En tres oraciones:
El documento describe la batalla de Tres Acequias del 26 de agosto de 1814, donde las fuerzas de Bernardo O'Higgins fueron derrotadas por las de José Miguel Carrera. O'Higgins cruzó el río Maipo con solo 450 hombres antes de que el resto de su ejército llegara, y fue rechazado por las tropas de Carrera que estaban atrincheradas. A pesar de las órdenes de Carrera de retirarse, su hermano Luis decidió mantener sus posiciones y derrotó completamente a las fuer
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Combate de tres acequias
1. 25/10/2014 Legión de Los Andes - Combate de Tres Acequias
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Combate de las Tres Acequias
26 de Agosto 1814
O'Higgins no tenía sino un camino que seguir para salvar
la difícil situación que había creado al país el golpe del 23
de julio: marchar sin pérdida en minutos contra Carrera,
aún inerme, dejando una división para contener a los
realistas en la línea del Maule; deponer al nuevo
gobierno, y volverse en el acto contra Gaínza. En este
evento, la responsabilidad de la pérdida de la Patria Vieja
habría caído sobre su cabeza, y la figura de Carrera,
agigantada por la creencia mística, habría encabezado
desde el destierro la revancha, cambiando, tal vez, la
fisonomía del desarrollo histórico de Chile. Pero el
destino se sirvió de su tardanza intelectual y de su falta
de criterio militar, lo mismo que en el alto de El Quilo,
para imprimir otro rumbo a los acontecimientos, descargando sobre Carrera la responsabilidad de
la pérdida de la Patria Vieja, y reservando a O'Higgins para convertirlo en el héroe de Rancagua
yen el instrumento elegido por San Martín para libertar, de paso, a Chile e intentar su proyecto de
liberación de la América del sur, hiriendo a la resistencia española en su corazón, que era el
virreinato del Perú. En vez de marchar en el acto sobre Santiago, esperó por algunos días que el
efecto moral del acuerdo de la junta de guerra celebrada en Talca, decidiera a Carrera a llamar a
elecciones, para designar un nuevo gobierno.
Desde que don José Miguel conoció el acuerdo de la junta de guerra de Talca, sus esfuerzos se
encaminaron a ganar tiempo, prolongando las negociaciones con O'Higgins, mientras improvisaba
febrilmente tropas para batirlo. Obtuvo del agente de Buenos Aires, doctor Paso ("la cucaracha"
del Diario), que, junto con solicitar armas del gobierno argentino, escribiera a O'Higgins (agosto
10) representándole el desastre irreparable para la causa de la independencia, que se seguiría de
la guerra civil. "Sea enhorabuena -~ le dice - la usurpación -de la autoridad un vicio de la
ilegitimidad y un mal político; mas, si para repararlo es necesario empeñar un conflicto de armas
y un choque furioso de opiniones, ¿qué mal hay que a éstas pueda compararse? El enemigo nos
observa y no tardará en sentir el ruido escandaloso de estas disensiones, subyugará a entrambos
a su imperio y triunfará de nuestra imprudencia". El día 4 de agosto reforzó el contenido del oficio
en una carta privada. Y como O'Higgins contestara denegándose al empeño del diputado de
Buenos Aires y diciéndole: "Ejecuto esta marcha con el mayor dolor, pero es inevitable, y la
responsabilidad debe pesar sobre los verdaderos autores del mal", Carrera le escribió
personalmente: "Mi amigo -le dice -. No sé si aún pueda hablar a Ud. con este lenguaje; lo fui
verdadero y no disto de serio a pesar de los pesares. No sé si es Ud. o soy yo el loco y
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desnaturalizado chileno que quiere envolver a Chile en sus ruinas, lo cierto es que no procederé,
y que Ud. no debe proceder sin que antes nos estrechemos e indaguemos la verdad. En manos
de Ud. y mías está la salvación y destrucción de un millón de hombres que tanto han trabajado
por su libertad. Maldecido sea de Dios y de los hombres el que quiera hacer infructuosos tantos
sacrificios y trabajos. Salvemos a Chile o seamos odiados eternamente".
Mientras entretenía a su rival con estas comunicaciones, reorganizaba los cuerpos de línea de
Santiago; el coronel Rafael Muñoz reunía los de milicias de San Fernando, y el de igual clase
José María Portus, enviaba a la capital 299 fusileros y 800 milicianos de caballería del regimiento
de Aconcagua. Solicitó también la ayuda del batallón de auxiliares de Buenos Aires, comandado
por Las Heras, o, a lo menos, su armamento; y, como se le denegará, haciéndole presente que el
gobierno argentino había ordenado que no tomara parte en la guerra civil, lo hizo salir de Santiago
con orden terminante de dejar el país.
Al fin, la presión de los oficiales decidió a O'Higgins a marchar sobre la capital. El día 4 de agosto
salió el coronel Alcázar con 290 dragones y dos piezas .de artillería y entre esta fecha y el día
10, las demás fuerzas, hasta enterar 1.200 hombres de línea perfectamente equipados. Para
contener la división que Gaínza había destacado sobre el Maule, dejó en Talca 600 hombres, al
mando de Joaquín Prieto, el más hábil de sus oficiales.
A pesar de que Carrera podía oponer al ejército de Talca una fuerza numéricamente superior, no
tenía la menor probabilidad de triunfar. El desequilibrio en la calidad de las tropas y en el
armamento era excesivo. Así es que dirigió sus esfuerzos a embarazar la marcha de O'Higgins,
enviando diputados que le propusieran nuevos arreglos y oponiéndole estorbos materiales. En la
noche del 16, Juan Echevarría se robó, "de orden de don Bernardo Cuevas, gran parte de los
caballos y mulas del ejército de O'Higgins, y esta operación detuvo algún tiempo mas sus
marchas, dándonos tiempo a la defensa" (Carrera). Los diputados pudieron, al fin, conferenciar
con O'Higgins en Rancagua, pero su única respuesta fueron estas lacónicas palabras: "Dejad el
mando y que elija el pueblo". Y continuó su marcha, dispersando sin combatir las avanzadas que
Carrera había apostado en la Angostura, hasta llegar a la hacienda de Mardones, ocho leguas al
sur del Maipo, al frente de 150 hombres. Los 1.050 restantes estaban aún en Mostazal, Rancagua
y Rengo.
Batalla de Las Tres Acequias
Luis Carrera había tomado posiciones defensivas, con los dos primeros cuerpos del ejército de
Santiago, unas cuatro leguas al norte del Maipo. Colocó las tropas de línea al abrigo de los
desmontes del canal de Ochagavía, ya sus espaldas, los 800 hombres de las milicias montadas
de Aconcagua, que no podían resistir el choque directo con fuerzas disciplinas. Le había sacado
al terreno todo el partido militar posible, pero la posición no barreaba el paso del río ni podía
impedir el flanqueo. Don José Miguel, que no tenía confianza alguna en los resultados del
combate, se había quedado en los suburbios de la ciudad, al frente de algunas fuerzas de
reserva, y había ordenado a su hermano replegarse apenas el enemigo pasara el río, para librar la
batalla en las goteras de Santiago, movimiento que carecía de todo objetivo táctico, salvo las
ventajas de la proximidad del pueblo, que favorecía la huida en caso de derrota.
Pero el sino tenía dispuesto un desenlace imprevisto. Hemos visto que O'Higgins, nacido para
campesino irlandés, según su propia expresión, y convertido por el destino en general en jefe de
un ejército; y más tarde en Director Supremo de un pueblo, carecía del juicio militar corriente aun
e!1tre los soldados modestos. Las vacilaciones que lo paralizaban se resolvían, de repente, en
impulsos ciegos, ajenos a todo cálculo. Estos arranques, que lo condujeran al éxito en El Quilo y
en Chacabuco, esta vez se iban a resolver en un desastre y a brindar una victoria inesperada por
su adversario. El 26 al mediodía pasó el Maipo al frente de la vanguardia, cuyo efectivo era
apenas de 450 hombres, y de. 2 cañones, sin reconocer antes las fuerzas enemigas, dejando el
grueso de su ejército desparramado entre Rengo y Mostazal, en la imposibilidad de acudir en su
auxilio. El capitán Ramón. Freire, al frente de un piquete de dragones, arrolló las guerrillas que
cubrían el frente enemigo, permitiendo a O'Higgins darse cuenta de que estaba delante de un
ejército atrincherado, cuyo número, contando los milicianos, triplicaba al suyo. En vez de retirarse
y esperar a los cuerpos que venían en camino, se empeñó en un estéril cañoneo, que no podía
machucar las posiciones enemigas, ya las cuatro de la tarde se precipitó contra ellas, sin mirar
por dónde atacaba ni curarse de las consecuencias de un rechazo, teniendo el río a sus
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espaldas.
Luís Carrera, que por primera vez mandaba una batalla, reveló dotes de general muy superiores a
las de su hermano y a la de todos los jefes que comandaron en la guerra de la independencia,
exceptuando Joaquín Prieto. Se dio cuenta del desatentado avance de O'Higgins con fuerzas
insuficientes para desalojarlo de sus posiciones, y, desobedeciendo las órdenes de don José
Miguel, resolvió sostenerlas, avisándole su decisión, a fin de que éste acudiera cOn la reserva a
aniquilar los restos de la columna asaltante, que necesitaban repasar el Maipo para salvarse de la
persecución, después del rechazo que, fatalmente, tenía que experimentar.
El combate de infantería duró una hora. Las tropas de O'Higgins, rechazadas por fuerzas más
numerosas, atrincheradas en posiciones muy favorables, empezaron a retroceder. En esos
momentos, Diego José Benavente, que se había adelantado a las fuerzas de don José Miguel
con 200 fusileros montados, cayó sobre d flanco derecho de los asaltantes. Luís Carrera, con
excelente ojo militar, hizo cargar a los 800 milicianos de Portus, y estas fuerzas, armadas sólo de
lanzas Y sin disciplina cuyo empleo momentos antes hubiera sido un desastre, consumaron la
derrota total del enemigo. O'Higgins perdió su caballo y su equipaje y a duras penas logró repasar
el Maipo, seguido de unos cien hombres, dejando en el campo alrededor de 20 muertos y unos 30
heridos, los dos cañones y numerosos fusiles. Es imposible precisar el número de prisioneros a
través del diario de Carrera, cuya veracidad falla sistemáticamente en la relación de los sucesos
ocurridos durante su segunda dictadura. Pero. si se juzga por las tropas que salvó O'Higgins y los
que reunió, el número de prisioneros y de fugados, inclusive algunos dragones que se pasaron a
Carrera durante la lucha, no bajó de 150.
Don José Miguel, que se había quedado con la reserva en los arrabales sur de la ciudad, no
alcanzó a tomar parte en el combate ni a imponerse de su desarrollo. En los primeros momentos
no le atribuyó otro alcance que un choque de avanzada, y alcanzó a tomar algunas disposiciones
para la batalla del día siguiente. Pero al anochecer, el presbítero Uribe se dio cuenta de las
consecuencias morales de la derrota del enemigo, e hizo echar a vuelo las campanas y encender
luminarias en todas las casas. Durante el día había corrido a caballo por la ciudad. vestido de
sacerdote y espada al cinto atropellando a unos amenazando a otros, y disolviendo los grupos de
antisarracenos que se reunían en las calles ansiosos de noticias, o que trepaban al Santa Lucía
con la esperanza de ver el desenlace del combate. Creyendo ya afianzado definitivamente el
triunfo, dio rienda suelta a su brutalidad. Aprovechó la presencia del anciano patriota Juan Enrique
Rosales, verdadero patriarca de la sociedad santiaguina por su prestigio y sus vinculaciones. que
venía a reclamar de los atropellos cometidos en su casa por los secuaces de Uribe para darle un
bofetón que le hizo rodar escalera abajo. y lo mantuvo preso toda la noche.
Con este acto propio de un orate, la ira de la aristocracia contra Carrera subió al rojo blanco. El
espectro de la reconquista se eclipsó; el yugo español le pareció blando, si era la condición
ineludible para derribar al dictador. Empezó la huelga de los brazos caídos; el retraimiento
general, que iba a impedir al gobierno organizar nada delante del avance de Osorio y que los
historiadores del siglo pasado disimularon, de acuerdo con el difunto concepto que erigía a la
historia en cátedra de educación cívica.
Reconciliación de Carrera y O´Higgins
Al recibir el oficio de Osorio, Carrera contaba apenas con unos 800 hombres de mediocre calidad,
enterados, en gran parte, con los desertores del ejército del sur, y alrededor de mil milicianos de
caballería, que en una batalla servían más de estorbo que de ayuda, como lo había demostrado la
campaña de 1813, y lo iba a confirmar la que se avecinaba. No había armas, vestuario ni tiempo
para organizar nuevas fuerzas. El 10 de agosto escribía a Poinsett, "no hay con qué sostener un
fuego de dos horas, el miserable armamento apenas podrá cubrir los pasos del Maule". Sólo
cabía recurrir a los 200 auxiliares de Buenos Aires, soldados de línea de primer orden, y a los
1.900 hombres que le quedaban al ejército de Talca, después del combate de Tres Acequias.
Mas Carrera estaba resuelto a no permitir que Las Heras y sus auxiliares se batieran en las filas
del ejército patriota, en castigo de no haberlo ayudado contra O'Higgins, y no quería deber nada a
este último jefe. El precio de su concurso, seguramente, sería la renuncia del poder civil,
disimuladamente, por medio de un junta, y separándolo después del mando militar. No le jugarían
nuevamente la pasada, suceda lo que sucediere. O'Higgins tomó la iniciativa para romper la
impasse. El mismo día 27 envió al coronel Estanislao Portales, con un oficio en que representaba
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a Carrera la necesidad de unirse para hacer frente a Osorio y le pedía que le propusiese "algún
expediente capaz de conciliar la divergencia ya total de los ánimos". Don José Miguel le contestó
aceptando la unión, pero rehuyó precisar las bases, temiendo que la reconciliación fuera un
pretexto para quitarle el mando mediante un golpe de mano. O'Higgins, quien veía correr los días
sin que el acuerdo avanzara, reunió el 31 de agosto una junta de oficiales. En ella se acordó
proponer a Carrera la constitución de un gobierno provisional, elegido libremente por el pueblo con
la supervigilancia del cabildo legítimo, que el nuevo gobierno había disuelto.
"Haga -le decía - el sacrificio último que la patria y el honor exigen de V.; no puede haber cosa
más justa que la que los pueblos y el ejército desean, que se deje libre al pueblo de Chile para
que nombre un gobierno provisorio, mientras se reúnen los diputados. Hecho el nombramiento,
inmediatamente pondré toda la fuerza a disposición del nuevo gobierno, sean quienes fueren los
nombrados, y de este modo habrá la más perfecta unión. Estoy tan lejos de ambición ni menos
apetecer mando alguno, que en breve se desengañará de ello; conozco sí, que para conciliar los
ánimos, se debe dar ahora paso tan necesario. Hagamos a Chile feliz. Ejecutemos un acto
generoso para borrar la mancha de! día 26; entreguemos ambos e! mando al pueblo soberano de
Chile, y nuestra memoria será eterna; me obligo a asegurarle que todo este ejército le adorará de
acción tan generosa."
Esta proposición, que e! sargento mayor Venancio Escanilla trasmitió el mismo día, no tenía la
menor probabilidad de encontrar acogida. "No puede llegar a más la estupidez del señor general -
dice Carrera refiriéndose a ella - ; seguramente se le pasmó la cabeza desde que mandó en jefe.
Pedir al ejército victorioso, al ejército que había doblado sus fuerzas, que trabajase por destruirse,
es cosa que el tal O'Higgins solamente podía proponer." El día 10 de septiembre la junta presidida
por Carrera lanzó una proclama al ejército anunciándole la prosecución dé la guerra civil.
"Vuestras glorias -le decía - van a repetirse sin necesidad de un fusilazo, sin desenvainar la
espada vais a sellar la tranquilidad de la patria".
Se siguieron conferencias personales, en que O'Higgins fue cediendo, hasta limitarse a pedir e!
reemplazo del vocal Uribe, que desde e! bofetón a Rosales, se había convertido en trapo rojo para
la aristocracia patriota. Pero Carrera no estaba dispuesto a hacer concesión alguna, y viendo que
no era posible el acuerdo sobre otras bases que la sumisión lisa y llana, O'Higgins se resignó a
ella. A las 8 P. M. del 3 de septiembre pasó personalmente a la casa de Carrera en Santiago,
acompañado del presbítero Casimiro Albano, Ramón Freire, Isidro Pineda y Pedro Nolasco
Astorga, y se allanó a aceptar en el convenio todo lo que Carrera deseaba. A fin de suavizar las
fuertes resistencias que la sumisión despertaba entre los oficiales de! ejército de Talca, se
estampó una cláusula en que se les garantizó que su conducta anterior no les perjudicaría en su
carrera. A las 12 de! día 4, e! secretario del gobierno Bernardo Vera redactó un manifiesto, cuyos
pasajes salientes eran: “Hemos sellado ya el pacto de una eterna conciliación. El ejército de la
capital está ya identificado con el restaurador del sur". "Un mismo deseo, un mismo empeño, un
mismo propósito anima el corazón de nuestros generales y de toda la oficialidad ... “
"¡Conciudadanos! ¡Compañeros de armas! Abrazaos y venid con nosotros a vengar la patria y a
afianzar su seguridad, su libertad, su. prosperidad en e! sublime triunfo de la unión." Carrera y
O'Higgins recorrieron juntos los cuarteles y las calles de la ciudad, procurando aplacar los
rencores y reanimar el patriotismo.