1. RUIDO VIOLENTO EN “CAMIONES EN LA CABEZA”
La obra de Alejandro García es para un
servidor algo de lo aquí expuesto y espera
ser otras cosas en la medida en que
encuentre nuevos lectores u otros lectores,
quienes podrán, no lo dudo, descubrir
aspecto que yo no he notado; o que sólo
percibo de manera superficial.
Gerardo Ávalos1
I
En medio de la melancolía casi todo es literatura, pero después de la zozobra, cuando las
partes del alma resucitan y se recobra la fe en aquellos caminos desandados; la estética
cobra importancia, el valor semántico de la palabra se restaura, la estructura deja la
ingenuidad y el discurso es todo menos “bonito”. Como lo señalaba Maupassant, los
lectores buscan satisfacer con los textos literarios diferentes necesidades, habrá personas
que soliciten algo de consuelo en la lectura; quizá pidan, ayúdeme a llorar, pero en otras
ocasiones desearán, hágame pensar. Las necesidades son variadas pero el texto permanece
inmóvil y sujeto a la interpretación del lector, subordinado a una necesidad específica.
“Camiones en la cabeza” es un cuento del escritor guanajuatense Alejandro García,
relato que forma parte del libro A usted le estoy hablando (1980) y está dotado de
elementos que bien pueden responder a varias necesidades del lector, como provocar el
llanto, sorprender, indignar, hacer reír; pero en este caso concreto, se pretende lo que
señalaba Hemingway, buscar lo que hay debajo de la punta del iceberg, porque el texto -en
su sentido general- es tan benigno que guarda silencio mientras el lector especula, glosa una
y otra vez o vuelve líneas atrás para entender lo que se encuentra bajo el agua. No se trata
de un discurso fugaz, es una historia sujeta a la permanencia de la escritura, disponible a
cualquier crítica y soportada por su literariedad.
El cuento “Camiones en la cabeza” situado históricamente en 1975, trata sobre una
mujer que sufre a consecuencia del remordimiento, constantemente resuena el motor de los
1
Alejandro García, (Prólogo) Gerardo Ávalos, El problema de los bandos, Ediciones SPAUAZ, México
2004, p. 10.
2. camiones a pesar del silencio, el ruido vive en su imaginación y desde ahí la tortura. Los
vehículos se le subieron a la cabeza -según palabras de ella- desde que su niño perdió las
manos por su culpa; una ocasión lo amarró de un árbol, lo dejó colgado durante mucho
tiempo, el necesario para que se le gangrenaran las manos e irremediablemente se las
amputaran. La fábula muestra una locura en la mujer, la tragedia del pobre, le machismo
del hombre, pero también muestra una violencia motivada por el inconsciente de los
personajes, violencia que invita, como lo diría Erich Fromm, a reconocer “[…] sus raíces,
su desarrollo y la energía de que está cargada”.2
II
De acuerdo con Lipovetsky algunos rasgos de la posmodernidad se caracterizan por brindar
a las personas la posibilidad de adoptar posiciones contradictorias; ser ecologistas y
consumistas, ser espontáneo y sofisticado al mismo tiempo. En síntesis señala que se
desarrollan lógicas duales, correspondencias flexibles de las antinomias.3
El concepto de
violencia también se trata en la sociedad desde la misma óptica, se satanizan actos
agresivos, ya sea la destrucción del bien público, el maltrato infantil y animal, con una
euforia fugaz, ya que se conduele de las imágenes de asesinados que aparecen en las redes
sociales, pero desatiende lo cercano. Como lo señala Marina Arjona “Estoy convencida de
que vivimos el maltrato casi diariamente, de que estamos inmersos en la cultura del
maltrato, y considero, igualmente, que ni siquiera nos percatamos con claridad de ello”.4
La violencia juzgada con severidad pero ejercida con múltiples justificaciones,
exhibida en lo público como algo detestable, pero arropada con naturalidad en las
relaciones más próximas. La visión posmoderna que juzga como un acto de catarsis más
que de comprensión, no permite reconocer que en la violencia existen raíces que originan la
problemática y que su desarrollo se da en el entorno cotidiano. Alejandro García en
“Camiones en la cabeza” coloca frente al lector esta situación violenta de tipo compleja,
2
Erich Fromm, El corazón del hombre, Fondo de Cultura Económica, México 2013 (trigésima reimpresión),
p. 20.
3
Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, España 2010 (9ª edición), p.11.
4
Marina Arjona Iglesias “Un punto de vista sobre el maltrato”, en Pinos 97, jornadas de ciencia y vida 2001,
Edĕre, Pinos, Zacatecas, 2001.p. 55.
3. que rehúye al juicio fácil y permite valorar las acciones de los personajes desde una postura
distinta al encasillamiento superficial.
Erich From plantea diferentes tipos de violencias, las cuales se clasifican de acuerdo
con su finalidad, su desarrollo y la energía que encarnan. La idea ya plantea que la
violencia, por muy detestable que sea, cuenta con matices, que si bien no determinan la
aceptación, sí una mejor comprensión del concepto. El relato de Alejandro García descarga
el desarrollo de la historia en un narrador equisciente, forma que permite acceder a un
punto de vista interno, donde no sólo se valora lo que ocurre y cómo sucede, sino que está
filtrado por la óptica del participante, en este caso, quien ejerce la violencia y sobre quien
recae la culpa. La estrategia narrativa coloca en entre dicho la visión inquisitiva e impide,
en cierta forma, el juicio fácil de alguien que indirectamente corta las manos a su hijo.
El cuento comienza con el recuerdo de la protagonista que se remonta a la infancia,
cuando corría y se divertía echando pompas de jabón. En los primeros renglones se
vislumbran destellos de violencia cuando señala “[…] antes de que mi madre nos hablara
para pedirnos cuentas por malgastarlo”.5
Pedir cuentas infiere una carga semántica de corte
violento, estado autoritario en el que hay un castigado y un castigador, concretamente, la
madre ejerce la violencia como un acto necesario, porque se pretende educar a la niña para
que sea buena mujer. Anïs Nin señala desde una postura crítica que el verdadero enemigo
de los hijo(a)s, en algunos casos, son las conductas que enseñan las madres y las abuelas,
quienes actúan como reproductoras de estereotipos de violencia justificados por la
educación.
From clasifica a este tipo de violencia como reactiva “[…] se emplea en la defensa
de la vida, de la libertad, de la dignidad, de la propiedad, ya sean las de uno o las de otros”
En este caso la dignidad es el fundamento, debido a que se busca generar en el otro rectitud
y respeto a los valores, lo cual, forma una persona digna ante los ojos de la sociedad. De
manera complementaria la narradora menciona que su madre jamás fue indigna, pues no
anduvo ofreciendo las bragas a cualquier hijo de vecina. La madre se erige como un buen
ejemplo, por ello no se cuestionan las formas de educación que ejerce, porque esas
5
Op. Cit., Alejandro García. p. 11.
4. acciones, por muy inaceptables que parezcan tendrán como fondo heredar a las hijas e hijos
lo que se considera digno.
La violencia reactiva se institucionaliza en la familia. From afirmaba que no se
caracteriza por ser el resultado de las pasiones irracionales, sino que hay un cálculo
racional, ya que se da una proporcionalidad entre fin y medios.6
Es por ello que la madre no
considera negativo infringir castigos corporales. “Pero dígame con toda sinceridad si en
esos casos no es lo mejor meterles a los hijos lo crudo de la vida a punta de fregadazos. A
mí me pegaron mucho y fíjese que mala no soy”.7
En esta frase el personaje desvela
creencias respecto a la forma de educar, la violencia como bruma que oculta la dualidad de
miedo y respeto, conceptos muy ambiguos en la cultura y que frecuentemente se
confunden.
La violencia reactiva aparece por parte de la madre, busca el bien del hijo y
mediante los golpes intenta hacer de su chamaco alguien de provecho. Para su desgracia el
padre es la contra parte, es quien solapa los malos comportamientos y quien en un duelo de
autoridad adopta la posición permisiva, aquella que le haga merecedor del cariño del hijo,
contradiciendo los actos violentos de la madre. Por ello cuando la mujer le decía de los
malos comportamientos del chico, el padre la ignoraba, la hacía sentir como alguien
inservible y sus quejas eran sólo una retahíla de asuntos intrascendentes. También aparece
el poder económico, el soborno emocional, pues el padre le daba dinero al niño para que
comprara dulces a pesar de que se lo negaba a la madre para que comprara el mandado de
la casa.
Otro aspecto de la violencia reactiva es la frustración. La madre al enfrentarse a la
tarea de educar a su hijo de manera casi solitaria, ejerce con mayor fuerza la violencia,
decidida a contrarrestar el mal ejemplo del padre, quien adormece sus responsabilidades
frente al televisor y bebiendo cerveza. El jefe de familia, como actos de catarsis, insulta al
árbitro y recrimina la torpeza de los futbolistas al no realizar una buena jugada. Las
manifestaciones de la frustración aparecen cuando la mujer expresa que siente ganas de
6
Op. Cit., El corazón del hombre, Fondo de Cultura Económica, México 2013 (trigésima reimpresión), p. 21.
7
Op. Cit., Alejandro García, p. 12.
5. salir y correr al cerro, desear su muerte o insinuar que hubiera sido mejor que su hijo
hubiera muerto a causa de las patadas que le propinó su esposo durante el embarazo.
De la frustración aparecen los celos, pero no hace referencia a una realidad concreta,
sino que viene de las actrices desnudas que aparecen en las películas Bellas de noche y
Aunadar Anapu (El hombre que bajó del cielo). Cuando su esposo la invita al cine y la
acaricia recuerda aquellos tiempos cuando eran novios, pero ella sabe que ahora no es el
objeto del deseo, sino que es la sensación corporal de lo que su esposo imaginaba “[…]
aunque yo sabía y sé que no me acariciaba a mí, que creía estar con las de la película”.8
Se
resigna a ser objeto, a recoger las caricias que no eran para ella pero que le ayudaban a
formar la ilusión de que su esposo aún la deseaba, aún le quería un poquito, sin importar
que otras fueran su inspiración.
La mujer se enfrenta a la frustración en reiterada ocasiones, cuando su esposo la
ignora frecuentemente, cuando la golpea y cuando su hijo la desobedece, es por ello que
desarrolla el deseo de venganza, tan inconcebible en la figura materna, pero que se gesta en
varios momentos cuando se trata del inconsciente. From señala: “En la violencia vengativa,
por otra parte, el daño ya ha sido hecho, y por lo tanto la violencia no tiene función
defensiva. Tiene la función irracional de anular mágicamente lo que realmente se hizo”.9
La
madre, de manera inconsciente, fragua un endurecimiento a partir de la mala conducta del
niño, va sucumbiendo a sus impulsos; cuando su esposo le pregunta por el hijo ella
“todavía con el coraje, la rabia y el diablo adentro”.10
Le responde que fue de visita con la
vecina.
La mujer en un fragmento del relato intenta engañar hasta a su confesora, al igual
que lo hizo con su esposo, le dice que no recordaba que su muchacho estaba dentro del
corral; sin embargo, reacciona y en un dejo de sinceridad reconoce que sí lo sabía, pero
añade que su violencia era justificada porque el chamaco le había roto un despertador viejo,
además de llorar como chango después de que le dio un guamazo en la cara. La violencia
que aparece es demasiada a cambio de un despertador y un llanto que surge a consecuencia
del golpe. La venganza es la justificación a pesar de que arquetípicamente sea poco
8
Ibidem, p. 16.
9
Op. Cit., Erich Fromm, p. 25.
10
Op. Cit., Alejandro García, p. 16.
6. concebible; sin embargo, al identificar cómo surge la venganza resulta hasta cierto punto
comprensible: “El material psicológicamente demuestra que la persona madura y
productiva es menos impulsada por el deseo de venganza que la persona neurótica que
encuentra dificultades para vivir independientemente y con plenitud […]”.11
La madre,
quien recibe violencia física, económica y psicológica, encuentra en el hijo la oportunidad
de venganza, ya que su vida nunca fue plena y no tuvo independencia del hombre.
La venganza no es total ni consciente, por ello al recobrar la paz, sobreviene el
remordimiento y aparece la pérdida de la fe, como lo señala From: “Estrechamente
relacionada con la violencia vengativa está una fuerza de destructividad debido al
quebrantamiento de la fe”.12
La madre ha perdido la fe, por ello comienza a odiar la vida, a
sentir que respirar implica un constante martirio, un zumbar perpetuo de motores que le
aturden la cabeza al grado de gritar: “Ay no, si le digo que todo esto es un pinche
infierno”.13
La vida está reducida a una tortura, al dolor que asciende porque en su cabeza
resuenan los más variados sonidos, no simplemente el motor de los camiones, sino las
turbinas de aviones, las calderas de la fábricas, el silbido de las locomotoras, un ruido que
le roba toda posibilidad de paz.
La madre pierde la fe y en contraste el niño la mantiene. La oposición genera una
especie de humor ácido cuando se mezcla con la inocencia de ambos. De esta situación
aparecen expresiones populares, esas que resucitan al lenguaje opaco, a las palabras
desgatadas del habla cotidiana. Cuando la mujer intenta explicar y justificarse por dejar a su
hijo colgado de las manos dice: “Yo le doy y le doy vueltas a las cosas, imaginado que con
los carambazos se alargó y luego se fue encogiendo”.14
También sufre al contar: “Luego
vienen y le dicen a una que hay manos artificiales, pero con qué le compramos manos de
hule; qué digo manos, si de puro milagro se le salvaron los codos, quedó como la mona que
sale retratada en los cerillos”.15
Las expresiones involuntarias hacen de la tragedia algo
chusco que le trasladan culpa al lector al sonreír de algo tan triste como es la amputación de
11
Op. Cit., Erich Fromm, p. 24.
12
Ibidem, p. 25
13
Op. Cit., Alejandro García, p. 17.
14
Ibidem, p. 15.
15
Ibidem, p. 14.
7. las manos de un niño o como el hecho de que el chamaco ni siquiera se pueda rascar los
piquetes de los zancudos.
El niño también genera tensión entre la risa y el dolor, su fe no se quebranta,
permanece porque aún no ha cobrado conciencia de su nueva condición. “mira mamá siento
las manos pero se me hicieron invisibles […] Y luego, cuando le dijeron que se las habían
mochado: ¿verdad mamá que me van a volver a crecer las manos?”.16
La inocencia lleva al
lector a condolerse, porque el lector ha tomado consciencia antes que el personaje. La
pérdida de la fe de la madre permite al lector imaginar el futuro del pequeño, el contexto
donde se desarrolló le vaticina descuido y sufrimiento. La violencia originada por distintos
motivos ha llevado a los personajes a un lugar del que difícilmente podrán salir bien
librados, un infierno que no termina porque no le encuentran lógica a la nueva realidad que
les toca vivir.
III
Al leer el texto “Camiones en la cabeza”, salta a la vista el aspecto de la violencia y
pareciera que se reproduce la visión arquetípica del macho que le atisba golpes a su esposa
protegido bajo el manto de la impunidad cultural, pero el texto ofrece más posibilidades
que las aparentes. El relato de Alejandro García está construido por elementos que revelan
los matices del concepto violencia, el cual se reduce muchas veces a la ofensa o a los
golpes; no obstante, aparece en diferentes planos, impulsada, en varios casos, por factores
diversos.
Las madres aparecen como reproductoras de violencia, como legitimadoras del
manazo o del tiro libre con chancla, se justifica la cachetada hacia los hijos porque está
encaminada a buscar la rectitud, pero cuando la violencia es constante, el ascenso es
irreconocible porque el fin último de la represión es el respeto a las normas, por ello se
castiga hasta llegar a situaciones que rayan en el salvajismo. El discurso de la madre
destaca una lucha constante entra la culpa y la justificación, por una parte le duele que su
hijo no pueda rascarse los piquetes de los zancudos y por otra intenta convencerse de que
16
Ibidem, p. 13.
8. los castigos son necesarios para que los niños se eduquen y no tuerzan el camino de la
honestidad.
La madre se enfrenta a una frustración pocas veces reconocida tanto por la sociedad
como por la propia madre. Las representaciones sociales, reflejo del sentido común,
evidencian el nulo valor que se le otorga al trabajo de la mujer en el hogar. Susana Dillon
narra en Las locas del camino que en ocasiones cuestionaban a la mujer ¿Trabajas? Y ella
respondían: no, soy ama de casa, desocupada. Este menospreciar el trabajo en el hogar
genera en muchas mujeres insatisfacción porque es una labor que, como dicen ellas “no se
ve”, es una especie de castigo prometeico en el que la pila de trastes crece a mañana tarde y
noche, donde el polvo se posa cada mañana sobre todos los muebles, esa falta de
reconocimiento origina frustración, rencor que se escapa mediante una violencia permitida.
La madre, quien de manera impulsiva decide vengarse, siente celos y termina como
ejecutora frustrada porque los remordimientos la torturan, es un personaje envuelto por la
violencia, que la ejerce, pero sin darse cuenta, pero que desgraciadamente es ella quien
recoge los frutos de ese contexto en el que le tocó desenvolverse, por ello siente tristeza
cuando las personas la juzgan, cuando la miran como si oliera mal y prefieren injuriarla
antes que intentar comprenderla. “Camiones en la cabeza” genera una visión sobre la
violencia con un alto grado de complejidad, que rehúye a ubicar a la madre como villana o
mártir.
9. Bibliografía
ARJONA, Iglesias Marina, “Un punto de vista sobre el maltrato”, en Pinos 97, jornadas de
ciencia y vida 2001, Edĕre, Pinos, Zacatecas, 2001.
DILLON, Susana, Las locas del camino, Universidad Nacional de río Cuarto, Argentina
2005.
FROMM, Erich, El corazón del hombre, Fondo de Cultura Económica, México 2013
(trigésima reimpresión).
GARCÍA, Alejandro, El problema de los bandos, Ediciones SPAUAZ, México 2004.
LIPOVESTSKY, Gilles, La era del vacío, Anagrama, España 2010 (9ª edición), p.11.