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UNLP
Facultad de Bellas Artes                                                                                     Historia del Arte I
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¿Qué hace a los humanos modernos?
Michael Balter

BALTER, Michael: “What Made Humans Modern?”, en: Revista Science, número 295, 15 de febrero de 2002; pp. 1219-1225.
Traducido del inglés por Silvina Cordero.

¿Puede nuestra especie haber nacido de una rápida explosión de cambio? Los investigadores de diferentes disciplinas están
tratando de averiguarlo.

         Cambridge, Massachussets, y Cambridge, Inglaterra.- Tres piezas craneanas de homínidos se asientan
desordenadamente sobre el escritorio de Daniel Lieberman, la órbita de sus huecos oculares vacíos, mirando misteriosamente
hacia adelante. Si ellas pudieran ver, darían un vistazo al pacífico y verde patio interior de la Universidad de Harvard, justo
fuera de la ventana del antropólogo. Pero estos cráneos fueron testigos de algunos de los más dramáticos eventos de la
prehistoria humana, incluyendo el misterioso nacimiento de nuestra propia especie, el Homo sapiens.
         La primera calavera, de quizás 30,000 años de antigüedad, fue encontrada en Zambia. Procede de una especie que
puede haber sido ancestro tanto de los humanos modernos como de los Neandertales. La segunda, es de un Neandertal de
Francia con una datación de 70,000 años. Y la última es de un Homo sapiens de 100,000 años de antigüedad, descubierto en
Israel.
         Lieberman toma cada cráneo y coloca un lápiz a través de la órbita ocular. “Vea la diferencia”, dice él. “Cuando yo
hago esto con el humano moderno, toco el lado inferior del lóbulo frontal, pero con los otros dos, mi lápiz acaba bajo la
marcada cresta ósea de la frente”. En los humanos modernos, él explica, la cara y los ojos están encerrados bajo el cráneo, en
lugar de sobresalir hacia adelante prognáticamente, como en todas las otras especies humanas ahora extintas. Y la calavera
del humano moderno es globular como una pelota de volley en lugar de oblonga como una de rugby.
         En la perspectiva de Lieberman, estos dos rasgos -más que la larga lista de caracteres de la que los antropólogos
dependen habitualmente- son los rasgos distintivos claves de los humanos modernos. Y él dice que esta nueva forma de la
calavera, que debe haber dado lugar a la expansión de los principales lóbulos frontal y temporal del cerebro, fue producida por
pequeños ajustes evolutivos en unos pocos huesos a lo largo de la base del cráneo, posiblemente debido solamente a un
puñado de cambios genéticos. Si él está en lo correcto, la aparición de los humanos modernos podría haber sido un evento
relativamente abrupto, más que una evolución gradual.
         “Esto muestra que el evento de la especiación no tiene que ser complicado con un montón de pasos”, dice Lieberman.
“Ud. puede necesitar sólo un cambio y no 15 o 20”.
         La audaz propuesta de Lieberman es la última entrada en un debate nuevamente vigorizado sobre la constitución de
los humanos modernos. Una afluencia de nueva evidencia desde tres fuentes -fósiles, artes y artefactos y genes- está forzando
a los investigadores a repensar qué rasgos marcan el origen de nuestra especie y cómo y cuándo estos rasgos aparecieron.
         Alguna de esta nueva evidencia desafía la noción de que el desarrollo de los humanos modernos fue un lento proceso
gradual. Mientras que Lieberman apunta hacia unos pocos rasgos anatómicos claves, por ejemplo; otros estudios plantean la
posibilidad de que el nacimiento del Homo sapiens dependió sólo de un puñado de cambios genéticos. Algunos genetistas
están a la caza de unas pocas mutaciones que habrían ayudado a lanzar los cerebros homínidos al hiperespacio cognitivo.
         Pero otros investigadores son escépticos con respecto a que la aparición de nuestra especie pueda ser explicada
lanzando sólo unos pocos cambios genéticos. Ciertamente, los arqueólogos -algunos de los cuales han argumentado
largamente a favor de una rápida explosión de habilidades cognitivas- están ahora digiriendo nueva evidencia que implica un
desarrollo más gradual del comportamiento sofisticado. “En África, donde emergió nuestra especie, no vemos ningún salto
repentino”, argumenta la antropóloga Alison Brooks de la Universidad George Washington (GWU), DC. Ella y otros científicos
ven el nacimiento de nuestra especie como un proceso gradual, en los cambios tanto físicos como conductuales, alimentados
por los factores climáticos y medio ambientales.
         Cuál escenario es el correcto es todavía una pregunta abierta. “¿Hablamos de 10 ó 1000 o 10,000 cambios genéticos
significativos?” pregunta el genetista molecular de la universidad de Oxford Chris Tyler Smith. “No sabemos”. Pero la nueva ola
de investigación, así como intensifica las conversaciones cruzadas entre disciplinas, está aumentando las posibilidades de que
estas diferentes líneas de evidencia puedan eventualmente convergir en un escenario consistente respecto a cómo apareció
nuestra especie. “En el pasado, teníamos una perspectiva muy simplista de lo que eran los humanos modernos”, dice la
paleoantropóloga Leslie Aiello de la University College de Londres. “Ahora estamos entrando en un período muy excitante,
donde comenzamos a ser capaces de unir las piezas”.

¿Cráneos modernos, cerebros modernos?

         En la última década, la búsqueda de los orígenes del humano moderno cruzó por lo menos un punto crítico: Muchos
investigadores ahora piensan que saben dónde, y aproximadamente cuándo apareció el Homo sapiens. El lugar: África. La
fecha: entre hace 100,000 y 200,000 años. Los genetistas, por su lado, han analizado la diversidad genética humana actual
en todo el mundo y luego la extrapolaron hacia atrás, utilizando rangos de mutación a modo de “reloj molecular”. Sus estudios
concluyeron que todos los humanos modernos descendieron de una población ancestral que vivió en África hace poco menos
de 200,000 años, -con muchas fechas convergiendo en los 130,000 años.
2
         Muchos expertos en fósiles llegaron a la misma conclusión. La mayoría acuerda que el esqueleto de 130,000 años
de edad de Omo Kibish en Etiopía, y los fósiles de 100,000 años de edad de la boca del Río Klasies en Sudáfrica, son
“anatómicamente modernos”: Esto significa que bajo la evidencia de la forma de estos huesos, pertenecen a nuestra especie.
         Aunque esta es ahora la perspectiva mayoritaria, permanecen algunos opositores, incluyendo el paleoantropólogo de
la Universidad de Michigan, Milford Wolpoff, en Ann Arbor. Continúa argumentando a favor de la teoría multirregionalista: que
los humanos pertenecieron a la misma especie por cerca de 2 millones de años y evolucionaron simultáneamente en todo el
globo.
         Este ha sido un conflicto amargo por dos décadas, y está lejos de finalizar. Pero el consenso creciente sobre el origen
africano significa que “ahora podemos dirigir nuestras energías en ahondar en el registro africano y en reducir la brecha
respecto a cuándo y cómo ocurrieron estos cambios”, dice el paleoantroplólogo Chris Stringer del Museo de Historia Natural en
Londres, un defensor de la teoría “Fuera-de-África”.
         En realidad, para aquellos que suscriben a la hipótesis Fuera-de-África, podría parecer un asunto bastante simple
apuntar a lo que ocurrió en ese continente alrededor de 130,000 años atrás o antes, particularmente con respecto al cráneo y
al cerebro. Pero la vida y la evolución no son tan simples.
         Tomemos el tamaño total del cerebro, un rasgo largamente pensado como una aproximada correlación con la
capacidad de pensamiento. Los humanos modernos con una capacidad craneal promedio de 1300 a 1400 centímetros
cúbicos, tienen cerebros un poco más grandes que aquellos de la mayoría de los humanos más tempranos; como los cerebros
del Homo heidelbergensis, por ejemplo, una especie que algunos investigadores piensan, fue ancestro tanto de humanos
como de Neandertales, miden de 1000 a 1300 cc.
         Pero los honores para el tamaño del cerebro, de 1400 cc, los llevan los Neandertales, considerados por muchos
investigadores una especie separada de la nuestra. Incluso cuando los investigadores adjudican a los Neandertales cuerpos
más robustos, sus cerebros eran aún sólo apenas más pequeños que los nuestros.
         Esto condujo a muchos investigadores a sugerir que los Neandertales, quienes coexistieron por miles de años con los
Homo sapiens hasta que se extinguieron hace alrededor de 30,000 años, pudieron haber sido tan inteligentes como los
humanos modernos. “Podría ser bueno pensar a los Neandertales como la otra especie moderna”, afirma el antropólogo
Christoph Zollikofer de la Universidad de Zürich. “Los grandes cerebros de los Neandertales y de los humanos modernos
podrían representar logros evolutivos paralelos, y su diferencia de forma craneal podría reflejar diferentes estrategias
evolutivas para contener un cerebro grande en un espacio pequeño”.
         Sin embargo, otros científicos dudan que los Neandertales fueran tan inteligentes como los humanos modernos, dadas
sus herramientas menos sofisticadas, y su comportamiento simbólico limitado. Este debate también está lejos de ser resuelto
(Science, 14.09.01, p.1980), pero es claro que el tamaño de la circunferencia del cerebro no es toda la historia.
         Si los cerebros humanos modernos no son sorprendentes por su tamaño, entonces, ¿cuáles son nuestras
características distintivas? Lieberman es uno dentro de la larga lista de antropólogos físicos que se enfoca en la forma de
nuestras calaveras. En 1982, por ejemplo, Stringer y el paleoantropólogo Michael Day, ahora también parte del Museo de
Historia Natural de Londres, propusieron siete características craneanas -tales como la forma redondeada de los huesos
parietales en la cúspide del cráneo, y crestas frontales muy reducidas- como un diagnóstico para el Homo sapiens. Otros
investigadores han agregado aún otros ítems a la lista. “Esta es la única guía que tuvimos por los últimos 20 años”, dice Aiello.
         Utilizando estos criterios, muchas calaveras caen en la frontera entre las formas modernas y “arcaicas”. Esto condujo
a muchos investigadores a concluir que los primeros humanos anatómicamente modernos representan un continuum de
cambios graduales que comenzó cientos de miles de años antes -no un evento de especiación repentino. “Yo veo una
evolución bastante gradual desde un grado arcaico ancestral temprano de Homo sapiens... hacia los humanos
anatómicamente modernos tempranos”, aduce el paleoantropólogo Günter Bräuer de la Universidad de Hamburgo de
Alemania.
         Cuando Lieberman se aproximó al problema de una nueva manera, no obstante, obtuvo una diferenciación mucho
más precisa entre los cráneos modernos y arcaicos. En un estudio publicado online el mes pasado por la Proceedings of the
National Academy of Sciences, Lieberman y sus colaboradores midieron las características de Stringer y Day y otros rasgos, en
más de 119 cráneos. Ellos incluyeron 100 Homo sapiens recientes de todo el mundo, 10 antiguos humanos anatómicamente
modernos, 5 Neandertales, 4 Homo heidelbergensis, y numerosos niños humanos modernos y chimpancés en varios estadíos
de crecimiento.
         El grupo desarrolló una serie de análisis computarizados sobre esta base de datos. Primero, identificaron aquellas
combinaciones de rasgos que mejor daban cuenta de la variación en la forma entre el humano moderno y otros cráneos
homínidos. Gran parte de la variación podía reducirse a dos rasgos, al de su redondez y retracción facial; o a cuan oprimido el
rostro es contenido dentro de la caja craneana, afirma Lieberman. Y estas dos características parecerían suficientes para
distinguir entre los cráneos modernos y arcaicos, sin superposiciones.
         Lo que es más, los patrones de crecimiento de humanos y chimpancés mostraron que estos rasgos únicamente
humanos son el resultado de tempranos cambios en el desarrollo de los huesos que constituyen la base craneal. Por ejemplo,
el segmento anterior de la base craneal es relativamente de un 15 a un 20 % más largo en el cráneo de los humanos
modernos que en otras especies extintas, y la base está inclinada en un ángulo mucho más agudo en los modernos. Esta
flexión permite a la cara crecer contenida bajo caja craneana, en lugar de sobresalir hacia delante, explica Lieberman.
         El hecho de que estos rasgos aparezcan casi completamente durante el desarrollo prenatal e infantil es importante,
dice él: Este tipo de alteración temprana en el patrón de crecimiento, en lugar del desarrollo posterior, puede crear importantes
cambios en la forma del cuerpo.
         Este argumento fue reforzado por un estudio de infantes y niños Neandertales y humanos modernos, publicado el año
pasado in Nature por Zollifoker y la antropóloga Marcia Ponce de León, también de la Universidad de Zürich. Ellos también
encontraron esas diferencias claves entre los Neandertales y los humanos modernos, incluyendo que el ángulo de la base
craneal, emergían muy temprano, probablemente antes del nacimiento. “Sus análisis encajan en mi modelo perfectamente”,
afirma Lieberman. Zollifoker acuerda: “Nosotros comenzamos desde diferentes puntos para alcanzar conclusiones similares”.
3
         En cuanto a qué disparó esta alteración en la forma craneana, Lieberman propone que el factor crucial pudo haber
sido una expansión relativa de los lóbulos frontales o temporales. Los antropólogos físicos argumentan respecto a si tal
expansión en los humanos es proporcionalmente mayor a la expansión general del cerebro. Pero los neurocientíficos, que han
pasado décadas experimentando y escaneando sobre el lóbulo frontal, asocian esta región con muchos de los sellos del
comportamiento del humano moderno, tales como el pensamiento creativo, expresión artística, planificación, y lenguaje; el
lóbulo temporal está vinculado a la audición y a la memoria.
                                                                                                            La expansión de
                                                                                                   estas      áreas     habría
                                                                                                   alargado el segmento
                                                                                                   anterior de la base
                                                                                                   craneal, al mismo tiempo
                                                                                                   que empujó la cara hacia
                                                                                                   una posición más vertical,
                                                                                                   nota Lieberman. Y, aduce
                                                                                                   que, estudios de las
                                                                                                   deformaciones en los
                                                                                                   cerebros de los infantes
                                                                                                   vivientes muestran que “la
                                                                                                   forma del cerebro cambia
                                                                                                   la forma de la caja
                                                                                                   craneana y no viceversa”
                                                                                                   -haciendo lo mismo que la
                                                                                                   selección natural hizo
                                                                                                   sobre el cerebro y la forma
                                                                                                   que el cráneo tomó a
                                                                                                   continuación.
                                                                                                            Pero, a pesar de
que el estudio de Lieberman puede sugerir una clara distinción en la forma entre las calaveras arcaicas y modernas, otros
investigadores cuestionan algunos de sus supuestos. Stringer advierte que el análisis de Lieberman requiere usar
especimenes fósiles que posean rostros y cráneos relativamente completos. Eso deja afuera un número incompleto -y quizás
momentáneo- de calaveras que pueden representar modernos tempranos. Y Brauer comenta que alguno de los fósiles de la
muestra de Lieberman puede que no sean ancestros de humanos modernos. “Si Ud. tomara 10 calaveras diferentes, quizás
podría ver coincidencias” entre las formas arcaicas y las formas humanas modernas, dice él.
         Otros toman parte de la noción de achicamiento de los criterios de Stringer-Day a sólo dos rasgos. Para otros, rasgos
independientes, tales como las crestas de la frente reducidas, son también importantes, aduce el paleoantropólogo Ian
Tattersall del Museo de Historia Natural Americano (AMNH) en la ciudad de Nueva York. Stringer dice que “otras partes del
esqueleto, tales como la pelvis, pueden también ser relevantes” para distinguir nuestra especie.
         Pero Tattersall acuerda con la conclusión general de Lieberman en la que la calavera del humano moderno puede ser
el resultado de un pequeño número de eventos evolutivos. “Estaría muy sorprendido si las distinciones entre Homo sapiens y
sus parientes más cercanos no se debieran a un cambio genético relativamente pequeño con consecuencias de desarrollo
importantes”, como Lieberman ha sugerido, dice Tattersall. Y en los estudios de Lieberman y Zollifoker “ciertamente se
respaldan el uno al otro, al decir que existen unos pocos rasgos fundamentales que son claves para los diferentes patrones de
crecimiento” entre los humanos modernos y extintos, dice Stringer.
         Aunque no han ganado aceptación universal aún, los nuevos criterios de Lieberman para la modernidad anatómica
“adelantan el debate” y “son probablemente tan buenos como cualquier criterio que tengamos ahora mismo”, dice Aiello del
University College de Londres.
         Pero los antropólogos físicos tienen que lidiar aún con un tema pendiente, señala Aiello: ¿Estas innovaciones en la
anatomía del cráneo realmente ayudan a hacer a los humanos modernos una verdadera especie diferente, esto es, un grupo
separado que podría no reproducirse con los Neandertales u otros humanos extintos? Esta es la definición de las especies en
la que muchos biólogos evolutivos insisten. “Nadie ha resuelto aún esta cuestión”, dice ella.

¿Revolución o evolución?

         Mientras que los anatomistas consideran el vínculo entre las calaveras modernas y los cerebros modernos, los
arqueólogos catalogan lo que parecen ser ideas más directas de las mentes antiguas: las herramientas, los hogares, los
trabajos artísticos, y otros rastros que los humanos tempranos dejaron atrás. “Una especie es lo que una especie hace”, dice el
antropólogo Stanley Ambrose de la Universidad de Illinois, Urbana Champaign. Pero el registro arqueológico ha conducido a un
rompecabezas desconcertante: Existe relativamente poca evidencia que indiquen cambios dramáticos en la conducta hasta
pasado mucho tiempo de la aparición de la anatomía moderna.
         Muchos investigadores han pensando que los primeros signos de verdadero comportamiento moderno no aparecieron
hasta hace 50.000, durante la también llamada Edad de Piedra Tardía (EPT) en África. Esto fue pronto seguido por lo que
algunos llamaron una “revolución humana” comenzando hace 40.000 años, durante el período Paleolítico Superior en Europa.
El registro arqueológico parece explotar con la actividad creativa, incluyendo ornamentos personales, elaborados enterratorios
rituales, y las fantásticas pinturas en cavernas, como las obras de arte en la Gruta Chauvet en Francia, de 32.000 años de
antigüedad. (Science, 12.02.99, p. 920).
         Esta explosión de cultura condujo a algunos científicos, especialmente al arqueólogo Richard Klein, de la Universidad
de Stanford en California, a proponerse que hace alrededor de 50.000 años, al linaje humano sobrevino un cambio genético
4
que estimuló las capacidades cognitivas del cerebro. Esta mutación, argumenta Klein, desencadena muchas de las
habilidades que asociamos con los humanos modernos, incluyendo el lenguaje, el pensamiento abstracto, y la expresión
simbólica. “La [anatomía] continuó siendo la misma”, dice Klein. “Pero mire Ud. lo que ocurre con el registro cultural. Antes, [el
cerebro] tenía sólo un tipo de software. Ahora, Ud. tiene un hardware que puede funcionar con cualquier tipo de software”.
          Pero la conclusión de que el comportamiento moderno llegó tan tardía -y tan repentinamente- está ahora siendo
atacada. Quizás el ataque más violento llegó el mes pasado, cuando un equipo dirigido por el arqueólogo Christopher
Henshilwood del Museo Sudafricano en Ciudad del Cabo, informó lo que proclama el arte más viejo del mundo: dos piezas de
77.000 años de ocre rojo grabadas con diseños geométricos, encontradas en la Cueva de Blombos, en la costa sur de
Sudáfrica (Science, 11.01.02, p. 247 y p. 1278). “Este es un descubrimiento fantástico”, dice Brooks de la GWU. “Es una
prueba real del comportamiento simbólico en esta fecha temprana”.
          Ciertamente, incluso antes de que la investigación de Blombos sea publicada, Brooks, junto con la paleoantropóloga
Sally Mc Brearty de la Universidad de Connecticut, en Storss, han lanzado el desafío a aquellos quienes expusieron la idea de
explosión cultural.
          En un artículo de hace dos años en el Journal of Human Evolution (JHE), titulado “La revolución que no fue”, la pareja
argumentó que las verdaderas raíces de la modernidad podrían ser encontradas mucho antes de los 50.000 años. Ellas
citaron una cantidad de recientes excavaciones en África, incluyendo Blombos, que revelan herramientas en piedra y hueso de
manufactura sofisticada, avanzadas habilidades en caza y en pesca, y redes de intercambio bien desarrolladas; -evidencias,
ellas arguyen, para el comportamiento moderno, decenas de miles de años antes.
          Aunque ellas acuerdan que tal evidencia es mucho más abundante durante el Paleolítico Superior, la transición
cognitiva “no fue repentina”, dice Brooks. “Fue mejorando a partir de un plan básico que ya estaba ahí”. La mayoría de los
avances en el comportamiento durante este último período, ellas argumentan, se debieron a la evolución cultural, más que a la
genética -los cambios genéticos ya habían ocurrido.
          Henshillwood agrega que el descubrimiento de Blombos podría resultar ser la “punta del iceberg” a medida que más
sitios africanos de la pre-EPT sean excavados.
Brooks acuerda: “Nosotros vemos numerosos indicios de que los humanos... ya tenían esas habilidades”, dice ella, incluyendo
antiguas cuentas de cáscaras de huevos de avestruces en Mumba Rock Shelter en Tanzania y puntas de huesos punzantes de
Katanda, en el Congo. Ciertamente, el pasado Diciembre en el JHE, el equipo de Henshilwood informó sobre el descubrimiento
de un escondite con herramientas de hueso elaboradamente trabajadas (usualmente interpretadas como evidencia de
comportamiento moderno) en los sitios de Blombos también fechados hace alrededor de 70.000 años.
          Pero tales artefactos son considerados por muchos, menos convincentes que el arte verdadero. Y algunos
investigadores no tienen deseos de arrojar amplias conclusiones a partir de los diseños de ocre rojos. Klein, quien trabajó en
Blombos como analista de huesos animales, dice que “el significado de estas piezas permanecerá en debate mientras ellas
sean únicas”.
          El arqueólogo Randall White de la Universidad de Nueva York argumenta que ni los aislados diseños de ocre rojo, ni las
herramientas de hueso, representan “evidencia de organizados sistemas simbólicos compartidos a través del espacio y el
tiempo” -el sello, él cree, del completo comportamiento moderno visto en el Paleolítico Superior. White dice que los más
tempranos hallazgos no pueden ser equiparados con las representaciones que evidencian una completa explosión simbólica,
tales como las pinturas de caballos, leones, y rinocerontes en la Gruta Chauvet.
          Sin embargo White, a diferencia de Klein, no piensa que la “revolución” del Paleolítico Superior fuera conducida por
cambios genéticos. De hecho, él y muchos otros investigadores acuerdan con Brooks que la explosión del paleolítico Superior
fue el resultado de “cambios culturales y no biológicos”, como propone el paleoantropólogo Robert Foley de la Universidad de
Cambridge. En otras palabras, aún si algún tipo de evento de especiación genética haya dado aparición a los cerebros
modernos, esto no significa que el comportamiento moderno completo floreciera inmediatamente después -en cuyo caso el
registro arqueológico puede ser una pobre guía para la datación de cambios genéticos y neurológicos.
          “El big bang” de los avances cognitivos genéticamente determinados “llegó con los humanos modernos”, sugiere el
psicólogo Michael Tomasello del Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology en Lepzig, Alemania. Pero lo que siguió, él
sugiere, fue un “efecto de rueda”: evolución cultural alimentada por la transmisión de conocimiento mejorada, especialmente
vía lenguaje. Dice Tattersall del AMNH: “Nosotros no fuimos de la primera herramienta de hoja o de los grabados geométricos
de Blombos, a la luna de la noche a la mañana, y aún estamos aprendiendo nuevas maneras de desplegar nuestras
capacidades actuales”.
          Los homínidos más tempranos, agrega el antropólogo C. Owen Lovejoy de la Universidad Estatal de Kent, en Ohio,
“podrían haber sido tan inteligentes como somos hoy, pero les faltaban los hombros de gigantes sobre los cuales subirse”.

La búsqueda de genes.

         Mientras que antropólogos y arqueólogos opinan sobre cuántos cambios genéticos condujeron al nacimiento del Homo
Sapiens, los genetistas, por su lado, trataron de reunir información, pero enfrentan un difícil desafío. Descifrar el antiguo ADN
es una labor formidable que ha sido exitosamente realizada en sólo unos pocos Neandertales relativamente recientes.
Antiguos fósiles de 100.000 años o más quedan fuera de alcance. Y, aunque algunos genetistas están afanosamente
explorando genomas de primates y humanos buscando diferencias en los genes y en la expresión de los genes, especialmente
en el cerebro (Science, 06.04.01, p. 44), estos estudios revelan diferencias entre los simios y los humanos -no lo que separa a
los humanos modernos de los extintos.
         “Estamos mirando al menos un 2% de diferencia genética entre chimpancés y humanos, pero vastas diferencias en la
morfología y la conducta”, afirma el paleoantropólogo Mark Collard de la University College London. “No creo que la
información genética sea un panacea para resolver [los orígenes de los humanos modernos]”.
         Sin embargo han habido algunos avances importantes recientes. El año pasado en Nature, por ejemplo, investigadores
informaron el hallazgo de un gen directamente implicado con la habilidad de hablar -una habilidad que muchos, pero no todos
5
los investigadores, consideran es única del humano moderno. Los investigadores están ahora experimentando sobre la
historia evolutiva de ese gen, para ver si sufrió mutaciones alrededor de la fecha de nacimiento del Homo sapiens (Science,
05.10.01, p. 32).
         Y un grupo de investigadores ha propuesto lo que algunos creen es una búsqueda quijotesca, la de identificar
explícitamente los genes que nos hacen modernos. Ellos incluso han identificado un gen candidato que, aducen, podría ser el
responsable del lenguaje y otras habilidades cognitivas avanzadas.
         A comienzos de los ‘90s, el psiquiatra de la Universidad de Oxford Timothy Crow, hipotetizó que justamente tal gen,
clave para el lenguaje y las asimetrías cerebrales que muchos investigadores creen que lo acompañan, podría estar localizado
en los cromosomas sexuales. Tal posibilidad podría parecer lejana porque existen unos pocos genes funcionales en el
cromosoma Y, y la mayoría se involucra con la fertilidad masculina. Pero Crow ya tiene una buena idea sobre dónde mirar.
         Una década antes, el equipo del genetista David Page del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) identificó un
bloque de 4 millones de pares de base de ADN en el cromosoma X, llamado Xq21.3, el cual faltaba del cromosoma Y en todos
los mamíferos excepto en los humanos. Page y otros más descubrieron que alrededor de 3 ó 4 millones de años atrás -esto es,
después de que se dividieran las líneas del chimpancé y el humano- este segmento fue copiado en el segmento del
cromosoma Y del linaje del homínido. El segmento homólogo del cromosoma Y luego sufrió un reajuste llamado inversión
paracéntrica, en la cual cambia su dirección y se divide en dos partes. Crow especuló que este segundo evento genético
desencadenó cambios genéticos en ambos segmentos X e Y, que finalmente condujeron a la especiación de los humanos
modernos. Él predijo que uno o más genes importantes para la función cerebral serían encontrados en estos segmentos de
cromosomas.
         Luego, hace dos años, el grupo del genetista molecular de la Universidad de Cambridge Nabeel Affara, reportó haber
encontrado genes funcionales similares, llamados PCDHX y PCDHY, en este segmento en ambos cromosomas X e Y. Los
códigos genéticos para un miembro de la familia de proteínas protocadherina, bimoléculas que juegan roles críticos en el
desarrollo del sistema nervioso. Seguramente, PCDHX y PCDHY “están casi por completo expresados en el cerebro”, dice
Affara.
         Pero debido a que nadie fue aún capaz de fechar la inversión paracéntrica, la teoría de Crow, vinculada al origen del
humano moderno, deja especulaciones. Affara y Crow trabajan juntos para caracterizar mejor los genes PCDH y lo hacen, con
esperanzas de demostrar que son cruciales para las habilidades cognitivas asociadas únicamente con los humanos modernos.
Mientras tanto, comenta Tattersall, “Me quito el sombrero ante ellos por intentar de arribar a un mecanismo” para la
especiación del Homo sapiens. “Pueden estar equivocados, pero necesitamos tantas ideas como sea posible”.
         Puede pasar bastante tiempo antes de que todas estas nuevas ideas en antropología, arqueología, genética, y otras
disciplinas se unan para crear una imagen coherente del origen de los humanos modernos. Pero los investigadores se
encuentran estimulados por estos intentos interdisciplinarios. “Esta nueva investigación proveerá el impulso para muchos
otros descubrimientos”, dice Aiello. “Estamos en el camino”.
         Pueden haber unas pocas respuestas seguras hasta ahora, pero una cosa parece cierta: En algún momento durante
los últimos 200,000 años o algo así, la evolución nos bendijo con la sabiduría de hacer las preguntas.

¿Por qué hacerse más inteligentes?

         Para nosotros los humanos, puede parecernos que a más inteligente, siempre es mejor. Pero sólo una vez en la
historia de la vida en la tierra, la selección natural favoreció la evolución de cerebros suficientemente sofisticados, para
mandar gente a la luna, pintar la Mona Lisa, o preguntarnos sobre nuestros propios orígenes. Sin embargo, desplegada esta
evolución, la mayoría de los antropólogos piensan que el conocimiento humano avanzado no fue un accidente evolutivo, sino
una adaptación al desafiante medio ambiente.
         Los expertos han sugerido que una serie de cambios climáticos globales salvajes, que fueron especialmente intensos
a comienzos de alrededor de 250,000 años atrás, forzaron a las especies de homínidos a adaptarse o a extinguirse. En esos
tiempos, el clima africano viró de muy frío y seco a muy cálido y húmedo en sólo un siglo. “Imagine estas poblaciones humanas
siendo empujadas por estos tremendos cambios”, dice el antropólogo Chris Stringer del Museo de Historia Natural en Londres.
“Esto debió tener profundos efectos” en su supervivencia.
         ¿Pero si las condiciones variaban tan seguido, a qué se adaptaban exactamente los humanos? A la variación misma,
afirma el paleoantropólogo Richard Potts del Instituto Smithsoniano de Washington, DC. Él argumenta que la evolución humana
está marcada por una creciente habilidad de lidiar con el cambio -el resultado de un proceso que llama “selección de
variabilidad”- en lugar de una adaptación a los hábitats específicos. Y esta habilidad, cree él, alcanza su punto máximo con los
humanos modernos. Los sellos del Homo sapiens, dice él, son “el uso de complejos códigos simbólicos y abstracción, que
presentaron el potencial para la diversificación conductual y alteración extraordinariamente sofisticada de sus alrededores”.
         Muchos expertos consideran que esta plasticidad en responder a los nuevos retos ambientales sienta los
fundamentos cognitivos para nuestra habilidad de resolver creativamente nuevos problemas -como llegar a la luna- que
nuestros ancestros nunca tuvieron que enfrentar. “Las mentes de nuestros ancestros no estaban equipadas con estrategias
específicas para cazar mastodontes, pero sí con categorías más generales tales como ‘persona’, ‘cosa viviente’, ‘acción’,
‘causa y efecto’”, dice el neurocientífico cognitivo Steven Pinker del Instituto de Tecnología del Massachusetts. Cuando estas
categorías fueron recombinadas en la mente, agrega Pinker, “Un ilimitado número de nuevas ideas... o cursos de acción
pudieron ser reformulados”.

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  • 1. 1 UNLP Facultad de Bellas Artes Historia del Arte I Cátedra de Daniel Sánchez Marzo de 2006 ¿Qué hace a los humanos modernos? Michael Balter BALTER, Michael: “What Made Humans Modern?”, en: Revista Science, número 295, 15 de febrero de 2002; pp. 1219-1225. Traducido del inglés por Silvina Cordero. ¿Puede nuestra especie haber nacido de una rápida explosión de cambio? Los investigadores de diferentes disciplinas están tratando de averiguarlo. Cambridge, Massachussets, y Cambridge, Inglaterra.- Tres piezas craneanas de homínidos se asientan desordenadamente sobre el escritorio de Daniel Lieberman, la órbita de sus huecos oculares vacíos, mirando misteriosamente hacia adelante. Si ellas pudieran ver, darían un vistazo al pacífico y verde patio interior de la Universidad de Harvard, justo fuera de la ventana del antropólogo. Pero estos cráneos fueron testigos de algunos de los más dramáticos eventos de la prehistoria humana, incluyendo el misterioso nacimiento de nuestra propia especie, el Homo sapiens. La primera calavera, de quizás 30,000 años de antigüedad, fue encontrada en Zambia. Procede de una especie que puede haber sido ancestro tanto de los humanos modernos como de los Neandertales. La segunda, es de un Neandertal de Francia con una datación de 70,000 años. Y la última es de un Homo sapiens de 100,000 años de antigüedad, descubierto en Israel. Lieberman toma cada cráneo y coloca un lápiz a través de la órbita ocular. “Vea la diferencia”, dice él. “Cuando yo hago esto con el humano moderno, toco el lado inferior del lóbulo frontal, pero con los otros dos, mi lápiz acaba bajo la marcada cresta ósea de la frente”. En los humanos modernos, él explica, la cara y los ojos están encerrados bajo el cráneo, en lugar de sobresalir hacia adelante prognáticamente, como en todas las otras especies humanas ahora extintas. Y la calavera del humano moderno es globular como una pelota de volley en lugar de oblonga como una de rugby. En la perspectiva de Lieberman, estos dos rasgos -más que la larga lista de caracteres de la que los antropólogos dependen habitualmente- son los rasgos distintivos claves de los humanos modernos. Y él dice que esta nueva forma de la calavera, que debe haber dado lugar a la expansión de los principales lóbulos frontal y temporal del cerebro, fue producida por pequeños ajustes evolutivos en unos pocos huesos a lo largo de la base del cráneo, posiblemente debido solamente a un puñado de cambios genéticos. Si él está en lo correcto, la aparición de los humanos modernos podría haber sido un evento relativamente abrupto, más que una evolución gradual. “Esto muestra que el evento de la especiación no tiene que ser complicado con un montón de pasos”, dice Lieberman. “Ud. puede necesitar sólo un cambio y no 15 o 20”. La audaz propuesta de Lieberman es la última entrada en un debate nuevamente vigorizado sobre la constitución de los humanos modernos. Una afluencia de nueva evidencia desde tres fuentes -fósiles, artes y artefactos y genes- está forzando a los investigadores a repensar qué rasgos marcan el origen de nuestra especie y cómo y cuándo estos rasgos aparecieron. Alguna de esta nueva evidencia desafía la noción de que el desarrollo de los humanos modernos fue un lento proceso gradual. Mientras que Lieberman apunta hacia unos pocos rasgos anatómicos claves, por ejemplo; otros estudios plantean la posibilidad de que el nacimiento del Homo sapiens dependió sólo de un puñado de cambios genéticos. Algunos genetistas están a la caza de unas pocas mutaciones que habrían ayudado a lanzar los cerebros homínidos al hiperespacio cognitivo. Pero otros investigadores son escépticos con respecto a que la aparición de nuestra especie pueda ser explicada lanzando sólo unos pocos cambios genéticos. Ciertamente, los arqueólogos -algunos de los cuales han argumentado largamente a favor de una rápida explosión de habilidades cognitivas- están ahora digiriendo nueva evidencia que implica un desarrollo más gradual del comportamiento sofisticado. “En África, donde emergió nuestra especie, no vemos ningún salto repentino”, argumenta la antropóloga Alison Brooks de la Universidad George Washington (GWU), DC. Ella y otros científicos ven el nacimiento de nuestra especie como un proceso gradual, en los cambios tanto físicos como conductuales, alimentados por los factores climáticos y medio ambientales. Cuál escenario es el correcto es todavía una pregunta abierta. “¿Hablamos de 10 ó 1000 o 10,000 cambios genéticos significativos?” pregunta el genetista molecular de la universidad de Oxford Chris Tyler Smith. “No sabemos”. Pero la nueva ola de investigación, así como intensifica las conversaciones cruzadas entre disciplinas, está aumentando las posibilidades de que estas diferentes líneas de evidencia puedan eventualmente convergir en un escenario consistente respecto a cómo apareció nuestra especie. “En el pasado, teníamos una perspectiva muy simplista de lo que eran los humanos modernos”, dice la paleoantropóloga Leslie Aiello de la University College de Londres. “Ahora estamos entrando en un período muy excitante, donde comenzamos a ser capaces de unir las piezas”. ¿Cráneos modernos, cerebros modernos? En la última década, la búsqueda de los orígenes del humano moderno cruzó por lo menos un punto crítico: Muchos investigadores ahora piensan que saben dónde, y aproximadamente cuándo apareció el Homo sapiens. El lugar: África. La fecha: entre hace 100,000 y 200,000 años. Los genetistas, por su lado, han analizado la diversidad genética humana actual en todo el mundo y luego la extrapolaron hacia atrás, utilizando rangos de mutación a modo de “reloj molecular”. Sus estudios concluyeron que todos los humanos modernos descendieron de una población ancestral que vivió en África hace poco menos de 200,000 años, -con muchas fechas convergiendo en los 130,000 años.
  • 2. 2 Muchos expertos en fósiles llegaron a la misma conclusión. La mayoría acuerda que el esqueleto de 130,000 años de edad de Omo Kibish en Etiopía, y los fósiles de 100,000 años de edad de la boca del Río Klasies en Sudáfrica, son “anatómicamente modernos”: Esto significa que bajo la evidencia de la forma de estos huesos, pertenecen a nuestra especie. Aunque esta es ahora la perspectiva mayoritaria, permanecen algunos opositores, incluyendo el paleoantropólogo de la Universidad de Michigan, Milford Wolpoff, en Ann Arbor. Continúa argumentando a favor de la teoría multirregionalista: que los humanos pertenecieron a la misma especie por cerca de 2 millones de años y evolucionaron simultáneamente en todo el globo. Este ha sido un conflicto amargo por dos décadas, y está lejos de finalizar. Pero el consenso creciente sobre el origen africano significa que “ahora podemos dirigir nuestras energías en ahondar en el registro africano y en reducir la brecha respecto a cuándo y cómo ocurrieron estos cambios”, dice el paleoantroplólogo Chris Stringer del Museo de Historia Natural en Londres, un defensor de la teoría “Fuera-de-África”. En realidad, para aquellos que suscriben a la hipótesis Fuera-de-África, podría parecer un asunto bastante simple apuntar a lo que ocurrió en ese continente alrededor de 130,000 años atrás o antes, particularmente con respecto al cráneo y al cerebro. Pero la vida y la evolución no son tan simples. Tomemos el tamaño total del cerebro, un rasgo largamente pensado como una aproximada correlación con la capacidad de pensamiento. Los humanos modernos con una capacidad craneal promedio de 1300 a 1400 centímetros cúbicos, tienen cerebros un poco más grandes que aquellos de la mayoría de los humanos más tempranos; como los cerebros del Homo heidelbergensis, por ejemplo, una especie que algunos investigadores piensan, fue ancestro tanto de humanos como de Neandertales, miden de 1000 a 1300 cc. Pero los honores para el tamaño del cerebro, de 1400 cc, los llevan los Neandertales, considerados por muchos investigadores una especie separada de la nuestra. Incluso cuando los investigadores adjudican a los Neandertales cuerpos más robustos, sus cerebros eran aún sólo apenas más pequeños que los nuestros. Esto condujo a muchos investigadores a sugerir que los Neandertales, quienes coexistieron por miles de años con los Homo sapiens hasta que se extinguieron hace alrededor de 30,000 años, pudieron haber sido tan inteligentes como los humanos modernos. “Podría ser bueno pensar a los Neandertales como la otra especie moderna”, afirma el antropólogo Christoph Zollikofer de la Universidad de Zürich. “Los grandes cerebros de los Neandertales y de los humanos modernos podrían representar logros evolutivos paralelos, y su diferencia de forma craneal podría reflejar diferentes estrategias evolutivas para contener un cerebro grande en un espacio pequeño”. Sin embargo, otros científicos dudan que los Neandertales fueran tan inteligentes como los humanos modernos, dadas sus herramientas menos sofisticadas, y su comportamiento simbólico limitado. Este debate también está lejos de ser resuelto (Science, 14.09.01, p.1980), pero es claro que el tamaño de la circunferencia del cerebro no es toda la historia. Si los cerebros humanos modernos no son sorprendentes por su tamaño, entonces, ¿cuáles son nuestras características distintivas? Lieberman es uno dentro de la larga lista de antropólogos físicos que se enfoca en la forma de nuestras calaveras. En 1982, por ejemplo, Stringer y el paleoantropólogo Michael Day, ahora también parte del Museo de Historia Natural de Londres, propusieron siete características craneanas -tales como la forma redondeada de los huesos parietales en la cúspide del cráneo, y crestas frontales muy reducidas- como un diagnóstico para el Homo sapiens. Otros investigadores han agregado aún otros ítems a la lista. “Esta es la única guía que tuvimos por los últimos 20 años”, dice Aiello. Utilizando estos criterios, muchas calaveras caen en la frontera entre las formas modernas y “arcaicas”. Esto condujo a muchos investigadores a concluir que los primeros humanos anatómicamente modernos representan un continuum de cambios graduales que comenzó cientos de miles de años antes -no un evento de especiación repentino. “Yo veo una evolución bastante gradual desde un grado arcaico ancestral temprano de Homo sapiens... hacia los humanos anatómicamente modernos tempranos”, aduce el paleoantropólogo Günter Bräuer de la Universidad de Hamburgo de Alemania. Cuando Lieberman se aproximó al problema de una nueva manera, no obstante, obtuvo una diferenciación mucho más precisa entre los cráneos modernos y arcaicos. En un estudio publicado online el mes pasado por la Proceedings of the National Academy of Sciences, Lieberman y sus colaboradores midieron las características de Stringer y Day y otros rasgos, en más de 119 cráneos. Ellos incluyeron 100 Homo sapiens recientes de todo el mundo, 10 antiguos humanos anatómicamente modernos, 5 Neandertales, 4 Homo heidelbergensis, y numerosos niños humanos modernos y chimpancés en varios estadíos de crecimiento. El grupo desarrolló una serie de análisis computarizados sobre esta base de datos. Primero, identificaron aquellas combinaciones de rasgos que mejor daban cuenta de la variación en la forma entre el humano moderno y otros cráneos homínidos. Gran parte de la variación podía reducirse a dos rasgos, al de su redondez y retracción facial; o a cuan oprimido el rostro es contenido dentro de la caja craneana, afirma Lieberman. Y estas dos características parecerían suficientes para distinguir entre los cráneos modernos y arcaicos, sin superposiciones. Lo que es más, los patrones de crecimiento de humanos y chimpancés mostraron que estos rasgos únicamente humanos son el resultado de tempranos cambios en el desarrollo de los huesos que constituyen la base craneal. Por ejemplo, el segmento anterior de la base craneal es relativamente de un 15 a un 20 % más largo en el cráneo de los humanos modernos que en otras especies extintas, y la base está inclinada en un ángulo mucho más agudo en los modernos. Esta flexión permite a la cara crecer contenida bajo caja craneana, en lugar de sobresalir hacia delante, explica Lieberman. El hecho de que estos rasgos aparezcan casi completamente durante el desarrollo prenatal e infantil es importante, dice él: Este tipo de alteración temprana en el patrón de crecimiento, en lugar del desarrollo posterior, puede crear importantes cambios en la forma del cuerpo. Este argumento fue reforzado por un estudio de infantes y niños Neandertales y humanos modernos, publicado el año pasado in Nature por Zollifoker y la antropóloga Marcia Ponce de León, también de la Universidad de Zürich. Ellos también encontraron esas diferencias claves entre los Neandertales y los humanos modernos, incluyendo que el ángulo de la base craneal, emergían muy temprano, probablemente antes del nacimiento. “Sus análisis encajan en mi modelo perfectamente”, afirma Lieberman. Zollifoker acuerda: “Nosotros comenzamos desde diferentes puntos para alcanzar conclusiones similares”.
  • 3. 3 En cuanto a qué disparó esta alteración en la forma craneana, Lieberman propone que el factor crucial pudo haber sido una expansión relativa de los lóbulos frontales o temporales. Los antropólogos físicos argumentan respecto a si tal expansión en los humanos es proporcionalmente mayor a la expansión general del cerebro. Pero los neurocientíficos, que han pasado décadas experimentando y escaneando sobre el lóbulo frontal, asocian esta región con muchos de los sellos del comportamiento del humano moderno, tales como el pensamiento creativo, expresión artística, planificación, y lenguaje; el lóbulo temporal está vinculado a la audición y a la memoria. La expansión de estas áreas habría alargado el segmento anterior de la base craneal, al mismo tiempo que empujó la cara hacia una posición más vertical, nota Lieberman. Y, aduce que, estudios de las deformaciones en los cerebros de los infantes vivientes muestran que “la forma del cerebro cambia la forma de la caja craneana y no viceversa” -haciendo lo mismo que la selección natural hizo sobre el cerebro y la forma que el cráneo tomó a continuación. Pero, a pesar de que el estudio de Lieberman puede sugerir una clara distinción en la forma entre las calaveras arcaicas y modernas, otros investigadores cuestionan algunos de sus supuestos. Stringer advierte que el análisis de Lieberman requiere usar especimenes fósiles que posean rostros y cráneos relativamente completos. Eso deja afuera un número incompleto -y quizás momentáneo- de calaveras que pueden representar modernos tempranos. Y Brauer comenta que alguno de los fósiles de la muestra de Lieberman puede que no sean ancestros de humanos modernos. “Si Ud. tomara 10 calaveras diferentes, quizás podría ver coincidencias” entre las formas arcaicas y las formas humanas modernas, dice él. Otros toman parte de la noción de achicamiento de los criterios de Stringer-Day a sólo dos rasgos. Para otros, rasgos independientes, tales como las crestas de la frente reducidas, son también importantes, aduce el paleoantropólogo Ian Tattersall del Museo de Historia Natural Americano (AMNH) en la ciudad de Nueva York. Stringer dice que “otras partes del esqueleto, tales como la pelvis, pueden también ser relevantes” para distinguir nuestra especie. Pero Tattersall acuerda con la conclusión general de Lieberman en la que la calavera del humano moderno puede ser el resultado de un pequeño número de eventos evolutivos. “Estaría muy sorprendido si las distinciones entre Homo sapiens y sus parientes más cercanos no se debieran a un cambio genético relativamente pequeño con consecuencias de desarrollo importantes”, como Lieberman ha sugerido, dice Tattersall. Y en los estudios de Lieberman y Zollifoker “ciertamente se respaldan el uno al otro, al decir que existen unos pocos rasgos fundamentales que son claves para los diferentes patrones de crecimiento” entre los humanos modernos y extintos, dice Stringer. Aunque no han ganado aceptación universal aún, los nuevos criterios de Lieberman para la modernidad anatómica “adelantan el debate” y “son probablemente tan buenos como cualquier criterio que tengamos ahora mismo”, dice Aiello del University College de Londres. Pero los antropólogos físicos tienen que lidiar aún con un tema pendiente, señala Aiello: ¿Estas innovaciones en la anatomía del cráneo realmente ayudan a hacer a los humanos modernos una verdadera especie diferente, esto es, un grupo separado que podría no reproducirse con los Neandertales u otros humanos extintos? Esta es la definición de las especies en la que muchos biólogos evolutivos insisten. “Nadie ha resuelto aún esta cuestión”, dice ella. ¿Revolución o evolución? Mientras que los anatomistas consideran el vínculo entre las calaveras modernas y los cerebros modernos, los arqueólogos catalogan lo que parecen ser ideas más directas de las mentes antiguas: las herramientas, los hogares, los trabajos artísticos, y otros rastros que los humanos tempranos dejaron atrás. “Una especie es lo que una especie hace”, dice el antropólogo Stanley Ambrose de la Universidad de Illinois, Urbana Champaign. Pero el registro arqueológico ha conducido a un rompecabezas desconcertante: Existe relativamente poca evidencia que indiquen cambios dramáticos en la conducta hasta pasado mucho tiempo de la aparición de la anatomía moderna. Muchos investigadores han pensando que los primeros signos de verdadero comportamiento moderno no aparecieron hasta hace 50.000, durante la también llamada Edad de Piedra Tardía (EPT) en África. Esto fue pronto seguido por lo que algunos llamaron una “revolución humana” comenzando hace 40.000 años, durante el período Paleolítico Superior en Europa. El registro arqueológico parece explotar con la actividad creativa, incluyendo ornamentos personales, elaborados enterratorios rituales, y las fantásticas pinturas en cavernas, como las obras de arte en la Gruta Chauvet en Francia, de 32.000 años de antigüedad. (Science, 12.02.99, p. 920). Esta explosión de cultura condujo a algunos científicos, especialmente al arqueólogo Richard Klein, de la Universidad de Stanford en California, a proponerse que hace alrededor de 50.000 años, al linaje humano sobrevino un cambio genético
  • 4. 4 que estimuló las capacidades cognitivas del cerebro. Esta mutación, argumenta Klein, desencadena muchas de las habilidades que asociamos con los humanos modernos, incluyendo el lenguaje, el pensamiento abstracto, y la expresión simbólica. “La [anatomía] continuó siendo la misma”, dice Klein. “Pero mire Ud. lo que ocurre con el registro cultural. Antes, [el cerebro] tenía sólo un tipo de software. Ahora, Ud. tiene un hardware que puede funcionar con cualquier tipo de software”. Pero la conclusión de que el comportamiento moderno llegó tan tardía -y tan repentinamente- está ahora siendo atacada. Quizás el ataque más violento llegó el mes pasado, cuando un equipo dirigido por el arqueólogo Christopher Henshilwood del Museo Sudafricano en Ciudad del Cabo, informó lo que proclama el arte más viejo del mundo: dos piezas de 77.000 años de ocre rojo grabadas con diseños geométricos, encontradas en la Cueva de Blombos, en la costa sur de Sudáfrica (Science, 11.01.02, p. 247 y p. 1278). “Este es un descubrimiento fantástico”, dice Brooks de la GWU. “Es una prueba real del comportamiento simbólico en esta fecha temprana”. Ciertamente, incluso antes de que la investigación de Blombos sea publicada, Brooks, junto con la paleoantropóloga Sally Mc Brearty de la Universidad de Connecticut, en Storss, han lanzado el desafío a aquellos quienes expusieron la idea de explosión cultural. En un artículo de hace dos años en el Journal of Human Evolution (JHE), titulado “La revolución que no fue”, la pareja argumentó que las verdaderas raíces de la modernidad podrían ser encontradas mucho antes de los 50.000 años. Ellas citaron una cantidad de recientes excavaciones en África, incluyendo Blombos, que revelan herramientas en piedra y hueso de manufactura sofisticada, avanzadas habilidades en caza y en pesca, y redes de intercambio bien desarrolladas; -evidencias, ellas arguyen, para el comportamiento moderno, decenas de miles de años antes. Aunque ellas acuerdan que tal evidencia es mucho más abundante durante el Paleolítico Superior, la transición cognitiva “no fue repentina”, dice Brooks. “Fue mejorando a partir de un plan básico que ya estaba ahí”. La mayoría de los avances en el comportamiento durante este último período, ellas argumentan, se debieron a la evolución cultural, más que a la genética -los cambios genéticos ya habían ocurrido. Henshillwood agrega que el descubrimiento de Blombos podría resultar ser la “punta del iceberg” a medida que más sitios africanos de la pre-EPT sean excavados. Brooks acuerda: “Nosotros vemos numerosos indicios de que los humanos... ya tenían esas habilidades”, dice ella, incluyendo antiguas cuentas de cáscaras de huevos de avestruces en Mumba Rock Shelter en Tanzania y puntas de huesos punzantes de Katanda, en el Congo. Ciertamente, el pasado Diciembre en el JHE, el equipo de Henshilwood informó sobre el descubrimiento de un escondite con herramientas de hueso elaboradamente trabajadas (usualmente interpretadas como evidencia de comportamiento moderno) en los sitios de Blombos también fechados hace alrededor de 70.000 años. Pero tales artefactos son considerados por muchos, menos convincentes que el arte verdadero. Y algunos investigadores no tienen deseos de arrojar amplias conclusiones a partir de los diseños de ocre rojos. Klein, quien trabajó en Blombos como analista de huesos animales, dice que “el significado de estas piezas permanecerá en debate mientras ellas sean únicas”. El arqueólogo Randall White de la Universidad de Nueva York argumenta que ni los aislados diseños de ocre rojo, ni las herramientas de hueso, representan “evidencia de organizados sistemas simbólicos compartidos a través del espacio y el tiempo” -el sello, él cree, del completo comportamiento moderno visto en el Paleolítico Superior. White dice que los más tempranos hallazgos no pueden ser equiparados con las representaciones que evidencian una completa explosión simbólica, tales como las pinturas de caballos, leones, y rinocerontes en la Gruta Chauvet. Sin embargo White, a diferencia de Klein, no piensa que la “revolución” del Paleolítico Superior fuera conducida por cambios genéticos. De hecho, él y muchos otros investigadores acuerdan con Brooks que la explosión del paleolítico Superior fue el resultado de “cambios culturales y no biológicos”, como propone el paleoantropólogo Robert Foley de la Universidad de Cambridge. En otras palabras, aún si algún tipo de evento de especiación genética haya dado aparición a los cerebros modernos, esto no significa que el comportamiento moderno completo floreciera inmediatamente después -en cuyo caso el registro arqueológico puede ser una pobre guía para la datación de cambios genéticos y neurológicos. “El big bang” de los avances cognitivos genéticamente determinados “llegó con los humanos modernos”, sugiere el psicólogo Michael Tomasello del Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology en Lepzig, Alemania. Pero lo que siguió, él sugiere, fue un “efecto de rueda”: evolución cultural alimentada por la transmisión de conocimiento mejorada, especialmente vía lenguaje. Dice Tattersall del AMNH: “Nosotros no fuimos de la primera herramienta de hoja o de los grabados geométricos de Blombos, a la luna de la noche a la mañana, y aún estamos aprendiendo nuevas maneras de desplegar nuestras capacidades actuales”. Los homínidos más tempranos, agrega el antropólogo C. Owen Lovejoy de la Universidad Estatal de Kent, en Ohio, “podrían haber sido tan inteligentes como somos hoy, pero les faltaban los hombros de gigantes sobre los cuales subirse”. La búsqueda de genes. Mientras que antropólogos y arqueólogos opinan sobre cuántos cambios genéticos condujeron al nacimiento del Homo Sapiens, los genetistas, por su lado, trataron de reunir información, pero enfrentan un difícil desafío. Descifrar el antiguo ADN es una labor formidable que ha sido exitosamente realizada en sólo unos pocos Neandertales relativamente recientes. Antiguos fósiles de 100.000 años o más quedan fuera de alcance. Y, aunque algunos genetistas están afanosamente explorando genomas de primates y humanos buscando diferencias en los genes y en la expresión de los genes, especialmente en el cerebro (Science, 06.04.01, p. 44), estos estudios revelan diferencias entre los simios y los humanos -no lo que separa a los humanos modernos de los extintos. “Estamos mirando al menos un 2% de diferencia genética entre chimpancés y humanos, pero vastas diferencias en la morfología y la conducta”, afirma el paleoantropólogo Mark Collard de la University College London. “No creo que la información genética sea un panacea para resolver [los orígenes de los humanos modernos]”. Sin embargo han habido algunos avances importantes recientes. El año pasado en Nature, por ejemplo, investigadores informaron el hallazgo de un gen directamente implicado con la habilidad de hablar -una habilidad que muchos, pero no todos
  • 5. 5 los investigadores, consideran es única del humano moderno. Los investigadores están ahora experimentando sobre la historia evolutiva de ese gen, para ver si sufrió mutaciones alrededor de la fecha de nacimiento del Homo sapiens (Science, 05.10.01, p. 32). Y un grupo de investigadores ha propuesto lo que algunos creen es una búsqueda quijotesca, la de identificar explícitamente los genes que nos hacen modernos. Ellos incluso han identificado un gen candidato que, aducen, podría ser el responsable del lenguaje y otras habilidades cognitivas avanzadas. A comienzos de los ‘90s, el psiquiatra de la Universidad de Oxford Timothy Crow, hipotetizó que justamente tal gen, clave para el lenguaje y las asimetrías cerebrales que muchos investigadores creen que lo acompañan, podría estar localizado en los cromosomas sexuales. Tal posibilidad podría parecer lejana porque existen unos pocos genes funcionales en el cromosoma Y, y la mayoría se involucra con la fertilidad masculina. Pero Crow ya tiene una buena idea sobre dónde mirar. Una década antes, el equipo del genetista David Page del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) identificó un bloque de 4 millones de pares de base de ADN en el cromosoma X, llamado Xq21.3, el cual faltaba del cromosoma Y en todos los mamíferos excepto en los humanos. Page y otros más descubrieron que alrededor de 3 ó 4 millones de años atrás -esto es, después de que se dividieran las líneas del chimpancé y el humano- este segmento fue copiado en el segmento del cromosoma Y del linaje del homínido. El segmento homólogo del cromosoma Y luego sufrió un reajuste llamado inversión paracéntrica, en la cual cambia su dirección y se divide en dos partes. Crow especuló que este segundo evento genético desencadenó cambios genéticos en ambos segmentos X e Y, que finalmente condujeron a la especiación de los humanos modernos. Él predijo que uno o más genes importantes para la función cerebral serían encontrados en estos segmentos de cromosomas. Luego, hace dos años, el grupo del genetista molecular de la Universidad de Cambridge Nabeel Affara, reportó haber encontrado genes funcionales similares, llamados PCDHX y PCDHY, en este segmento en ambos cromosomas X e Y. Los códigos genéticos para un miembro de la familia de proteínas protocadherina, bimoléculas que juegan roles críticos en el desarrollo del sistema nervioso. Seguramente, PCDHX y PCDHY “están casi por completo expresados en el cerebro”, dice Affara. Pero debido a que nadie fue aún capaz de fechar la inversión paracéntrica, la teoría de Crow, vinculada al origen del humano moderno, deja especulaciones. Affara y Crow trabajan juntos para caracterizar mejor los genes PCDH y lo hacen, con esperanzas de demostrar que son cruciales para las habilidades cognitivas asociadas únicamente con los humanos modernos. Mientras tanto, comenta Tattersall, “Me quito el sombrero ante ellos por intentar de arribar a un mecanismo” para la especiación del Homo sapiens. “Pueden estar equivocados, pero necesitamos tantas ideas como sea posible”. Puede pasar bastante tiempo antes de que todas estas nuevas ideas en antropología, arqueología, genética, y otras disciplinas se unan para crear una imagen coherente del origen de los humanos modernos. Pero los investigadores se encuentran estimulados por estos intentos interdisciplinarios. “Esta nueva investigación proveerá el impulso para muchos otros descubrimientos”, dice Aiello. “Estamos en el camino”. Pueden haber unas pocas respuestas seguras hasta ahora, pero una cosa parece cierta: En algún momento durante los últimos 200,000 años o algo así, la evolución nos bendijo con la sabiduría de hacer las preguntas. ¿Por qué hacerse más inteligentes? Para nosotros los humanos, puede parecernos que a más inteligente, siempre es mejor. Pero sólo una vez en la historia de la vida en la tierra, la selección natural favoreció la evolución de cerebros suficientemente sofisticados, para mandar gente a la luna, pintar la Mona Lisa, o preguntarnos sobre nuestros propios orígenes. Sin embargo, desplegada esta evolución, la mayoría de los antropólogos piensan que el conocimiento humano avanzado no fue un accidente evolutivo, sino una adaptación al desafiante medio ambiente. Los expertos han sugerido que una serie de cambios climáticos globales salvajes, que fueron especialmente intensos a comienzos de alrededor de 250,000 años atrás, forzaron a las especies de homínidos a adaptarse o a extinguirse. En esos tiempos, el clima africano viró de muy frío y seco a muy cálido y húmedo en sólo un siglo. “Imagine estas poblaciones humanas siendo empujadas por estos tremendos cambios”, dice el antropólogo Chris Stringer del Museo de Historia Natural en Londres. “Esto debió tener profundos efectos” en su supervivencia. ¿Pero si las condiciones variaban tan seguido, a qué se adaptaban exactamente los humanos? A la variación misma, afirma el paleoantropólogo Richard Potts del Instituto Smithsoniano de Washington, DC. Él argumenta que la evolución humana está marcada por una creciente habilidad de lidiar con el cambio -el resultado de un proceso que llama “selección de variabilidad”- en lugar de una adaptación a los hábitats específicos. Y esta habilidad, cree él, alcanza su punto máximo con los humanos modernos. Los sellos del Homo sapiens, dice él, son “el uso de complejos códigos simbólicos y abstracción, que presentaron el potencial para la diversificación conductual y alteración extraordinariamente sofisticada de sus alrededores”. Muchos expertos consideran que esta plasticidad en responder a los nuevos retos ambientales sienta los fundamentos cognitivos para nuestra habilidad de resolver creativamente nuevos problemas -como llegar a la luna- que nuestros ancestros nunca tuvieron que enfrentar. “Las mentes de nuestros ancestros no estaban equipadas con estrategias específicas para cazar mastodontes, pero sí con categorías más generales tales como ‘persona’, ‘cosa viviente’, ‘acción’, ‘causa y efecto’”, dice el neurocientífico cognitivo Steven Pinker del Instituto de Tecnología del Massachusetts. Cuando estas categorías fueron recombinadas en la mente, agrega Pinker, “Un ilimitado número de nuevas ideas... o cursos de acción pudieron ser reformulados”.