Este documento discute el papel estratégico de la universidad argentina y las opciones que enfrenta. Señala que la universidad argentina corre el riesgo de convertirse en un actor marginal si no asume un rol estratégico en el proyecto nacional. Identifica tres razones fundamentales para esta situación: la falta de inclusión de los trabajadores, la baja contribución a la ciencia global, y el hecho de que ya no es un pilar del desarrollo del país. También analiza la falta de masividad en la educación superior y la
Los avatares para el juego dramático en entornos virtuales
La esperanza universitaria argentina
1. Universidad
Argentina:
Esperanza
o
Estrategia
Dr. Carlos Javier Regazzoni
E
l
sistema
universitario
argentino
se
enfrenta
a
dos
alternativas
históricas:
o
bien
asumir
un
rol
estratégico
en
el
proyecto
nacional,
o
bien
pasar
al
olvido.
No
ocurrirá,
ciertamente,
la
indiferencia
propia;
pues
no
abandonaremos
a
la
universidad
que
amamos.
Pero
ese
pedazo
de
nuestro
corazón
corre
serio
riesgo
de
caer
en
el
olvido
del
mundo
y
de
convertirse
en
un
actor
marginal
de
nuestro
proceso
de
crecimiento
vernáculo.
Un
hecho
de
semejante
magnitud,
equivaldría
–
por
la
índole
misma
de
la
institución
universitaria-‐
a
su
completa
desnaturalización.
La
situación
sugerida
obedece
a
tres
razones
fundamentales.
La
primera
refiere
a
la
imposibilidad
de
incluir
a
los
trabajadores
en
la
universidad.
La
segunda
tiene
que
ver
con
que
no
aportamos
cantidad
ni
calidad
suficiente
de
ciencia
al
sistema
científico-‐tecnológico
planetario.
Por
último,
el
hecho
de
que
la
Universidad
Argentina
ya
no
es
pilar
de
nuestro
desarrollo
económico
y
social.
Estos
tres
factores
constituyen,
no
obstante,
los
ejes
del
desplazamiento
del
centro
de
gravedad
mundial
hacia
el
Este1,
hecho
que
será
un
rasgo
determinante
de
los
años
venideros,
y
que
pone
de
manifiesto
nuestra
incoordinación
con
el
curso
actual
de
la
historia.
Adicionalmente,
asistimos
al
despertar
político
global
de
la
gente
común,
proceso
histórico
emanado
del
acceso
masivo
a
la
información
y
a
las
comunicaciones,
el
malestar
socio-‐económico
creciente,
y
la
existencia
de
amplios
sectores
de
juventud
postergada
en
todo
el
planeta2.
La
Argentina
debe
considerar
este
signo
de
los
tiempos
con
mayor
sentido
estratégico
que
el
demostrado
hasta
aquí,
y
actualizar
su
sistema
universitario
en
consonancia
con
el
cambio
de
época
que
indudablemente
repercute
en
el
interior
de
nuestra
sociedad.
Universidad
y
clase
trabajadora
Como
expresara
durante
los
70’
quien
fuera
entonces
rector
de
la
Universidad
Tecnológica
Nacional,
“…Una
Universidad
al
servicio
del
pueblo
no
se
concibe
sin
una
real
inserción
en
la
clase
trabajadora…” 3.
Estos
conceptos
coinciden
con
Heidegger,
cuando
dijo
que
el
primer
deber
del
estudiante
es
su
vinculación
“…
con
la
comunidad
nacional…”,
que
lo
“…
obliga
a
participar,
compartiéndolos
y
coejerciéndolos,
en
los
esfuerzos,
anhelos
y
capacidades
de
todos
los
miembros
y
estamentos
de
la
nación”4.
La
postura
admite
matices,
obviamente,
pero
lo
cierto
es
que
la
Argentina
no
incluye
a
sus
trabajadores
en
la
universidad,
ni
a
la
universidad
en
el
trabajo.
La
primera
razón
de
este
desentendimiento
parcial
entre
el
mundo
del
trabajo
y
el
sistema
universitario
es
la
falta
de
masividad
de
los
estudios
superiores.
Contamos
con
1.600.552
alumnos,
de
los
cuales
el
80%
estudia
en
instituciones
públicas5.
Y
si
Dr. Carlos Javier Regazzoni. Universidad Argentina: Esperanza o Estrategia
1
2. bien
el
número
de
egresados
universitarios
aumentó
de
50.000
a
95.000
entre
1998
y
el
20086,
con
3.000.000
de
habitantes7
nuevos
en
el
período,
su
reducción
relativa
en
la
población
general
es
clara.
Por
otra
parte,
la
mayoría
de
los
universitarios
son
mujeres 8
(64%
de
los
estudiantes
de
medicina 9 ),
hecho
relevante
considerando
la
simetría
de
sexos
en
la
PEA.
El
65%
de
quienes
terminan
el
secundario
en
la
Argentina
intenta
ingresar
a
la
universidad,
pero
fracasa
la
mitad.
Y
el
80%
de
quienes
sí
ingresan,
nunca
se
reciben10.
En
las
universidades
nacionales
sólo
el
11%
de
los
ingresantes
a
Abogacía,
Contador
Público,
Agronomía,
Ciencias
de
la
Comunicación
y
Farmacia-‐Bioquímica,
durante
1990,
se
había
recibido
diez
años
después11.
Las
carreras
insumen
un
70%
más
de
tiempo
que
el
previsto12.
Antes
del
segundo
año
de
carrera,
la
mitad
de
los
estudiantes
ya
abandonó
la
facultad13.
El
Reino
Unido,
Canadá,
o
Australia,
requieren
4
alumnos
para
producir
un
graduado14,
Brasil
necesita
8,
mientras
que
la
Argentina
requiere
25.
Aún
cuando15
un
18%
de
nuestra
población
de
entre
20
y
69
años
de
edad
completó
algún
estudio
terciario
o
universitario,
contra
el
13%
en
Chile16,
y
el
8%
en
Brasil,
la
tendencia
en
éstos
(a
diferencia
de
nosotros)
es
alcista.
Además,
en
los
países
de
la
OECD
el
27%
posee
un
terciario
y
en
Estados
Unidos
el
54%
de
la
población
mayor
de
25
años
de
edad
tuvo
alguna
experiencia
de
estudio
superior.
Nuestro
sistema
ostenta,
por
cierto,
otras
deficiencias17.
Primero,
es
caro;
en
el
año
1996
el
costo
por
egresado
(U$S
corregido
por
paridad
de
compra)
era
de
$-‐PPP
49.052
en
la
Argentina
y
de
$-‐PPP
33.014
en
el
promedio
del
G7.
Y
egresaba
un
18%
de
los
aspirantes
en
la
Argentina
contra
66%
en
el
G7.
Segundo,
es
inequitativo.
Un
quinto
de
los
hogares
se
reparten
los
tres
niveles
más
altos
de
riqueza
(en
una
escala
de
0
a
10)
y
concentran
el
49%
de
la
matrícula
universitaria.
De
nuestros
estudiantes
universitarios
el
5,3%
corresponden
al
quintil
de
ingresos
más
pobres,
contra
el
32,8%
del
quintil
más
rico.
Además,
la
población
calificada
se
concentra
en
la
Ciudad
de
Buenos
Aires,
que
con
8%
de
la
población
del
país
aglutina
al
24%
de
los
“profesionales”.
Poca
ciencia
En
segundo
lugar,
el
país
contribuye
poco
al
sistema
científico-‐tecnológico
planetario
en
lo
que
a
cantidad
y
calidad
de
descubrimientos
científicos
e
innovación
tecnológica
se
refiere.
Lo
demuestran
el
bajo
desempeño
de
las
universidades
argentinas
en
los
rankings
internacionales
y
el
exiguo
número
de
investigadores
y
publicaciones
científicas
originales
producidos
en
el
país.
Diversos
ranking
internacionales,
aunque
no
libres
de
controversias18,
comparan
las
altas
casas
de
estudios.
En
la
totalidad
de
ellos,
la
Universidad
de
Buenos
Aires
aparece
sistemáticamente
entre
los
puestos
150
y
20019,
cuando
no
más
abajo20.
Incluso
las
páginas
web
de
las
universidades
argentinas
son
pobremente
calificadas21.
Además,
faltan
investigadores.
Asia
nuclea
el
33,5%
de
la
masa
total
de
investigadores
y
América
del
Norte
el
27,8%.
América
Latina
en
cambio,
pasó
del
2,6%
de
la
masa
total
de
investigadores
en
1992
al
3%
en
el
2001.
Particularmente
nuestro
país
expulsa
científicos22,
con
7.000
de
ellos
actualmente
trabajando
en
el
exterior
(el
70%
de
todos
nuestros
hombres
de
ciencia).
La
Argentina
lidera
la
emigración
científica
de
América
Latina
hacia
los
Estados
Unidos23;
de
cada
10
emigrados,
2
son
científicos24,
y
según
el
Banco
Mundial,
el
2,5%
de
nuestros
egresados
universitarios
reside
en
el
exterior.
Dr. Carlos Javier Regazzoni. Universidad Argentina: Esperanza o Estrategia
2
3. A
su
vez,
publicamos
poca
ciencia,
paradójicamente
imprescindible
para
el
desarrollo
social
25
y
el
progreso
del
propio
conocimiento 26 .
En
medicina
se
publican
más
de
2.000.000
de
artículos
científicos
al
año
en
20.000
revistas
internacionales
de
literatura
biomédica,
que
apilados
conforman
un
cerro
de
500
metros
de
altura27;
el
37%
se
origina
en
los
EE.UU.
y
el
96%
se
escribe
en
inglés.
Brasil
publica
actualmente
más
de
35
mil
estudios
originales
al
año,
con
pendiente
creciente,
y
la
Argentina
está
estancada
en
menos
de
8
mil
desde
hace
una
década.
En
física28,
“…hasta
fines
de
la
década
del
80’
la
producción
científica
en
ambos
países
(Brasil
y
Argentina)
se
encontraba
relativamente
estancada
y
mostraba
fluctuaciones
similares.
Hacia
fines
de
los
80’
el
comportamiento
de
la
producción
brasilera
comienza
a
diferir
sistemáticamente
de
la
argentina.
Entre
los
años
1980
y
2000
el
número
de
publicaciones
del
país
se
triplicó
(pasando
de
casi
1500
trabajos
a
algo
menos
de
5000);
mientras
tanto
la
producción
brasileña
se
sextuplicó,
pasando
de
cerca
de
2000
trabajos
a
poco
mas
de
12.000”.
Actualmente
generamos
el
0,5%
de
la
producción
científica
global,
y
Brasil
el
2,5%29.
Universidad
y
desarrollo
económico
y
social
Las
tendencias
anteriores
en
materia
de
inclusión
de
la
clase
trabajadora
en
el
sistema
universitario
y
de
pauperización
de
nuestra
producción
científica
determinan
la
postergación
estratégica
del
sistema
universitario
en
nuestro
proceso
de
desarrollo
económico
y
social.
Esta
estrategia
de
desarrollo
en
gran
medida
divorciada
del
progreso
científico
es,
no
obstante,
un
serio
error
histórico.
Es
un
error
en
primer
lugar
porque
la
educación
de
la
población
promueve
por
sí
misma
el
desarrollo.
Un
aumento
del
20%
en
la
escolaridad
promedio
de
la
población
haría
que
el
país
crezca
un
3,6%
más
rápido
por
año30.
En
segundo
lugar,
el
dinero
destinado
a
promover
la
educación
superior
redunda
en
beneficios
económicos
tanto
individuales
como
sociales.
La
educación
universitaria
posee
una
tasa
anual
de
retorno
a
la
inversión
de
casi
el
20%
para
la
persona
y
del
11%
para
la
sociedad 31 .
La
inversión
anual
en
educación
universitaria,
considerando
el
tiempo
requerido,
las
costas,
los
impuestos
posteriores,
el
riesgo
de
desempleo
asociado,
y
las
ganancias,
arroja
un
retorno
que
va
del
7%
al
17%
anual32.
Sin
embargo,
a
pesar
de
esta
capacidad
de
la
calificación
laboral
para
la
economía,
nuestro
proceso
de
inclusión
universitario
es
pobre:
entre
1960
y
1990
tan
sólo
6
o
7%
de
los
argentinos
que
entraron
a
la
escuela
obtuvieron
un
título
universitario.
Y
al
ritmo
de
los
últimos
80
años
(1%
adicional
por
década)
aún
faltan
dos
siglos
para
que
30%
de
los
niños
remate
su
educación
con
un
título
universitario,
como
es
el
caso
actual
de
cualquier
país
desarrollado.
En
Australia,
Dinamarca,
Finlandia,
Islandia,
Nueva
Zelanda,
o
Polonia,
el
40%
de
la
población
económicamente
activa
posee
instrucción
superior.
Entre
1940
y
1950,
luego
de
la
Gran
Depresión
y
durante
el
enfrentamiento
bélico
más
impresionante
de
la
historia,
las
posibilidades
de
un
niño
norteamericano
de
graduarse
eran
de
1
en
5,
contra
7
en
100
en
la
Argentina
de
hoy.
Además,
esta
estrategia
de
desarrollo
al
margen
del
sistema
universitario
es
errónea
porque
la
innovación
científica
es
un
poderoso
promotor
del
crecimiento.
El
retorno
económico
calculado
a
la
investigación
académica
ronda
el
28%
anual
para
el
conjunto
de
la
sociedad
(superior
a
cualquier
otra
inversión
pensable
hoy
en
día)33.
Estados
Unidos34
por
ejemplo,
ahorra
2
mil
millones
de
dólares
anuales
gracias
a
la
vacuna
para
la
poliomielitis
y
436
millones
adicionales
gracias
a
la
Dr. Carlos Javier Regazzoni. Universidad Argentina: Esperanza o Estrategia
3
4. detección
del
hipotiroidismo
entre
los
recién
nacidos.
Los
tratamientos
disponibles
para
la
esquizofrenia
ahorran
25
mil
millones
de
dólares
anuales,
y
las
investigaciones
y
adelantos
para
prevenir
y
tratar
el
ataque
cardíaco,
unos
9
mil
millones
más.
Estos
son
solo
unos
pocos
ejemplos
de
los
miles
que
se
podrían
sumar
al
respecto.
Como
muestra,
digamos
que
de
concentrar
las
4.000
compañías
fundadas
por
ex-‐alumnos
del
MIT
en
sus
150
años
de
vida,
obtendríamos
la
economía
número
24
del
mundo,
equivalente
al
PBI
Argentino.
Universidad
y
República
Constitución
y
elecciones
no
alcanzan
para
la
democracia,
aunque
constituyan
su
sustento
indispensable.
La
sociedad
requiere
un
espíritu
democrático
en
su
interior,
del
cual
emana
la
vida
institucional
participativa.
La
democracia
requiere
una
“infraestructura”
social
basada
en
gran
parte
en
el
desarrollo
económico
y
la
igualdad
de
oportunidades35,
según
la
cual,
participación
política
y
justicia
social
constituyen
dos
caras
de
una
misma
moneda.
Y
en
este
sentido,
existe
abundante
evidencia
a
favor
del
rol
cumplido
por
la
educación36.
En
el
caso
particular
de
la
educación
superior,
desde
sus
comienzos
en
nuestro
continente
se
sostiene
que
ella
debe
colaborar
a
desarrollar
buenas
personas,
con
una
profunda
influencia
sobre
la
sociedad37.
En
múltiples
investigaciones
el
nivel
educativo
resultó
ser
el
predictor
más
fuerte
de
participación
política.
Ciertos
hábitos,
propios
de
la
vida
académica,
también:
la
verdad
como
resultado
del
esfuerzo
colectivo,
la
apertura
a
ideas
nuevas,
el
respeto
por
el
dato
crudo
de
la
realidad
y
demás,
son
todos
valores
que
ayudarían
mucho
a
nuestra
democracia
enferma
de
mentira
y
falta
de
seriedad
intelectual.
Transitar
la
contemporaneidad
sin
dar
al
sistema
universitario
el
papel
que
otras
naciones
le
otorgan
es
una
manera
efectiva
de
convertirnos
en
extemporáneos.
En
simultáneo,
no
queda
claro
aún
cómo
habremos
de
beneficiarnos
de
los
frutos
del
desarrollo
científico
y
tecnológico,
causa
importante
de
aquello
que
denominamos
“bienestar
social”,
sin
ponderar
adecuadamente
la
calificación
superior
de
nuestra
población
activa.
Y
por
añadidura,
resta
por
ver
si
podemos
gestar
una
sociedad
democrática,
cuando
en
los
años
de
formación
nuestras
generaciones
futuras
no
se
expongan
a
la
metodología,
el
rigor,
la
frescura,
y
la
riqueza
del
trabajo
académico
aprendido
en
universidades
de
nivel
internacional.
La
Argentina
intenta
revalorizar
su
sociedad
escapando
del
principal
valor
para
la
misma:
la
autonomía
surgida
del
saber.
En
lugar
de
cifrar
sus
esperanzas
en
el
conocimiento,
lo
hace
en
la
propia
esperanza.
Esto
equivale
a
un
esperar
separado
del
deber
de
la
hora
presente;
el
experimento
podría
resultar
en
un
fracaso
irremediable.
Por
el
contrario,
parece
bastante
más
sensato
plantear
una
estrategia
de
desarrollo
basada
en
el
sistema
universitario
y
de
innovación
científica
y
tecnológica
como
herramientas
válidas
para
construir
la
esperanza.
Por
lo
menos
eso
es
lo
que
parecen
indicar
los
signos
de
los
tiempos.
Más
que
esperar,
-‐como
diría
Mangabeira
Unger-‐
debemos
profetizar;
y
para
ello
resulta
imprescindible
prefigurar
y
trabajar
por
el
futuro
deseado,
dos
resultantes
fundamentales
de
la
experiencia
universitaria
colectiva.
1
Edward
Luce.
America’s
dream
unravels.
Financial
Times,
March
30,
2012
2
“The
impact
of
global
political
awakening”.
En:
Zbigniew
Brzezinski.
Strategic
vision.
New
York
2012,
Basic
Books,
part
I,
3,
p.
26
Dr. Carlos Javier Regazzoni. Universidad Argentina: Esperanza o Estrategia
4
5.
3
Iván
Chambouleyron.
Las
definiciones
de
una
universidad.
En:
Tecnología
y
Liberación.
Año
1,
nº
1,
Buenos
Aires
1973,
p.
8
4
Martin
Heidegger.
La
autoafirmación
de
la
universidad
alemana.
Madrid
1996,
Tecnos.
5
Secretaría
de
Política
Universitaria
(SPU).
Ministerio
de
Salud
de
la
Nación.
Anuario
Estadístico
2008
6
Secretaría
de
Política
Universitaria,
Ministerio
de
Educación
de
la
Nación.
Anuario
Estadístico
2008
7
INDEC
8
Riquelme,
Graciela
C.
y
Herger,
Natalia.
La
transición
de
la
educación
al
trabajo
de
los
estudiantes
avanzados
de
tres
universidades
argentinas.
III
Congreso
Nacional
y
I
Encuentro
Latinoamericano
de
Estudios
Comparados
en
Educación,
2005
9
Supremacía
de
las
mujeres
en
Medicina.
La
Nación,
Domingo
11
de
julio
de
2004
10
Marcelo
Becerra,
Oscar
Cetrángolo,
Javier
Curcio,
Juan
Pablo
Jiménez.
Public
Expenditure
in
Universities
in
Argentina.
World
Bank,
WorkingPaper
N.8/03,
July
2003
11
Se
recibe
sólo
el
11%
de
los
estudiantes
universitarios.
Tardan,
en
promedio,
7
años
y
7
meses
en
terminar
la
carrera.
La
Nación,
Viernes
9
de
agosto
de
2002
12
Cinda
-‐
Centro
Interuniversitario
de
Desarrollo.
Educación
Superior
en
Iberoamérica
Informe
2007.
Santiago
de
Chile,
Junio
de
2007
13
Por
qué
fracasan
8
de
cada
10
universitarios.
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16
de
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2010
14
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ibidem
15
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31
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