Este documento narra la rutina de llevar flores a una mujer que duerme gran parte del día en una habitación de hospital. Cada viernes, el narrador compra un ramo de flores y las cambia por las viejas. Las flores siempre emocionan a la mujer. En el último viernes, ella lo espera despierta y conversan durante horas. Al día siguiente, algo ha cambiado entre ellos como años atrás. El domingo, el narrador y varias personas están alrededor de las flores recién compradas.
Planificacion Anual 4to Grado Educacion Primaria 2024 Ccesa007.pdf
Rutina de flores en un sanatorio
1. Rutina, compré camino a ella un ramo de treinta y seis flores, compuesto por una
docena de azucenas anaranjadas, una docena de orquídeas oncidium amarillas, y la
última… una docena de alhelíes púrpura.
Entré a la habitación 615 y apoyé las flores sobre la silla de plástico. Me acerqué al
florero, fui hasta el baño, lo vacié y ya con agua, coloqué las flores recién compradas.
Ella dormía… dormía unas quince horas diarias.
Cuando se despertó, ella se excito al ver y oler las flores. Siempre se excitaba, no sé
bien si por las flores o por que estas consumían el agrio olor del cuarto.
Esa noche el sexo hubiera desbordado una bañera.
Los días se sucedían, uno después del otro y el inmenso jardín cada vez mas amarillo,
parecía desvanecerse.
La rutina se repetía, una y otra vez. Y la excitación y el placer se respiraban y
conciliaban con el miedo y la consciencia bruta.
El último viernes, ella me esperaba despierta con inusual color en la piel, sonrisa de
esperanza, ojos de mirasoles. Cuando crucé la puerta con las treinta y seis flores,
enseguida me di cuenta de que ese viernes era un jilguero… presentí la necesidad de
ahogar un pañuelo. Me senté junto a ella, y hablamos por un periodo de cuatro o cinco
horas, no recuerdo bien… siempre tuve problemas para referirme al tiempo. Ella me
confesó tener pesadillas y que su hermana a escondidas le llevaba vinos para disfrutar la
desabrida cena del sanatorio, yo le conté de mis largas caminatas de noche por la
Agronomía, del aire que oxida el invierno en mis manos, de lo lejos que quedaba
sentirme azul por esos días.
Cuando el sol empezó a salir, después de la extensísima catarata de palabras, ambos nos
dispusimos a dormir.
Esa noche algo se había detenido, como hacia años nos había ocurrido, como nos pasó
la primera vez.
Hoy domingo, estamos Juan, Marcela, Felipe, Rodolfo, Gastón, Esther, Gloria, Ignacio,
Olga y yo… todos alrededor, con la cabeza gacha, casi sin mirarnos, cuando una de las
cientos de lágrimas que caían como lluvia nueva, se suspendió sobre un pétalo de
azucena. Un pétalo de una de las doce azucenas anaranjadas, que se encuentran
mezcladas a una docena de orquídeas oncidium amarillas, y alrededor de ellas la docena
de alhelíes púrpura.