1. La crianza como batalla
Alberto Soler Sarrió
Psicólogo
Publicado: 28/07/2014
Hace algunos días leí un artículo en el Huffington Post que me dejó bastante mal
cuerpo. El artículo, titulado 5 razones por las que la crianza moderna está en crisis está
escrito por Emma Jenner, una niñera (a lo Supernanny) con al menos 20 años de
experiencia según ella misma afirma. No obstante, pese a describirse como "especialista
en desarrollo y conducta infantil", en ningún lugar de su propia web menciona ser
psicóloga, pedagoga o tener algún tipo de formación universitaria en estas áreas. En su
artículo defiende una visión de la crianza y la educación prácticamente opuesta a la que
tengo, por lo que voy a tratar de responder punto a punto a algunas de sus afirmaciones.
Al inicio de su artículo, afirma que la crianza moderna está en crisis. Inicialmente puedo
estar de acuerdo con ella pero rápidamente me doy cuenta de que hablamos de cosas
diferentes. Cuando pienso en la crisis de la crianza pienso en las políticas de
conciliación; pienso en los recursos que dedica el Estado al fomento de la natalidad;
pienso en el retraso en la maternidad; pienso en esos padres que deben trabajar de
08:00 a 20:00 para sacar a su familia adelante mientras su hijo pasa de la escuela a
las extraescolares para luego acabar con sus abuelos antes de ver diez minutos a
sus padres antes de dormir. Para mí esto es la actual crisis de la crianza: cuando la
sociedad impide el desarrollo normal de la misma. Pero la autora de este artículo tiene
una idea bastante distinta a la mía.
2. Muchos de los padres que acuden a consulta por temas relacionados con la crianza y
educación de sus hijos, tras meses o años de problemas, han acabado convirtiendo su
casa en un campo de batalla. De algún modo han acabado creyendo que hay que
oponerse sistemáticamente a cualquier deseo o preferencia del niño, los cuales
interpretan como una forma de imposición, frente a la cual no se debe perder la batalla.
Acaban desarrollando un pulso constante contra su hijo que deteriora de una
forma muy importante el clima familiar, la relación de pareja y les impide disfrutar
de su etapa de crianza. En muchas ocasiones se acaba en este punto por ideas
preconcebidas muy erróneas que son las que defiende este artículo.
A los hijos hay que educarlos de un modo respetuoso, ya que el respeto con el que
los tratemos desde el nacimiento modelará su respeto futuro hacia los demás. Hay
que respetar su individualidad, sus deseos y preferencias, todo ello teniendo en cuenta
su momento del desarrollo y enseñándole a vivir en el mundo.
Pero pasemos ya a ver qué dice este artículo. En el primer punto, la autora afirma que
"tenemos miedo a nuestros hijos" y lo ejemplifica del siguiente modo:
Suelo hacer una prueba por las mañanas en la que observo cómo un padre da el
desayuno a su hijo. Si el niño dice: "¡Quiero la taza rosa, no la azul!" aunque la madre
ya haya echado la leche en la azul, trato de observar con cuidado la reacción de la
mamá. La mayoría de las veces, se pone pálida y vierte el contenido en la taza que el
niño prefiere antes de que le dé un berrinche. ¡Error! ¿De qué tenéis miedo? ¿Quién
manda de los dos? Deja que llore si quiere, y vete de ahí para no escuchar el llanto.
Pero, por favor, no trabajes de más sólo para agradar al niño. Y, lo más importante,
piensa en la lección que le estás enseñando si le das todo lo que quiere sólo por ponerse
a llorar.
¿En verdad cree la autora que cambiar de taza es un error?, ¿respetar los derechos y
preferencias de un niño es un error? Aquí vemos cómo la autora tiene un enfoque de
la crianza basado en la guerra. Interpreta que el deseo o preferencia del niño es un
desafío a la autoridad paterna. "No trabajes de más sólo para agradar al niño", afirma. A
mí me gusta más interpretar esta situación como que el niño está aprendiendo a expresar
sus deseos, que identifica sus necesidades y las comunica al mundo. Es una oportunidad
magnífica para aprender del niño y, siempre que sea posible, ofrecerle la taza que
prefiere. ¿Por qué no?, ¿cuál es esa consecuencia tan catastrófica que tiene respetar ese
deseo? Parece que decir algo como "Cariño, voy a servir el desayuno, ¿qué taza quieres
hoy?" sea una cesión inconcebible. Además, incluso podríamos utilizar esta situación
como una experiencia de aprendizaje para nuestros hijos: "De acuerdo, cambiaré la taza
si la otra te gusta más, pero de aquí en adelante avísame antes de servir el desayuno".
De este modo estamos enseñando al niño que su opinión es importante, que sus
preferencias lo son. Otra opción más en función de la edad del niño sería: "Claro,
podemos cambiar de taza pero tendrás que limpiar tú la otra" y permitir que el niño sea
quien decida la opción que más le interesa. De cualquiera de estas formas favorecemos
que desarrolle un locus de control interno y que, en un futuro, sienta que decisiones
importantes respecto a su vida dependen de él: su trabajo, su pareja, su lugar de
residencia, etc.
3. Luego la autora dice que "hemos bajado el listón" respecto a las exigencias que
hacemos en cuanto a la educación de los niños. Dice:
¿Crees que un niño no puede quedarse sentado durante la cena en un restaurante? Nada
de eso. ¿Crees que un niño no es capaz de quitar la mesa sin que se lo pidan? De nuevo,
no es así. La única razón por la que no se portan bien es porque no les has mostrado
cómo hacerlo y porque no esperas que lo hagan. Así de simple. Pon el listón más alto y
tu hijo sabrá cómo comportarse.
Me gustaría saber qué entiende la autora por "niño". ¿Habla de un niño de 2 años, de 8 o
de 10? Porque, evidentemente, lo que podemos exigir a un niño está en función del
momento del desarrollo en el que se encuentre. También me gustaría saber qué es lo que
la autora considera como "portarse bien". Según el contexto social en el que nos
encontremos, "portarse bien" tendrá unos atributos u otros. Pero en lo que no duda la
autora es en culpabilizar a unos excesivamente permisivos padres que no han
sabido imponerse y han perdido la batalla frente a sus hijos. Una pena.
De ahí, la autora pasa al tan manido tema de la resistencia a la frustración. Afirma:
Los niños también tienen que aprender a ser pacientes. Tienen que aprender a distraerse
ellos solos. Tienen que aprender que no toda la comida va a estar siempre caliente y
lista en menos de tres minutos y, si es posible, también tienen que aprender a ayudar en
la cocina. Los bebés tienen que aprender a tranquilizarse solos; no hay que sentarlos en
una silla vibradora cada vez que se pongan quisquillosos. Los niños tienen que aprender
a levantarse cuando se caen, en vez de subir los brazos para que mamá y papá les cojan.
Enseña a los niños que los atajos pueden servir de ayuda, pero que resulta muy
satisfactorio hacer las cosas por la vía lenta.
Nuevamente falla al no decir qué considera como "niños". Insisto, las diferencias de
edad son tremendamente importantes cuando hablamos de estos temas. Dice que los
niños tienen que aprender a distraerse solos, que la comida no siempre va a estar "ya", a
ayudar en la cocina, etc. Estoy muy de acuerdo, de hecho todos los niños lo aprenden en
un momento u otro, pero para ser honesto, la autora debería decirnos si se refiere a niños
de 2 años, de 6 o de 10. Porque la cosa cambia mucho.
Luego pasa a un terreno un poco más fangoso. Dice que los bebés tienen que aprender a
tranquilizarse solos. Algo muy en la línea de los planteamientos de Estivill. La autora
parece desconocer los efectos que a largo plazo puede tener una exposición
temprana en un cerebro en desarrollo a elevados niveles de cortisol (hormona que
se segrega en situaciones de estrés). Por otro lado, no conozco ningún niño que no haya
aprendido a levantarse después de una caída porque sus padres le hayan cogido en
brazos. La calle tampoco está llena de adultos varados en la acera porque sus
padres no les enseñaron a levantarse de pequeños. Honestamente, el lenguaje que
emplea parece más propio de un campamento militar que de una experta en la infancia.
4. El artículo se vuelve más delirante si cabe cuando habla de aquellos padres que ponen
las necesidades de los hijos por encima de las suyas. Faltaría más. Desde el momento
en el que se toma la decisión de ser padre por supuesto debe ser así. Una pareja no
puede esperar que su vida siga siendo igual tras el nacimiento de su hijo. Deben
comprender (y la mayoría gustosos aceptan) que su vida cambia, su ocio ya no es el
mismo, y las actividades que antes hacían pasan temporalmente a un segundo plano.
Pensar en lo contrario asusta.
Más adelante afirma:
Cada vez con más frecuencia veo a mamás que se levantan de la cama cada dos por tres para
satisfacer los caprichos del niño. O a papás que lo dejan todo y se recorren el zoo de punta a
punta y a toda prisa para comprarle a la niña una bebida porque tiene sed. No pasa nada por no
levantarte en mitad de la noche para darle otro vaso de agua a tu hijo. No pasa nada si el papá
del zoo dice: "Claro que vas a beber agua, pero vamos a tener que esperar hasta llegar a la
próxima fuente".
Al hablar del zoo la autora podría haber elegido muchos ejemplos; podría haber pensado en
golosinas, en un pastel o en un juguete. Pero no, la autora toma por ejemplo una necesidad
básica que es el agua. En países como el nuestro en el que cada verano el Ministerio de Sanidad
recuerda la importancia de prevenir los golpes de calor, en especial en población sensible
(niños, embarazadas y ancianos), resulta una vergonzosa imprudencia siquiera sugerir el
demorar la atención de tal necesidad. Da la impresión que es más importante demostrar a
ese niño quién es el que manda, por encima de cubrir sus necesidades básicas. Vergonzoso.
Imprudente. Y, sobre todo, poco respetuoso.
Cuando la autora dice: "Si no empezamos a corregir, y pronto, estos cinco errores graves, los
niños que estamos criando crecerán y se convertirán en adultos arrogantes, egoístas, impacientes
y maleducados", no aporta ninguna fuente ni ningún estudio prospectivo o de cohortes en el cual
se concluya lo que ella afirma. Por mi lado, puedo citar algunos estudios como, por ejemplo,
éste de Girón (2003) en el que encuentran una asociación entre el estilo de apego inseguro y
ciertas conductas de riesgo para la salud, como el uso de sustancias y la falta de
compromiso con cualquier tipo de tratamiento. O, por ejemplo, este de Siegel (2001) en el
que se encuentra que los individuos que han desarrollado un estilo de apego seguro, tienen
una percepción más positiva de sí mismos, más seguridad y la capacidad para enfrentar
los problemas con una estructura más organizada.
Por tanto, pido por favor a todos los padres y cuidadores del mundo que exijan más a los niños.
Que esperen más de ellos. Que les hagan partícipes de sus luchas. Que les den menos. Que les
pongan rectos y que, juntos, les preparemos para que tengan éxito en el mundo real, y no en el
mundo protegido que hemos creado para ellos.
Si me lo permitís, a mí también me gustaría hacer un lacrimógeno llamamiento final a
los padres: pido por favor a todos los padres y cuidadores que respeten más a los niños.
Que esperen mucho de ellos y les ayuden a conseguir sus objetivos de acuerdo a sus
capacidades y momento evolutivo. Que estén a su lado. Que les den todo lo que sean
capaces de darles. Que les enseñen a respetarse a sí mismos y a los demás y, de este
modo, tendrán éxito en el mundo real, y no en un mundo de constante batalla contra
ellos como hemos creado.