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San Jerónimo
consagró toda su
vida al estudio de
las Sagradas
Escrituras y es
considerado
como el gran
doctor sobre el
conocimiento de
la Biblia.
Decía el papa Benedicto
XVI: “San Jerónimo es
un Padre de la Iglesia
que puso la Biblia en el
centro de su vida: la
tradujo al latín, la
comentó en sus obras, y
sobre todo se esforzó
por vivirla
concretamente en su
larga existencia terrena,
a pesar del conocido
carácter difícil y fogoso
que le dio la naturaleza”.
A san Jerónimo se le
suele representar
muchas veces
vestido de cardenal.
Esto se debe a su
estancia en Roma
como secretario del
papa Dámaso. Está
visto con ojos del
Renacimiento; pero
en realidad no había
cardenales en
tiempos de san
Jerónimo.
Otras muchas
veces se le
representa como
penitente, ya que
pensaba haber
faltado mucho por
su temperamento
fuerte y su
vanidad. Pero
también porque
sentía que eso le
acercaba a Dios.
Unido a la
penitencia se le
representa a
veces con una
calavera, señal
de pensar en la
vanidad de este
mundo con
respecto a la
vida eterna.
Muchas veces se le
representa con un
león. Había una
tradición de que san
Jerónimo
milagrosamente había
quitado una gran
espina a un león, que
luego fue como un
compañero. Pero esta
leyenda pertenece
más bien a san
Gerásimo, un monje
de ese tiempo. La
confusión sería por el
nombre parecido.
Otra de sus representaciones más habituales es escri-
biendo o leyendo, debido a su gran carrera académica.
Varias veces se le representa con el cuerpo
parcialmente descubierto, aunque sólo sea leyendo la
Escritura, en alusión a su condición de eremita.
Y muchas veces
se le representa
leyendo,
escribiendo o
investigando
sobre la Sagrada
Escritura, pues
era su oficio
principal.
A veces se
unen las dos
principales
características:
el investigar
sobre la
Escritura y el
hacer
penitencia.
San Jerónimo nació en Estridón, ciudad ubicada en los
límites entre Dalmacia y Panonia,que correspondería a
la actual Ljubljana, capital de la República de Eslovenia.
Nació hacia
el año 342 o
poco antes.
Es difícil
saber el año.
Entonces
pertenecía al
imperio
romano.
Jerónimo
significa
"el que
tiene un
nombre
sagrado",
Su nombre era: Eusebio Sofronio Hierónimo. Se le
conoce simplemente por Jerónimo de Estridón.
Era de familia con buena posición económica y cristiana.
Por eso recibió una buena educación moral. Cuando
Jerónimo tenía unos doce o trece años,
viendo su
padre, de
nombre
Eusebio, que
el muchacho
aprovechaba
bien en los
estudios y le
gustaba
progresar, le
envió a
Roma.
En Roma estudió latín bajo la dirección del más famoso
profesor de su tiempo, Donato, quien era pagano.
El santo llegó a ser un gran latinista y muy buen
conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco
conocedor de los libros espirituales y religiosos.
Pasaba horas y días
leyendo y aprendiendo de
memoria a los grandes
autores latinos, Cicerón,
Virgilio, Horacio y Tácito,
y a los autores griegos:
Homero, y Platón, pero
casi nunca dedicaba
tiempo a la lectura
espiritual. Sin embargo le
quedaba la buena
formación religiosa y
moral recibida de sus
padres, aunque por las
malas costumbres de la
época no le habían
bautizado.
Gracias a esa religiosidad y al hábito en el bien,
Jerónimo no se descarriará de la recta senda ni será
víctima de los vicios de la juventud. Años más tarde, él
habla de sus antiguos pecados, pero todos los biógrafos
opinan que no pasaron de simples salpicaduras del
ambiente.
Además su
pasión por
el estudio
no le dejó
tiempo ni
espacio
para vicios.
Fue
bautizado
por el Papa
Liberio
hacia el año
365, en los
últimos
meses de su
pontificado.
Para el bautismo se preparó haciendo el catecumenado,
en el que se inició cuando tenía más o menos los
dieciocho años. Como él mismo nos lo ha dejado dicho:
"teníamos la costumbre, mis amigos y yo de la misma
edad y gustos, de visitar, los domingos,
las tumbas de
los mártires y
de los
apóstoles y
nos metíamos
a las galerías
subterráneas,
en cuyos
muros se
conservan las
reliquias de
los muertos".
Ahí fue donde renació impetuosamente el espíritu reli-
gioso que siempre había estado arraigado en el fondo
de su alma y, desde entonces, su corazón se entregó
enteramente a Dios.
Después de
haber pasado
tres años en
Roma, sintió el
deseo de viajar
para ampliar
sus
conocimientos
y, en compañía
de su amigo
Bonoso, se fue
hacia Tréveris.
Un tiempo más tarde, se
embarca con el anhelo
de recorrer parajes
donde pueda ahondar en
el conocimiento de la
Antigüedad y del idioma
griego. Visita Atenas, la
Tracia, toda el Asia
Menor, se detiene unos
días en Jerusalén. Y en
todas partes reza en las
iglesias, visita
monasterios, habla con
maestros prestigiosos y
con austeros solitarios.
Al pasar por esas
regiones, se detiene
algunos días en Tarso,
donde nació San Pablo,
para aprender los
idiotismos (o giros
populares del lenguaje)
de la lengua materna
del Apóstol. Así podría
entender mejor algunos
textos de san Pablo.
En 374, a sus treinta
años, está en Antioquía.
Escribe allí algún ensayo
escriturístico. Queda
descontento de sí
mismo. Se siente poco
preparado para escribir
sobre la Biblia, lo mismo
en el orden técnico que
en el espiritual.
Comprende que para una
tal dedicación la Santa
Escritura ha de ser
intensamente estudiada
y vivida en la soledad y
penitencia.
En Antioquía permanece cierto tiempo y allí se pone
enfermo. El cuenta que en el delirio de su fiebre tuvo un
sueño en el que se vio ante el trono de Jesucristo para
ser juzgado. Al preguntársele quién era, repuso que un
cristiano. "¡Mientes!", le replicaron.
"Tú eres un
ciceroniano, puesto
que donde tienes tu
tesoro está también
tu corazón". Y el juez
mandó azotarle.
Recibía él los azotes
postrado en el suelo y
clamando: «Señor, Señor,
ten piedad de mí». Por fin,
algunos que se hallaban a
su alrededor suplicaron al
Juez perdonara al flagelado
y le concediera tiempo para
hacer penitencia. Añade el
Santo que se vio absuelto
después de haber jurado no
leer libros profanos
dedicándose más
intensamente a los
sagrados y eclesiásticos.
Como consecuencia
de aquellas
emociones, Jerónimo
se retiró a las salvajes
soledades de Calquis,
un yermo inhóspito al
sureste de Antioquía,
donde pasó cuatro
años en diálogo con
su alma. Ahí soportó
grandes sufrimientos
a causa de los
quebrantos de su
salud, pero sobre
todo, por las terribles
tentaciones carnales.
Cuenta él: “Tenía el rostro escuálido por el ayuno y, sin
embargo, mi voluntad sentía los ataques del deseo; en mi
cuerpo frío y en mi carne enjuta, que parecía muerta
antes de morir, la pasión estaba viva.
A solas con
aquel enemigo,
me arrojé a los
pies de Jesús,
los bañé con
mis lágrimas y,
al fin, pude
domar mi carne
con los ayunos
durante
semanas
enteras”.
Sufrió violentas tentaciones de impureza con que le
atormentaba la carne cuando le daban tregua sus dolores,
representándole continuamente con la mayor viveza en la
imaginación los objetos que había visto en Roma,
y excitándole un
involuntario pero
vehemente deseo
de las
comodidades de
la vida que había
abandonado por
medio de un
generoso
sacrificio.
Viendo que no eran
bastantes a librarle de estas
molestas tentaciones ni sus
ayunos ni otras penitencias
corporales, emprendió un
nuevo estudio mucho más
penoso que los otros. Se
dedicó al de la lengua
hebrea, tomando por
maestro a un judío
convertido. Dice:“¡Cuánto
trabajo me costó aprenderla
y cuántas dificultades tuve
que vencer! ¡Cuántas veces
dejé el estudio,
desesperado y cuántas lo
reanudé!”
Otras molestias
perturbaron su paz,
principalmente las
numerosas visitas que
venían a consultarle
problemas que
agitaban a la iglesia de
Antioquía. Hastiado,
deja el desierto y se
cobija precisamente,
otra vez, en la ciudad,
donde podrá juzgar
mejor de las
cuestiones
suscitadas.
Después de unos 4 años por el desierto, se fue a Jerusa-
lén, y vivió algún tiempo en la campaña del contorno,
andando de una en otra soledad. Pero donde particular-
mente se detuvo fue en Belén, cuyo sitio tuvo tanto
atractivo para él, que se determinó a fijar allí su estancia.
No obstante se vio precisado a
volver a Antioquía, donde el
obispo Paulino, que tenía bien
conocido el raro mérito de San
Jerónimo y su eminente virtud,
le instó a que se dejase ordenar
de sacerdote, aunque con la
condición de que no se le había
de aligar a iglesia alguna
particular, pues no quería
cambiar el género de vida
monástica que había abrazado.
Pidió que se le había de
permitir, dejándolo a su arbitrio,
vivir o no vivir en soledad. Es
ordenado el año 378.
El amor a la soledad le volvió a llevar a Belén, donde
estuvo unos tres años, aplicado únicamente a la
contemplación y al estudio de la Sagrada Escritura.
Va a Constantinopla, en
vísperas del segundo
Concilio Ecuménico,
celebrado allí en 381. El
motivo principal fue el
poder estudiar las
Sagradas Escrituras
bajo la dirección del
obispo san Gregorio
Nazianceno. Con este
motivo contrae una
serie de grandes
amistades.
En el año de 382, Jerónimo
dejaba Constantinopla,
pues San Gregorio se
marchaba renunciando al
obispado para mantener la
paz. Pero Jerónimo fue a
Roma, junto con Paulino
de Antioquía y San
Epifanio, para tomar parte
en el concilio convocado
por San Dámaso a fin de
discutir el cisma de
Antioquía.
San Dámaso
Jerónimo ya era conocido en
Roma por su ingenio, su
profunda erudición, y
especialmente por su
habilidad en la inteligencia de
las Sagradas Escrituras y de
todas las lenguas; pero
cuando se observó más de
cerca la santidad de sus
costumbres, su modestia, su
humildad, su recogimiento
interior y aquella tierna
devoción en la misa, todos a
competencia se empeñaban
en hacer con él las mayores
demostraciones de
estimación, de veneración y
de respeto.
Los obispos de
Italia junto con el
Papa nombraron
como secretario del
concilio a San
Ambrosio, pero éste
cayó enfermó, y
decidieron nombrar
a San Jerónimo,
cargo que
desempeñó con
mucha eficiencia y
sabiduría.
Viendo sus
extraordinarios dotes y
conocimientos, el
Papa San Dámaso lo
nombró como su
secretario, encargado
de redactar las cartas
que el Pontífice
enviaba.
Después, cobrándole
cada día nuevo aprecio,
le confía dos grandes
trabajos bíblicos: la
revisión de la primitiva
versión latina de los
originales griegos de
los Evangelios, en la
cual se habían
introducido, a través de
las copias, muchas
alteraciones; y la
revisión, asimismo
meticulosa, del
Salterio, en el cual se
habían deslizado
también no pocas
corrupciones.
Las traducciones de la Biblia
que existían en ese tiempo
tenían muchas imperfecciones
de lenguaje y varias
imprecisiones o traducciones
no muy exactas. Jerónimo,
que escribía con gran
elegancia el latín, tradujo a
este idioma toda la Biblia, y
esa traducción llamada
"Vulgata" (o traducción hecha
para el pueblo o vulgo) fue la
Biblia oficial para la Iglesia
Católica durante 15 siglos.
Había en Roma un
grupo de mujeres
de la más alta
aristocracia; pero
que buscaban un
guía en la Iglesia en
el camino de
perfección que
habían comenzado.
Viendo el papa
Dámaso la virtud y
la ciencia de
Jerónimo, le
encargó la
dirección espiritual
de estas damas
virtuosas.
Entre ellas estaba Marcela,
nobilísima viuda, que había
convertido su palacio,
situado en la colina del
Aventino, en casa de
oración y cenáculo de
estudios religiosos. Luego
estaba Paula, dueña de una
cuantiosa fortuna, viuda a
los treinta y cinco años;
mujer cultísima, hablaba
griego, conocía el hebreo,
sabía captar los salmos
davídicos en su lengua
original. Paula tenía cuatro
hijas: Blesila, Paulina,
Eustoquia y Rufina.
Santa Paula
Bajo la dirección
espiritual de
Jerónimo, se
transformó en poco
tiempo de ostentosa
dama en la señora
más sencilla y
modesta, la más
clemente para con los
pobres. Entregada a la
severa expiación de lo
que llamaba su vida
mundana, progresó
sin cesar en todas las
virtudes.
El Círculo del Aventino
duró unos tres años,
con sesiones
frecuentes. Fue,
ciertamente, una
novedad. Aquellas
matronas y jóvenes
romanas eran el
exponente de una
emancipación
desconocida, la de la
mujer. Con su trabajo
intelectual, era como
una verdadera
revolución en pro de la
dignidad femenina.
Jerónimo era el director
espiritual de todas: director
duro, autoritario, pero lleno
a la vez de ternuras
paternales. Las incitaba a
las virtudes más austeras y
a la práctica de los consejos
evangélicos; las encarriló
en las obras de la más
abnegada caridad, el
cuidado de enfermos, el
trato fraterno de los pobres,
la limosna sin cálculos; las
estimulaba a ejercicios de
penitencia rudísima. Pero al
mismo tiempo las amaba
con purísima dilección
apostólica.
El prestigio de
Jerónimo y su
influencia en la
sociedad romana
fueron creciendo de
día en día. Era natural
que surgieran los
envidiosos y los
chismosos. Como
suele acontecer en
semejantes casos,
hubo murmuradores,
unos por supuestas
exageraciones
ascéticas, y otros por
calumnias más bajas.
San Jerónimo entregando la
Biblia al papa san Dámaso.
Al morir San Dámaso, a finales del
año 384, el secretario quedó sin
protección y se encontró en una
situación difícil. En sus dos años de
actuación pública, había causado
profunda impresión en Roma por su
santidad personal, su ciencia y su
honradez, pero también se había
creado antipatías entre los
envidiosos, entre los paganos y
gentes de mal vivir, a quienes había
condenado vigorosamente y
también entre las gentes sencillas y
de buena voluntad, que se ofendían
por las palabras duras, claras y
directas del santo y por sus
ingeniosos sarcasmos.
A nadie le puede extrañar
que, por justificadas que
fuesen sus críticas, causasen
resentimientos tan sólo por la
manera de expresarlas. En
consecuencia, su propia
reputación fue atacada con
violencia y su modestia, su
sencillez, su manera de
caminar y de sonreír fueron, a
su vez, blanco de los ataques
de los demás. Por toda Roma
comenzaron a circular
murmuraciones
escandalosas respecto a
supuestas relaciones de San
Jerónimo con Santa Paula.
Hacia la
primavera
del año 385,
comprendió
él que su
misión en la
Ciudad de
Roma había
terminado,
y se
dispuso a
dejarla para
siempre.
Érale muy fácil a San Jerónimo, armado de
su estilo, y mucho más de su inocencia,
confundir a sus enemigos y disipar la
calumnia; pero como solo suspiraba por
su amado retiro, tomó el partido de ceder
el campo a la envidia, y saliendo de Roma
el año 385, se fue a embarcar en el puerto
con su hermano menor Pauliniano para
volverse a la Palestina. Aportó a la isla de
Chipre, donde fue recibido con mucho
gozo por San Epifanio en Salamina;
después en Antioquía de Siria, donde vio a
Paulino; de allí se encaminó a Jerusalén
para pasar después a Egipto. Cuando llegó
a Alejandría se hizo discípulo del famoso
ciego Dídimo, que ya era tenido como uno
de los más célebres doctores de la Iglesia.
Cuando estaban en Antioquía, fue a reunirse con ellos
otra comitiva, que les andaba buscando que había salido
posteriormente de Roma: Paula, su hija Eustoquia y
algunas doncellas consagradas a Dios por el voto de
virginidad. - Había deseado Paula, desde muy antiguos
días, visitar el Oriente, y, sobre todo, Palestina; y ahora se
proponía realizar sus deseos con la máxima amplitud.
Así que siguieron su
santa peregrinación
por los Santos
Lugares, junto con la
comitiva de Jerónimo.
Fueron tan grandes
sus emociones,
especialmente la que
le produjo a Paula y
compañeras la santa
Cueva de Belén, que
resolvió quedarse
para siempre en la
Tierra del Salvador y
establecerse,
precisamente, junto al
lugar de su
Nacimiento.
La misma decisión había tomado Jerónimo. Determina-
ron, pues, levantar dos monasterios: uno para hombres y
otro para mujeres. Bases de las dos comunidades serían
los compañeros de Jerónimo y las vírgenes venidas con
Paula. ¿Recursos económicos para la realización de
ambas obras? La venta de unas granjas de Dalmacia,
patrimonio de Jerónimo, que haría su hermano de vuelta
a su tierra; y también por una magnánima aportación de
la noble viuda Paula.
Sin embargo, antes
de emprender las
construcciones,
quiso Jerónimo
visitar Egipto.
Visita de unos
meses. Hasta
entrado el año 386
no estuvo otra vez
en Palestina,
dispuesto a
permanecer en
Belén, y a trabajar
intensamente, en
definitivo retiro.
En el curso de su viaje por Egipto no había cesado de
recoger conocimientos y abundante material
bibliográfico para una gigantesca empresa, que estaba
resuelto a ejecutar: la revisión de toda la Biblia, a base
de los textos originales.
Acababa
de
cumplir
sus
cuarenta
y dos
años.
Pronto serían
tres los
conventos para
mujeres y una
casa para atender
a los que
llegaban de todas
partes del mundo
a visitar el sitio
donde nació
Jesús.
No tardaron los dos monasterios en poblarse y tener una
vida próspera, reinando en ambos un alto espíritu de
disciplina y fervor.
Mientras tanto,
Jerónimo se había
escogido como celda
de trabajo y oración
una especie de gruta
muy cercana a la del
divino Salvador y de los
dos monasterios,
situados a cien pasos
uno del otro, junto a la
iglesia de la Natividad;
y allí, en actividad
incesante, se había
sumergido en el
dilatado período
postrero de su vida.
Fueron unos 35 años de
una labor enorme, de la
cual apenas podemos
formarnos idea. 35 años de
largos rezos y
contemplaciones, de
ayunos, flagelaciones y
acerbos ejercicios de
mortificación, juntamente
con el estudio más
exigente. Hermanamiento
perfecto de la obra
intelectual y el vivir en
Cristo, gozando y
sufriendo con Él, en
absoluta entrega.
Nadie tan preparado como él
para el comentario como para
la versión. Poseía bien el
hebreo, el caldaico, el griego, el
latín; había examinado las
versiones griegas, había leído
casi todos los tratados
exegéticos y teológicos
anteriores a él, y era un
acabado humanista. Por
encima de todas estas dotes,
añadamos su santidad, su amor
a la verdad y su reverencia
profunda a la palabra de Dios.
No sólo se dedicó a traducir la Biblia. La completó con
sus comentarios de la Escritura, densos, agudos y de
gran volumen.
Escribió, además, el libro De viris illustribus (bellas
biografías de unos cien escritores eclesiásticos), que
por sí solo merece un puesto distinguido en la literatura
cristiana; y otros tan sugestivos como las vidas de San
Pablo primer Ermitaño, San Marcos y San Hilarión;
un tratado de
etimología y
geografía bíblicas,
sólido estudio
sobre lugares y
nombres hebreos;
y varias
traducciones de
obras teológicas
griegas.
Hay que señalar también que San Jerónimo fue hombre
de mucha correspondencia. Gracias a la que recibía,
desde su rincón estaba al corriente de cuanto sucedía
en el mundo cristiano, sobre todo en el orden cultural.
“En su importante
epistolario, obra
maestra de la
literatura latina, san
Jerónimo destaca
por sus
características de
hombre culto, asceta
y guía de las almas”
(Benedicto XVI).
Sellando una carta
En su retiro no se vio
libre de luchas y
espinas. Fueron las
principales: su
angustiosa intervención
en la llamada
controversia origenista,
la campaña contra el
pelagianismo, y con los
errores de Joviniano y
otros.
Hasta con San Agustín
tuvo palabras algo
fuertes sólo por unas
discrepancias de orden
exegético. Claro que al
ser entre dos hombres
“santos”, que buscaban
el bien, todo terminaba
en tranquila y serena
amistad.
Por su carácter
sentimental, Jerónimo
sufrió mucho por
fallecimientos de
personas muy amadas,
entre ellas Paula (404)
y Eustoquia (418), y
por trastornos
políticos
internacionales de
aquellos tiempos.
Los godos se esparcían por Occidente, mientras los
hunos se desbordaban por extensas regiones orientales.
Incluso los monasterios de Palestina, entre ellos los de
Jerónimo y Santa Paula, fueron desalojados, ante la
alarma de que las huestes de Atila se dirigían a
Jerusalén. Afortunadamente, cambiaron éstas de rumbo.
Innumerables fugitivos arribaron a las playas de Oriente,
viéndose Palestina inundada de ellos, los cuales
proporcionaron a Jerónimo una sarta de trágicas noticias,
que significaban la agonía de un mundo y fueron la del
ínclito Doctor.
En 410 cayó
Roma en
poder de
Alarico y fue
entregada al
saqueo
durante largas
jornadas.
Hacía días que Jerónimo experimentaba
visiblemente la decadencia de sus fuerzas.
Se veía
consumido de
enfermedades y
de penitencias
cuyo rigor no
remitió hasta la
muerte. La vio
venir con aquella
tranquilidad y
con aquella
alegría, cuyo
gusto sólo se
reserva a la
virtud en aquella
última hora.
Había recibido con extraordinario fervor todos
los Sacramentos.
Lleno de días y de merecimientos entregó su alma al
Criador el día 30 de septiembre del año 420, casi a
los ochenta de su edad.
Fue en su celda, junto a la gruta de la Natividad.
Fue sepultado junto a
la gruta de Belén. Allí
permaneció su cuerpo
cientos de años.
Aunque no se
sabe la fecha
exacta de su
canonización,
es conocido
que existió una
gran devoción
por él desde el
momento de su
muerte.
En el año
1295, San
Jerónimo fue
proclamado
Doctor de la
Iglesia por el
Papa
Bonifacio VIII.
Y es
también
considerado
uno de los
cuatro
Padres
Latinos de la
Iglesia: san
Agustín, san
Jerónimo,
san
Gregorio
Magno y san
Ambrosio.
San Jerónimo era un
gran cristiano.
Procuraba seguir los
dictados que Dios nos
dejó en su palabra, la
Sagrada Escritura.
Pero eran evidentes
también sus defectos,
especialmente el
orgullo y la acritud con
que corregía a los
otros. Por eso para
llegar a la santidad
tuvo que pasar por
grandes penitencias.
Este hombre
extraordinario era
consciente de sus
limitaciones y de
sus propias faltas.
Las remediaba
dándose golpes de
pecho con una
piedra. Así nos lo ha
puesto la tradición y
aparece en la gran
parte de imágenes
que han resaltado
esta faceta
espiritual del santo.
Sin duda que
muchas veces,
además de sus
penitencias
externas,
elevaría a Dios la
súplica del
perdón. En gran
parte se basaría
en lo que más
sabía, que era la
misma Sagrada
Escritura.
Veamos con
los ojos de la
imaginación a
san Jerónimo
postrado ante
el Señor y
repitiendo el
salmo 50, el
“Miserere”.
Misericor-
dia, mi
Dios, por
tu
bondad,
Automático
Lava del
todo mi
delito,
limpia
mi
pecado
Pues yo
reconozco
mi culpa,
tengo
siempre
presente
mi
pecado:
Contra ti,
contra ti
solo pequé,
cometí la
maldad que
aborreces.
En la
sentencia
tendrás
razón, en el
juicio
encontrarás
tu rectitud.
Mira, que
en la culpa
nací,
pecador
me
concibió
mi madre.
Me
inculcas
sabiduría
y en lo
profundo
me llenas
de verdad.
Rocíame
con el
hisopo:
quedaré
limpio;
Oh Dios,
crea en
mí un
corazón
puro,
renuévame
por dentro
con espíritu
firme;
no me
rechaces
lejos de tu
rostro,
no me
quites tu
santo
espíritu.
Devuélveme
la alegría de
tu salvación,
afiánzame
con espíritu
generoso:
Enseñaré a
los malvados
tus caminos,
los pecadores
volverán a ti.
Líbrame
de la
sangre,
oh Dios,
Dios,
Salvador
mío,
y mi
lengua
cantará
tu
justicia.
Señor, abre mis labios, y mi
boca proclamará tus
alabanzas.
Los
sacrificios no
te satisfacen:
si te ofreciera
un
holocausto,
no lo
querrías.
Mi sacrificio
es un
corazón
desgarrado y
adolorido;
un corazón
desgarrado
y humillado,
tú no lo
desprecias.
Hacer CLICK
La Santa Iglesia
Católica ha reconocido
siempre a San
Jerónimo como un
hombre elegido por
Dios para explicar y
hacer entender mejor la
Biblia, por lo que fue
nombrado Patrono de
todos los que en el
mundo se dedican a
hacer entender y amar
más las Sagradas
Escrituras.
El estudio de las
Sagradas
Escrituras fue la
pasión de
Jerónimo. Casi
podemos decir que
se dedicó
exclusivamente a
esta labor. Por ello,
recomendaba a los
monjes llevar
siempre en las
manos la Biblia y
aprenderse de
memoria los
Salmos, para orar
mejor.
San Jerónimo fue el
traductor de la Biblia
griega y hebrea al
latín, traducción que
se llama “la Vulgata”.
Dicho sin más parece
sencillo, porque hoy
traducir un libro de
una lengua a otra es
relativamente fácil,
debido a las ayudas
técnicas que tenemos.
En la época de san
Jerónimo, el traductor
era una especie de
sabio, un héroe casi,
como dice alguno,
que era capaz de
comprender y traducir
sin la ayuda de
métodos prácticos o
virtuales. Necesitaba
capacidades casi
sobrehumanas.
Comenta Benedicto XVI
sobre los criterios que
tenía el santo al
Traducir: “Respeta
incluso el orden de las
palabras de las sagradas
Escrituras, pues en ellas,
dice, “incluso el orden
de las palabras es un
misterio” (Ep 57, 5), es
decir, una revelación. Y
en los casos de dudas
se debe recurrir a los
textos originales, que en
el Nuevo Testamento es
el griego y en el Antiguo
es el hebreo”.
Sigue preguntando el papa
Benedicto: “¿Qué podemos
aprender nosotros de san
Jerónimo? Me parece que
sobre todo podemos
aprender a amar la palabra
de Dios en la sagrada
Escritura. Dice san
Jerónimo: “Ignorar las
Escrituras es ignorar a
Cristo”. Por eso es
importante que todo
cristiano viva en contacto y
en diálogo personal con la
palabra de Dios, que se nos
entrega en la sagrada
Escritura”.
“En realidad, dialogar con
Dios, con su Palabra, es
en cierto sentido
presencia del cielo, es
decir, presencia de Dios.
Acercarse a los textos
bíblicos, sobre todo al
Nuevo Testamento, es
esencial para el creyente,
pues “ignorar la Escritura
es ignorar a Cristo”. Es
suya esta famosa frase,
citada por el concilio
Vaticano II en la
constitución Dei
Verbum (n. 25)”
(Benedicto XVI).
Para san Jerónimo,
un criterio
metodológico
fundamental en la
interpretación de las
Escrituras era la
sintonía con el
magisterio de la
Iglesia. San Jerónimo
decía: -"Estoy con
quien esté unido a la
Cátedra de san
Pedro" "yo sé que
sobre esta piedra
está edificada la
Iglesia“.
“San Jerónimo con
frecuencia reafirma el deber
de hacer que la vida
concuerde con la Palabra
divina, y sólo viviéndola
encontramos también la
capacidad de comprenderla”.
Decía san Jerónimo: “el
Evangelio debe traducirse en
actitudes de auténtica
caridad, pues en todo ser
humano está presente la
Persona misma de Cristo
¿Qué sentido tiene decorar
las paredes con piedras
preciosas, si Cristo muere de
hambre en la persona de un
pobre?”
Leer la Escritura es conversar con Dios: «Si rezas,
escribe san Jerónimo a una joven noble de Roma,
hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla».
San Jerónimo, además
de toda su preparación
humana y científica, tuvo
que recibir la ayuda del
cielo para obtener el
espíritu, el
temperamento y la gracia
indispensables para ser
admitido en el santuario
de la divina sabiduría y
comprenderla. Además,
la pureza de corazón y
toda una vida de
penitencia y
contemplación, habían
preparado a Jerónimo
para recibir aquella
gracia.
Muchas veces san Jerónimo alabaría a Dios recitando
el salmo 118 (o 119), sobre lo excelso que es la
palabra divina.
Tu
Palabra
me da
vida,
Automático
confío
en Ti,
Señor.
Tu
Palabra
es
eterna,
en ella
esperaré.
camina
en la ley
del
Señor.
Dichoso el
que,
guardando
sus
preceptos,
lo busca
de todo
corazón.
devuél-
vame la
vida tu
palabra.
consué-
lame,
Señor, con
tus
promesas.
Escogí el
camino
verdadero
y he
tenido
presente
tus
decretos.
cuando
me
hayas
ensan-
chado el
corazón.
Éste es
mi
consuelo
en la
tristeza,
sentir
que tu
palabra
me da
vida.
Repleta
está la
tierra de
tu
gracia;
enséña-
me,
Señor, tus
decretos.
alegría
de
nuestro
corazón.
confío
en Ti,
Señor.
Tu
Palabra
es
eterna,
poder estar
en el cielo
con María.
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San Jerónimo

  • 1.
  • 2. San Jerónimo consagró toda su vida al estudio de las Sagradas Escrituras y es considerado como el gran doctor sobre el conocimiento de la Biblia.
  • 3. Decía el papa Benedicto XVI: “San Jerónimo es un Padre de la Iglesia que puso la Biblia en el centro de su vida: la tradujo al latín, la comentó en sus obras, y sobre todo se esforzó por vivirla concretamente en su larga existencia terrena, a pesar del conocido carácter difícil y fogoso que le dio la naturaleza”.
  • 4. A san Jerónimo se le suele representar muchas veces vestido de cardenal. Esto se debe a su estancia en Roma como secretario del papa Dámaso. Está visto con ojos del Renacimiento; pero en realidad no había cardenales en tiempos de san Jerónimo.
  • 5. Otras muchas veces se le representa como penitente, ya que pensaba haber faltado mucho por su temperamento fuerte y su vanidad. Pero también porque sentía que eso le acercaba a Dios.
  • 6. Unido a la penitencia se le representa a veces con una calavera, señal de pensar en la vanidad de este mundo con respecto a la vida eterna.
  • 7. Muchas veces se le representa con un león. Había una tradición de que san Jerónimo milagrosamente había quitado una gran espina a un león, que luego fue como un compañero. Pero esta leyenda pertenece más bien a san Gerásimo, un monje de ese tiempo. La confusión sería por el nombre parecido.
  • 8. Otra de sus representaciones más habituales es escri- biendo o leyendo, debido a su gran carrera académica.
  • 9. Varias veces se le representa con el cuerpo parcialmente descubierto, aunque sólo sea leyendo la Escritura, en alusión a su condición de eremita.
  • 10. Y muchas veces se le representa leyendo, escribiendo o investigando sobre la Sagrada Escritura, pues era su oficio principal.
  • 11. A veces se unen las dos principales características: el investigar sobre la Escritura y el hacer penitencia.
  • 12. San Jerónimo nació en Estridón, ciudad ubicada en los límites entre Dalmacia y Panonia,que correspondería a la actual Ljubljana, capital de la República de Eslovenia. Nació hacia el año 342 o poco antes. Es difícil saber el año. Entonces pertenecía al imperio romano.
  • 13. Jerónimo significa "el que tiene un nombre sagrado", Su nombre era: Eusebio Sofronio Hierónimo. Se le conoce simplemente por Jerónimo de Estridón.
  • 14. Era de familia con buena posición económica y cristiana. Por eso recibió una buena educación moral. Cuando Jerónimo tenía unos doce o trece años, viendo su padre, de nombre Eusebio, que el muchacho aprovechaba bien en los estudios y le gustaba progresar, le envió a Roma.
  • 15. En Roma estudió latín bajo la dirección del más famoso profesor de su tiempo, Donato, quien era pagano. El santo llegó a ser un gran latinista y muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco conocedor de los libros espirituales y religiosos.
  • 16. Pasaba horas y días leyendo y aprendiendo de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón, Virgilio, Horacio y Tácito, y a los autores griegos: Homero, y Platón, pero casi nunca dedicaba tiempo a la lectura espiritual. Sin embargo le quedaba la buena formación religiosa y moral recibida de sus padres, aunque por las malas costumbres de la época no le habían bautizado.
  • 17. Gracias a esa religiosidad y al hábito en el bien, Jerónimo no se descarriará de la recta senda ni será víctima de los vicios de la juventud. Años más tarde, él habla de sus antiguos pecados, pero todos los biógrafos opinan que no pasaron de simples salpicaduras del ambiente. Además su pasión por el estudio no le dejó tiempo ni espacio para vicios.
  • 18. Fue bautizado por el Papa Liberio hacia el año 365, en los últimos meses de su pontificado.
  • 19. Para el bautismo se preparó haciendo el catecumenado, en el que se inició cuando tenía más o menos los dieciocho años. Como él mismo nos lo ha dejado dicho: "teníamos la costumbre, mis amigos y yo de la misma edad y gustos, de visitar, los domingos, las tumbas de los mártires y de los apóstoles y nos metíamos a las galerías subterráneas, en cuyos muros se conservan las reliquias de los muertos".
  • 20. Ahí fue donde renació impetuosamente el espíritu reli- gioso que siempre había estado arraigado en el fondo de su alma y, desde entonces, su corazón se entregó enteramente a Dios. Después de haber pasado tres años en Roma, sintió el deseo de viajar para ampliar sus conocimientos y, en compañía de su amigo Bonoso, se fue hacia Tréveris.
  • 21. Un tiempo más tarde, se embarca con el anhelo de recorrer parajes donde pueda ahondar en el conocimiento de la Antigüedad y del idioma griego. Visita Atenas, la Tracia, toda el Asia Menor, se detiene unos días en Jerusalén. Y en todas partes reza en las iglesias, visita monasterios, habla con maestros prestigiosos y con austeros solitarios.
  • 22. Al pasar por esas regiones, se detiene algunos días en Tarso, donde nació San Pablo, para aprender los idiotismos (o giros populares del lenguaje) de la lengua materna del Apóstol. Así podría entender mejor algunos textos de san Pablo.
  • 23. En 374, a sus treinta años, está en Antioquía. Escribe allí algún ensayo escriturístico. Queda descontento de sí mismo. Se siente poco preparado para escribir sobre la Biblia, lo mismo en el orden técnico que en el espiritual. Comprende que para una tal dedicación la Santa Escritura ha de ser intensamente estudiada y vivida en la soledad y penitencia.
  • 24. En Antioquía permanece cierto tiempo y allí se pone enfermo. El cuenta que en el delirio de su fiebre tuvo un sueño en el que se vio ante el trono de Jesucristo para ser juzgado. Al preguntársele quién era, repuso que un cristiano. "¡Mientes!", le replicaron. "Tú eres un ciceroniano, puesto que donde tienes tu tesoro está también tu corazón". Y el juez mandó azotarle.
  • 25. Recibía él los azotes postrado en el suelo y clamando: «Señor, Señor, ten piedad de mí». Por fin, algunos que se hallaban a su alrededor suplicaron al Juez perdonara al flagelado y le concediera tiempo para hacer penitencia. Añade el Santo que se vio absuelto después de haber jurado no leer libros profanos dedicándose más intensamente a los sagrados y eclesiásticos.
  • 26. Como consecuencia de aquellas emociones, Jerónimo se retiró a las salvajes soledades de Calquis, un yermo inhóspito al sureste de Antioquía, donde pasó cuatro años en diálogo con su alma. Ahí soportó grandes sufrimientos a causa de los quebrantos de su salud, pero sobre todo, por las terribles tentaciones carnales.
  • 27. Cuenta él: “Tenía el rostro escuálido por el ayuno y, sin embargo, mi voluntad sentía los ataques del deseo; en mi cuerpo frío y en mi carne enjuta, que parecía muerta antes de morir, la pasión estaba viva. A solas con aquel enemigo, me arrojé a los pies de Jesús, los bañé con mis lágrimas y, al fin, pude domar mi carne con los ayunos durante semanas enteras”.
  • 28. Sufrió violentas tentaciones de impureza con que le atormentaba la carne cuando le daban tregua sus dolores, representándole continuamente con la mayor viveza en la imaginación los objetos que había visto en Roma, y excitándole un involuntario pero vehemente deseo de las comodidades de la vida que había abandonado por medio de un generoso sacrificio.
  • 29. Viendo que no eran bastantes a librarle de estas molestas tentaciones ni sus ayunos ni otras penitencias corporales, emprendió un nuevo estudio mucho más penoso que los otros. Se dedicó al de la lengua hebrea, tomando por maestro a un judío convertido. Dice:“¡Cuánto trabajo me costó aprenderla y cuántas dificultades tuve que vencer! ¡Cuántas veces dejé el estudio, desesperado y cuántas lo reanudé!”
  • 30. Otras molestias perturbaron su paz, principalmente las numerosas visitas que venían a consultarle problemas que agitaban a la iglesia de Antioquía. Hastiado, deja el desierto y se cobija precisamente, otra vez, en la ciudad, donde podrá juzgar mejor de las cuestiones suscitadas.
  • 31. Después de unos 4 años por el desierto, se fue a Jerusa- lén, y vivió algún tiempo en la campaña del contorno, andando de una en otra soledad. Pero donde particular- mente se detuvo fue en Belén, cuyo sitio tuvo tanto atractivo para él, que se determinó a fijar allí su estancia.
  • 32. No obstante se vio precisado a volver a Antioquía, donde el obispo Paulino, que tenía bien conocido el raro mérito de San Jerónimo y su eminente virtud, le instó a que se dejase ordenar de sacerdote, aunque con la condición de que no se le había de aligar a iglesia alguna particular, pues no quería cambiar el género de vida monástica que había abrazado. Pidió que se le había de permitir, dejándolo a su arbitrio, vivir o no vivir en soledad. Es ordenado el año 378.
  • 33. El amor a la soledad le volvió a llevar a Belén, donde estuvo unos tres años, aplicado únicamente a la contemplación y al estudio de la Sagrada Escritura.
  • 34. Va a Constantinopla, en vísperas del segundo Concilio Ecuménico, celebrado allí en 381. El motivo principal fue el poder estudiar las Sagradas Escrituras bajo la dirección del obispo san Gregorio Nazianceno. Con este motivo contrae una serie de grandes amistades.
  • 35. En el año de 382, Jerónimo dejaba Constantinopla, pues San Gregorio se marchaba renunciando al obispado para mantener la paz. Pero Jerónimo fue a Roma, junto con Paulino de Antioquía y San Epifanio, para tomar parte en el concilio convocado por San Dámaso a fin de discutir el cisma de Antioquía. San Dámaso
  • 36. Jerónimo ya era conocido en Roma por su ingenio, su profunda erudición, y especialmente por su habilidad en la inteligencia de las Sagradas Escrituras y de todas las lenguas; pero cuando se observó más de cerca la santidad de sus costumbres, su modestia, su humildad, su recogimiento interior y aquella tierna devoción en la misa, todos a competencia se empeñaban en hacer con él las mayores demostraciones de estimación, de veneración y de respeto.
  • 37. Los obispos de Italia junto con el Papa nombraron como secretario del concilio a San Ambrosio, pero éste cayó enfermó, y decidieron nombrar a San Jerónimo, cargo que desempeñó con mucha eficiencia y sabiduría.
  • 38. Viendo sus extraordinarios dotes y conocimientos, el Papa San Dámaso lo nombró como su secretario, encargado de redactar las cartas que el Pontífice enviaba.
  • 39. Después, cobrándole cada día nuevo aprecio, le confía dos grandes trabajos bíblicos: la revisión de la primitiva versión latina de los originales griegos de los Evangelios, en la cual se habían introducido, a través de las copias, muchas alteraciones; y la revisión, asimismo meticulosa, del Salterio, en el cual se habían deslizado también no pocas corrupciones.
  • 40. Las traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy exactas. Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma toda la Biblia, y esa traducción llamada "Vulgata" (o traducción hecha para el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica durante 15 siglos.
  • 41. Había en Roma un grupo de mujeres de la más alta aristocracia; pero que buscaban un guía en la Iglesia en el camino de perfección que habían comenzado. Viendo el papa Dámaso la virtud y la ciencia de Jerónimo, le encargó la dirección espiritual de estas damas virtuosas.
  • 42. Entre ellas estaba Marcela, nobilísima viuda, que había convertido su palacio, situado en la colina del Aventino, en casa de oración y cenáculo de estudios religiosos. Luego estaba Paula, dueña de una cuantiosa fortuna, viuda a los treinta y cinco años; mujer cultísima, hablaba griego, conocía el hebreo, sabía captar los salmos davídicos en su lengua original. Paula tenía cuatro hijas: Blesila, Paulina, Eustoquia y Rufina. Santa Paula
  • 43. Bajo la dirección espiritual de Jerónimo, se transformó en poco tiempo de ostentosa dama en la señora más sencilla y modesta, la más clemente para con los pobres. Entregada a la severa expiación de lo que llamaba su vida mundana, progresó sin cesar en todas las virtudes.
  • 44. El Círculo del Aventino duró unos tres años, con sesiones frecuentes. Fue, ciertamente, una novedad. Aquellas matronas y jóvenes romanas eran el exponente de una emancipación desconocida, la de la mujer. Con su trabajo intelectual, era como una verdadera revolución en pro de la dignidad femenina.
  • 45. Jerónimo era el director espiritual de todas: director duro, autoritario, pero lleno a la vez de ternuras paternales. Las incitaba a las virtudes más austeras y a la práctica de los consejos evangélicos; las encarriló en las obras de la más abnegada caridad, el cuidado de enfermos, el trato fraterno de los pobres, la limosna sin cálculos; las estimulaba a ejercicios de penitencia rudísima. Pero al mismo tiempo las amaba con purísima dilección apostólica.
  • 46. El prestigio de Jerónimo y su influencia en la sociedad romana fueron creciendo de día en día. Era natural que surgieran los envidiosos y los chismosos. Como suele acontecer en semejantes casos, hubo murmuradores, unos por supuestas exageraciones ascéticas, y otros por calumnias más bajas. San Jerónimo entregando la Biblia al papa san Dámaso.
  • 47. Al morir San Dámaso, a finales del año 384, el secretario quedó sin protección y se encontró en una situación difícil. En sus dos años de actuación pública, había causado profunda impresión en Roma por su santidad personal, su ciencia y su honradez, pero también se había creado antipatías entre los envidiosos, entre los paganos y gentes de mal vivir, a quienes había condenado vigorosamente y también entre las gentes sencillas y de buena voluntad, que se ofendían por las palabras duras, claras y directas del santo y por sus ingeniosos sarcasmos.
  • 48. A nadie le puede extrañar que, por justificadas que fuesen sus críticas, causasen resentimientos tan sólo por la manera de expresarlas. En consecuencia, su propia reputación fue atacada con violencia y su modestia, su sencillez, su manera de caminar y de sonreír fueron, a su vez, blanco de los ataques de los demás. Por toda Roma comenzaron a circular murmuraciones escandalosas respecto a supuestas relaciones de San Jerónimo con Santa Paula.
  • 49. Hacia la primavera del año 385, comprendió él que su misión en la Ciudad de Roma había terminado, y se dispuso a dejarla para siempre.
  • 50. Érale muy fácil a San Jerónimo, armado de su estilo, y mucho más de su inocencia, confundir a sus enemigos y disipar la calumnia; pero como solo suspiraba por su amado retiro, tomó el partido de ceder el campo a la envidia, y saliendo de Roma el año 385, se fue a embarcar en el puerto con su hermano menor Pauliniano para volverse a la Palestina. Aportó a la isla de Chipre, donde fue recibido con mucho gozo por San Epifanio en Salamina; después en Antioquía de Siria, donde vio a Paulino; de allí se encaminó a Jerusalén para pasar después a Egipto. Cuando llegó a Alejandría se hizo discípulo del famoso ciego Dídimo, que ya era tenido como uno de los más célebres doctores de la Iglesia.
  • 51. Cuando estaban en Antioquía, fue a reunirse con ellos otra comitiva, que les andaba buscando que había salido posteriormente de Roma: Paula, su hija Eustoquia y algunas doncellas consagradas a Dios por el voto de virginidad. - Había deseado Paula, desde muy antiguos días, visitar el Oriente, y, sobre todo, Palestina; y ahora se proponía realizar sus deseos con la máxima amplitud.
  • 52. Así que siguieron su santa peregrinación por los Santos Lugares, junto con la comitiva de Jerónimo. Fueron tan grandes sus emociones, especialmente la que le produjo a Paula y compañeras la santa Cueva de Belén, que resolvió quedarse para siempre en la Tierra del Salvador y establecerse, precisamente, junto al lugar de su Nacimiento.
  • 53. La misma decisión había tomado Jerónimo. Determina- ron, pues, levantar dos monasterios: uno para hombres y otro para mujeres. Bases de las dos comunidades serían los compañeros de Jerónimo y las vírgenes venidas con Paula. ¿Recursos económicos para la realización de ambas obras? La venta de unas granjas de Dalmacia, patrimonio de Jerónimo, que haría su hermano de vuelta a su tierra; y también por una magnánima aportación de la noble viuda Paula.
  • 54. Sin embargo, antes de emprender las construcciones, quiso Jerónimo visitar Egipto. Visita de unos meses. Hasta entrado el año 386 no estuvo otra vez en Palestina, dispuesto a permanecer en Belén, y a trabajar intensamente, en definitivo retiro.
  • 55. En el curso de su viaje por Egipto no había cesado de recoger conocimientos y abundante material bibliográfico para una gigantesca empresa, que estaba resuelto a ejecutar: la revisión de toda la Biblia, a base de los textos originales. Acababa de cumplir sus cuarenta y dos años.
  • 56. Pronto serían tres los conventos para mujeres y una casa para atender a los que llegaban de todas partes del mundo a visitar el sitio donde nació Jesús. No tardaron los dos monasterios en poblarse y tener una vida próspera, reinando en ambos un alto espíritu de disciplina y fervor.
  • 57. Mientras tanto, Jerónimo se había escogido como celda de trabajo y oración una especie de gruta muy cercana a la del divino Salvador y de los dos monasterios, situados a cien pasos uno del otro, junto a la iglesia de la Natividad; y allí, en actividad incesante, se había sumergido en el dilatado período postrero de su vida.
  • 58. Fueron unos 35 años de una labor enorme, de la cual apenas podemos formarnos idea. 35 años de largos rezos y contemplaciones, de ayunos, flagelaciones y acerbos ejercicios de mortificación, juntamente con el estudio más exigente. Hermanamiento perfecto de la obra intelectual y el vivir en Cristo, gozando y sufriendo con Él, en absoluta entrega.
  • 59. Nadie tan preparado como él para el comentario como para la versión. Poseía bien el hebreo, el caldaico, el griego, el latín; había examinado las versiones griegas, había leído casi todos los tratados exegéticos y teológicos anteriores a él, y era un acabado humanista. Por encima de todas estas dotes, añadamos su santidad, su amor a la verdad y su reverencia profunda a la palabra de Dios. No sólo se dedicó a traducir la Biblia. La completó con sus comentarios de la Escritura, densos, agudos y de gran volumen.
  • 60. Escribió, además, el libro De viris illustribus (bellas biografías de unos cien escritores eclesiásticos), que por sí solo merece un puesto distinguido en la literatura cristiana; y otros tan sugestivos como las vidas de San Pablo primer Ermitaño, San Marcos y San Hilarión; un tratado de etimología y geografía bíblicas, sólido estudio sobre lugares y nombres hebreos; y varias traducciones de obras teológicas griegas.
  • 61. Hay que señalar también que San Jerónimo fue hombre de mucha correspondencia. Gracias a la que recibía, desde su rincón estaba al corriente de cuanto sucedía en el mundo cristiano, sobre todo en el orden cultural. “En su importante epistolario, obra maestra de la literatura latina, san Jerónimo destaca por sus características de hombre culto, asceta y guía de las almas” (Benedicto XVI). Sellando una carta
  • 62. En su retiro no se vio libre de luchas y espinas. Fueron las principales: su angustiosa intervención en la llamada controversia origenista, la campaña contra el pelagianismo, y con los errores de Joviniano y otros.
  • 63. Hasta con San Agustín tuvo palabras algo fuertes sólo por unas discrepancias de orden exegético. Claro que al ser entre dos hombres “santos”, que buscaban el bien, todo terminaba en tranquila y serena amistad.
  • 64. Por su carácter sentimental, Jerónimo sufrió mucho por fallecimientos de personas muy amadas, entre ellas Paula (404) y Eustoquia (418), y por trastornos políticos internacionales de aquellos tiempos.
  • 65. Los godos se esparcían por Occidente, mientras los hunos se desbordaban por extensas regiones orientales. Incluso los monasterios de Palestina, entre ellos los de Jerónimo y Santa Paula, fueron desalojados, ante la alarma de que las huestes de Atila se dirigían a Jerusalén. Afortunadamente, cambiaron éstas de rumbo.
  • 66. Innumerables fugitivos arribaron a las playas de Oriente, viéndose Palestina inundada de ellos, los cuales proporcionaron a Jerónimo una sarta de trágicas noticias, que significaban la agonía de un mundo y fueron la del ínclito Doctor. En 410 cayó Roma en poder de Alarico y fue entregada al saqueo durante largas jornadas.
  • 67. Hacía días que Jerónimo experimentaba visiblemente la decadencia de sus fuerzas.
  • 68. Se veía consumido de enfermedades y de penitencias cuyo rigor no remitió hasta la muerte. La vio venir con aquella tranquilidad y con aquella alegría, cuyo gusto sólo se reserva a la virtud en aquella última hora.
  • 69. Había recibido con extraordinario fervor todos los Sacramentos.
  • 70. Lleno de días y de merecimientos entregó su alma al Criador el día 30 de septiembre del año 420, casi a los ochenta de su edad.
  • 71. Fue en su celda, junto a la gruta de la Natividad.
  • 72. Fue sepultado junto a la gruta de Belén. Allí permaneció su cuerpo cientos de años.
  • 73. Aunque no se sabe la fecha exacta de su canonización, es conocido que existió una gran devoción por él desde el momento de su muerte.
  • 74. En el año 1295, San Jerónimo fue proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa Bonifacio VIII.
  • 75. Y es también considerado uno de los cuatro Padres Latinos de la Iglesia: san Agustín, san Jerónimo, san Gregorio Magno y san Ambrosio.
  • 76. San Jerónimo era un gran cristiano. Procuraba seguir los dictados que Dios nos dejó en su palabra, la Sagrada Escritura. Pero eran evidentes también sus defectos, especialmente el orgullo y la acritud con que corregía a los otros. Por eso para llegar a la santidad tuvo que pasar por grandes penitencias.
  • 77. Este hombre extraordinario era consciente de sus limitaciones y de sus propias faltas. Las remediaba dándose golpes de pecho con una piedra. Así nos lo ha puesto la tradición y aparece en la gran parte de imágenes que han resaltado esta faceta espiritual del santo.
  • 78. Sin duda que muchas veces, además de sus penitencias externas, elevaría a Dios la súplica del perdón. En gran parte se basaría en lo que más sabía, que era la misma Sagrada Escritura.
  • 79. Veamos con los ojos de la imaginación a san Jerónimo postrado ante el Señor y repitiendo el salmo 50, el “Miserere”.
  • 81.
  • 84. Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
  • 85. En la sentencia tendrás razón, en el juicio encontrarás tu rectitud.
  • 86. Mira, que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.
  • 89.
  • 90. Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
  • 92. no me rechaces lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.
  • 93. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso:
  • 94. Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.
  • 97. Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tus alabanzas.
  • 98. Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
  • 100. un corazón desgarrado y humillado, tú no lo desprecias. Hacer CLICK
  • 101. La Santa Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la Biblia, por lo que fue nombrado Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer entender y amar más las Sagradas Escrituras.
  • 102. El estudio de las Sagradas Escrituras fue la pasión de Jerónimo. Casi podemos decir que se dedicó exclusivamente a esta labor. Por ello, recomendaba a los monjes llevar siempre en las manos la Biblia y aprenderse de memoria los Salmos, para orar mejor.
  • 103. San Jerónimo fue el traductor de la Biblia griega y hebrea al latín, traducción que se llama “la Vulgata”. Dicho sin más parece sencillo, porque hoy traducir un libro de una lengua a otra es relativamente fácil, debido a las ayudas técnicas que tenemos.
  • 104. En la época de san Jerónimo, el traductor era una especie de sabio, un héroe casi, como dice alguno, que era capaz de comprender y traducir sin la ayuda de métodos prácticos o virtuales. Necesitaba capacidades casi sobrehumanas.
  • 105. Comenta Benedicto XVI sobre los criterios que tenía el santo al Traducir: “Respeta incluso el orden de las palabras de las sagradas Escrituras, pues en ellas, dice, “incluso el orden de las palabras es un misterio” (Ep 57, 5), es decir, una revelación. Y en los casos de dudas se debe recurrir a los textos originales, que en el Nuevo Testamento es el griego y en el Antiguo es el hebreo”.
  • 106. Sigue preguntando el papa Benedicto: “¿Qué podemos aprender nosotros de san Jerónimo? Me parece que sobre todo podemos aprender a amar la palabra de Dios en la sagrada Escritura. Dice san Jerónimo: “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”. Por eso es importante que todo cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la palabra de Dios, que se nos entrega en la sagrada Escritura”.
  • 107. “En realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en cierto sentido presencia del cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos bíblicos, sobre todo al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues “ignorar la Escritura es ignorar a Cristo”. Es suya esta famosa frase, citada por el concilio Vaticano II en la constitución Dei Verbum (n. 25)” (Benedicto XVI).
  • 108. Para san Jerónimo, un criterio metodológico fundamental en la interpretación de las Escrituras era la sintonía con el magisterio de la Iglesia. San Jerónimo decía: -"Estoy con quien esté unido a la Cátedra de san Pedro" "yo sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia“.
  • 109. “San Jerónimo con frecuencia reafirma el deber de hacer que la vida concuerde con la Palabra divina, y sólo viviéndola encontramos también la capacidad de comprenderla”. Decía san Jerónimo: “el Evangelio debe traducirse en actitudes de auténtica caridad, pues en todo ser humano está presente la Persona misma de Cristo ¿Qué sentido tiene decorar las paredes con piedras preciosas, si Cristo muere de hambre en la persona de un pobre?”
  • 110. Leer la Escritura es conversar con Dios: «Si rezas, escribe san Jerónimo a una joven noble de Roma, hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla».
  • 111. San Jerónimo, además de toda su preparación humana y científica, tuvo que recibir la ayuda del cielo para obtener el espíritu, el temperamento y la gracia indispensables para ser admitido en el santuario de la divina sabiduría y comprenderla. Además, la pureza de corazón y toda una vida de penitencia y contemplación, habían preparado a Jerónimo para recibir aquella gracia.
  • 112. Muchas veces san Jerónimo alabaría a Dios recitando el salmo 118 (o 119), sobre lo excelso que es la palabra divina.
  • 117.
  • 121.
  • 123.
  • 127.
  • 131.
  • 132.
  • 135.
  • 137.
  • 140. poder estar en el cielo con María. AMÉN