Guillermo de Ockham defendió la separación entre la iglesia y el estado, la religión y la política. Abogó por la independencia del poder temporal de los reyes y emperadores respecto al poder espiritual del Papa. Argumentó que los derechos de los gobernantes seculares existían antes de la ley evangélica y que el Papa no podía alterarlos o disminuirlos sin causa.