El nuevo modelo universitario, como se enunció, no consiste en la enseñanza del docente, sino es quien propone investigaciones, trabajos monográficos, lecturas, experiencias, debates, talleres, problemas, tareas de campo para que los discípulos vayan construyendo sus conocimientos
proyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niño
Promover el aprendizaje autónomo en la universidad
1. PROMOVER EL APRENDIZAJE AUTÓNOMO EN LA
UNIVERSIDAD
Se ha demostrado la necesidad ineludible que el estudiante
universitario se convierta en constructor de su propio aprendizaje
con la mediación del profesor. Pero este axioma es muy fácil
enunciarlo, pero es bastante difícil cumplirlo porque a pesar de que
los estudiantes han pasado hasta 16 años como alumno en la
escuela, colegio y universidad, muy pocos han logrado dominar las
estrategias de aprender con eficiencia, fundamentados en la
ciencia psicología. Al cabo de este lapso, están convencidos que
estudiar, aprender, asimilar contenidos, de las diferentes
disciplinas es escuchar con mucha atención las explicaciones de
sus profesores y, sobre todo, leer y repetir cansinamente una y
otra vez los conocimientos de los apuntes, textos o documentos
impresos y digitales. Cuando han logrado reproducir conceptos,
definiciones, leyes, principios, teorías, fórmulas, algoritmos,
procedimientos … dan por aceptado que han aprendido. Pero, se ha
insistido, en la mayoría de los casos, se trata de un aprendizaje
memorístico, incidental, lábil, con escaso nivel de comprensión
y menos como instrumento para solucionar problemas o producir
nuevas ideas.
En estudios realizados en los que se ha indagado principalmente:
¿En qué medida cree usted que los estudiantes que ingresan a
la universidad tiene dominio sobre capacidades de aprendizaje?
El caso es que, a nivel mundial, se ha impuesto la necesidad
ineludible que los estudiantes de educación superior deben
adquirir competencia idónea en el aprendizaje autónomo. En
universidades europeas el 30 % del estudio se dedica al trabajo
académico presencial con los estudiantes en las aulas y el
restante porcentaje al trabajo autónomo de los jóvenes.
2. Si la premisa es que el estudiante sea el protagonista esencial del
aprendizaje (el profesor no puede darle aprendiendo), lo lógico es
que domine varias capacidades.
El nuevo modelo universitario, como se enunció, no consiste en
la enseñanza del docente, sino es quien propone investigaciones,
trabajos monográficos, lecturas, experiencias, debates,
talleres, problemas, tareas de campo para que los discípulos
vayan construyendo sus conocimientos; de modo complementario,
el profesor plantea fuentes de consulta, orientaciones didácticas,
reflexiones, discusiones sobre los avances de los estudios e
indagaciones, nuevas interrogantes y un asesoramiento
sistemático al trabajo de los alumnos.
En este sentido, es plenamente válida la duda: si un estudiante de
educación superior no tiene competencia en el aprendizaje
autónomo, con las habilidades citadas y otras imprescindibles,
¿cómo espera aprobar los estudios de este nivel?
No obstante, los hechos confirman que en nuestro país casi todos
aprueban sin dominar estas capacidades, inclusive llegan a
terminar sus estudios universitarios. La explicación para esta
paradoja es obvia: las casi únicas “habilidades” necesarias en
nuestras universidades han sido: memorizar conocimientos,
realizar trabajos intrascendentes y utilizar ciertas
estratagemas para conseguir calificaciones a como dé lugar.
La otra gran deficiencia es el proceder de los estudiantes a la hora
de ESTUDIAR para las eventuales evaluaciones, pruebas y
exámenes. Profesores y alumnos dan por entendido que los jóvenes
saben cómo estudiar de manera científica y productiva, pero en
investigaciones realizadas, confirman que por lo menos el 90 % no
sabe cumplir en forma idónea esta tarea. Lo generalizado es
observar alumnos que se sientan frente a un texto, un documento
digital o sus apuntes y empiezan a repetir una y otra vez hasta
3. grabar en su memoria los contenidos de las diferentes disciplinas.
Se requerían un manual extenso para presentar evidencias de este
hecho, pero, más que nada, contrastar estos hábitos con los
procedimientos sugeridos por la ciencia psicológica para un
estudio efectivo: comprensión, razonamiento, crítica,
creatividad formulación de interrogantes, contratación de
fuentes, vinculación con otros saberes, aplicación de los
contenidos que se estudian … El dilema es que casi nadie ha
enseñado a los alumnos este estilo de estudio, por lo que se
ven impedidos a un proceder empírico de lo que creen que les
funciona.
Si estas prácticas de aprendizaje y estudio han primado desde
hace mucho tiempo, se puede deducir la baja calidad académica de
los centros y de sus egresados.
Sobre el asunto, hemos escuchado a muchos alumnos la siguiente
objeción: “¿Para qué dedicar un gran esfuerzo a estudiar de
manera técnica, si lo que solicitan los profesores en las
evaluaciones es la repetición del conocimiento?”.
Ciertamente no les falta razón. Nuevamente tenemos que
mencionar que con las obsoletas formas de medir conocimientos
resulta un contrasentido exigir a los alumnos un genuino estudio
académico. La pregunta corre: ¿quién debe cambiar primero?
Vista la incuestionable incompetencia que traen los bachilleres,
¿significa que usted debe dedicar tiempo y esfuerzo primero a
capacitar a sus alumnos en las habilidades de aprendizaje y de
estudio, para solo entonces iniciar un legítimo proceso
académico?
Esto sería lo deseable, pero exigiría un esfuerzo bastante
grande de su parte; suplir lo que la escuela y el colegio no ha
podido hacer, es una tarea por demás ardua. Debe recordar
4. que sus profesores casi no se preocuparon porque usted
adquiera dichas competencias.
Por nuestro lado, hemos propuesto como innovación curricular que
las universidades destinen un semestre completo, por lo menos,
a desarrollar en sus estudiantes las competencias del
aprendizaje autónomo, pero ninguna carrera ha estado
dispuesta a emprender tal innovación. En tal caso, continuaremos
con las inveteradas formas de estudio, aprendizaje y desempeño
académico de nuestros alumnos, lo cual ha sido uno de los factores
de la grave declinación académica de los centros.
Además, se necesitaría de profesores con alto dominio en este
campo de preparación, que vayan más allá de las clásicas
formas de enseñar habilidades como la explicación, el
aconsejamiento, la ejercitación mecánica … Si se quiere contar
con hábiles aprendices autónomos es necesario diseñar un
programa significativo, dinámico, motivante, desafiante, reflexivo,
que convenza a los estudiantes la importancia de esta capacidad y
desarrolle en ellos las habilidades imprescindibles para su labor
académica.
Pero usted puede hacer mucho para capacitar estudiantes en las
destrezas de aprendizaje autónomo. En las guías didácticas
escritas que usted prepare, los asesoramientos individuales y
grupales, los trabajos de aula, son oportunidades para ir
promoviendo la reflexión de los alumnos sobre los objetivos y
metas del aprendizaje Igualmente, debe orientarlos en las formas
de controlar la evolución del aprendizaje; las características que
deben reunir las consultas, las investigación y los informes; las
estrategias para el estudio comprensivo; la elaboración de
mapas conceptuales, resúmenes, artículos, ensayos y, sobre
todo, la práctica constante de la suprema habilidad de procesar
información de Internet y de los textos convencionales.
5. Obviamente, estas acciones solo pueden darse cuando el docente
haya abandonado las clásicas formas de enseñanza.
Adicionalmente, se requiere una guía generosa y paciente para
orientar a los universitarios en las formas científicas de estudiar,
utilizando las aptitudes intelectuales superiores, de tal modo
que se produzcan genuinos y duraderos aprendizajes. Estudiar
no es memorizar, sino pensar, como dijo de manera admirable el
sabio chino Confucio hace miles de años: “Estudiar sin pensar es
tan inútil como pensar sin estudiar".
Por cierto, que las habilidades de aprendizaje autónomo tienen que
ver con la exigencia del nuevo siglo: el “aprender a aprender”. En
las épocas que corren, se ha impuesto esta tarea como un
requisito indispensable para aprobar estudios superiores y para
sobrevivir en la sociedad de la información y el conocimiento.
El razonamiento es lógico: si se admite que los conocimientos se
renuevan vertiginosamente, si lo que ahora sabemos casi no servirá
dentro de unos años, si después de titulados no estarán presente
los profesores para “enseñarnos” ¿no será mejor preparar
personas que sepan cómo aprovechar con habilidad e inteligencia
el gigantesco cúmulo de saberes existentes en la red, en los libros
y publicaciones periódicas? Eric Hoffer pronunció esta frase
penetrante: “En tiempos de cambio, quienes estén abiertos al
aprendizaje se adueñarán del futuro, mientras que aquellos que
creen saberlo todo estarán bien equipados para un mundo que
ya no existe”.
Algunos expertos llegan a sostener que aprender a aprender es
hoy por hoy el aprendizaje más importante que la educación
institucionalizada debe brindar a sus educandos.
Definitivamente, parece ser que el milenario adagio chino: “No le
des un pescado, enséñale a pescar”, tiene plena vigencia para los
tiempos que vive la humanidad. En forma más técnica la Comisión
Europea de Educación Superior (2004) define la competencia:
6. “Aprender a aprender supone disponer de habilidades para
iniciarse en el aprendizaje y ser capaz de continuar aprendiendo
de manera cada vez más eficaz y autónoma de acuerdo a los
propios objetivos y necesidades … Dicha competencia significa
adquirir, procesar y asimilar nuevos conocimientos y capacidades,
así como buscar orientaciones y hacer uso de ellas”.
Aunque se ha reconocido sobre la trascendencia de las habilidades
aprendizaje, de modo general, para afrontar con eficiencia los
estudios superiores, creemos que es indispensable dedicar unas
pocas líneas a destacar la necesidad urgente de capacitar a los
estudiantes en las destrezas primarias de leer y escribir.
Nadie pediría a un aprendiz de ebanistería que elabore muebles
bien hechos, si es que no ha logrado pericia en el manejo de las
herramientas básicas del oficio y en el arte del diseño. De igual
forma, si el “oficio” primario de los estudiantes es leer numerosos
documentos para construir sus conocimientos, el arte y la técnica
de leer, como herramienta básica, debe estar suficientemente
dominada. Juzgamos primordial esta habilidad, porque las
evidencias demuestran las graves falencias de los universitarios
en esta competencia. Además, las restantes habilidades del
aprendizaje autónomo como la capacidad para procesar
información, no pueden cumplirse con alumnos incapaces para
la lectura comprensiva y crítica e ineptos para escribir con
propiedad un simple folio.
Pues bien, partamos de una famosa frase del pensador Rudolf
Steiner: “La Universidad son casas para aprender a leer”.
Impactante frase que contradice la creencia de muchos
estudiantes y no pocos profesores que aceptan, sin más, que
un alumno universitario sabe leer con suficiencia. Nada más
alejado de la verdad; diversos estudios han verificado que un
apreciable porcentaje no ha superado los niveles básicos de
lectura, es decir en la simple decodificación primaria (45 %).
7. Un 35 % logra cierta pericia en la decodificación secundaria y
apenas el 10 % alcanza la decodificación terciaria, propias de
la educación superior. Si alguien constata estos hechos, bien
puede preguntarse, ¿cuál será el desempeño de los estudiantes
cuando deban leer ensayos argumentativos, artículos científicos,
textos especializados o monografías culturales? Y, sobre todo:
¿cómo pueden aprobar estudios universitarios?
La primera cuestión que debe quedar clara es que la lectura no es
un proceso mental sencillo de interpretar palabras y oraciones.
Los estudios sobre la psicología de la lectura verifican que se trata
de una actividad intelectual compleja. Aun la lectura de menor
nivel como la decodificación elemental de signos implica el
ejercicio de varios procesos mentales, no se diga aquella lectura
de grado superior. Según Miguel De Zubiría (2001): “La ciencia
neuropsicológica confirma que, en la actividad de leer, desde la
más simple, interviene un número superior a once habilidades
intelectuales diferentes”. Según Paredes y Días (1996): “Leer bien
no consiste solamente en la acción de reconocer y juntar
significados de las palabras de un texto, sino que exige un proceso
visual y mental complicado que no se conforma con percibir una
información superficial. Es un proceso intelectual que
decodifica, relaciona, contrasta, busca analogías, infiere,
degusta, cuestiona, interpreta y, al advertir, entre líneas,
mensajes subyacentes, descubre la intencionalidad del autor,
obtiene inferencias y adopta posturas de análisis y criterios
frente al texto”.
El principal indicador de saber leer es la comprensión. Quien
comprende un concepto, una proposición, un pensamiento, un
escrito, se puede decir que es un genuino lector. Como expresa
Luis Baena (1996) citado por Salas: “La función primaria del
leguaje no es simplemente, la comunicación sino la significación,
8. la producción de sentido, y la lectura es, en efecto, una
actividad de producción de sentido”.
De acuerdo con la teoría constructivista, la comprensión se
produce mediante la interacción entre el conocimiento previo que
aporta el lector y la información que proporciona el material
escrito. En otras palabras, comprender un texto consiste en
poder relacionar lo que ya sabíamos con la información que
dicho texto nos aporta, de tal manera que podamos atribuir
significación a ésta. Por esta razón, las lecturas deben
seleccionarse de acuerdo con el nivel de conocimiento lingüístico
y la experiencia social y cultural del lector.
Un nivel superior es la lectura categorial que debería ser
dominada por todos los universitarios. Según De Zubiría, se
aplica primordialmente a la lectura de ensayos. Para ello, es
necesario ejecutar las siguientes funciones cognitivas:
Identificar las ideas principales del ensayo (decodificación
terciaria).
Separar una a una las macroproposiciones principales
(análisis elemental).
Definir o identificar la tesis o columna vertebral del
ensayo, sobre la cual se articulan las demás proposiciones o
ideas.
Verificar analíticamente la tesis confrontándola con las
proposiciones aisladas.
Releer el ensayo, "colocando la tesis a modo de faro o de
columna articuladora, descubriendo y explicitando los
enlaces entre las proposiciones y la tesis. En una palabra,
se debe descubrir la oculta organización categorial.
De esta descripción usted puede reconocer que los diagnósticos
sobre la manifiesta incompetencia lectora de los estudiantes
9. universitarios no son gratuitos o exagerados, cualquier prueba
diagnóstica puede constatar esta realidad en las aulas.
Desafortunadamente, no es posible proponer en este espacio
estrategias o sugerencias para solucionar el problema, por lo que
usted deberá concienciar la necesidad de dedicar tiempo y
esfuerzo al estudio de la temática, y a implementar estrategias
que lleven a sus alumnos al dominio de grados superiores de
lectura.
De paso también conviene referirse al hábito lector que debería
ser el mayor legado para quienes egresan de la academia. Sin
embargo, muy poco de este extraordinario objetivo tiene
cumplimiento en los claustros universitarios. Nuestras
investigaciones probaron que apenas el 6 %, de una muestra
bastante grande de estudiantes, estaba apasionado por la lectura.
Y si se ubica al hábito lector como la condición esencial para
incursionar en la escritura, se puede intuir cuál será la situación
de esta competencia en la academia.
Efectivamente, la capacidad para redactar es aún más triste que
la de leer. Numerosas indagaciones dan cuenta de la pobre
idoneidad escritural de la mayoría de bachilleres, cuestión que
perdura en los claustros universitarios. Quienes hemos tenido que
asesorar monografías y tesis podemos dar testimonio del real
problema de nuestros estudiantes. En verdad, pensar que un
egresado de la academia tenga limitaciones para redactar textos
de diferentes categorías y estilos, dice muy poco de las
instituciones universitarias, algunas de la cuales, no obstante,
publicitan que son de excelencia.
Sin duda, la escritura académica de los estudiantes de educación
superior es una competencia de enorme valor académico y
profesional. Los expertos destacan que, si la lectura es un medio
esencial de aprendizaje, lo es más la competencia para redactar
10. por dos razones fundamentales: a) escribir después de leer es
sinónimo de aprendizaje, comprensión personal; b) la redacción
puede tomarse como creación individual de conocimiento. Es decir,
la información que estuvo “afuera” es procesada por una efectiva
actividad lectora y se ha transformado en conocimiento cuando el
alumno puede escribir sus ideas y comprensiones sobre un tema
determinado. Escribir es un camino para aprender, no una
demostración de lo aprendido, dice Porter (2001) y acota:
“escribir es un proceso importante, no meramente un producto”.
El mismo autor enfatiza la idea de utilizar la escritura para
mejorar en el estudiantado la capacidad de pensar por sí mismo.
En efecto, su valor radica en promover las funciones cognitivas,
es decir es un vehículo primario para desarrollar la capacidad
de pensar. De acuerdo con esta premisa, escribir va más allá
del objetivo central de comunicar, como ejercicio y desarrollo
la aptitud de pensar. Es decir, aprender a escribir es aprender
a pensar y viceversa.
Cassanny (2005) ratifica estos criterios al decir que escribir es
organizar el pensamiento; es un proceso de elaboración de
ideas, y es más que un medio de comunicación, por lo que debe
ser considerado como un instrumento de aprendizaje y de
desarrollo del pensamiento. En la actualidad cada vez son más
los espacios en los que se exige un dominio de la escritura.
Para ello, no basta con organizar frases, palabras. Saber
escribir quiere decir ser capaz de expresar informaciones de
forma coherente y correcta para que la entiendan otras
personas.
Por cierto, no es suficiente con tener solo buenos conocimientos
de gramática o dominar el uso de la lengua, también es
imprescindible la destreza en el proceso de composición de
textos, lo que supone saber generar ideas, hacer esquemas,
11. revisar borradores, corregir, reformular un texto … todas ellas
operaciones intelectuales. Parece imponerse, entonces, la
necesidad de considerar a la versión final de un trabajo escrito
como el proceso de composición y redacción, a partir del
desarrollo de estilos cognitivos y estrategias metacognitivas,
de la creatividad y los aspectos motivacionales, entre otros.
A pesar de este excepcional valor, por desgracia, la escritura casi
no tiene presencia en la academia. Ciertamente, los eventuales
trabajos de consulta y los informes que entregan los estudiantes
a sus profesores no pueden ser considerados como redacción de
textos, en el estricto sentido de la palabra. Estos documentos son
simples resúmenes mal elaborados en el mejor de los casos, o
copias textuales en su mayoría, los cuales son presentados como
obras personales. Como los docentes no tienen el tiempo ni la
acuciosidad para evaluar cualitativamente estas producciones, se
termina por imponer la elaboración de documentos de escaso valor
para el aprendizaje de los estudiantes y mucho menos para la
producción de conocimiento. Es decir, un alto porcentaje de estos
trabajos jamás pasó a constituirse un conocimiento construido por
lo estudiantes, sino un instrumento para superar una obligación.
De otro lado, los especialistas ubican a la producción de textos
como una de las muestras más emblemáticas de lo que debe ser un
trabajo académico. Vargas (2007), afirma que la vida académica
exige una intensa actividad intelectual en relación con la cultura
escrita. “La escritura deviene en principio articulador de una
tradición de construcción de saber e investigación en el
desarrollo del espíritu humano, de la cual la universidad es su
expresión más decantada”.
En verdad, se necesitaría un volumen de muchas páginas para
destacar la importancia de la escritura para la formación de los
jóvenes que aspiran a obtener una profesión, para su rendimiento
y de modo general para el mejoramiento de la calidad académica
12. de las instituciones universitarias. Así lo han reconocido las
instituciones de educación superior de países desarrollados como
Estados Unidos, Canadá, Australia; según la autora argentina Paula
Carlino (2005), quien ha estudiado con profundidad este asunto,
manifiesta que estas naciones han instituido desde hace algunos
años programas de desarrollo escritural a través de todo el
currículo.
Por fortuna existe amplia información en la red sobre los
fundamentos teóricos de la escritura y las estrategias
metodológicas para su promoción, por lo que compete a los nuevos
docentes estudiar estos documentos e implementar técnicas que
sugieren los especialistas. Indudablemente, el profesor debe ser
el primero en demostrar su capacidad para redactar ensayos,
artículos, informes y hasta textos. Los estudiantes deben ver,
leer y comentar las producciones escritas de sus profesores;
no es ético exigir a los alumnos una redacción apropiada, si los
docentes no han logrado suficiente idoneidad en el arte y la
técnica de la comunicación escrita.
La gente produce lo mejor, cuando hace cosas que ama, cuando
está en “su elemento”.
El concepto elemento es un término al que Ken Robinson hace a
menudo referencia. Cada individuo debe buscar “su elemento”, es
decir, debe ser capaz de encontrar por sí mismo o mediante la
ayuda de otros sus aptitudes, sus pasiones, sus actitudes y sus
oportunidades. Estos son los cuatro pilares fundamentales para el
crecimiento personal de los individuos. Tenemos la obligación de
descubrir qué se nos da bien y qué nos encanta hacer.
Consiguiéndolo será como podremos autorrealizarnos y
contribuir para crear una sociedad mejor. De ahí que como
docentes debamos superar el pensamiento ilustrado basado en el
análisis y en la lógica para sustituirlo por un sistema educativo