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PSIC. JOSÉ MANUEL BEZANILLA
El segindo
sueño
SEGUNDO SUEÑO
introducción
Pocas semanas después del primer sueño sobrevino
el segundo, con cuya solución terminó el análisis. No
se lo puede hacer tan trasparente como al primero.
No obstante, aportó una deseada corroboración a
una hipótesis que necesariamente habíamos debido
formular acerca del estado anímico de la paciente,
llenó una laguna de su memoria y permitió obtener
una profunda visión de la génesis de otro de sus
síntomas.
Contó Dora: Ando paseando por una ciudad a la que no
conozco, veo calles y plazas que me son extrañas. Después
llego a una casa donde yo vivo, voy a mi habitación y hallo
una carta de mi mamá tirada ahí. Escribe que, puesto que yo
me he ido de casa sin conocimiento de los padres, ella no
quiso escribirme que papá ha enfermado. «Ahora ha muerto, y
si tú quieres, puedes venir». Entonces me encamino hacia la
estación ferroviaria y pregunto unas cien veces: «¿Dónde está
la estación?». Todas las veces recibo esta respuesta: «Cinco
minutos». Veo después frente a mí un bosque denso; penetro
en él, y ahí pregunto a un hombre a quien encuentro. Me dice:
«Todavía dos horas y media». Me pide que lo deje
acompañarme.
Lo rechazo, y marcho sola. Veo frente a mí la estación y no
puedo alcanzarla. Ahí me sobreviene el sentimiento de
angustia usual cuando uno en el sueño no puede seguir
adelante. Después yo estoy en casa; entretanto tengo que
haber viajado, pero no sé nada de eso. . . . Me llego a la
portería y pregunto al portero por nuestra vivienda. La
muchacha de servicio me abre y responde: «La mamá y los
otros ya están en el cementerio {Friedhof }».
Ella deambula sola por una ciudad extraña, ve calles y plazas. Aseguró que no era
B., en la que yo había pensado primero, sino una ciudad en la que nunca había
estado. Proseguí, como era natural: «Usted puede haber visto cuadros o
fotografías de las que tomó las imágenes del sueño». Tras esta observación
sobrevino el agregado del monumento en la plaza, e inmediatamente después el
conocimiento de su origen. Para Navidad le habían enviado un álbum con postales
de una ciudad alemana de descanso, y justamente ayer lo había buscado para
mostrárselo a unos parientes que estaban de visita en su casa. Estaba en una
cajita de postales que no aparecía, y preguntó a su mamá: «¿Dónde está la
cajita?». Una de las imágenes mostraba una plaza con un monumento. Ahora bien,
el remitente era un joven ingeniero a quien Dora había conocido una vez de
pasada en la ciudad fabril. El joven había aceptado un puesto en Alemania para
independizarse más rápido; aprovechaba cuanta oportunidad se le ofrecía para
que Dora mantuviese vivo su recuerdo, y era fácil colegir que se proponía en su
momento, cuando su posición mejorase, aparecérsele con un requerimiento
amoroso. Pero todavía no era tiempo, había que esperar.
Pregunta unas cien veces. . . Esto lleva a otra ocasión del
sueño, menos indiferente. Ayer a la noche, tras la tertulia, el
padre le pidió que le buscase coñac; no puede dormir si antes
no ha bebido coñac. Dora pidió a su madre la llave del
bargueño, pero ella estaba enzarzada en una conversación y
no le dio respuesta alguna, hasta que Dora le espetó, con la
exageración propia de la impaciencia: «Te he preguntado ya
cien veces dónde está la llave». En realidad, la pregunta se
había repetido, desde luego, sólo unas cinco veces. ( «¿Dónde
está la llave?» me parece el correspondiente masculino de la
pregunta «¿Dónde está la cajita?». Por tanto, son preguntas ...
por los genitales.
Con ello hemos llegado al contenido de la carta que aparece en el sueño.
El padre ha muerto, ella se había ido arbitrariamente de la casa. A raíz de
la carta del sueño, yo le recordé enseguida la carta de despedida que
había escrito a sus padres, o al menos se la había dejado a su alcance.
Esa carta estaba destinada a horrorizar al padre para que renunciase a la
señora K., o a vengarse de él si no era posible moverlo a que lo hiciese.
Llegamos así al tema de la muerte de ella y de la muerte de su padre
(cementerio, más adelante en el sueño). ¿Nos equivocamos si suponemos
que la situación que constituye la fachada del sueño corresponde a una
fantasía de venganza contra el padre? Los pensamientos compasivos del
día anterior armonizarían muy bien con ello. Ahora bien, la fantasía
rezaba: «Ella se iba de casa, al extranjero, y la cuita del padre, la nostalgia
que sentía por ella, le partió el corazón». Entonces estaría vengada. Ella
comprendía muy bien lo que le hacía falta al padre, quien ahora no podía
dormir sin coñac.
Esto nos llevaría de nuevo, entonces, a la escena junto al lago y a
los enigmas que se anudaban a ella. Le pedí que me la contara con
detalle. Al principio no aportó muchas cosas nuevas. El señor K.
había comenzado un introito en alguna medida serio; pero ella no lo
dejó terminar. Tan pronto comprendió de qué se trataba, le dio una
bofetada en el rostro y escapó. Yo quería saber las palabras
empleadas por él; ella sólo recuerda que alegó: «Usted sabe, no
me importa nada de mí mujer». En ese momento, para no toparse
más con él, ella quiso regresar a L. bordeando el lago a pie, y
preguntó a un hombre a quien encontró qué distancia había. Ante
su respuesta «dos horas y media», abandonó ese propósito y volvió
en busca de la embarcación, que partió poco después.
En ese momento una sospecha se me hizo certeza. Bahnhof {estación ferroviaria;
literalmente, «patio de vías»I y Friedhof {cementerio; literalmente, «patio de paz»],
en lugar de los genitales femeninos, eran algo bastante llamativo; pero habían
aguzado mi atención dirigiéndola a la palabra formada de modo similar «Vorhof»
vestíbulo; literalmente, «patio anterior»}, término anatómico para designar una
determinada región de los genitales femeninos. Aún podía tratarse de un exceso
de ingenio. Cuando se agregaron las «ninfas» que se veían en el trasfondo del
«bosque denso», ya no cabían dudas. ¡Era una geografía sexual, simbólica! Como
lo saben los médicos, pero no los legos (aunque entre aquellos tampoco es muy
corriente), se llama «ninfas» a los labios menores que se hallan en el fondo del
denso bosque del vello pubiano. Pero si alguien usa nombres técnicos como
«vestíbulo» y «ninfas», tiene que haber extraído su conocimiento de los libros, y no
por cierto de libros populares, sino de manuales de anatomía o de una
enciclopedia, el habitual refugio de los jóvenes devorados por la curiosidad sexual.
Entonces, :si esta interpretación era correcta, tras la primera situación del sueño se
oculta un fantasía de desfloración: un hombre se esfuerza por penetrar en los
genitália femenínos.
Era, entonces, un genuino síntoma histérico. Por más que la fiebre
obedeciera en ese momento a una causa orgánica -acaso uno de
los tan frecuentes procesos de influenza sin localización particular-,
quedaba demostrado que la neurosis se había apropiado del
ataque para usarlo como una de sus manifestaciones. Por tanto,
ella se había procurado una enfermedad sobre la cual había leído
en la enciclopedia, y se había castigado por esa lectura; pero debió
reconocer que el castigo no pudo referirse en absoluto a la lectura
de ese artículo inocente, sino que se produjo por un
desplazamiento, después que a esa lectura siguió otra, más
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Caso dora segundo sueño

  • 1. PSIC. JOSÉ MANUEL BEZANILLA El segindo sueño
  • 2. SEGUNDO SUEÑO introducción Pocas semanas después del primer sueño sobrevino el segundo, con cuya solución terminó el análisis. No se lo puede hacer tan trasparente como al primero. No obstante, aportó una deseada corroboración a una hipótesis que necesariamente habíamos debido formular acerca del estado anímico de la paciente, llenó una laguna de su memoria y permitió obtener una profunda visión de la génesis de otro de sus síntomas.
  • 3. Contó Dora: Ando paseando por una ciudad a la que no conozco, veo calles y plazas que me son extrañas. Después llego a una casa donde yo vivo, voy a mi habitación y hallo una carta de mi mamá tirada ahí. Escribe que, puesto que yo me he ido de casa sin conocimiento de los padres, ella no quiso escribirme que papá ha enfermado. «Ahora ha muerto, y si tú quieres, puedes venir». Entonces me encamino hacia la estación ferroviaria y pregunto unas cien veces: «¿Dónde está la estación?». Todas las veces recibo esta respuesta: «Cinco minutos». Veo después frente a mí un bosque denso; penetro en él, y ahí pregunto a un hombre a quien encuentro. Me dice: «Todavía dos horas y media». Me pide que lo deje acompañarme.
  • 4. Lo rechazo, y marcho sola. Veo frente a mí la estación y no puedo alcanzarla. Ahí me sobreviene el sentimiento de angustia usual cuando uno en el sueño no puede seguir adelante. Después yo estoy en casa; entretanto tengo que haber viajado, pero no sé nada de eso. . . . Me llego a la portería y pregunto al portero por nuestra vivienda. La muchacha de servicio me abre y responde: «La mamá y los otros ya están en el cementerio {Friedhof }».
  • 5. Ella deambula sola por una ciudad extraña, ve calles y plazas. Aseguró que no era B., en la que yo había pensado primero, sino una ciudad en la que nunca había estado. Proseguí, como era natural: «Usted puede haber visto cuadros o fotografías de las que tomó las imágenes del sueño». Tras esta observación sobrevino el agregado del monumento en la plaza, e inmediatamente después el conocimiento de su origen. Para Navidad le habían enviado un álbum con postales de una ciudad alemana de descanso, y justamente ayer lo había buscado para mostrárselo a unos parientes que estaban de visita en su casa. Estaba en una cajita de postales que no aparecía, y preguntó a su mamá: «¿Dónde está la cajita?». Una de las imágenes mostraba una plaza con un monumento. Ahora bien, el remitente era un joven ingeniero a quien Dora había conocido una vez de pasada en la ciudad fabril. El joven había aceptado un puesto en Alemania para independizarse más rápido; aprovechaba cuanta oportunidad se le ofrecía para que Dora mantuviese vivo su recuerdo, y era fácil colegir que se proponía en su momento, cuando su posición mejorase, aparecérsele con un requerimiento amoroso. Pero todavía no era tiempo, había que esperar.
  • 6. Pregunta unas cien veces. . . Esto lleva a otra ocasión del sueño, menos indiferente. Ayer a la noche, tras la tertulia, el padre le pidió que le buscase coñac; no puede dormir si antes no ha bebido coñac. Dora pidió a su madre la llave del bargueño, pero ella estaba enzarzada en una conversación y no le dio respuesta alguna, hasta que Dora le espetó, con la exageración propia de la impaciencia: «Te he preguntado ya cien veces dónde está la llave». En realidad, la pregunta se había repetido, desde luego, sólo unas cinco veces. ( «¿Dónde está la llave?» me parece el correspondiente masculino de la pregunta «¿Dónde está la cajita?». Por tanto, son preguntas ... por los genitales.
  • 7. Con ello hemos llegado al contenido de la carta que aparece en el sueño. El padre ha muerto, ella se había ido arbitrariamente de la casa. A raíz de la carta del sueño, yo le recordé enseguida la carta de despedida que había escrito a sus padres, o al menos se la había dejado a su alcance. Esa carta estaba destinada a horrorizar al padre para que renunciase a la señora K., o a vengarse de él si no era posible moverlo a que lo hiciese. Llegamos así al tema de la muerte de ella y de la muerte de su padre (cementerio, más adelante en el sueño). ¿Nos equivocamos si suponemos que la situación que constituye la fachada del sueño corresponde a una fantasía de venganza contra el padre? Los pensamientos compasivos del día anterior armonizarían muy bien con ello. Ahora bien, la fantasía rezaba: «Ella se iba de casa, al extranjero, y la cuita del padre, la nostalgia que sentía por ella, le partió el corazón». Entonces estaría vengada. Ella comprendía muy bien lo que le hacía falta al padre, quien ahora no podía dormir sin coñac.
  • 8. Esto nos llevaría de nuevo, entonces, a la escena junto al lago y a los enigmas que se anudaban a ella. Le pedí que me la contara con detalle. Al principio no aportó muchas cosas nuevas. El señor K. había comenzado un introito en alguna medida serio; pero ella no lo dejó terminar. Tan pronto comprendió de qué se trataba, le dio una bofetada en el rostro y escapó. Yo quería saber las palabras empleadas por él; ella sólo recuerda que alegó: «Usted sabe, no me importa nada de mí mujer». En ese momento, para no toparse más con él, ella quiso regresar a L. bordeando el lago a pie, y preguntó a un hombre a quien encontró qué distancia había. Ante su respuesta «dos horas y media», abandonó ese propósito y volvió en busca de la embarcación, que partió poco después.
  • 9. En ese momento una sospecha se me hizo certeza. Bahnhof {estación ferroviaria; literalmente, «patio de vías»I y Friedhof {cementerio; literalmente, «patio de paz»], en lugar de los genitales femeninos, eran algo bastante llamativo; pero habían aguzado mi atención dirigiéndola a la palabra formada de modo similar «Vorhof» vestíbulo; literalmente, «patio anterior»}, término anatómico para designar una determinada región de los genitales femeninos. Aún podía tratarse de un exceso de ingenio. Cuando se agregaron las «ninfas» que se veían en el trasfondo del «bosque denso», ya no cabían dudas. ¡Era una geografía sexual, simbólica! Como lo saben los médicos, pero no los legos (aunque entre aquellos tampoco es muy corriente), se llama «ninfas» a los labios menores que se hallan en el fondo del denso bosque del vello pubiano. Pero si alguien usa nombres técnicos como «vestíbulo» y «ninfas», tiene que haber extraído su conocimiento de los libros, y no por cierto de libros populares, sino de manuales de anatomía o de una enciclopedia, el habitual refugio de los jóvenes devorados por la curiosidad sexual. Entonces, :si esta interpretación era correcta, tras la primera situación del sueño se oculta un fantasía de desfloración: un hombre se esfuerza por penetrar en los genitália femenínos.
  • 10. Era, entonces, un genuino síntoma histérico. Por más que la fiebre obedeciera en ese momento a una causa orgánica -acaso uno de los tan frecuentes procesos de influenza sin localización particular-, quedaba demostrado que la neurosis se había apropiado del ataque para usarlo como una de sus manifestaciones. Por tanto, ella se había procurado una enfermedad sobre la cual había leído en la enciclopedia, y se había castigado por esa lectura; pero debió reconocer que el castigo no pudo referirse en absoluto a la lectura de ese artículo inocente, sino que se produjo por un desplazamiento, después que a esa lectura siguió otra, más culpable, que hoy se ocultaba en el recuerdo tras la contemporánea lectura inocente. Quizás aún podían explorarse los temas sobre los cuales había leído en aquella oportunidad.