En los límites de un tranquilo pueblecito habitado por rentistas y algunos comerciantes, se alza una granja con sus edificios recién pintados. Esta dividida en campos de diversos colores, enmarcados por acequias rectilíneas. Se trata de la granja de Alfred, un hombre orgulloso, integro y poco hablador. Es alto, delgado, de barbilla afilada y nariz aguileña. La gente le respeta tanto como le teme. Es poco locuaz, pero cuando habla es para pronunciar refranes sobre el valor del trabajo o la seriedad de la vida.
Su mujer Adéle, siempre muestra una sonrisa acogedora y una palabra afable. La gente disfruta de su compañía. Es una mujer regordeta de rostro.
1. Una fábula sobre el perdón: Alfred y Adéle
(tomado del libro “Cómo perdonar “ de Jean Mongourquette)
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4. Un día Alfred decide acortar su
jornada. En lugar de trabajar hasta
la caída de la tarde, vuelve a casa
antes que de costumbre.
Estupefacto, sorprende a Adéle in
fraganti con un vecino en el lecho
conyugal.
El hombre sale huyendo por la
ventana, mientras que Adéle
desamparada, se arroja a los pies
de Alfred implorándole perdón.
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6. No se sabe muy bien cómo se propagó por el pueblo el caso
de Adéle, pero las “malas lenguas” van a buen paso. Se
predice que Alfred pedirá la separación; pero, desbaratando
las habladurías, hete aquí que Alfred se presenta en la misa
mayor del domingo en medio de la iglesia, con la cabeza
muy alta y en compañía de Adéle, que avanza a pacitos tras
él.
Parece haber entendido como un
perfecto cristiano las palabras del
Padrenuestro que dicen: “Perdona
nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a quienes nos
ofenden”. Pero la gloria del perdón
de Alfred se alimenta secretamente
de la vergüenza de Adéle.
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13. En lugar de ver en Adéle a
una mujer mala, ve a la
esposa que necesitó ternura;
recuerda con cuánta frialdad
y dureza la tratabas; haz
memoria de su generosidad y
de su calor, que tanto te
gustaban al principio de tu
amor.
Por cada mirada trans-
formada, te quitaré una
piedra del corazón”.
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15. La misma Adéle siente el cambio y,
aliviada, recobra su buen humor, su
sonrisa y su jovialidad. Alfred, a su
vez, también se siente muy
cambiado. Una profunda ternura
invade su corazón, dolorido aún por
el paso de las piedras.
La nueva emoción que le embarga
todavía le asusta un poco. Pero una
noche llorando, toma a Adéle en sus
brazos sin pronunciar palabra. Acaba
de producirse el milagro del perdón.