Este documento cuenta la historia de una niña rubia que vivía con su padre y siete hermanos en un pueblo minero. La niña ayudaba en las tareas domésticas y era querida por su familia. Sin embargo, se rumoreaba que era una bruja debido a las historias misteriosas que le contaba su niñera. Una noche, la amante de uno de los hermanos reveló este rumor, lo que llevó a que la niñera fuera acusada de brujería y quemada viva en una hoguera para "liberar
2. La cabeza voladora
En aquellos tiempos, cuando la opulencia del Cerro de Pasco era
significativamente turbadora, existía un riquísimo señorón, dueño
de las minas más boyantes de la época, que había registrado sus
propiedades en inmensas extensiones. De Pariajirca a
Quiulacocha, de Cayac Chico a Yanacancha, de Shihayuro a la
Docena, de Yurajhuanca hasta Cruz Verde; decenas de
yacimientos generosos e inacabables que cubrían la asombrosa
extensión de toda la ciudad minera y aledaños.
3. Este acaudalado minero tenía siete hijos varones, laboriosos y
fuertes que le ayudaban en el trabajo de sus minas y, una sola
hija mujer cuya llegada al mundo le había costado la vida a su
esposa. Si los siete varones eran su orgullo por el generoso brazo
que aportaban en la explotación de los yacimientos, era la niña la
luz de sus ojos y alegría de su corazón. Ella era intensamente
rubia, como si las hebras de su cabello fueran de oro reluciente;
su risa argentina tintineaba en la ranchería minera a toda hora.
Nunca estaba quieta. Desde las primeras horas del alba sus pasos
menudos resonaban en la estancia en el diario trajín de la labor
hogareña. Preparaba reconfortantes desayunos para que su padre
y sus hermanos iniciaran con gran brío la diaria labor minera.
4. Durante el día, en tanto el fogón sazonaba locros sabrosos y
frituras crepitantes, ella tejía bufandas, chompas, guantes y
medias; lavaba y planchaba la ropa de la familia; limpiaba la casa
con una meticulosidad extraordinaria; preparaba riquísimos
dulces con frutas y chancacas huanuqueñas; bordaba primorosos
manteles que eran impresionante estallido de flores y mariposas
multicolores. Lo dicho. Era la reina del hogar y el contento de su
padre.
5. La ayudante y cuidadora de la niña era una vieja mujer, flaca y
desgarbada; hermética y misteriosa, que la amaba con extraña
predilección. Ella había quedado de niñera de la alegre rubiecita
cuando murió la madre.
6. Las diarias cenas nocturnas, presididas por el patriarcal anciano,
tenían la virtud de congregar a toda la familia en un ambiente de
conmovedora fraternidad hogareña. Cada uno de los siete mozos,
todavía con las botas puestas, informaban al viejo de lo ocurrido
en la mina; éste escuchaba, y cuando juzgaba necesario,
preguntaba. Entretanto, escanciaban la sopera y fuentes de
guisos y frituras. La joven, rubia como un sol, los atendía
solícitamente.
7. Terminada la limpieza de la vajilla, después de estampar sendos
besos en las mejillas de su padre y hermanos, se retiraba al
aposento que compartía con su nodriza. Ya en su alcoba,
apartada de la vista de los suyos, escuchaba extasiada los
cuentos misteriosos y las iniciaciones esotéricas que la vieja le
endilgaba por horas enteras. Cansada de tanta plática quedaba
profundamente dormida.
8. Así fueron transcurriendo los inviernos con sus crueles ramalazos
de rayos y truenos; con la silenciosa cobertura de nívea suavidad;
con sus granizadas y trombas de agua; pasaron los veranos con
los cielos abiertos en cuyo azul ajestuoso el sol lucía imponente
en el día y los luceros parpadeaban luminiscencias extrañas y
distantes por las noches; con las minúsculas esquirlas de la
escarcha que en un santiamén convertían en carámbanos
colgantes las aguas de las goteras; con la amaneciente opacidad
de los relentes.
9. Un día -pueblo chico infierno grande-, entre aspavientos y ojos
abiertos de asombro, un minero reveló el secreto a otro; éste se
lo dijo a su mujer; que a su vez se lo contó a una comadre; y así
lo llegaron a saber las huanquitas aguadoras y el matarife y la
moledora de metales y el pallaquero y la comadrona y el
sacristán; el rumor incontenible se difundió por todos lados que
hasta los pastores de las estancias más lejanas,
10. Todos los cerreños, entre rezos y estremecimientos lo llegaron a
saber, menos –cosa extraña- el padre y los hermanos. Hasta que
una noche, el hermano mayor, al levantarse de la cama de la
mujer con la que tenía amores, fue increpado por ésta.
— ¿Por qué me dejas tan temprano?…- dijo acaramelada.
— No puedo llegar tarde a mi casa. Mi padre se disgustaría.
Mañana tengo que trabajar en la mina
11. — No seas malo pues… ven – suplicaba la mujer.
—¡No!- la respuesta fue tan rotunda y tajante que ofendió a la mujer.
— ¡Oye! –Dijo con ira la querida desairada- ¡Tu padre de quien debe preocuparse, no es de ti, sino
de tu hermana!….
— ¡¿…Qué?!… ¡¿De mi hermana?…!
— ¡Claro… de esa bruja!
— ¡¿Qué estás diciendo, maldita?…!- y un sonoro bofetón convirtió la boca de la mujer en una rosa
sangrante de imprecaciones mortales.
— ¡Tu hermana es una vil y maldita bruja!… Y para que lo sepas… a esta hora seguramente ni ha
llegado a tu casa… ¡Imbécil… !
12. Poseída por Satanás, la mujer comenzó a convulsionarse aparatosamente, cubriéndose de copiosas
transpiraciones y fétidas excreciones. Sus labios proferían horrendas palabras en latín. Todo era
que el cura le acercara la cruz a la cara y la posesa gritaba con la voz del Demonio. Por su parte,
sudoroso el sacerdote, tratando de hacer escuchar sus fórmulas eclesiales, gritaba también…
— ¡Vade retro, Satanás…. Vade retro.!…
En esa lucha interminable estuvieron muchísimo tiempo hasta que, cercana la medianoche, –
rendido y acongojado- el cura dijo que el demonio no quería abandonar el cuerpo de su servidora.
Al escuchar esta noticia, hombres y mujeres ataron fuertemente el cuerpo de la hechicera y lo
condujeron al cerro de Gayachacuna donde lo colocaron sobre una pira ex profesamente
levantada. A poco de arder alimentado por abundantes leños traídos por las mujeres, el cuerpo de
la pitonisa explotó aparatosamente inundando todo el ámbito del Cerro de Pasco de un hedor
insoportable con fuertes emanaciones de azufre.
Sólo de esta manera nuestro pueblo minero pudo librarse del anticristo que finalmente se llevó
consigo el cuerpo de su sirvienta a las sombras del infierno