2. La palabra de Cristo “tengo sed”, es una palabra plenamente humana; con ella
manifiesta, como hombre, la terrible sed que padecía. Era conocido el grave
tormento de la sed de los crucificados y Jesucristo debía sentir una sed
insoportable. Desde la noche anterior, no había ingerido alimento ni tomado
bebida alguna.
El sudor de sangre en Getsemaní, los terribles azotes, la coronación de espinas
y la crucifixión, causaron una gran pérdida de sangre a través de todo el cuerpo
del Señor Jesús. Tiene que haber tenido una sed ardiente su garganta,
completamente reseca.
Un soldado romano quiso aliviar la sed del crucificado. Solían tener una vasija
llena de agua mezclada con vinagre; era, al parecer, una bebida refrescante,
que solía tomar la gente pobre. El soldado coge una esponja, la empapa en esa
bebida y, en una caña, como dicen Mateo y Marcos, o en una gran rama de
hisopo, como dice Juan, se la alcanza a Jesús. Los labios de Cristo se
humedecen. Juan nos dice que “tomó el vinagre.”
3. La Escritura lo había anunciado en el Salmo 22 (21): “Tengo el paladar reseco
como una teja recién sacada del horno”. Quizá era la sed la tortura más
intolerable del crucificado. Las heridas expuestas al sol le producían gran
fiebre. Y se cumplió lo anunciado por el profeta (Salmo 68, 21). “En mi sed me
dieron a beber vinagre”.
Sn. Ambrosio nos dice: “Cuando derramaba los torrentes de agua viva que
debían apagar la sed de todas las gentes, Jesús tuvo que exclamar ´Tengo
sed´”. Con sed de hacernos bien murió Cristo, y vivió siempre con esa sed.
Tiene sed del cuerpo y sed de salvar la almas, y de conseguir que lo amemos y
que obedezcamos sus mandatos. No seamos menos que aquel soldado que
alcanzó la esponja. Todavía podemos calmar su sed, llenando nuestra vida
de actos de amor a Él, y de obediencia a sus mandatos. Por su sed en la cruz
pidámosle que nos conceda sed de salvar almas, y nos libre de esta sed de
placeres que nos domina” (Sn. Agustín de Hipona).
4. Cuando le ofrecieron el vino al
principio de la crucifixión, no lo
aceptó, porque ese vino mezclado
con hielo adormecía y les calmaba
los dolores. Pero ahora ante el
tormento espantoso de la sed, pide
de beber y acepta el vinagre que le
ofrecen.
Era muy natural que tuviera sed por su condición de desangre y agotamiento
físico, quiere que todos los que lo oigan mediten en esta palabra suya. En esas
tres horas de lenta agonía el cuerpo perdía incesantemente sangre y fuerza vital
a través de las heridas de las manos y de los pies, y desde las vastas heridas
producidas por la flagelación. La cabeza estaba acribillada de punzaduras de
espinas, y en la posición a que forzaba la cruz, ningún músculo encontraba
reposo. (Ricciotti).
5. Las palabras pronunciadas por Cristo, dichas en este momento sublime en que
está llevando a cabo la redención de los hombres, tienen también un sentido
trascendental.
Al expresar Jesús desde la cruz la realidad de su sed física, quiere que todos los
que oigan y mediten en esta palabra suya, profundicen en la sed más ardiente
que había en su corazón. El Señor sentía en esos momentos las mayores ansías y
deseos de redención y salvación de todos los hombres.
“¡Corazón divino de Jesús! Te consagro mi muerte,
cuando quieras, donde quieras, como quieras, con tal
que sea en tu amor, en tu gracia y en unión a tu
muerte redentora”.