; finalmente,
allí lloré mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con
todo, disimulando todo lo que pude, le dije:
-Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios:
de eso me podré yo alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y
ansí fui yo loado della hasta hoy día de los amos que yo he tenido.
-Virtud es esa -dijo él-, y por eso te querré yo más: porque el hartar
es de los puercos, y el comer regladamente es de los hombres de bien.
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23. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
quot;¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí-. ¡Maldita tanta medicina y
bondad como aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!quot;.
Púseme a un cabo del portal, y saqué unos pedazos de pan del seno,
que me habían quedado de los de por Dios. El, que vio esto, díjome:
-Ven acá, mozo. ¿Qué comes?
Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo, de tres
que eran, el mejor y más grande, y díjome:
-Por mi vida que paresce éste buen pan.
-¡Y cómo agora -dije yo-, señor, es bueno!
-Sí, a fe -dijo él-. ¿Adónde lo hubiste? ¿Si es amasado de manos
limpias?
-No sé yo eso -le dije-; mas a mí no me pone asco el sabor dello.
-Así plega a Dios -dijo el pobre de mi amo.
Y llevándolo a la boca, comenzó a dar en él tan fieros bocados como
yo en lo otro.
-Sabrosísimo pan está -dijo-, por Dios.
Y como le sentí de qué pie coxqueaba, dime priesa, porque le vi en
disposición, si acababa antes que yo, se comediría a ayudarme a lo que me
quedase. Y con eso acabamos casi a una. Comenzó a sacudir con las
manos unas pocas de migajas, y bien menudas, que en los pechos se le
habían quedado, y entró en una camareta que allí estaba y sacó un jarro
desbocado y no muy nuevo, y, desque hubo bebido, convidóme con él. Yo,
por hacer del continente, dije:
-Señor, no bebo vino.
-Agua es -me respondió-. Bien puedes beber.
Entonces tomé el jarro y bebí, no mucho, porque de sed no era mi
congoja. […]
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24. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
El monte de las ánimas - Gustavo Adolfo Bécquer
La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las
campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta
tradición que oí hace poco en Soria. Intenté dormir de nuevo; ¡imposible!
Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al
que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla,
como en efecto lo hice. Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he
escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir
los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche. Sea
de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se
reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca,
es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos
que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es
imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las
ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del
monte.
-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque
aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu
yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te
contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes
de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos
juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a
bastante distancia. Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos
términos la prometida historia:
-“Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los
Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios
eran guerreros y religiosos a la vez.
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25. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas
tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello
notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido
defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos
de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio
profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza
abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los
segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de
las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a
sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su
manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada
expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la
tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus
hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte
quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar
tuvieron un sangriento festín.
Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita
ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los
religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos
amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Desde entonces dicen que
cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la
capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus
sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los
zarzales.
Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan
horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las
huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le
llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes
que cierre la noche”. La relación de Alonso concluyó justamente cuando
los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad
por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de
incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras
calles de Soria.
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26. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
II
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta
chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo
resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que
alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba
los emplomados vidrios de las ojivas del salón. Solas dos personas
parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz
seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la
llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules
pupilas de Beatriz. Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos
tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el
principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo
lejos con un tañido monótono y triste.
-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo
silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para
siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y
guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he
oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de
mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has
vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento
que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una
memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a
Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El
joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué
hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha
prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el
ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una
prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia
debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a
Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó
un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
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27. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo
ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el
mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para
tomar la joya, sin añadir una palabra. Los dos jóvenes volvieron a
quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que
hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los
vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas. Al
cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de
este modo:
-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así
como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un
recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima,
que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro
derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha
manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil
expresión de sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que
por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu
alma?
-Sí.
-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como
un recuerdo.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de
su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
-No sé.... en el monte acaso.
-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose
caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en
toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún
podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he
llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi
juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza.
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28. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he
muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he
combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida,
y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra
noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin
embargo, esta noche... esta noche.
¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan,
la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte
comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las
malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar
de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o
arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que
arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en
los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono
indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía
la leña, arrojando chispas de mil colores:
-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por
semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado
el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que
Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido
como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como
para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y
con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún
inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero
cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba
al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho
que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se
debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último. Las viejas, en
tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba
en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
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29. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
III
Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto
de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía,
cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de
oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado
inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el
día de difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles
cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero,
nervioso. Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre
sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y
entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre;
pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía
en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón,
procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia.
Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un
chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que
daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido
sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después
silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media
noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de
perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y
vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan,
respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos
involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya
aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las
cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la
mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio. Veía, con esa
fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se
movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un
punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
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ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la
almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres
gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una
conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un
esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más
inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado
de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban
sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi
imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa
como madera o hueso.
Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que
estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y
arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el
aliento. El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana
caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se
dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria,
unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los
difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche
aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su
temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una
noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del
día!
Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de
sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo,
sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas:
sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que
perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso. Cuando sus
servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito
de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos
entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil,
crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del
lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios,
rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
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ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
IV
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador
extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las
Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera,
refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los
antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la
capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y,
caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una
mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y
sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la
tumba de Alonso.
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ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Mi reloj - Mark Twain
Mi excelente reloj anduvo como un reloj por espacio de un año y
medio. No adelantaba ni atrasaba; no se detenía. Su máquina era el
arquetipo de la exactitud. Llegué a juzgar que mi reloj era infalible en sus
juicios acerca del tiempo. Se adueñó de mí la convicción de que la
estructura anatómica de mi reloj era imperecedera. Pero no sospeché que
algún día -o más bien, una noche- lo iba a dejar caer. El accidente me
afligió y lo consideré un presagio de males mayores. Poco a poco logré
serenarme y sobreponerme a mis presentimientos supersticiosos. No
obstante, para mayor seguridad llevé? mi reloj a la casa más acreditada
en el ramo, con la intención de que lo revisara un especialista de
indiscutida pericia. El jefe de¡ establecimiento examinó minuciosamente
el reloj y declaró:
-Atrasa cuatro minutos. Hay que mover el regulador.
Quise detener el impulso de aquel individuo y hacerle comprender
que mi reloj no atrasaba. Fue inútil. Agoté todos los argumentos lógicos,
pero el relojero insistía en que mi reloj atrasaba cuatro minutos y que, por
consiguiente, se debía mover el regulador. Me agité angustiosamente,
supliqué clemencia, imploré para que no se atormentase a esa máquina
fiel y precisa. Pero el verdugo consumó &la e imperturbablemente su
acto infame.
Tal como era previsible, el reloj empezó a adelantar. Cada día
corría más. Pasó una semana y el apuro de mi reloj anunciaba una locura
febril. inequívoca. El andar de la máquina se aceleró hasta alcanzar
ciento cincuenta pulsaciones por minuto. Y así pasaron otra semana, y
otra, y otra. Pasaron dos meses y mi reloj dejó atrás a los mejores relojes
de la ciudad. Dejó atrás las fechas del almanaque y tenla un adelanto de
trece días. Siguió transcurriendo el tiempo, pero el de mi reloj siempre
transcurría con mayor rapidez, hasta alcanzar una celeridad vertiginosa.
Aún no daba octubre su último adiós para despedirse y ya mi reloj estaba
a mediados de noviembre, disfrutando de los atractivos de las primeras
nevadas. Pagué anticipadamente el alquiler de la casa; pagué los
vencimientos que no habían llegado a su fecha; hice mil desembolsos por
el estilo, al punto de que la situación llegó a presentar caracteres
alarmantes. Fue indispensable recurrir nuevamente al relojero.
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ANTOLOGÍA LITERARIA - NARRACIÓN
Este individuo me preguntó si ya se habla hecho alguna
compostura al reloj. Respondí que no, como era verdad, pues jamás habla
requerido intervención alguna. El relojero me miró con júbilo perverso y
abrió la tapa de la máquina. De inmediato colocó delante de uno de sus
ojos no sé qué instrumento diabólico de madera negra y examinó el
interior de¡ excelente mecanismo.
-Resulta indispensable limpiar y aceitar la máquina -dijo el
experto- La arreglaremos después. Vuelva dentro de ocho días.
Mi reloj fue aceitado y limpiado; fue arreglado.
A consecuencia de ello comenzó a marchar con lentitud, como
una campana que suena a intervalos largos y regulares. No acudí a las
citas, perdí trenes, me retrasé en los pagos. El reloj me decía que faltaban
tres días para un vencimiento, y el documento era protestado. Llegué
gradualmente a vivir en el día anterior al real, luego en la antevíspera,
más tarde con una semana de atraso y finalmente en la quincena que
precedía a la fecha respectiva.
Era el mío el caso de un descuidado, de un solitario que se había
aislado de quienes llevaban. existencia normal, de cuya sociedad me iba
distanciando poco a poco hasta quedar instalado en una zona remota del
tiempo. Empecé a sentirme identificado con la momia del museo y a
menudo me aproximaba a ella para comentar los últimos
acontecimientos. Volví a poner mis esperanzas en la intervención de un
relojero.
Este individuo desarmó la máquina puso las partes constitutivas
ante mi vista y acabó por explicarme que el cilindro estaba hinchado.
Pidió tres días para reducir aquel órgano fundamental a sus dimensiones
normales. Una vez reparado, el reloj comenzó a indicar la hora media,
pero se obstinó en no proporcionarme indicación más precisa. Al aplicar
el oído creí percibir en el interior de la máquina ruidos semejantes a
ronquidos y ladridos, a resoplidos y estornudos. Mis pensamientos se
extraviaron de su cauce normal. ¿Qué reloj era ése que me perturbaba a
tal punto? Al mediodía se superaba la crisis. Por la mañana había
sobrepasado a todos los relojes del barrio: por la tarde se adormecía o
divagaba en ensueños quiméricos, y todos los relojes lo dejaban atrás.
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34. PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS
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Al cabo de las veinticuatro horas diarias de la revolución que
sigue nuestro Maneta, un juez imparcial hubiera dicho que mi reloj se
mantenía dentro de los justos límites de la verdad. Pero el tiempo medio
en un reloj es como la virtud a medias en una persona. Yo acompañaba a
mi reloj y me resultaban insoportables sus alteraciones cotidianas. Decidí
acudir a otro relojero.
El nuevo experto dictaminó que estaba roto el espigón de escape
del áncora. ¿Eso era todo? :Exterioricé la infinita alegría que rebozaba de
mi corazón. Debo reconocer en esta nota confidencial que, yo no sabía en
absoluto qué era el espigón de escape del áncora; pero me contuve para
no dejar la impresión de ignorancia ante un extraño. Se hizo la
compostura. Mi desdichado reloj perdió por un lado lo que ganó por el
otro. En efecto, partía al galope y se detenía súbitamente; volvía a iniciar
la carrera y se paraba de nuevo, sin que le importara, esa regularidad de
movimientos que constituye la principal cualidad de un reloj respetable.
Siempre que daba uno de aquellos saltos percibía en el bolsillo una
vibración tan intensa como si un fusil hubiese reculado al dispararse. En
vano hice poner un forro de algodón en el chaleco. Era necesario adoptar
medidas mucho más heroicas para aminorar efecto tan explosivo. Recurrí
a otro relojero.
Este último apeló a su lente, desmontó el reloj y tomó las piezas
con la pinza, como hablan hecho sus colegas. Después de la obligada
pericia me informó:
-Habrá dificultades con el regulador.
Devolvió el regulador a su sitio y procedió a limpiar toda la
máquina. El reloj marchaba perfectamente bien. Sólo había un detalle
intrascendente, que alteraba su comportamiento: cada diez minutos,
invariablemente, las agujas se adherían como las hojas de una tijera y
mostraban la más decidida Intención de seguir juntas. ¿Qué filósofo, por
inmensa que fuese su sabiduría, podía enterarse de la hora con un reloj de
tal especie? Fue indispensable remediar los contratiempos de un estado
tan desastroso.
-El cristal -me indicó la persona caracterizada por sus méritos a
quien acudí en busca de auxilio-, es el cristal y nada más que el cristal.
Allí está la causa de lo que Ud. atribuye a las agujas. Si éstas no pueden
girar libremente, se traban. Además hay que reparar algunas rueditas... en
realidad, casi todas.
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El relojero demostró considerable tino, y desde entonces la
máquina comenzó a funcionar con toda regularidad. ¡Dios bendiga al
relojero! Pero debo' señalar un hecho muy singular: después de llevar
cinco o seis horas el reloj en el bolsillo de mi chaleco, advierto
inesperadamente que las agujas giran en forma vertiginosa, al punto de
que ya no puedo identificarlas con exactitud. Sobre el cuadrante, sólo se
veta algo así como una sutil telaraña en movimiento. En apenas seis o
siete minutos el reloj cumplió la tarea que en sus congéneres normales
requiere veinticuatro horas.
Con el corazón deshecho, acudí a otro experto. Mientras el
relojero examinaba el mecanismo, por mi parte me dediqué a examinar al
relojero. Mi atención no le iba en zaga a la suya. Al terminar la pericia,
me dispuse a someterlo a un severo interrogatorio, pues no se trataba de
una cuestión negligible. El reloj me costó doscientos dólares cuando lo
obtuve en el establecimiento en que me lo vendieron, y ya llevaba
gastados en reparaciones la suma de tres mil adicionales. Sin embargo,
una circunstancia modificó mis propósitos. En aquel relojero acababa de
reconocer a un viejo conocido, a uno de los miserables con los que me
habla encontrado en el camino de mi calvario. No habla duda: ese
individuo era más diestro en clavar remaches a una locomotora de tercera
mano que en componer un reloj. El bandido procedió a su examen, tal
como he dicho, y pronunció su veredicto con la certidumbre propia de los
miembros del gremio:
-De esta máquina podría decirse que produce mucho vapor. Hay
que dejar abierta la válvula de seguridad.
-Así que la válvula de seguridad! Eres un inútil.
Le apliqué tal golpe en la cabeza que el delincuente murió en el
acto. No pude contenerme. En consecuencia debí pagar los gastos de
sepelio,
Cuánta razón tenía mi tío William -que Dios lo tenga en su gloria-
cuando decía que un caballo es bueno hasta que adquiere su primera
maña y que un reloj deja de servir en el mismo momento en que los
relojeros le hacen la primera compostura.
Me preguntabas, querido tío, qué oficio adoptan los zapateros,
herreros, armeros, mecánicos y plomeros que fracasan en su elección
inicial. ¿Sabes qué oficio adoptan, querido tío? Pregúntaselo a mis tres
mil dólares gastados en hacer inservible un excelente reloj.
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