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Dios sin nombre
1. AQUÉL QUE NO TIENE NOMBRE
(Extraído del libro “Dios Adentro” de P. Ignacio Larrañaga)
Los hombres de la Biblia
no se atreven a definir a
Dios, ni siquiera a
nombrarlo. Definir es
abarcar algo, y Dios es
inabarcable. Nombrar es
aprehender y medir la
esencia de una persona,
y Dios no es mensurable.
2.
3. Dios le dijo: Moisés, sácame a
este pueblo de la opresión de
Egipto. Moisés le respondió:
Señor, cuando yo convoque a
los israelitas y les diga: vuestro
Dios me envió para libertaros
de la opresión, y ellos me
pregunten: ¿cómo se llama
ese Dios?, ¿qué les respondo
entonces, Señor? ¿Cuál es tu
nombre? ¿Cómo te llamas? El
Señor Dios esquiva la
pregunta. Yo soy el que soy.
4. Viene a decir que el verdadero Dios no tiene nombre, y
si tuviéramos que darle un nombre, sería éste: Sin
nombre, Innominado. Esencialmente es eso: el
Inefable, el Inclasificable, el Incalificable Las palabras
más altas no lo pueden encerrar en sus fronteras, no le
alcanzan los silogismos. Dios no es lógica, no es un
ente abstracto. Sólo en la fe, sólo de rodillas.
Es inútil, aunque juntemos los adjetivos más brillantes
del lenguaje común, aunque saquemos las palabras del
diccionario y armemos con ellas un monumento más
profundo que el mar, más alto que el cielo y más ancho
que la Tierra, es inútil, las palabras no valen. Él es otra
cosa, es mucho más, mucho más que las palabras.
Sólo en la fe, en silencio y de rodillas.
5. En la noche profunda de la fe, cuando el alma
se extiende sedienta en la presencia divina para
acoger en silencio el misterio infinito, sólo así,
entregados y receptivos, comenzaremos a
entender al Ininteligible.
6. Cuando la música calla, las palabras callan, la
inteligencia calla y sólo queda el silencio en la
presencia, en la fe pura, sin entender nada y
entendiéndolo todo, sin decir nada y diciéndolo todo,
cuando el abrazo se consuma, no de idea a idea, sino
de ser a ser, entonces la certeza y la oscuridad, que son
las dos fuerzas dialécticas que sostienen la fe, se elevan
por encima de las dialécticas mismas para darse las
manos y así plantar un altar en medio del mundo y,
mudos, adorar, y asumir y ser asumidos por el misterio
infinito. Sólo en la fe, de rodillas, en silencio, con
certeza, pero a oscuras.