La gallina Juana siempre quiso volar. Tras un intenso entrenamiento que incluyó dejar de fumar y hacer ejercicio, logró volar por primera vez para escapar de ser cocinada. Desde entonces visita diferentes corrales volando, donde es recibida de maneras diferentes, y regresa cada noche a dormir junto a un gallo en ruinas de un campanario, con quien habla sobre sus viajes.
2. La gallina Juana estaba ya un poco fondona y madurita cuando por fin comprendió que lo único que deseaba con toda su alma en esta vida era volar. Pero volar de verdad. No con esos vuelos cortos, raquíticos y medio espantados de encaramarse a los cajones con paja del ponedero, o de picotear los racimos más bajos de la parra, o de mudarse del segundo al cuarto palo del gallinero, o de rehuir desaforadamente a los amos cuando presentía que iban a por ella para prepararla en Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
3. pepitoria. No. Juana Gallina quería deslizarse por el cielo como los cirros, y cruzar el océano. Las demás gallinas pensaban que estaba chiflada y, a juzgar por la pinta de su cresta, llevaban razón. Pero ella no se dejaba desanimar. Su corazón correoso y de carnes de vieja gallina anhelaban volar por encima de todo. Y debía apresurarse, porque ya no le quedaba demasiado tiempo. Así que Juana Gallina se sometió a un programa Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
4. de entrenamiento intensivo y magnífico, que la ocupaba la mayor parte de las horas del día y de la noche. Antes de nada, tuvo que dejar de fumar. Fue lo más duro, pues ya se sabe que las gallinas fuman a escondidas desde jovencitas. Por eso su cacareo es como la tos con flemas de un bronquítico, y disimulan tanto. Al contrario que el gallo, que se exhibe y no admite otros humos que lo que él se da. Con un tesón inhumano, Juana Gallina, consiguió Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
5. desintoxicarse. Ayunó durante dos días y pico, y luego se puso a régimen. Era esencial que adelgazara. Dejó de comer piensos descompuestos, papillas de pan y desperdicios. Dejó de picar lombrices entre horas, y solo se alimentaba con granos integrales de trigo y de cebada. A la vez hacía ejercicio sin parar, practicando unas tablas de gimnasia sueca con las que acababa planchada. Perdió, o con tanto ajetreo no sabía dónde los Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
6. había puesto, varios milímetros de cadera, de muslos, de pechuga… ¡y hasta de entresijos! Fortaleció sin misericordia sus abdominales, y las musculatura encargada de mover las alas adquirió elasticidad y potencia, pese a costarle muchísimos sudores porque esos precisos músculos los tenía atrofiados desde hacía cien mil generaciones. Por si fuera poco, Juana debía superar el vértigo terrible que padecen todas las de su especie. (Los gallos no, que para eso son altivos.) Las Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
7. gallinas han de apretar los ojos y fingirse dormidas si no quieren marearse hasta la médula en cuanto se suben a la mínima altura. Juana Gallina lo combatía abriendo los suyos como platos desde el último travesaño del gallinero. Y a menudo pasaba así la noche, en vela. Al final Juana Gallina había rebajado grasa hasta en la chiflada cresta. Pesaba cerca de ochocientos cincuenta gramos menos, y sus compañeras de corral e incluso sus señores la Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
8. despreciaban, eso sí, olímpicamente. Todos la veían famélica y hecha una birria. Los granjeros estaban esperando a que engordara un poco para retorcerle el pescuezo y depositarla después en la olla funeraria. Pero terminaron por cansarse. Un día, decididos a que al menos sirviera para consolar un simple caldo, la acorralaron en el rincón de la tinaja. Casi la tenían sujeta cuando Juana Gallina, ante el asombro general y su propio asombro, levantó el vuelo. Se tiró hacia lo Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
9. alto con el coraje y la fuerza de saber que le iba en ello más que la vida y el sueño de su vida. De una tirada pasó por encima de los hombres, salvó la alambrada de la cerca y se posó limpiamente sobre la tapia musgosa del corral. Allí cacareó un poco con su cascada voz de exfumadora, y después voló en busca del palo mayor del horizonte. Las gallinas se quedaron con las crestas turulatas y los pescuezos echados hacia atrás como cuando tragan agua. Y los dueños, paralizados, Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
10. con las bocas abiertas y unas cuantas plumas de la evadida entre los dedos. Juana Gallina no caía a tierra, pero su volar era atroz y catastrófico. Iba petardeando igual que una moto desvencijada. Conseguía avanzar como de bruces contra el viento, con gran refriega y revoltijo de alas. Cada dos por tres perdía súbitamente altura, como si hubiese tropezado en el aire, y se hacía una pelota lastimera a punto de precipitarse contra el suelo y morder el polvo. Pero volaba. Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
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14. malévolo, y la jaleaba muerto de risa. Juana Gallina se alisaba las plumas con dignidad cuando volvía a la torre, disimulando sin éxito la mitad del terror que había sentido. Pero algo iba progresando, y sí ganaba en pericia, estabilidad y autonomía de vuelo. A diario, partía del refugio en cualquier dirección, para explorarlo todo y visitar las granjas que salían a su elevado paso. En los gallineros del Este se recibía a Juana Gallina con una salva de aplausos, y con Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
15. guirnaldas de mondarajas y lombrices. La aclamaban como a una heroína, aunque Juana no se cansaba de repetir que ella solo era una gallina voluntariosa que había entrenado mucho, batido al vértigo y dejado de fumar. Pero eso no interesaba demasiado a las gallinas del Este. Preferían organizar en su honor fiestas y comilonas, y declarar a Juana Gallina hija adoptiva del corral, obligándola a pronunciar largos y entrecortados discursos en los que ella explicaba que era una gallina normalucha, Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
16. bastante crestadura, que había hecho gimnasia y podido superar el vértigo, la gravedad y el tabaco. La aplaudían con delirio. En las granjas del Norte, por donde se situaba su antigua granja, no querían ni verla, y si la veían se llenaban de pánico y la apedreaban. Las gallinas del Norte, especialmente sus propias compañeras, estaban convencidas de que esa que volaba con su misma estampa era en realidad un ladino y feroz halcón disfrazado. Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
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18. Pero no desesperaba de que quizá algún día saliesen de su error. Por las fincas del Oeste Juana Gallina era muy apreciada. En esa zona se celebraban de continuo peleas de gallos, y entre los rancheros se daba mucho tráfico de aves adultas y prometedores pollitos. Las familias quedaban separadas, rotas; así que Juana se encargaba de llevar recados y bolsitas de grano de unos corrales a otros, por todos los gallineros del Oeste. Ejercía de “gallina mensajera”, y la Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
19. consideraban una benefactora pública. Llegaban a abrumarla con sus sinceras muestras de cariño y gratitud. Todas las noches Juana Gallina regresaba al despojo del campanario. Solía volver muy excitada, con ganas de contarle sus volanzas a la veleta. Pero el gallo hablaba muy poco. Solo para burlarse de ella o soltar algo estrafalario, como desearle buena caza cuando la veía despegar por las mañanas. Juana Gallina se acomodaba sin prisa al pie del Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
20. ancla, sobre unos restos arcaicos de nido de cigüeña. El gallo permanecía tieso como una momia, y no apartaba de ella su ojo malévolo. - No se cómo puedes aguantar ahí pasmado todo el santo día, con ese gesto arrogante y esa pose de eterna suficiencia. ¿Cómo es posible que no ardas en deseos de volar y conocer el mundo? El gallo pareció escarbar muy duro, porque saltaron chispas de su espolón de hierro y temblaron los cimientos del campanario. - ¿Volar? Mi eje es el eje de los vientos. Yo los Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
21. origino. ¿Adónde va a volar aquel que es dueño y sustento del aire? ¿Conocer el mundo? Ya te dije que el mundo entero gira a mi alrededor, y sin rozarme. ¿Quién lo conocerá mejor que su perpetuo testigo? ¿Qué podría desear yo, a quien puñados y puñados de semillas de estrellas se ofrendan para ser picoteadas? “ Señor, qué cosas tan raras dice este gallito. Está para que lo encierren. Seguro que por eso lo empalaron y lo clavaron aquí arriba, pero no escarmienta”, pensaba, sin despegar el pico, la Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
22. pobre gallina chiflada. Sin embargo, entre ellos se entendían. A lo mejor porque estaban los dos un poco tocados del ala. O a lo mejor porque la veleta se entendía con todo el mundo. O porque Juana se entendía con todo el mundo. O porque ambos se entendían con todo el mundo. O a lo mejor porque cada uno se entendía consigo mismo. Pero se entendían. En el Sur se hallaban los corrales más abandonados y las gallinas más ignorantes. Las Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
23. del Sudeste, por ejemplo, creían que Juana Gallina era la Gallina de la Paz, y al verla aparecer en seguida se manifestaban, sacando pancartas y cacareando consignas a favor de sus derechos y en contra de la explotación vil a que las sometía el hombre. En cambio, las del Sudoeste la tomaban por la Gallina de la Guarda. Obligaban a todos los pollitos a desfilar en dispersas procesiones consagradas a ella, rezando interminables letanías para que los protegiese. Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
24. Juana Gallina se había recorrido ya los gallineros del mundo civilizado, y en ninguno de ellos encontró a nadie de su especie verdaderamente interesado en volar. Solo en una de las grajas del Oeste, por donde prestaba servicios de correo y le estaban tan agradecidos, permitieron que impartiese clases de vuelo, en horario extraescolar. Allí asistían gallinas muy jóvenes que se desanimaban pronto ante el sacrificio que suponía dejar de fumar, el encararse al vértigo, y las tablas de gimnasia sueca. Una tarde se Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
25. presentó un polluelo resuelto y atrevido, y Juana Gallina se lo llevó a dar una vuelta por el aire. Regresó pálido, espeluznado, sin aliento, con el corazón y el estómago más unidos que nunca, pegando tumbos. ¿Siempre realizas tamañas acrobacias? No se volar de otra manera –confesó humildemente Juana Gallina. ¡Pistonudo! –se entusiasmó el pollito. Ahora es el único alumno aplicado que le queda. Para Juana uno de los mejores momentos era el de Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
26. llegar a casa, y ahuecar y arrellanar su cansancio entre los restos del nido de cigüeña, al pie del gallo maléfico y espantaestrellas. Ten cuidado, no vayas a adorarme sin querer. ¿Adorarte a ti? ¡Qué ocurrencia! Nada más lejos de mi intención –se sobresaltó la gallina. Pero te postras a mis pies –observó el gallo, socarrón. No me postro, me rapanchigo en este nido de cigüeña, que da la casualidad de que se encuentra justo debajo de ti, gallo presuntuoso – Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
27. se justificaba la muy ingenua. Casualidad, sí. Y nidos de cigüeñas… Igual te piensas que se te va a contagiar su modo de volar con tiralíneas. Todo ayuda, señor. Todo…, excepto tú –se desahogó Juana Gallina. Y a partir de entonces tuvo que extremar la vigilancia de sí misma y de sus movimientos, no fuese a dar la impresión de que adoraba sin querer a la veleta. Pero se entendían. Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
28. Era la prueba de fuego. Antes o después tenía que ocurrir. Una enorme águila, más que ratonera, gallinera, se cernía en el espacio soberano. Juana Gallina, concentrada como iba en su vuelo artesanal, casi choca contra ella. La evitó de milagro, remontándola en el último instante. El águila ni se enteró. Parecía dueña absoluta de las alturas, y con sus ojos iba taladrando la tierra. Nunca supo por qué, pero Juana Gallina la llamó. Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
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33. el rabillo del ojo siempre enganchado en la gallina. - ¿No sería más sensato que depurases tu técnica de vuelo? - ¿Para qué? –replicó Juana-. Ya puedo recorrer grandes distancias, y ni siquiera el águila veloz es capaz de atraparme. Eso me basta. No necesito mayor perfección. Ahora lo que deseo es cantar con una voz melodiosa, y no soltar estos graznidos de cuervo propenso al aguardiente. Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay
34. - ¡Qué idea descabellada! –masculló el gallo. - Cuando cruzo las esferas cristalinas del cielo me parece percibir una música… como un coro de ángeles, o el sonido del espacio… El ancla respingó, pero Juana Gallina dio un respingo más fuerte. - ¡Ay, señor gallo! - ¿Qué gallineja se te ha roto? - ¡Ay, señor gallo! ¿No existirá par mí un ángel? Aunque fuese un ángel narigudo y algo barrigón. Aunque tuviera plumas lacias y rasposas, y una Juana voladora Gallina Asís Guillén Diana Vinay