SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 179
JEREMÍAS
Con respecto al profeta Jeremías, podemos observar: I. Que comenzó de muy joven
(a los 20 años más o menos) su ministerio. Observa Jerónimo que a Isaías, por ser ya
mayor, le tocó la lengua un serafín con una brasa, para purificarle de su pecado (Is. 6:7),
pero que, cuando Dios le tocó a Jeremías la boca (Jer. 1:9), no se dice que fuese para
purificarle, por ser de más tierna edad. II. Que continuó ejerciendo su ministerio por
más de 40 años, pues lo comenzó en el decimotercer año de Josías y lo continuó a lo
largo de todos los perversos reinados que sucedieron al del buen rey Josías. III. Que fue
un profeta llamado en especial a reprender, enviado a declararle a Jacob, en nombre de
Dios, sus pecados y amenazarle con los castigos de Dios; y los críticos observan que su
estilo es más sencillo y áspero que el de Isaías y de otros profetas, pues cuando nos las
habemos con pecadores a quienes hay que llevar al arrepentimiento, no podemos ir con
remilgos, sino hablar claro y fuerte. IV. Que fue un profeta llorón; así se le llama
comúnmente, no sólo porque escribió las Lamentaciones, sino porque a lo largo de su
ministerio fue un atribulado espectador de los pecados de su pueblo. V. Que fue un
profeta sufriente. Fue perseguido por su pueblo más que ningún otro profeta, según
veremos al leer este libro, pues vivió y predicó justamente antes de la destrucción del
país a manos de los caldeos, cuando la condición de los judíos era muy semejante a la
que les caracterizó justamente antes de la destrucción del país a manos de los romanos,
cuando mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas …; no agradaban a Dios y se
oponían a todos los hombres …, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo (1 Ts.
2:15, 16).
La última referencia que hallamos de él es que los judíos que se habían quedado sin
ir a Babilonia le forzaron a descender con ellos a Egipto; mientras que, tanto entre
judíos como entre cristianos, es tradición corriente que padeció el martirio. Hottinger, al
citar de Elmakin, historiador árabe, refiere que, al continuar profetizando en Egipto
contra los egipcios y otras naciones, fue muerto a pedradas; y que, mucho después,
cuando Alejandro Magno entró en Egipto, tomó consigo los huesos de Jeremías del
lugar donde estaban sepultados en la oscuridad, los llevó a Alejandría y los sepultó allí.
Las profecías de este libro que aparecen en los primeros diecinueve capítulos,
parecen ser los esquemas de los sermones que predicó contra el pecado en general;
después se hacen más concretos, mezclados con la historia de su tiempo, sin estar
colocados por orden cronológico. Con las amenazas hay mezcladas muchas benignas
promesas de misericordia para los arrepentidos y de liberación de la cautividad
babilónica para los judíos, y algunas que hacen clara referencia al reino mesiánico.
Entre los escritos apócrifos, nos ha llegado una carta que se dice escribió a los cautivos
de Babilonia, amonestándoles contra la adoración de los ídolos, exponiendo la vanidad
de los ídolos y la insensatez de los idólatras; está en Baruc 6. Pero se supone que no es
auténtica; ni creo que tenga nada semejante a la vida y al espíritu de los escritos de
Jeremías. También se dice con respecto a Jeremías (2 Mac. 2:4) que, al ser destruida
Jerusalén por los caldeos, él, bajo dirección divina, tomó consigo el arca y el altar del
incienso, los llevó al monte Nebó, los ocultó allí en una cueva y obstruyó la entrada;
pero que algunos que le seguían y pensaban que había señalado el lugar con una marca,
no pudieron hallarlo. Entonces él les reprendió por haberlo buscado y les dijo que el
lugar había de permanecer oculto hasta el tiempo en que Dios vuelva a reunir a Su
pueblo.
Para la división del libro, tomamos de la Ryrie Study Bible los epígrafes siguientes:
I. Llamamiento y comisión de Jeremías (1:1–19).
II. Profecías concernientes a Judá (2:1–45:5).
III. Profecías concernientes a las naciones (46:1–51:64).
IV. Suplemento histórico (52:1–34).
CAPÍTULO 1
I. El título general del libro, con el tiempo del ministerio público de Jeremías (vv. 1–
3). II. El llamamiento de Jeremías al oficio profético, la respuesta de Dios a su modesta
objeción y la amplia comisión que se le encarga (vv. 4–10). III. Las visiones de la vara
de almendro y de la olla hirviendo, que significaban la inminente ruina de Judá y
Jerusalén a manos de los caldeos (vv. 11–16). IV. El ánimo que se le da al profeta para
que prosiga impávido su tarea (vv. 17–19).
Versículos 1–3
Genealogía del profeta y cronología de su profecía.
1. Era hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes que había en Anatot (v. 1). Jeremías
(hebr. Yirmeyahu) significa «Jehová exalta» o «Jehová confirma». Su padre era
sacerdote, pero no el sumo sacerdote Jilquías de 2 Reyes 22:4. Jeremías, pues,
pertenecía, como Ezequiel, a la clase sacerdotal. Anatot (la moderna Anata), a unas tres
millas al NE de Jerusalén, era ciudad sacerdotal, y allí tuvo su casa Abiatar (1 R. 2:26).
2. Comenzó a profetizar (v. 2) el año decimotercero del reinado de Josías, hijo de
Amón, rey de Judá. Recordemos que Josías, en el año decimosegundo de su reinado,
emprendió una gran reforma, dedicándose con toda sinceridad a purificar Judá y
Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Aserá, esculturas e imágenes fundidas (2
Cr. 34:3). Y muy oportunamente fue levantado este joven profeta para ayudar al joven
rey en esa buena obra. Podía, pues, esperarse de la conjunción de fuerzas de tal rey y de
tal profeta, y ambos jóvenes, que se llevase a cabo una reforma lo bastante completa
como para impedir la ruina del país; pero no fue así. En el año decimoctavo de Josías
había aún muchísimos restos de idolatría que no habían sido purgados, porque, ¿qué
pueden hacer los mejores príncipes y profetas para impedir la ruina de un pueblo que se
niega a ser reformado? Por consiguiente, Jeremías continúa su ministerio prediciendo
los castigos que se cernían sobre ellos.
3. Su ministerio se prolongó a lo largo de los reinados de Joacim (v. 3) y de
Sedequías, cada uno de los cuales reinó once años. Así profetizó Jeremías hasta la
deportación de Jerusalén en el mes quinto del año 586, pues fue en ese mes cuando
Nebuzaradán quemó el templo y todas las casas de Jerusalén (2 R. 25:8, 9). Pero todavía
continuó su ministerio profético fuera de Judá (v. 40:1). Por unos 40 años, pues, tuvo
que aguantar Dios, en su profeta, las malas maneras de Su pueblo antes de enviarlos al
exilio en el colmo de Su ira.
Versículos 4–10
1. Designación temprana de Jeremías para el oficio de profeta (vv. 4, 5): «Y vino a
mí palabra de Jehová diciendo, etc.».
(A) Dios le dijo (v. 5b) que le había destinado a ser profeta a las naciones, a ser
portavoz de Dios a los pueblos diferentes del pueblo escogido. Dice F. Asensio: «Para
ellos, como contra Israel, tendrá el profeta sus amenazas de “destrucción” (46–51) y sus
promesas de “edificación” mesiánica (3:14–18; 4:1–4; 12:7–17; 16:14–19; 23:5–7)».
(B) También le dijo Dios que así lo había decidido en el consejo de su
predestinación eterna, pues eso es lo que significa lo de «antes que te formase en el
vientre … y antes que nacieses» (v. 5a). Nótense esos tres verbos: (a) «te conocí», que
aquí tiene el sentido de «puse mis ojos en ti y te escogí»; (b) «te santifiqué», es decir,
«te separé, te puse aparte»; (c) «te di», esto es, «te destiné a ser profeta a las naciones».
El profeta, como el poeta, nace, no se hace (comp. Gá. 1:15).
2. Jeremías, al contrario que Isaías (Is. 6:8, al final), pero no tan obstinado como
Moisés (Éx. 3:11–13; 4:1, 10–13), rechaza modestamente este honor (v. 6) con un
dolorido «¡ah!» (hebr. ahá) y se excusa con el alegato de que se siente demasiado joven
(unos veinte años) y, por tanto, mal equipado, «por falta de madurez y experiencia, para
hablar en público … delante del pueblo y de sus dirigentes» (Asensio).
3. La seguridad que Dios le da benignamente de que estará a su lado y le capacitará
para el ministerio profético.
(A) Es cierto que es joven (v. 7), pero eso no es obstáculo para que vaya a transmitir
el mensaje que Él le ponga en la boca (vv. 7, 9): «Porque a todos a quienes (mejor que
todo lo que) te envíe irás, y dirás todo lo que te mande» (v. 7b). También Samuel era
muy joven cuando llevó un mensaje importante de Dios al sumo sacerdote Elí. Dios
puede, cuando le place, hacer profetas de los niños y afirmar Su fortaleza por boca de
los niños y de los que maman (Sal. 8:2).
(B) Es cierto que el oficio profético está lleno de riesgos, pero Jeremías (v. 8) no ha
de tener miedo de ellos, de los que se le opondrán, por muy grandes que parezcan y por
muy altos que estén, pues Dios será su protector: «porque estoy contigo para librarte,
dice Jehová». Los que hablan en nombre del Rey de reyes, y con la autoridad que han
recibido de Él, no tienen por qué temer el rostro de los hombres (comp. con Ez. 3:8, 9).
(C) Dios le capacitará para que hable como quien está íntimamente relacionado con
Jehová (v. 9). Esta capacitación se describe por medio de una acción simbólica:
«extendió Su mano» (acortamiento antropomórfico de la distancia entre Dios y el
hombre) «y tocó la boca de Jeremías», dando a entender que la santificaba (comp. con
Is. 6:7) a fin de que hablase con autoridad las palabras de Dios. No sólo le puso
conocimiento en la cabeza, sino también palabras en la boca, pues hay palabras que el
Espíritu enseña (1 Co. 2:13).
(D) Con el poder y la autoridad que Jehová le otorga, Jeremías, a pesar de no ser un
príncipe que gobierna, sino un joven profeta que proclama, va a intervenir tan
activamente en la caída y en el alzamiento de naciones y de reinos (v. 10) que lo que
Dios va a hacer en momentos cruciales para la historia de Israel y del mundo
circundante, es como si lo hiciese el profeta por medio de la palabra que Jehová ha
puesto en su boca. Antes de edificar y plantar, es preciso arrancar y destruir. Cuando
una planta está infectada de raíz, no valen los fumigatorios; es preciso arrancarla antes
de hacer una nueva plantación. Cuando un edificio se cuartea, no bastan los remiendos;
es menester derribarlo, a fin de proceder a la reedificación. Lo que ocurre en el plano
material sucede también en el espiritual. Jeremías tiene que poner delante de todos vida
y muerte, bien y mal (18:7–10). Ha de asegurar a los que persisten en su maldad que
serán arrancados y destruidos; y a los que se arrepienten de sus pecados, que serán
edificados y plantados.
Versículos 11–19
I. Dios le da en visión a Jeremías un esbozo de la comisión principal que va a
desempeñar: predecir la destrucción de Judá y de Jerusalén, a causa de sus pecados, a
manos de los caldeos.
1. Le insinúa que el pueblo está madurando para la ruina y que esta ruina se apresura
para llegar. Le pregunta Dios (v. 11): «¿Qué ves tú, Jeremías?» Como si dijese: «Mira y
observa bien lo que ves». Jeremías responde: «Una vara de almendro veo yo». La
expresiva lengua hebrea llama al almendro shaqued, del verbo shaqad, que significa
«despertarse, estar en vela», porque el almendro es el primer árbol en florecer, «el
primero en despertar del sueño del invierno», dice (citando de Pickering) el rabino H.
Freedman. Al hacer un juego de palabras, le contesta Dios (v. 12): «Bien has visto,
porque yo estoy en vela (hebr. shoqued) sobre mi palabra para realizarla» (lit.). Dios
le asegura a Jeremías que ha observado bien, que está bien capacitado para el oficio
profético; y, por cierto, ha de vivir para ver cumplida la profecía. En medio de la
corrupción y de la decadencia de individuos y naciones, Dios no duerme; a Su tiempo,
actuará, y no habrá quien le detenga.
2. Le insinúa, por medio de otra visión, de dónde va a venirle a Judá y a Jerusalén su
ruina. Le pregunta Dios por segunda vez (v. 13): «¿Qué ves tú?» Jeremías responde:
«Una olla hirviendo veo yo, y asoma su rostro desde el norte». A pesar de la semejanza
con Ezequiel 11:7; 24:3, 4, la olla no es aquí Judá ni Jerusalén, sino el propio ejército
babilónico que bulle en sus preparativos para «soltar, desde el norte, el mal (la
destrucción) sobre todos los moradores de esta tierra» (v. 14). Del norte viene el
tiempo despejado, «la dorada claridad» (Job 37:22), pero en esta ocasión … A veces,
las más fieras tempestades vienen del lugar de donde esperábamos el mejor tiempo.
Todas las testas coronadas del norte (v. 15), los babilonios y sus aliados (o los
previamente sometidos) vendrán a tomar parte en esta expedición. La convocatoria de
Dios será puntualmente obedecida: los llamados vendrán; los jefes de las tropas se
aprestarán a colaborar en el asedio de Jerusalén. Sin embargo, Freedman hace notar que
«el profeta no piensa (aquí) en el sitio de Jerusalén, sino en lo que sigue cuando la
ciudad ha sido capturada. Los jefes victoriosos procederán a sentarse en juicio formal
(para este uso de trono, cf. Sal. 9:5; 122:5) de los habitantes, a la entrada de las puertas
donde se ventilaban los pleitos, para determinar lo que había de hacerse con la derrotada
población y sus ciudades».
3. Le dice claramente cuál es la causa de todos estos castigos (v. 16): «Es, le dice, a
causa de toda su maldad … porque me dejaron, e incensaron a dioses extraños y
adoraron la obra de sus manos». Jeremías era muy joven y quizá no sabía las
abominables idolatrías de que eran culpables sus compatriotas; pero Dios se lo declara a
fin de que él mismo quede satisfecho de la equidad de la sentencia que, en nombre de
Dios, habrá de pronunciar contra ellos.
II. Dios anima luego a Jeremías. Le es encomendado un importante encargo; es
enviado como heraldo de armas (vv. 17–19), pues place a Dios advertir de antemano de
los juicios que va a llevar a cabo, a fin de que los pecadores sean despertados a salir al
encuentro de Dios por medio del arrepentimiento y así se aparte la ira de Dios. Con este
encargo, Dios le anima y le dice: «Ciñe tus lomos, es decir, prepárate para actuar,
levántate, muévete, y háblales cuanto yo te mande, les parezca oportuno o no. Pero no
sólo tiene que ser activo, sino también atrevido: «No desmayes delante de ellos» (como
en el v. 8).
1. En dos cosas tiene que ser fiel: (A) Ha de decir todo lo que Dios le mande. No
debe ocultar nada por miedo a ofender a alguien, sino que debe proclamar todo el
consejo de Dios. (B) No ha de susurrarlo en un rincón a un pequeño grupo de amigos,
sino que ha de darse a ver (v. 18b) contra los reyes de Judá, si es que son malvados.
Tampoco ha de eximir a los sacerdotes, aun cuando también él es sacerdote y ha de
estar interesado en mantener la dignidad de su gremio. Ha de presentarse igualmente
contra el pueblo de la tierra, en la medida en que ellos están contra su Dios.
2. Dos razones se dan aquí para que obre de ese modo: (A) Porque tenía motivo para
temer la ira de Dios si no cumplía sus órdenes: «No desmayes, le dice, delante de ellos,
para que no te haga yo desmayar delante de ellos». El temor de Dios es el mejor
antídoto contra el temor de los hombres (comp. con 2 S. 12:7; 1 R. 21:19). Mejor es
tener por enemigos a todos los hombres del mundo que a Dios solo por enemigo. (B)
Porque no tenía motivo para temer a los hombres si era fiel en el desempeño de su
comisión (v. 18): este joven profeta es hecho por el poder de Dios como una ciudad
fortificada, inexpugnable, como con columnas de hierro y muros de bronce; hace
salidas contra el enemigo con sus reprensiones y amenazas y llena de pavor a todos. Le
baten desde todos los flancos: los reyes y príncipes arremeten contra él con todo su
poder, los sacerdotes truenan contra él censuras y excomuniones; el pueblo de la tierra
dispara contra él sus dardos en amargas y calumniosas palabras; pero él no cederá
terreno con el auxilio de Dios (v. 19): «Y pelearán contra ti, pero no prevalecerán
contra ti; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte». Le harán sufrir mucho,
pero no le harán rendirse; tendrá sus días oscuros, pero la oscuridad será sólo por algún
tiempo.
CAPÍTULO 2
El objeto de este capítulo es mostrar al pueblo de Dios sus pecados en forma de
reprensión y convicción, a fin de que puedan ser traídos al arrepentimiento. El pecado
del que se les acusa principalmente es la idolatría. Se les dice: I. Que esto es una
ingratitud hacia Dios (vv. 1–8). II. Que el que una nación cambie su dios es algo sin
precedentes (vv. 9–13). III. Que con esto se han arruinado a sí mismos (vv. 14–19). IV.
Que han quebrantado sus pactos y han degenerado de sus buenos comienzos (vv. 20,
21). V. Que su maldad es demasiado perversa para que pueda ser excusada (vv. 22, 23,
35). VI. Que persistían en ella de modo voluntario y obstinado (vv. 23, 25, 33, 36). VII.
Que se habían deshonrado a sí mismos con su idolatría y que pronto estarían
avergonzados de ella cuando viesen que sus ídolos eran incapaces de ayudarles (vv. 26–
29, 37). VIII. Que no habían querido convencerse ni reformarse con las reprensiones de
la Providencia (v. 30). IX. Que habían menospreciado grandemente a Dios (vv. 31, 32).
X. Que con sus idolatrías habían mezclado los más horribles asesinatos, y derramado la
sangre de pobres inocentes (v. 34).
Versículos 1–8
I. Se le ordena a Jeremías que lleve un mensaje, de parte de Dios, a los habitantes de
Jerusalén. El ministro del Señor debe comparar con todo cuidado con la Palabra de Dios
el mensaje que va a proclamar, y ver que está de acuerdo con ella, de modo que pueda
decir, no sólo «Jehová me envió», sino también: «Me envió a decir esto». Debe ir desde
Anatot, donde vivía en pacífico retiro y en el estudio de la ley, a Jerusalén, aquella
ruidosa ciudad, y clamar a los oídos (v. 2) de aquellos mismos que se tapaban los oídos
para no oír.
II. El mensaje que tiene que proclamar. Tiene que reprenderles por la horrible
ingratitud que han mostrado al abandonar a un Dios que, desde antiguo, ha sido tan
bueno para ellos.
1. Dios les hace aquí a la memoria los favores que, desde antiguo, les venía
dispensando, ya desde el momento en que fueron formados como pueblo (v. 2):
«Recuerdo por ti, como un punto a tu favor, y ojalá lo recuerdes tú también para que
ello te sirva de estímulo, el cariño de tu juventud, el afecto que me profesabas en un
principio, el amor de tus desposorios, la confianza que me mostraste cuando andabas
en pos de mí en el desierto, en una tierra no sembrada», frase con la que el profeta
matiza el sentido del vocablo «desierto». Dice el rabino Freedman: «No es probable que
Jeremías hubiese olvidado, o desease pasar por alto, los muchos casos de falta de fe en
el desierto cuando los israelitas murmuraban contra Dios. Pero estos casos no podían
borrar la encomiable confianza con la que se embarcaron en tamaña empresa, aun
cuando las dificultades del desierto empañaron después el brillo de su fe». Dios
correspondía con Su protección al amor de Su Pueblo (v. 3).
2. Les reprende luego por su ingratitud (vv. 4 y ss.).
(A) Les reta a que presenten un solo caso en que les haya tratado injusta o
malignamente. Con una asombrosa condescendencia, llega a decirles (v. 5): «¿Qué
maldad hallaron en mí vuestros padres, o vosotros? ¿Habéis hallado en Dios un amo
duro? Vosotros que habéis abandonado las ordenanzas de Dios, ¿podéis decir que fue
por lo fatigoso que resultaba servirme? Las decepciones que habéis sufrido no se me
pueden achacar a mí, sino a vosotros mismos. El yugo de mis mandamientos es fácil, y
en guardarlos hay gran recompensa». Aunque nos aflige, no nos hace ningún daño;
todo el mal está en nuestros caminos.
(B) Les acusa de ser, a pesar de todo lo que ha hecho por ellos, injustos e ingratos
(v. 5b): «Se alejaron de mí, no sólo me dejaron, sino que se fueron muy lejos, y se
fueron tras la vanidad, esto es, tras la idolatría y, con ella, tras toda clase de maldad, y
se hicieron vanos, semejantes a los ídolos que adoraban. Por eso, cuando entraron en la
tierra que yo les di, la profanaron (v. 7b), pues ya eran profanos. Era la tierra de Dios,
la tierra de Emanuel, pero la hicieron abominable». Y, una vez que abandonaron a
Jehová, no pensaron más en volver a Él. El pueblo no decía: ¿Dónde está Jehová? (v.
6). Tampoco los sacerdotes (v. 8) dijeron. ¿Dónde está Jehová? Los que tenían el deber
de instruir al pueblo en el conocimiento de Dios, no se interesaron por adquirir ese
conocimiento ellos mismos. Los escribas, depositarios de la ley (v. 8b), tampoco
conocieron a Jehová. Los pastores, que debían guardar de transgresiones el rebaño, eran
los cabecillas de la rebelión: «se rebelaron contra mí». Y los profetas falsos (v. 23:13)
profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras de lo que no aprovecha (los ídolos;
v. Hab. 2:18–20), y dejaron al único Dios útil, suficiente y necesario.
Versículos 9–13
Dios no los castiga de inmediato, sino que, como siempre (comp. Is. 1:18), les invita
a razonar (v. 9): «Por tanto, contenderé aún con vosotros etc.». Dios, antes de castigar a
los pecadores, contiende con ellos, a fin de convencerles y llevarles al arrepentimiento;
y no sólo con ellos, sino también con los hijos de sus hijos (v. 9b), es decir, hasta la
tercera y la cuarta generación (v. Éx. 20:5).
1. Les muestra que han actuado contra la costumbre de todas las naciones. Los
pueblos vecinos eran más firmes y fieles en la devoción a sus dioses falsos que ellos al
Dios verdadero. Que vayan a las islas de Quitim (Chipre y las islas adyacentes) y a
Quedar (v. 10), es decir, «el occidente de mayor cultura» y «el oriente de vida nómada»
(Asensio), y no hallarán una cosa semejante a ésta: que una nación haya cambiado sus
dioses (v. 11). Tal veneración tenían hacia sus dioses que, aunque eran de piedra y de
madera, no los cambiaban por los de plata y oro ni por el único Dios vivo y verdadero.
No los alabamos por eso, pero puede insistirse, para vergüenza de los israelitas, que
ellos, el único pueblo que no tenía ningún motivo para cambiar su Dios, era, sin
embargo, el único pueblo que lo había cambiado por los que no eran dioses. El celo de
los musulmanes y budistas, etc., debería avergonzar a los cristianos, quienes destacamos
por nuestra frialdad e inconstancia.
2. Les muestra que han actuado contra los dictados del sentido común ya que han
cambiado en peor y hecho muy mal negocio para sí mismos.
(A) Habían dejado a un Dios que les había hecho gloriosos a ellos mismos, ya que
Su gloria se había manifestado con frecuencia en el tabernáculo de ellos.
(B) Se habían arrimado a dioses que no podían hacerles ningún bien, dioses que no
aprovechaban a sus adoradores (v. 11b). Dios mismo apostrofa aquí (v. 12) a los cielos,
para que se llenen de asombro, de horror y espanto ante esta anomalía. El versículo 13
(bien conocido) declara en qué consiste esta inexplicable anomalía: Es un doble mal, no
sólo un doble error:
(a) «Me dejaron a mí, fuente de agua viva» (comp. con 17:13; Sal. 36:9; Jn. 4:14),
«que, sin trabajo humano, corren generosas e inagotables» (Asensio). En Dios está la
fuente de la vida (comp. con Jn. 1:4; 5:26), la todosuficiencia de la gracia y de la fuerza;
todas nuestras fuentes están en Él. Y de ese manantial inagotable han descendido hasta
nosotros todas las bendiciones de que disfrutamos (v. Stg. 1:17).
(b) «Y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas, es decir, llenas de grietas, que no
retienen las aguas». Tres detalles son aquí dignos de consideración: primero, han hecho
un gran esfuerzo para el mal al cavar las cisternas (comp. con Ro. 6:23), cuando tenían
el agua viva gratis y sin esfuerzo (Is. 55:1, 2); segundo, en lugar del manantial de agua
viva, es decir, corriente, han cavado depósitos donde el agua estancada se corrompe y
evapora, gráfica imagen del pecado; tercero, son cisternas agrietadas, por lo que el agua
se escapa, desaparece sin poder retenerla para ningún provecho. Si de cualquier
criatura—dinero, placer, honor—nos hacemos un ídolo, hallaremos que nos resulta
como una cisterna, que cuesta gran trabajo y esfuerzo para cavarla y llenarla y, aun así,
la poca agua que podamos acumular allí queda estancada, muerta. Es una cisterna rota,
que se agrieta en el calor del estío, de forma que se pierde cuando más la necesitamos
(Job 6:15). Adhirámonos, pues, al Señor, que tiene palabras de vida eterna (Jn. 6:68b).
Versículos 14–19
La insensatez de abandonar a Dios les había costado ya muy cara, pues a ella se
debían todas las calamidades bajo las cuales estaba gimiendo ahora su nación.
1. Sus vecinos, que eran sus enemigos declarados, prevalecían contra ellos.
(A) Habían esclavizado a Israel (v. 14): «¿Es Israel siervo?» ¡No! Es mi hijo, mi
primogénito (Éx. 4:22). Son hijos, herederos, descendencia de Abraham, destinados a
mandar, no a servir. «¿Por qué ha venido a ser presa? ¿Quién le ha despojado de su
libertad? ¿Por qué es usado como hijo de una esclava, es decir, como esclavo por
nacimiento? ¿Por qué se ha hecho a sí mismo esclavo de sus pasiones, de sus ídolos, de
lo que no aprovecha? (v. 11). ¿Qué cosa es ésta, que una tal primogenitura se haya
vendido por un plato de potaje, que su corona yazca en el polvo? ¡Los príncipes, hechos
esclavos de sus súbditos! ¡Los amos, esclavos de sus criados! ¿Nacieron esclavos? ¡No!
Por sus maldades fueron vendidos (Is. 50:1). Vinieron los príncipes vecinos y los
esclavizaron. Lo mismo ocurre en nuestras personas: ¿Fue formado el hombre para ser
un esclavo? ¡No! Fue formado para señorear. ¿De dónde, pues, le viene la esclavitud?
Es porque ha vendido su libertad y se ha hecho a sí mismo esclavo de diversas pasiones
y concupiscencias.
(B) Habían empobrecido a Israel. Dios los había introducido en una tierra fértil (v.
7), pero todos sus vecinos habían hecho presa en ella (v. 15). El león asirio había
sembrado en Palestina la desolación (comp. con 4:7; 50:17; Is. 5:29). Unas veces, un
enemigo; otras, otro; otras, varios enemigos coligados, caían sobre Israel, lo vencían y
se llevaban como botín lo mejor de la tierra (v. 15b): «asolaron la tierra; quemadas
están sus ciudades, sin morador». Incluso (v. 16) los hijos de Menfis (hebr. Nof) y de
Tajpanés (lit.) te roen el cráneo. ¡Esos despreciables egipcios, no afamados
precisamente por su bravura ni por su fuerza, se habían aprovechado de la debilidad de
Israel! Según Freedman, «la figura (de la última frase del v. 16) parece ser la del ganado
que rumia la hierba en un campo».
(C) Todo esto se debía a su pecado (v. 17): «¿No te acarreó esto el haber dejado a
Jehová tu Dios cuando te conducía por el camino?» ¿Por qué camino? Ya sea por el
camino del desierto o, más probable, por el camino de la virtud, según lo habían
señalado los profetas enviados por Dios.
2. Sus vecinos, los que profesaban ser sus amigos, no les habían ayudado; también
esto se debía al pecado de ellos.
(A) En vano habían buscado el auxilio de Egipto y de Asiria (v. 18): «¿Qué te va a
ti en el camino de Egipto, para que bebas agua de Shijor, esto es, del Nilo?» Dice
Freedman: «Shijor significa probablemente “oscuro” y describe las turbias aguas de ese
río». La misma pregunta vemos acerca de Asiria y del Éufrates (v. 18b). Freedman
resume así el contexto histórico de dicho versículo 18: «Los gobernantes de Judá e
Israel habían vacilado entre los dos grandes poderes, Egipto y Asiria. Menajem, rey de
Israel, buscó la ayuda de Asiria contra Egipto; Oseas cambió la estrategia política de
Menajem y llamó a Egipto contra Asiria; mientras que Josías murió peleando contra
Egipto en ayuda de Asiria. Ninguna de estas alianzas les reportó ningún beneficio. Estas
eran las cisternas rotas mencionadas en el versículo 13. La única salvación de Israel
estaba en volverse a Dios».
(B) También esto les había ocurrido a causa de su pecado (v. 19): «Tu propia
maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y
amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, pues eso es lo que da poder a tus
enemigos, y quita fuerza a tus amigos». El pecado es abandonar a Jehová como a Dios
nuestro, y dejar el alma alienada de Él. La causa del pecado es que falta en nosotros el
temor de Dios (v. 19b). El pecado es un mal que no tiene nada bueno en sí; es amargo;
el salario del pecado es muerte, y la muerte es amarga. Y, al ser en sí malo y amargo,
tiende directamente a hacernos miserables: «Tu propia maldad te castigará, y tus
rebeldías te condenarán»; el castigo sigue tan inevitablemente al pecado que se dice
que es el pecado el que castiga.
Versículos 20–28
I. El pecado mismo: la idolatría.
1. Frecuentaban los lugares de culto idolátrico (v. 20b): «Sobre todo collado alto y
debajo de todo árbol frondoso te echabas como ramera», practicando el adulterio
espiritual. Dice Freedman: «La infidelidad de Israel a Dios, con quien estaba desposado
(cf. v. 2), es asemejada a un acto de adulterio. Hay también una alusión a la crasa
inmoralidad que formaba parte de los cultos idolátricos».
2. Hacían imágenes para sí y las honraban (vv. 26, 27); no sólo el pueblo llano, sino
también los reyes y los príncipes, los sacerdotes y los profetas, eran tan estúpidos como
para decirle a un trozo de madera: «Mi padre eres tú, esto es, tú eres mi dios, a ti te
debo el ser y, por ello, a ti me debo y de ti dependo; y a una piedra: Tú nos has
engendrado y, por consiguiente, tú nos tienes que proteger». ¿Qué mayor afrenta se
puede hacer a Dios nuestro Padre que nos ha creado? Cuando estos objetos comenzaron
a ser venerados, se suponía que estaban animados por algún poder o espíritu celestial,
pero gradualmente se fue perdiendo este concepto y el propio objeto material fue
considerado como dios y padre y adorado en conformidad con esta nueva idea.
3. Multiplicaban sin límite el número de estas abominables deidades (v. 28b):
«porque según el número de tus ciudades, oh Judá, fueron tus dioses». No podían estar
de acuerdo acerca de un solo dios: a un ciudad le gustaba más un dios; a otra, otro, y así
sucesivamente. Refiere un tal Marston (citado por Freedman) que «en mayo de 1929,
dos arqueólogos franceses, los señores Schaeffer y Chenet, al excavar entre las ruinas de
Ras Shamra en el norte de Siria, frente a la isla de Chipre, hallaron unas tablillas de
barro en las que aparecía una nueva forma de escritura cuneiforme … Estas tablillas
indican que había unos cincuenta dioses y un número de diosas por la mitad de esa cifra,
asociados con Ras Shamra. Esta abundancia de deidades recuerda la amarga acusación
de Jeremías, muchos siglos después, a los judíos: según el número de tus ciudades, oh
Judá, fueron tus dioses» (v. también 11:13, donde se repite la frase).
II. La prueba de esto. Presumían de que podían por sí mismos limpiarse de este
pecado: Se lavaban con nitro (lejía) y con abundancia de jabón (v. 22). Pensaban que
los actos exteriores de religiosidad bastaban para expiar, como si fuesen lejía y jabón,
las abominaciones idolátricas que, por otra parte, practicaban. Quizás se excusaban con
que el respeto que prodigaban a los ídolos no equivalía a honores divinos, sino a
temores demoníacos (v. 23): «¿Cómo puedes decir: No soy inmunda, nunca anduve tras
los baales?» Como lo hacían en secreto y lo ocultaban con todo cuidado (Ez. 8:12),
pensaban que nunca podría probarse contra ellos. Pero Dios les dice (vv. 22 y ss.) que a
Él no le han pasado desapercibidos todos sus movimientos: «Mira tu proceder en el
valle (v. 23b), etc.». Como si dijese: «Mira los horribles sacrificios humanos que has
ofrecido en el valle de Hinnom. Por mucho que quieras lavarte de esas manchas de
sangre, como lo hacen los asesinos para que no aparezca en sus ropas la sangre de sus
víctimas, no podrás quitártelas».
III. Las circunstancias agravantes del pecado de que les acusa.
1. Dios había hecho por ellos grandes cosas y, con todo, se apartaban de Él y se
rebelaban contra Él (v. 20): «Porque desde muy atrás rompiste tu yugo y soltaste tus
ataduras». Ésta es la lectura de nuestras versiones según los LXX y la Vulgata Latina,
pero el texto hebreo masorético dice: «Porque desde muy atrás he quebrantado tu yugo
y he suelto tus ataduras», con lo que el sentido sería que Dios había librado a Israel en
muchas ocasiones.
2. En conformidad con esta lectura, Israel habría hecho la promesa de no volver a
transgredir: «No transgrediré» (hebr. lo eebor). Pero el texto masorético dice
claramente «lo eebod», «no serviré». Por lo que es más probable, según dice Freedman,
que shabarti y nittakti, que se traducen por «he quebrado», «he roto» (o he suelto),
sean «formas arcaicas de la segunda persona femenina, y no de la corriente primera
persona del singular», con lo que la versión correcta sería la que traen nuestras
versiones, que siguen a los LXX y a la Vulgata. Añade Freedman: «Ésta es la que
prefieren los modernos comentaristas, como que se aviene mejor al tenor general del
contexto».
3. Habían degenerado perversa y miserablemente de lo que fueron cuando Dios los
formó como pueblo (v. 21): «Y eso que yo te planté de vida escogida, simiente
verdadera toda ella; ¿cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña?» (comp.
con Éx. 15:17; Sal. 44:2; 80:8; Is. 5:2, 4). En Josué leemos 24:31 que «sirvió Israel a
Jehová todo el tiempo de Josué y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a
Josué». La siguiente generación, sin ir más lejos, ya «no conocía a Jehová ni la obra
que Él había hecho por Israel» (Jue. 2:10b), y así habían ido de mal en peor hasta
convertirse en el degenerado sarmiento de vid extraña.
4. Eran violentos y persistentes en el seguimiento de sus idolatrías y no querían ser
frenados por la palabra de Dios ni por la providencia de Dios. Son comparados a una
«joven dromedaria ligera que tuerce su camino» (v. 23, al final), «que corre de un lado
para otro, atraviesa y vuelve a atravesar su camino, llevada de su concupiscencia»
(Freedman). También son comparados (v. 24) a «un asna montés, acostumbrada al
desierto, no domesticada por el trabajo y, por tanto, olfateando el viento en el ardor de
su lujuria» (v. 14:6, comp. con Job 39:5–8). En tal condición, «¿quién la detendrá de su
lujuria?» F. Asensio hace de los versículos 24–27 la siguiente paráfrasis: «La pasión
idolátrica le empuja (a Israel) irresistiblemente, y como asna salvaje, indómita y sin
freno en sus instintos sexuales, Israel corre desbocado hacia los ídolos. Es como su mes,
período de su celo, que le hace buscar descalzo y sediento a los dioses extraños, sus
amantes, sin poderlo remediar. Confesión forzada de quien, como el ladrón sorprendido
mientras roba, ha sido sorprendido en masa (pueblo y dirigentes) cuando invoca al leño
como padre y a la piedra como madre. Cara a los ídolos, obra del hombre, y de
espaldas a Jehová (7:30, 31; 32:31–35), su Creador y su Padre-madre al mismo tiempo
(Éx. 4:22; Dt. 14:1; 32:18; Os. 11:1), hasta que las calamidades les hacen cambiar de
posición (Jue. 10:6–16; Sal. 78:34–38; Jer. 26:3, 13, 19), para lanzar a Jehová su
angustioso levántate y sálvanos».
5. Eran obstinados en su pecado y, así como no podían ser frenados, tampoco
querían ser reformados (v. 25), a pesar de las advertencias. Como toda persona adicta a
un vicio (tabaco, bebida, lujuria, etc.), Israel confiesa su impotencia moral para
abandonar la idolatría: «No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he
amado y tras de ellos he de ir». Ni aun ante la perspectiva del exilio, están dispuestos a
dejar ese pecado. Éste puede ser, como lo interpretan rabinos de la mayor talla, el
sentido de la primera parte del versículo 25: «No persistas en la idolatría, por la que
últimamente serás castigado yendo a la cautividad descalzo y sediento». Contra las
frases fatalistas de la segunda parte del versículo, dice M. Henry: «Así como no
debemos desesperar de la misericordia de Dios, sino creer que basta para el perdón de
nuestros pecados, por horribles que éstos sean, si nos arrepentimos e invocamos
misericordia, así tampoco debemos desesperar de la gracia de Dios, sino creer que basta
para someter nuestras corrupciones, por fuertes que éstas sean, si oramos y pedimos
gracia y cooperamos después con ella. Una persona nunca debe decir No hay esperanza,
mientras se halla de este lado del infierno».
6. Se habían cubierto de vergüenza al rechazar lo que les habría servido de ayuda
(vv. 26–28): «Como se avergüenza el ladrón cuando es descubierto (lit. hallado),
especialmente si antes pasaba por ser hombre honrado, así se avergonzará la casa de
Israel, no con una confusión de arrepentimiento por el pecado del que ha sido hallada
culpable, sino con la que causa la desilusión que el castigo le trae por el pecado». En la
prosperidad le habían vuelto la espalda a Dios, pero cuando la calamidad apriete, no
podrán hallar otro alivio que el de acudir a Él con un grito de angustia (v. 27, al final):
«Levántate y líbranos». Para conducirlos a este estado de vergüenza y confusión
saludable, si sirve para hacer que se arrepientan, se les envía (v. 28, comp. con Jue.
10:14) a los dioses a quienes habían servido. Ellos gritan a Dios: Levántate y líbranos.
Dios dice de los ídolos: «Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu
aflicción, pues no tienes motivos para esperar que yo lo haga».
Versículos 29–37
1. La verdad de la acusación era evidente e incontestable (v. 29): «¿Por qué porfiáis
conmigo? Sabéis que todos vosotros prevaricasteis contra mí. ¿Por qué, pues, porfiáis
conmigo por contender con vosotros?»
2. Dios les requiere a considerar su obstinación y su ingratitud.
(A) Han recibido de Dios reprensiones de muchas clases, con las que Él quería
llevarles al arrepentimiento, pero en vano. Ni se les avivaba la conciencia ni se les
ablandaba el corazón. No querían recibir (v. 30) instrucción en forma de corrección
(hebr. musar; v. el comentario a Pr. 1:8a); por tanto, el castigo era en vano. No
contentos con desoír la voz de Dios, mataban a los profetas que la proclamaban (v.
30b): «Vuestra espada devoró a vuestros profetas como león destrozador» (v. 26:23; 2
R. 21:16).
(B) «¡Oh generación!—les dice ahora (v. 31) tiernamente—. ¿He sido yo un
desierto para Israel o una tierra de tinieblas?» Como si dijese: «¿No he sido para ellos
un manantial de agua viva (v. 13) para proveerles de todo lo que bastaba para satisfacer
sus necesidades? ¿Acaso los he dejado en la oscuridad, sin guía que les mostrase el
camino?» Es cierto que, a veces, Dios lleva a su pueblo por un desierto y en la
oscuridad, pero siempre va al lado de ellos, dándoles todo lo necesario y guiándoles
como de la mano. Así llevó a los israelitas, sustentándoles con el maná y guiándoles de
noche con la columna de fuego. Pero se habían vuelto insolentes e imperiosos (v. 31b):
«Vagamos a nuestras anchas; nunca más vendremos a ti». Los que, como pordioseros,
tenemos que mendigar de Dios cuanto somos y tenemos, ¿cómo podemos decir: Somos
ricos, nos bastamos a nosotros mismos, no necesitamos a Dios?
3. La causa de todo su mal comportamiento es que se han olvidado de Dios (v. 32) y
de todo lo que les habría llevado a recordar a Dios. Se han olvidado de Él por
innumerables días, es decir, por muchísimo tiempo. ¡Cuántos días de nuestra vida han
pasado sin un recuerdo conveniente de Dios! ¿Quién puede contar esos días vacios?
Israel no tenía para Dios la consideración que una doncella (hebr. betulah) recién
desposada y una novia (hebr. kallah) tienen hacia sus galas. ¡No! Ellas están
continuamente pensando en ellas y hablando de ellas.
4. Dios les muestra la mala influencia que sus pecados han ejercido en otros (v. 33):
«¿Por qué adornas tu camino para hallar amor?» Hay aquí una alusión a las mujeres
descocadas que se ofrecían a sí mismas con sus lascivas miradas y su vestir inmodesto,
como Jezabel (2 R. 9:30), que se pintaba los ojos con antimonio y se ataviaba la
cabeza. Así cortejaba Israel a sus vecinos paganos, entraba en coaliciones con ellos y
enseñando aun a las perversas sus caminos, mezclaba las instituciones de Dios con las
costumbres idolátricas de sus aliados. Como parafrasea el rabino Freedman: «Eres
maestra de maldad incluso para las malvadas».
5. Les acusa del crimen de asesinato (v. 34): «Aun en tus faldas se halló la sangre
de las almas (es decir, de las personas) de los pobres inocentes». La referencia es aquí a
los niños que eran ofrecidos en sacrificio a Mólek (o Moloc, como suele escribirse y
decirse); o podría entenderse en general por toda la sangre inocente que Manasés
derramó, y con la que llenó a Jerusalén de extremo a extremo (2 R. 21:16). Esta sangre
no se descubrió buscándola en secreto ni cavando en la tierra, sino que estaba a la vista
de todos, pues la mostraban los bordes de los vestidos donde había salpicado.
6. Israel se niega a confesarse culpable de todo eso (vv. 34b, 35a), pero Dios le
asegura que sus excusas no le van a valer. Si piensa que, con su hipócrita confesión de
inocencia, la ira de Dios se apartó de Israel, se equivoca. Dios le llama a juicio (v.
35b), para convencerle de que no es inocente, sino culpable. Dice Asensio: «Es juicio de
quien acusa, pero, antes de condenar, espera que Israel reaccione y deje de apresurarse
a cambiar sus caminos (v. 36), al correr de una nación a otra en busca de alianzas». En
efecto:
(A) Les muestra que seguirán sufriendo decepciones mientras continúen poniendo
su confianza en criaturas, cuando tienen a Dios por enemigo (vv. 36, 37). Lo mismo que
salieron avergonzados de la alianza con Asiria, serán también avergonzados de su
alianza con Egipto. Necia idolatría fue poner su confianza en brazo de carne (17:5) y
apartar de Dios el corazón. ¿Para qué andar cambiando de camino, cuando hay sólo un
camino seguro y bendito? Los que ponen en Dios su esperanza y caminan en continua
dependencia de Él, no tienen por qué cambiar de camino, pues en Él podrán reposar,
entrar y salir y hallar pastos (comp. con Jn. 10:9).
(B) Viene a decirles que, al cambiar de camino, cambiarán únicamente de
decepción. Habían confiado primero en Asiria y, al resultarles una caña rajada, pasaron
a apoyarse en Egipto, que no les resultó mejor (v. 37): «También de allí saldrás con las
manos en la cabeza» (v. 2 S. 13:19 para el sentido de este gesto). En 37:5–10 vemos el
cumplimiento de esta profecía. Dios había rechazado a aquellos en que Israel confiaba
(v. 37b) y, por tanto, no podía prosperar por ellos. Dice Asensio: «Señor de todas las
naciones y árbitro del poderío de los grandes imperios, Jehová rechaza y corta en seco
mibtaj = el objeto de confianza, dioses extraños y naciones, de Israel: al margen de
Dios, nada de éxitos nacionales».
CAPÍTULO 3
En este capítulo Dios invita benignamente a Su pueblo a que vuelvan y se
arrepientan, a pesar de la multitud de sus provocaciones (las que se especifican aquí),
para mostrar que donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia. I. Vemos lo mal que
se habían portado y, con todo, lo dispuesto que estaba Dios a acogerlos favorablemente
si se arrepentían (vv. 1–5). II. Impenitencia de Judá (vv. 6–11). III. Se dan grandes
ánimos a estos apóstatas para que vuelvan y se arrepientan, y se les promete que Dios
tiene reservada para ellos gran misericordia (vv. 12–19). IV. Se repite la acusación
contra ellos por apostatar de Dios, y también se repite la invitación, a la que se añaden
aquí las palabras que deberán proferir en su vuelta a Dios (vv. 20–25).
Versículos 1–5
Estos versículos abren una puerta de esperanza. Dios hiere para curar.
1. Cuán vilmente había abandonado este pueblo a Dios y se había ido a prostituirse
lejos de Él. Ya hubiese sido bastante maldad admitir entre ellos a un dios extraño, pero
ellos eran insaciables en su seguimiento de los falsos dioses (v. 1b): «Tú has fornicado
con muchos amantes». Buscaban oportunidad para sus idolatrías y buscaban también
nuevos dioses a los que adorar (v. 2b): «Junto a los caminos te sentabas para ellos,
como ramera que se ofrece a los que pasan (v. Gn. 38:14; Pr. 7:8–22; Jer. 42:43; Ez.
16:25, 26), como árabe en el desierto», pues así se sientan los beduinos a la puerta de su
tienda para atropellar a los indefensos caminantes. No sólo se habían contaminado a sí
mismos, sino que habían contaminado la tierra (v. 2, al final), pues era un pecado
nacional. No obstante (v. 3), seguían con su cara dura y sin vergüenza, como cualquier
ramera: «has tenido frente de ramera y no quisiste tener vergüenza». Enrojecer de
vergüenza es color de virtud o, al menos, su reliquia; pero los que han pasado de la
vergüenza, han pasado de la esperanza.
2. Cuán benignamente les había castigado Dios por sus pecados (v. 3), pues se
limitó a detener la lluvia. Lo más probable es que las aguas, o aguaceros, que se
mencionan en primer lugar, hagan referencia a la lluvia temprana, que solía caer a fines
de octubre, así como la lluvia tardía, que se menciona a continuación, en la que caía
durante marzo y abril.
3. Cuán justamente habría obrado Dios si hubiese rehusado volver jamás a
recibirlos; esto habría estado conforme a la norma establecida acerca de los divorcios (v.
1), pues se dice en Deuteronomio 24:4 que «no podrá su primer marido, que la
despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida». Eso
sería mancillar la tierra. Pero Dios no se ata con las leyes que ha hecho para nosotros ni
se resiente como nosotros. Quiere portarse con Israel más finamente de lo que cualquier
marido ofendido lo haría con su mujer adúltera, y les dice (v. 4): «A lo menos desde
ahora, ¿no me llamarás a mí: Padre mío, tú eres el amigo de mi juventud?» Como si
dijese: «Ahora que se te ha hecho ver tus pecados (v. 2) y el castigo por ellos (v. 3), ¿no
los abandonarás y te volverás a mí, diciendo: “Iré y me volveré a mi primer marido,
porque mejor me iba entonces que ahora” (Os. 2:7)?» Espera que ellos apelen a su
constante relación con Dios, llamándole Padre y amigo de su juventud (equivalente a
novio).
4. Cuán irremediable parece la condición de Israel (v. 5) mientras las obras no estén
de acuerdo con las palabras. Buenas son las frases del v. 4b y 5a, pero ¿son algo más
que frases? «He aquí cómo has hablado, pero has hecho maldades y las has colmado.»
Versículos 6–11
La fecha de este sermón es (v. 6) en los días de Josías, que había emprendido de
corazón una buena obra de reforma, pero el pueblo no era sincero. Se compara aquí el
caso de los dos reinos, el de Israel, esto es, las diez tribus que se habían separado del
trono de David y del templo de Jerusalén, y el de Judá, las dos tribus que continuaban
adheridas a ambos.
1. El caso de Israel, el reino del norte. Es llamado (v. 6) «la apóstata Israel», porque
ese reino se fundó sobre una apostasía, esto es, un apartamiento de las instituciones
divinas, tanto del trono como del altar. Israel se había entregado de lleno (v. 6b) a la
prostitución idolátrica. Dios la había invitado, por medio de sus profetas, a que se
arrepintiese y volviese a Él, incluso si no se volvía a la casa de David. No leemos que
Elías, el gran reformador, mencionase jamás la vuelta de ellos a la casa de David. Pero
(v. 7b) no se volvió, y (v. 8) Dios lo vio. En efecto, el texto masorético tiene aquí el
verbo en primera persona del singular, con lo que la versión más probable sería: «Y vi
que, por cuanto la apóstata Israel había cometido adulterio, la había yo despedido y le
había dado carta de repudio, con todo no tuvo temor, etc.», al empalmar el vi que (del
principio) con lo de con todo no tuvo temor, etc., como lo hace admirablemente la NVI.
La versión siríaca lo vertió en tercera persona: «Y vio (Judá)…», y así lo han copiado la
mayoría de las versiones.
2. El caso de Judá, el reino del sur. Es llamado (v. 7, al final) «su hermana, la
traidora Judá»; hermana porque ambas descendían del mismo tronco (Jacob); pero, así
como Israel tenía la condición de apóstata, Judá es llamada traidora porque, aunque
profesaba continuar adherida a Dios, así como lo estaba a los reyes y sacerdotes que
ejercían su ministerio por designación divina, demostró ser traicionera. El exilio de
Israel tenía por objeto servir de advertencia a Judá, pero no surtió el efecto intentado.
Judá se creyó segura porque tenía por sacerdotes a hijos de Leví, y por reyes a hijos de
David, y se lanzó (vv. 8b, 9) al adulterio idolátrico con todo atrevimiento; eso es lo que
significa la ligereza de su fornicación; no que fuese ligera, leve, sino que se lanzó a ella
sin más consideración, al pensar que era cosa ligera ser infiel de aquel modo a Jehová.
El país había llegado a una corrupción total en tiempos del rey Manasés, y aunque
Josías era un buen rey, el pueblo no se volvió (v. 10) a Dios de todo corazón, sino
fingidamente. Por eso, dijo Dios en aquellos mismos días (2 R. 23:27): «También
quitaré de mi presencia a Judá, como quité a Israel».
3. Al comparar los casos de estas dos hermanas, el de Judá resulta ser el peor (v.
11): «Y me dijo Jehová: Ha resultado justa la apóstata Israel en comparación con la
desleal Judá». El reino del sur estaba más obligado a ser fiel a Jehová, por cuanto
disfrutaba aún de los grandes privilegios de un sacerdocio y de un trono recibidos en
sucesión legítima y, además, tenía delante el ejemplo de lo ocurrido ya a su hermana.
Esta lamentable situación de Israel, ya en el destierro de Asiria, parece notarse en los
acentos de ternura con que Dios se dirige a ellos en el versículo 12. Pero nótese que se
llama a Israel justa sólo en comparación con la desleal Judá. Esa comparativa justicia le
va a servir de poco al reino del norte. ¿De qué nos sirve decir: No somos tan malos
como otros, si nosotros mismos no somos buenos? En dos aspectos era peor Judá que
Israel, como ya hemos apuntado: (A) Se esperaba de Judá más que de Israel. (B)
Debería haber escarmentado en la cabeza de su hermana.
Versículos 12–19
Hay gran cantidad de evangelio en estos versículos. Dios ordena al profeta que
proclame (v. 12) hacia el norte las palabras que siguen, pues constituyen una llamada a
la apóstata Israel, las diez tribus del norte que habían sido llevadas en cautiverio a
Asiria, país que cae al nordeste de Palestina en general, pero al norte especialmente, si
se mira desde Jerusalén. En esa dirección ha de mirar para reprender a los hombres de
Judá por rehusar obedecer a los llamamientos que se les dirigen. La apóstata Israel está
en mejores condiciones (vv. 12–19) que la desleal Judá para volverse a Dios en busca
de perdón misericordioso. Sin embargo, no se pierda de vista que la expresión «en esos
días» (v. 16b), dentro del contexto próximo, apunta al reino mesiánico futuro.
I. Tenemos primero una invitación a la apóstata Israel a que se vuelva a Jehová (v.
12), el Dios de quien se apartó. Véase la ternura en que va envuelta esta invitación:
«Vuélvete … no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová,
no guardaré para siempre el enojo». Se les instruye sobre el modo de volver a Dios (v.
13): «Tan sólo reconoce tu maldad, que contra Jehová tu Dios has prevaricado, es
decir, confiesa que la culpa es tuya y, de este modo, echa sobre ti la infamia, y sobre
Dios la gloria». Una circunstancia agravante de la condenación de los pecadores es que
las condiciones del perdón y de la paz han sido puestas al alcance de la mano, a la altura
de cualquier ser humano y, con todo, los pecadores no han querido aceptarlas. Podemos
aplicar aquí las palabras que le dijeron a Naamán sus criados (2 R. 5:13): «Si el profeta
te mandara alguna cosa muy difícil, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate y
serás limpio?» «¡Tan sólo reconoce tu maldad!» Hemos de confesar nuestras muchas
prevaricaciones (v. 13b, lit.): «y esparciste tus caminos a extraños». No fue un solo acto
de idolatría a un solo ídolo, sino muchas idolatrías a muchos dioses falsos.
II. Tenemos después preciosas promesas a estos hijos apóstatas, si se vuelven, las
cuales se cumplieron en parte cuando volvieron los judíos de su cautiverio, pero tendrán
pleno cumplimiento en los últimos tiempos (vv. 14 y ss.). Aunque se dirige a ellos como
a «hijos apóstatas», está implícita también la relación conyugal entre Jehová e Israel:
«porque yo soy vuestro señor (hebr. baal, amo y esposo a un mismo tiempo)» (v. 14b).
Dios no echa al olvido esta relación y recuerda el pacto con los antepasados de Israel
(Lv. 26:42).
1. Les promete reunirlos desde todos los lugares a los que han sido esparcidos (v. Jn.
11:52): «y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en
Sion» (v. 14c). Dice Freedman: «La intención es: incluso si sólo se arrepiente un
pequeño grupo, Dios no permitirá que queden engullidos en el exilio, sino que les hará
regresar a Sion». Por muy esparcidos que se hallen los escogidos de Dios y por muy
lejos que se encuentren, Dios ve a cada uno individualmente y tiene poder para traerle al
rebaño.
2. Promete que pondrá para guiarles pastores que les sirvan realmente de bendición
(v. 15): «Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y
con inteligencia». Nótese: (A) Que les dará Dios pastores según Su corazón, elegidos
por Dios, como David: «en sustitución de los pastores antiguos con sello de mercenarios
(2:8; Ez. 34:1–10), pondrá al frente de ellos pastores auténticos que, al estilo del “Pastor
davídico” (Ez. 34:23), los apacienten con desinterés y dentro de la doctrina
estrictamente yahvista» (Asensio). Con todo, el contexto posterior muestra el tono
escatológico de esta porción. (B) Que estos pastores les apacentarán con conocimiento
(hebr. deah) y la prudencia (hebr. haskeil—sékhel con artículo—). El sentido del
original es que el conocimiento y la prudencia son el pasto que los pastores les darán,
no las cualidades de los pastores (aunque éstas se suponen). No hay pasto como la
Palabra de Dios, «que nos puede hacer sabios para salvación» (2 Ti. 3:15).
3. Promete que ya no hará falta el Arca de la alianza (v. 16), que había sido entre
ellos la señal de la presencia de Dios en el Lugar Santísimo, pues Jerusalén (v. 17), la
ciudad entera, será llamada Trono de Jehová. Allí adorarán todas las naciones y «ya no
andarán más tras la dureza de su corazón», porque en el nuevo pacto Dios habrá
quitado el corazón de piedra y habrá puesto el corazón de carne (Ez. 36:26). Dice
Asensio: «En la nueva época mesiánica no habrá necesidad del Arca con la Ley escrita,
porque, “en los días que vienen”, Jehová mismo “escribirá en los corazones” la Ley de
la “nueva alianza” (31:31–34)». Ryrie, por su parte, comenta: «Cuando Cristo vuelva, el
Arca de la alianza no será el lugar donde Dios se encuentra con Su pueblo, sino que
Cristo reinará en Jerusalén».
4. Promete también que Judá e Israel volverán a unirse felizmente para formar una
sola nación (comp. con 50:4; Is. 11:13). Éste fue siempre el sueño y la firme esperanza
de los profetas (v. 2:4; Is. 11:12; Ez. 37:16 y ss.; Os. 2:2). La perspectiva es claramente
escatológica y está fuera de contexto aplicar todo esto a la reunión de gentiles y judíos
en la Iglesia.
III. Dificultades que pueden cruzarse en el camino de todas estas misericordias (v.
19). El profeta vuelve al contexto histórico en que se halla inmerso todo el mensaje que
está proclamando. Dice Freedman: «El versículo describe las intenciones de Dios y las
esperanzas con respecto a Judá, las cuales, sin embargo, no se realizaron».
1. Dios pregunta ahora: «¿Cómo te pondré entre los hijos, etc.». No significa que
Dios esté mal dispuesto a otorgar su favor o que lo de de mala gana. La pregunta tiene
simplemente en cuenta las infidelidades del pueblo como lo muestra el contexto
posterior y aun todo el anterior (vv. 1–13, como puede verse por la semejanza de la
última frase del v. 19 con el v. 4). La mención de la filiación («entre los hijos») y de la
heredad («la más excelente heredad de las naciones») deberían bastar para atraer a los
israelitas (y a nosotros) hacia su Dios. ¿Somos nosotros menos culpables que ellos?
2. Dios mismo ofrece la respuesta a la pregunta que acaba de formular (v. 19b): «Y
dije: Me llamarás: Padre mío; y no te apartarás de en pos de mí». Para que los hijos
apóstatas puedan volverse al Padre, Dios les pondrá en el corazón el espíritu de
adopción de forma que puedan decir entonces «Abbá, Padre» (Gá. 4:6). Entonces les
abrazará con Su gracia paternal, de forma que nunca más se aparten de en pos de Él.
Versículos 20–25
1. El cargo que Dios presenta contra Israel por su infidelidad (v. 20). Estaban unidos
a Jehová por pacto matrimonial, pero habían quebrantado el pacto y sido desleales
contra Dios.
2. Ellos confiesan la verdad de este cargo (v. 21). Al reprenderles Dios de su
apostasía, hubo algunos cuyas voces se oyeron sobre las alturas, en los mismos lugares
altos donde, mediante su idolatría, habían abandonado a Dios (v. 2), el llanto suplicante
de los hijos de Israel, al humillarse ante el Dios de sus padres y confesar así que han
pervertido su camino, de Jehová su Dios se han olvidado. El pecado es desviarse por
caminos tortuosos, torcidos. El olvido del Señor nuestro Dios está en el fondo de todo
pecado. Si los hombres se acordasen de Dios, no transgredirían.
3. La invitación que Dios les hace para que vuelvan (v. 22): «Volveos, hijos
apóstatas». Los llama hijos, y siente hacia ellos compasión y ternura de Padre, pero
apóstatas, porque de Él se han apartado. Freedman hace notar que «los vocablos
hebreos, aunque diametralmente opuestos, son semejantes, y la idea que comportan es:
en lugar de ser shobabim (apóstatas), que sean shabim (penitentes)». Dios les promete
que si se vuelven, Él sanará sus apostasías (comp. con Mt. 11:28) mediante su
misericordia perdonadora, su paz tranquilizadora y su gracia renovadora.
4. El presto consentimiento que dan a esta invitación (vv. 22b–25). Es como un eco
del llamamiento de Dios; como una voz que devuelven lejanas paredes, así vienen estas
voces de sus quebrantados corazones. Dice Dios: «Volveos». Responden ellos: «Aquí
estamos; hemos venido a ti». La respuesta no puede ser más pronta.
(A) Vuelven dedicándose a Jehová como a su Dios: «Hemos venido a ti, porque tú
eres Jehová nuestro Dios. Ha sido un pecado y una locura habernos alejado de ti».
(B) Vienen al reconocer que solamente de Dios les puede venir la ayuda y el
socorro. Nótese ese doble «ciertamente» (hebr. akhén) del v. 23: «CIERTAMENTE
falsedad eran los collados y el bullicio sobre los montes, aquellos clamores orgiásticos
con que acompañábamos nuestro culto a las falsas deidades; CIERTAMENTE en Jehová
nuestro Dios está la salvación de Israel». La apostasía comienza por dudas (Gn. 3:1–6);
la fe se sostiene sobre certezas sin evidencia sensible (He. 11:1). No hay salvación, sino
en Dios por medio del que Él envió a este mundo por único Mediador (Jn. 14:6; 17:3;
Hch. 4:12; 1 Ti. 2:5).
(C) Vienen y justifican a Dios en las aflicciones que han sufrido y condenándose a sí
mismos en las transgresiones que han cometido (v. 24): «La confusión, es decir, el
vergonzoso culto a Baal (v. Os. 9:10) consumió el trabajo de nuestros padres, es decir,
todo lo bueno que nuestros padres habían obtenido con sus honestas labores: sus ovejas,
sus vacas, sus hijos y sus hijas». Como dice Freedman, estas frases «es posible que
aludan a sacrificios humanos» (v. 5:17). Los verdaderos penitentes han aprendido a
llamar al pecado «confusión vergonzosa».
(D) Ofrecen las señales genuinas de un sincero arrepentimiento (v. 25). «Yazcamos
en el polvo, en gesto de penitentes, en nuestra confusión, es decir, avergonzados de
nuestros pecados y arrepentidos de ellos, que nos cubra nuestra afrenta como un
vestido (v. Sal. 109:29), porque hemos pecado contra Jehová nuestro Dios, nosotros y
nuestros padres, desde nuestra juventud y hasta este día». Como si dijese: (a) «Somos
pecadores por herencia» («nosotros y nuestros padres»). (b) «También lo somos por
costumbre inveterada» («desde nuestra juventud»). (c) «Lo somos de manera
obstinada» («hasta este día, y no hemos atendido a la voz de Jehová nuestro Dios»).
CAPÍTULO 4
Quizás los dos primeros versículos de este capítulo estarían mejor al final del
capítulo anterior, pues van dirigidos a Israel, el reino del norte, animándoles a no ceder
en su resolución de volverse a Jehová (vv. 1, 2). El resto del capítulo concierne a Judá y
Jerusalén. I. Son llamados a arrepentirse y reformarse (vv. 3, 4). II. Se les advierte del
avance de Nabucodonosor, y de su ejército, contra ellos (vv. 5–18). III. Para
impresionarles más, el profeta se lamenta amargamente y simpatiza con su pueblo en las
calamidades que les han sobrevenido (vv. 19–31).
Versículos 1–2
Cuando Dios invitó al apóstata Israel a volverse (3:22), ellos respondieron de
inmediato: «Aquí estamos; hemos venido a ti». Ahora Dios se da por enterado de la
respuesta de ellos.
1. «¿Dices que has vuelto a mí? Entonces has de mostrarlo; has de abandonar de
veras tus pecados y retirar de ti, de una vez, las reliquias de tu idolatría: (v. 1b): Si
quitas de delante de mí tus abominaciones y no andas de acá para allá» (comp. con 1
R. 14:15). Debían quitar de la vista de Dios todo lo que oliese a idolatría, porque era
una provocación a los ojos puros de la gloria de Dios; y, cuando haya necesidad de
jurar, han de jurar (v. 2): Vive Jehová, esto es, sólo en el nombre de Jehová lo harán, y
con las condiciones para que dicho juramento sea aceptable a Dios, a saber: «en
verdad», porque un juramento falso en nombre de Dios es sacrilegio y blasfemia; «en
derecho» (hebr. mishpat), de forma que no se perjudique al prójimo; y «en justicia»
(hebr. tsedaqah), ajustándose a lo que Dios ha prescrito en su Ley.
2. «¿Dices que has vuelto a mí? Entonces no sólo serás bendecido, sino que también
serás bendición para las naciones. Cuando jures en el nombre de Jehová, y lo hagas en
verdad, en derecho y en justicia (v. 2), entonces las naciones se bendecirán en Él
(Jehová) y en Él se gloriarán». Serán bendiciones para otros, porque la vuelta de ellos a
su Dios será el medio de que se vuelvan a Él otros que nunca le conocieron (v. Is.
65:16). Se bendecirán a sí mismos en el Dios de verdad, y no en los falsos dioses; y se
gloriarán en Él; harán de Él su gloria.
Versículos 3–4
El profeta se dirige ahora, en nombre de Dios, a los hombres del lugar en que él
mismo vive. Recordemos las palabras que proclamó hacia el norte (3:12), para consuelo
de los que ya estaban en el cautiverio; veamos lo que va a decir ahora a todo varón de
Judá y de Jerusalén, que estaban aún en prosperidad, para convicción y despertamiento
de ellos. En estos dos versículos les exhorta al arrepentimiento y a la reforma de vida,
para impedir así los desoladores juicios que estaban a punto de irrumpir sobre ellos.
1. Lo que se requiere de ellos:
(A) Han de obrar en el interior del corazón de forma parecida a como obran en el
terreno del que esperan algún provecho (v. 3): «Arad campo para vosotros y no
sembréis entre espinos, a fin de no trabajar en vano como lo habéis hecho durante
mucho tiempo. Aceptad convicción antes de recibir bendición, y quitad los espinos,
todo eso que todavía guardáis y está ahogando el fruto que habría de dar en vosotros la
Palabra de Dios (comp. con Mt. 13:7, 22)». Un corazón que no se siente contrito y
humillado es como un campo sin arar, sin sembrar, sin ocupar. Esos duros terrones han
de ser destripados (v. Os. 10:12), esos nocivos espinos han de ser arrancados de cuajo.
De lo contrario, en vano caerá allí la gracia—sol y lluvia del alma (He. 6:7, 8—). Se nos
impone un serio examen de conciencia: hay que adentrarse en lo más profundo del
propio corazón, roturando así el barbecho, y arrancar las corrupciones que, como
espinos, ahogan nuestras mejores resoluciones.
(B) Han de hacer con su alma lo que hacen con su cuerpo cuando sellan su pacto
con Dios (v. 4): «Circuncidaos a Jehová y quitad el prepucio de vuestro corazón»,
«quitad la dura excrecencia que se ha formado sobre vuestro corazón y que os impide
recibir las exhortaciones de Dios (cf. Dt. 10:16)» (Freedman). Esta circuncisión del
corazón es la que de veras importa y no la del cuerpo (v. Ro. 2:25–29), pues ésta es un
mero signo, mientras que aquélla contiene la cosa significada.
2. La amenaza que se cierne sobre ellos (v. 4b): «No sea que mi ira salga como
fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras». Lo
que más hemos de temer es la ira de Dios. Y hemos de tener siempre en cuenta que es la
maldad de nuestras obras lo que enciende la ira de Dios contra nosotros. La
consideración del inminente peligro debería despertar en nosotros el deseo de
santificarnos para la gloria de Dios y, para ello, echar siempre mano de la gracia que
está a nuestro alcance (v. 1 Co. 15:10).
Versículos 5–18
Dios emplea su acostumbrado método de avisar antes de herir. En estos versículos
Dios notifica a los de Judá la general desolación que iba a sobrevenirles en breve por
medio de una invasión extranjera. Esto ha de ser anunciado en todas las ciudades de
Judá y en las calles de Jerusalén, a fin de que todos puedan oírlo y ser así traídos al
arrepentimiento o dejados sin excusa ninguna.
1. Se declara la guerra y se da noticia del avance del enemigo (vv. 5, 6). Hay que
tocar la trompeta, hay que alzar bandera, no para llamar a entrar en combate, sino
como señal que indica la dirección de Sion, hacia donde han de marchar los refugiados
(v. Is. 11:12). Las masas que escapan de los lugares indefensos han de reunirse (v. 5, al
final) y entrar en las ciudades fortificadas. «Escapad, no os detengáis», prosigue (v. 6),
es decir, «corred a refugiaros y no permanezcáis en el lugar donde estáis».
2. Llega un emisario con la noticia de que el rey de Babilonia se aproxima a la
ciudad con su ejército. El enemigo es comparado:
(A) A un león que sube de la espesura (v. 7), hambriento, en busca de su presa. Las
indefensas bestias del campo se quedan como petrificadas de terror y, de esta forma, se
vuelven fácil presa para él. Nabucodonosor es este león rugiente y rampante, el
destructor de las naciones, ahora en camino hacia el país de Judá. Ese «destruidor de
los gentiles» será también destruidor de los judíos, ya que éstos, por su idolatría, se han
hecho semejantes a los gentiles. «Ha salido de su lugar (v. 7b), de Babilonia, su cubil,
contra la tierra, Palestina, para ponerla en desolación; tus ciudades quedarán asoladas
y sin morador».
(B) A un viento seco y fuerte (vv. 11, 12), que echa a perder los frutos de la tierra y
los marchita; viene de las alturas del desierto, expresión con que se designa al siroco,
que levantan remolinos de fino polvo. Dice Thompson: «Los ojos se inflaman, se
forman ampollas en los labios y se evapora la humedad del cuerpo bajo la incesante
acción de este viento perseguidor». Así viene el ejército caldeo, como este viento
demasiado fuerte (v. 12), no a aventar ni a limpiar (v. 11, al final), sino a destruir. Sin
embargo, Dios dice de este viento demasido fuerte para Judá y Jerusalén (v. 12b): «me
vendrá a mí», esto es, a ponerse a mi servicio como instrumento de mi ira.
(C) A un denso nublado y a un torbellino (v. 13), como los que suelen acompañar o
seguir a un ventarrón. Por otra parte, los caballos del enemigo son comparados a las
águilas (v. 13b). Dice Freedman: «Comparaciones similares se hallan en otros profetas;
cf. Ezequiel 38:16 para nublado; Isaías 5:28; 66:15, para torbellino; y Habacuc 1:8, para
águila (mejor, buitre)».
(D) A vigías, no del pueblo, sino del enemigo (v. 16), es decir, una porción de
vanguardia del ejército caldeo que viene a iniciar el bloqueo, «vigilando para hallar una
oportunidad de tomar por asalto la ciudad» (Freedman). Son comparados a los guardas
de campo (v. 17), porque vigilan desde todos los lados (comp. con Lc. 19:43).
3. La causa lamentable de este castigo: (A) Han pecado contra Dios; son ellos los
que tienen toda la culpa de esto (v. 17b): «Porque se rebeló contra mí, dice Jehová».
Los caldeos estaban abriendo brecha, pero era el pecado el que había abierto la primera
grieta para que pudiesen entrar (v. 18): «Tu camino y tus obras te causaron esto». El
pecado es la causa de todos los males. (B) Dios estaba airado con ellos a causa de su
pecado; era la ira de Dios (v. 8) la que hacía temible el ejército caldeo. (C) En su justo
enojo, Dios los condenó a sufrir este castigo (v. 12b): «Y ahora yo también pronunciaré
juicios contra ellos».
4. Los efectos lamentables de este castigo. El pueblo que habría de luchar caerá en
la desesperación y no tendrá ánimos para hacer la menor resistencia al enemigo (v. 8):
«Por esto vestíos de saco, endechad y aullad». En lugar de ceñirse la espada, se ceñirán
el saco. Cuando el enemigo esté aún distante, se darán por derrotados y gritarán (v. 13,
al final): «¡Ay de nosotros, porque estamos perdidos!» Judá y Jerusalén tenían fama por
la valentía de sus hombres; pero véase el efecto del pecado: al privarles de la confianza
hacia su Dios, les priva de la bravura hacia los hombres. «Y sucederá en aquel día, dice
Jehová, que desfallecerá el corazón del rey y el corazón de los príncipes». Tanto el rey
como sus príncipes, nobles y consejeros serán presa del desmayo. A los sacerdotes
competía animar al pueblo, y decir: «No desmaye vuestro corazón, no temáis, etc.» (Dt.
20:3b, 4). Pero ahora los sacerdotes mismos estarán atónitos, es decir, consternados, sin
fuerzas para animar al pueblo. Nuestro Salvador predijo que, en la destrucción de
Jerusalén, desmayarían los hombres de miedo (Lc. 21:26).
5. Se queja el profeta de que el pueblo estaba engañado; lo expresa de forma extraña
(v. 10): «Y dije: ¡Ay, Jehová Dios! Verdaderamente en gran manera has engañado a
este pueblo … diciendo: Paz tendréis». Es cierto que Dios no engaña a nadie. Pero: (A)
El pueblo se había engañado a sí mismo con las promesas que Dios les había hecho,
confiaban a todo trance en ellas, sin preocuparse de cumplir las condiciones de las que
dependían tales promesas. Así se engañaban a sí mismos, y luego se quejaban de que
Dios les había engañado. (B) Los falsos profetas les engañaban con promesas de paz
que les hacían en nombre de Dios (23:17; 27:9) y Dios permitía que los falsos profetas
les engañaran, para así castigarles por no haber recibido el amor de la verdad (2 Ts.
2:10, 11, comp. con Ez. 14:9).
6. Los esfuerzos del profeta por desengañarles. (A) Les muestra la herida que tienen.
En su pecado deberían descubrir la causa del castigo (v. 18b): «Esta es tu maldad, por
lo cual esta amargura penetra hasta tu corazón». También «la espada ha penetrado
hasta el alma» (v. 10, al final). (B) Les muestra también el remedio (v. 14): «Lava de
maldad tu corazón, oh Jerusalén, para que seas salva». Al decir «Jerusalén», quiere
decir cada uno de los habitantes de Jerusalén, pues cada uno tiene su propio corazón, y
es la reforma personal la que causa la nacional. Cada uno debe volverse de su mal
camino y limpiar su mal corazón. No puede haber liberación sin reforma, y sólo es
sincera la reforma que llega hasta el corazón, pues del corazón salen los siniestros
pensamientos que moraban (v. 14b) en el interior de ellos (comp. con Mt. 15:19).
Versículos 19–31
El profeta se angustia aquí hasta la agonía y clama como quien sufre un dolor muy
agudo (v. 19): «¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón, etc.».
Las expresiones son de sobra patéticas como para derretir un corazón de piedra. Un
hombre bueno, en un mundo tan malo como éste, no puede menos de ser un varón de
dolores. No se duele así por sí mismo ni por ninguna aflicción de su familia, sino
puramente por la situación lastimosa del pueblo.
I. Son muy malos y no quieren reformarse (v. 22). Lo dice Dios mismo: «Porque mi
pueblo es necio, etc.». Aunque son necios, Dios los llama mi pueblo. Ellos no lo
conocen a Él, pero Él sigue conociéndolos (Ro. 11:1). Sólo son sabios para hacer el
mal, pero para hacer el bien no tienen conocimiento (v. 22b), no saben aplicar el
entendimiento a practicar el bien, sino sólo a tramar el mal.
II. Son muy miserables y no pueden ser aliviados.
1. Grita el profeta (v. 19b): «No callaré; porque has oído sonido de trompeta, oh
alma mía, pregón de guerra». No ha sido propiamente el oído del profeta el que ha
escuchado el sonido de la trompeta ni el pregón de guerra, sino su alma, porque lo oye y
lo ve por medio del espíritu de profecía que le introduce en el alma las palabras de Dios,
del mismo modo que nos entran por los oídos las palabras que escuchamos del exterior.
2. Se anuncia la destrucción en términos inequívocos:
(A) Es rápida y repentina (v. 20): «Quebrantamiento sobre quebrantamiento, en
rápida sucesión, es anunciado». La muerte de Josías abrió las compuertas de la
inundación; a los tres meses, su hijo y sucesor Joacaz es depuesto por el rey de Egipto;
durante los dos o tres años siguientes, Nabucodonosor pone sitio a Jerusalén y se
apodera de ella y, a partir de esto, acomete constantemente contra el país hasta
arruinarlo completamente con la destrucción de Jerusalén, pero (v. 20b) «de repente son
destruidas mis tiendas, en un momento mis cortinas», pues el país fue ya devastado en
un principio, ya que los pastores y todos los que vivían en tiendas fueron saqueados de
inmediato; por eso vemos retirarse a Jerusalén a los recabitas, que vivían en tiendas, tan
pronto como los caldeos entraron por primera vez en el país (35:11).
(B) La guerra continuó, porque el pueblo estaba muy obstinado y no quería
someterse al rey de Babilonia, sino que aprovechó todas las oportunidades para
rebelarse contra él. De eso se hace eco el profeta al decir (v. 21): «¿Hasta cuándo he de
ver bandera, he de oír sonido de trompeta?» Como si dijese: «¿Va a devorar por
siempre la espada?»
(C) «Toda la tierra es destruida (lit. saqueada; lo mismo en la frase siguiente—v.
20—)», hasta quedar finalmente hecha un caos (v. 23); «asolada y vacía» (hebr. tóhu
vabóhu, los mismos vocablos de Gn. 1:2). Incluso la frase final del versículo 23: «y no
había en ellos (los cielos) luz» parece aludir a «las tinieblas que estaban sobre la
superficie del abismo» (Gn. 1:2b). No sólo la tierra estaba hecha un caos, sino que hasta
el cielo les fruncía el ceño. La calamidad misma era como una densa y oscura nube, a
través de la cual eran incapaces de contemplar su verdadera situación calamitosa. Como
en todos los grandes juicios de Dios, la naturaleza se asocia mediante fenómenos
extraordinarios: Montes y collados se bambolean (v. 24), mientras desaparece la
población humana (v. 25), las aves (v. 25b, comp. con Sof. 1:3), «la última palabra en
desolación» (Freedman), y la vegetación (v. 26). La desolación es completa.
(D) En medio de este cuadro tétrico, se filtran unas dulces palabras de Dios (v. 27):
«Porque así dice Jehová: Toda la tierra será asolada, pero no la destruiré del todo».
Toda, pero no del todo. Dios siempre se reserva un remanente. Jerusalén volverá a ser
edificada, y la tierra volverá a ser habitada. Esto se dice para consuelo de los que
tiemblan ante la Palabra de Dios. La inserción de este versículo 27 parece romper la
conexión del versículo 26 con el versículo 28, pues el profeta continúa profetizando
destrucción.
(E) En efecto, Dios sigue diciendo (v. 28) que no va a desistir de su resolución de
entregarlos a la ruina, puesto que ellos no pueden desistir de su pecado (2:25). La que
no podía menos de ir tras de sus amantes, va a verse despreciada por ellos (v. 30, al
final). Se ilusionaban con el pensamiento de que podrían hallar algún medio para salir
de este atolladero, pero el profeta les dice que todo lo que hagan no les va a servir de
nada (v. 30): «Y tú, destruida, ¿qué haces que te vistes de grana, etc.». Compara
Jerusalén a una ramera abandonada por todos los amantes que solían cortejarla. Hace
todo lo que puede para presentarse ante las naciones como país importante, un aliado de
mucho valor. Pero todo este proceso de ficticio embellecimiento no sirve para nada. Sus
tan solicitados amantes no se dejan impresionar por las apariencias (v. 30, al final); más
aún, no contentos con menospreciarla, quieren darle muerte. El espíritu profético se lo
anuncia (v. 31) a Jeremías. Comenta F. Asensio: «Jeremías lo presiente y oye el clamor
angustioso de la hija de Sion, que, viéndose morir entre “dolores de parto” a manos de
asesinos, extiende inútilmente sus manos en señal de dolor, acaso en busca de ayuda (Is.
1:15), o en un último esfuerzo por librarse del invasor». M. Henry halla en la
fraseología del v. 30 una probable «alusión a la historia de Jezabel, que pensó que, si
embellecía su rostro, podría escapar de la calamidad que la esperaba, pero en vano (2 R.
9:30, 33)».
1
CAPÍTULO 5
Reprensiones y amenazas se hallan mezcladas en este capítulo. I. Los pecados de
que aquí se les acusa son: Injusticia (v. 1), hipocresía en la religión (v. 2), obstinación
(v. 3), corrupción general (vv. 4, 5), idolatría y adulterio (vv. 7, 8), desleal apartamiento
de Dios (v. 11), desafío a Jehová (vv. 12, 13) y, en el fondo de todo esto, falta de temor
de Dios (vv. 20–24). Al final del capítulo son acusados de violencia y opresión (vv. 26–
28), hasta corromper completamente al país (vv. 30, 31). II. Los castigos con que se les
amenaza son muy terribles. Vendrá sobre ellos un enemigo extranjero (vv. 15–17), se
los llevará en cautiverio (v. 19) y quedarán privados del bien (v. 25). III. Pero de nuevo
se insinúa por dos veces más que Dios no los destruirá del todo (vv. 10, 18). Éste fue el
objeto y propósito de la predicación de Jeremías durante la última parte del reinado de
Josías y el comienzo del de Joacim.
Versículos 1–9
1. Tenemos aquí (v. 1) como un reto a presentar un solo hombre que sea
verdaderamente justo en todo Jerusalén. Esta ciudad, la ciudad santa, se había vuelto
1
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.814
como el mundo anterior al diluvio, cuando toda carne había corrompido su camino
(Gn. 6:12b): «Recorred las calles de Jerusalén … buscad en sus plazas a ver … si hay
alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la perdonaré» (comp. con Gn.
18:23–32). La verdad había caído en la calle (Is. 59:14). Si hubiese habido diez justos
en Sodoma, Dios la habría perdonado; pero Jerusalén le era mucho más estimada que
Sodoma: uno solo ¿entre diez mil? en Jerusalén habría bastado para que Dios la
perdonase. Dice el rabino Freedman: «Es una exageración interpretar el versículo como
si declarase que no había en la ciudad ni un solo hombre temeroso de Dios, aunque así
lo entienden muchos modernos». No tiene nada de extraño que así lo entendamos
también nosotros, cuando leemos la interpretación auténtica que Pablo hace, en
Romanos 3:10–18, de varias porciones del Antiguo Testamento. Incluso los que
profesaban estar a bien con Dios (v. 2) jurando por el nombre de Jehová, no eran
sinceros: «Aunque digan: Como vive Jehová, juran falsamente».
2. La queja que el profeta dirige a Dios sobre la obstinación del pueblo (v. 3).
Nótese que no se queja de Dios, sino del pueblo a Dios, pues en realidad, «como
implícitamente Abraham en el caso de la Pentápolis, Jeremías se ve obligado a unirse al
modo de ver de Jehová, cuyos ojos están siempre dirigidos a la emuná = fidelidad, a un
Dios que, siempre fiel y sincero, exige a su pueblo fidelidad y sinceridad en la vida»
(Asensio). La obstinación del pueblo se expresa en frases gráficas (v. 3b):
«endurecieron sus rostros más que la piedra (comp. Ez. 3:7), han rehusado
convertirse». No querían recibir instrucción por vía de corrección.
3. La experiencia en pobres y ricos, con el triste hallazgo de que tan malos eran unos
como otros.
(A) Los pobres eran ignorantes. El profeta halló a muchos que rehusaban
convertirse (v. 3, al final). Estaba dispuesto a excusarlos (v. 4): «Ciertamente éstos son
pobres. Nunca han tenido la ventaja de una buena educación ni tienen ahora la
oportunidad de ser instruidos». La ignorancia crasa es la causa lamentable de gran parte
de la iniquidad que abunda. Hay pobres de Dios que, a pesar de su ignorancia, conocen
el camino de Jehová y andan en él, y observan las ordenanzas de su Dios sin haberlas
aprendido en ningún libro; pero éstos son pobres del diablo, pues desconocen
voluntariamente el camino de Jehová.
(B) Los ricos eran insolentes (v. 5): «Iré a los grandes y les hablaré para ver si los
hallo más doblegables a la palabra y a la providencia de Dios, pero, aunque conocen el
camino de Jehová y la ordenanza de su Dios, son demasiado altivos como para
doblegarse a Su gobierno» (v. 5b): «Pero ellos también quebraron el yugo, rompieron
las coyundas». Se consideran a sí mismos demasiado grandes como para ser corregidos,
incluso por el Dueño soberano de todos. Los pobres son débiles, los ricos son
obstinados y, así, ninguno cumple con su deber.
4. Se especifican algunos pecados de los que eran culpables. Sus transgresiones (v.
6b) eran muchísimas y, en la misma proporción, se habían aumentado sus deslealtades.
Su prostitución espiritual otorgaba a los ídolos el honor que es debido únicamente a
Dios (v. 7). Juraban por lo que no es Dios. También practicaban la prostitución
corporal. Habían abandonado a Dios para servir a los ídolos, y los que deshonraban a
Dios estaban abocados a deshonrarse a sí mismos y a sus familias (comp. con Ro. 1:24
y ss.). Cometían adulterio sin remordimiento alguno ni temor al castigo, pues se reunían
en compañías en casa de rameras (v. 7b), sin avergonzarse de verse allí unos a otros.
Tan desvergonzada era su lascivia que se volvían como bestias (v. 8): «Como caballos
bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo».
5. La ira de Dios contra ellos por la universal corrupción del país. Un enemigo
extranjero va a irrumpir y el país quedará como si por él hubiesen pasado las más
feroces bestias devastándolo todo (v. 6a): «El león de la selva, indomable cuando
codicia la presa, el lobo del desierto, que acude por la noche, que es cuando está
hambriento y muestra toda su ferocidad, y el leopardo, que es muy rápido y cruel». Así
acechará las ciudades de Judá el enemigo, y sus habitantes se verán ante un terrible
dilema: los que se queden dentro, morirán de hambre; los que salgan de ellas, morirán a
espada. Y todo ello se debe a la multitud de sus transgresiones. Es en realidad el pecado
el que produce esta matanza (v. 9): «¿No había yo de castigar esto? ¿Cómo podéis
pensar que el Dios de pureza infinita haya de hacer la vista gorda ante tales
abominaciones? De una nación como esta, ¿no se había de vengar mi alma?» Es cierto
que muchos que habían sido culpables de estos pecados se arrepintieron y hallaron
misericordia con Dios (así le aconteció a Manasés), pero las naciones como tales sólo
pueden ser castigadas en esta vida; por eso no quedaría bien parada la gloria de Dios si
una nación impía quedase sin ninguna señal manifiesta del desagrado de Dios.
Versículos 10–19
1. El pecado de este pueblo le conduce a la destrucción (v. 10). La casa de Israel y
la casa de Judá (v. 11), aunque enfrentadas la una contra la otra, ambas estaban de
acuerdo en su deslealtad contra Jehová. Abandonaron la adoración sincera de Dios y
representaron el papel del hipócrita. Desafiaron los juicios de Dios y las amenazas que
les había dirigido por boca de los profetas (vv. 12, 13). Multitud de almas se arruinan
cuando se les hace creer que Dios no es estricto. Así pensaban ellos: «Él no actúa, y no
vendrá mal sobre nosotros, etc.». Los profetas les habían amonestado seriamente, pero
ellos lo tomaban a broma (v. 13), como si dijesen: «Ellos hablan así porque es su oficio.
No es palabra de Dios, sino el lenguaje de su fantasía melancólica». No contentos con
eso, auguran a los profetas los castigos con que los mismos profetas les amenazan (v.
13): «Son como viento “que pasa de vacío y se puede tomar a risa” (6:10; Ez. 33:30–33)
(Asensio). ¿Nos amenazan con hambre? ¡Démosles pan de aflicción! ¿Nos amenazan
con espada? ¡Que mueran a espada! (2:30)».
2. El castigo del pueblo por sus pecados.
(A) Dios se vuelve al profeta Jeremías, que de esta forma era escarnecido, y le dice
(v. 14b): «He aquí yo pongo mis palabras en tu boca por fuego, y a este pueblo por
leña, y los consumirá». El pecador se torna a sí mismo, por el pecado, en combustible
para el fuego de la ira de Dios. Vendrá el enemigo en obediencia al propósito de Dios
(v. 10): «Escalad sus muros y destruid … Quitad las almenas». Eran de piedra cuando
el pueblo servía a su Dios; son como de barro ahora que se han apartado de Él.
(B) ¡Cuán terrible es la destrucción que estos invasores van a llevar a cabo¡ (vv. 15–
17): «Son gente de lejos (Is. 5:26) y, por eso mismo, tanto más de temer, por cuanto sus
soldados querrán resarcirse de una marcha tan larga; son gente que no ceja, que no se
amedrenta ante los obstáculos; gente antigua (v. Gn. 11:31), “de solera político-
guerrera” (Asensio); gente cuya lengua ignorarás y no entenderás lo que hable. Contra
ella, “nada podrá la casa de Israel; ni siquiera implorar misericordia en una lengua que
no conoce y hace del invasor un instrumento ciego y sin entrañas” (Dt. 28:49–51; Is.
28:11; 33:10) (Asensio). La diferencia de lenguaje haría difícil incluso tratar
condiciones de paz. No almacenarán, sino que (v. 17) se comerán tu mies y tu pan; se
comerán a tus hijos y a tus hijas, hijos e hijas que tú ofrecías en sacrificio a tus ídolos,
se comerán tus viñas y tus higueras, sin dejar para ti ningún fruto de la tierra, y con su
espada demolerán tus ciudades fortificadas, en las que confías, ya que piensas que,
porque están fortificadas, ya están suficientemente protegidas contra un enemigo
enviado por Dios mismo».
3. Como en el capítulo anterior, también aquí se declara que Dios tiene reservada
para Su pueblo alguna compasión. El enemigo es comisionado para destruir y devastar,
«pero no del todo» (v. 10b). «No obstante (v. 18), aun en aquellos días, dice Jehová, no
os destruiré del todo»; y si Dios no quiere destruir, el enemigo no podrá hacerlo.
4. La justificación de Dios en todos estos procedimientos. Así como su benignidad
se dará a conocer en que no destruirá del todo, así también se dará a conocer su rectitud
justa en llegar al casi todo (v. 19). El pueblo dirá: «¿Por qué Jehová el Dios nuestro
hizo con nosotros todas estas cosas?», como si contra una nación tan pecadora no
hubiese ningún motivo para que Dios actuase de ese modo. Dios le dice al profeta la
respuesta que debe dar a esa pregunta (v. 19b): «Entonces les dirás: De la manera que
me dejasteis a mí y servisteis a dioses ajenos en vuestra tierra, así serviréis a extraños
en tierra ajena». Nótese el perfecto paralelismo, más notorio todavía en el hebreo,
donde todos los miembros se corresponden perfectamente. Dice así literalmente la
segunda parte del versículo 19: «Como … habéis servido a dioses extraños en vuestra
tierra, así serviréis a extraños en tierra no vuestra». No pueden, pues, quejarse de que
Dios les pague en la misma moneda con que le han pagado ellos a Él (v. Dt. 28:47, 48;
29:24–26).
Versículos 20–24
Dios envía ahora a Jeremías con otra comisión a Jacob y a Judá (v. 20).
1. Se queja Dios de la vergonzosa estupidez del pueblo (v. 21): Es «un pueblo necio
y sin entendimiento (lit. sin corazón)». No entendían la mente de Dios, a pesar de que la
había expresado tan claramente por medio de Sus profetas y de Su providencia: «tiene
ojos y no ve; tiene oídos y no oye». Poseían facultades intelectuales, pero no las usaban
como debían, pues su voluntad estaba obstinada y, por tanto, inepta para someterse a las
normas de la ley divina (v. 23): «Este pueblo tiene un corazón obstinado y rebelde». La
obstinación del corazón es la que entontece el entendimiento. El carácter de este pueblo
es el de toda persona humana hasta que la gracia de Dios opera un cambio en el interior.
Tenemos un corazón obstinado y rebelde contra Dios, no sólo por una arraigada
aversión a lo que es bueno, sino también por una fuerte inclinación a lo que es malo.
2. Lo atribuye a la falta de temor de Dios. Al observar que son sin entendimiento,
pregunta (v. 22): «¿A mí no me temeréis?, dice Jehová. ¿No temblaréis ante mi
presencia? (lit.)» Y al observar que se han rebelado y se han alejado, añade esto, como
la causa de su apostasía (v. 24): «Y no dijeron: Temamos ahora a Jehová Dios nuestro,
etc.». Les vienen a la mente malos pensamientos porque no quieren admitir ni albergar
buenos pensamientos.
3. Sugiere algunas de estas cosas a fin de impregnarnos de un santo temor de Dios.
(A) Debemos temer a Dios en Su grandeza (v. 22). Aquí tenemos un ejemplo: Dios
conserva el mar dentro de los límites que le ha fijado. Aunque la marea sube con fuerza
poderosa dos veces cada día, Dios le ha puesto al mar «un muro insalvable de arena
(Job 38:8–11; Sal. 104:6–9; Pr. 8:29)» (Asensio). Esto es obra de Dios y, si no fuese
una cosa tan corriente, sería admirable a nuestros ojos. Un muro de arena será tan
eficaz como un muro de bronce para tener a raya las encrespadas olas, para enseñarnos
que una respuesta suave aplaca la ira y aquieta el furor espumante, mientras que las
palabras ásperas, como un duro acantilado, no hacen sino exasperar. Esta frontera ha
sido fijada por orden eterna (v. 22b), lo que nos retrotrae a la creación del mundo,
cuando Dios separó las aguas de la tierra seca (Gn. 1:9, 10: Job 38:8 y ss.; Sal. 104:6 y
ss.). Por ser orden eterna, ha tenido efecto siempre hasta el día de hoy y lo seguirá
teniendo hasta que Dios cree unos cielos nuevos y una nueva tierra. Vemos, pues, que
hay buen motivo para temer a Dios, pues vemos que es un Dios que posee soberanía
universal.
(B) Debemos temer a Dios en Su bondad (v. Os. 3:5). Temer a Jehová nuestro Dios
es también adorarle agradecidos, pues está hace el bien continuamente: Nos da (v. 24b)
lluvia temprana y tardía en su tiempo (comp. con 3:3; Sal. 147:8; Mt. 5:45; Hch.
14:17), y nos guarda (lit. reserva para nosotros) los tiempos (lit. las semanas) que fijan
la siega, es decir, «preserva el período de la cosecha (hacia la última parte de abril y el
mes de mayo) como estación seca, puesto que la lluvia en ese tiempo dañaría a las
mieses» (Freedman). En los frutos de la recolección hay que reconocer el poder, la
bondad y la fidelidad de Dios, pues todos esos frutos vienen de Él (Stg. 1:17). Hay,
pues, también buen motivo para temer a Dios, para mantenernos en su amor.
Versículos 25–31
1. El profeta les muestra el daño que les han hecho sus pecados (v. 25): «Vuestras
iniquidades han estorbado estas cosas (las buenas cosas descritas en el v. 24)». El
pecado es, sí, la causa de que los cielos se vuelvan de bronce, y la tierra de hierro.
2. A continuación les muestra cuán grandes eran sus pecados.
(A) Al haber abandonado el culto al verdadero Dios, hasta la honradez natural se
había perdido entre ellos: «Porque fueron hallados en mi pueblo impíos» (v. 26); tanto
peores por haber sido hallados entre el pueblo de Dios. Fueron hallados, es decir,
sorprendidos, en el acto mismo de su impiedad. Así como los cazadores ponen lazos y
trampas para su deporte, así hacían éstos (v. 26b) para cazar hombres, como si también
esto fuese un deporte. Hallaban medios de hacer daño a los buenos (a quienes odiaban
precisamente por su bondad), especialmente a los que les reprendían fielmente (Is.
29:21), a aquellos cuyas haciendas codiciaban, como hizo Jezabel con Nabot por una
viña.
(B) Eran falsos y traidores (v. 27): «como una jaula llena de pájaros, así están sus
casas llenas de engaño; así se hicieron grandes y ricos». Sus casas estaban llenas del
dinero obtenido por medio del fraude, pues engañaban a todos cuantos entraban en trato
con ellos. Así es como (v. 28b) «sobresalieron en obras de maldad» (versión más
probable). ¡Campeones en hacer el mal! Pero prosperaban en esta carrera del mal (v.
28a), «se engordaron y se pusieron lustrosos» y, por eso mismo, el corazón se les
endureció todavía más; se hicieron «grandes según el mundo, y ricos en riquezas
materiales y temporales» (v. 27, al final).
(C) En la administración pública eran una calamidad (v. 28c): «no defendían la
causa del huérfano … y el derecho de los pobres no sostenían». Esta es la especie más
vil de la explotación social y es un pecado que Dios aborrece de un modo especial. Dice
Asensio: «Bárbara explotación social que, sobrepasando todos los límites, se ha cebado
en el huérfano y el pobre (7:6; 22:3; Sal. 82:3, 4; Is. 1:17–23), sin tener en cuenta lo que
la Ley ordena en su favor (Éx. 22:22; Dt. 10:18; 27:19)». Ante esto, Dios declara que no
puede dejar de actuar (v. 29): «¿No castigaré esto?, dice Jehová; ¿y de tal gente no se
vengará mi alma? (repetición del v. 9)». Aunque la paciencia de Dios haya esperado por
mucho tiempo, por fin se desbordará Su ira y no habrá quien la calme.
(D) Pero aún quedaba algo más repugnante (vv. 30, 31): «Cosa espantosa y fea»;
los líderes del pueblo estaban corrompidos y ejercían su oficio con cínica falsedad (v.
31): «Los profetas profetizaban al servicio de la mentira, y los sacerdotes dirigían a su
arbitrio». La religión no está nunca tan peligrosamente amenazada como cuando los
puestos en el ministerio hacen pasar por Palabra de Dios errores doctrinales y hasta
notorias inmoralidades, y cuando los dirigentes ordenan lo que les place bajo pretexto
de que la autoridad que ostentan les viene de Dios. Y como la naturaleza humana está
de suyo inclinada al mal, «al pueblo le gustaba esto» (v. 31b). ¡Les gustaba la mentira y
el desgobierno! Pero, «¿qué harán todos ellos cuando llegue el fin, es decir, el castigo
que Dios les va a imponer?» La pregunta no necesita respuesta. Sucumbirán.
CAPÍTULO 6
En este capítulo, como en los dos anteriores, tenemos: I. Una profecía de la invasión
de Judá y del sitio de Jerusalén por el ejército caldeo (vv. 1–6), del saqueo que los
caldeos habían de llevar a cabo en el país (v. 9) y del terror que se había de apoderar del
pueblo de la tierra (vv. 22–26). II. Un registro de los pecados de Judá y de Jerusalén que
provocaron a Dios a descargar este castigo desolador. La injusticia social (v. 7), el
menosprecio de la palabra de Dios (vv. 10–12), la mundanidad (v. 13), la deslealtad
traicionera de los profetas (v. 14), el cinismo en el pecado (v. 15), su obstinación contra
las reprensiones (vv. 18, 19), que hacía inaceptables a Dios los sacrificios que le
ofrecían (v. 20), por lo que les entregó a la ruina (v. 21), pero los puso primero a prueba
(v. 27), antes de desecharlos como irremediables (vv. 28–30). III. Se les dieron buenos
consejos en medio de todo esto, pero en vano (vv. 8, 16, 17).
Versículos 1–8
I. Amenaza de castigo contra Judá y Jerusalén. La ciudad no veía venir el nublado;
todo parecía tranquilo y sereno. Pero el profeta les dice que en breve serán invadidos
por un poder extranjero que vendrá del norte, el cual causará desolación general. Se
predice aquí:
1. Que el toque de alarma debe ser fuerte y tremendo (v. 1). Los hijos de Benjamín,
tribu en la que caía la mayor parte de Jerusalén, son llamados a escapar por su vida a la
campiña, pues la ciudad (a la cual se les exhortó en un principio que fuesen a
refugiarse—4:5, 6—) va a ser muy pronto demasiado incómoda para ellos. Se les dice
que toquen alarma en Técoa, que caía a doce millas al sur de Jerusalén, y que levantasen
señal (algo así como un faro—v. Jue. 20:38—) en Bet-hakérem, sobre cuya ubicación
no están de acuerdo los autores, aunque lo más probable es que se hallase en un
montículo entre Belén y Técoa.
2. Que el ataque que se cernía sobre ellos iba a ser terrible. La hija de Sion (v. 2) es
comparada a una mujer bella y delicada, que, al no estar acostumbrada a pasarlo mal, no
estará en condiciones de resistir al enemigo ni aguantar bravamente la destrucción. Los
generales enemigos y sus ejércitos son comparados (v. 3) a pastores con sus rebaños,
tan numerosos que los soldados habían de seguir a sus jefes como las ovejas a sus
pastores. Estos pastores se harían pronto los amos del campo abierto y sus rebaños
tendrían abundante que comer, esto es precisamente lo que habían de hacer las tropas
caldeas en los alrededores de la capital del país. Es Dios quien les ha comisionado para
esta guerra (v. 6). Dios mismo dice: «Ésta es la ciudad que ha de ser visitada (lit.) por
la justicia divina, y éste es el tiempo de su visitación». Los invasores se preparan a
asaltar la ciudad cuanto antes: «a mediodía (v. 4), para tomarla por sorpresa, pues los
habitantes no pensarán que lo hagamos en lo más recio del calor. ¡Es una lástima que no
hayamos avanzado más, pues ya va cayendo el día! No importa; haremos el asalto final
de noche (v. 5)».
II. El motivo de este castigo es enteramente la maldad de ellos. Ellos lo han traído
sobre sí mismos; a sí mismos han de echarse la culpa. Son oprimidos de esta manera
porque han sido opresores; los va a tratar duramente el enemigo porque ellos se han
tratado duramente unos a otros. El pecado se ha vuelto para ellos una segunda
naturaleza (v. 7), «como la fuente nunca cesa de manar sus aguas», abundante y
constantemente. El clamor de sus pecados ha subido a la presencia de Dios como el de
Sodoma (v. 7b): «continuamente en mi presencia—dice Jehová—, enfermedad y
herida». Ésta era también la queja de los que se veían injustamente heridos en su cuerpo
o en su espíritu, en sus bienes o en su reputación.
III. Cómo impedir esta catástrofe (v. 8): «Corrígete, Jerusalén, para que no se
aparte mi alma de ti; atiende a la instrucción que se te da por medio de mi palabra
escrita y por medio de mis profetas». En estas frases se echan de ver la ternura y el
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías
Jeremías

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

P34 Estudio Panorámico de la Biblia: Nahum
P34 Estudio Panorámico de la Biblia: NahumP34 Estudio Panorámico de la Biblia: Nahum
P34 Estudio Panorámico de la Biblia: NahumLuis García Llerena
 
255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menores
255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menores255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menores
255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menoresjosue villanueva
 
P33 Estudio Panorámico de la Biblia: Miqueas
P33 Estudio Panorámico de la Biblia: MiqueasP33 Estudio Panorámico de la Biblia: Miqueas
P33 Estudio Panorámico de la Biblia: MiqueasLuis García Llerena
 
Libro de Ieshaia (Isaías)
Libro de Ieshaia (Isaías)Libro de Ieshaia (Isaías)
Libro de Ieshaia (Isaías)Comunidad Bet Or
 
4 carisma de profecía
4 carisma de profecía4 carisma de profecía
4 carisma de profecíaRebeca Reynaud
 
P30 Estudio Panorámico de la Biblia: Amós
P30 Estudio Panorámico de la Biblia: AmósP30 Estudio Panorámico de la Biblia: Amós
P30 Estudio Panorámico de la Biblia: AmósLuis García Llerena
 
Sofonias, Nahum y Habacuc
Sofonias, Nahum y HabacucSofonias, Nahum y Habacuc
Sofonias, Nahum y HabacucRafael Sanz
 
Profeta Jeremías
Profeta JeremíasProfeta Jeremías
Profeta JeremíasRafael Sanz
 
P38 Estudio Panorámico de la Biblia: Zacarias
P38 Estudio Panorámico de la Biblia: ZacariasP38 Estudio Panorámico de la Biblia: Zacarias
P38 Estudio Panorámico de la Biblia: ZacariasLuis García Llerena
 
P16 Estudio Panorámico de la Biblia: Nehemías
P16 Estudio Panorámico de la Biblia: NehemíasP16 Estudio Panorámico de la Biblia: Nehemías
P16 Estudio Panorámico de la Biblia: NehemíasLuis García Llerena
 
Visiones de Esperanza (Zacarias)
Visiones de Esperanza (Zacarias)Visiones de Esperanza (Zacarias)
Visiones de Esperanza (Zacarias)marco valdez
 
Los 13 profetas menores
Los 13 profetas menoresLos 13 profetas menores
Los 13 profetas menoresromanosrocio
 
Clase 10 - Nahum, Habacuc y Sofonias
Clase 10 - Nahum, Habacuc y SofoniasClase 10 - Nahum, Habacuc y Sofonias
Clase 10 - Nahum, Habacuc y SofoniasHugo Almanza
 

La actualidad más candente (20)

P34 Estudio Panorámico de la Biblia: Nahum
P34 Estudio Panorámico de la Biblia: NahumP34 Estudio Panorámico de la Biblia: Nahum
P34 Estudio Panorámico de la Biblia: Nahum
 
Profeta sofonías
Profeta sofoníasProfeta sofonías
Profeta sofonías
 
255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menores
255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menores255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menores
255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menores
 
Sec 12 profetas II
Sec 12 profetas IISec 12 profetas II
Sec 12 profetas II
 
P33 Estudio Panorámico de la Biblia: Miqueas
P33 Estudio Panorámico de la Biblia: MiqueasP33 Estudio Panorámico de la Biblia: Miqueas
P33 Estudio Panorámico de la Biblia: Miqueas
 
Profetas menores
Profetas menoresProfetas menores
Profetas menores
 
Libro de daniel
Libro de danielLibro de daniel
Libro de daniel
 
Conozca-a-Los-Profetas-Menores
Conozca-a-Los-Profetas-MenoresConozca-a-Los-Profetas-Menores
Conozca-a-Los-Profetas-Menores
 
Libro de Ieshaia (Isaías)
Libro de Ieshaia (Isaías)Libro de Ieshaia (Isaías)
Libro de Ieshaia (Isaías)
 
4 carisma de profecía
4 carisma de profecía4 carisma de profecía
4 carisma de profecía
 
P30 Estudio Panorámico de la Biblia: Amós
P30 Estudio Panorámico de la Biblia: AmósP30 Estudio Panorámico de la Biblia: Amós
P30 Estudio Panorámico de la Biblia: Amós
 
Sofonias, Nahum y Habacuc
Sofonias, Nahum y HabacucSofonias, Nahum y Habacuc
Sofonias, Nahum y Habacuc
 
Profeta Jeremías
Profeta JeremíasProfeta Jeremías
Profeta Jeremías
 
Oseas
OseasOseas
Oseas
 
P38 Estudio Panorámico de la Biblia: Zacarias
P38 Estudio Panorámico de la Biblia: ZacariasP38 Estudio Panorámico de la Biblia: Zacarias
P38 Estudio Panorámico de la Biblia: Zacarias
 
P16 Estudio Panorámico de la Biblia: Nehemías
P16 Estudio Panorámico de la Biblia: NehemíasP16 Estudio Panorámico de la Biblia: Nehemías
P16 Estudio Panorámico de la Biblia: Nehemías
 
Visiones de Esperanza (Zacarias)
Visiones de Esperanza (Zacarias)Visiones de Esperanza (Zacarias)
Visiones de Esperanza (Zacarias)
 
Los 13 profetas menores
Los 13 profetas menoresLos 13 profetas menores
Los 13 profetas menores
 
Clase 10 - Nahum, Habacuc y Sofonias
Clase 10 - Nahum, Habacuc y SofoniasClase 10 - Nahum, Habacuc y Sofonias
Clase 10 - Nahum, Habacuc y Sofonias
 
281 ain Alguien ha visto al Todopoderoso Creador?
281 ain Alguien ha visto al Todopoderoso Creador?281 ain Alguien ha visto al Todopoderoso Creador?
281 ain Alguien ha visto al Todopoderoso Creador?
 

Similar a Jeremías

Leccion-2-El Don Profetico
Leccion-2-El Don ProfeticoLeccion-2-El Don Profetico
Leccion-2-El Don ProfeticoSamy
 
Clase sobre los libros proféticos en la Biblia.pptx
Clase sobre los libros proféticos en la Biblia.pptxClase sobre los libros proféticos en la Biblia.pptx
Clase sobre los libros proféticos en la Biblia.pptxssuser36c785
 
Libro complementario | Capítulo 1 | El Dios que llamó a Jeremías | Jeremías
Libro complementario | Capítulo 1 | El Dios que llamó a Jeremías | JeremíasLibro complementario | Capítulo 1 | El Dios que llamó a Jeremías | Jeremías
Libro complementario | Capítulo 1 | El Dios que llamó a Jeremías | Jeremíasjespadill
 
Libro complementario | Capítulo 10 | El Dios de la ciudad destruida | Escuela...
Libro complementario | Capítulo 10 | El Dios de la ciudad destruida | Escuela...Libro complementario | Capítulo 10 | El Dios de la ciudad destruida | Escuela...
Libro complementario | Capítulo 10 | El Dios de la ciudad destruida | Escuela...jespadill
 
Lección 05 (parte 2) - PPT - Libro 01.pptx
Lección 05 (parte 2) - PPT - Libro 01.pptxLección 05 (parte 2) - PPT - Libro 01.pptx
Lección 05 (parte 2) - PPT - Libro 01.pptxOFICINASURQUILLO
 
Libro de Iermihia (Jeremías)
Libro de Iermihia (Jeremías)Libro de Iermihia (Jeremías)
Libro de Iermihia (Jeremías)Comunidad Bet Or
 
El precio de la desobediencia de un profeta
El precio de la desobediencia de un profetaEl precio de la desobediencia de un profeta
El precio de la desobediencia de un profetaasociacion
 
La Biblia. Una Historia con Propósito
La Biblia. Una Historia con PropósitoLa Biblia. Una Historia con Propósito
La Biblia. Una Historia con PropósitoJuan Piantini
 
Jeremias-Una-Confianza-Mal-Puesta.pdf
Jeremias-Una-Confianza-Mal-Puesta.pdfJeremias-Una-Confianza-Mal-Puesta.pdf
Jeremias-Una-Confianza-Mal-Puesta.pdfssuseraca88f
 
El sábado enseñaré | Lección 10 | La destrucción de Jerusalén | Escuela Sabática
El sábado enseñaré | Lección 10 | La destrucción de Jerusalén | Escuela SabáticaEl sábado enseñaré | Lección 10 | La destrucción de Jerusalén | Escuela Sabática
El sábado enseñaré | Lección 10 | La destrucción de Jerusalén | Escuela Sabáticajespadill
 

Similar a Jeremías (20)

Ezequiel
EzequielEzequiel
Ezequiel
 
Leccion-2-El Don Profetico
Leccion-2-El Don ProfeticoLeccion-2-El Don Profetico
Leccion-2-El Don Profetico
 
Clase sobre los libros proféticos en la Biblia.pptx
Clase sobre los libros proféticos en la Biblia.pptxClase sobre los libros proféticos en la Biblia.pptx
Clase sobre los libros proféticos en la Biblia.pptx
 
Introducción al at libros proféticos siloé
Introducción al at libros proféticos siloéIntroducción al at libros proféticos siloé
Introducción al at libros proféticos siloé
 
Escuela Para Profetas
Escuela Para ProfetasEscuela Para Profetas
Escuela Para Profetas
 
Libro complementario | Capítulo 1 | El Dios que llamó a Jeremías | Jeremías
Libro complementario | Capítulo 1 | El Dios que llamó a Jeremías | JeremíasLibro complementario | Capítulo 1 | El Dios que llamó a Jeremías | Jeremías
Libro complementario | Capítulo 1 | El Dios que llamó a Jeremías | Jeremías
 
MIQUEAS.pptx
MIQUEAS.pptxMIQUEAS.pptx
MIQUEAS.pptx
 
DIOS ES UNO
DIOS ES UNODIOS ES UNO
DIOS ES UNO
 
Libro complementario | Capítulo 10 | El Dios de la ciudad destruida | Escuela...
Libro complementario | Capítulo 10 | El Dios de la ciudad destruida | Escuela...Libro complementario | Capítulo 10 | El Dios de la ciudad destruida | Escuela...
Libro complementario | Capítulo 10 | El Dios de la ciudad destruida | Escuela...
 
Sec 11 profetas I
Sec 11 profetas ISec 11 profetas I
Sec 11 profetas I
 
Sofonías
SofoníasSofonías
Sofonías
 
Amós
AmósAmós
Amós
 
Lección 05 (parte 2) - PPT - Libro 01.pptx
Lección 05 (parte 2) - PPT - Libro 01.pptxLección 05 (parte 2) - PPT - Libro 01.pptx
Lección 05 (parte 2) - PPT - Libro 01.pptx
 
Libro de Iermihia (Jeremías)
Libro de Iermihia (Jeremías)Libro de Iermihia (Jeremías)
Libro de Iermihia (Jeremías)
 
El precio de la desobediencia de un profeta
El precio de la desobediencia de un profetaEl precio de la desobediencia de un profeta
El precio de la desobediencia de un profeta
 
Oseas
OseasOseas
Oseas
 
Nahúm
NahúmNahúm
Nahúm
 
La Biblia. Una Historia con Propósito
La Biblia. Una Historia con PropósitoLa Biblia. Una Historia con Propósito
La Biblia. Una Historia con Propósito
 
Jeremias-Una-Confianza-Mal-Puesta.pdf
Jeremias-Una-Confianza-Mal-Puesta.pdfJeremias-Una-Confianza-Mal-Puesta.pdf
Jeremias-Una-Confianza-Mal-Puesta.pdf
 
El sábado enseñaré | Lección 10 | La destrucción de Jerusalén | Escuela Sabática
El sábado enseñaré | Lección 10 | La destrucción de Jerusalén | Escuela SabáticaEl sábado enseñaré | Lección 10 | La destrucción de Jerusalén | Escuela Sabática
El sábado enseñaré | Lección 10 | La destrucción de Jerusalén | Escuela Sabática
 

Más de sanchez1967 (20)

3 juan
3 juan3 juan
3 juan
 
2 timoteo
2 timoteo2 timoteo
2 timoteo
 
2 tesalonicenses
2 tesalonicenses2 tesalonicenses
2 tesalonicenses
 
2 pedro
2 pedro2 pedro
2 pedro
 
2 juan
2 juan2 juan
2 juan
 
2 corintios
2 corintios2 corintios
2 corintios
 
1 timoteo
1 timoteo1 timoteo
1 timoteo
 
1 tesalonicenses
1 tesalonicenses1 tesalonicenses
1 tesalonicenses
 
1 pedro
1 pedro1 pedro
1 pedro
 
1 juan
1 juan1 juan
1 juan
 
1 corintios
1 corintios1 corintios
1 corintios
 
Zacarías
ZacaríasZacarías
Zacarías
 
Salmos
SalmosSalmos
Salmos
 
Rut
RutRut
Rut
 
Proverbios
ProverbiosProverbios
Proverbios
 
Números
NúmerosNúmeros
Números
 
Nehemías
NehemíasNehemías
Nehemías
 
Miqueas
MiqueasMiqueas
Miqueas
 
Malaquías
MalaquíasMalaquías
Malaquías
 
Levítico
LevíticoLevítico
Levítico
 

Último

Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdfTema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdfDaniel Ángel Corral de la Mata, Ph.D.
 
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPEPlan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPELaura Chacón
 
Los Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
Los Nueve Principios del Desempeño de la SostenibilidadLos Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
Los Nueve Principios del Desempeño de la SostenibilidadJonathanCovena1
 
TUTORIA II - CIRCULO DORADO UNIVERSIDAD CESAR VALLEJO
TUTORIA II - CIRCULO DORADO UNIVERSIDAD CESAR VALLEJOTUTORIA II - CIRCULO DORADO UNIVERSIDAD CESAR VALLEJO
TUTORIA II - CIRCULO DORADO UNIVERSIDAD CESAR VALLEJOweislaco
 
Unidad II Doctrina de la Iglesia 1 parte
Unidad II Doctrina de la Iglesia 1 parteUnidad II Doctrina de la Iglesia 1 parte
Unidad II Doctrina de la Iglesia 1 parteJuan Hernandez
 
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMALVOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMALEDUCCUniversidadCatl
 
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).pptPINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).pptAlberto Rubio
 
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdfLA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdfNataliaMalky1
 
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptxLINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptxdanalikcruz2000
 
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARONARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFAROJosé Luis Palma
 
Instrucciones para la aplicacion de la PAA-2024b - (Mayo 2024)
Instrucciones para la aplicacion de la PAA-2024b - (Mayo 2024)Instrucciones para la aplicacion de la PAA-2024b - (Mayo 2024)
Instrucciones para la aplicacion de la PAA-2024b - (Mayo 2024)veganet
 
TEST DE RAVEN es un test conocido para la personalidad.pdf
TEST DE RAVEN es un test conocido para la personalidad.pdfTEST DE RAVEN es un test conocido para la personalidad.pdf
TEST DE RAVEN es un test conocido para la personalidad.pdfDannyTola1
 
Uses of simple past and time expressions
Uses of simple past and time expressionsUses of simple past and time expressions
Uses of simple past and time expressionsConsueloSantana3
 
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdfFundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdfsamyarrocha1
 
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...fcastellanos3
 
PPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptx
PPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptxPPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptx
PPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptxOscarEduardoSanchezC
 
Presentación de Estrategias de Enseñanza-Aprendizaje Virtual.pptx
Presentación de Estrategias de Enseñanza-Aprendizaje Virtual.pptxPresentación de Estrategias de Enseñanza-Aprendizaje Virtual.pptx
Presentación de Estrategias de Enseñanza-Aprendizaje Virtual.pptxYeseniaRivera50
 

Último (20)

Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdfTema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
Tema 8.- Gestion de la imagen a traves de la comunicacion de crisis.pdf
 
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPEPlan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
Plan Año Escolar Año Escolar 2023-2024. MPPE
 
Los Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
Los Nueve Principios del Desempeño de la SostenibilidadLos Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
Los Nueve Principios del Desempeño de la Sostenibilidad
 
TL/CNL – 2.ª FASE .
TL/CNL – 2.ª FASE                       .TL/CNL – 2.ª FASE                       .
TL/CNL – 2.ª FASE .
 
TUTORIA II - CIRCULO DORADO UNIVERSIDAD CESAR VALLEJO
TUTORIA II - CIRCULO DORADO UNIVERSIDAD CESAR VALLEJOTUTORIA II - CIRCULO DORADO UNIVERSIDAD CESAR VALLEJO
TUTORIA II - CIRCULO DORADO UNIVERSIDAD CESAR VALLEJO
 
Earth Day Everyday 2024 54th anniversary
Earth Day Everyday 2024 54th anniversaryEarth Day Everyday 2024 54th anniversary
Earth Day Everyday 2024 54th anniversary
 
Unidad II Doctrina de la Iglesia 1 parte
Unidad II Doctrina de la Iglesia 1 parteUnidad II Doctrina de la Iglesia 1 parte
Unidad II Doctrina de la Iglesia 1 parte
 
VISITA À PROTEÇÃO CIVIL _
VISITA À PROTEÇÃO CIVIL                  _VISITA À PROTEÇÃO CIVIL                  _
VISITA À PROTEÇÃO CIVIL _
 
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMALVOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
VOLUMEN 1 COLECCION PRODUCCION BOVINA . SERIE SANIDAD ANIMAL
 
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).pptPINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
PINTURA ITALIANA DEL CINQUECENTO (SIGLO XVI).ppt
 
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdfLA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
LA OVEJITA QUE VINO A CENAR CUENTO INFANTIL.pdf
 
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptxLINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
LINEAMIENTOS INICIO DEL AÑO LECTIVO 2024-2025.pptx
 
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARONARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
NARRACIONES SOBRE LA VIDA DEL GENERAL ELOY ALFARO
 
Instrucciones para la aplicacion de la PAA-2024b - (Mayo 2024)
Instrucciones para la aplicacion de la PAA-2024b - (Mayo 2024)Instrucciones para la aplicacion de la PAA-2024b - (Mayo 2024)
Instrucciones para la aplicacion de la PAA-2024b - (Mayo 2024)
 
TEST DE RAVEN es un test conocido para la personalidad.pdf
TEST DE RAVEN es un test conocido para la personalidad.pdfTEST DE RAVEN es un test conocido para la personalidad.pdf
TEST DE RAVEN es un test conocido para la personalidad.pdf
 
Uses of simple past and time expressions
Uses of simple past and time expressionsUses of simple past and time expressions
Uses of simple past and time expressions
 
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdfFundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
Fundamentos y Principios de Psicopedagogía..pdf
 
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
Estas son las escuelas y colegios que tendrán modalidad no presencial este lu...
 
PPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptx
PPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptxPPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptx
PPT GESTIÓN ESCOLAR 2024 Comités y Compromisos.pptx
 
Presentación de Estrategias de Enseñanza-Aprendizaje Virtual.pptx
Presentación de Estrategias de Enseñanza-Aprendizaje Virtual.pptxPresentación de Estrategias de Enseñanza-Aprendizaje Virtual.pptx
Presentación de Estrategias de Enseñanza-Aprendizaje Virtual.pptx
 

Jeremías

  • 1. JEREMÍAS Con respecto al profeta Jeremías, podemos observar: I. Que comenzó de muy joven (a los 20 años más o menos) su ministerio. Observa Jerónimo que a Isaías, por ser ya mayor, le tocó la lengua un serafín con una brasa, para purificarle de su pecado (Is. 6:7), pero que, cuando Dios le tocó a Jeremías la boca (Jer. 1:9), no se dice que fuese para purificarle, por ser de más tierna edad. II. Que continuó ejerciendo su ministerio por más de 40 años, pues lo comenzó en el decimotercer año de Josías y lo continuó a lo largo de todos los perversos reinados que sucedieron al del buen rey Josías. III. Que fue un profeta llamado en especial a reprender, enviado a declararle a Jacob, en nombre de Dios, sus pecados y amenazarle con los castigos de Dios; y los críticos observan que su estilo es más sencillo y áspero que el de Isaías y de otros profetas, pues cuando nos las habemos con pecadores a quienes hay que llevar al arrepentimiento, no podemos ir con remilgos, sino hablar claro y fuerte. IV. Que fue un profeta llorón; así se le llama comúnmente, no sólo porque escribió las Lamentaciones, sino porque a lo largo de su ministerio fue un atribulado espectador de los pecados de su pueblo. V. Que fue un profeta sufriente. Fue perseguido por su pueblo más que ningún otro profeta, según veremos al leer este libro, pues vivió y predicó justamente antes de la destrucción del país a manos de los caldeos, cuando la condición de los judíos era muy semejante a la que les caracterizó justamente antes de la destrucción del país a manos de los romanos, cuando mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas …; no agradaban a Dios y se oponían a todos los hombres …, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo (1 Ts. 2:15, 16). La última referencia que hallamos de él es que los judíos que se habían quedado sin ir a Babilonia le forzaron a descender con ellos a Egipto; mientras que, tanto entre judíos como entre cristianos, es tradición corriente que padeció el martirio. Hottinger, al citar de Elmakin, historiador árabe, refiere que, al continuar profetizando en Egipto contra los egipcios y otras naciones, fue muerto a pedradas; y que, mucho después, cuando Alejandro Magno entró en Egipto, tomó consigo los huesos de Jeremías del lugar donde estaban sepultados en la oscuridad, los llevó a Alejandría y los sepultó allí. Las profecías de este libro que aparecen en los primeros diecinueve capítulos, parecen ser los esquemas de los sermones que predicó contra el pecado en general; después se hacen más concretos, mezclados con la historia de su tiempo, sin estar colocados por orden cronológico. Con las amenazas hay mezcladas muchas benignas promesas de misericordia para los arrepentidos y de liberación de la cautividad babilónica para los judíos, y algunas que hacen clara referencia al reino mesiánico. Entre los escritos apócrifos, nos ha llegado una carta que se dice escribió a los cautivos de Babilonia, amonestándoles contra la adoración de los ídolos, exponiendo la vanidad de los ídolos y la insensatez de los idólatras; está en Baruc 6. Pero se supone que no es auténtica; ni creo que tenga nada semejante a la vida y al espíritu de los escritos de Jeremías. También se dice con respecto a Jeremías (2 Mac. 2:4) que, al ser destruida Jerusalén por los caldeos, él, bajo dirección divina, tomó consigo el arca y el altar del incienso, los llevó al monte Nebó, los ocultó allí en una cueva y obstruyó la entrada; pero que algunos que le seguían y pensaban que había señalado el lugar con una marca, no pudieron hallarlo. Entonces él les reprendió por haberlo buscado y les dijo que el lugar había de permanecer oculto hasta el tiempo en que Dios vuelva a reunir a Su pueblo. Para la división del libro, tomamos de la Ryrie Study Bible los epígrafes siguientes: I. Llamamiento y comisión de Jeremías (1:1–19). II. Profecías concernientes a Judá (2:1–45:5). III. Profecías concernientes a las naciones (46:1–51:64).
  • 2. IV. Suplemento histórico (52:1–34). CAPÍTULO 1 I. El título general del libro, con el tiempo del ministerio público de Jeremías (vv. 1– 3). II. El llamamiento de Jeremías al oficio profético, la respuesta de Dios a su modesta objeción y la amplia comisión que se le encarga (vv. 4–10). III. Las visiones de la vara de almendro y de la olla hirviendo, que significaban la inminente ruina de Judá y Jerusalén a manos de los caldeos (vv. 11–16). IV. El ánimo que se le da al profeta para que prosiga impávido su tarea (vv. 17–19). Versículos 1–3 Genealogía del profeta y cronología de su profecía. 1. Era hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes que había en Anatot (v. 1). Jeremías (hebr. Yirmeyahu) significa «Jehová exalta» o «Jehová confirma». Su padre era sacerdote, pero no el sumo sacerdote Jilquías de 2 Reyes 22:4. Jeremías, pues, pertenecía, como Ezequiel, a la clase sacerdotal. Anatot (la moderna Anata), a unas tres millas al NE de Jerusalén, era ciudad sacerdotal, y allí tuvo su casa Abiatar (1 R. 2:26). 2. Comenzó a profetizar (v. 2) el año decimotercero del reinado de Josías, hijo de Amón, rey de Judá. Recordemos que Josías, en el año decimosegundo de su reinado, emprendió una gran reforma, dedicándose con toda sinceridad a purificar Judá y Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Aserá, esculturas e imágenes fundidas (2 Cr. 34:3). Y muy oportunamente fue levantado este joven profeta para ayudar al joven rey en esa buena obra. Podía, pues, esperarse de la conjunción de fuerzas de tal rey y de tal profeta, y ambos jóvenes, que se llevase a cabo una reforma lo bastante completa como para impedir la ruina del país; pero no fue así. En el año decimoctavo de Josías había aún muchísimos restos de idolatría que no habían sido purgados, porque, ¿qué pueden hacer los mejores príncipes y profetas para impedir la ruina de un pueblo que se niega a ser reformado? Por consiguiente, Jeremías continúa su ministerio prediciendo los castigos que se cernían sobre ellos. 3. Su ministerio se prolongó a lo largo de los reinados de Joacim (v. 3) y de Sedequías, cada uno de los cuales reinó once años. Así profetizó Jeremías hasta la deportación de Jerusalén en el mes quinto del año 586, pues fue en ese mes cuando Nebuzaradán quemó el templo y todas las casas de Jerusalén (2 R. 25:8, 9). Pero todavía continuó su ministerio profético fuera de Judá (v. 40:1). Por unos 40 años, pues, tuvo que aguantar Dios, en su profeta, las malas maneras de Su pueblo antes de enviarlos al exilio en el colmo de Su ira. Versículos 4–10 1. Designación temprana de Jeremías para el oficio de profeta (vv. 4, 5): «Y vino a mí palabra de Jehová diciendo, etc.». (A) Dios le dijo (v. 5b) que le había destinado a ser profeta a las naciones, a ser portavoz de Dios a los pueblos diferentes del pueblo escogido. Dice F. Asensio: «Para ellos, como contra Israel, tendrá el profeta sus amenazas de “destrucción” (46–51) y sus promesas de “edificación” mesiánica (3:14–18; 4:1–4; 12:7–17; 16:14–19; 23:5–7)». (B) También le dijo Dios que así lo había decidido en el consejo de su predestinación eterna, pues eso es lo que significa lo de «antes que te formase en el vientre … y antes que nacieses» (v. 5a). Nótense esos tres verbos: (a) «te conocí», que aquí tiene el sentido de «puse mis ojos en ti y te escogí»; (b) «te santifiqué», es decir, «te separé, te puse aparte»; (c) «te di», esto es, «te destiné a ser profeta a las naciones». El profeta, como el poeta, nace, no se hace (comp. Gá. 1:15). 2. Jeremías, al contrario que Isaías (Is. 6:8, al final), pero no tan obstinado como Moisés (Éx. 3:11–13; 4:1, 10–13), rechaza modestamente este honor (v. 6) con un dolorido «¡ah!» (hebr. ahá) y se excusa con el alegato de que se siente demasiado joven
  • 3. (unos veinte años) y, por tanto, mal equipado, «por falta de madurez y experiencia, para hablar en público … delante del pueblo y de sus dirigentes» (Asensio). 3. La seguridad que Dios le da benignamente de que estará a su lado y le capacitará para el ministerio profético. (A) Es cierto que es joven (v. 7), pero eso no es obstáculo para que vaya a transmitir el mensaje que Él le ponga en la boca (vv. 7, 9): «Porque a todos a quienes (mejor que todo lo que) te envíe irás, y dirás todo lo que te mande» (v. 7b). También Samuel era muy joven cuando llevó un mensaje importante de Dios al sumo sacerdote Elí. Dios puede, cuando le place, hacer profetas de los niños y afirmar Su fortaleza por boca de los niños y de los que maman (Sal. 8:2). (B) Es cierto que el oficio profético está lleno de riesgos, pero Jeremías (v. 8) no ha de tener miedo de ellos, de los que se le opondrán, por muy grandes que parezcan y por muy altos que estén, pues Dios será su protector: «porque estoy contigo para librarte, dice Jehová». Los que hablan en nombre del Rey de reyes, y con la autoridad que han recibido de Él, no tienen por qué temer el rostro de los hombres (comp. con Ez. 3:8, 9). (C) Dios le capacitará para que hable como quien está íntimamente relacionado con Jehová (v. 9). Esta capacitación se describe por medio de una acción simbólica: «extendió Su mano» (acortamiento antropomórfico de la distancia entre Dios y el hombre) «y tocó la boca de Jeremías», dando a entender que la santificaba (comp. con Is. 6:7) a fin de que hablase con autoridad las palabras de Dios. No sólo le puso conocimiento en la cabeza, sino también palabras en la boca, pues hay palabras que el Espíritu enseña (1 Co. 2:13). (D) Con el poder y la autoridad que Jehová le otorga, Jeremías, a pesar de no ser un príncipe que gobierna, sino un joven profeta que proclama, va a intervenir tan activamente en la caída y en el alzamiento de naciones y de reinos (v. 10) que lo que Dios va a hacer en momentos cruciales para la historia de Israel y del mundo circundante, es como si lo hiciese el profeta por medio de la palabra que Jehová ha puesto en su boca. Antes de edificar y plantar, es preciso arrancar y destruir. Cuando una planta está infectada de raíz, no valen los fumigatorios; es preciso arrancarla antes de hacer una nueva plantación. Cuando un edificio se cuartea, no bastan los remiendos; es menester derribarlo, a fin de proceder a la reedificación. Lo que ocurre en el plano material sucede también en el espiritual. Jeremías tiene que poner delante de todos vida y muerte, bien y mal (18:7–10). Ha de asegurar a los que persisten en su maldad que serán arrancados y destruidos; y a los que se arrepienten de sus pecados, que serán edificados y plantados. Versículos 11–19 I. Dios le da en visión a Jeremías un esbozo de la comisión principal que va a desempeñar: predecir la destrucción de Judá y de Jerusalén, a causa de sus pecados, a manos de los caldeos. 1. Le insinúa que el pueblo está madurando para la ruina y que esta ruina se apresura para llegar. Le pregunta Dios (v. 11): «¿Qué ves tú, Jeremías?» Como si dijese: «Mira y observa bien lo que ves». Jeremías responde: «Una vara de almendro veo yo». La expresiva lengua hebrea llama al almendro shaqued, del verbo shaqad, que significa «despertarse, estar en vela», porque el almendro es el primer árbol en florecer, «el primero en despertar del sueño del invierno», dice (citando de Pickering) el rabino H. Freedman. Al hacer un juego de palabras, le contesta Dios (v. 12): «Bien has visto, porque yo estoy en vela (hebr. shoqued) sobre mi palabra para realizarla» (lit.). Dios le asegura a Jeremías que ha observado bien, que está bien capacitado para el oficio profético; y, por cierto, ha de vivir para ver cumplida la profecía. En medio de la
  • 4. corrupción y de la decadencia de individuos y naciones, Dios no duerme; a Su tiempo, actuará, y no habrá quien le detenga. 2. Le insinúa, por medio de otra visión, de dónde va a venirle a Judá y a Jerusalén su ruina. Le pregunta Dios por segunda vez (v. 13): «¿Qué ves tú?» Jeremías responde: «Una olla hirviendo veo yo, y asoma su rostro desde el norte». A pesar de la semejanza con Ezequiel 11:7; 24:3, 4, la olla no es aquí Judá ni Jerusalén, sino el propio ejército babilónico que bulle en sus preparativos para «soltar, desde el norte, el mal (la destrucción) sobre todos los moradores de esta tierra» (v. 14). Del norte viene el tiempo despejado, «la dorada claridad» (Job 37:22), pero en esta ocasión … A veces, las más fieras tempestades vienen del lugar de donde esperábamos el mejor tiempo. Todas las testas coronadas del norte (v. 15), los babilonios y sus aliados (o los previamente sometidos) vendrán a tomar parte en esta expedición. La convocatoria de Dios será puntualmente obedecida: los llamados vendrán; los jefes de las tropas se aprestarán a colaborar en el asedio de Jerusalén. Sin embargo, Freedman hace notar que «el profeta no piensa (aquí) en el sitio de Jerusalén, sino en lo que sigue cuando la ciudad ha sido capturada. Los jefes victoriosos procederán a sentarse en juicio formal (para este uso de trono, cf. Sal. 9:5; 122:5) de los habitantes, a la entrada de las puertas donde se ventilaban los pleitos, para determinar lo que había de hacerse con la derrotada población y sus ciudades». 3. Le dice claramente cuál es la causa de todos estos castigos (v. 16): «Es, le dice, a causa de toda su maldad … porque me dejaron, e incensaron a dioses extraños y adoraron la obra de sus manos». Jeremías era muy joven y quizá no sabía las abominables idolatrías de que eran culpables sus compatriotas; pero Dios se lo declara a fin de que él mismo quede satisfecho de la equidad de la sentencia que, en nombre de Dios, habrá de pronunciar contra ellos. II. Dios anima luego a Jeremías. Le es encomendado un importante encargo; es enviado como heraldo de armas (vv. 17–19), pues place a Dios advertir de antemano de los juicios que va a llevar a cabo, a fin de que los pecadores sean despertados a salir al encuentro de Dios por medio del arrepentimiento y así se aparte la ira de Dios. Con este encargo, Dios le anima y le dice: «Ciñe tus lomos, es decir, prepárate para actuar, levántate, muévete, y háblales cuanto yo te mande, les parezca oportuno o no. Pero no sólo tiene que ser activo, sino también atrevido: «No desmayes delante de ellos» (como en el v. 8). 1. En dos cosas tiene que ser fiel: (A) Ha de decir todo lo que Dios le mande. No debe ocultar nada por miedo a ofender a alguien, sino que debe proclamar todo el consejo de Dios. (B) No ha de susurrarlo en un rincón a un pequeño grupo de amigos, sino que ha de darse a ver (v. 18b) contra los reyes de Judá, si es que son malvados. Tampoco ha de eximir a los sacerdotes, aun cuando también él es sacerdote y ha de estar interesado en mantener la dignidad de su gremio. Ha de presentarse igualmente contra el pueblo de la tierra, en la medida en que ellos están contra su Dios. 2. Dos razones se dan aquí para que obre de ese modo: (A) Porque tenía motivo para temer la ira de Dios si no cumplía sus órdenes: «No desmayes, le dice, delante de ellos, para que no te haga yo desmayar delante de ellos». El temor de Dios es el mejor antídoto contra el temor de los hombres (comp. con 2 S. 12:7; 1 R. 21:19). Mejor es tener por enemigos a todos los hombres del mundo que a Dios solo por enemigo. (B) Porque no tenía motivo para temer a los hombres si era fiel en el desempeño de su comisión (v. 18): este joven profeta es hecho por el poder de Dios como una ciudad fortificada, inexpugnable, como con columnas de hierro y muros de bronce; hace salidas contra el enemigo con sus reprensiones y amenazas y llena de pavor a todos. Le baten desde todos los flancos: los reyes y príncipes arremeten contra él con todo su
  • 5. poder, los sacerdotes truenan contra él censuras y excomuniones; el pueblo de la tierra dispara contra él sus dardos en amargas y calumniosas palabras; pero él no cederá terreno con el auxilio de Dios (v. 19): «Y pelearán contra ti, pero no prevalecerán contra ti; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte». Le harán sufrir mucho, pero no le harán rendirse; tendrá sus días oscuros, pero la oscuridad será sólo por algún tiempo. CAPÍTULO 2 El objeto de este capítulo es mostrar al pueblo de Dios sus pecados en forma de reprensión y convicción, a fin de que puedan ser traídos al arrepentimiento. El pecado del que se les acusa principalmente es la idolatría. Se les dice: I. Que esto es una ingratitud hacia Dios (vv. 1–8). II. Que el que una nación cambie su dios es algo sin precedentes (vv. 9–13). III. Que con esto se han arruinado a sí mismos (vv. 14–19). IV. Que han quebrantado sus pactos y han degenerado de sus buenos comienzos (vv. 20, 21). V. Que su maldad es demasiado perversa para que pueda ser excusada (vv. 22, 23, 35). VI. Que persistían en ella de modo voluntario y obstinado (vv. 23, 25, 33, 36). VII. Que se habían deshonrado a sí mismos con su idolatría y que pronto estarían avergonzados de ella cuando viesen que sus ídolos eran incapaces de ayudarles (vv. 26– 29, 37). VIII. Que no habían querido convencerse ni reformarse con las reprensiones de la Providencia (v. 30). IX. Que habían menospreciado grandemente a Dios (vv. 31, 32). X. Que con sus idolatrías habían mezclado los más horribles asesinatos, y derramado la sangre de pobres inocentes (v. 34). Versículos 1–8 I. Se le ordena a Jeremías que lleve un mensaje, de parte de Dios, a los habitantes de Jerusalén. El ministro del Señor debe comparar con todo cuidado con la Palabra de Dios el mensaje que va a proclamar, y ver que está de acuerdo con ella, de modo que pueda decir, no sólo «Jehová me envió», sino también: «Me envió a decir esto». Debe ir desde Anatot, donde vivía en pacífico retiro y en el estudio de la ley, a Jerusalén, aquella ruidosa ciudad, y clamar a los oídos (v. 2) de aquellos mismos que se tapaban los oídos para no oír. II. El mensaje que tiene que proclamar. Tiene que reprenderles por la horrible ingratitud que han mostrado al abandonar a un Dios que, desde antiguo, ha sido tan bueno para ellos. 1. Dios les hace aquí a la memoria los favores que, desde antiguo, les venía dispensando, ya desde el momento en que fueron formados como pueblo (v. 2): «Recuerdo por ti, como un punto a tu favor, y ojalá lo recuerdes tú también para que ello te sirva de estímulo, el cariño de tu juventud, el afecto que me profesabas en un principio, el amor de tus desposorios, la confianza que me mostraste cuando andabas en pos de mí en el desierto, en una tierra no sembrada», frase con la que el profeta matiza el sentido del vocablo «desierto». Dice el rabino Freedman: «No es probable que Jeremías hubiese olvidado, o desease pasar por alto, los muchos casos de falta de fe en el desierto cuando los israelitas murmuraban contra Dios. Pero estos casos no podían borrar la encomiable confianza con la que se embarcaron en tamaña empresa, aun cuando las dificultades del desierto empañaron después el brillo de su fe». Dios correspondía con Su protección al amor de Su Pueblo (v. 3). 2. Les reprende luego por su ingratitud (vv. 4 y ss.). (A) Les reta a que presenten un solo caso en que les haya tratado injusta o malignamente. Con una asombrosa condescendencia, llega a decirles (v. 5): «¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, o vosotros? ¿Habéis hallado en Dios un amo duro? Vosotros que habéis abandonado las ordenanzas de Dios, ¿podéis decir que fue por lo fatigoso que resultaba servirme? Las decepciones que habéis sufrido no se me
  • 6. pueden achacar a mí, sino a vosotros mismos. El yugo de mis mandamientos es fácil, y en guardarlos hay gran recompensa». Aunque nos aflige, no nos hace ningún daño; todo el mal está en nuestros caminos. (B) Les acusa de ser, a pesar de todo lo que ha hecho por ellos, injustos e ingratos (v. 5b): «Se alejaron de mí, no sólo me dejaron, sino que se fueron muy lejos, y se fueron tras la vanidad, esto es, tras la idolatría y, con ella, tras toda clase de maldad, y se hicieron vanos, semejantes a los ídolos que adoraban. Por eso, cuando entraron en la tierra que yo les di, la profanaron (v. 7b), pues ya eran profanos. Era la tierra de Dios, la tierra de Emanuel, pero la hicieron abominable». Y, una vez que abandonaron a Jehová, no pensaron más en volver a Él. El pueblo no decía: ¿Dónde está Jehová? (v. 6). Tampoco los sacerdotes (v. 8) dijeron. ¿Dónde está Jehová? Los que tenían el deber de instruir al pueblo en el conocimiento de Dios, no se interesaron por adquirir ese conocimiento ellos mismos. Los escribas, depositarios de la ley (v. 8b), tampoco conocieron a Jehová. Los pastores, que debían guardar de transgresiones el rebaño, eran los cabecillas de la rebelión: «se rebelaron contra mí». Y los profetas falsos (v. 23:13) profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras de lo que no aprovecha (los ídolos; v. Hab. 2:18–20), y dejaron al único Dios útil, suficiente y necesario. Versículos 9–13 Dios no los castiga de inmediato, sino que, como siempre (comp. Is. 1:18), les invita a razonar (v. 9): «Por tanto, contenderé aún con vosotros etc.». Dios, antes de castigar a los pecadores, contiende con ellos, a fin de convencerles y llevarles al arrepentimiento; y no sólo con ellos, sino también con los hijos de sus hijos (v. 9b), es decir, hasta la tercera y la cuarta generación (v. Éx. 20:5). 1. Les muestra que han actuado contra la costumbre de todas las naciones. Los pueblos vecinos eran más firmes y fieles en la devoción a sus dioses falsos que ellos al Dios verdadero. Que vayan a las islas de Quitim (Chipre y las islas adyacentes) y a Quedar (v. 10), es decir, «el occidente de mayor cultura» y «el oriente de vida nómada» (Asensio), y no hallarán una cosa semejante a ésta: que una nación haya cambiado sus dioses (v. 11). Tal veneración tenían hacia sus dioses que, aunque eran de piedra y de madera, no los cambiaban por los de plata y oro ni por el único Dios vivo y verdadero. No los alabamos por eso, pero puede insistirse, para vergüenza de los israelitas, que ellos, el único pueblo que no tenía ningún motivo para cambiar su Dios, era, sin embargo, el único pueblo que lo había cambiado por los que no eran dioses. El celo de los musulmanes y budistas, etc., debería avergonzar a los cristianos, quienes destacamos por nuestra frialdad e inconstancia. 2. Les muestra que han actuado contra los dictados del sentido común ya que han cambiado en peor y hecho muy mal negocio para sí mismos. (A) Habían dejado a un Dios que les había hecho gloriosos a ellos mismos, ya que Su gloria se había manifestado con frecuencia en el tabernáculo de ellos. (B) Se habían arrimado a dioses que no podían hacerles ningún bien, dioses que no aprovechaban a sus adoradores (v. 11b). Dios mismo apostrofa aquí (v. 12) a los cielos, para que se llenen de asombro, de horror y espanto ante esta anomalía. El versículo 13 (bien conocido) declara en qué consiste esta inexplicable anomalía: Es un doble mal, no sólo un doble error: (a) «Me dejaron a mí, fuente de agua viva» (comp. con 17:13; Sal. 36:9; Jn. 4:14), «que, sin trabajo humano, corren generosas e inagotables» (Asensio). En Dios está la fuente de la vida (comp. con Jn. 1:4; 5:26), la todosuficiencia de la gracia y de la fuerza; todas nuestras fuentes están en Él. Y de ese manantial inagotable han descendido hasta nosotros todas las bendiciones de que disfrutamos (v. Stg. 1:17).
  • 7. (b) «Y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas, es decir, llenas de grietas, que no retienen las aguas». Tres detalles son aquí dignos de consideración: primero, han hecho un gran esfuerzo para el mal al cavar las cisternas (comp. con Ro. 6:23), cuando tenían el agua viva gratis y sin esfuerzo (Is. 55:1, 2); segundo, en lugar del manantial de agua viva, es decir, corriente, han cavado depósitos donde el agua estancada se corrompe y evapora, gráfica imagen del pecado; tercero, son cisternas agrietadas, por lo que el agua se escapa, desaparece sin poder retenerla para ningún provecho. Si de cualquier criatura—dinero, placer, honor—nos hacemos un ídolo, hallaremos que nos resulta como una cisterna, que cuesta gran trabajo y esfuerzo para cavarla y llenarla y, aun así, la poca agua que podamos acumular allí queda estancada, muerta. Es una cisterna rota, que se agrieta en el calor del estío, de forma que se pierde cuando más la necesitamos (Job 6:15). Adhirámonos, pues, al Señor, que tiene palabras de vida eterna (Jn. 6:68b). Versículos 14–19 La insensatez de abandonar a Dios les había costado ya muy cara, pues a ella se debían todas las calamidades bajo las cuales estaba gimiendo ahora su nación. 1. Sus vecinos, que eran sus enemigos declarados, prevalecían contra ellos. (A) Habían esclavizado a Israel (v. 14): «¿Es Israel siervo?» ¡No! Es mi hijo, mi primogénito (Éx. 4:22). Son hijos, herederos, descendencia de Abraham, destinados a mandar, no a servir. «¿Por qué ha venido a ser presa? ¿Quién le ha despojado de su libertad? ¿Por qué es usado como hijo de una esclava, es decir, como esclavo por nacimiento? ¿Por qué se ha hecho a sí mismo esclavo de sus pasiones, de sus ídolos, de lo que no aprovecha? (v. 11). ¿Qué cosa es ésta, que una tal primogenitura se haya vendido por un plato de potaje, que su corona yazca en el polvo? ¡Los príncipes, hechos esclavos de sus súbditos! ¡Los amos, esclavos de sus criados! ¿Nacieron esclavos? ¡No! Por sus maldades fueron vendidos (Is. 50:1). Vinieron los príncipes vecinos y los esclavizaron. Lo mismo ocurre en nuestras personas: ¿Fue formado el hombre para ser un esclavo? ¡No! Fue formado para señorear. ¿De dónde, pues, le viene la esclavitud? Es porque ha vendido su libertad y se ha hecho a sí mismo esclavo de diversas pasiones y concupiscencias. (B) Habían empobrecido a Israel. Dios los había introducido en una tierra fértil (v. 7), pero todos sus vecinos habían hecho presa en ella (v. 15). El león asirio había sembrado en Palestina la desolación (comp. con 4:7; 50:17; Is. 5:29). Unas veces, un enemigo; otras, otro; otras, varios enemigos coligados, caían sobre Israel, lo vencían y se llevaban como botín lo mejor de la tierra (v. 15b): «asolaron la tierra; quemadas están sus ciudades, sin morador». Incluso (v. 16) los hijos de Menfis (hebr. Nof) y de Tajpanés (lit.) te roen el cráneo. ¡Esos despreciables egipcios, no afamados precisamente por su bravura ni por su fuerza, se habían aprovechado de la debilidad de Israel! Según Freedman, «la figura (de la última frase del v. 16) parece ser la del ganado que rumia la hierba en un campo». (C) Todo esto se debía a su pecado (v. 17): «¿No te acarreó esto el haber dejado a Jehová tu Dios cuando te conducía por el camino?» ¿Por qué camino? Ya sea por el camino del desierto o, más probable, por el camino de la virtud, según lo habían señalado los profetas enviados por Dios. 2. Sus vecinos, los que profesaban ser sus amigos, no les habían ayudado; también esto se debía al pecado de ellos. (A) En vano habían buscado el auxilio de Egipto y de Asiria (v. 18): «¿Qué te va a ti en el camino de Egipto, para que bebas agua de Shijor, esto es, del Nilo?» Dice Freedman: «Shijor significa probablemente “oscuro” y describe las turbias aguas de ese río». La misma pregunta vemos acerca de Asiria y del Éufrates (v. 18b). Freedman resume así el contexto histórico de dicho versículo 18: «Los gobernantes de Judá e
  • 8. Israel habían vacilado entre los dos grandes poderes, Egipto y Asiria. Menajem, rey de Israel, buscó la ayuda de Asiria contra Egipto; Oseas cambió la estrategia política de Menajem y llamó a Egipto contra Asiria; mientras que Josías murió peleando contra Egipto en ayuda de Asiria. Ninguna de estas alianzas les reportó ningún beneficio. Estas eran las cisternas rotas mencionadas en el versículo 13. La única salvación de Israel estaba en volverse a Dios». (B) También esto les había ocurrido a causa de su pecado (v. 19): «Tu propia maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, pues eso es lo que da poder a tus enemigos, y quita fuerza a tus amigos». El pecado es abandonar a Jehová como a Dios nuestro, y dejar el alma alienada de Él. La causa del pecado es que falta en nosotros el temor de Dios (v. 19b). El pecado es un mal que no tiene nada bueno en sí; es amargo; el salario del pecado es muerte, y la muerte es amarga. Y, al ser en sí malo y amargo, tiende directamente a hacernos miserables: «Tu propia maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán»; el castigo sigue tan inevitablemente al pecado que se dice que es el pecado el que castiga. Versículos 20–28 I. El pecado mismo: la idolatría. 1. Frecuentaban los lugares de culto idolátrico (v. 20b): «Sobre todo collado alto y debajo de todo árbol frondoso te echabas como ramera», practicando el adulterio espiritual. Dice Freedman: «La infidelidad de Israel a Dios, con quien estaba desposado (cf. v. 2), es asemejada a un acto de adulterio. Hay también una alusión a la crasa inmoralidad que formaba parte de los cultos idolátricos». 2. Hacían imágenes para sí y las honraban (vv. 26, 27); no sólo el pueblo llano, sino también los reyes y los príncipes, los sacerdotes y los profetas, eran tan estúpidos como para decirle a un trozo de madera: «Mi padre eres tú, esto es, tú eres mi dios, a ti te debo el ser y, por ello, a ti me debo y de ti dependo; y a una piedra: Tú nos has engendrado y, por consiguiente, tú nos tienes que proteger». ¿Qué mayor afrenta se puede hacer a Dios nuestro Padre que nos ha creado? Cuando estos objetos comenzaron a ser venerados, se suponía que estaban animados por algún poder o espíritu celestial, pero gradualmente se fue perdiendo este concepto y el propio objeto material fue considerado como dios y padre y adorado en conformidad con esta nueva idea. 3. Multiplicaban sin límite el número de estas abominables deidades (v. 28b): «porque según el número de tus ciudades, oh Judá, fueron tus dioses». No podían estar de acuerdo acerca de un solo dios: a un ciudad le gustaba más un dios; a otra, otro, y así sucesivamente. Refiere un tal Marston (citado por Freedman) que «en mayo de 1929, dos arqueólogos franceses, los señores Schaeffer y Chenet, al excavar entre las ruinas de Ras Shamra en el norte de Siria, frente a la isla de Chipre, hallaron unas tablillas de barro en las que aparecía una nueva forma de escritura cuneiforme … Estas tablillas indican que había unos cincuenta dioses y un número de diosas por la mitad de esa cifra, asociados con Ras Shamra. Esta abundancia de deidades recuerda la amarga acusación de Jeremías, muchos siglos después, a los judíos: según el número de tus ciudades, oh Judá, fueron tus dioses» (v. también 11:13, donde se repite la frase). II. La prueba de esto. Presumían de que podían por sí mismos limpiarse de este pecado: Se lavaban con nitro (lejía) y con abundancia de jabón (v. 22). Pensaban que los actos exteriores de religiosidad bastaban para expiar, como si fuesen lejía y jabón, las abominaciones idolátricas que, por otra parte, practicaban. Quizás se excusaban con que el respeto que prodigaban a los ídolos no equivalía a honores divinos, sino a temores demoníacos (v. 23): «¿Cómo puedes decir: No soy inmunda, nunca anduve tras los baales?» Como lo hacían en secreto y lo ocultaban con todo cuidado (Ez. 8:12),
  • 9. pensaban que nunca podría probarse contra ellos. Pero Dios les dice (vv. 22 y ss.) que a Él no le han pasado desapercibidos todos sus movimientos: «Mira tu proceder en el valle (v. 23b), etc.». Como si dijese: «Mira los horribles sacrificios humanos que has ofrecido en el valle de Hinnom. Por mucho que quieras lavarte de esas manchas de sangre, como lo hacen los asesinos para que no aparezca en sus ropas la sangre de sus víctimas, no podrás quitártelas». III. Las circunstancias agravantes del pecado de que les acusa. 1. Dios había hecho por ellos grandes cosas y, con todo, se apartaban de Él y se rebelaban contra Él (v. 20): «Porque desde muy atrás rompiste tu yugo y soltaste tus ataduras». Ésta es la lectura de nuestras versiones según los LXX y la Vulgata Latina, pero el texto hebreo masorético dice: «Porque desde muy atrás he quebrantado tu yugo y he suelto tus ataduras», con lo que el sentido sería que Dios había librado a Israel en muchas ocasiones. 2. En conformidad con esta lectura, Israel habría hecho la promesa de no volver a transgredir: «No transgrediré» (hebr. lo eebor). Pero el texto masorético dice claramente «lo eebod», «no serviré». Por lo que es más probable, según dice Freedman, que shabarti y nittakti, que se traducen por «he quebrado», «he roto» (o he suelto), sean «formas arcaicas de la segunda persona femenina, y no de la corriente primera persona del singular», con lo que la versión correcta sería la que traen nuestras versiones, que siguen a los LXX y a la Vulgata. Añade Freedman: «Ésta es la que prefieren los modernos comentaristas, como que se aviene mejor al tenor general del contexto». 3. Habían degenerado perversa y miserablemente de lo que fueron cuando Dios los formó como pueblo (v. 21): «Y eso que yo te planté de vida escogida, simiente verdadera toda ella; ¿cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña?» (comp. con Éx. 15:17; Sal. 44:2; 80:8; Is. 5:2, 4). En Josué leemos 24:31 que «sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué». La siguiente generación, sin ir más lejos, ya «no conocía a Jehová ni la obra que Él había hecho por Israel» (Jue. 2:10b), y así habían ido de mal en peor hasta convertirse en el degenerado sarmiento de vid extraña. 4. Eran violentos y persistentes en el seguimiento de sus idolatrías y no querían ser frenados por la palabra de Dios ni por la providencia de Dios. Son comparados a una «joven dromedaria ligera que tuerce su camino» (v. 23, al final), «que corre de un lado para otro, atraviesa y vuelve a atravesar su camino, llevada de su concupiscencia» (Freedman). También son comparados (v. 24) a «un asna montés, acostumbrada al desierto, no domesticada por el trabajo y, por tanto, olfateando el viento en el ardor de su lujuria» (v. 14:6, comp. con Job 39:5–8). En tal condición, «¿quién la detendrá de su lujuria?» F. Asensio hace de los versículos 24–27 la siguiente paráfrasis: «La pasión idolátrica le empuja (a Israel) irresistiblemente, y como asna salvaje, indómita y sin freno en sus instintos sexuales, Israel corre desbocado hacia los ídolos. Es como su mes, período de su celo, que le hace buscar descalzo y sediento a los dioses extraños, sus amantes, sin poderlo remediar. Confesión forzada de quien, como el ladrón sorprendido mientras roba, ha sido sorprendido en masa (pueblo y dirigentes) cuando invoca al leño como padre y a la piedra como madre. Cara a los ídolos, obra del hombre, y de espaldas a Jehová (7:30, 31; 32:31–35), su Creador y su Padre-madre al mismo tiempo (Éx. 4:22; Dt. 14:1; 32:18; Os. 11:1), hasta que las calamidades les hacen cambiar de posición (Jue. 10:6–16; Sal. 78:34–38; Jer. 26:3, 13, 19), para lanzar a Jehová su angustioso levántate y sálvanos». 5. Eran obstinados en su pecado y, así como no podían ser frenados, tampoco querían ser reformados (v. 25), a pesar de las advertencias. Como toda persona adicta a
  • 10. un vicio (tabaco, bebida, lujuria, etc.), Israel confiesa su impotencia moral para abandonar la idolatría: «No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he amado y tras de ellos he de ir». Ni aun ante la perspectiva del exilio, están dispuestos a dejar ese pecado. Éste puede ser, como lo interpretan rabinos de la mayor talla, el sentido de la primera parte del versículo 25: «No persistas en la idolatría, por la que últimamente serás castigado yendo a la cautividad descalzo y sediento». Contra las frases fatalistas de la segunda parte del versículo, dice M. Henry: «Así como no debemos desesperar de la misericordia de Dios, sino creer que basta para el perdón de nuestros pecados, por horribles que éstos sean, si nos arrepentimos e invocamos misericordia, así tampoco debemos desesperar de la gracia de Dios, sino creer que basta para someter nuestras corrupciones, por fuertes que éstas sean, si oramos y pedimos gracia y cooperamos después con ella. Una persona nunca debe decir No hay esperanza, mientras se halla de este lado del infierno». 6. Se habían cubierto de vergüenza al rechazar lo que les habría servido de ayuda (vv. 26–28): «Como se avergüenza el ladrón cuando es descubierto (lit. hallado), especialmente si antes pasaba por ser hombre honrado, así se avergonzará la casa de Israel, no con una confusión de arrepentimiento por el pecado del que ha sido hallada culpable, sino con la que causa la desilusión que el castigo le trae por el pecado». En la prosperidad le habían vuelto la espalda a Dios, pero cuando la calamidad apriete, no podrán hallar otro alivio que el de acudir a Él con un grito de angustia (v. 27, al final): «Levántate y líbranos». Para conducirlos a este estado de vergüenza y confusión saludable, si sirve para hacer que se arrepientan, se les envía (v. 28, comp. con Jue. 10:14) a los dioses a quienes habían servido. Ellos gritan a Dios: Levántate y líbranos. Dios dice de los ídolos: «Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu aflicción, pues no tienes motivos para esperar que yo lo haga». Versículos 29–37 1. La verdad de la acusación era evidente e incontestable (v. 29): «¿Por qué porfiáis conmigo? Sabéis que todos vosotros prevaricasteis contra mí. ¿Por qué, pues, porfiáis conmigo por contender con vosotros?» 2. Dios les requiere a considerar su obstinación y su ingratitud. (A) Han recibido de Dios reprensiones de muchas clases, con las que Él quería llevarles al arrepentimiento, pero en vano. Ni se les avivaba la conciencia ni se les ablandaba el corazón. No querían recibir (v. 30) instrucción en forma de corrección (hebr. musar; v. el comentario a Pr. 1:8a); por tanto, el castigo era en vano. No contentos con desoír la voz de Dios, mataban a los profetas que la proclamaban (v. 30b): «Vuestra espada devoró a vuestros profetas como león destrozador» (v. 26:23; 2 R. 21:16). (B) «¡Oh generación!—les dice ahora (v. 31) tiernamente—. ¿He sido yo un desierto para Israel o una tierra de tinieblas?» Como si dijese: «¿No he sido para ellos un manantial de agua viva (v. 13) para proveerles de todo lo que bastaba para satisfacer sus necesidades? ¿Acaso los he dejado en la oscuridad, sin guía que les mostrase el camino?» Es cierto que, a veces, Dios lleva a su pueblo por un desierto y en la oscuridad, pero siempre va al lado de ellos, dándoles todo lo necesario y guiándoles como de la mano. Así llevó a los israelitas, sustentándoles con el maná y guiándoles de noche con la columna de fuego. Pero se habían vuelto insolentes e imperiosos (v. 31b): «Vagamos a nuestras anchas; nunca más vendremos a ti». Los que, como pordioseros, tenemos que mendigar de Dios cuanto somos y tenemos, ¿cómo podemos decir: Somos ricos, nos bastamos a nosotros mismos, no necesitamos a Dios? 3. La causa de todo su mal comportamiento es que se han olvidado de Dios (v. 32) y de todo lo que les habría llevado a recordar a Dios. Se han olvidado de Él por
  • 11. innumerables días, es decir, por muchísimo tiempo. ¡Cuántos días de nuestra vida han pasado sin un recuerdo conveniente de Dios! ¿Quién puede contar esos días vacios? Israel no tenía para Dios la consideración que una doncella (hebr. betulah) recién desposada y una novia (hebr. kallah) tienen hacia sus galas. ¡No! Ellas están continuamente pensando en ellas y hablando de ellas. 4. Dios les muestra la mala influencia que sus pecados han ejercido en otros (v. 33): «¿Por qué adornas tu camino para hallar amor?» Hay aquí una alusión a las mujeres descocadas que se ofrecían a sí mismas con sus lascivas miradas y su vestir inmodesto, como Jezabel (2 R. 9:30), que se pintaba los ojos con antimonio y se ataviaba la cabeza. Así cortejaba Israel a sus vecinos paganos, entraba en coaliciones con ellos y enseñando aun a las perversas sus caminos, mezclaba las instituciones de Dios con las costumbres idolátricas de sus aliados. Como parafrasea el rabino Freedman: «Eres maestra de maldad incluso para las malvadas». 5. Les acusa del crimen de asesinato (v. 34): «Aun en tus faldas se halló la sangre de las almas (es decir, de las personas) de los pobres inocentes». La referencia es aquí a los niños que eran ofrecidos en sacrificio a Mólek (o Moloc, como suele escribirse y decirse); o podría entenderse en general por toda la sangre inocente que Manasés derramó, y con la que llenó a Jerusalén de extremo a extremo (2 R. 21:16). Esta sangre no se descubrió buscándola en secreto ni cavando en la tierra, sino que estaba a la vista de todos, pues la mostraban los bordes de los vestidos donde había salpicado. 6. Israel se niega a confesarse culpable de todo eso (vv. 34b, 35a), pero Dios le asegura que sus excusas no le van a valer. Si piensa que, con su hipócrita confesión de inocencia, la ira de Dios se apartó de Israel, se equivoca. Dios le llama a juicio (v. 35b), para convencerle de que no es inocente, sino culpable. Dice Asensio: «Es juicio de quien acusa, pero, antes de condenar, espera que Israel reaccione y deje de apresurarse a cambiar sus caminos (v. 36), al correr de una nación a otra en busca de alianzas». En efecto: (A) Les muestra que seguirán sufriendo decepciones mientras continúen poniendo su confianza en criaturas, cuando tienen a Dios por enemigo (vv. 36, 37). Lo mismo que salieron avergonzados de la alianza con Asiria, serán también avergonzados de su alianza con Egipto. Necia idolatría fue poner su confianza en brazo de carne (17:5) y apartar de Dios el corazón. ¿Para qué andar cambiando de camino, cuando hay sólo un camino seguro y bendito? Los que ponen en Dios su esperanza y caminan en continua dependencia de Él, no tienen por qué cambiar de camino, pues en Él podrán reposar, entrar y salir y hallar pastos (comp. con Jn. 10:9). (B) Viene a decirles que, al cambiar de camino, cambiarán únicamente de decepción. Habían confiado primero en Asiria y, al resultarles una caña rajada, pasaron a apoyarse en Egipto, que no les resultó mejor (v. 37): «También de allí saldrás con las manos en la cabeza» (v. 2 S. 13:19 para el sentido de este gesto). En 37:5–10 vemos el cumplimiento de esta profecía. Dios había rechazado a aquellos en que Israel confiaba (v. 37b) y, por tanto, no podía prosperar por ellos. Dice Asensio: «Señor de todas las naciones y árbitro del poderío de los grandes imperios, Jehová rechaza y corta en seco mibtaj = el objeto de confianza, dioses extraños y naciones, de Israel: al margen de Dios, nada de éxitos nacionales». CAPÍTULO 3 En este capítulo Dios invita benignamente a Su pueblo a que vuelvan y se arrepientan, a pesar de la multitud de sus provocaciones (las que se especifican aquí),
  • 12. para mostrar que donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia. I. Vemos lo mal que se habían portado y, con todo, lo dispuesto que estaba Dios a acogerlos favorablemente si se arrepentían (vv. 1–5). II. Impenitencia de Judá (vv. 6–11). III. Se dan grandes ánimos a estos apóstatas para que vuelvan y se arrepientan, y se les promete que Dios tiene reservada para ellos gran misericordia (vv. 12–19). IV. Se repite la acusación contra ellos por apostatar de Dios, y también se repite la invitación, a la que se añaden aquí las palabras que deberán proferir en su vuelta a Dios (vv. 20–25). Versículos 1–5 Estos versículos abren una puerta de esperanza. Dios hiere para curar. 1. Cuán vilmente había abandonado este pueblo a Dios y se había ido a prostituirse lejos de Él. Ya hubiese sido bastante maldad admitir entre ellos a un dios extraño, pero ellos eran insaciables en su seguimiento de los falsos dioses (v. 1b): «Tú has fornicado con muchos amantes». Buscaban oportunidad para sus idolatrías y buscaban también nuevos dioses a los que adorar (v. 2b): «Junto a los caminos te sentabas para ellos, como ramera que se ofrece a los que pasan (v. Gn. 38:14; Pr. 7:8–22; Jer. 42:43; Ez. 16:25, 26), como árabe en el desierto», pues así se sientan los beduinos a la puerta de su tienda para atropellar a los indefensos caminantes. No sólo se habían contaminado a sí mismos, sino que habían contaminado la tierra (v. 2, al final), pues era un pecado nacional. No obstante (v. 3), seguían con su cara dura y sin vergüenza, como cualquier ramera: «has tenido frente de ramera y no quisiste tener vergüenza». Enrojecer de vergüenza es color de virtud o, al menos, su reliquia; pero los que han pasado de la vergüenza, han pasado de la esperanza. 2. Cuán benignamente les había castigado Dios por sus pecados (v. 3), pues se limitó a detener la lluvia. Lo más probable es que las aguas, o aguaceros, que se mencionan en primer lugar, hagan referencia a la lluvia temprana, que solía caer a fines de octubre, así como la lluvia tardía, que se menciona a continuación, en la que caía durante marzo y abril. 3. Cuán justamente habría obrado Dios si hubiese rehusado volver jamás a recibirlos; esto habría estado conforme a la norma establecida acerca de los divorcios (v. 1), pues se dice en Deuteronomio 24:4 que «no podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida». Eso sería mancillar la tierra. Pero Dios no se ata con las leyes que ha hecho para nosotros ni se resiente como nosotros. Quiere portarse con Israel más finamente de lo que cualquier marido ofendido lo haría con su mujer adúltera, y les dice (v. 4): «A lo menos desde ahora, ¿no me llamarás a mí: Padre mío, tú eres el amigo de mi juventud?» Como si dijese: «Ahora que se te ha hecho ver tus pecados (v. 2) y el castigo por ellos (v. 3), ¿no los abandonarás y te volverás a mí, diciendo: “Iré y me volveré a mi primer marido, porque mejor me iba entonces que ahora” (Os. 2:7)?» Espera que ellos apelen a su constante relación con Dios, llamándole Padre y amigo de su juventud (equivalente a novio). 4. Cuán irremediable parece la condición de Israel (v. 5) mientras las obras no estén de acuerdo con las palabras. Buenas son las frases del v. 4b y 5a, pero ¿son algo más que frases? «He aquí cómo has hablado, pero has hecho maldades y las has colmado.» Versículos 6–11 La fecha de este sermón es (v. 6) en los días de Josías, que había emprendido de corazón una buena obra de reforma, pero el pueblo no era sincero. Se compara aquí el caso de los dos reinos, el de Israel, esto es, las diez tribus que se habían separado del trono de David y del templo de Jerusalén, y el de Judá, las dos tribus que continuaban adheridas a ambos.
  • 13. 1. El caso de Israel, el reino del norte. Es llamado (v. 6) «la apóstata Israel», porque ese reino se fundó sobre una apostasía, esto es, un apartamiento de las instituciones divinas, tanto del trono como del altar. Israel se había entregado de lleno (v. 6b) a la prostitución idolátrica. Dios la había invitado, por medio de sus profetas, a que se arrepintiese y volviese a Él, incluso si no se volvía a la casa de David. No leemos que Elías, el gran reformador, mencionase jamás la vuelta de ellos a la casa de David. Pero (v. 7b) no se volvió, y (v. 8) Dios lo vio. En efecto, el texto masorético tiene aquí el verbo en primera persona del singular, con lo que la versión más probable sería: «Y vi que, por cuanto la apóstata Israel había cometido adulterio, la había yo despedido y le había dado carta de repudio, con todo no tuvo temor, etc.», al empalmar el vi que (del principio) con lo de con todo no tuvo temor, etc., como lo hace admirablemente la NVI. La versión siríaca lo vertió en tercera persona: «Y vio (Judá)…», y así lo han copiado la mayoría de las versiones. 2. El caso de Judá, el reino del sur. Es llamado (v. 7, al final) «su hermana, la traidora Judá»; hermana porque ambas descendían del mismo tronco (Jacob); pero, así como Israel tenía la condición de apóstata, Judá es llamada traidora porque, aunque profesaba continuar adherida a Dios, así como lo estaba a los reyes y sacerdotes que ejercían su ministerio por designación divina, demostró ser traicionera. El exilio de Israel tenía por objeto servir de advertencia a Judá, pero no surtió el efecto intentado. Judá se creyó segura porque tenía por sacerdotes a hijos de Leví, y por reyes a hijos de David, y se lanzó (vv. 8b, 9) al adulterio idolátrico con todo atrevimiento; eso es lo que significa la ligereza de su fornicación; no que fuese ligera, leve, sino que se lanzó a ella sin más consideración, al pensar que era cosa ligera ser infiel de aquel modo a Jehová. El país había llegado a una corrupción total en tiempos del rey Manasés, y aunque Josías era un buen rey, el pueblo no se volvió (v. 10) a Dios de todo corazón, sino fingidamente. Por eso, dijo Dios en aquellos mismos días (2 R. 23:27): «También quitaré de mi presencia a Judá, como quité a Israel». 3. Al comparar los casos de estas dos hermanas, el de Judá resulta ser el peor (v. 11): «Y me dijo Jehová: Ha resultado justa la apóstata Israel en comparación con la desleal Judá». El reino del sur estaba más obligado a ser fiel a Jehová, por cuanto disfrutaba aún de los grandes privilegios de un sacerdocio y de un trono recibidos en sucesión legítima y, además, tenía delante el ejemplo de lo ocurrido ya a su hermana. Esta lamentable situación de Israel, ya en el destierro de Asiria, parece notarse en los acentos de ternura con que Dios se dirige a ellos en el versículo 12. Pero nótese que se llama a Israel justa sólo en comparación con la desleal Judá. Esa comparativa justicia le va a servir de poco al reino del norte. ¿De qué nos sirve decir: No somos tan malos como otros, si nosotros mismos no somos buenos? En dos aspectos era peor Judá que Israel, como ya hemos apuntado: (A) Se esperaba de Judá más que de Israel. (B) Debería haber escarmentado en la cabeza de su hermana. Versículos 12–19 Hay gran cantidad de evangelio en estos versículos. Dios ordena al profeta que proclame (v. 12) hacia el norte las palabras que siguen, pues constituyen una llamada a la apóstata Israel, las diez tribus del norte que habían sido llevadas en cautiverio a Asiria, país que cae al nordeste de Palestina en general, pero al norte especialmente, si se mira desde Jerusalén. En esa dirección ha de mirar para reprender a los hombres de Judá por rehusar obedecer a los llamamientos que se les dirigen. La apóstata Israel está en mejores condiciones (vv. 12–19) que la desleal Judá para volverse a Dios en busca de perdón misericordioso. Sin embargo, no se pierda de vista que la expresión «en esos días» (v. 16b), dentro del contexto próximo, apunta al reino mesiánico futuro.
  • 14. I. Tenemos primero una invitación a la apóstata Israel a que se vuelva a Jehová (v. 12), el Dios de quien se apartó. Véase la ternura en que va envuelta esta invitación: «Vuélvete … no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová, no guardaré para siempre el enojo». Se les instruye sobre el modo de volver a Dios (v. 13): «Tan sólo reconoce tu maldad, que contra Jehová tu Dios has prevaricado, es decir, confiesa que la culpa es tuya y, de este modo, echa sobre ti la infamia, y sobre Dios la gloria». Una circunstancia agravante de la condenación de los pecadores es que las condiciones del perdón y de la paz han sido puestas al alcance de la mano, a la altura de cualquier ser humano y, con todo, los pecadores no han querido aceptarlas. Podemos aplicar aquí las palabras que le dijeron a Naamán sus criados (2 R. 5:13): «Si el profeta te mandara alguna cosa muy difícil, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate y serás limpio?» «¡Tan sólo reconoce tu maldad!» Hemos de confesar nuestras muchas prevaricaciones (v. 13b, lit.): «y esparciste tus caminos a extraños». No fue un solo acto de idolatría a un solo ídolo, sino muchas idolatrías a muchos dioses falsos. II. Tenemos después preciosas promesas a estos hijos apóstatas, si se vuelven, las cuales se cumplieron en parte cuando volvieron los judíos de su cautiverio, pero tendrán pleno cumplimiento en los últimos tiempos (vv. 14 y ss.). Aunque se dirige a ellos como a «hijos apóstatas», está implícita también la relación conyugal entre Jehová e Israel: «porque yo soy vuestro señor (hebr. baal, amo y esposo a un mismo tiempo)» (v. 14b). Dios no echa al olvido esta relación y recuerda el pacto con los antepasados de Israel (Lv. 26:42). 1. Les promete reunirlos desde todos los lugares a los que han sido esparcidos (v. Jn. 11:52): «y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sion» (v. 14c). Dice Freedman: «La intención es: incluso si sólo se arrepiente un pequeño grupo, Dios no permitirá que queden engullidos en el exilio, sino que les hará regresar a Sion». Por muy esparcidos que se hallen los escogidos de Dios y por muy lejos que se encuentren, Dios ve a cada uno individualmente y tiene poder para traerle al rebaño. 2. Promete que pondrá para guiarles pastores que les sirvan realmente de bendición (v. 15): «Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y con inteligencia». Nótese: (A) Que les dará Dios pastores según Su corazón, elegidos por Dios, como David: «en sustitución de los pastores antiguos con sello de mercenarios (2:8; Ez. 34:1–10), pondrá al frente de ellos pastores auténticos que, al estilo del “Pastor davídico” (Ez. 34:23), los apacienten con desinterés y dentro de la doctrina estrictamente yahvista» (Asensio). Con todo, el contexto posterior muestra el tono escatológico de esta porción. (B) Que estos pastores les apacentarán con conocimiento (hebr. deah) y la prudencia (hebr. haskeil—sékhel con artículo—). El sentido del original es que el conocimiento y la prudencia son el pasto que los pastores les darán, no las cualidades de los pastores (aunque éstas se suponen). No hay pasto como la Palabra de Dios, «que nos puede hacer sabios para salvación» (2 Ti. 3:15). 3. Promete que ya no hará falta el Arca de la alianza (v. 16), que había sido entre ellos la señal de la presencia de Dios en el Lugar Santísimo, pues Jerusalén (v. 17), la ciudad entera, será llamada Trono de Jehová. Allí adorarán todas las naciones y «ya no andarán más tras la dureza de su corazón», porque en el nuevo pacto Dios habrá quitado el corazón de piedra y habrá puesto el corazón de carne (Ez. 36:26). Dice Asensio: «En la nueva época mesiánica no habrá necesidad del Arca con la Ley escrita, porque, “en los días que vienen”, Jehová mismo “escribirá en los corazones” la Ley de la “nueva alianza” (31:31–34)». Ryrie, por su parte, comenta: «Cuando Cristo vuelva, el Arca de la alianza no será el lugar donde Dios se encuentra con Su pueblo, sino que Cristo reinará en Jerusalén».
  • 15. 4. Promete también que Judá e Israel volverán a unirse felizmente para formar una sola nación (comp. con 50:4; Is. 11:13). Éste fue siempre el sueño y la firme esperanza de los profetas (v. 2:4; Is. 11:12; Ez. 37:16 y ss.; Os. 2:2). La perspectiva es claramente escatológica y está fuera de contexto aplicar todo esto a la reunión de gentiles y judíos en la Iglesia. III. Dificultades que pueden cruzarse en el camino de todas estas misericordias (v. 19). El profeta vuelve al contexto histórico en que se halla inmerso todo el mensaje que está proclamando. Dice Freedman: «El versículo describe las intenciones de Dios y las esperanzas con respecto a Judá, las cuales, sin embargo, no se realizaron». 1. Dios pregunta ahora: «¿Cómo te pondré entre los hijos, etc.». No significa que Dios esté mal dispuesto a otorgar su favor o que lo de de mala gana. La pregunta tiene simplemente en cuenta las infidelidades del pueblo como lo muestra el contexto posterior y aun todo el anterior (vv. 1–13, como puede verse por la semejanza de la última frase del v. 19 con el v. 4). La mención de la filiación («entre los hijos») y de la heredad («la más excelente heredad de las naciones») deberían bastar para atraer a los israelitas (y a nosotros) hacia su Dios. ¿Somos nosotros menos culpables que ellos? 2. Dios mismo ofrece la respuesta a la pregunta que acaba de formular (v. 19b): «Y dije: Me llamarás: Padre mío; y no te apartarás de en pos de mí». Para que los hijos apóstatas puedan volverse al Padre, Dios les pondrá en el corazón el espíritu de adopción de forma que puedan decir entonces «Abbá, Padre» (Gá. 4:6). Entonces les abrazará con Su gracia paternal, de forma que nunca más se aparten de en pos de Él. Versículos 20–25 1. El cargo que Dios presenta contra Israel por su infidelidad (v. 20). Estaban unidos a Jehová por pacto matrimonial, pero habían quebrantado el pacto y sido desleales contra Dios. 2. Ellos confiesan la verdad de este cargo (v. 21). Al reprenderles Dios de su apostasía, hubo algunos cuyas voces se oyeron sobre las alturas, en los mismos lugares altos donde, mediante su idolatría, habían abandonado a Dios (v. 2), el llanto suplicante de los hijos de Israel, al humillarse ante el Dios de sus padres y confesar así que han pervertido su camino, de Jehová su Dios se han olvidado. El pecado es desviarse por caminos tortuosos, torcidos. El olvido del Señor nuestro Dios está en el fondo de todo pecado. Si los hombres se acordasen de Dios, no transgredirían. 3. La invitación que Dios les hace para que vuelvan (v. 22): «Volveos, hijos apóstatas». Los llama hijos, y siente hacia ellos compasión y ternura de Padre, pero apóstatas, porque de Él se han apartado. Freedman hace notar que «los vocablos hebreos, aunque diametralmente opuestos, son semejantes, y la idea que comportan es: en lugar de ser shobabim (apóstatas), que sean shabim (penitentes)». Dios les promete que si se vuelven, Él sanará sus apostasías (comp. con Mt. 11:28) mediante su misericordia perdonadora, su paz tranquilizadora y su gracia renovadora. 4. El presto consentimiento que dan a esta invitación (vv. 22b–25). Es como un eco del llamamiento de Dios; como una voz que devuelven lejanas paredes, así vienen estas voces de sus quebrantados corazones. Dice Dios: «Volveos». Responden ellos: «Aquí estamos; hemos venido a ti». La respuesta no puede ser más pronta. (A) Vuelven dedicándose a Jehová como a su Dios: «Hemos venido a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios. Ha sido un pecado y una locura habernos alejado de ti». (B) Vienen al reconocer que solamente de Dios les puede venir la ayuda y el socorro. Nótese ese doble «ciertamente» (hebr. akhén) del v. 23: «CIERTAMENTE falsedad eran los collados y el bullicio sobre los montes, aquellos clamores orgiásticos con que acompañábamos nuestro culto a las falsas deidades; CIERTAMENTE en Jehová nuestro Dios está la salvación de Israel». La apostasía comienza por dudas (Gn. 3:1–6);
  • 16. la fe se sostiene sobre certezas sin evidencia sensible (He. 11:1). No hay salvación, sino en Dios por medio del que Él envió a este mundo por único Mediador (Jn. 14:6; 17:3; Hch. 4:12; 1 Ti. 2:5). (C) Vienen y justifican a Dios en las aflicciones que han sufrido y condenándose a sí mismos en las transgresiones que han cometido (v. 24): «La confusión, es decir, el vergonzoso culto a Baal (v. Os. 9:10) consumió el trabajo de nuestros padres, es decir, todo lo bueno que nuestros padres habían obtenido con sus honestas labores: sus ovejas, sus vacas, sus hijos y sus hijas». Como dice Freedman, estas frases «es posible que aludan a sacrificios humanos» (v. 5:17). Los verdaderos penitentes han aprendido a llamar al pecado «confusión vergonzosa». (D) Ofrecen las señales genuinas de un sincero arrepentimiento (v. 25). «Yazcamos en el polvo, en gesto de penitentes, en nuestra confusión, es decir, avergonzados de nuestros pecados y arrepentidos de ellos, que nos cubra nuestra afrenta como un vestido (v. Sal. 109:29), porque hemos pecado contra Jehová nuestro Dios, nosotros y nuestros padres, desde nuestra juventud y hasta este día». Como si dijese: (a) «Somos pecadores por herencia» («nosotros y nuestros padres»). (b) «También lo somos por costumbre inveterada» («desde nuestra juventud»). (c) «Lo somos de manera obstinada» («hasta este día, y no hemos atendido a la voz de Jehová nuestro Dios»). CAPÍTULO 4 Quizás los dos primeros versículos de este capítulo estarían mejor al final del capítulo anterior, pues van dirigidos a Israel, el reino del norte, animándoles a no ceder en su resolución de volverse a Jehová (vv. 1, 2). El resto del capítulo concierne a Judá y Jerusalén. I. Son llamados a arrepentirse y reformarse (vv. 3, 4). II. Se les advierte del avance de Nabucodonosor, y de su ejército, contra ellos (vv. 5–18). III. Para impresionarles más, el profeta se lamenta amargamente y simpatiza con su pueblo en las calamidades que les han sobrevenido (vv. 19–31). Versículos 1–2 Cuando Dios invitó al apóstata Israel a volverse (3:22), ellos respondieron de inmediato: «Aquí estamos; hemos venido a ti». Ahora Dios se da por enterado de la respuesta de ellos. 1. «¿Dices que has vuelto a mí? Entonces has de mostrarlo; has de abandonar de veras tus pecados y retirar de ti, de una vez, las reliquias de tu idolatría: (v. 1b): Si quitas de delante de mí tus abominaciones y no andas de acá para allá» (comp. con 1 R. 14:15). Debían quitar de la vista de Dios todo lo que oliese a idolatría, porque era una provocación a los ojos puros de la gloria de Dios; y, cuando haya necesidad de jurar, han de jurar (v. 2): Vive Jehová, esto es, sólo en el nombre de Jehová lo harán, y con las condiciones para que dicho juramento sea aceptable a Dios, a saber: «en verdad», porque un juramento falso en nombre de Dios es sacrilegio y blasfemia; «en derecho» (hebr. mishpat), de forma que no se perjudique al prójimo; y «en justicia» (hebr. tsedaqah), ajustándose a lo que Dios ha prescrito en su Ley. 2. «¿Dices que has vuelto a mí? Entonces no sólo serás bendecido, sino que también serás bendición para las naciones. Cuando jures en el nombre de Jehová, y lo hagas en verdad, en derecho y en justicia (v. 2), entonces las naciones se bendecirán en Él (Jehová) y en Él se gloriarán». Serán bendiciones para otros, porque la vuelta de ellos a su Dios será el medio de que se vuelvan a Él otros que nunca le conocieron (v. Is. 65:16). Se bendecirán a sí mismos en el Dios de verdad, y no en los falsos dioses; y se gloriarán en Él; harán de Él su gloria. Versículos 3–4 El profeta se dirige ahora, en nombre de Dios, a los hombres del lugar en que él mismo vive. Recordemos las palabras que proclamó hacia el norte (3:12), para consuelo
  • 17. de los que ya estaban en el cautiverio; veamos lo que va a decir ahora a todo varón de Judá y de Jerusalén, que estaban aún en prosperidad, para convicción y despertamiento de ellos. En estos dos versículos les exhorta al arrepentimiento y a la reforma de vida, para impedir así los desoladores juicios que estaban a punto de irrumpir sobre ellos. 1. Lo que se requiere de ellos: (A) Han de obrar en el interior del corazón de forma parecida a como obran en el terreno del que esperan algún provecho (v. 3): «Arad campo para vosotros y no sembréis entre espinos, a fin de no trabajar en vano como lo habéis hecho durante mucho tiempo. Aceptad convicción antes de recibir bendición, y quitad los espinos, todo eso que todavía guardáis y está ahogando el fruto que habría de dar en vosotros la Palabra de Dios (comp. con Mt. 13:7, 22)». Un corazón que no se siente contrito y humillado es como un campo sin arar, sin sembrar, sin ocupar. Esos duros terrones han de ser destripados (v. Os. 10:12), esos nocivos espinos han de ser arrancados de cuajo. De lo contrario, en vano caerá allí la gracia—sol y lluvia del alma (He. 6:7, 8—). Se nos impone un serio examen de conciencia: hay que adentrarse en lo más profundo del propio corazón, roturando así el barbecho, y arrancar las corrupciones que, como espinos, ahogan nuestras mejores resoluciones. (B) Han de hacer con su alma lo que hacen con su cuerpo cuando sellan su pacto con Dios (v. 4): «Circuncidaos a Jehová y quitad el prepucio de vuestro corazón», «quitad la dura excrecencia que se ha formado sobre vuestro corazón y que os impide recibir las exhortaciones de Dios (cf. Dt. 10:16)» (Freedman). Esta circuncisión del corazón es la que de veras importa y no la del cuerpo (v. Ro. 2:25–29), pues ésta es un mero signo, mientras que aquélla contiene la cosa significada. 2. La amenaza que se cierne sobre ellos (v. 4b): «No sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras». Lo que más hemos de temer es la ira de Dios. Y hemos de tener siempre en cuenta que es la maldad de nuestras obras lo que enciende la ira de Dios contra nosotros. La consideración del inminente peligro debería despertar en nosotros el deseo de santificarnos para la gloria de Dios y, para ello, echar siempre mano de la gracia que está a nuestro alcance (v. 1 Co. 15:10). Versículos 5–18 Dios emplea su acostumbrado método de avisar antes de herir. En estos versículos Dios notifica a los de Judá la general desolación que iba a sobrevenirles en breve por medio de una invasión extranjera. Esto ha de ser anunciado en todas las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, a fin de que todos puedan oírlo y ser así traídos al arrepentimiento o dejados sin excusa ninguna. 1. Se declara la guerra y se da noticia del avance del enemigo (vv. 5, 6). Hay que tocar la trompeta, hay que alzar bandera, no para llamar a entrar en combate, sino como señal que indica la dirección de Sion, hacia donde han de marchar los refugiados (v. Is. 11:12). Las masas que escapan de los lugares indefensos han de reunirse (v. 5, al final) y entrar en las ciudades fortificadas. «Escapad, no os detengáis», prosigue (v. 6), es decir, «corred a refugiaros y no permanezcáis en el lugar donde estáis». 2. Llega un emisario con la noticia de que el rey de Babilonia se aproxima a la ciudad con su ejército. El enemigo es comparado: (A) A un león que sube de la espesura (v. 7), hambriento, en busca de su presa. Las indefensas bestias del campo se quedan como petrificadas de terror y, de esta forma, se vuelven fácil presa para él. Nabucodonosor es este león rugiente y rampante, el destructor de las naciones, ahora en camino hacia el país de Judá. Ese «destruidor de los gentiles» será también destruidor de los judíos, ya que éstos, por su idolatría, se han hecho semejantes a los gentiles. «Ha salido de su lugar (v. 7b), de Babilonia, su cubil,
  • 18. contra la tierra, Palestina, para ponerla en desolación; tus ciudades quedarán asoladas y sin morador». (B) A un viento seco y fuerte (vv. 11, 12), que echa a perder los frutos de la tierra y los marchita; viene de las alturas del desierto, expresión con que se designa al siroco, que levantan remolinos de fino polvo. Dice Thompson: «Los ojos se inflaman, se forman ampollas en los labios y se evapora la humedad del cuerpo bajo la incesante acción de este viento perseguidor». Así viene el ejército caldeo, como este viento demasiado fuerte (v. 12), no a aventar ni a limpiar (v. 11, al final), sino a destruir. Sin embargo, Dios dice de este viento demasido fuerte para Judá y Jerusalén (v. 12b): «me vendrá a mí», esto es, a ponerse a mi servicio como instrumento de mi ira. (C) A un denso nublado y a un torbellino (v. 13), como los que suelen acompañar o seguir a un ventarrón. Por otra parte, los caballos del enemigo son comparados a las águilas (v. 13b). Dice Freedman: «Comparaciones similares se hallan en otros profetas; cf. Ezequiel 38:16 para nublado; Isaías 5:28; 66:15, para torbellino; y Habacuc 1:8, para águila (mejor, buitre)». (D) A vigías, no del pueblo, sino del enemigo (v. 16), es decir, una porción de vanguardia del ejército caldeo que viene a iniciar el bloqueo, «vigilando para hallar una oportunidad de tomar por asalto la ciudad» (Freedman). Son comparados a los guardas de campo (v. 17), porque vigilan desde todos los lados (comp. con Lc. 19:43). 3. La causa lamentable de este castigo: (A) Han pecado contra Dios; son ellos los que tienen toda la culpa de esto (v. 17b): «Porque se rebeló contra mí, dice Jehová». Los caldeos estaban abriendo brecha, pero era el pecado el que había abierto la primera grieta para que pudiesen entrar (v. 18): «Tu camino y tus obras te causaron esto». El pecado es la causa de todos los males. (B) Dios estaba airado con ellos a causa de su pecado; era la ira de Dios (v. 8) la que hacía temible el ejército caldeo. (C) En su justo enojo, Dios los condenó a sufrir este castigo (v. 12b): «Y ahora yo también pronunciaré juicios contra ellos». 4. Los efectos lamentables de este castigo. El pueblo que habría de luchar caerá en la desesperación y no tendrá ánimos para hacer la menor resistencia al enemigo (v. 8): «Por esto vestíos de saco, endechad y aullad». En lugar de ceñirse la espada, se ceñirán el saco. Cuando el enemigo esté aún distante, se darán por derrotados y gritarán (v. 13, al final): «¡Ay de nosotros, porque estamos perdidos!» Judá y Jerusalén tenían fama por la valentía de sus hombres; pero véase el efecto del pecado: al privarles de la confianza hacia su Dios, les priva de la bravura hacia los hombres. «Y sucederá en aquel día, dice Jehová, que desfallecerá el corazón del rey y el corazón de los príncipes». Tanto el rey como sus príncipes, nobles y consejeros serán presa del desmayo. A los sacerdotes competía animar al pueblo, y decir: «No desmaye vuestro corazón, no temáis, etc.» (Dt. 20:3b, 4). Pero ahora los sacerdotes mismos estarán atónitos, es decir, consternados, sin fuerzas para animar al pueblo. Nuestro Salvador predijo que, en la destrucción de Jerusalén, desmayarían los hombres de miedo (Lc. 21:26). 5. Se queja el profeta de que el pueblo estaba engañado; lo expresa de forma extraña (v. 10): «Y dije: ¡Ay, Jehová Dios! Verdaderamente en gran manera has engañado a este pueblo … diciendo: Paz tendréis». Es cierto que Dios no engaña a nadie. Pero: (A) El pueblo se había engañado a sí mismo con las promesas que Dios les había hecho, confiaban a todo trance en ellas, sin preocuparse de cumplir las condiciones de las que dependían tales promesas. Así se engañaban a sí mismos, y luego se quejaban de que Dios les había engañado. (B) Los falsos profetas les engañaban con promesas de paz que les hacían en nombre de Dios (23:17; 27:9) y Dios permitía que los falsos profetas les engañaran, para así castigarles por no haber recibido el amor de la verdad (2 Ts. 2:10, 11, comp. con Ez. 14:9).
  • 19. 6. Los esfuerzos del profeta por desengañarles. (A) Les muestra la herida que tienen. En su pecado deberían descubrir la causa del castigo (v. 18b): «Esta es tu maldad, por lo cual esta amargura penetra hasta tu corazón». También «la espada ha penetrado hasta el alma» (v. 10, al final). (B) Les muestra también el remedio (v. 14): «Lava de maldad tu corazón, oh Jerusalén, para que seas salva». Al decir «Jerusalén», quiere decir cada uno de los habitantes de Jerusalén, pues cada uno tiene su propio corazón, y es la reforma personal la que causa la nacional. Cada uno debe volverse de su mal camino y limpiar su mal corazón. No puede haber liberación sin reforma, y sólo es sincera la reforma que llega hasta el corazón, pues del corazón salen los siniestros pensamientos que moraban (v. 14b) en el interior de ellos (comp. con Mt. 15:19). Versículos 19–31 El profeta se angustia aquí hasta la agonía y clama como quien sufre un dolor muy agudo (v. 19): «¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón, etc.». Las expresiones son de sobra patéticas como para derretir un corazón de piedra. Un hombre bueno, en un mundo tan malo como éste, no puede menos de ser un varón de dolores. No se duele así por sí mismo ni por ninguna aflicción de su familia, sino puramente por la situación lastimosa del pueblo. I. Son muy malos y no quieren reformarse (v. 22). Lo dice Dios mismo: «Porque mi pueblo es necio, etc.». Aunque son necios, Dios los llama mi pueblo. Ellos no lo conocen a Él, pero Él sigue conociéndolos (Ro. 11:1). Sólo son sabios para hacer el mal, pero para hacer el bien no tienen conocimiento (v. 22b), no saben aplicar el entendimiento a practicar el bien, sino sólo a tramar el mal. II. Son muy miserables y no pueden ser aliviados. 1. Grita el profeta (v. 19b): «No callaré; porque has oído sonido de trompeta, oh alma mía, pregón de guerra». No ha sido propiamente el oído del profeta el que ha escuchado el sonido de la trompeta ni el pregón de guerra, sino su alma, porque lo oye y lo ve por medio del espíritu de profecía que le introduce en el alma las palabras de Dios, del mismo modo que nos entran por los oídos las palabras que escuchamos del exterior. 2. Se anuncia la destrucción en términos inequívocos: (A) Es rápida y repentina (v. 20): «Quebrantamiento sobre quebrantamiento, en rápida sucesión, es anunciado». La muerte de Josías abrió las compuertas de la inundación; a los tres meses, su hijo y sucesor Joacaz es depuesto por el rey de Egipto; durante los dos o tres años siguientes, Nabucodonosor pone sitio a Jerusalén y se apodera de ella y, a partir de esto, acomete constantemente contra el país hasta arruinarlo completamente con la destrucción de Jerusalén, pero (v. 20b) «de repente son destruidas mis tiendas, en un momento mis cortinas», pues el país fue ya devastado en un principio, ya que los pastores y todos los que vivían en tiendas fueron saqueados de inmediato; por eso vemos retirarse a Jerusalén a los recabitas, que vivían en tiendas, tan pronto como los caldeos entraron por primera vez en el país (35:11). (B) La guerra continuó, porque el pueblo estaba muy obstinado y no quería someterse al rey de Babilonia, sino que aprovechó todas las oportunidades para rebelarse contra él. De eso se hace eco el profeta al decir (v. 21): «¿Hasta cuándo he de ver bandera, he de oír sonido de trompeta?» Como si dijese: «¿Va a devorar por siempre la espada?» (C) «Toda la tierra es destruida (lit. saqueada; lo mismo en la frase siguiente—v. 20—)», hasta quedar finalmente hecha un caos (v. 23); «asolada y vacía» (hebr. tóhu vabóhu, los mismos vocablos de Gn. 1:2). Incluso la frase final del versículo 23: «y no había en ellos (los cielos) luz» parece aludir a «las tinieblas que estaban sobre la superficie del abismo» (Gn. 1:2b). No sólo la tierra estaba hecha un caos, sino que hasta el cielo les fruncía el ceño. La calamidad misma era como una densa y oscura nube, a
  • 20. través de la cual eran incapaces de contemplar su verdadera situación calamitosa. Como en todos los grandes juicios de Dios, la naturaleza se asocia mediante fenómenos extraordinarios: Montes y collados se bambolean (v. 24), mientras desaparece la población humana (v. 25), las aves (v. 25b, comp. con Sof. 1:3), «la última palabra en desolación» (Freedman), y la vegetación (v. 26). La desolación es completa. (D) En medio de este cuadro tétrico, se filtran unas dulces palabras de Dios (v. 27): «Porque así dice Jehová: Toda la tierra será asolada, pero no la destruiré del todo». Toda, pero no del todo. Dios siempre se reserva un remanente. Jerusalén volverá a ser edificada, y la tierra volverá a ser habitada. Esto se dice para consuelo de los que tiemblan ante la Palabra de Dios. La inserción de este versículo 27 parece romper la conexión del versículo 26 con el versículo 28, pues el profeta continúa profetizando destrucción. (E) En efecto, Dios sigue diciendo (v. 28) que no va a desistir de su resolución de entregarlos a la ruina, puesto que ellos no pueden desistir de su pecado (2:25). La que no podía menos de ir tras de sus amantes, va a verse despreciada por ellos (v. 30, al final). Se ilusionaban con el pensamiento de que podrían hallar algún medio para salir de este atolladero, pero el profeta les dice que todo lo que hagan no les va a servir de nada (v. 30): «Y tú, destruida, ¿qué haces que te vistes de grana, etc.». Compara Jerusalén a una ramera abandonada por todos los amantes que solían cortejarla. Hace todo lo que puede para presentarse ante las naciones como país importante, un aliado de mucho valor. Pero todo este proceso de ficticio embellecimiento no sirve para nada. Sus tan solicitados amantes no se dejan impresionar por las apariencias (v. 30, al final); más aún, no contentos con menospreciarla, quieren darle muerte. El espíritu profético se lo anuncia (v. 31) a Jeremías. Comenta F. Asensio: «Jeremías lo presiente y oye el clamor angustioso de la hija de Sion, que, viéndose morir entre “dolores de parto” a manos de asesinos, extiende inútilmente sus manos en señal de dolor, acaso en busca de ayuda (Is. 1:15), o en un último esfuerzo por librarse del invasor». M. Henry halla en la fraseología del v. 30 una probable «alusión a la historia de Jezabel, que pensó que, si embellecía su rostro, podría escapar de la calamidad que la esperaba, pero en vano (2 R. 9:30, 33)». 1 CAPÍTULO 5 Reprensiones y amenazas se hallan mezcladas en este capítulo. I. Los pecados de que aquí se les acusa son: Injusticia (v. 1), hipocresía en la religión (v. 2), obstinación (v. 3), corrupción general (vv. 4, 5), idolatría y adulterio (vv. 7, 8), desleal apartamiento de Dios (v. 11), desafío a Jehová (vv. 12, 13) y, en el fondo de todo esto, falta de temor de Dios (vv. 20–24). Al final del capítulo son acusados de violencia y opresión (vv. 26– 28), hasta corromper completamente al país (vv. 30, 31). II. Los castigos con que se les amenaza son muy terribles. Vendrá sobre ellos un enemigo extranjero (vv. 15–17), se los llevará en cautiverio (v. 19) y quedarán privados del bien (v. 25). III. Pero de nuevo se insinúa por dos veces más que Dios no los destruirá del todo (vv. 10, 18). Éste fue el objeto y propósito de la predicación de Jeremías durante la última parte del reinado de Josías y el comienzo del de Joacim. Versículos 1–9 1. Tenemos aquí (v. 1) como un reto a presentar un solo hombre que sea verdaderamente justo en todo Jerusalén. Esta ciudad, la ciudad santa, se había vuelto 1 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.814
  • 21. como el mundo anterior al diluvio, cuando toda carne había corrompido su camino (Gn. 6:12b): «Recorred las calles de Jerusalén … buscad en sus plazas a ver … si hay alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la perdonaré» (comp. con Gn. 18:23–32). La verdad había caído en la calle (Is. 59:14). Si hubiese habido diez justos en Sodoma, Dios la habría perdonado; pero Jerusalén le era mucho más estimada que Sodoma: uno solo ¿entre diez mil? en Jerusalén habría bastado para que Dios la perdonase. Dice el rabino Freedman: «Es una exageración interpretar el versículo como si declarase que no había en la ciudad ni un solo hombre temeroso de Dios, aunque así lo entienden muchos modernos». No tiene nada de extraño que así lo entendamos también nosotros, cuando leemos la interpretación auténtica que Pablo hace, en Romanos 3:10–18, de varias porciones del Antiguo Testamento. Incluso los que profesaban estar a bien con Dios (v. 2) jurando por el nombre de Jehová, no eran sinceros: «Aunque digan: Como vive Jehová, juran falsamente». 2. La queja que el profeta dirige a Dios sobre la obstinación del pueblo (v. 3). Nótese que no se queja de Dios, sino del pueblo a Dios, pues en realidad, «como implícitamente Abraham en el caso de la Pentápolis, Jeremías se ve obligado a unirse al modo de ver de Jehová, cuyos ojos están siempre dirigidos a la emuná = fidelidad, a un Dios que, siempre fiel y sincero, exige a su pueblo fidelidad y sinceridad en la vida» (Asensio). La obstinación del pueblo se expresa en frases gráficas (v. 3b): «endurecieron sus rostros más que la piedra (comp. Ez. 3:7), han rehusado convertirse». No querían recibir instrucción por vía de corrección. 3. La experiencia en pobres y ricos, con el triste hallazgo de que tan malos eran unos como otros. (A) Los pobres eran ignorantes. El profeta halló a muchos que rehusaban convertirse (v. 3, al final). Estaba dispuesto a excusarlos (v. 4): «Ciertamente éstos son pobres. Nunca han tenido la ventaja de una buena educación ni tienen ahora la oportunidad de ser instruidos». La ignorancia crasa es la causa lamentable de gran parte de la iniquidad que abunda. Hay pobres de Dios que, a pesar de su ignorancia, conocen el camino de Jehová y andan en él, y observan las ordenanzas de su Dios sin haberlas aprendido en ningún libro; pero éstos son pobres del diablo, pues desconocen voluntariamente el camino de Jehová. (B) Los ricos eran insolentes (v. 5): «Iré a los grandes y les hablaré para ver si los hallo más doblegables a la palabra y a la providencia de Dios, pero, aunque conocen el camino de Jehová y la ordenanza de su Dios, son demasiado altivos como para doblegarse a Su gobierno» (v. 5b): «Pero ellos también quebraron el yugo, rompieron las coyundas». Se consideran a sí mismos demasiado grandes como para ser corregidos, incluso por el Dueño soberano de todos. Los pobres son débiles, los ricos son obstinados y, así, ninguno cumple con su deber. 4. Se especifican algunos pecados de los que eran culpables. Sus transgresiones (v. 6b) eran muchísimas y, en la misma proporción, se habían aumentado sus deslealtades. Su prostitución espiritual otorgaba a los ídolos el honor que es debido únicamente a Dios (v. 7). Juraban por lo que no es Dios. También practicaban la prostitución corporal. Habían abandonado a Dios para servir a los ídolos, y los que deshonraban a Dios estaban abocados a deshonrarse a sí mismos y a sus familias (comp. con Ro. 1:24 y ss.). Cometían adulterio sin remordimiento alguno ni temor al castigo, pues se reunían en compañías en casa de rameras (v. 7b), sin avergonzarse de verse allí unos a otros. Tan desvergonzada era su lascivia que se volvían como bestias (v. 8): «Como caballos bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo». 5. La ira de Dios contra ellos por la universal corrupción del país. Un enemigo extranjero va a irrumpir y el país quedará como si por él hubiesen pasado las más
  • 22. feroces bestias devastándolo todo (v. 6a): «El león de la selva, indomable cuando codicia la presa, el lobo del desierto, que acude por la noche, que es cuando está hambriento y muestra toda su ferocidad, y el leopardo, que es muy rápido y cruel». Así acechará las ciudades de Judá el enemigo, y sus habitantes se verán ante un terrible dilema: los que se queden dentro, morirán de hambre; los que salgan de ellas, morirán a espada. Y todo ello se debe a la multitud de sus transgresiones. Es en realidad el pecado el que produce esta matanza (v. 9): «¿No había yo de castigar esto? ¿Cómo podéis pensar que el Dios de pureza infinita haya de hacer la vista gorda ante tales abominaciones? De una nación como esta, ¿no se había de vengar mi alma?» Es cierto que muchos que habían sido culpables de estos pecados se arrepintieron y hallaron misericordia con Dios (así le aconteció a Manasés), pero las naciones como tales sólo pueden ser castigadas en esta vida; por eso no quedaría bien parada la gloria de Dios si una nación impía quedase sin ninguna señal manifiesta del desagrado de Dios. Versículos 10–19 1. El pecado de este pueblo le conduce a la destrucción (v. 10). La casa de Israel y la casa de Judá (v. 11), aunque enfrentadas la una contra la otra, ambas estaban de acuerdo en su deslealtad contra Jehová. Abandonaron la adoración sincera de Dios y representaron el papel del hipócrita. Desafiaron los juicios de Dios y las amenazas que les había dirigido por boca de los profetas (vv. 12, 13). Multitud de almas se arruinan cuando se les hace creer que Dios no es estricto. Así pensaban ellos: «Él no actúa, y no vendrá mal sobre nosotros, etc.». Los profetas les habían amonestado seriamente, pero ellos lo tomaban a broma (v. 13), como si dijesen: «Ellos hablan así porque es su oficio. No es palabra de Dios, sino el lenguaje de su fantasía melancólica». No contentos con eso, auguran a los profetas los castigos con que los mismos profetas les amenazan (v. 13): «Son como viento “que pasa de vacío y se puede tomar a risa” (6:10; Ez. 33:30–33) (Asensio). ¿Nos amenazan con hambre? ¡Démosles pan de aflicción! ¿Nos amenazan con espada? ¡Que mueran a espada! (2:30)». 2. El castigo del pueblo por sus pecados. (A) Dios se vuelve al profeta Jeremías, que de esta forma era escarnecido, y le dice (v. 14b): «He aquí yo pongo mis palabras en tu boca por fuego, y a este pueblo por leña, y los consumirá». El pecador se torna a sí mismo, por el pecado, en combustible para el fuego de la ira de Dios. Vendrá el enemigo en obediencia al propósito de Dios (v. 10): «Escalad sus muros y destruid … Quitad las almenas». Eran de piedra cuando el pueblo servía a su Dios; son como de barro ahora que se han apartado de Él. (B) ¡Cuán terrible es la destrucción que estos invasores van a llevar a cabo¡ (vv. 15– 17): «Son gente de lejos (Is. 5:26) y, por eso mismo, tanto más de temer, por cuanto sus soldados querrán resarcirse de una marcha tan larga; son gente que no ceja, que no se amedrenta ante los obstáculos; gente antigua (v. Gn. 11:31), “de solera político- guerrera” (Asensio); gente cuya lengua ignorarás y no entenderás lo que hable. Contra ella, “nada podrá la casa de Israel; ni siquiera implorar misericordia en una lengua que no conoce y hace del invasor un instrumento ciego y sin entrañas” (Dt. 28:49–51; Is. 28:11; 33:10) (Asensio). La diferencia de lenguaje haría difícil incluso tratar condiciones de paz. No almacenarán, sino que (v. 17) se comerán tu mies y tu pan; se comerán a tus hijos y a tus hijas, hijos e hijas que tú ofrecías en sacrificio a tus ídolos, se comerán tus viñas y tus higueras, sin dejar para ti ningún fruto de la tierra, y con su espada demolerán tus ciudades fortificadas, en las que confías, ya que piensas que, porque están fortificadas, ya están suficientemente protegidas contra un enemigo enviado por Dios mismo». 3. Como en el capítulo anterior, también aquí se declara que Dios tiene reservada para Su pueblo alguna compasión. El enemigo es comisionado para destruir y devastar,
  • 23. «pero no del todo» (v. 10b). «No obstante (v. 18), aun en aquellos días, dice Jehová, no os destruiré del todo»; y si Dios no quiere destruir, el enemigo no podrá hacerlo. 4. La justificación de Dios en todos estos procedimientos. Así como su benignidad se dará a conocer en que no destruirá del todo, así también se dará a conocer su rectitud justa en llegar al casi todo (v. 19). El pueblo dirá: «¿Por qué Jehová el Dios nuestro hizo con nosotros todas estas cosas?», como si contra una nación tan pecadora no hubiese ningún motivo para que Dios actuase de ese modo. Dios le dice al profeta la respuesta que debe dar a esa pregunta (v. 19b): «Entonces les dirás: De la manera que me dejasteis a mí y servisteis a dioses ajenos en vuestra tierra, así serviréis a extraños en tierra ajena». Nótese el perfecto paralelismo, más notorio todavía en el hebreo, donde todos los miembros se corresponden perfectamente. Dice así literalmente la segunda parte del versículo 19: «Como … habéis servido a dioses extraños en vuestra tierra, así serviréis a extraños en tierra no vuestra». No pueden, pues, quejarse de que Dios les pague en la misma moneda con que le han pagado ellos a Él (v. Dt. 28:47, 48; 29:24–26). Versículos 20–24 Dios envía ahora a Jeremías con otra comisión a Jacob y a Judá (v. 20). 1. Se queja Dios de la vergonzosa estupidez del pueblo (v. 21): Es «un pueblo necio y sin entendimiento (lit. sin corazón)». No entendían la mente de Dios, a pesar de que la había expresado tan claramente por medio de Sus profetas y de Su providencia: «tiene ojos y no ve; tiene oídos y no oye». Poseían facultades intelectuales, pero no las usaban como debían, pues su voluntad estaba obstinada y, por tanto, inepta para someterse a las normas de la ley divina (v. 23): «Este pueblo tiene un corazón obstinado y rebelde». La obstinación del corazón es la que entontece el entendimiento. El carácter de este pueblo es el de toda persona humana hasta que la gracia de Dios opera un cambio en el interior. Tenemos un corazón obstinado y rebelde contra Dios, no sólo por una arraigada aversión a lo que es bueno, sino también por una fuerte inclinación a lo que es malo. 2. Lo atribuye a la falta de temor de Dios. Al observar que son sin entendimiento, pregunta (v. 22): «¿A mí no me temeréis?, dice Jehová. ¿No temblaréis ante mi presencia? (lit.)» Y al observar que se han rebelado y se han alejado, añade esto, como la causa de su apostasía (v. 24): «Y no dijeron: Temamos ahora a Jehová Dios nuestro, etc.». Les vienen a la mente malos pensamientos porque no quieren admitir ni albergar buenos pensamientos. 3. Sugiere algunas de estas cosas a fin de impregnarnos de un santo temor de Dios. (A) Debemos temer a Dios en Su grandeza (v. 22). Aquí tenemos un ejemplo: Dios conserva el mar dentro de los límites que le ha fijado. Aunque la marea sube con fuerza poderosa dos veces cada día, Dios le ha puesto al mar «un muro insalvable de arena (Job 38:8–11; Sal. 104:6–9; Pr. 8:29)» (Asensio). Esto es obra de Dios y, si no fuese una cosa tan corriente, sería admirable a nuestros ojos. Un muro de arena será tan eficaz como un muro de bronce para tener a raya las encrespadas olas, para enseñarnos que una respuesta suave aplaca la ira y aquieta el furor espumante, mientras que las palabras ásperas, como un duro acantilado, no hacen sino exasperar. Esta frontera ha sido fijada por orden eterna (v. 22b), lo que nos retrotrae a la creación del mundo, cuando Dios separó las aguas de la tierra seca (Gn. 1:9, 10: Job 38:8 y ss.; Sal. 104:6 y ss.). Por ser orden eterna, ha tenido efecto siempre hasta el día de hoy y lo seguirá teniendo hasta que Dios cree unos cielos nuevos y una nueva tierra. Vemos, pues, que hay buen motivo para temer a Dios, pues vemos que es un Dios que posee soberanía universal. (B) Debemos temer a Dios en Su bondad (v. Os. 3:5). Temer a Jehová nuestro Dios es también adorarle agradecidos, pues está hace el bien continuamente: Nos da (v. 24b)
  • 24. lluvia temprana y tardía en su tiempo (comp. con 3:3; Sal. 147:8; Mt. 5:45; Hch. 14:17), y nos guarda (lit. reserva para nosotros) los tiempos (lit. las semanas) que fijan la siega, es decir, «preserva el período de la cosecha (hacia la última parte de abril y el mes de mayo) como estación seca, puesto que la lluvia en ese tiempo dañaría a las mieses» (Freedman). En los frutos de la recolección hay que reconocer el poder, la bondad y la fidelidad de Dios, pues todos esos frutos vienen de Él (Stg. 1:17). Hay, pues, también buen motivo para temer a Dios, para mantenernos en su amor. Versículos 25–31 1. El profeta les muestra el daño que les han hecho sus pecados (v. 25): «Vuestras iniquidades han estorbado estas cosas (las buenas cosas descritas en el v. 24)». El pecado es, sí, la causa de que los cielos se vuelvan de bronce, y la tierra de hierro. 2. A continuación les muestra cuán grandes eran sus pecados. (A) Al haber abandonado el culto al verdadero Dios, hasta la honradez natural se había perdido entre ellos: «Porque fueron hallados en mi pueblo impíos» (v. 26); tanto peores por haber sido hallados entre el pueblo de Dios. Fueron hallados, es decir, sorprendidos, en el acto mismo de su impiedad. Así como los cazadores ponen lazos y trampas para su deporte, así hacían éstos (v. 26b) para cazar hombres, como si también esto fuese un deporte. Hallaban medios de hacer daño a los buenos (a quienes odiaban precisamente por su bondad), especialmente a los que les reprendían fielmente (Is. 29:21), a aquellos cuyas haciendas codiciaban, como hizo Jezabel con Nabot por una viña. (B) Eran falsos y traidores (v. 27): «como una jaula llena de pájaros, así están sus casas llenas de engaño; así se hicieron grandes y ricos». Sus casas estaban llenas del dinero obtenido por medio del fraude, pues engañaban a todos cuantos entraban en trato con ellos. Así es como (v. 28b) «sobresalieron en obras de maldad» (versión más probable). ¡Campeones en hacer el mal! Pero prosperaban en esta carrera del mal (v. 28a), «se engordaron y se pusieron lustrosos» y, por eso mismo, el corazón se les endureció todavía más; se hicieron «grandes según el mundo, y ricos en riquezas materiales y temporales» (v. 27, al final). (C) En la administración pública eran una calamidad (v. 28c): «no defendían la causa del huérfano … y el derecho de los pobres no sostenían». Esta es la especie más vil de la explotación social y es un pecado que Dios aborrece de un modo especial. Dice Asensio: «Bárbara explotación social que, sobrepasando todos los límites, se ha cebado en el huérfano y el pobre (7:6; 22:3; Sal. 82:3, 4; Is. 1:17–23), sin tener en cuenta lo que la Ley ordena en su favor (Éx. 22:22; Dt. 10:18; 27:19)». Ante esto, Dios declara que no puede dejar de actuar (v. 29): «¿No castigaré esto?, dice Jehová; ¿y de tal gente no se vengará mi alma? (repetición del v. 9)». Aunque la paciencia de Dios haya esperado por mucho tiempo, por fin se desbordará Su ira y no habrá quien la calme. (D) Pero aún quedaba algo más repugnante (vv. 30, 31): «Cosa espantosa y fea»; los líderes del pueblo estaban corrompidos y ejercían su oficio con cínica falsedad (v. 31): «Los profetas profetizaban al servicio de la mentira, y los sacerdotes dirigían a su arbitrio». La religión no está nunca tan peligrosamente amenazada como cuando los puestos en el ministerio hacen pasar por Palabra de Dios errores doctrinales y hasta notorias inmoralidades, y cuando los dirigentes ordenan lo que les place bajo pretexto de que la autoridad que ostentan les viene de Dios. Y como la naturaleza humana está de suyo inclinada al mal, «al pueblo le gustaba esto» (v. 31b). ¡Les gustaba la mentira y el desgobierno! Pero, «¿qué harán todos ellos cuando llegue el fin, es decir, el castigo que Dios les va a imponer?» La pregunta no necesita respuesta. Sucumbirán. CAPÍTULO 6
  • 25. En este capítulo, como en los dos anteriores, tenemos: I. Una profecía de la invasión de Judá y del sitio de Jerusalén por el ejército caldeo (vv. 1–6), del saqueo que los caldeos habían de llevar a cabo en el país (v. 9) y del terror que se había de apoderar del pueblo de la tierra (vv. 22–26). II. Un registro de los pecados de Judá y de Jerusalén que provocaron a Dios a descargar este castigo desolador. La injusticia social (v. 7), el menosprecio de la palabra de Dios (vv. 10–12), la mundanidad (v. 13), la deslealtad traicionera de los profetas (v. 14), el cinismo en el pecado (v. 15), su obstinación contra las reprensiones (vv. 18, 19), que hacía inaceptables a Dios los sacrificios que le ofrecían (v. 20), por lo que les entregó a la ruina (v. 21), pero los puso primero a prueba (v. 27), antes de desecharlos como irremediables (vv. 28–30). III. Se les dieron buenos consejos en medio de todo esto, pero en vano (vv. 8, 16, 17). Versículos 1–8 I. Amenaza de castigo contra Judá y Jerusalén. La ciudad no veía venir el nublado; todo parecía tranquilo y sereno. Pero el profeta les dice que en breve serán invadidos por un poder extranjero que vendrá del norte, el cual causará desolación general. Se predice aquí: 1. Que el toque de alarma debe ser fuerte y tremendo (v. 1). Los hijos de Benjamín, tribu en la que caía la mayor parte de Jerusalén, son llamados a escapar por su vida a la campiña, pues la ciudad (a la cual se les exhortó en un principio que fuesen a refugiarse—4:5, 6—) va a ser muy pronto demasiado incómoda para ellos. Se les dice que toquen alarma en Técoa, que caía a doce millas al sur de Jerusalén, y que levantasen señal (algo así como un faro—v. Jue. 20:38—) en Bet-hakérem, sobre cuya ubicación no están de acuerdo los autores, aunque lo más probable es que se hallase en un montículo entre Belén y Técoa. 2. Que el ataque que se cernía sobre ellos iba a ser terrible. La hija de Sion (v. 2) es comparada a una mujer bella y delicada, que, al no estar acostumbrada a pasarlo mal, no estará en condiciones de resistir al enemigo ni aguantar bravamente la destrucción. Los generales enemigos y sus ejércitos son comparados (v. 3) a pastores con sus rebaños, tan numerosos que los soldados habían de seguir a sus jefes como las ovejas a sus pastores. Estos pastores se harían pronto los amos del campo abierto y sus rebaños tendrían abundante que comer, esto es precisamente lo que habían de hacer las tropas caldeas en los alrededores de la capital del país. Es Dios quien les ha comisionado para esta guerra (v. 6). Dios mismo dice: «Ésta es la ciudad que ha de ser visitada (lit.) por la justicia divina, y éste es el tiempo de su visitación». Los invasores se preparan a asaltar la ciudad cuanto antes: «a mediodía (v. 4), para tomarla por sorpresa, pues los habitantes no pensarán que lo hagamos en lo más recio del calor. ¡Es una lástima que no hayamos avanzado más, pues ya va cayendo el día! No importa; haremos el asalto final de noche (v. 5)». II. El motivo de este castigo es enteramente la maldad de ellos. Ellos lo han traído sobre sí mismos; a sí mismos han de echarse la culpa. Son oprimidos de esta manera porque han sido opresores; los va a tratar duramente el enemigo porque ellos se han tratado duramente unos a otros. El pecado se ha vuelto para ellos una segunda naturaleza (v. 7), «como la fuente nunca cesa de manar sus aguas», abundante y constantemente. El clamor de sus pecados ha subido a la presencia de Dios como el de Sodoma (v. 7b): «continuamente en mi presencia—dice Jehová—, enfermedad y herida». Ésta era también la queja de los que se veían injustamente heridos en su cuerpo o en su espíritu, en sus bienes o en su reputación. III. Cómo impedir esta catástrofe (v. 8): «Corrígete, Jerusalén, para que no se aparte mi alma de ti; atiende a la instrucción que se te da por medio de mi palabra escrita y por medio de mis profetas». En estas frases se echan de ver la ternura y el