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DIDÁCTICA
y
Prácticas
Docentes
Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 15
La búsqueda de soluciones a las dificultades
que tenemos para concretar los derechos edu-
cativos de los niños, niñas y adolescentes de
los sectores más vulnerabilizados1
de nuestras
poblaciones ha ido instalando en el discurso
educativo la idea de la necesidad de explorar
“nuevos formatos” en la escolaridad. Un re-
corrido por los documentos de las autoridades
educativas y por la literatura reciente contribuye
a mostrar la instalación de la idea de “formatos”
como modo de referirse a aspectos estables de
la organización escolar, así como la propuesta
de “nuevos formatos” como solución posible a
los problemas de la escolarización. Son frecuen-
tes las apelaciones a la reorganización interna de
las instituciones, a la flexibilización de tiempos
y espacios, a la creación de nuevas funciones en
el ámbito institucional; estas apelaciones parecen
sostenidas en la expectativa de que la modifica-
ción en las estructuras organizativas de las insti-
tuciones educativas hace posibles las transforma-
ciones en el nivel de las prácticas.
Por qué se ha instalado el término “formato”
es algo que no estoy en condiciones de precisar.
Lo cierto es que el término se emplea con más
frecuencia que otros con mayor carga concep-
tual, como los de gramática de la escolaridad y
forma escolar, que analizaremos en este trabajo.
Ante la propuesta de
“nuevos formatos”:
elucidación conceptual
Flavia Terigi | Pedagoga. Profesora titular de la Universidad de Buenos Aires e Investigadora Do-
cente de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Profesora de la Escuela Normal Nº 7 de la
Ciudad de Buenos Aires. Docente de posgrado de las Universidades de Buenos Aires, Córdoba y En-
tre Ríos. Es autora de libros y artículos sobre temas de aprendizaje, curriculum y formación docente.
Como suele suceder cuando un término se usa
fuera de un sistema de referencias conceptuales
que le dé un significado preciso, la expresión
“formato” acaba empleada con alcances muy
diferentes para designar asuntos tan variables
como la organización visible de la escuela, la
disposición de las aulas, las maneras de orga-
nizar a los estudiantes o las características de
los proyectos escolares. Resulta tan “formato”
el plurigrado como la flexibilización de los re-
gímenes de asistencia escolar. Cuando un con-
cepto se refiere indistintamente a asuntos tan
disímiles, empieza a perder capacidad para
orientar la reflexión y las prácticas; para resol-
ver este problema, o bien resignamos parte de
su alcance para ganar en capacidad explicativa,
o bien generamos nuevos conceptos que cubran
los significados precisos que queremos retener.
En este trabajo consideraremos los aportes de
otros conceptos que son el resultado de una ma-
yor elaboración teórica, como gramática de la
escuela, forma escolar y régimen académico.
1
Tal como señalamos en el artículo publicado en el Nº 100 de QUEHACER EDUCATIVO
(Terigi, 2010a), preferimos la expresión “vulnerabilizados” porque expresa la vulnerabi-
lidad como situación en que se encuentran determinados sectores de la población por
efecto de procesos de concentración de la riqueza, de explotación económica, de seg-
regación en la participación política y de desigualdad en el acceso a los bienes culturales.
DIDÁCTICA
y
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Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 15
DIDÁCTICA
y
Prácticas
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16 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011
Un análisis de los significados que toman estos
conceptos en las investigaciones que los han
propuesto contribuirá -esperamos- a precisar
qué pretendemos (y qué podemos hacer) cuan-
do hablamos de instalar “nuevos formatos” en
las escuelas.
Un recorrido (necesariamente breve) por
trabajos relevantes para aproximar a la idea
de “formato”
La afirmación del papel prioritario de las
escuelas en la transformación de la educación
tiene una larga tradición en la pedagogía del si-
glo XX. En un trabajo de finales de ese siglo,
el español Antonio Bolívar pasaba revista a las
sucesivas oleadas de reforma basadas en la es-
cuela ocurridas en la segunda mitad del siglo
pasado, y caracterizaba el movimiento de la re-
estructuración de las escuelas, en plena vigencia
por entonces, como un movimiento de cambio
que situaba el núcleo de la reforma pedagógica
en un nuevo diseño organizativo de los centros;
la cuestión estratégica en ese marco de ideas era
determinar qué estructura organizativa podía
producir la reforma pedagógica que se esperaba
(Bolívar, 1996). La apuesta al cambio educativo
a través del cambio institucional llegó a consti-
tuir un nuevo sentido común acerca del cambio
educativo y del papel de las instituciones en la
reforma escolar (Terigi, 1997), formulado y di-
fundido en nuestra región por las reformas de la
década del noventa, con sus conocidas apelacio-
nes a la “elaboración de proyectos instituciona-
les”2
, con sus estrategias de identificación de las
escuelas “eficaces” y con la importancia conce-
dida a la capacitación en “gestión escolar”.
En los últimos años, en cambio, ha comen-
zado a ponerse de relieve el carácter estable y
reticente a los cambios que presentarían las ins-
tituciones educativas. Seguramente inciden en
este nuevo acento la decepción con los resulta-
dos de las reformas de los noventa y las explica-
ciones simplificadoras que sitúan en las escuelas
(más precisamente, en los modos en que estas
no habrían asumido las propuestas de las refor-
mas) la principal razón de aquella decepción.
También la constatación de que, mientras en el
mundo está teniendo lugar una mutación cultural
de proporciones, debido a la mediatización de la
sociedad, a la explosión de los conocimientos
y a la reorganización de la vida económica, las
escuelas no se transformaron al mismo ritmo ni
parecen en condiciones de hacerlo. En cualquier
caso, este nuevo clima de época ha permitido
poner en circulación trabajos que analizan los
aspectos más estables de la institución escolar,
aquellos que permanecen (al menos en aparien-
cia) inconmovibles a los esfuerzos reformistas.
Así, han cobrado relevancia trabajos que ana-
lizan la conformación y estabilización del dis-
positivo escolar moderno, que contribuyen al
unísono a desnaturalizar a la escuela tal como la
conocemos y a explicar su relativa estabilidad.
La gramática de la escolaridad
Entre los conceptos más poderosos se en-
cuentra el de gramática de la escolaridad, posi-
blemente el más difundido en el campo pedagó-
gico. El empleo de la noción de gramática para
referirse a las reglas tácitas de la escolarización
fue propuesto en distintos trabajos por Cuban,
Tobin y Tyack, investigadores norteamericanos.
Así, en 1994, Tyack y Tobin la definieron de la
siguiente manera: “Entendemos por «gramáti-
ca» de la escolarización las reglas y las estruc-
turas regulares que organizan el trabajo de ins-
trucción. Pensamos, por ejemplo, en las prác-
ticas organizativas estandarizadas de división
del tiempo y el espacio, de clasificación de los
estudiantes y localización en salas de clases, y
en la separación del conocimiento en «temas»”
(Tyack; Tobin, 1994:454. Original en inglés,
traducción propia).
La idea de gramática de la escolaridad re-
mite a un conjunto de reglas -que han llegado
a ser tácitas- sobre la manera en que las escue-
las dividen el tiempo y el espacio, califican a
los estudiantes y los asignan a diversas aulas,
estructuran el conocimiento que debe ser ense-
ñado y las formas de acreditación de lo aprendi-
do. La elección de la expresión gramática para
referirse a las reglas y estructuras que organizan
la escolarización es deliberada, como lo mues-
tra la comparación que proponen Tyack y Cu-
ban: «Prácticas como las aulas graduadas por
edades estructuran las escuelas de una manera
análoga al modo en que la gramática organiza
2
Las escrituras entre comillas indican expresiones frecuentes en la época. No se trata de
conceptos a referenciar en bibliografía específica, sino de la clase de expresiones locales
que toman en cuenta las metodologías cualitativas.
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Ante
la
propuesta
de
“nuevos
formatos”:
elucidación
conceptual
DIDÁCTICA
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Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 17
el significado en la comunicación verbal. Ni la
gramática de la escolaridad ni la gramática del
habla necesitan ser comprendidas a conciencia
para operar como debe ser» (Tyack; Cuban,
1995:168).
Es útil advertir que la analogía entre las re-
glas tácitas de la escuela y la gramática del len-
guaje apunta, entonces, a dos rasgos que presen-
taría la gramática escolar: su capacidad organi-
zadora y su operación automática. En cuanto a
su capacidad organizadora, las reglas escolares
promoverían los funcionamientos escolares por
defecto, aquellos que tenderán a producirse si
no escogemos de manera deliberada una opción
diferente (Terigi, 2010b). En relación con su
operación automática, Tyack y Cuban señalan
que la gramática de la escolaridad posee un ca-
rácter imperceptible para los actores, ya que se
arraiga en hábitos, en formas de llevar a cabo las
prácticas y de habitar las instituciones (Tyack;
Cuban, 1995). La comparación sugiere que no
se requiere un dominio experto o un análisis
premeditado por parte de los actores para que
la gramática escolar funcione: en la medida en
que se extiende y reitera, en que se transmite en
los circuitos de formación y se reproduce en las
prácticas, nos hace docentes en un cierto marco
de funcionamiento, y nos hace menos capaces
de movernos en marcos poco usuales, menos co-
nocidos o directamente nuevos (Terigi, 2010b).
Como toda analogía, la de gramática escolar
llega hasta un límite a partir del cual se hace ne-
cesario establecer distinciones: mientras que la
gramática de la lengua es una realización posible
de un dispositivo universal innato (Chomsky,
1971) y reconoce en ese dispositivo su marco
de posibilidad y su condición de necesariedad3
,
lo que hoy se tiene por gramática básica de la
escolaridad es una construcción histórica cuyo
predominio entre otras posibles (previas, con-
temporáneas y posteriores) debe ser explicado.
No hay nada necesario en la gramática de la es-
cuela, sino que, por el contrario, se hace menes-
ter explicar de qué manera se establecieron cier-
tas formas institucionales (como la clasificación
por edades, o el aula graduada y simultánea) y
de qué manera, una vez establecidas, llegaron a
ser interpretadas como los rasgos necesarios de
la escuela auténtica (Tyack; Cuban, 1995). El
aula graduada, por ejemplo, no sería una crea-
ción específica de la fase de masificación de los
sistemas escolares, sino una reforma entre otras,
que quedó tan institucionalizada que llegó a ser
la gramática misma de la escolaridad. Los in-
vestigadores norteamericanos argumentan que
el aula triunfó sobre otros modelos por un con-
junto de razones, entre ellas porque hacía posi-
ble adecuar a la escuela la división del trabajo y
la supervisión jerárquica que eran comunes en
las fábricas; porque resolvía un problema or-
ganizacional que el aula única de las escuelas
urbanas no resolvía; y porque resultaba fácil de
multiplicar.
3
El carácter innato, por tanto necesario, de la gramática universal del lenguaje es la hipóte-
sis propuesta por Chomsky para explicar la ontogénesis temprana del lenguaje, en tanto el
lingüista considera que esta ontogénesis temprana no puede atribuirse al funcionamiento
de un mecanismo general de aprendizaje (Colombo, 2003).
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Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 17
DIDÁCTICA
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18 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011
Forma escolar
En Francia, Vincent, Lahire y Thin (2001)4
analizan la radical novedad que para ellos supo-
ne la escuela, su continuidad hasta nuestros días
y su actual crisis. Desde su perspectiva existe
una historiografía corriente de la educación que
es continuista y se expone a anacronismo, que
vincula lo que llamamos “escuela” con distintas
instituciones existentes en la Edad Media y con
la paideia de la Grecia antigua. Esta historiogra-
fía (pseudogénesis, tal como la califican) par-
te del supuesto de una especie de crecimiento
natural de la escuela desde la antigüedad hasta
nuestros días y, al hacerlo, subestima la nove-
dad radical representada por las escuelas urba-
nas desarrolladas a fines del siglo XVIII. Las
escuelas “de un nuevo tipo” (Vincent; Lahire;
Thin, 2001:13) que se crean en las ciudades por
entonces, están destinadas a todos los niños, in-
cluso los pobres, pese a que estos, para ejercer
sus oficios, no necesitaban la clase particular de
saberes transmitidos por la escuela. Este aconte-
cimiento se relaciona con la instauración de un
nuevo orden urbano: colocar a todos los chicos
en escuelas aparece como un vasto emprendi-
miento de orden público, con el objeto de obte-
ner una nueva forma de sujeción.
De aquí que afirmen que en las escuelas ur-
banas de fines del siglo XVIII se instaura una
nueva forma escolar. La noción de forma esco-
lar, para proponer la cual se basan en la teoría
de la Gestalt, procura entender la unidad de una
particular configuración de las relaciones socia-
les, más que el inventario empírico de los trazos
característicos de una “realidad”. Según este
análisis, aquello que da unidad a la forma esco-
lar, su “principio de inteligibilidad”, se define
en relación a reglas impersonales: «la constitu-
ción de un universo separado para la infancia;
la importancia de las reglas en el aprendizaje;
la organización racional del tiempo; la multi-
plicación y la repetición de los ejercicios, cuya
única función consiste en aprender y aprender
conforme a las reglas o, dicho de otro modo,
teniendo por fin su propio fin» (Vincent; Lahire;
Thin, 2001:37-38).
Estos historiadores distinguen entre “for-
ma escolar” e “institución escolar”: «la for-
ma escolar no se confunde estrictamente con
la institución escolar, ni es limitada por ella»
(ídem, p. 46). En tal sentido, la forma escolar
es transversal a múltiples prácticas socializa-
doras: se encuentra en la socialización familiar,
en las actividades “peri-escolares” y también
en las formaciones de empresas, los cursos de
“inserción”, etc. El modo escolar de socializa-
ción puede ser calificado como dominante no
solamente porque la forma escolar está am-
pliamente difundida en las diversas instancias
socializadoras, sino también porque la relación
con la infancia que implica y el tipo de prácticas
socializadoras que supone son los únicos a ser
considerados como legítimos.5
En Argentina, Dussel se apoya en la noción
de forma escolar tal como la presentan los his-
toriadores franceses y propone que la noción
de gramática escolar debe ser ampliada, para lo
cual señala dos direcciones (Dussel, 2003). En
primer lugar, considera necesario incorporar
otros aspectos de la vida escolar que no están
contemplados en las reglas básicas de la esco-
larización; en especial le interesa incluir en el
análisis ciertos eventos, procesos y artefactos
(como los guardapolvos, de los que estudia su
obligatoriedad en la escuela argentina), que
considera también elementos fundantes de la
cultura institucional de las escuelas, pues con-
tribuyen a definir qué es una escuela y quiénes
pueden estar en ella. En segundo lugar, afirma
necesario el estudio histórico de las maneras
concretas en que se produjo la constitución de
la forma escolar en las prácticas locales; así, la
singularidad de la escuela argentina en cuanto
al uso de los guardapolvos puede dar pistas so-
bre las formas en que la gramática de la escue-
la tomó, en un país determinado, «artefactos,
dispositivos e invenciones de otras experien-
cias y los tradujo a una situación particular»
(Dussel, 2003:13).
4
Agradezco a la Lic. Mariana Dosso (Licenciada en Trabajo Social, Maestranda en la Universidad de Buenos Aires, integrante del grupo de tesistas que coordino en la
Universidad de Buenos Aires), haber puesto a disposición una traducción propia del artículo citado, que está publicado en portugués.
5
La situación actual, según la analizan estos autores, puede parecer paradójica. La forma escolar domina la socialización, pero la escuela como institución está
cuestionada, su monopolio pedagógico y el de los docentes están amenazados. Al mismo tiempo, la preocupación por remediar lo que se designa como fracaso de la
escuela lleva casi siempre a reproducir las prácticas escolares y prolongar la escolarización, esto es, a aumentar las demandas a la escuela.
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18 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011
Ante
la
propuesta
de
“nuevos
formatos”:
elucidación
conceptual
DIDÁCTICA
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Prácticas
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Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 19
Régimen académico
Distintos trabajos destacan que lo que se
pone en juego en la permanencia de las propues-
tas educativas no atañe únicamente a los aspec-
tos de organización institucional, sino también
a componentes de índole cultural. Desde esta
perspectiva, existe en las instituciones escolares
una estructura normativa que organiza las prác-
ticas y establece regímenes de trabajo. Viñao
llama cultura escolar a un sedimento formado a
lo largo del tiempo, que refiere a lo que perma-
nece, lo que dura, lo que las sucesivas reformas
no logran más que arañar superficialmente, ya
que sobrevive insistentemente a todos sus inten-
tos de cambio (Viñao, 2002). Perrenoud (1990)
destaca la formación de un sentido común, que
se define por el desconocimiento de la arbitra-
riedad de las formas de ver el mundo y organi-
zar el trabajo escolar que establece la escuela.
En investigaciones desarrolladas por equipos
en los que he tenido oportunidad de participar6
se
retoma esta idea de una estructura normativa que
establece regímenes de trabajo, y se pone como
objeto el régimen académico, en particular estu-
diado en la escuela secundaria. Entendemos por
régimen académico (Camilloni, 1991) al conjun-
to de regulaciones sobre la organización de las
actividades de los alumnos y sobre las exigencias
a las que estos deben responder. En la tradición
de investigación sobre la escuela, la considera-
ción del régimen académico es poco frecuente,
pese a que los regímenes plantean condiciona-
mientos difíciles de modificar que pueden operar
dificultando, cuando no obturando, la trayectoria
escolar de los alumnos. En nuestra perspectiva,
el concepto régimen académico es un constructo
que resulta de gran utilidad para sistematizar los
modos en que las reglas que rigen la posición
de alumno o alumna en el régimen de trabajo
escolar determinan las experiencias que pueden
tener quienes asisten a las escuelas en calidad de
alumnos o alumnas.
Lo reciente de la consideración del régimen
académico por la investigación y las políticas va
de la mano de la falta de desarrollo institucional
de este régimen en cuanto instrumento formali-
zado.7
En efecto, no se trata de un instrumento
presente en la tradición escolar que habría sido
insuficientemente atendido por la investigación,
sino de un constructo que se ha hecho necesario
proponer, en virtud de la complejidad del en-
tramado de regulaciones explícitas y tácitas que
estructuran la experiencia y afectan la trayecto-
ria escolar (Baquero y otros, 2009).
6
En particular, destaco el proyecto de investigación “Escuela media y sectores vulnerables. Régimen académico y sentido de la experiencia escolar” (PICT 33531, radicado
en la Universidad Nacional de Quilmes y ejecutado conjuntamente con la Universidad Nacional de General Sarmiento entre 2007 y 2010). En este proyecto hemos
tomado a los regímenes académicos como objeto de análisis, prestando especial atención a su incidencia sobre el destino escolar de los alumnos y sus efectos de
sentido sobre su experiencia escolar. Las notas de este apartado son tributarias de las producciones del PICT 33531 (ver, en especial, Baquero y otros, 2009).
7
Dicho de otro modo: difícilmente encontremos en los sistemas escolares un documento unificado al que pueda reconocerse como régimen académico. Los docu-
mentos tradicionales de la escolaridad secundaria son otros: el plan de estudios, el régimen de evaluación, calificación y promoción, el régimen de disciplina o de
convivencia (este último depende de cuál sea el planteamiento respecto de estos asuntos en los distintos sistemas escolares). En todos ellos se incluyen consideracio-
nes, disposiciones y sanciones, que contribuyen a estructurar el modo de ser estudiante en este nivel educativo, al tiempo que algunas disposiciones y sanciones no
alcanzan estatuto de norma escrita, sino que funcionan sostenidas en prácticas consuetudinarias.
DIDÁCTICA
y
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Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 19
DIDÁCTICA
y
Prácticas
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20 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011
Este carácter elusivo de la materialidad del
régimen académico plantea dificultades a la hora
de aprender a ser estudiante. «La experiencia de
quienes fracasan está plagada de referencias al
desconocimiento de regulaciones que finalmen-
te definieron su destino escolar, al anoticiarse
en el momento mismo en que se determinaba
la situación de fracaso o cuando ya se encontra-
ban en serio riesgo de tal situación. Parte de este
desconocimiento se vincula con el carácter táci-
to de algunas regulaciones» (Baquero y otros,
2009:301, cursiva en el original).
Hay componentes del régimen académico
tan tradicionales que no quedan explicitados,
pero todos los conocen y, usualmente, los to-
man como un estado natural de las cosas8
; tal es
el caso de la cursada del año escolar en bloque
(todas las materias al mismo tiempo), un aspec-
to del régimen ligado de manera incontestable
con la repetición de años escolares completos,
debido a la imposibilidad normativa de obtener
acreditación parcial del año escolar. La cursa-
da del año escolar en bloque es un supuesto del
régimen de estudios que no queda explicitado,
pero que toma gran relieve cuando se analizan
las trayectorias escolares no encauzadas que
muestran numerosos estudiantes.
En nuestra región se realiza un gran esfuerzo
por ampliar la escolarización a vastos sectores
de la población históricamente excluidos. Este
esfuerzo enfrenta distintos obstáculos según los
niveles educativos de que se trate, siendo el ni-
vel secundario el que requiere los cambios más
importantes, vista su tradicional función selecti-
va para la cual el imperativo de la universaliza-
ción resulta un contrasentido. Entre los cambios
que se requieren, los referidos al régimen aca-
démico toman en este nivel un lugar preponde-
rante, pues se lo identifica como productor de
exclusión y fracaso.
Los “nuevos formatos”, el modelo organiza-
cional y el modelo pedagógico
Cualesquiera que sean los énfasis que los
distintos conceptos tratados nos permiten rea-
lizar en el análisis de la escuela, nos interesa
plantear que el conjunto de reglas, ordenamien-
tos, regímenes, etc., que configuran la escuela
tal como la conocemos, ha operado no solo en
la forma que toma la organización escolar, sino
también en el tipo de saberes producidos para
operar en esa organización. La presencialidad,
la simultaneidad, la clasificación por edades,
la descontextualización, llevan a un funcio-
namiento estándar del sistema escolar y tam-
bién a una producción de saberes bajo aquellos
principios.
Tomando esta línea de análisis introduciré
una distinción, de elaboración propia, entre lo
que podemos llamar modelo organizacional y
modelo pedagógico. Con la expresión mode-
lo organizacional, nos referimos a la clase de
restricciones que están determinadas por la or-
ganización escolar y que la didáctica no define.
Las realidades organizacionales (que las aulas
sean graduadas, que los alumnos se agrupen
por edad, que cursen “en bloque”, etc.) tienen
una materialidad que plantea restricciones a la
pedagogía, surgida y desarrollada en aquellas
realidades organizacionales.9
El modelo peda-
gógico es entendido aquí como una producción
específica, que inevitablemente se enmarca en
aquellas restricciones, y que debe producir una
respuesta a la pregunta sobre cómo promover
los aprendizajes de un número de alumnos
agrupados de cierta manera al comando de un
docente (Terigi, 2008). Al sostener la distinción
entre modelo organizacional y modelo pedagó-
gico, estamos afirmando que el segundo no se
infiere del primero, ni lo espeja, sino que debe
ser producido.10
8
Este “estado natural de las cosas” nos lleva nuevamente al concepto de gramática de la escolaridad. De todos modos, el de régimen académico es un concepto que
conviene conservar en su especificidad, por cuanto designa las reglas que rigen la posición de alumno o estudiante.
9
Los conceptos de gramática de la escolaridad, forma escolar y régimen académico intentan atrapar estos principios de organización. No estamos diciendo que el con-
cepto de modelo organizacional abarque los anteriores, sino que en todos ellos se capta algún aspecto de lo que aquí llamamos modelo organizacional. Nos resulta
más sencillo proponer este concepto que dirimir entre los que hemos tratado, para determinar cuál estaría expresando con mayor proximidad la clase de restricciones
que pesan sobre el saber pedagógico.
10
No se desconoce que la utilización de la expresión “modelo pedagógico” tiene sus inconvenientes. El uso consuetudinario del término “modelo” en educación acer-
ca su sentido usual a la idea de norma o patrón al que deberían ajustarse las prácticas. En este trabajo utilizamos la idea de “modelo” en un sentido distinto, para
referirnos al resultado de una operación intelectual, la modelización, que consiste en una formulación de carácter general sobre la resolución práctica de los aspectos
sustantivos de la enseñanza en un determinado contexto didáctico (Terigi, 2008).
DIDÁCTICA
y
Prácticas
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20 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011
DIDÁCTICA
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Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 21
Son ejemplos de distintos modelos organi-
zacionales, el aula monogrado11
, el plurigrado,
la clase “particular”, las propuestas de acelera-
ción, las escuelas no graduadas, las tutorías, las
clases de apoyo, y muchos más. Asistimos, por
cierto, en los últimos años a la multiplicación
de modelos organizacionales, resultado de los
esfuerzos que gobiernos, escuelas y docentes
llevan adelante. Cada uno de estos “modelos”
establece formas específicas de agrupamiento
de los alumnos, de selección de los contenidos,
de determinación de la progresión en los apren-
dizajes, entre otros análisis posibles, y quienes
enseñan en cada uno de ellos se mueven (aun-
que pueden no saberlo) dentro de las restriccio-
nes que establecen esas formas.
Son ejemplos de modelos pedagógicos, la
enseñanza simultánea, la enseñanza mutua, las
llamadas adecuaciones curriculares... y no mu-
cho más. En esta distancia entre la proliferación
de modelos organizacionales (¿los “nuevos for-
matos”?) y la escasez de modelos pedagógicos
radica un nudo del problema que enfrentamos a
la hora de pretender cambiar la escolarización.
Porque, si tenemos diversos modelos organi-
zacionales, pero unos pocos modelos pedagó-
gicos, significa que son insuficientes el saber
pedagógico y, en particular, el saber didáctico,
para sustentar la enseñanza, por lo menos en al-
gunos de estos modelos.
El asunto, en el actual contexto de entusias-
mo por los “nuevos formatos”, debería produ-
cirnos algún grado de alarma respecto de la fac-
tibilidad de tales novedades. El saber pedagógi-
co con el que contamos pero, sobre todo, el que
circula por los canales institucionales, al que he
llamado saber pedagógico por defecto (Terigi,
2010b), tiene problemas a la hora de concretar
alternativas con algún poder instituyente.
Así, por ejemplo, los profesores de enseñan-
za secundaria cuentan con una formación pe-
dagógico-didáctica que los ha preparado para
trabajar en un modelo organizacional preciso:
el aula monogrado. Eso significa que sus sa-
beres pedagógicos, sus saberes didácticos, los
facultan para desarrollar un programa unificado
de aprendizajes con un mismo grupo de adoles-
centes durante un ciclo lectivo.Puestos en otros
modelos organizacionales (tutorías, clases de
apoyo, cátedras compartidas, entre otros) se
abre la pregunta por las modalidades de ense-
ñanza apropiadas, y se plantea la hipótesis ra-
zonable de que, en las prácticas concretas de
muchos profesores, se produce una extensión
del modelo pedagógico del aula monogrado
(conocido debido a su biografía escolar, a su
formación, a los saberes institucionalizados a
los que pueden acceder) a otros modelos orga-
nizacionales; una extensión fallida, como cabe
comprender.
La distinción entre modelo organizacional
y modelo pedagógico ofrece otra perspectiva
de análisis para entender por qué, pese a tantos
cambios como impulsan hace tiempo las políti-
cas educativas, las cosas parecen no mejorar, o
no lo hacen a la velocidad que se espera. Es fre-
cuente que la introducción de innovaciones en
las políticas produzca modificaciones en aspec-
tos organizacionales del funcionamiento escolar,
pero no logre impactar en el modelo pedagógico
predominante. Cuando esto sucede, no es válido
explicar el “fracaso” en el impacto innovador
de algunas medidas por la “resistencia” de los
profesores a introducir cambios en su trabajo. La
conclusión debería ser bien diferente: muchas
propuestas de cambio organizacional encierran
una gran complejidad didáctica que, si no es de-
bidamente considerada, reduce las iniciativas a
11
El aula en la cual un maestro o un profesor tienen que desarrollar un programa unificado de aprendizajes con un grupo de niños o de adolescentes que cursan un
mismo grado de su escolaridad y que va a ser el mismo de principio a fin del ciclo lectivo.
DIDÁCTICA
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Ante
la
propuesta
de
“nuevos
formatos”:
elucidación
conceptual
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22 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011
arreglos formales o les hace perder potencia en
la resolución de los problemas analizados. Es
necesario tomar debida cuenta del desajuste que
existe en las estrategias y recursos pedagógicos
con los que cuentan los docentes, visto el saber
acumulado por la tradición pedagógica. Bajo
esas condiciones, las políticas educativas debe-
rían no solo generar condiciones institucionales
para atender las problemáticas planteadas, sino
también hacerse cargo de acumular el conoci-
miento que se requiere: conocimiento pedagógi-
co y, en particular, conocimiento didáctico.
Bibliografía citada
BAQUERO, Ricardo; TERIGI, Flavia; TOSCANO, Ana Gracia;
BRISCIOLI, Bárbara; SBURLATTI, Santiago (2009): “Variacio-
nes del régimen académico en escuelas medias con población vul-
nerable. Un estudio de casos en el Área Metropolitana de Buenos
Aires” en REICE Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia
y Cambio en Educación, Volumen 7, Nº 4 (Octubre). Monográfico:
“Abandono y Deserción en la Educación Iberoamericana”.
BOLÍVAR,Antonio (1996): “El lugar del centro escolar en la política
curricular actual. Más allá de la reestructuración y de la descentrali-
zación” en M. A. Pereyra y otros (comps.): Globalización y descen-
tralización de los sistemas educativos. Fundamentos para un nuevo
programa de educación comparada. Barcelona: Pomares-Corredor.
CAMILLONI, Alicia R. W. de (1991): “Alternativas para el régi-
men académico” en Revista IGLU, Nº 1. Buenos Aires.
CHOMSKY, Noam (1971): Estructuras sintácticas. Madrid: Aguilar.
COLOMBO, María Elena (2003): “Aportes de la Lingüística y la
Psicolingüística en el estudio del lenguaje” en J. Töpf (comp.): Es-
critos sobre Psicología General. Buenos Aires: EUDEBA.
DUSSEL, Inés (2003): “La gramática escolar de la escuela argen-
tina: un análisis desde los guardapolvos escolares” en Anuario de
la SAHE, N. 4, pp. 1-34.
PERRENOUD, Philippe (1990): La construcción del éxito y del
fracaso escolar. Madrid: Ed. Morata.
DIDÁCTICA
y
Prácticas
Docentes
22 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011
Desde el año 2010 se organizó en Las Piedras, a solicitud de los maestros, un grupo de estudio e
intercambio que convocó a docentes de la zona y localidades cercanas.
Con la asistencia del Equipo de Lengua de QUEHACER EDUCATIVO se realizaron varios encuentros
con muy buen nivel de participación.
Los días 18 de marzo y 6 de mayo del presente año continuaron las actividades con las temáticas
propuestas, valiosos aportes y entusiasta nivel de intercambio de los maestros.
Actividades del Equipo de
Investigación en Enseñanza de la
Lengua de QUEHACER EDUCATIVO
TERIGI, Flavia (1997): Curriculum. Itinerarios para aprehender
un territorio. Buenos Aires: Ed. Santillana.
TERIGI, Flavia (2008): Organización de la enseñanza en los plu-
rigrados de las escuelas rurales. Tesis de Maestría. Buenos Aires:
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
TERIGI, Flavia (2010a): “La inclusión como problema de las po-
líticas educativas” en Revista QUEHACER EDUCATIVO, Nº 100,
Edición Especial (Abril), pp. 74-78. Montevideo: FUM-TEP.
TERIGI, Flavia (2010b): “Docencia y saber pedagógico-didáctico”
en El monitor de la educación, Nº 25, 5ª época (Junio). Dossier “Ser
docente hoy”, pp. 35-38. Buenos Aires: Ministerio de Educación de
la Nación.
TYACK, David; CUBAN, Larry (1995): En busca de la utopía. Un
siglo de reformas de las escuelas públicas. México: F.C.E.
TYACK, David; TOBIN, William (1994): “The ‘Grammar’ of
Schooling: Why Has it Been so Hard to Change?” en American Edu-
cational Research Journal, Fall 1994, Volume 31, N° 3, pp. 453-479.
VINCENT, Guy; LAHIRE, Bernard; THIN, Daniel (2001): “Sobre
a história e a teoria da forma escolar” en Educação em Revista, Nº
33 (junio), pp. 7-47. Belo Horizonte.
VIÑAO FRAGO, Antonio (2002): Sistemas educativos, culturas es-
colares y reformas: Continuidades y cambios. Madrid: Ed. Morata.

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  • 1. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 15 La búsqueda de soluciones a las dificultades que tenemos para concretar los derechos edu- cativos de los niños, niñas y adolescentes de los sectores más vulnerabilizados1 de nuestras poblaciones ha ido instalando en el discurso educativo la idea de la necesidad de explorar “nuevos formatos” en la escolaridad. Un re- corrido por los documentos de las autoridades educativas y por la literatura reciente contribuye a mostrar la instalación de la idea de “formatos” como modo de referirse a aspectos estables de la organización escolar, así como la propuesta de “nuevos formatos” como solución posible a los problemas de la escolarización. Son frecuen- tes las apelaciones a la reorganización interna de las instituciones, a la flexibilización de tiempos y espacios, a la creación de nuevas funciones en el ámbito institucional; estas apelaciones parecen sostenidas en la expectativa de que la modifica- ción en las estructuras organizativas de las insti- tuciones educativas hace posibles las transforma- ciones en el nivel de las prácticas. Por qué se ha instalado el término “formato” es algo que no estoy en condiciones de precisar. Lo cierto es que el término se emplea con más frecuencia que otros con mayor carga concep- tual, como los de gramática de la escolaridad y forma escolar, que analizaremos en este trabajo. Ante la propuesta de “nuevos formatos”: elucidación conceptual Flavia Terigi | Pedagoga. Profesora titular de la Universidad de Buenos Aires e Investigadora Do- cente de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Profesora de la Escuela Normal Nº 7 de la Ciudad de Buenos Aires. Docente de posgrado de las Universidades de Buenos Aires, Córdoba y En- tre Ríos. Es autora de libros y artículos sobre temas de aprendizaje, curriculum y formación docente. Como suele suceder cuando un término se usa fuera de un sistema de referencias conceptuales que le dé un significado preciso, la expresión “formato” acaba empleada con alcances muy diferentes para designar asuntos tan variables como la organización visible de la escuela, la disposición de las aulas, las maneras de orga- nizar a los estudiantes o las características de los proyectos escolares. Resulta tan “formato” el plurigrado como la flexibilización de los re- gímenes de asistencia escolar. Cuando un con- cepto se refiere indistintamente a asuntos tan disímiles, empieza a perder capacidad para orientar la reflexión y las prácticas; para resol- ver este problema, o bien resignamos parte de su alcance para ganar en capacidad explicativa, o bien generamos nuevos conceptos que cubran los significados precisos que queremos retener. En este trabajo consideraremos los aportes de otros conceptos que son el resultado de una ma- yor elaboración teórica, como gramática de la escuela, forma escolar y régimen académico. 1 Tal como señalamos en el artículo publicado en el Nº 100 de QUEHACER EDUCATIVO (Terigi, 2010a), preferimos la expresión “vulnerabilizados” porque expresa la vulnerabi- lidad como situación en que se encuentran determinados sectores de la población por efecto de procesos de concentración de la riqueza, de explotación económica, de seg- regación en la participación política y de desigualdad en el acceso a los bienes culturales. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 15
  • 2. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes 16 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011 Un análisis de los significados que toman estos conceptos en las investigaciones que los han propuesto contribuirá -esperamos- a precisar qué pretendemos (y qué podemos hacer) cuan- do hablamos de instalar “nuevos formatos” en las escuelas. Un recorrido (necesariamente breve) por trabajos relevantes para aproximar a la idea de “formato” La afirmación del papel prioritario de las escuelas en la transformación de la educación tiene una larga tradición en la pedagogía del si- glo XX. En un trabajo de finales de ese siglo, el español Antonio Bolívar pasaba revista a las sucesivas oleadas de reforma basadas en la es- cuela ocurridas en la segunda mitad del siglo pasado, y caracterizaba el movimiento de la re- estructuración de las escuelas, en plena vigencia por entonces, como un movimiento de cambio que situaba el núcleo de la reforma pedagógica en un nuevo diseño organizativo de los centros; la cuestión estratégica en ese marco de ideas era determinar qué estructura organizativa podía producir la reforma pedagógica que se esperaba (Bolívar, 1996). La apuesta al cambio educativo a través del cambio institucional llegó a consti- tuir un nuevo sentido común acerca del cambio educativo y del papel de las instituciones en la reforma escolar (Terigi, 1997), formulado y di- fundido en nuestra región por las reformas de la década del noventa, con sus conocidas apelacio- nes a la “elaboración de proyectos instituciona- les”2 , con sus estrategias de identificación de las escuelas “eficaces” y con la importancia conce- dida a la capacitación en “gestión escolar”. En los últimos años, en cambio, ha comen- zado a ponerse de relieve el carácter estable y reticente a los cambios que presentarían las ins- tituciones educativas. Seguramente inciden en este nuevo acento la decepción con los resulta- dos de las reformas de los noventa y las explica- ciones simplificadoras que sitúan en las escuelas (más precisamente, en los modos en que estas no habrían asumido las propuestas de las refor- mas) la principal razón de aquella decepción. También la constatación de que, mientras en el mundo está teniendo lugar una mutación cultural de proporciones, debido a la mediatización de la sociedad, a la explosión de los conocimientos y a la reorganización de la vida económica, las escuelas no se transformaron al mismo ritmo ni parecen en condiciones de hacerlo. En cualquier caso, este nuevo clima de época ha permitido poner en circulación trabajos que analizan los aspectos más estables de la institución escolar, aquellos que permanecen (al menos en aparien- cia) inconmovibles a los esfuerzos reformistas. Así, han cobrado relevancia trabajos que ana- lizan la conformación y estabilización del dis- positivo escolar moderno, que contribuyen al unísono a desnaturalizar a la escuela tal como la conocemos y a explicar su relativa estabilidad. La gramática de la escolaridad Entre los conceptos más poderosos se en- cuentra el de gramática de la escolaridad, posi- blemente el más difundido en el campo pedagó- gico. El empleo de la noción de gramática para referirse a las reglas tácitas de la escolarización fue propuesto en distintos trabajos por Cuban, Tobin y Tyack, investigadores norteamericanos. Así, en 1994, Tyack y Tobin la definieron de la siguiente manera: “Entendemos por «gramáti- ca» de la escolarización las reglas y las estruc- turas regulares que organizan el trabajo de ins- trucción. Pensamos, por ejemplo, en las prác- ticas organizativas estandarizadas de división del tiempo y el espacio, de clasificación de los estudiantes y localización en salas de clases, y en la separación del conocimiento en «temas»” (Tyack; Tobin, 1994:454. Original en inglés, traducción propia). La idea de gramática de la escolaridad re- mite a un conjunto de reglas -que han llegado a ser tácitas- sobre la manera en que las escue- las dividen el tiempo y el espacio, califican a los estudiantes y los asignan a diversas aulas, estructuran el conocimiento que debe ser ense- ñado y las formas de acreditación de lo aprendi- do. La elección de la expresión gramática para referirse a las reglas y estructuras que organizan la escolarización es deliberada, como lo mues- tra la comparación que proponen Tyack y Cu- ban: «Prácticas como las aulas graduadas por edades estructuran las escuelas de una manera análoga al modo en que la gramática organiza 2 Las escrituras entre comillas indican expresiones frecuentes en la época. No se trata de conceptos a referenciar en bibliografía específica, sino de la clase de expresiones locales que toman en cuenta las metodologías cualitativas. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes 16 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011 Ante la propuesta de “nuevos formatos”: elucidación conceptual
  • 3. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 17 el significado en la comunicación verbal. Ni la gramática de la escolaridad ni la gramática del habla necesitan ser comprendidas a conciencia para operar como debe ser» (Tyack; Cuban, 1995:168). Es útil advertir que la analogía entre las re- glas tácitas de la escuela y la gramática del len- guaje apunta, entonces, a dos rasgos que presen- taría la gramática escolar: su capacidad organi- zadora y su operación automática. En cuanto a su capacidad organizadora, las reglas escolares promoverían los funcionamientos escolares por defecto, aquellos que tenderán a producirse si no escogemos de manera deliberada una opción diferente (Terigi, 2010b). En relación con su operación automática, Tyack y Cuban señalan que la gramática de la escolaridad posee un ca- rácter imperceptible para los actores, ya que se arraiga en hábitos, en formas de llevar a cabo las prácticas y de habitar las instituciones (Tyack; Cuban, 1995). La comparación sugiere que no se requiere un dominio experto o un análisis premeditado por parte de los actores para que la gramática escolar funcione: en la medida en que se extiende y reitera, en que se transmite en los circuitos de formación y se reproduce en las prácticas, nos hace docentes en un cierto marco de funcionamiento, y nos hace menos capaces de movernos en marcos poco usuales, menos co- nocidos o directamente nuevos (Terigi, 2010b). Como toda analogía, la de gramática escolar llega hasta un límite a partir del cual se hace ne- cesario establecer distinciones: mientras que la gramática de la lengua es una realización posible de un dispositivo universal innato (Chomsky, 1971) y reconoce en ese dispositivo su marco de posibilidad y su condición de necesariedad3 , lo que hoy se tiene por gramática básica de la escolaridad es una construcción histórica cuyo predominio entre otras posibles (previas, con- temporáneas y posteriores) debe ser explicado. No hay nada necesario en la gramática de la es- cuela, sino que, por el contrario, se hace menes- ter explicar de qué manera se establecieron cier- tas formas institucionales (como la clasificación por edades, o el aula graduada y simultánea) y de qué manera, una vez establecidas, llegaron a ser interpretadas como los rasgos necesarios de la escuela auténtica (Tyack; Cuban, 1995). El aula graduada, por ejemplo, no sería una crea- ción específica de la fase de masificación de los sistemas escolares, sino una reforma entre otras, que quedó tan institucionalizada que llegó a ser la gramática misma de la escolaridad. Los in- vestigadores norteamericanos argumentan que el aula triunfó sobre otros modelos por un con- junto de razones, entre ellas porque hacía posi- ble adecuar a la escuela la división del trabajo y la supervisión jerárquica que eran comunes en las fábricas; porque resolvía un problema or- ganizacional que el aula única de las escuelas urbanas no resolvía; y porque resultaba fácil de multiplicar. 3 El carácter innato, por tanto necesario, de la gramática universal del lenguaje es la hipóte- sis propuesta por Chomsky para explicar la ontogénesis temprana del lenguaje, en tanto el lingüista considera que esta ontogénesis temprana no puede atribuirse al funcionamiento de un mecanismo general de aprendizaje (Colombo, 2003). DIDÁCTICA y Prácticas Docentes Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 17
  • 4. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes 18 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011 Forma escolar En Francia, Vincent, Lahire y Thin (2001)4 analizan la radical novedad que para ellos supo- ne la escuela, su continuidad hasta nuestros días y su actual crisis. Desde su perspectiva existe una historiografía corriente de la educación que es continuista y se expone a anacronismo, que vincula lo que llamamos “escuela” con distintas instituciones existentes en la Edad Media y con la paideia de la Grecia antigua. Esta historiogra- fía (pseudogénesis, tal como la califican) par- te del supuesto de una especie de crecimiento natural de la escuela desde la antigüedad hasta nuestros días y, al hacerlo, subestima la nove- dad radical representada por las escuelas urba- nas desarrolladas a fines del siglo XVIII. Las escuelas “de un nuevo tipo” (Vincent; Lahire; Thin, 2001:13) que se crean en las ciudades por entonces, están destinadas a todos los niños, in- cluso los pobres, pese a que estos, para ejercer sus oficios, no necesitaban la clase particular de saberes transmitidos por la escuela. Este aconte- cimiento se relaciona con la instauración de un nuevo orden urbano: colocar a todos los chicos en escuelas aparece como un vasto emprendi- miento de orden público, con el objeto de obte- ner una nueva forma de sujeción. De aquí que afirmen que en las escuelas ur- banas de fines del siglo XVIII se instaura una nueva forma escolar. La noción de forma esco- lar, para proponer la cual se basan en la teoría de la Gestalt, procura entender la unidad de una particular configuración de las relaciones socia- les, más que el inventario empírico de los trazos característicos de una “realidad”. Según este análisis, aquello que da unidad a la forma esco- lar, su “principio de inteligibilidad”, se define en relación a reglas impersonales: «la constitu- ción de un universo separado para la infancia; la importancia de las reglas en el aprendizaje; la organización racional del tiempo; la multi- plicación y la repetición de los ejercicios, cuya única función consiste en aprender y aprender conforme a las reglas o, dicho de otro modo, teniendo por fin su propio fin» (Vincent; Lahire; Thin, 2001:37-38). Estos historiadores distinguen entre “for- ma escolar” e “institución escolar”: «la for- ma escolar no se confunde estrictamente con la institución escolar, ni es limitada por ella» (ídem, p. 46). En tal sentido, la forma escolar es transversal a múltiples prácticas socializa- doras: se encuentra en la socialización familiar, en las actividades “peri-escolares” y también en las formaciones de empresas, los cursos de “inserción”, etc. El modo escolar de socializa- ción puede ser calificado como dominante no solamente porque la forma escolar está am- pliamente difundida en las diversas instancias socializadoras, sino también porque la relación con la infancia que implica y el tipo de prácticas socializadoras que supone son los únicos a ser considerados como legítimos.5 En Argentina, Dussel se apoya en la noción de forma escolar tal como la presentan los his- toriadores franceses y propone que la noción de gramática escolar debe ser ampliada, para lo cual señala dos direcciones (Dussel, 2003). En primer lugar, considera necesario incorporar otros aspectos de la vida escolar que no están contemplados en las reglas básicas de la esco- larización; en especial le interesa incluir en el análisis ciertos eventos, procesos y artefactos (como los guardapolvos, de los que estudia su obligatoriedad en la escuela argentina), que considera también elementos fundantes de la cultura institucional de las escuelas, pues con- tribuyen a definir qué es una escuela y quiénes pueden estar en ella. En segundo lugar, afirma necesario el estudio histórico de las maneras concretas en que se produjo la constitución de la forma escolar en las prácticas locales; así, la singularidad de la escuela argentina en cuanto al uso de los guardapolvos puede dar pistas so- bre las formas en que la gramática de la escue- la tomó, en un país determinado, «artefactos, dispositivos e invenciones de otras experien- cias y los tradujo a una situación particular» (Dussel, 2003:13). 4 Agradezco a la Lic. Mariana Dosso (Licenciada en Trabajo Social, Maestranda en la Universidad de Buenos Aires, integrante del grupo de tesistas que coordino en la Universidad de Buenos Aires), haber puesto a disposición una traducción propia del artículo citado, que está publicado en portugués. 5 La situación actual, según la analizan estos autores, puede parecer paradójica. La forma escolar domina la socialización, pero la escuela como institución está cuestionada, su monopolio pedagógico y el de los docentes están amenazados. Al mismo tiempo, la preocupación por remediar lo que se designa como fracaso de la escuela lleva casi siempre a reproducir las prácticas escolares y prolongar la escolarización, esto es, a aumentar las demandas a la escuela. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes 18 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011 Ante la propuesta de “nuevos formatos”: elucidación conceptual
  • 5. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 19 Régimen académico Distintos trabajos destacan que lo que se pone en juego en la permanencia de las propues- tas educativas no atañe únicamente a los aspec- tos de organización institucional, sino también a componentes de índole cultural. Desde esta perspectiva, existe en las instituciones escolares una estructura normativa que organiza las prác- ticas y establece regímenes de trabajo. Viñao llama cultura escolar a un sedimento formado a lo largo del tiempo, que refiere a lo que perma- nece, lo que dura, lo que las sucesivas reformas no logran más que arañar superficialmente, ya que sobrevive insistentemente a todos sus inten- tos de cambio (Viñao, 2002). Perrenoud (1990) destaca la formación de un sentido común, que se define por el desconocimiento de la arbitra- riedad de las formas de ver el mundo y organi- zar el trabajo escolar que establece la escuela. En investigaciones desarrolladas por equipos en los que he tenido oportunidad de participar6 se retoma esta idea de una estructura normativa que establece regímenes de trabajo, y se pone como objeto el régimen académico, en particular estu- diado en la escuela secundaria. Entendemos por régimen académico (Camilloni, 1991) al conjun- to de regulaciones sobre la organización de las actividades de los alumnos y sobre las exigencias a las que estos deben responder. En la tradición de investigación sobre la escuela, la considera- ción del régimen académico es poco frecuente, pese a que los regímenes plantean condiciona- mientos difíciles de modificar que pueden operar dificultando, cuando no obturando, la trayectoria escolar de los alumnos. En nuestra perspectiva, el concepto régimen académico es un constructo que resulta de gran utilidad para sistematizar los modos en que las reglas que rigen la posición de alumno o alumna en el régimen de trabajo escolar determinan las experiencias que pueden tener quienes asisten a las escuelas en calidad de alumnos o alumnas. Lo reciente de la consideración del régimen académico por la investigación y las políticas va de la mano de la falta de desarrollo institucional de este régimen en cuanto instrumento formali- zado.7 En efecto, no se trata de un instrumento presente en la tradición escolar que habría sido insuficientemente atendido por la investigación, sino de un constructo que se ha hecho necesario proponer, en virtud de la complejidad del en- tramado de regulaciones explícitas y tácitas que estructuran la experiencia y afectan la trayecto- ria escolar (Baquero y otros, 2009). 6 En particular, destaco el proyecto de investigación “Escuela media y sectores vulnerables. Régimen académico y sentido de la experiencia escolar” (PICT 33531, radicado en la Universidad Nacional de Quilmes y ejecutado conjuntamente con la Universidad Nacional de General Sarmiento entre 2007 y 2010). En este proyecto hemos tomado a los regímenes académicos como objeto de análisis, prestando especial atención a su incidencia sobre el destino escolar de los alumnos y sus efectos de sentido sobre su experiencia escolar. Las notas de este apartado son tributarias de las producciones del PICT 33531 (ver, en especial, Baquero y otros, 2009). 7 Dicho de otro modo: difícilmente encontremos en los sistemas escolares un documento unificado al que pueda reconocerse como régimen académico. Los docu- mentos tradicionales de la escolaridad secundaria son otros: el plan de estudios, el régimen de evaluación, calificación y promoción, el régimen de disciplina o de convivencia (este último depende de cuál sea el planteamiento respecto de estos asuntos en los distintos sistemas escolares). En todos ellos se incluyen consideracio- nes, disposiciones y sanciones, que contribuyen a estructurar el modo de ser estudiante en este nivel educativo, al tiempo que algunas disposiciones y sanciones no alcanzan estatuto de norma escrita, sino que funcionan sostenidas en prácticas consuetudinarias. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 19
  • 6. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes 20 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011 Este carácter elusivo de la materialidad del régimen académico plantea dificultades a la hora de aprender a ser estudiante. «La experiencia de quienes fracasan está plagada de referencias al desconocimiento de regulaciones que finalmen- te definieron su destino escolar, al anoticiarse en el momento mismo en que se determinaba la situación de fracaso o cuando ya se encontra- ban en serio riesgo de tal situación. Parte de este desconocimiento se vincula con el carácter táci- to de algunas regulaciones» (Baquero y otros, 2009:301, cursiva en el original). Hay componentes del régimen académico tan tradicionales que no quedan explicitados, pero todos los conocen y, usualmente, los to- man como un estado natural de las cosas8 ; tal es el caso de la cursada del año escolar en bloque (todas las materias al mismo tiempo), un aspec- to del régimen ligado de manera incontestable con la repetición de años escolares completos, debido a la imposibilidad normativa de obtener acreditación parcial del año escolar. La cursa- da del año escolar en bloque es un supuesto del régimen de estudios que no queda explicitado, pero que toma gran relieve cuando se analizan las trayectorias escolares no encauzadas que muestran numerosos estudiantes. En nuestra región se realiza un gran esfuerzo por ampliar la escolarización a vastos sectores de la población históricamente excluidos. Este esfuerzo enfrenta distintos obstáculos según los niveles educativos de que se trate, siendo el ni- vel secundario el que requiere los cambios más importantes, vista su tradicional función selecti- va para la cual el imperativo de la universaliza- ción resulta un contrasentido. Entre los cambios que se requieren, los referidos al régimen aca- démico toman en este nivel un lugar preponde- rante, pues se lo identifica como productor de exclusión y fracaso. Los “nuevos formatos”, el modelo organiza- cional y el modelo pedagógico Cualesquiera que sean los énfasis que los distintos conceptos tratados nos permiten rea- lizar en el análisis de la escuela, nos interesa plantear que el conjunto de reglas, ordenamien- tos, regímenes, etc., que configuran la escuela tal como la conocemos, ha operado no solo en la forma que toma la organización escolar, sino también en el tipo de saberes producidos para operar en esa organización. La presencialidad, la simultaneidad, la clasificación por edades, la descontextualización, llevan a un funcio- namiento estándar del sistema escolar y tam- bién a una producción de saberes bajo aquellos principios. Tomando esta línea de análisis introduciré una distinción, de elaboración propia, entre lo que podemos llamar modelo organizacional y modelo pedagógico. Con la expresión mode- lo organizacional, nos referimos a la clase de restricciones que están determinadas por la or- ganización escolar y que la didáctica no define. Las realidades organizacionales (que las aulas sean graduadas, que los alumnos se agrupen por edad, que cursen “en bloque”, etc.) tienen una materialidad que plantea restricciones a la pedagogía, surgida y desarrollada en aquellas realidades organizacionales.9 El modelo peda- gógico es entendido aquí como una producción específica, que inevitablemente se enmarca en aquellas restricciones, y que debe producir una respuesta a la pregunta sobre cómo promover los aprendizajes de un número de alumnos agrupados de cierta manera al comando de un docente (Terigi, 2008). Al sostener la distinción entre modelo organizacional y modelo pedagó- gico, estamos afirmando que el segundo no se infiere del primero, ni lo espeja, sino que debe ser producido.10 8 Este “estado natural de las cosas” nos lleva nuevamente al concepto de gramática de la escolaridad. De todos modos, el de régimen académico es un concepto que conviene conservar en su especificidad, por cuanto designa las reglas que rigen la posición de alumno o estudiante. 9 Los conceptos de gramática de la escolaridad, forma escolar y régimen académico intentan atrapar estos principios de organización. No estamos diciendo que el con- cepto de modelo organizacional abarque los anteriores, sino que en todos ellos se capta algún aspecto de lo que aquí llamamos modelo organizacional. Nos resulta más sencillo proponer este concepto que dirimir entre los que hemos tratado, para determinar cuál estaría expresando con mayor proximidad la clase de restricciones que pesan sobre el saber pedagógico. 10 No se desconoce que la utilización de la expresión “modelo pedagógico” tiene sus inconvenientes. El uso consuetudinario del término “modelo” en educación acer- ca su sentido usual a la idea de norma o patrón al que deberían ajustarse las prácticas. En este trabajo utilizamos la idea de “modelo” en un sentido distinto, para referirnos al resultado de una operación intelectual, la modelización, que consiste en una formulación de carácter general sobre la resolución práctica de los aspectos sustantivos de la enseñanza en un determinado contexto didáctico (Terigi, 2008). DIDÁCTICA y Prácticas Docentes 20 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011
  • 7. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 21 Son ejemplos de distintos modelos organi- zacionales, el aula monogrado11 , el plurigrado, la clase “particular”, las propuestas de acelera- ción, las escuelas no graduadas, las tutorías, las clases de apoyo, y muchos más. Asistimos, por cierto, en los últimos años a la multiplicación de modelos organizacionales, resultado de los esfuerzos que gobiernos, escuelas y docentes llevan adelante. Cada uno de estos “modelos” establece formas específicas de agrupamiento de los alumnos, de selección de los contenidos, de determinación de la progresión en los apren- dizajes, entre otros análisis posibles, y quienes enseñan en cada uno de ellos se mueven (aun- que pueden no saberlo) dentro de las restriccio- nes que establecen esas formas. Son ejemplos de modelos pedagógicos, la enseñanza simultánea, la enseñanza mutua, las llamadas adecuaciones curriculares... y no mu- cho más. En esta distancia entre la proliferación de modelos organizacionales (¿los “nuevos for- matos”?) y la escasez de modelos pedagógicos radica un nudo del problema que enfrentamos a la hora de pretender cambiar la escolarización. Porque, si tenemos diversos modelos organi- zacionales, pero unos pocos modelos pedagó- gicos, significa que son insuficientes el saber pedagógico y, en particular, el saber didáctico, para sustentar la enseñanza, por lo menos en al- gunos de estos modelos. El asunto, en el actual contexto de entusias- mo por los “nuevos formatos”, debería produ- cirnos algún grado de alarma respecto de la fac- tibilidad de tales novedades. El saber pedagógi- co con el que contamos pero, sobre todo, el que circula por los canales institucionales, al que he llamado saber pedagógico por defecto (Terigi, 2010b), tiene problemas a la hora de concretar alternativas con algún poder instituyente. Así, por ejemplo, los profesores de enseñan- za secundaria cuentan con una formación pe- dagógico-didáctica que los ha preparado para trabajar en un modelo organizacional preciso: el aula monogrado. Eso significa que sus sa- beres pedagógicos, sus saberes didácticos, los facultan para desarrollar un programa unificado de aprendizajes con un mismo grupo de adoles- centes durante un ciclo lectivo.Puestos en otros modelos organizacionales (tutorías, clases de apoyo, cátedras compartidas, entre otros) se abre la pregunta por las modalidades de ense- ñanza apropiadas, y se plantea la hipótesis ra- zonable de que, en las prácticas concretas de muchos profesores, se produce una extensión del modelo pedagógico del aula monogrado (conocido debido a su biografía escolar, a su formación, a los saberes institucionalizados a los que pueden acceder) a otros modelos orga- nizacionales; una extensión fallida, como cabe comprender. La distinción entre modelo organizacional y modelo pedagógico ofrece otra perspectiva de análisis para entender por qué, pese a tantos cambios como impulsan hace tiempo las políti- cas educativas, las cosas parecen no mejorar, o no lo hacen a la velocidad que se espera. Es fre- cuente que la introducción de innovaciones en las políticas produzca modificaciones en aspec- tos organizacionales del funcionamiento escolar, pero no logre impactar en el modelo pedagógico predominante. Cuando esto sucede, no es válido explicar el “fracaso” en el impacto innovador de algunas medidas por la “resistencia” de los profesores a introducir cambios en su trabajo. La conclusión debería ser bien diferente: muchas propuestas de cambio organizacional encierran una gran complejidad didáctica que, si no es de- bidamente considerada, reduce las iniciativas a 11 El aula en la cual un maestro o un profesor tienen que desarrollar un programa unificado de aprendizajes con un grupo de niños o de adolescentes que cursan un mismo grado de su escolaridad y que va a ser el mismo de principio a fin del ciclo lectivo. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes Junio 2011 / QUEHACER EDUCATIVO / 21 Ante la propuesta de “nuevos formatos”: elucidación conceptual
  • 8. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes 22 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011 arreglos formales o les hace perder potencia en la resolución de los problemas analizados. Es necesario tomar debida cuenta del desajuste que existe en las estrategias y recursos pedagógicos con los que cuentan los docentes, visto el saber acumulado por la tradición pedagógica. Bajo esas condiciones, las políticas educativas debe- rían no solo generar condiciones institucionales para atender las problemáticas planteadas, sino también hacerse cargo de acumular el conoci- miento que se requiere: conocimiento pedagógi- co y, en particular, conocimiento didáctico. Bibliografía citada BAQUERO, Ricardo; TERIGI, Flavia; TOSCANO, Ana Gracia; BRISCIOLI, Bárbara; SBURLATTI, Santiago (2009): “Variacio- nes del régimen académico en escuelas medias con población vul- nerable. Un estudio de casos en el Área Metropolitana de Buenos Aires” en REICE Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, Volumen 7, Nº 4 (Octubre). Monográfico: “Abandono y Deserción en la Educación Iberoamericana”. BOLÍVAR,Antonio (1996): “El lugar del centro escolar en la política curricular actual. Más allá de la reestructuración y de la descentrali- zación” en M. A. Pereyra y otros (comps.): Globalización y descen- tralización de los sistemas educativos. Fundamentos para un nuevo programa de educación comparada. Barcelona: Pomares-Corredor. CAMILLONI, Alicia R. W. de (1991): “Alternativas para el régi- men académico” en Revista IGLU, Nº 1. Buenos Aires. CHOMSKY, Noam (1971): Estructuras sintácticas. Madrid: Aguilar. COLOMBO, María Elena (2003): “Aportes de la Lingüística y la Psicolingüística en el estudio del lenguaje” en J. Töpf (comp.): Es- critos sobre Psicología General. Buenos Aires: EUDEBA. DUSSEL, Inés (2003): “La gramática escolar de la escuela argen- tina: un análisis desde los guardapolvos escolares” en Anuario de la SAHE, N. 4, pp. 1-34. PERRENOUD, Philippe (1990): La construcción del éxito y del fracaso escolar. Madrid: Ed. Morata. DIDÁCTICA y Prácticas Docentes 22 / QUEHACER EDUCATIVO / Junio 2011 Desde el año 2010 se organizó en Las Piedras, a solicitud de los maestros, un grupo de estudio e intercambio que convocó a docentes de la zona y localidades cercanas. Con la asistencia del Equipo de Lengua de QUEHACER EDUCATIVO se realizaron varios encuentros con muy buen nivel de participación. Los días 18 de marzo y 6 de mayo del presente año continuaron las actividades con las temáticas propuestas, valiosos aportes y entusiasta nivel de intercambio de los maestros. Actividades del Equipo de Investigación en Enseñanza de la Lengua de QUEHACER EDUCATIVO TERIGI, Flavia (1997): Curriculum. Itinerarios para aprehender un territorio. Buenos Aires: Ed. Santillana. TERIGI, Flavia (2008): Organización de la enseñanza en los plu- rigrados de las escuelas rurales. Tesis de Maestría. Buenos Aires: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. TERIGI, Flavia (2010a): “La inclusión como problema de las po- líticas educativas” en Revista QUEHACER EDUCATIVO, Nº 100, Edición Especial (Abril), pp. 74-78. Montevideo: FUM-TEP. TERIGI, Flavia (2010b): “Docencia y saber pedagógico-didáctico” en El monitor de la educación, Nº 25, 5ª época (Junio). Dossier “Ser docente hoy”, pp. 35-38. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación. TYACK, David; CUBAN, Larry (1995): En busca de la utopía. Un siglo de reformas de las escuelas públicas. México: F.C.E. TYACK, David; TOBIN, William (1994): “The ‘Grammar’ of Schooling: Why Has it Been so Hard to Change?” en American Edu- cational Research Journal, Fall 1994, Volume 31, N° 3, pp. 453-479. VINCENT, Guy; LAHIRE, Bernard; THIN, Daniel (2001): “Sobre a história e a teoria da forma escolar” en Educação em Revista, Nº 33 (junio), pp. 7-47. Belo Horizonte. VIÑAO FRAGO, Antonio (2002): Sistemas educativos, culturas es- colares y reformas: Continuidades y cambios. Madrid: Ed. Morata.