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El pensamiento didáctico en la Enseñanza Secundaria1


Héctor Monarca
hector.monarca@uam.es
Universidad Autónoma de Madrid.
España.


1. Introducción
        Ser profesor exige la construcción de un conocimiento que permita interactuar
en contextos concretos con sujetos singulares para que éstos construyan sus
propios conocimientos en el marco de unas determinadas intenciones que dan
sentido a este proceso. En la enseñanza secundaria estas intenciones se refieren en
primer lugar a aspectos que van más allá de una materia en concreto, característica
de la educación secundaria que es necesario tener presente en todo momento para
no quedarnos con sentidos limitados que sólo se encuentran en materias aisladas o
incluso en acciones cuyo sentido se agota en sí mismas. Por tanto, deberían aportar
un sentido global a las acciones que ocupan el tiempo escolar: la comprensión del
mundo de la vida, el desarrollo de las posibilidades de participar en él, el acceder a
determinadas        formas      de    vida     consolidadas        a    manera       de    convenciones
provisionalmente aceptadas... En cualquier caso, el sentido del que hablo se refiere
tanto a razones históricas y socialmente construidas, como a la ubicación de las
mismas en contextos singulares y en la biografía de los sujetos implicados en la
acción educativa. Desde este punto de vista el conocimiento necesario para
desarrollar la acción docente siempre se vinculará a los procesos relacionados con
las posibilidades de que estas intenciones se concreten en escenarios singulares,
con sujetos particulares. Procesos que exigen articular lo subjetivo y objetivo del
conocimiento, es decir aquel que una persona concreta posee como significaciones
construidas, y aquel otro que se ha consolidado como convención o forma de vida,
como forma contrastada de representar la realidad y aproximarse a ella. Procesos
que, partiendo de contextos singulares y limitados, nos aproximen a contextos cada


1
  La presente ponencia toma como referencia el artículo “El pensamiento didáctico. Eje y finalidad de la
formación docente” que está siendo evaluado para su publicación en la Revista Interuniversitaria de Formación
del Profesorado.


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vez más amplios del mundo de la vida, sus posibilidades de comprensión y
participación en él.


       Conocimiento, el del profesor, construido para ser desplegado en contextos
educativos, como posibilidad de comprensión y desarrollo de la acción, para ser
parte de éstas. Conocimiento que debe ser intencionalmente formado por medio de
una propuesta formativa con una clara identidad, dirigida a lo que voy a denominar el
pensamiento didáctico y enmarcada en el trasfondo ético-teleológico de la acción
educativa.


2. Acción educativa y pensamiento didáctico
       La acción educativa constituye un despliegue de la razón en el mundo, un
tomar parte en un asunto, un ejercicio posible en función de unas determinadas
intenciones, de unos fines. Este despliegue supone unas formas de hacer y de saber
que reflejan ciertos supuestos: conocimientos en general, intenciones del sujeto,
motivos, deseos. Constituye el instante en el que el sujeto participa directamente en
el mundo de la vida, mediante pensamientos o ejecuciones relacionadas con
representaciones de estados de ese mundo: lo construye, lo mantiene, lo recrea. La
acción promovida por la razón hace que las intenciones, los objetivos, las ideas, las
teorías, vinculados a unos proyectos, adquieran ciertas concreciones, ciertas
características; que sean de una u otra forma. Este estar enmarcado en un proyecto
de la acción educativa forma parte de acciones anteriores y posteriores que le dan
sentido, y las hacen posibles; horizontes anteriores y posteriores que se funden, en
última instancia, con la unidad que supone el sujeto ejerciendo la razón en el marco
de una determinada práctica. En consecuencia, los componentes de una acción, no
son fragmentos que podamos aislar analíticamente, conforman una unidad de
sentido entre el sujeto y su vida, entre unos sujetos y otros, entre los sujetos, sus
contextos y la posibilidad de trascenderlos en su proyección ético-teleológica.


       Esta característica de la acción educativa, el vínculo entre un aquí y ahora
presente y un más allá deseable, entre contextos concretos y su trascendencia,
entre conocimientos subjetivados (construidos) por personas singulares y el
conocimiento intersubjetivamente objetivado por diversas prácticas sociales: ciencia,
arte, religión…; nos obliga a considerarla como una red de relaciones, de procesos,


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como un sistema (Marcuse, 1968; Morin, 2003; etc.), como una unidad que no es
posible fragmentar desde el punto de vista de la acción siendo, del fenómeno, ni
desde una teoría que pretenda una comprensión profunda de éste… Característica
que hace, a mi juicio, que desde ciertos desarrollos teóricos se la describa como
compleja; aunque acordando con Ramos Torre (1996) que la complejidad se refiere
fundamentalmente a una forma de apreciar los fenómenos y de dialogar con ellos;
por tanto, no hablo de una propiedad intrínseca del mundo, los fenómenos o los
objetos, sino de una aproximación sistémica (Morin, 2003), que concibe a los
fenómenos como una red de relaciones y procesos que conforman unidades
inseparables. En parte por lo que cualquier acción educativa es como propuesta de
conocimiento y de ser del sujeto; por lo que supone en su desarrollo actual y en la
potencialidad contenida en las intenciones hacia las que se proyecta y dan razón de
ser; junto con otras no explicitadas, y muchas veces silenciadas, que forman parte
de éstas.


   Parte de esta complejidad radica en la conveniencia de que existan intenciones
(razones) vinculadas a la acción asumidas por los sujetos implicados, en la
necesidad de crear un marco de intenciones compartidas, al menos en parte, lo que
supone explicitaciones de las razones de mi hacer docente.


      Además, la complejidad habla de esta continua referencia al aquí y ahora de
la acción y su vínculo con un más allá deseable; y por otra parte, a que la acción
contiene, de alguna forma, “algo del todo del mundo de la vida” (Gadamer,
2001:283). Pero no sólo con el aquí y ahora presentes y con el más allá deseable;
además, toda acción implica horizontes anteriores y posteriores a su mismo
desarrollo, contiene y depende de otras acciones ya realizas, algunas consolidadas
en formas de vida; y se vincula, como ya se dijo, con las intenciones que expresan
estados deseables del mundo y el sujeto.


      Dicho con otras palabras, podríamos decir que la complejidad de la acción
educativa se encuentra en su trasfondo ético y teleológico, ambos ya mencionados
de alguna manera. El primero hace referencia a que la acción educativa está
comprometida con la construcción del conocimiento, de la racionalidad, con la
construcción del sujeto, de un ser en el mundo, del mundo; y en tanto tal, supone


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una gran variedad de opciones de valor. Toda acción educativa constituye una
amplia propuesta de socialización, una propuesta de ser, una forma de estar
haciéndose junto a otros; supone siempre una deber ser contenido en su propuesta,
una forma de estar en el mundo, y así de construirlo. Por tanto, este trasfondo ético
debe apelar a mi continuo hacer docente.


      En un fenómeno de conocimiento cualquiera en el que éste se construye, por
ejemplo en las interacciones que un docente genera para que unos determinados
alumnos comprendan las ecuaciones de segundo grado, no sólo se encuentra
presente en este intento la representación que el docente haga de ese conocimiento,
sino un sin número de representaciones de otros sentidos, de otros significados
acerca de cómo tiene que proceder, de qué tienen que hacer los alumnos, etc. El
fenómeno de conocimiento supone, además de la representación de unos
determinados objetos, unas formas de comunicación, de uso de la palabra, de
relación, de uso del poder y unas oportunidades -o no- para interpretar, de creación
del sentido, de conexión con el mundo de la vida, de desarrollar unos determinados
procesos cognitivos-afectivos; todo lo cual, también es conocimiento en la acción
educativa.


      El trasfondo teleológico, por su parte, hace referencia a los estados deseables
a los que procuro acercarme por medio de la acción; no constituyen estados
estáticos del sujeto ni de los objetos, constituyen representaciones dinámicas de un
ser o un objeto futuro, en proceso, en construcción, haciéndose. Estas intenciones
son representaciones vinculadas a unas determinadas razones, en este caso, el
para qué de mi hacer docente (Schütz, 2003); la mayoría de las cuales no suponen
estados cerrados, totalmente objetivados, más bien son estados objetivándose
intersubjetivamente por medio de la acción continua del sujeto. Por tanto, no
suponen pasos fijos, predeterminados (aunque algunos puedan existir), que nos
conduzcan definitiva y unívocamente a un objeto u estado deseable, sino pasos que
suponen oportunidades para su continua construcción. La intención no se ubica al
final de la acción educativa, suponen posibles logros, estados deseables o posibles
en distintos momentos del curso de la acción; intención que está presente en todo el
curso de la acción; no suponen una frontera rígida sino algo que se desplaza con
uno, que forma parte de cada instante y que se une a los antes y después de la


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misma. Por tanto, estas intenciones, aunque puedan suponer una representación
objetivada como estado deseable de un proceso educativo, no es posible definirlas
totalmente con independencia de las acciones que se realizan para que pasen a
formar parte del sujeto y así del mundo de la vida. Aunque en la acción educativa
partamos de ciertas representaciones de metas deseables consensuadas o
impuestas, éstas actuarán sólo como orientación que, se quiera o no, se irán
definiendo y redefiniendo en el curso de la acción. Los fines educativos más
complejos no pueden suponer una realidad anticipada atrapada, prisionera, limitada
en sus posibilidades de ser, produciendo así la enajenación de la razón; los fines no
pueden hacer cautivas a las acciones, éstos deben servir para extraer la máxima
expresión o potencialidad de la realidad, de una situación dada, del sujeto, y esto no
puede ser plenamente definido antes de que el curso de la acción se inicie, sin
contar con los sujetos y los contextos donde ésta será desarrollada. Esta
representación de un estado deseable debe servir para trascender el aquí y ahora,
para pasar de mi contexto limitado: egocéntrico, etnocéntrico…, a un contexto que
comparto con otros, del marco de compresión actual hacia marcos más amplios de
entendimiento…


      Siendo así la acción educativa, en la forma actual de institucionalizarla o en
otras posibles, se hace necesario para el profesor, en este caso de secundaria, la
construcción de un profundo conocimiento entorno a éstas y las formas de
desplegarlas, desarrollarlas, generarlas. Es necesaria una conciencia clara de lo que
las acciones educativas suponen, para mí y para otros, para el contexto de la acción
y más allá de éste; una conciencia acerca del para qué y por qué las hago, y cómo
debo hacerlas (Fernández Pérez, 2004).


      La acción educativa aquí analizada exige al docente un continuo despliegue
de sus conocimientos, de su razón: hermenéutica, crítica y técnica. Exige articular
los medios o conocimientos existentes, las formas de hacer; la comprensión e
interpretación de las situaciones, contextos y sujetos; los vínculos de mis hacer
docente entre las intenciones, el sujeto, la sociedad y el trasfondo ético-teleológico
de la acción educativa; todo lo cual se presenta en la una unidad que constituyen los
fenómenos. Por eso propongo la necesidad de esta visión simultánea de la
dimensión técnica, interpretativa y crítica de la acción educativa; sin desconocer las


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distintas críticas ya realizadas (Horkheimer, 1969; Carr y Kemmis, 1988; Habermas,
1995; etc.), pero evitando cualquier mirada restringida de la misma, que sólo
contemple aspectos parciales o fragmentados, que no la aprecian en la unidad ya
comentada. Considero que, tomando los recaudos de las críticas recién
mencionadas, esta es la racionalidad necesaria para desarrollar, generar, promover
la acción educativa, la unión de las reflexiones éticas, políticas, sociales, culturales,
epistemológicas…, a los procedimientos, a las formas de hacer que reflejen estas
reflexiones. La acción educativa supone la relación entre medios-ética-fines,
individuo y sociedad, ofrecida en la unidad que constituye como fenómeno.


      Lo mencionado hasta este punto sobre la acción educativa nos muestra, de
alguna manera, el tipo de conocimiento (pensamiento) que necesita un profesor para
poder desplegar este tipo de acciones atendiendo a la complejidad analizada. Al cual
hay que agregarle, desde luego, el conocimiento vinculado a los distintos campos
del saber que se transforman en materias, áreas, u otros formatos posibles de
organización de los contenidos escolares, que se pretende que un profesor enseñe.
Insistiendo en que éstos, con vistas a la acción educativa, deben unirse al anterior. A
la unidad que supone este nuevo conocimiento/pensamiento, y que a mi juicio
debería constituirse en la finalidad de toda propuesta que pretenda formar a un
profesor, en este caso de educación secundaria, voy a llamarlo pensamiento
didáctico; un pensamiento que, en tanto acción y efecto de conocer (González,
2001), es también conocimiento, vinculado en este caso, al hecho educativo. Un
pensamiento capaz de estar presente e interactuar en la complejidad mencionada de
la acción educativa, la compleja unidad que supone la interacción entre sujetos-
contextos-conocimientos-acción enmarcados en un trasfondo ético-teleológico.


3. El pensamiento didáctico
      Con el apartado anterior he querido aproximarme al marco en el que se ubica
lo que he definido como pensamiento didáctico, en el que éste participa como
conocimiento construido, como posibilidad de conocer, como formas de hacer, y por
éstas, como posibilidad de construirlo. Por tanto, es un conocimiento que permanece
siempre abierto, siempre incompleto y que debe contemplar en su conocer la
conciencia de este hecho; ésta mostrará su necesaria compleción en su mismo
desarrollo. Incompleto para seguir completándose en cada situación, en cada acción


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educativa. Por eso hablo de pensamiento, ya que este término abarca el necesario
conocimiento ya construido por el sujeto y, al mismo tiempo, su despliegue en el
mundo con vistas a comprensiones y ejecuciones diversas que generarán más
conocimiento.


      El pensamiento didáctico incorpora determinados tipos de conocimientos
producidos en prácticas investigativas de distintos campos; estructura que en este
caso atiende a su implicación directa con los fenómenos educativos. Es decir que si
bien incorpora la mirada propia de la ciencia, ya que también se ha nutrido de sus
producciones, ésta se integra, en el pensamiento didáctico, en una nueva mirada
que va más allá de las intenciones propias de las prácticas investigativas que
generan conocimientos teóricos, aunque puedan tener diversas coincidencias.


      Los significados construidos por la teoría deben formar parte del pensamiento
didáctico; éste será el que le ofrezca una nueva estructura de pensamiento,
conocimiento al fin, que le permita interactuar con los fenómenos educativos, en el
marco analizado en el apartado anterior. Siempre deberá poner el acento en lo
singular de los contextos y los sujetos, aún pretendiendo la continua trascendencia
de los mismos. Se introduce en contextos singulares donde se pretende que los
sujetos en sus vidas cotidianas adquieran y utilicen los conceptos y teorías que los
distintos campos de conocimiento construyen sobre la base de la percepción, la
observación, la experiencia, el análisis, la crítica…, matizadas a la luz de las teorías
en las que dichos procesos tienen cabida; sin olvidar, que en la educación
secundaria, estos se enmarca en intenciones que van más allá de las materias, más
allá de miradas fragmentadas y especializadas del mundo de la vida.


      El pensamiento didáctico es el que permite, como conocimiento construido,
como acción de conocer y como formas de hacer en contextos educativos, generar
procesos específicos que propicien la construcción en unos determinados sujetos de
un conocimiento instersubjetivamente construido por medio de procesos históricos y
propios de los respectivos campos de investigación, y posteriormente transformado
con vistas a su comunicación, enseñanza…, siendo necesario para ello recrear
aquellos procesos intersubjetivos, u otros pertinentes, tendentes ahora a esta
apropiación. El pensamiento didáctico aparece así como articulador entre el


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conocimiento socialmente construido, el conocimiento apropiado por sujetos
singulares y los más diversos conocimientos presentes, de alguna manera, en la
acción educativa.


      Este es un rasgo del pensamiento didáctico su capacidad de articular
aspectos generales con particulares asociados a la acción educativa:
     Las intenciones educativas generales con las intenciones educativas de los
      centros y los sujetos que participan en las prácticas educativas: padres,
      alumnos y profesores.
     Las intenciones educativas generales con los aspectos singulares de los
      contextos donde éstas buscarán concretarse.
     Los conocimientos de la ciencia con los conocimientos incorporados al
      currículo, y éstos con los del profesor y el alumno.
     Las condiciones sociales de escolarización y las condiciones particulares de
      los alumnos.
     Las acciones específicas del aula, sus articulaciones entre sí y sus
      vinculaciones con contextos más amplios.
     La escolarización tal como hoy se manifiesta con otras realidades posibles.


      Un rasgo importante del pensamiento didáctico es que éste, en las
articulaciones mencionadas, interactúa con los fenómenos educativos tal como estos
se producen, es decir, no como los interpreta y los presenta la teoría en sus
ordenadas tramas analíticas/descriptivas; aunque desde luego, un pensamiento
didáctico formado, entre otras cosas, por las interpretaciones teóricas, no escapará
de éstas en sus propias apreciaciones e interpretaciones. No estoy diciendo con
esto que exista la posibilidad, al menos no desde un pensamiento didáctico, de una
mirada sin teoría; no, de ninguna manera, apreciamos los fenómenos filtrados por
nuestros esquemas analíticos (Schütz, 2003), construidos a partir de nuestra
interacción teórico-práctica con los fenómenos educativos. El asunto es que ahora
no se interactúa en un contexto cuyos significados cobran validez dentro de un
marco teórico determinado, que ya ha atrapado y representado la realidad de una
determinada manera. Ahora se interactúa con un fenómeno, con la acción siendo;
claro que se hace desde representaciones de la ciencia que forman parte del
pensamiento didáctico, pero buscando su compleción en ese estar siendo del


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fenómeno educativo; con todos los imprevistos que la singularidad, espontaneidad,
inmediatez… pueden generar. Interactuando también con otros conocimientos
objetivados en formas de vida, convenciones, prácticas institucionalizadas, y otros
conocimientos subjetivados tanto por el docente como por los alumnos.


      El pensamiento didáctico, entonces, es un conocimiento objetivado que ha
sido subjetivado, caracterizado por su potencialidad para generar más conocimiento,
comprensiones y formas de hacer asociadas a las intenciones educativas; preparado
para hacerlo antes y después de la acción educativa, pero especialmente para
ponerse en juego mientras ésta tiene lugar. Y este ser parte de la acción educativa
del pensamiento didáctico se transforma en una potencial fuente de nuevos
conocimientos que sólo pueden surgir de esta implicación en su mismo despliegue,
como acción de conocer. Su acción de conocer permite al docente representarse los
fenómenos con otras tramas, capaces de contener un orden y un cierto desorden, en
las cuales, incluso, es posible la contradicción (Morin, 2003), sin por eso perder
sentido la acción. Sin esta aproximación propia del pensamiento didáctico
prevalecerían las miradas simplificadoras o estereotipadas, vacías o con significados
fragmentados o acotados.


      El pensamiento didáctico faculta para tomar conciencia de las dimensiones de
la acción educativa, es decir, que facilita una mirada comprensiva de este tipo de
intervención en el mundo de la vida, una mirada/una racionalidad centrada en el
fenómeno educativo; el cual, como se dijo, se caracteriza por su trasfondo
teleológico y su marcado carácter normativo de un deber ser -trasfondo ético- que
se expresan en una serie de intenciones. El pensamiento didáctico se dirige a estos
aspectos, permite que el que lo ha construido se sepa participe de las implicaciones
de estas características del hecho educativo y de las implicaciones que, en este
sentido, pueden tener o dejar de hacerlo sus propias acciones educativas. Se
asocia, como se dijo, con la dimensión ética y política, ya que nos encontramos en el
campo del deber ser contenido en las intenciones educativas explícitas e implícitas
que se hacen presentes de múltiples formas. Asimismo, se asocia con una
dimensión cultural, expresada también por medio de las intenciones educativas, en
tanto supone una propuesta de acceso y participación en una cultura; de
comprensión del mundo de la vida, lo que nos lleva a una dimensión epistemológica


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en tanto que la comprensión del mundo de la vida se asocia a conocimientos
construidos en campos de conocimiento. También se asocia a una dimensión
institucional, en tanto que las dimensiones anteriores se materializan en culturas de
centros concretos, de las cuales un profesor forma parte; cultura que se expresa en
determinas prácticas, rituales, formas de hacer, proyectos, etc. Finalmente, el
pensamiento didáctico se asocia a una dimensión práctica, en tanto supone ubicar
las dimensiones antes mencionadas en un aquí y ahora, hacerlas presentes por
medio de acciones específicas y concretas, supone darle unidad a un fenómeno
complejo: dando cabida a unas dimensiones de carácter general en contextos y
sujetos particulares; supone dar existencia a pretensiones de diversa índole.


      En otros términos podríamos decir que, por un lado, el pensamiento didáctico
promueve la mirada crítica, ya que ubica a la acción educativa en una dimensión
ético-política, tal como se acaba de explicar. Por otro, aporta la lógica hermenéutica
en varios sentidos: desde la comprensión de las intenciones educativas y de los
contextos de enseñanza y de los sujetos implicados en ella, hasta la compresión de
los sentidos implicados en la acción educativa. Y, finalmente, aporta una mirada
técnica, en tanto se centra en la búsqueda de las formas que hagan posible las
intenciones educativas. Pero fundamentalmente, lo que caracteriza al pensamiento
didáctico es que permite la unidad de estos tres rasgos, la imposibilidad de hablar de
uno sin el otro; como se ha comentado en el apartado anterior, nos ubica en la
pregunta siempre presente acerca de qué, cómo, por qué y para qué enseñar
determinadas cosas. Superando así la clásica fragmentación de la racionalidad
educativa; aspecto frecuentemente descuidado en las prácticas formativas del
profesorado, generando formas incompletas de aproximación a la práctica educativa,
formas fragmentadas o inadecuadas para llevar adelante la tarea educativa.


El currículo en el marco del pensamiento didáctico
      El pensamiento didáctico deberá contemplar, como conocimiento objetivado
construido, como acción de conocer y cómo formas de hacer en la acción educativa
la denominada lógica curricular. En la que se enmarcan las intenciones explícitas e
implícitas varias veces mencionadas en este artículo; concretamente, en lo que se
refiere a la enseñanza secundaria obligatoria, con unas claras y explícitas
intenciones globales que luego parecen diluirse en las distintas materias.


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La lógica curricular, con los diversos procesos de concreción implicados
(Gimeno, 1995), constituye una forma de entender el proceso de socialización, con
aspectos implícitos y explícitos. Abarca, entre otras cosas, la selección de ciertos
elementos de la cultura que se han considerado valiosos, los cuales se introducen
en esta lógica curricular para ser representados en un formato escolar, pero en
principio, ya alejados de la cultura que los significa. Es decir que estos elementos no
se aprenden en el ámbito de la cultura donde tienen pleno sentido (Lundgren, 1992),
sino en un ámbito social, específico e históricamente creado para ello: en este caso
hablo de la actual escuela secundaria obligatoria. Una de las principales tareas para
un docente, posible gracias al pensamiento didáctico, consiste en volver a ubicar
estos elementos en un contexto, en principio artificial, dotándolas de un sentido para
que la propuesta educativa sea viable o, en otras palabras, para que el fenómeno de
conocimiento tenga lugar.


      Casi la totalidad de los elementos culturales están vinculados a campos de
conocimientos, al menos explícitamente. No cabe duda de que esto, desde lo que
significa sacar un elemento de un contexto para incluirlo en otro, supone una pérdida
de sentido importante, ya que estos conocimientos objetivados cobran sentido pleno
dentro de tramas teóricas históricamente construidas, y en construcción. Como
sostiene Bernstein (1994), el discurso pedagógico cumple esta función de
recontextualizar aquello que se selecciona de una disciplina, y no es ésta sino el
proceso recontextualizador el que regula la selección, la organización y la
secuenciación de lo seleccionado.


      Por eso, cuando seleccionamos estos productos culturales de la ciencia, los
extraemos de un contexto de pleno sentido. Al ubicarlos en un ámbito de enseñanza
debemos, de alguna manera, reconstruirlos: al conocimiento y al sentido. Si esto no
se tiene en cuenta o no se consigue, se pueden generar efectos contrarios a toda
intención educativa: de aburrimiento, desgano, desmotivación o, incluso, de rechazo
al conocimiento así ofrecido. Debemos evitar en las interacciones didácticas la
pérdida de sentido de los procesos de construcción del conocimiento. Debemos
unirlo a alguna necesidad o motivación de conocer, la cual podemos encontrarla en
múltiples vivencias: curiosidad, deseo, solidaridad, diversión, necesidad, utilidad, etc.


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Como ya se ha mencionado anteriormente, la acción educativa deberá dotarse de
algún sentido para los sujetos implicados; tanto para profesores como para alumnos
éste deberá estar presente, para evitar caer en meras acciones rutinarias,
estereotipadas.


      La construcción del sentido por medio de la acción educativa supone que éste
esté presente en la totalidad de la acción. Éste se vincula a los rasgos de la acción
porque se relaciona de alguna manera con intenciones que me interesan o me
despiertan la curiosidad; o porque, aunque no me despierten interés, las entiendo
necesarias para mí, para mi entorno o para ambos; o porque me permite ver un
proceso que va más allá de este momento puntual, me permita asociarlas con
acciones anteriores y posteriores ubicándome en un proceso que entiendo; o porque
ubico esa acción en el mundo de la vida, de la mía y la de otros, porque se introduce
en algo por mí desconocido que me ayuda a descubrir, o me ayuda a comprender
mejor el mundo de la vida actual, pero también el de antes y después.


      El pensamiento didáctico se asocia a la capacidad de generar acciones
vinculadas a determinadas intenciones educativas; toda acción supone una
propuesta en esta línea que se concreta en unas determinas interacciones entre
profesor-conocimiento-alumno. Podemos decir que estas acciones, las interacciones
recién mencionadas, tienen sentido cuando:
      Se insertan en algún sentido del mundo de la vida, es decir que trascienden el
      ámbito escolar, y éste es compartido, o al menos conocido, por el alumno.
      Logran ser parte de la vida cotidiana de los estudiantes; logran establecer
      algún nexo de familiaridad con éstos.
      Se ubican en unidades de significado, no fragmentadas; es decir, cuando los
      alumnos son capaces de percibir relaciones con tareas anteriores y
      posteriores.
      Logra mostrar el sentido de la acción concreta/específica dentro de una
      unidad mayor de significado: tema, materia, capacidades que se trabaja,
      valores, etc.
      Potencian el desarrollo de los más diversos procesos cognitivos-afectivos-
      existenciales asociados al conocimiento.



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Estos aspectos son generales a cualquier acción educativa con repercusiones
concretas en la enseñanza de todo contenido. En este sentido lo dicho hasta aquí
tiene consecuencias para las propuestas de enseñanza de toda materia, con
singularidades asociadas a los contenidos de cada campo de conocimiento o
disciplina, pero con generalidades vinculadas a los otros aspectos mencionados de
la acción educativa. Por ello es también imprescindible recuperar el sentido de la
disciplina: reconocer por qué un problema es propio de un determinado campo de
conocimiento, cómo y por qué se investigan ciertas cosas y no otras. Los
estudiantes se aproximan de diversos modos al conocimiento: distintos intereses,
conocimientos o experiencias previas, distintos estilos, etc. Por tanto, debemos
generar puertas de entrada diferentes, siendo esto parte de la lógica curricular; y es
el pensamiento didáctico el que nos ubica en este tipo de indagaciones propias de
las tareas de educar, nos orienta en las reflexiones acerca de qué tipos de preguntas
o problemas abren la puerta al conocimiento; nos ayuda a buscar las respuestas ya
existentes tanto en los alumnos como, desde luego, en la ciencia. Contribuye en la
búsqueda de los tipos de explicaciones que promueven mejor la construcción del
conocimiento. No debemos olvidar que los campos de conocimiento constituyen una
interpretación del mundo de la vida representada en tramas descriptivas y analíticas;
el currículo, en tanto propuesta explícita e implícita de intenciones educativas y de
los elementos culturales a ellas asociadas, supone también un reinterpretación que,
a su vez, se concretará en un largo y complejo proceso reinterpretativo con diversos
implicados: documentos, editoriales, centros, profesores, alumnos, etc. Un proceso
centrado, en cualquier caso, en la construcción de conocimientos; en la generación
de propuestas para que esto suceda.


      Pero no debemos olvidar, de acuerdo a lo que se viene planteando en este
artículo, que la construcción global del sentido, de la significación del mundo de la
vida, no puede reducirse a las instancias específicas y fragmentadas de cada
disciplina (éstas nacen con la intención de explicar determinados sectores del
mundo); ni siquiera existen garantías de que este sentido surja de la suma del total
de materias definidas para determinados cursos de una determinada etapa
educativa. La unidad necesaria no se dará espontáneamente; por eso, el
pensamiento didáctico trasciende la asignatura concreta para ubicarse como parte
de una propuesta educativa global; en una interacción permanente entre el individuo


                                                                                   13
y la sociedad. Como sostiene Eisner (1998:41) “las escuelas como instituciones y la
educación como proceso deben fomentar la capacidad del estudiante para
comprender el mundo, tratar eficazmente los problemas y adquirir gran variedad de
sentidos en las interacciones con todo ello”. Nuevamente aquí se ubica el
pensamiento didáctico orientado por esta interpretación; sabiendo que la respuesta
deberá encontrarla en los contextos específicos y con los sujetos singulares;
teniendo claro que deberá encontrar unas formas de hacer, unas acciones
educativas que constituyan la respuesta posible en una aquí y ahora concretos, pero
siempre con miras a trascender mi individualidad, mi aquí y ahora concretos, con
miras a ampliar contextos de significación e interpretación.


      Cómo se articulan entonces, estas representaciones generales, del currículo,
pensadas para mí y para cualquiera, con las circunstancias concretas que los
alumnos tienen y que definen su mundo de la vida. Como representaciones ubicadas
en el currículo, suponen una opción ético-política de construcción del mundo de la
vida; pero deben penetrar/interactuar con mis circunstancias y las del otro. Y no
podemos desconocer que toda forma de representación niega aspectos del mundo,
en tanto no son un espejo del mundo sino una forma de interpretarlo, ésta no puede
contener todos los rasgos que se hacen presentes a través de los sentidos y la
cognición.


      En cualquier caso, trasladando la idea que sobre el conocimiento y el conocer
tenía Husserl (1962), el valor de la acción educativa se encuentra en los contenidos
que pretende comunicar y en las formas de hacerlo. No podemos establecer una
separación entre ambos, no en la acción educativa; aunque ambos, fuera de ésta,
puedan ser objetivados analíticamente por separado. Las formas en la acción
educativa son también contenido, a la vez que potencian las posibilidades del sujeto
de construir su propio conocimiento. El conocimiento, sobre todo los más explícitos,
vienen demarcados externamente; es en la concreción del mismo, en su traducción
a objeto de enseñanza, en su ubicación en coordenadas espacio-temporales, donde
entra el pensamiento didáctico de los profesores. El pensamiento didáctico es el
conocimiento necesario para formar parte del proceso contextualizado de
trasformación y construcción de conocimientos; los cuales, como producto cultural,
aparecen tanto como objetivaciones, como proceso de subjetivación, de apropiación


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del sujeto, y como manifestación de un conocimiento apropiado, interiorizado. Así, la
externalización-internalización u objetivación-subjetivación propias de los procesos
de construcción de conocimiento, en la acción educativa, constituyen un único
proceso dialéctico de idas y vueltas. Desde aquí el pensamiento didáctico interviene
en la compleja lógica curricular, como comprensión, interpretación y como generador
de propuestas. Las representaciones que los profesores construyen en torno a las
intenciones educativas, en torno a qué enseñar, cómo y por qué hacerlo, deberán
transformarse en acciones que dan lugar a múltiples experiencias de enseñanza y
de aprendizaje.


4. La construcción del pensamiento didáctico en la formación docente
      Esta forma de considerar la acción educativa y el lugar del profesor en ella
nos lleva a la necesaria formación de éste. Toda formación pretende que unas
determinadas personas construyan el conocimiento que se considera imprescindible
para que éstas puedan desempeñarse en unos ámbitos de actuación determinados.
Este conocimiento, en lo que respecta a los profesores, lo he denominado
pensamiento didáctico, por sus      características asociadas a la comprensión y
desarrollo de los fenómenos educativos con su trasfondo ético-teleológico analizado
anteriormente. El que nos posibilita el despliegue, de forma relativamente autónoma,
de la racionalidad en el marco de unas determinadas funciones en contextos
educativos concretos.


      El pensamiento didáctico contiene, desde luego, un conocimiento disciplinar o
interdisciplinar, pero se ubica en una nueva lógica/mirada, racionalidad, y con una
nueva tendencia que ya no es exclusiva de una disciplina sino de la acción educativa
como práctica social, como totalidad: la construcción del sentido, la comprensión de
la realidad, de los contextos, la necesaria articulación del saber en la acción, etc.
Que nos lleva a trascender, pero no a prescindir, de las visiones especializadas o
parciales. Que nos posibilita la comprensión de la multidimensionalidad de la acción
educativa (Morin, 2003), como así también el generarlas, ser parte de ellas
concientes de lo que suponen; analizando los vínculos individuo-sociedad-
educación, pero siempre desde las acciones que nos permiten insertar dichos
aspectos en intervenciones en el mundo, en donde el trasfondo ético-teleológico de
esta acción es la que traslada -y contiene- dicho vínculo a los contextos sociales y


                                                                                  15
escolares donde la acción educativa tiene lugar, haciéndolo parte de esta acción.
Esta multidimensionalidad, esta característica del pensamiento didáctico, sólo es
posible dentro de una determinada manera de concebir la formación del
profesorado, el desarrollo profesional y la práctica educativa.


      Siendo así el pensamiento didáctico, y refiriéndome ahora concretamente a
los profesores de enseñanza secundaria, su construcción debe ubicarse en el centro
de los procesos formativos. Debe existir un proceso formativo claro, intenso,
sistemático; una formación inicial capaz de impactar en el sujeto, en su conocimiento
construido, en su racionalidad; aún sabiendo que su formación continúa en su
mismo despliegue en la acción educativa.


      Este proceso formativo debería nutrirse y orientarse en las siguientes claves:
trasfondo ético-teleológico, contenido a enseñar, contenidos disciplinares diversos,
conocimiento sobre los alumnos: cómo se aprende, cómo se construye un
conocimiento; conocimiento pedagógico general; conocimiento del currículo,
conocimiento del contexto, conocimiento de la profesión, conocimiento de sí mismo;
del lugar que ocupa la enseñanza de unos contenidos específicos (de un campo o
disciplina) en la construcción del sentido...    Pero lo que debe quedar claro por
encima de todo, es que estos conocimientos, o cualquier otro que se pudiera
agregar, se enmarcan en un proceso formativo con una finalidad específica, singular;
marcada por las características de la acción educativa que han sido analizadas
anteriormente.


      Por otra parte, no se trata sólo de los contenidos o elementos de una
propuesta de formación docente, se trata también de las características que las
diversas acciones formativas tengan. Al respecto varios autores han hecho
referencia a la coherencia que debe existir entre los principios y concepciones
teóricas que forman parte de los contenidos de la formación y las formas que
asumen las acciones formativas (Fernández Pérez, 1995; Herrán Gascón, 2003;
etc.). En cualquier caso, las prácticas formativas constituyen fuentes en sí mismas
de múltiples aprendizajes, por lo que no basta, por ejemplo, con desarrollar la teoría
crítica si ésta no forma parte de la acción formativa por la que ella -la teoría- se hace
presente. Incluso puede generar efectos contrarios el estar aprendiendo a ser


                                                                                      16
críticos, si esto se hace en un vínculo docente jerarquizado, en un discurso lineal y
meramente expositivo, asignando un rol pasivo a los futuros profesores. Por tanto,
no sólo las prácticas formativas deben contemplar las características que anuncian,
deben ser objeto de análisis diversos, de forma tal que se conviertan en fuente de
aprendizajes explícitos.


      En este sentido considero que es necesario hacer una advertencia. Es muy
frecuente que desde determinados marcos teóricos o grupos de intelectuales o
profesionales se sugieran ciertas ideas, pocas veces vinculadas a formas de hacer,
que podríamos denominar progresistas o innovadoras desde los supuestos
ideológicos, políticos, sociales y culturales que contemplan. Sin embargo, más allá
de una posible adhesión intelectual a estas ideas, cuando estos discursos se dirigen
a los profesores, deberían contemplar una variable que por lo general permanece
ignorada, la que se refiere a su puesta en práctica, a que se transformen en
acciones educativas reales; ya que los que están siendo formados deberán hacerlo.
Pensando en las propuestas de formación del profesorado hay que tener en cuenta
que muchas sugerencias potencialmente innovadoras, progresistas… pueden dejar
de serlo, en tanto emancipación real de los sujetos, cuando:
   1. Se ubican en una lógica tecnicista e intentan aplicarse sin más; sin haberse
      comprendido estas ideas en toda su génesis, sin un proceso reflexivo que las
      ponga en situación. Y esto no hay que interpretarlo siempre como carencia
      del que recibe o interactúa con estas nuevas ideas. También hay que
      contemplar la posibilidad de que determinado tipo de textos o discursos
      propicien más y mejor la comprensión que otros; estimulando procesos
      reflexivos a partir de los mismos que sean capaces de conectar las realidades
      de aquellos que los reciben con las que el texto quiere propiciar. Es decir, que
      contemple en toda su profundidad, la interacción entre los procesos de
      subjetivación y objetivación del conocimiento y sus posibilidades de
      despliegue en contextos singulares; algo que no se relaciona ni directa ni
      exclusivamente con el contenido del texto o discurso, sino con las formas en
      que dicho contenido se presenta; las cuales pasan a ser parte del contenido.
   2. Se intentan realizar sin tener en cuenta los conocimiento de los futuros
      profesores; éstos no son una tabula rasa desde el punto de vista de las
      concepciones educativas. No olvidemos que ya han transitado durante


                                                                                   17
muchos años por el sistema educativo; ya han sido socializados en
      determinadas    formas   de   hacer,     con   sus   respectivas   concepciones
      subyacentes que han favorecido la construcción de determinados esquemas
      de acción, a partir de los cuales han aprendido a moverse en el ámbito
      educativo. Las propuestas de ideas que no encajan en estos esquemas
      pueden generar efectos diversos. Nuevamente, no son los docentes los
      únicos responsables de estas situaciones; es necesario, sobre todo cuando
      existe un interés emancipador, ubicar los discursos o textos en toda la
      complejidad que sus posibilidades de concreción supone.
   3. Y evidentemente, como ya se comentó, cuando existe un divorcio entre la
      acción y la palabra -que es también acción-, se genera una acción
      contradictoria con preocupantes efectos para el desarrollo de un pensamiento
      didáctico.


      A estos comentarios subyace una idea muy clara: cualquier discurso o texto
que presente un conocimiento, si se hace -o intenta- desde un interés emancipador,
debe contemplar en su propia construcción y estructura, no sólo los rasgos que este
interés supone, sino el que este conocimiento logre transformarse en acciones en el
mundo de la vida. Para no quedarse sólo como representación del conocimiento
objetivado es necesario trascender la lógica meramente prescriptiva (aunque ésta se
haga como sugerencia o mero análisis), ya que la emancipación se refiere a sujetos
con vidas concretas; y mientras permanezca en el mero plano discursivo, sin
capacidad de ser, podrán ser interesantes, pero no emancipadoras. La mera
declaración de intenciones puede que en el mejor de los casos y pensando en la
formación del pensamiento didáctico, sólo resulten especulaciones interesantes en
tanto no logren transformarse en diálogos o análisis que sean capaces, a su vez, de
plasmarse en acciones educativas. Los mismos discursos progresistas deberían
ajustarse a la lógica de la complejidad, y los que pretendan ser realmente críticos
deberán ser capaces de articular en esta complejidad la posibilidad de que ellos
contribuyan, de forma poderosa, a la acción.


5. Conclusión
      Resumiendo, en lo que respecta a la construcción del pensamiento didáctico
de los futuros profesores de eenseñanza secundaria, estoy hablando de una


                                                                                   18
necesaria formación inicial que deberá ser completada a lo largo del ejercicio de la
docencia. Formación inicial que deberá contemplar los aspectos analizados a lo
largo de todo el artículo, con un referente claro ubicado en la acción educativa y su
trasfondo ético-teleológico que, como hemos visto, se ubica más allá de las materias
concretas. Por tanto, esta formación inicial se inserta en las razones de educar, en
las intenciones educativas, y en las formas en que éstas pueden ser alcanzadas en
contextos concretos y con sujetos singulares. Esta formación inicial debería abarcar
un amplio campo de conocimientos comunes a todo el profesorado de educación
secundaria: conocimientos vinculados a la sociedad, la cultura, la educación, la
acción educativa, los contextos y sujetos de aprendizaje; y otros campos vinculados
a conocimientos disciplinares. Además de los conocimientos que se incluyan, deberá
tenerse en cuenta la forma en que éstos son incorporados a las propuestas
formativas y cómo se conectan con los contextos educativos actuales y posibles.


      Quiero insistir nuevamente en la necesaria coherencia entre el conocimiento y
las experiencias que se generan para que el primero pueda ser incorporado
(apropiado) por el sujeto, ya que ambos, conocimiento y experiencia, conforman, en
el fenómeno de conocer, una unidad (ella misma conocimiento) que es la que el
sujeto vivencia para construir su conocimiento. Por tanto, las acciones formativas
tendentes a formar el pensamiento didáctico deben ser capaces de reflejar en sí
mismas los rasgos de éste; para que así, por medio de la vivencia que genera este
fenómeno de conocimiento, pueda ser construido por los futuros profesores. Y para
que esto sea así, los formadores deben ellos mismos haber construido este
pensamiento didáctico.


      Como se observa, este artículo constituye una crítica a cómo se concibe la
formación actual de los profesores de enseñanza secundaria en españa, que ignora
o devalúa lo que he denominado pensamiento didáctico. Como se explicó, se es
profesor para algo y no sólo de algo (Fernández Pérez, 2004); en la formación actual
este aspecto queda descuidado o totalmente ausente; las intenciones globales
vinculadas a esta etapa de la enseñanza quedan devaluadas en una formación que
prioriza por peso, intensidad, tiempo y profundidad, una visión parcial del mundo de
la vida y una consideración tardía, y también fragmentada, de la tarea educativa.



                                                                                    19
Bibliografía
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                                                                                         20

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  • 1. El pensamiento didáctico en la Enseñanza Secundaria1 Héctor Monarca hector.monarca@uam.es Universidad Autónoma de Madrid. España. 1. Introducción Ser profesor exige la construcción de un conocimiento que permita interactuar en contextos concretos con sujetos singulares para que éstos construyan sus propios conocimientos en el marco de unas determinadas intenciones que dan sentido a este proceso. En la enseñanza secundaria estas intenciones se refieren en primer lugar a aspectos que van más allá de una materia en concreto, característica de la educación secundaria que es necesario tener presente en todo momento para no quedarnos con sentidos limitados que sólo se encuentran en materias aisladas o incluso en acciones cuyo sentido se agota en sí mismas. Por tanto, deberían aportar un sentido global a las acciones que ocupan el tiempo escolar: la comprensión del mundo de la vida, el desarrollo de las posibilidades de participar en él, el acceder a determinadas formas de vida consolidadas a manera de convenciones provisionalmente aceptadas... En cualquier caso, el sentido del que hablo se refiere tanto a razones históricas y socialmente construidas, como a la ubicación de las mismas en contextos singulares y en la biografía de los sujetos implicados en la acción educativa. Desde este punto de vista el conocimiento necesario para desarrollar la acción docente siempre se vinculará a los procesos relacionados con las posibilidades de que estas intenciones se concreten en escenarios singulares, con sujetos particulares. Procesos que exigen articular lo subjetivo y objetivo del conocimiento, es decir aquel que una persona concreta posee como significaciones construidas, y aquel otro que se ha consolidado como convención o forma de vida, como forma contrastada de representar la realidad y aproximarse a ella. Procesos que, partiendo de contextos singulares y limitados, nos aproximen a contextos cada 1 La presente ponencia toma como referencia el artículo “El pensamiento didáctico. Eje y finalidad de la formación docente” que está siendo evaluado para su publicación en la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado. 1
  • 2. vez más amplios del mundo de la vida, sus posibilidades de comprensión y participación en él. Conocimiento, el del profesor, construido para ser desplegado en contextos educativos, como posibilidad de comprensión y desarrollo de la acción, para ser parte de éstas. Conocimiento que debe ser intencionalmente formado por medio de una propuesta formativa con una clara identidad, dirigida a lo que voy a denominar el pensamiento didáctico y enmarcada en el trasfondo ético-teleológico de la acción educativa. 2. Acción educativa y pensamiento didáctico La acción educativa constituye un despliegue de la razón en el mundo, un tomar parte en un asunto, un ejercicio posible en función de unas determinadas intenciones, de unos fines. Este despliegue supone unas formas de hacer y de saber que reflejan ciertos supuestos: conocimientos en general, intenciones del sujeto, motivos, deseos. Constituye el instante en el que el sujeto participa directamente en el mundo de la vida, mediante pensamientos o ejecuciones relacionadas con representaciones de estados de ese mundo: lo construye, lo mantiene, lo recrea. La acción promovida por la razón hace que las intenciones, los objetivos, las ideas, las teorías, vinculados a unos proyectos, adquieran ciertas concreciones, ciertas características; que sean de una u otra forma. Este estar enmarcado en un proyecto de la acción educativa forma parte de acciones anteriores y posteriores que le dan sentido, y las hacen posibles; horizontes anteriores y posteriores que se funden, en última instancia, con la unidad que supone el sujeto ejerciendo la razón en el marco de una determinada práctica. En consecuencia, los componentes de una acción, no son fragmentos que podamos aislar analíticamente, conforman una unidad de sentido entre el sujeto y su vida, entre unos sujetos y otros, entre los sujetos, sus contextos y la posibilidad de trascenderlos en su proyección ético-teleológica. Esta característica de la acción educativa, el vínculo entre un aquí y ahora presente y un más allá deseable, entre contextos concretos y su trascendencia, entre conocimientos subjetivados (construidos) por personas singulares y el conocimiento intersubjetivamente objetivado por diversas prácticas sociales: ciencia, arte, religión…; nos obliga a considerarla como una red de relaciones, de procesos, 2
  • 3. como un sistema (Marcuse, 1968; Morin, 2003; etc.), como una unidad que no es posible fragmentar desde el punto de vista de la acción siendo, del fenómeno, ni desde una teoría que pretenda una comprensión profunda de éste… Característica que hace, a mi juicio, que desde ciertos desarrollos teóricos se la describa como compleja; aunque acordando con Ramos Torre (1996) que la complejidad se refiere fundamentalmente a una forma de apreciar los fenómenos y de dialogar con ellos; por tanto, no hablo de una propiedad intrínseca del mundo, los fenómenos o los objetos, sino de una aproximación sistémica (Morin, 2003), que concibe a los fenómenos como una red de relaciones y procesos que conforman unidades inseparables. En parte por lo que cualquier acción educativa es como propuesta de conocimiento y de ser del sujeto; por lo que supone en su desarrollo actual y en la potencialidad contenida en las intenciones hacia las que se proyecta y dan razón de ser; junto con otras no explicitadas, y muchas veces silenciadas, que forman parte de éstas. Parte de esta complejidad radica en la conveniencia de que existan intenciones (razones) vinculadas a la acción asumidas por los sujetos implicados, en la necesidad de crear un marco de intenciones compartidas, al menos en parte, lo que supone explicitaciones de las razones de mi hacer docente. Además, la complejidad habla de esta continua referencia al aquí y ahora de la acción y su vínculo con un más allá deseable; y por otra parte, a que la acción contiene, de alguna forma, “algo del todo del mundo de la vida” (Gadamer, 2001:283). Pero no sólo con el aquí y ahora presentes y con el más allá deseable; además, toda acción implica horizontes anteriores y posteriores a su mismo desarrollo, contiene y depende de otras acciones ya realizas, algunas consolidadas en formas de vida; y se vincula, como ya se dijo, con las intenciones que expresan estados deseables del mundo y el sujeto. Dicho con otras palabras, podríamos decir que la complejidad de la acción educativa se encuentra en su trasfondo ético y teleológico, ambos ya mencionados de alguna manera. El primero hace referencia a que la acción educativa está comprometida con la construcción del conocimiento, de la racionalidad, con la construcción del sujeto, de un ser en el mundo, del mundo; y en tanto tal, supone 3
  • 4. una gran variedad de opciones de valor. Toda acción educativa constituye una amplia propuesta de socialización, una propuesta de ser, una forma de estar haciéndose junto a otros; supone siempre una deber ser contenido en su propuesta, una forma de estar en el mundo, y así de construirlo. Por tanto, este trasfondo ético debe apelar a mi continuo hacer docente. En un fenómeno de conocimiento cualquiera en el que éste se construye, por ejemplo en las interacciones que un docente genera para que unos determinados alumnos comprendan las ecuaciones de segundo grado, no sólo se encuentra presente en este intento la representación que el docente haga de ese conocimiento, sino un sin número de representaciones de otros sentidos, de otros significados acerca de cómo tiene que proceder, de qué tienen que hacer los alumnos, etc. El fenómeno de conocimiento supone, además de la representación de unos determinados objetos, unas formas de comunicación, de uso de la palabra, de relación, de uso del poder y unas oportunidades -o no- para interpretar, de creación del sentido, de conexión con el mundo de la vida, de desarrollar unos determinados procesos cognitivos-afectivos; todo lo cual, también es conocimiento en la acción educativa. El trasfondo teleológico, por su parte, hace referencia a los estados deseables a los que procuro acercarme por medio de la acción; no constituyen estados estáticos del sujeto ni de los objetos, constituyen representaciones dinámicas de un ser o un objeto futuro, en proceso, en construcción, haciéndose. Estas intenciones son representaciones vinculadas a unas determinadas razones, en este caso, el para qué de mi hacer docente (Schütz, 2003); la mayoría de las cuales no suponen estados cerrados, totalmente objetivados, más bien son estados objetivándose intersubjetivamente por medio de la acción continua del sujeto. Por tanto, no suponen pasos fijos, predeterminados (aunque algunos puedan existir), que nos conduzcan definitiva y unívocamente a un objeto u estado deseable, sino pasos que suponen oportunidades para su continua construcción. La intención no se ubica al final de la acción educativa, suponen posibles logros, estados deseables o posibles en distintos momentos del curso de la acción; intención que está presente en todo el curso de la acción; no suponen una frontera rígida sino algo que se desplaza con uno, que forma parte de cada instante y que se une a los antes y después de la 4
  • 5. misma. Por tanto, estas intenciones, aunque puedan suponer una representación objetivada como estado deseable de un proceso educativo, no es posible definirlas totalmente con independencia de las acciones que se realizan para que pasen a formar parte del sujeto y así del mundo de la vida. Aunque en la acción educativa partamos de ciertas representaciones de metas deseables consensuadas o impuestas, éstas actuarán sólo como orientación que, se quiera o no, se irán definiendo y redefiniendo en el curso de la acción. Los fines educativos más complejos no pueden suponer una realidad anticipada atrapada, prisionera, limitada en sus posibilidades de ser, produciendo así la enajenación de la razón; los fines no pueden hacer cautivas a las acciones, éstos deben servir para extraer la máxima expresión o potencialidad de la realidad, de una situación dada, del sujeto, y esto no puede ser plenamente definido antes de que el curso de la acción se inicie, sin contar con los sujetos y los contextos donde ésta será desarrollada. Esta representación de un estado deseable debe servir para trascender el aquí y ahora, para pasar de mi contexto limitado: egocéntrico, etnocéntrico…, a un contexto que comparto con otros, del marco de compresión actual hacia marcos más amplios de entendimiento… Siendo así la acción educativa, en la forma actual de institucionalizarla o en otras posibles, se hace necesario para el profesor, en este caso de secundaria, la construcción de un profundo conocimiento entorno a éstas y las formas de desplegarlas, desarrollarlas, generarlas. Es necesaria una conciencia clara de lo que las acciones educativas suponen, para mí y para otros, para el contexto de la acción y más allá de éste; una conciencia acerca del para qué y por qué las hago, y cómo debo hacerlas (Fernández Pérez, 2004). La acción educativa aquí analizada exige al docente un continuo despliegue de sus conocimientos, de su razón: hermenéutica, crítica y técnica. Exige articular los medios o conocimientos existentes, las formas de hacer; la comprensión e interpretación de las situaciones, contextos y sujetos; los vínculos de mis hacer docente entre las intenciones, el sujeto, la sociedad y el trasfondo ético-teleológico de la acción educativa; todo lo cual se presenta en la una unidad que constituyen los fenómenos. Por eso propongo la necesidad de esta visión simultánea de la dimensión técnica, interpretativa y crítica de la acción educativa; sin desconocer las 5
  • 6. distintas críticas ya realizadas (Horkheimer, 1969; Carr y Kemmis, 1988; Habermas, 1995; etc.), pero evitando cualquier mirada restringida de la misma, que sólo contemple aspectos parciales o fragmentados, que no la aprecian en la unidad ya comentada. Considero que, tomando los recaudos de las críticas recién mencionadas, esta es la racionalidad necesaria para desarrollar, generar, promover la acción educativa, la unión de las reflexiones éticas, políticas, sociales, culturales, epistemológicas…, a los procedimientos, a las formas de hacer que reflejen estas reflexiones. La acción educativa supone la relación entre medios-ética-fines, individuo y sociedad, ofrecida en la unidad que constituye como fenómeno. Lo mencionado hasta este punto sobre la acción educativa nos muestra, de alguna manera, el tipo de conocimiento (pensamiento) que necesita un profesor para poder desplegar este tipo de acciones atendiendo a la complejidad analizada. Al cual hay que agregarle, desde luego, el conocimiento vinculado a los distintos campos del saber que se transforman en materias, áreas, u otros formatos posibles de organización de los contenidos escolares, que se pretende que un profesor enseñe. Insistiendo en que éstos, con vistas a la acción educativa, deben unirse al anterior. A la unidad que supone este nuevo conocimiento/pensamiento, y que a mi juicio debería constituirse en la finalidad de toda propuesta que pretenda formar a un profesor, en este caso de educación secundaria, voy a llamarlo pensamiento didáctico; un pensamiento que, en tanto acción y efecto de conocer (González, 2001), es también conocimiento, vinculado en este caso, al hecho educativo. Un pensamiento capaz de estar presente e interactuar en la complejidad mencionada de la acción educativa, la compleja unidad que supone la interacción entre sujetos- contextos-conocimientos-acción enmarcados en un trasfondo ético-teleológico. 3. El pensamiento didáctico Con el apartado anterior he querido aproximarme al marco en el que se ubica lo que he definido como pensamiento didáctico, en el que éste participa como conocimiento construido, como posibilidad de conocer, como formas de hacer, y por éstas, como posibilidad de construirlo. Por tanto, es un conocimiento que permanece siempre abierto, siempre incompleto y que debe contemplar en su conocer la conciencia de este hecho; ésta mostrará su necesaria compleción en su mismo desarrollo. Incompleto para seguir completándose en cada situación, en cada acción 6
  • 7. educativa. Por eso hablo de pensamiento, ya que este término abarca el necesario conocimiento ya construido por el sujeto y, al mismo tiempo, su despliegue en el mundo con vistas a comprensiones y ejecuciones diversas que generarán más conocimiento. El pensamiento didáctico incorpora determinados tipos de conocimientos producidos en prácticas investigativas de distintos campos; estructura que en este caso atiende a su implicación directa con los fenómenos educativos. Es decir que si bien incorpora la mirada propia de la ciencia, ya que también se ha nutrido de sus producciones, ésta se integra, en el pensamiento didáctico, en una nueva mirada que va más allá de las intenciones propias de las prácticas investigativas que generan conocimientos teóricos, aunque puedan tener diversas coincidencias. Los significados construidos por la teoría deben formar parte del pensamiento didáctico; éste será el que le ofrezca una nueva estructura de pensamiento, conocimiento al fin, que le permita interactuar con los fenómenos educativos, en el marco analizado en el apartado anterior. Siempre deberá poner el acento en lo singular de los contextos y los sujetos, aún pretendiendo la continua trascendencia de los mismos. Se introduce en contextos singulares donde se pretende que los sujetos en sus vidas cotidianas adquieran y utilicen los conceptos y teorías que los distintos campos de conocimiento construyen sobre la base de la percepción, la observación, la experiencia, el análisis, la crítica…, matizadas a la luz de las teorías en las que dichos procesos tienen cabida; sin olvidar, que en la educación secundaria, estos se enmarca en intenciones que van más allá de las materias, más allá de miradas fragmentadas y especializadas del mundo de la vida. El pensamiento didáctico es el que permite, como conocimiento construido, como acción de conocer y como formas de hacer en contextos educativos, generar procesos específicos que propicien la construcción en unos determinados sujetos de un conocimiento instersubjetivamente construido por medio de procesos históricos y propios de los respectivos campos de investigación, y posteriormente transformado con vistas a su comunicación, enseñanza…, siendo necesario para ello recrear aquellos procesos intersubjetivos, u otros pertinentes, tendentes ahora a esta apropiación. El pensamiento didáctico aparece así como articulador entre el 7
  • 8. conocimiento socialmente construido, el conocimiento apropiado por sujetos singulares y los más diversos conocimientos presentes, de alguna manera, en la acción educativa. Este es un rasgo del pensamiento didáctico su capacidad de articular aspectos generales con particulares asociados a la acción educativa: Las intenciones educativas generales con las intenciones educativas de los centros y los sujetos que participan en las prácticas educativas: padres, alumnos y profesores. Las intenciones educativas generales con los aspectos singulares de los contextos donde éstas buscarán concretarse. Los conocimientos de la ciencia con los conocimientos incorporados al currículo, y éstos con los del profesor y el alumno. Las condiciones sociales de escolarización y las condiciones particulares de los alumnos. Las acciones específicas del aula, sus articulaciones entre sí y sus vinculaciones con contextos más amplios. La escolarización tal como hoy se manifiesta con otras realidades posibles. Un rasgo importante del pensamiento didáctico es que éste, en las articulaciones mencionadas, interactúa con los fenómenos educativos tal como estos se producen, es decir, no como los interpreta y los presenta la teoría en sus ordenadas tramas analíticas/descriptivas; aunque desde luego, un pensamiento didáctico formado, entre otras cosas, por las interpretaciones teóricas, no escapará de éstas en sus propias apreciaciones e interpretaciones. No estoy diciendo con esto que exista la posibilidad, al menos no desde un pensamiento didáctico, de una mirada sin teoría; no, de ninguna manera, apreciamos los fenómenos filtrados por nuestros esquemas analíticos (Schütz, 2003), construidos a partir de nuestra interacción teórico-práctica con los fenómenos educativos. El asunto es que ahora no se interactúa en un contexto cuyos significados cobran validez dentro de un marco teórico determinado, que ya ha atrapado y representado la realidad de una determinada manera. Ahora se interactúa con un fenómeno, con la acción siendo; claro que se hace desde representaciones de la ciencia que forman parte del pensamiento didáctico, pero buscando su compleción en ese estar siendo del 8
  • 9. fenómeno educativo; con todos los imprevistos que la singularidad, espontaneidad, inmediatez… pueden generar. Interactuando también con otros conocimientos objetivados en formas de vida, convenciones, prácticas institucionalizadas, y otros conocimientos subjetivados tanto por el docente como por los alumnos. El pensamiento didáctico, entonces, es un conocimiento objetivado que ha sido subjetivado, caracterizado por su potencialidad para generar más conocimiento, comprensiones y formas de hacer asociadas a las intenciones educativas; preparado para hacerlo antes y después de la acción educativa, pero especialmente para ponerse en juego mientras ésta tiene lugar. Y este ser parte de la acción educativa del pensamiento didáctico se transforma en una potencial fuente de nuevos conocimientos que sólo pueden surgir de esta implicación en su mismo despliegue, como acción de conocer. Su acción de conocer permite al docente representarse los fenómenos con otras tramas, capaces de contener un orden y un cierto desorden, en las cuales, incluso, es posible la contradicción (Morin, 2003), sin por eso perder sentido la acción. Sin esta aproximación propia del pensamiento didáctico prevalecerían las miradas simplificadoras o estereotipadas, vacías o con significados fragmentados o acotados. El pensamiento didáctico faculta para tomar conciencia de las dimensiones de la acción educativa, es decir, que facilita una mirada comprensiva de este tipo de intervención en el mundo de la vida, una mirada/una racionalidad centrada en el fenómeno educativo; el cual, como se dijo, se caracteriza por su trasfondo teleológico y su marcado carácter normativo de un deber ser -trasfondo ético- que se expresan en una serie de intenciones. El pensamiento didáctico se dirige a estos aspectos, permite que el que lo ha construido se sepa participe de las implicaciones de estas características del hecho educativo y de las implicaciones que, en este sentido, pueden tener o dejar de hacerlo sus propias acciones educativas. Se asocia, como se dijo, con la dimensión ética y política, ya que nos encontramos en el campo del deber ser contenido en las intenciones educativas explícitas e implícitas que se hacen presentes de múltiples formas. Asimismo, se asocia con una dimensión cultural, expresada también por medio de las intenciones educativas, en tanto supone una propuesta de acceso y participación en una cultura; de comprensión del mundo de la vida, lo que nos lleva a una dimensión epistemológica 9
  • 10. en tanto que la comprensión del mundo de la vida se asocia a conocimientos construidos en campos de conocimiento. También se asocia a una dimensión institucional, en tanto que las dimensiones anteriores se materializan en culturas de centros concretos, de las cuales un profesor forma parte; cultura que se expresa en determinas prácticas, rituales, formas de hacer, proyectos, etc. Finalmente, el pensamiento didáctico se asocia a una dimensión práctica, en tanto supone ubicar las dimensiones antes mencionadas en un aquí y ahora, hacerlas presentes por medio de acciones específicas y concretas, supone darle unidad a un fenómeno complejo: dando cabida a unas dimensiones de carácter general en contextos y sujetos particulares; supone dar existencia a pretensiones de diversa índole. En otros términos podríamos decir que, por un lado, el pensamiento didáctico promueve la mirada crítica, ya que ubica a la acción educativa en una dimensión ético-política, tal como se acaba de explicar. Por otro, aporta la lógica hermenéutica en varios sentidos: desde la comprensión de las intenciones educativas y de los contextos de enseñanza y de los sujetos implicados en ella, hasta la compresión de los sentidos implicados en la acción educativa. Y, finalmente, aporta una mirada técnica, en tanto se centra en la búsqueda de las formas que hagan posible las intenciones educativas. Pero fundamentalmente, lo que caracteriza al pensamiento didáctico es que permite la unidad de estos tres rasgos, la imposibilidad de hablar de uno sin el otro; como se ha comentado en el apartado anterior, nos ubica en la pregunta siempre presente acerca de qué, cómo, por qué y para qué enseñar determinadas cosas. Superando así la clásica fragmentación de la racionalidad educativa; aspecto frecuentemente descuidado en las prácticas formativas del profesorado, generando formas incompletas de aproximación a la práctica educativa, formas fragmentadas o inadecuadas para llevar adelante la tarea educativa. El currículo en el marco del pensamiento didáctico El pensamiento didáctico deberá contemplar, como conocimiento objetivado construido, como acción de conocer y cómo formas de hacer en la acción educativa la denominada lógica curricular. En la que se enmarcan las intenciones explícitas e implícitas varias veces mencionadas en este artículo; concretamente, en lo que se refiere a la enseñanza secundaria obligatoria, con unas claras y explícitas intenciones globales que luego parecen diluirse en las distintas materias. 10
  • 11. La lógica curricular, con los diversos procesos de concreción implicados (Gimeno, 1995), constituye una forma de entender el proceso de socialización, con aspectos implícitos y explícitos. Abarca, entre otras cosas, la selección de ciertos elementos de la cultura que se han considerado valiosos, los cuales se introducen en esta lógica curricular para ser representados en un formato escolar, pero en principio, ya alejados de la cultura que los significa. Es decir que estos elementos no se aprenden en el ámbito de la cultura donde tienen pleno sentido (Lundgren, 1992), sino en un ámbito social, específico e históricamente creado para ello: en este caso hablo de la actual escuela secundaria obligatoria. Una de las principales tareas para un docente, posible gracias al pensamiento didáctico, consiste en volver a ubicar estos elementos en un contexto, en principio artificial, dotándolas de un sentido para que la propuesta educativa sea viable o, en otras palabras, para que el fenómeno de conocimiento tenga lugar. Casi la totalidad de los elementos culturales están vinculados a campos de conocimientos, al menos explícitamente. No cabe duda de que esto, desde lo que significa sacar un elemento de un contexto para incluirlo en otro, supone una pérdida de sentido importante, ya que estos conocimientos objetivados cobran sentido pleno dentro de tramas teóricas históricamente construidas, y en construcción. Como sostiene Bernstein (1994), el discurso pedagógico cumple esta función de recontextualizar aquello que se selecciona de una disciplina, y no es ésta sino el proceso recontextualizador el que regula la selección, la organización y la secuenciación de lo seleccionado. Por eso, cuando seleccionamos estos productos culturales de la ciencia, los extraemos de un contexto de pleno sentido. Al ubicarlos en un ámbito de enseñanza debemos, de alguna manera, reconstruirlos: al conocimiento y al sentido. Si esto no se tiene en cuenta o no se consigue, se pueden generar efectos contrarios a toda intención educativa: de aburrimiento, desgano, desmotivación o, incluso, de rechazo al conocimiento así ofrecido. Debemos evitar en las interacciones didácticas la pérdida de sentido de los procesos de construcción del conocimiento. Debemos unirlo a alguna necesidad o motivación de conocer, la cual podemos encontrarla en múltiples vivencias: curiosidad, deseo, solidaridad, diversión, necesidad, utilidad, etc. 11
  • 12. Como ya se ha mencionado anteriormente, la acción educativa deberá dotarse de algún sentido para los sujetos implicados; tanto para profesores como para alumnos éste deberá estar presente, para evitar caer en meras acciones rutinarias, estereotipadas. La construcción del sentido por medio de la acción educativa supone que éste esté presente en la totalidad de la acción. Éste se vincula a los rasgos de la acción porque se relaciona de alguna manera con intenciones que me interesan o me despiertan la curiosidad; o porque, aunque no me despierten interés, las entiendo necesarias para mí, para mi entorno o para ambos; o porque me permite ver un proceso que va más allá de este momento puntual, me permita asociarlas con acciones anteriores y posteriores ubicándome en un proceso que entiendo; o porque ubico esa acción en el mundo de la vida, de la mía y la de otros, porque se introduce en algo por mí desconocido que me ayuda a descubrir, o me ayuda a comprender mejor el mundo de la vida actual, pero también el de antes y después. El pensamiento didáctico se asocia a la capacidad de generar acciones vinculadas a determinadas intenciones educativas; toda acción supone una propuesta en esta línea que se concreta en unas determinas interacciones entre profesor-conocimiento-alumno. Podemos decir que estas acciones, las interacciones recién mencionadas, tienen sentido cuando: Se insertan en algún sentido del mundo de la vida, es decir que trascienden el ámbito escolar, y éste es compartido, o al menos conocido, por el alumno. Logran ser parte de la vida cotidiana de los estudiantes; logran establecer algún nexo de familiaridad con éstos. Se ubican en unidades de significado, no fragmentadas; es decir, cuando los alumnos son capaces de percibir relaciones con tareas anteriores y posteriores. Logra mostrar el sentido de la acción concreta/específica dentro de una unidad mayor de significado: tema, materia, capacidades que se trabaja, valores, etc. Potencian el desarrollo de los más diversos procesos cognitivos-afectivos- existenciales asociados al conocimiento. 12
  • 13. Estos aspectos son generales a cualquier acción educativa con repercusiones concretas en la enseñanza de todo contenido. En este sentido lo dicho hasta aquí tiene consecuencias para las propuestas de enseñanza de toda materia, con singularidades asociadas a los contenidos de cada campo de conocimiento o disciplina, pero con generalidades vinculadas a los otros aspectos mencionados de la acción educativa. Por ello es también imprescindible recuperar el sentido de la disciplina: reconocer por qué un problema es propio de un determinado campo de conocimiento, cómo y por qué se investigan ciertas cosas y no otras. Los estudiantes se aproximan de diversos modos al conocimiento: distintos intereses, conocimientos o experiencias previas, distintos estilos, etc. Por tanto, debemos generar puertas de entrada diferentes, siendo esto parte de la lógica curricular; y es el pensamiento didáctico el que nos ubica en este tipo de indagaciones propias de las tareas de educar, nos orienta en las reflexiones acerca de qué tipos de preguntas o problemas abren la puerta al conocimiento; nos ayuda a buscar las respuestas ya existentes tanto en los alumnos como, desde luego, en la ciencia. Contribuye en la búsqueda de los tipos de explicaciones que promueven mejor la construcción del conocimiento. No debemos olvidar que los campos de conocimiento constituyen una interpretación del mundo de la vida representada en tramas descriptivas y analíticas; el currículo, en tanto propuesta explícita e implícita de intenciones educativas y de los elementos culturales a ellas asociadas, supone también un reinterpretación que, a su vez, se concretará en un largo y complejo proceso reinterpretativo con diversos implicados: documentos, editoriales, centros, profesores, alumnos, etc. Un proceso centrado, en cualquier caso, en la construcción de conocimientos; en la generación de propuestas para que esto suceda. Pero no debemos olvidar, de acuerdo a lo que se viene planteando en este artículo, que la construcción global del sentido, de la significación del mundo de la vida, no puede reducirse a las instancias específicas y fragmentadas de cada disciplina (éstas nacen con la intención de explicar determinados sectores del mundo); ni siquiera existen garantías de que este sentido surja de la suma del total de materias definidas para determinados cursos de una determinada etapa educativa. La unidad necesaria no se dará espontáneamente; por eso, el pensamiento didáctico trasciende la asignatura concreta para ubicarse como parte de una propuesta educativa global; en una interacción permanente entre el individuo 13
  • 14. y la sociedad. Como sostiene Eisner (1998:41) “las escuelas como instituciones y la educación como proceso deben fomentar la capacidad del estudiante para comprender el mundo, tratar eficazmente los problemas y adquirir gran variedad de sentidos en las interacciones con todo ello”. Nuevamente aquí se ubica el pensamiento didáctico orientado por esta interpretación; sabiendo que la respuesta deberá encontrarla en los contextos específicos y con los sujetos singulares; teniendo claro que deberá encontrar unas formas de hacer, unas acciones educativas que constituyan la respuesta posible en una aquí y ahora concretos, pero siempre con miras a trascender mi individualidad, mi aquí y ahora concretos, con miras a ampliar contextos de significación e interpretación. Cómo se articulan entonces, estas representaciones generales, del currículo, pensadas para mí y para cualquiera, con las circunstancias concretas que los alumnos tienen y que definen su mundo de la vida. Como representaciones ubicadas en el currículo, suponen una opción ético-política de construcción del mundo de la vida; pero deben penetrar/interactuar con mis circunstancias y las del otro. Y no podemos desconocer que toda forma de representación niega aspectos del mundo, en tanto no son un espejo del mundo sino una forma de interpretarlo, ésta no puede contener todos los rasgos que se hacen presentes a través de los sentidos y la cognición. En cualquier caso, trasladando la idea que sobre el conocimiento y el conocer tenía Husserl (1962), el valor de la acción educativa se encuentra en los contenidos que pretende comunicar y en las formas de hacerlo. No podemos establecer una separación entre ambos, no en la acción educativa; aunque ambos, fuera de ésta, puedan ser objetivados analíticamente por separado. Las formas en la acción educativa son también contenido, a la vez que potencian las posibilidades del sujeto de construir su propio conocimiento. El conocimiento, sobre todo los más explícitos, vienen demarcados externamente; es en la concreción del mismo, en su traducción a objeto de enseñanza, en su ubicación en coordenadas espacio-temporales, donde entra el pensamiento didáctico de los profesores. El pensamiento didáctico es el conocimiento necesario para formar parte del proceso contextualizado de trasformación y construcción de conocimientos; los cuales, como producto cultural, aparecen tanto como objetivaciones, como proceso de subjetivación, de apropiación 14
  • 15. del sujeto, y como manifestación de un conocimiento apropiado, interiorizado. Así, la externalización-internalización u objetivación-subjetivación propias de los procesos de construcción de conocimiento, en la acción educativa, constituyen un único proceso dialéctico de idas y vueltas. Desde aquí el pensamiento didáctico interviene en la compleja lógica curricular, como comprensión, interpretación y como generador de propuestas. Las representaciones que los profesores construyen en torno a las intenciones educativas, en torno a qué enseñar, cómo y por qué hacerlo, deberán transformarse en acciones que dan lugar a múltiples experiencias de enseñanza y de aprendizaje. 4. La construcción del pensamiento didáctico en la formación docente Esta forma de considerar la acción educativa y el lugar del profesor en ella nos lleva a la necesaria formación de éste. Toda formación pretende que unas determinadas personas construyan el conocimiento que se considera imprescindible para que éstas puedan desempeñarse en unos ámbitos de actuación determinados. Este conocimiento, en lo que respecta a los profesores, lo he denominado pensamiento didáctico, por sus características asociadas a la comprensión y desarrollo de los fenómenos educativos con su trasfondo ético-teleológico analizado anteriormente. El que nos posibilita el despliegue, de forma relativamente autónoma, de la racionalidad en el marco de unas determinadas funciones en contextos educativos concretos. El pensamiento didáctico contiene, desde luego, un conocimiento disciplinar o interdisciplinar, pero se ubica en una nueva lógica/mirada, racionalidad, y con una nueva tendencia que ya no es exclusiva de una disciplina sino de la acción educativa como práctica social, como totalidad: la construcción del sentido, la comprensión de la realidad, de los contextos, la necesaria articulación del saber en la acción, etc. Que nos lleva a trascender, pero no a prescindir, de las visiones especializadas o parciales. Que nos posibilita la comprensión de la multidimensionalidad de la acción educativa (Morin, 2003), como así también el generarlas, ser parte de ellas concientes de lo que suponen; analizando los vínculos individuo-sociedad- educación, pero siempre desde las acciones que nos permiten insertar dichos aspectos en intervenciones en el mundo, en donde el trasfondo ético-teleológico de esta acción es la que traslada -y contiene- dicho vínculo a los contextos sociales y 15
  • 16. escolares donde la acción educativa tiene lugar, haciéndolo parte de esta acción. Esta multidimensionalidad, esta característica del pensamiento didáctico, sólo es posible dentro de una determinada manera de concebir la formación del profesorado, el desarrollo profesional y la práctica educativa. Siendo así el pensamiento didáctico, y refiriéndome ahora concretamente a los profesores de enseñanza secundaria, su construcción debe ubicarse en el centro de los procesos formativos. Debe existir un proceso formativo claro, intenso, sistemático; una formación inicial capaz de impactar en el sujeto, en su conocimiento construido, en su racionalidad; aún sabiendo que su formación continúa en su mismo despliegue en la acción educativa. Este proceso formativo debería nutrirse y orientarse en las siguientes claves: trasfondo ético-teleológico, contenido a enseñar, contenidos disciplinares diversos, conocimiento sobre los alumnos: cómo se aprende, cómo se construye un conocimiento; conocimiento pedagógico general; conocimiento del currículo, conocimiento del contexto, conocimiento de la profesión, conocimiento de sí mismo; del lugar que ocupa la enseñanza de unos contenidos específicos (de un campo o disciplina) en la construcción del sentido... Pero lo que debe quedar claro por encima de todo, es que estos conocimientos, o cualquier otro que se pudiera agregar, se enmarcan en un proceso formativo con una finalidad específica, singular; marcada por las características de la acción educativa que han sido analizadas anteriormente. Por otra parte, no se trata sólo de los contenidos o elementos de una propuesta de formación docente, se trata también de las características que las diversas acciones formativas tengan. Al respecto varios autores han hecho referencia a la coherencia que debe existir entre los principios y concepciones teóricas que forman parte de los contenidos de la formación y las formas que asumen las acciones formativas (Fernández Pérez, 1995; Herrán Gascón, 2003; etc.). En cualquier caso, las prácticas formativas constituyen fuentes en sí mismas de múltiples aprendizajes, por lo que no basta, por ejemplo, con desarrollar la teoría crítica si ésta no forma parte de la acción formativa por la que ella -la teoría- se hace presente. Incluso puede generar efectos contrarios el estar aprendiendo a ser 16
  • 17. críticos, si esto se hace en un vínculo docente jerarquizado, en un discurso lineal y meramente expositivo, asignando un rol pasivo a los futuros profesores. Por tanto, no sólo las prácticas formativas deben contemplar las características que anuncian, deben ser objeto de análisis diversos, de forma tal que se conviertan en fuente de aprendizajes explícitos. En este sentido considero que es necesario hacer una advertencia. Es muy frecuente que desde determinados marcos teóricos o grupos de intelectuales o profesionales se sugieran ciertas ideas, pocas veces vinculadas a formas de hacer, que podríamos denominar progresistas o innovadoras desde los supuestos ideológicos, políticos, sociales y culturales que contemplan. Sin embargo, más allá de una posible adhesión intelectual a estas ideas, cuando estos discursos se dirigen a los profesores, deberían contemplar una variable que por lo general permanece ignorada, la que se refiere a su puesta en práctica, a que se transformen en acciones educativas reales; ya que los que están siendo formados deberán hacerlo. Pensando en las propuestas de formación del profesorado hay que tener en cuenta que muchas sugerencias potencialmente innovadoras, progresistas… pueden dejar de serlo, en tanto emancipación real de los sujetos, cuando: 1. Se ubican en una lógica tecnicista e intentan aplicarse sin más; sin haberse comprendido estas ideas en toda su génesis, sin un proceso reflexivo que las ponga en situación. Y esto no hay que interpretarlo siempre como carencia del que recibe o interactúa con estas nuevas ideas. También hay que contemplar la posibilidad de que determinado tipo de textos o discursos propicien más y mejor la comprensión que otros; estimulando procesos reflexivos a partir de los mismos que sean capaces de conectar las realidades de aquellos que los reciben con las que el texto quiere propiciar. Es decir, que contemple en toda su profundidad, la interacción entre los procesos de subjetivación y objetivación del conocimiento y sus posibilidades de despliegue en contextos singulares; algo que no se relaciona ni directa ni exclusivamente con el contenido del texto o discurso, sino con las formas en que dicho contenido se presenta; las cuales pasan a ser parte del contenido. 2. Se intentan realizar sin tener en cuenta los conocimiento de los futuros profesores; éstos no son una tabula rasa desde el punto de vista de las concepciones educativas. No olvidemos que ya han transitado durante 17
  • 18. muchos años por el sistema educativo; ya han sido socializados en determinadas formas de hacer, con sus respectivas concepciones subyacentes que han favorecido la construcción de determinados esquemas de acción, a partir de los cuales han aprendido a moverse en el ámbito educativo. Las propuestas de ideas que no encajan en estos esquemas pueden generar efectos diversos. Nuevamente, no son los docentes los únicos responsables de estas situaciones; es necesario, sobre todo cuando existe un interés emancipador, ubicar los discursos o textos en toda la complejidad que sus posibilidades de concreción supone. 3. Y evidentemente, como ya se comentó, cuando existe un divorcio entre la acción y la palabra -que es también acción-, se genera una acción contradictoria con preocupantes efectos para el desarrollo de un pensamiento didáctico. A estos comentarios subyace una idea muy clara: cualquier discurso o texto que presente un conocimiento, si se hace -o intenta- desde un interés emancipador, debe contemplar en su propia construcción y estructura, no sólo los rasgos que este interés supone, sino el que este conocimiento logre transformarse en acciones en el mundo de la vida. Para no quedarse sólo como representación del conocimiento objetivado es necesario trascender la lógica meramente prescriptiva (aunque ésta se haga como sugerencia o mero análisis), ya que la emancipación se refiere a sujetos con vidas concretas; y mientras permanezca en el mero plano discursivo, sin capacidad de ser, podrán ser interesantes, pero no emancipadoras. La mera declaración de intenciones puede que en el mejor de los casos y pensando en la formación del pensamiento didáctico, sólo resulten especulaciones interesantes en tanto no logren transformarse en diálogos o análisis que sean capaces, a su vez, de plasmarse en acciones educativas. Los mismos discursos progresistas deberían ajustarse a la lógica de la complejidad, y los que pretendan ser realmente críticos deberán ser capaces de articular en esta complejidad la posibilidad de que ellos contribuyan, de forma poderosa, a la acción. 5. Conclusión Resumiendo, en lo que respecta a la construcción del pensamiento didáctico de los futuros profesores de eenseñanza secundaria, estoy hablando de una 18
  • 19. necesaria formación inicial que deberá ser completada a lo largo del ejercicio de la docencia. Formación inicial que deberá contemplar los aspectos analizados a lo largo de todo el artículo, con un referente claro ubicado en la acción educativa y su trasfondo ético-teleológico que, como hemos visto, se ubica más allá de las materias concretas. Por tanto, esta formación inicial se inserta en las razones de educar, en las intenciones educativas, y en las formas en que éstas pueden ser alcanzadas en contextos concretos y con sujetos singulares. Esta formación inicial debería abarcar un amplio campo de conocimientos comunes a todo el profesorado de educación secundaria: conocimientos vinculados a la sociedad, la cultura, la educación, la acción educativa, los contextos y sujetos de aprendizaje; y otros campos vinculados a conocimientos disciplinares. Además de los conocimientos que se incluyan, deberá tenerse en cuenta la forma en que éstos son incorporados a las propuestas formativas y cómo se conectan con los contextos educativos actuales y posibles. Quiero insistir nuevamente en la necesaria coherencia entre el conocimiento y las experiencias que se generan para que el primero pueda ser incorporado (apropiado) por el sujeto, ya que ambos, conocimiento y experiencia, conforman, en el fenómeno de conocer, una unidad (ella misma conocimiento) que es la que el sujeto vivencia para construir su conocimiento. Por tanto, las acciones formativas tendentes a formar el pensamiento didáctico deben ser capaces de reflejar en sí mismas los rasgos de éste; para que así, por medio de la vivencia que genera este fenómeno de conocimiento, pueda ser construido por los futuros profesores. Y para que esto sea así, los formadores deben ellos mismos haber construido este pensamiento didáctico. Como se observa, este artículo constituye una crítica a cómo se concibe la formación actual de los profesores de enseñanza secundaria en españa, que ignora o devalúa lo que he denominado pensamiento didáctico. Como se explicó, se es profesor para algo y no sólo de algo (Fernández Pérez, 2004); en la formación actual este aspecto queda descuidado o totalmente ausente; las intenciones globales vinculadas a esta etapa de la enseñanza quedan devaluadas en una formación que prioriza por peso, intensidad, tiempo y profundidad, una visión parcial del mundo de la vida y una consideración tardía, y también fragmentada, de la tarea educativa. 19
  • 20. Bibliografía BERNSTEIN, B. (1994). La estructura del discurso pedagógico (Madrid, Morata). CARR, W. y KEMMIS, S. (1988). Teoría crítica de la enseñanza. La investigación-acción en la formación del profesorado (Barcelona, Martínez Roca). EISNER, E. (1998). Cognición y curriculum. Una nueva visión (Buenos Aires, Amorrortu). FERNÁNDEZ PÉREZ, M. (2004, 2da edición). Las tareas de la profesión de enseñar. Práctica de la racionalidad curricular. Didáctica aplicable (Madrid, Siglo XXI). FERRY, G. (1991). El trayecto de la formación. Los enseñantes entre la teoría y la práctica (Barcelona, Paidós). GADAMER, H. G. (2001). Verdad y método (Salamanca, Sígueme). GIMENO, J. (1995). El curriculum: una reflexión sobre la práctica (Madrid, Morata). GONZÁLEZ, F. E. (2001). Generación del conocimiento y actividad educativa, Revista Complutense de Educación, 12 (2), pp. 427-484. HABERMAS, J. (1995). Conocimiento e interés, Educació. Materials de Filosofía nº 12. (Universitat de València) HERRÁN GASCÓN, A. de la (2003). El nuevo paradigma complejo-evolucionista en educación, Revista Complutense de Educación, 14 (2), pp. 499-562. HORKHEIMER, M. (1969). Crítica a la razón instrumental (Buenos Aires, Editorial Sur). HUSSERL, E. (1962). Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica (México, Fondo de cultura económica). LUNDGREN, U. P. (1992). Teoría del curriculum y escolarización (Madrid, Morata). MARCUSE, H. (1968). El hombre unidimensional (Barcelona, Seix Barral). MORIN, E. (2003). Introducción al pensamiento complejo (Barcelona, Gedisa). RAMOS TORRE, R. (1996). Jano y el ornitorrinco: aspectos de la complejidad social. En PÉREZ-AGOTE, A. y SÁNCHEZ de la YNCERA, I. (eds.). Complejidad y teoría social (Madrid, CIS). SCHÜTZ, A. (2003). El problema de la realidad social (Buenos Aires, Amorrortu). SHULMAN, L. (1987). Knowledge and Teaching: Foundations of the New Reform. Harvard Educational Review. Vol 57 (1), pp. 1-22. TERHART, E. (1987). Formas de saber pedagógico y acción educativa o: ¿qué es lo que forma en la formación del profesorado?, Revista de Educación, 284, pp. 133-157. 20