1. PERROLANDIA
Perrolandia es una pequeña ciudad situada en la costa granadina, en la que
únicamente viven perros. En la actualidad, están empadronados 423 perros
que ocupan las 106 perreras que forman la ciudad. Además de las perreras,
tienen un bonito salón de baile y un gran almacén en donde guardan toda la
comida que no consumen diariamente. En Perrolandia, la vida transcurre
con tranquilidad, cordialidad y sin conflictos sociales, allí todo es de todos.
Trabajan duro de lunes a jueves, para poder dedicar los viernes, sábados y
domingos al descanso y ocio. Una de sus aficiones preferidas en verano es
pasar toda la mañana del domingo en la playa que bordea la mitad de la
ciudad.
Diez kilómetros hacia el interior hay un pueblecito habitado solamente por
gatos, se llama “Gatolandia”. Al contrario que ocurre en Perrolandia,
Gatolandia es un pueblo sucio y en estado ruinoso, pues los gatos no se
preocupan de cuidarlo ni de limpiarlo, en lo único que invierten el tiempo
es en dormir y en estar tumbados con la panza hacia arriba tomando el sol.
Así les va, que constantemente se están peleando y quitando la poca
comida que tienen, pues como no les gusta trabajar, ésta escasea.
El 21 de Agosto es el día más importante de Perrolandia, pues conmemoran
el décimo aniversario de la liberación y expulsión de la ciudad de los
bárbaros gatos que la invadieron destruyendo todo lo que se puso en su
camino y maltrataron y humillaron a los perros hace 75 años. En este día
organizan una serie de actividades para los perros de todas las edades. Por
la mañana, la primera actividad es el concurso “juego de pelota” para los
perros de hasta un año. Posteriormente, se celebra la “carrera popular” en la
que participan los perros de uno a cinco años. Y, por último y antes de la
comida se desarrolla “el campeonato de huesos” para los perros de más
edad. Terminados los tres concursos, se conceden tres primeros premios:
una pelota para el perro pequeño que tuvo más tiempo la pelota en el morro
sin caerse al suelo, un collar anti-pulgas para el ganador de la carrera
popular y un colchón para el perro que más huesos consiguió. Entregados
los premios, llega la comida popular que se celebra armoniosamente en la
Plaza de la Independencia y alrededor del monumento que hay en su centro
con el busto de un perro en su parte superior como conmemoración y
recuerdo de la expulsión de los bárbaros gatos. Cuando todos los perros
están preparados para la comida popular, el perro de más edad dirige un
corto discurso. Este año le correspondió a un perro de 24 años y su discurso
fue el siguiente: “Queridos compañeros, perros pequeños, jóvenes y
2. mayores; de todos es conocido que hoy celebramos el décimo aniversario
de nuestra independencia. En estos diez años hemos estado todos unidos,
hemos reconstruido la ciudad con el trabajo de todos, hemos compartido la
comida de forma igualitaria, nos hemos reído y llorado juntos; en
definitiva, hemos conseguido entre todos una maravillosa ciudad en la que
podemos convivir tranquilamente. ¡Sigamos así! Ahora disfrutar de la
comida y luego al anochecer espero que no falte ningún perro al baile
popular. También quiero recordaros que mañana pasaremos toda la mañana
en la playa”. Pasaron un día maravilloso, comieron todo lo que quisieron y
luego bailaron hasta altas horas de la madrugada.
Al día siguiente, no sin sueño, todos los perros estaban en la playa a
primera hora de la mañana. Unos nadaban, otros tomaban el sol y los más
pequeños disfrutaban haciendo “castillos de arena”; pero a ninguno se le
pasó por la cabeza el que “Perrolandia” sería visitada por sus eternos
enemigos mientras ellos disfrutaban apaciblemente del sol, el agua y la
arena.
Se hicieron las dos de la tarde, era hora de regresar a la ciudad pues las
tripas se habían quedado vacías con tanto nadar y jugar en la playa.
Acudieron todos juntos al almacén donde guardan las reservas de alimentos
para repartir la comida, ya que las despensas de las casas se habían
quedado vacías con la fiesta popular del día anterior. Cual fue la sorpresa
de los perros al encontrarse el almacén desvalijado, desordenado y sin
alimentos. ¿Qué ha pasado aquí? Preguntó el perro de más edad. ¡No es
posible que sea real lo que están viendo mis ojos!, murmuró otro. ¡Con lo
que hemos trabajado durante todo el año para tener comida de sobra y en
una mañana nos hemos quedado sin nada!, dijo un tercero. ¿Quién habrá
sido?, preguntó el más pequeño. Entonces el alcalde de Perrolandia tomó la
palabra. Queridos compañeros, ruego que ninguno perdamos el control,
estemos todos tranquilos y visitemos juntos el resto de la ciudad y así
comprobar si hay más desperfectos. No hubo ninguna protesta ante las
coherentes palabras del alcalde y salieron todos juntos del almacén.
Lo primero que visitaron fueron las casas de la periferia y todas estaban en
orden. Continuaron su inspección hacia el centro de la ciudad y todos se
quedaron sin respiración al llegar a la Plaza de la Independencia. No era
posible lo que sus ojos estaban viendo, toda la plaza estaba llena de gatos.
Los perros reaccionaron violentamente y se lanzaron a toda velocidad hacia
los gatos, emitiendo fuertes ladridos, pero los gatos reaccionaron
hábilmente y en un segundo se subieron a lo alto de la escultura gracias a
sus perfilas uñas. Los perros intentaron hacer lo mismo, pero les fue
imposible, cuando apenas habían subido un metro, resbalaban y caían hacia
3. el suelo. El que los perros no pudieran subir, dio mayor seguridad a los
gatos y se reían escandalosamente de los perros diciéndoles “no nos
molestéis, acabamos de darnos una comilona y tenemos que hacer la
digestión”. Esto enfurecía más a los perros y más burlones eran los gatos,
¡qué rica estaba la comida! ¿Necesitáis una escalera?, ¡qué inútiles sois!,
les murmuraban. Y, entre tanta risa y burla, llegó la voz de la experiencia
del perro mayor; ¡quien ríe el último, ríe mejor! Y, dijo a los perros, formar
un círculo a mi alrededor que tengo un plan; no tenemos ninguna prisa en
darles su merecido; ahora se sienten seguros porque tienen la tripa llena y
porque nosotros no podemos subir a la estatua. Pero, ¿cuánto tiempo
pueden estar allí arriba? Mañana ya tendrán hambre y el sol comenzará a
ser angustioso. A medida que pase el tiempo, la situación se convertirá en
insostenible y no tendrán más remedio que bajar. Será entonces cuando les
daremos su merecido. Nos vamos a organizar en tres grupos, el primero se
quedará aquí en la plaza para impedir que bajen ahora, el segundo se irá a
buscar comida y el tercero se irá a dormir. Iremos rotando haciendo el
grupo sustituto la tarea del sustituido. Así estaremos hasta que los gatos por
insolación y hambre no tengan más remedio que bajar.
Pasó la tarde y noche del domingo. Llegó el medio día del lunes y los
perros hicieron el primer cambio de turno. Fue entonces cuando los gatos
comenzaron a interpretar el plan diseñado por los perros y su estado
anímico ya no era el mismo que el de los días anteriores, ya no se burlaban,
no reían, estaban muy callados. A medio día del martes, la situación
empeoró, comenzaron las primeras lipotimias por hambre e insolación. Y,
llegado el martes, los gatos claudicaron, comenzó el descenso uno por uno
pidiendo perdón a los perros. Cuando todos habían descendido, comenzó la
venganza de los perros; a cada gato le ataron al rabo una cuerda con diez
latas llenas de gasolina y como si se tratara del pistoletazo de salida de una
carrera de cien metros lisos, cuando el perro mayor dijo ¡YA!, se
encendieron todas las latas simultáneamente y, a pesar del desvanecimiento
que tenían, los diez kilómetros que separan Perrolandia de Gatolandia los
recorrieron en un abrir y cerrar de ojos, pues tenían que zambullirse
rápidamente en la asquerosa charca que tienen en Gatolandia si no querían
morir achicharrados.
Después de este lamentable suceso, Perrolandia celebró otros muchos
aniversarios de la independencia sin sufrir los incordios y molestias de los
gatos. El escarmiento recibido en el décimo aniversario se quedó gravado
en la mente de aquellos gatos y transmitido a las siguientes generaciones.
Moraleja: “quien con fuego juega, al final se quema”
Gabriel Catalán López (1990)
gabrielcatalan1@hotmail.com