1. FILOSOFIA
¿No hay filosofía sin Heidegger?
La publicación de varios libros y cartas de Karl Löwith, uno de los más brillantes discípulos de
Heidegger, retoma la pregunta sobre el triste papel político que jugó el autor de "Ser y tiempo"
durante el Tercer Reich, cuando fue rector en Friburgo. Löwith, sin embargo, reconoce la
supremacía filosófica de su obra.
FERNANDO BRUNO.
cultural@clarin.com
Un nuevo escándalo inundó los ámbitos académicos de habla francesa durante el año pasado
actualizando una vieja polémica: la adhesión de Martin Heidegger al nazismo. La avalancha
mediática comenzó con la salida al mercado del libro de Emmanuel Faye Heidegger. La
introducción del nazismo en la filosofía, que generó una inmediata campaña en su contra
impulsada por Internet. Como respuesta, un grupo de reconocidos intelectuales europeos y
norteamericanos firmó una carta pública en la que se apoyaba el trabajo del investigador y se
impulsaba "la investigación crítica sobre la obra de Heidegger y sus relaciones con el nazismo".
La discusión en torno al compromiso político del filósofo, sostenida en el siglo XX alrededor de una
multitud de personajes —entre ellos Céline, Marinetti y Carl Schmitt—, cobra especial importancia
en el caso de Heidegger debido tanto a su propia estatura filosófica como a la excepcionalidad de
las atrocidades cometidas por el Tercer Reich. La crítica de Faye se apoya en gran medida en los
planteos realizados hace más de sesenta años por Karl Löwith, de quien acaba de publicarse en
nuestro país la imprescindible selección de ensayos Heidegger, pensador de un tiempo
indigente y una biografía escrita por el investigador italiano Enrico Donaggio con el título Una
sobria inquietud.
De origen judío, Löwith estudió en Friburgo con Heidegger, quien dirigió su tesis de doctorado y
habilitación, considerándolo su primer discípulo. A lo largo de algunos años, estableció con el
2. "pequeño mago de Messkirch", como solían llamarlo en su círculo, una problemática relación que
estallaría con la asunción por parte de Heidegger del rectorado de la Universidad de aquella ciudad
en 1933. Esencialmente apolítico en su juventud, Löwith se vio superado por los hechos. El 16 de
abril de ese año escribía: "No sé qué será aún de mí; políticamente no estoy ni en la derecha ni en
la izquierda, sino más que nunca en medio de la filosofía, con Hegel y con cuantos vinieron
después de él".
Al igual que muchos alemanes de su generación, Löwith se había formado en un ambiente
intelectual muy particular. En una conferencia pronunciada en su madurez, recordaba sus años de
estudio en Friburgo: "Desde un punto de vista espiritual, todavía uno se nutre por completo de lo
que se pensaba en aquellos años: La decadencia de Occidente de Spengler, la Carta a los
romanos de Kart Barth, Ser y tiempo de Heidegger, Max Weber, Kart Jaspers, Stefan George,
Hofsmannsthal, Rilke y Kafka".
Su interés por la obra de Marx, que le valiera múltiples condenas por "comunismo", al igual que por
la de otros autores, era, en realidad, un interés que consideraba absolutamente "filosófico" y
desprovisto de toda consecuencia práctica: Marx, y también Kierkegaard, eran para Löwith los
grandes exponentes del colapso de la filosofía hegeliana y, por lo tanto, podían ser estudiados
estrictamente desde el punto de vista de la historia de las ideas. Esta posición independiente de los
hechos políticos fue revisada como consecuencia del ascenso del nazismo al poder. La filosofía de
Heidegger empezó a ser examinada entonces por Löwith en sus conexiones con los
acontecimientos sociales.
La crítica de Löwith apunta al centro de la teoría de Ser y tiempo, a los problemas propios de las
nociones de existencia y temporalidad tal como son trabajadas en ese texto y sus posibles
consecuencias prácticas, sosteniendo que la filosofía de Heidegger coincide esencialmente con su
actitud política. En el ensayo que da título al libro Heidegger, pensador de un tiempo indigente,
afirma: "¿Cómo se podría trazar el límite, dentro de un pensamiento por completo histórico entre el
auténtico suceder y aquello que sucede vulgarmente? ¿Y cómo se podría distinguir con claridad
entre el destino individual elegido por uno mismo y los destinos colectivos no elegidos, que
irrumpen en los hombres o los seducen a una elección y decisión momentáneas? ¿Y no es verdad
que la historia vulgar se ha vengado de Heidegger con suficiente claridad, por su desprecio de lo
que hoy es meramente ante los ojos, cuando lo sedujo en un instante vulgarmente decisivo a
asumir, bajo el mando de Hitler, la conducción de la Universidad de Friburgo y transferir su resuelto
y más propio Dasein (existencia) a un Dasein alemán, para practicar la teoría ontológica de la
historicidad existencial sobre un suelo óntico del suceder realmente histórico, es decir, político?".
3. De la misma manera, en "El decisionismo ocasional de Carl Schmitt", sostiene: "La libertad para la
muerte —con subrayado doble en Ser y tiempo—, por medio de la cual el Dasein en cada caso
propio y aislado en sí mismo alcanza su poder-ser-total, se corresponde en el decisionismo político
con el sacrificio de la vida por el Estado total en el caso de la guerra () Lo que en el horizonte del
Dasein en cada caso propio aparece como la libertad para la muerte puede aparecer en el
horizonte político de la comunidad nacional como el sacrificio de la vida por la nación".
Más adelante, refiriéndose al referéndum convocado por Hitler respecto de la salida de Alemania
de la Liga de las Naciones: "¡El sí a la decisión de Hitler, Heidegger lo considera idéntico a la
afirmación del propio ser!"
En su libro Mi vida en Alemania antes y después de 1933 afirma que "ningún otro filósofo
ha orientado tanto la filosofía hacia la contingencia del hecho histórico como él y, por lo tanto, cayó
en ella cuando llegó el momento decisivo. La posibilidad de la política filosófica de Heidegger no es
el resultado de un desvío, que cabe lamentar, sino que parte del principio de su concepción de la
existencia".
Un debate imposible
En una carta a Elisabeth Blochmann, Heidegger replica: "Löwith es excepcionalmente erudito e
igualmente hábil para elegir y combinar las citas. De filosofía griega no tiene idea, porque le faltan
las herramientas del oficio. Tiene cierto talento para la descripción fenomenológica. Dentro de este
ámbito podía cumplir tareas legítimas. Pero desde hace mucho tiempo vive por sobre sus
posibilidades. Del pensar no tiene idea alguna; acaso lo odia. Nunca he conocido a un hombre que
viva de manera tan exclusiva del resentimiento, del ser anti".
Löwith se exilió en Italia en 1934. Allí estudió gracias a una beca para investigadores en ciencias
sociales, un dato no menor para una persona que hasta ese momento proponía dedicarse
exclusivamente a la filosofía. En ese país tuvo un encuentro con Heidegger que opacaría
definitivamente las relaciones entre ambos. "Heidegger no se quitó el emblema del partido que
lucía en la solapa, ni siquiera en esta circunstancia. Lo llevó durante toda su estancia en Roma y,
por lo visto, no se apercibía de que la cruz gamada estaba fuera de lugar cuando estaba conmigo".
Dos años más tarde, se instaló en Japón, donde viviría bajo una permanente sensación de
atracción y rechazo. El pensador apolítico había dejado paso a una profunda reflexión sobre las
condiciones del surgimiento del nazismo y su relación con el pensamiento europeo: la crítica de la
4. obra de Heidegger asumió en esos años la forma de un cuestionamiento del nihilismo como
fenómeno moderno. La corriente que había inundado el centro del mundo "civilizado" y a la que
había adherido apasionadamente hasta 1933 había llevado finalmente a la más terrible
destrucción.
Durante la década del 40, Löwith vivió en los Estados Unidos. Al igual que la mayoría de los
intelectuales alemanes exiliados en ese país, expresó en general un rechazo profundo por sus
costumbres, si bien las medidas en torno al exterminio de los judíos en su tierra natal lo separaban
de ella. En esos años, se dedicó a una crítica de la filosofía de la historia que quedaría plasmada
en El sentido de la historia. Implicaciones teológicas de la filosofía de la historia , de
1949.
En 1932, Löwith escribió: "lo que hoy en día, bajo el nombre de filosofía de la existencia, determina
la problemática de la filosofía en general procede históricamente de la ruptura con la época de la
filosofía que en su última etapa está marcada por la culminación del idealismo alemán en Hegel.
En la hegeliana culminación consciente de una tradición de más de dos mil años se manifiesta un
fin, y con él, la necesidad de un nuevo comienzo de la filosofía".
De vuelta al maestro
Luego de su regreso a Alemania, volvió a retomar estas ideas, sosteniendo una equivalencia entre
existencialismo y modernidad: "No podemos elegir no ser modernos () Mientras no intentemos
someter al hombre moderno y al mundo moderno a una crítica radical, o sea, a una crítica que
afecte sus principios coordinativos, seguiremos siendo existencialistas, capaces de preguntar la
pregunta más radical, ¿Por qué hay ente y no más bien la nada?, pero constitutivamente incapaces
de contestarla".
La inevitable presencia del viejo maestro volvía sobre sus espaldas. Heidegger, como un espectro
de los devenires intelectuales del siglo XX, todavía era una figura ineludible. De allí la justeza de la
siguiente afirmación de Löwith: "Es inevitable moverse dentro del círculo mágico del lenguaje de
Heidegger, lo que no implica, sin embargo, sucumbir a su hechizo".