La conquista romana de la Península Ibérica se produjo lentamente desde el siglo II a.C. debido a la resistencia de los pueblos locales y la difícil orografía. A pesar de esto, para el siglo I a.C. las legiones romanas habían sometido la mayor parte de la región, dividiéndola en provincias. Pueblos enteros como los numantinos ofrecieron una feroz resistencia, prefiriendo la muerte antes que la rendición.