Profesor: Ricardo Lang, Manuel Toledo
Taller: Acto y Celebración, Diseño Industrial
Alumno: Mariana Boubet
Fecha: 04 Abril 2016
Escuela de Arquitectura y Diseño PUCV
Gabriela Marcano historia de la arquitectura 2 renacimiento
La orgánica de lo apetente - Dimensión de la unidad y lo sensorial que dice del comer
1. Cuando observamos una fruta como
el pomelo, la experiencia con lo cítri-
co hace aparecer lo apetente. Sabemos,
culturalmente, que resulta más atracti-
vo si es jugoso (adquiere brillo), y si el
color es intenso, donde el cuerpo res-
ponde de inmediato a estos signos.
Cuando evidenciamos la existencia de
su unidad discreta, la intención del co-
mer se hace más atractiva.
Lo «frutoso» no sólo aparece en el sa-
bor. Cuando observamos una frutilla,
vemos el vínculo que existe de la perife-
ria con el nervio central. La trama que
forma la textura del exterior le da un
aspecto orgánico al bocado, y es donde
comienza el matiz de color a través de la
fruta hasta su centro.
El deseo provocado por lo apetente
aparece cuando observamos lo fruto-
so: el trazado sinuoso y orgánico de
las celdillas y la partición natural de
su unidad. El gajo dice del comer y el
compartir. Cuando extendemos una
rodaja de naranja, los gajos se separan
y forman triángulos casi simétricos. La
unidad geométria se hace orgánica en
la naranja.
La trama que aparece al cortar una lá-
mina de uva por la mitad. ¿Conside-
ramos esta trama apetente? Se forma
una simetría al enfrentar las uvas donde
periferia de color intenso marca un tra-
zado que contiene el bocado.
Existe una simetría que mantiene la
continuidad de la figura. Si esto se rom-
pe,¿selograunaspectomásapetente?
2. El valor de la pepa frente a la textura
traslúcida de la carne de una sandía la
mantiene en la dimensión de lo frutoso.
La apetencia, como aspecto cultural, lee
la gráfica natural que dibujan las pepas
y le dan el sentido de la apetencia al
trazado concéntrico de las fibras de la
sandía.
Se diseña una trama donde la geome-
tría sintética del corte de la frutilla se
contrapone con la formalidad orgánica
de las uvas. Los colores, al complemen-
tarse, le dan un equilibrio gráfico al bo-
cado, dando una noción de apetencia.
Sin embargo, el trazado simétrico del
bocado no hace aparecer una apetencia
frutosa que incita el deseo del comer y
saborear.
En una primera prueba, se diseña una
trama simétrica la cual, al teselar, forma
un total sintético y sin rasgos apeten-
tes. La geometría no dice del comer ni
del tocar. Hay un atractivo visual, sin
embargo no aparece el aspecto frutoso
del comer.
Cuando hacemos de la unidad un ele-
mento sinuoso, la trama cambia inme-
diatamente y se hace más atractiva. El
patrón constituído no obedece a reglas
simétricas, donde el descubrir de la ape-
tencia toma lugar. Lo anaranjado forma
un trazado orgánico a través del total,
tomando centros o puntos de mayor
intensidad (rojo y rosado).
Cuando observamos la unidad discreta
del total, aparece un matiz de colores
cálidos en un trazado orgánico, donde
la apetencia surge a través de la expe-
riencia visual. La apetencia a lo táctil
toma lugar al tener una dimensión hu-
mana en sus curvas.
El bocado se particiona en cuatro trozos
de la misma medida los caules se rela-
cionan de forma concéntrica.
3. Cuando consideramos algún elemento
«apetecible», es el cuerpo el que reac-
ciona a una lectura de símbolos que
estimulan la percepción. Los sentidos
en general, y no tan sólo el gusto, per-
ciben que aquel elemento nos dice del
comer y, por tanto, tiende a un valor
comestible.
El comer surge como una necesidad in-
tuitiva del hombre. Pero, ¿no repercute
en otras dimensiones de lo humano?
La comida aparece como evidencia
constitutiva de las relaciones sociales1
,
surgiendo la identidad del individuo y
de la comunidad. En consecuencia, el
comer da un sentido cultural, evocando
recuerdos y constituyendo experiencias.
La experiencia tiene un valor funda-
mental al estudiar lo apetente. Cuando
queremos evocarlo, queremos también
incitar a una sensación, una experiencia
donde la semiología del elemento da
cuenta de este sentido específico. Es así
como surge el acto del comer.
Valores formales y sensoriales de
lo apetente
Cuando hablamos de lo apetente, no se
debe acotar sólo a la relación alimento -
boca. Este «placer» que evoca el sentido
de la apetencia, este llamado al vínculo
entre lo sensitivo y el estímulo, puede
abarcar más dimensiones que entre sí
Referencias
1
Menasche, Renata. Cuando la Comida se
Convierte en Patrimonio.2013. Research
Gate. pág 03
2
Fernando Casasempere. Esculturas:
http://www.fernandocasasempere.com/
mosaic/sculptures/
4
El Eros Platónico definido en el diálogo
El Banquete, aparece como el deseo de lo
que no se tiene. El deseo pasional de lo que
se desea, encontrándose en un plano me-
dio entre dioses y hombres. De este modo,
los suma, llena el vacío que los separa me-
diante el anhelo y el deseo de la pureza,
plenitud y unidad.
Boulangger Atoche, Lourdes. El Eros
griego y el Eros Platónico. https://filoso-
fiaudep.wordpress.com/el-eros-griego-y-
el-eros-platonico-del-mito-a-la-filosofia/
03/04/2016
Calame, Claude. Eros en la Antigua Gre-
cia. 1992
vislumbran un acto.
Por ejemplo, la apetencia del tacto.
Cuando la formalidad de un objeto
dice del tocarlo, de palpar, apretar, ras-
par, etcétera.
Al presentarse una figura de formas sin-
téticas o rígidas, puede que no sea tan
apetente al tacto como uno de caracte-
rísticas orgánicas y sinuosas, ya que éste
último dice de lo humano, se observa
una dimensión del hombre que llama al
vínculo directo con lo sensorial.
Si observamos las esculturas del artista
Fernando Casasempere2
, específica-
mente las de la muestra “Mi Andadu-
ra”3
, podemos ver cómo un material
orgánico no constituído para la alimen-
tación puede resultar, a través de su for-
ma, textura, unidad y colores, apetente
al tacto y también a lo comestible.
En algunos casos, las texturas evocan
una sensación de cremosidad o de con-
sistencia aireada, en otras, de crujencia
y de dura densidad.
Lo que resulta más atractivo, sin em-
bargo, es el irreductible de lo orgánico
en sus formas, donde «lo simétrico»
aparece como una cualidad de partición
o porcionamiento, y no como lo que
constituye el valor propio de la escul-
tura.
De este modo podemos establecer que
lo apetente considera más que sólo el
equilibrio y armonía del sabor. Aspec-
tos como el color, que va de la mano
con la textura y la densidad que esta
dice de lo formal (la textura en la boca)
o el cómo comer o sostener (partición),
deben encontrarse, para llegar a la ape-
tencia, bajo la dimensión de lo orgá-
nico, de lo natural, para así establecer
relación con lo humano.
Dimensión conceptual
Como ya mencionamos, los valores
formales de lo apetente fluctúan en el
universo de lo orgánico.
Estos aspectos que le dan una determi-
nada formalidad al bocado, no sólo se
quedan en la gráfica. Al proponer evo-
car una experiencia, hay un valor con-
ceptual tras cada carácter formal que
trae, en conjunción, la apetencia.
Bajo la teoría del color, éstos, depen-
diendo de su tonalidad, traen consigo
diferentes sensaciones de, por ejemplo,
frescor, calidez, dulzor o incluso picor.
El color en ciertos contextos gráficos
puede aludir a qué tan fresco se encuen-
tra un alimento, o en qué período de
maduración se encuentra un fruto, sin
olvidar el brillo que lo complementa.
Esto nos da un valor tangible de la co-
mida. Pero lo apetente va más allá de
esta dimensión sensitiva física del hu-
mano. ¿Qué ocurre con los valores con-
ceptuales del comer?
El color
Cuando observamos los frutos, se cae
en la cuenta que el color, dentro de
otros aspectos, actúa como una alución
a la sorpresa. Por ejemplo, al abrir lo
opaco y áspero del kiwi y encontrarnos
con lo verde brillante de una textura
fibrosa y jugosa. Lo apetente surge de
inmediato al descubrir un color (estí-
mulo) intenso.
A su vez, los matices de tonalidades dan
cuenta de un vínculo de la periferia del
fruto con el centro (núcleo) de este. Las
semillas de una frutilla se encuentran
ligadas al centro por matices de blan-
co y rojo que se trazan en su interior.
Así, lo frutoso aparece en los matices de
intensidades de lo periférico a lo con-
céntrico.
El tiempo
Al interactuar con un fruto, el cuerpo se
dispone para la experiencia y la lectura
de los signos de lo apetente.
La diferencia de tiempo que toma el pe-
lar una naranja o un plátano, le da un
ritmo particular a cada uno desde que
se comienza a pelar hasta que se pela
por completo.
En consecuencia, la experiencia que
trae comer cada fruto resulta diferente
no sólo por la variación de sabores, si
no que ahora, bajo una dimensión tem-
poral, el tiempo de espera y la dinámica
que se requiere para llegar a lo comes-
tible constituyen una nueva apetencia.
Un factor de ansiedad aparece en la
boca, al ir paulatinamente descubrién-
dose el color, el aroma y la contextura
de lo que se quiere comer.
El tiempo, entonces, aparece como
un elemento intrínseco de lo apetente
donde la experiencia en la dinámica del
comer toma forma en un «aparecer» de
signos.
Lo «erótico» del comer
Podemos observar, a su vez, el valor del
«eros» al considerar la búsqueda del
placer y la belleza, la tendencia a la uni-
dad4
en lo que se consume.
Lo erótico del comer, dejando a un lado
la concepción de deseo carnal, es el pla-
cer que se busca frente a la apetencia.
En algunos frutos, este deseo es dado,
como por ejemplo en las uvas, donde su
unidad es entregada a la dimensión de
la boca armoniosamente por su racimo.
Cuando pelamos un plátano, se entrega
la lectura clara del código que permite
quitar su cáscara intuitivamente. Apa-
rece como una unidad que evoca placer
al entregarse al comer.
Cuando decimos que un elemento es
apetente, es porque dice del comer, del
tocar, del sentir, por tanto, se considera
bello en su atractivo comestible, pla-
centero y conformado como una uni-
dad clara. Aparece un deseo dispuesto
por el cuerpo a conseguir aquello que
no se tiene.
La unidad
Cuando vemos que un fruto posee uni-
dades formales discretas provenientes
de un total, da cuenta de un tiempo
y orden del comer, dejando abierta la
posibilidad de generar comunidad al
compartir.
Por ejemplo, al observar la unidad de
una naranja, los gajos, le dan al bocado
la dimensión de la boca, y la posibilidad
de replicar la acción con otros.
El hecho de que un alimento esté por-
cionado, le da sentido de comunidad a
lo apetente, junto con una noción de
consistencia que incita a su consumo.
Esto podemos notarlo claramente en
las esculturas de Fernando Casasempe-
re descritas previamente. La formalidad
de las figuras resulta sintética, pero
vuelve a lo orgánico gracias a lo que
incita su contextura sinuosa. Sin em-
bargo, esta síntesis geométrica de este
“porcionamiento”, proviene de la exis-
tencia de una unidad total de la cual se
coge un trozo.
De esta manera, lo apetente aparece
tanto en su unidad discreta como en el
total del cual se desprenden estos bo-
cados, donde cabe la dimensión de lo
simétrico en orden de lo orgánico.
La trama del bocado
Cuando establecemos la porción del
bocado, éste habla del modo y cantidad
del comer.
Al observar el total de una torta cilín-
drica, se pretende cortarla en trozos
iguales para compartirla. De este modo
la partición se vuelve concéntrica.
Lo mismo ocurre con cualquier total
de comida. Como mencionamos, el
comer es un acto del hombre que lo
vincula con la comunidad. Es por esto
que siempre se pretende entregar relati-
vamente la misma porción para todos
quienes participan de esa comunidad y
del comer. Así, lo simétrico toma parti-
da en este ámbito.
Se diseña un bocado en un formato de
unidad de 10 cm x 10 cm, particionado
en cuatro trozos iguales. En esta medi-
da se inscribe una trama formalmente
orgánica dando cuenta del aspecto
«frutoso» de la apetencia, constituída
por los valores formales y conceptuales
descritos.
La apetencia de lo «frutoso» aparece al
enfrentar el total, donde se observa una
textura tridimensional de formalidad
sinuosa dando cuenta de este eros de lo
apetente, que converge con los matices
y forma la unidad.
El bocado posee una temporalidad,
donde el ritmo aparece en el descubrir
mediante los matices de intensidad de
colores y sabores que de manera pro-
porcional, se intensifican hacia la peri-
feria. El encuentro de texturas le da el
aspecto de sorpresa que intensifica el
placer de satisfacer la apetencia.
De esta manera, conseguimos rescatar
los aspectos esenciales de «lo fruto»
para constituír un bocado que evoque
una experiencia.
El bocado se compone de frutilla, ma-
racuyá y naranja, trabajando el material
natural con elementos adicionales para
conseguir las texturas, sabores y tonali-
dades necesarias para llegar a una armo-
nía orgánica.
3
Fotografías esculturas Casasempere
La orgánica de lo apetente
Dimensión de la unidad y lo
sensorial que dice del comer
1 2 3 4 5 6 7 8 9
4. Bibliografía
1. Menasche, Renata. Cuando la Comida
se vuelve Patrimonio. https://www.resear-
chgate.net/profile/Renata_Menasche2/
publication/260334451_Cuando_la_co-
mida_se_convierte_en_patrimonio__
puntualizando_la_discusin/links/00b7d-
530ca314d1cd5000000.pdf
2. http://fernandocasasempere.com
3. Boulangger Atoche, Lourdes. El Eros
griego y el Eros Platónico. https://filosofiau-
dep.wordpress.com/el-eros-griego-y-el-
eros-platonico-del-mito-a-la-filosofia/
4. Dávila Reyes, Paul Andrés. Aplicación
del Food Design como una Experiencia
Sensorial. http://dspace.ucuenca.edu.ec/
bitstream/123456789/1558/1/tgas86.pdf
Mariana Boubet
04 Abr 2016
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